AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Comunicado desde Roma (Argus Berthaneon)
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Comunicado desde Roma (Argus Berthaneon)
Hacía semanas que había recibido una carta procedente del propio Vaticano y firmada por el mísmiso Papa. Lo que me sorprendió no fue la carta en sí (había recibido unas cuantas durante mi estancia en París) si no el contenido de la misma.
"Por orden expresa de Su Santidad Pío VII, se le a encomendado a vos, Padre Andrew Lawrence, la labor de contactar con Pater Argus Berthaneon para comunicarle las intenciones de Su Ilustrísima para con él. Con la pretensión de retornarlo de nuevo a las filas de los Soldados de Dios como arma e instrumento para preservar la Paz de este nuestro mundo, que Dios creó en 6 días para descansar al séptimo. Confíamos en su valentía y honor para llevar a cabo la ardua tarea.
Que Dios esté con vos y vuestro espíritu.
Fdo: Franco Ventresca, Camarlengo de Su Santidad."
La información de la misiva era muy escueta. Por eso me vi en la obligación de enviar unas cuantas cartas más a Roma, dirigidas a mi antiguo maestro Carlo Zefirelli, para que me aportase más información acerca del padre Berthaneon. Gracias a él, pude saber que antaño, el tal Argus había pertenecido a una organización de monjes también dedicados a la caza de monstruos.
No sabía su dirección ni donde se hospedaba. El poder de la Iglesia no llegaba a tanto. Pero sí sabía que se encontraba en París, por lo que no podía ser difícil encontrarlo. La capital francesa era una ciudad grande, pero ¿qué lugares podía frecuentar un pobre diablo dedicado a sesgar almas impuras? Yo lo sabía bien. Después de todo, era otro de aquellos pobres diablos. Después de haber mirado en la zona de los bosques, las afueras de París y los calabozos...La única opción que me quedaba era el cementerio. ¿Qué lugar mejor para venir a cazar?
Aquella noche, como todas las noches, no había salido sin mi estaca y mi cruz. Eran las armas más efectivas. Uno siempre tenía que estar ojo avizor. Pues París era un hervidero de bestias inmundas que podían sorprenderte allí donde menos te lo esperas. Pensé en la señorita Adrianne y nuestro curioso encuentro. ¿Qué habría sido de ella si hubiera decidido atacar sin más?
Pero aquellos no eran pensamientos para estos momentos. Debía concentrarme en la búsqueda del Padre Argus. Y comunicarle las intenciones que el Vaticano tenía para con él.
"Por orden expresa de Su Santidad Pío VII, se le a encomendado a vos, Padre Andrew Lawrence, la labor de contactar con Pater Argus Berthaneon para comunicarle las intenciones de Su Ilustrísima para con él. Con la pretensión de retornarlo de nuevo a las filas de los Soldados de Dios como arma e instrumento para preservar la Paz de este nuestro mundo, que Dios creó en 6 días para descansar al séptimo. Confíamos en su valentía y honor para llevar a cabo la ardua tarea.
Que Dios esté con vos y vuestro espíritu.
Fdo: Franco Ventresca, Camarlengo de Su Santidad."
La información de la misiva era muy escueta. Por eso me vi en la obligación de enviar unas cuantas cartas más a Roma, dirigidas a mi antiguo maestro Carlo Zefirelli, para que me aportase más información acerca del padre Berthaneon. Gracias a él, pude saber que antaño, el tal Argus había pertenecido a una organización de monjes también dedicados a la caza de monstruos.
No sabía su dirección ni donde se hospedaba. El poder de la Iglesia no llegaba a tanto. Pero sí sabía que se encontraba en París, por lo que no podía ser difícil encontrarlo. La capital francesa era una ciudad grande, pero ¿qué lugares podía frecuentar un pobre diablo dedicado a sesgar almas impuras? Yo lo sabía bien. Después de todo, era otro de aquellos pobres diablos. Después de haber mirado en la zona de los bosques, las afueras de París y los calabozos...La única opción que me quedaba era el cementerio. ¿Qué lugar mejor para venir a cazar?
Aquella noche, como todas las noches, no había salido sin mi estaca y mi cruz. Eran las armas más efectivas. Uno siempre tenía que estar ojo avizor. Pues París era un hervidero de bestias inmundas que podían sorprenderte allí donde menos te lo esperas. Pensé en la señorita Adrianne y nuestro curioso encuentro. ¿Qué habría sido de ella si hubiera decidido atacar sin más?
Pero aquellos no eran pensamientos para estos momentos. Debía concentrarme en la búsqueda del Padre Argus. Y comunicarle las intenciones que el Vaticano tenía para con él.
Andrew Lawrence- Inquisidor Clase Media
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Fecha de inscripción : 22/01/2010
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Re: Comunicado desde Roma (Argus Berthaneon)
-¡Levanta tus manos donde pueda verlas!-
El simple grito de advertencia a quien sea que me seguía antes, ahora ya lo tenía a raya, medido, apuntando con uno de los revólveres y aferrando por la otra mano una de las estacas, no me agradaba que me siguieran en absoluto, pero…era de noche, no me abría dado a conocer mi puesto si no supiese que era realmente de noche, que era una de esas oscuras noches en el cementerio donde seguía la pista de uno de esos carroñeros asquerosos, de uno de esos anti naturales, la aberración deforme que…o bueno, admitir que le había dejado deforme, sabía que el agua bendita que le había tirado a la cara le había dejado así, ya que se había alejado humeando en esta dirección, pero esta persona que me había estado siguiendo, simplemente no humeaba…
Podía ser una buena noche, pero aun lo tenía en la mira, el reflejo de la luna hacia brillar la armadura y el cañón del arma, me moví en círculos apuntándole aun sin bajar las manos hasta que pude verle a la cara, lo tenia de frente y a juzgar por sus ropas, no parecía ser simplemente una criatura maligna, o quizás sí, yo sabía que esas ropas eran de cura, pero yo nunca las había portado más que las togas negras que cubrían todo mi cuerpo y hasta la armadura, pero esta noche no la portaba, la había dejado en el monasterio y ahora estaba a punto de matar… ¿matar qué? ¿Un hombre perdido? ¿Un brujo camuflado? Dudaba que sea un hombre lobo, la noche estaba tapada por nubes pero la esencia de la luna, el poco brillo que llegaba a la tierra, se veía aun y eso hacia soltar brillos…
-veamos veamos… como podrás notar, te tengo a punta de pistola, así que responderás bien y sin chistar-.
Hablarle normalmente a los anti naturales no era lo mío, pero estaba seguro de que esta persona que tenía en la mira no lo era, estaba cansado, además de que esta noche realmente me sentía viejo, pero si cansado, abrumado, deprimido; lleve a mi boca la mano y llame a Sirrio, mi fiel amigo, mi mascota, mi ayudante en las caserías, le hice mirar a aquella persona y escuche sus gruñidos, y estirando la mano con la estaca, toco el mentón del hombre que tenía delante para mirarle a los ojos, cuando una brisa de viento hizo que mi largo y enmarañado pelo vuele con este, y el olor a iglesia del hombre se acentuó el doble…
Escupo al suelo y entrecierro los ojos, martilleo el arma apuntando a una de sus piernas y escucho como Sirrio se inclina a punto de saltar…
-¿Quién eres?-.
Una primera pregunta, una primera respuesta, irían de a una en una si hacía falta y si no se atrevía a responder, un silbido dirigido a mi fiel perro, a Sirrio sería suficiente para que le salte al cuello y lo mantenga a raya durante un buen momento, el suficiente como para que pueda hablar como caballeros; Solo por comportarme como tal, baje la estaca colocándola con el brazo doblado a la altura del estomago, no dudaba de la agilidad de mis miembros a la hora de hacer un ataque sorpresa o ataque rápido.
El simple grito de advertencia a quien sea que me seguía antes, ahora ya lo tenía a raya, medido, apuntando con uno de los revólveres y aferrando por la otra mano una de las estacas, no me agradaba que me siguieran en absoluto, pero…era de noche, no me abría dado a conocer mi puesto si no supiese que era realmente de noche, que era una de esas oscuras noches en el cementerio donde seguía la pista de uno de esos carroñeros asquerosos, de uno de esos anti naturales, la aberración deforme que…o bueno, admitir que le había dejado deforme, sabía que el agua bendita que le había tirado a la cara le había dejado así, ya que se había alejado humeando en esta dirección, pero esta persona que me había estado siguiendo, simplemente no humeaba…
Podía ser una buena noche, pero aun lo tenía en la mira, el reflejo de la luna hacia brillar la armadura y el cañón del arma, me moví en círculos apuntándole aun sin bajar las manos hasta que pude verle a la cara, lo tenia de frente y a juzgar por sus ropas, no parecía ser simplemente una criatura maligna, o quizás sí, yo sabía que esas ropas eran de cura, pero yo nunca las había portado más que las togas negras que cubrían todo mi cuerpo y hasta la armadura, pero esta noche no la portaba, la había dejado en el monasterio y ahora estaba a punto de matar… ¿matar qué? ¿Un hombre perdido? ¿Un brujo camuflado? Dudaba que sea un hombre lobo, la noche estaba tapada por nubes pero la esencia de la luna, el poco brillo que llegaba a la tierra, se veía aun y eso hacia soltar brillos…
-veamos veamos… como podrás notar, te tengo a punta de pistola, así que responderás bien y sin chistar-.
Hablarle normalmente a los anti naturales no era lo mío, pero estaba seguro de que esta persona que tenía en la mira no lo era, estaba cansado, además de que esta noche realmente me sentía viejo, pero si cansado, abrumado, deprimido; lleve a mi boca la mano y llame a Sirrio, mi fiel amigo, mi mascota, mi ayudante en las caserías, le hice mirar a aquella persona y escuche sus gruñidos, y estirando la mano con la estaca, toco el mentón del hombre que tenía delante para mirarle a los ojos, cuando una brisa de viento hizo que mi largo y enmarañado pelo vuele con este, y el olor a iglesia del hombre se acentuó el doble…
Escupo al suelo y entrecierro los ojos, martilleo el arma apuntando a una de sus piernas y escucho como Sirrio se inclina a punto de saltar…
-¿Quién eres?-.
Una primera pregunta, una primera respuesta, irían de a una en una si hacía falta y si no se atrevía a responder, un silbido dirigido a mi fiel perro, a Sirrio sería suficiente para que le salte al cuello y lo mantenga a raya durante un buen momento, el suficiente como para que pueda hablar como caballeros; Solo por comportarme como tal, baje la estaca colocándola con el brazo doblado a la altura del estomago, no dudaba de la agilidad de mis miembros a la hora de hacer un ataque sorpresa o ataque rápido.
Argus Berthaneon- Inquisidor Clase Alta
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Re: Comunicado desde Roma (Argus Berthaneon)
Lo había encontrado más rápido de lo que pensaba. Mejor dicho, él me había encontrado a mí más rápido de lo que pensaba.
Me había pillado completamente desprevenido. Algo totalmente inusual en mí, pues siempre estaba alerta, con todos mis músculos en tensión esperando para atacar cuando fuese necesario. Se notaba que aquel tipo era cazador. Tenía que ser él. Sólo uno de los míos podría haber pasado tan inadvertido que ni siquiera yo me había dado cuenta de su presencia hasta que me tenía a punta de pistola. Y, para colmo, el tipo también llevaba su propia escolta personal; un perro como un jabalí de grande que me miraba con ojos enfurecidos y las mandíbulas abiertas, esperando la orden de su amo para arrojarse sobre mí.
-¡Levanta tus manos donde pueda verlas!-me espetó una agresiva voz.
Hice lo que me pidió. Estaba claro que no me había reconocido como uno de los suyos. Pero eso no me extrañó, los cazadores no solemos llevar ninguna insignia ni medalla como si lo que hacíamos fuese algo que era necesario revelar o hacer notar. Más bien era un deber. Al menos para mí. Pero, ¿hasta que punto?
-Tranquilo, monsieur.-mi voz sonaba tranquila y serena. Quería hacerle ver al cazador que no era una amenaza.-Me envían del Vaticano.-Esperaba que esas palabras le hiciesen bajar la guardia.
Conforme fui acercándome unos pasos más hacia el hombre, pude distinguir su figura, que antes sólo era una sombra difusa en medio de la oscuridad del camposanto.
Argus Berthaneon era un tipo robusto, con el pelo enmarañado y la barba sin rasurar desde hacía semanas. Iba ataviado con una capa y me apuntaba sin vacilar justo en la frente. En definitiva; era un Cazador. Supongo que yo tampoco tendría mejores pintas que él.
-Soy el padre Andrew Lawrence. También soy cazador.-comencé, esperando que con estas palabras el tipo bajase el arma.-Como ves, voy desarmado. Si no me equivoco, sois vos Argus Berthaneon. Me han encargado su búsqueda.
Esperé con calma a que el hombre respondiera. Ahora vendría el momento de contestar una infinidad de preguntas. Yo no era demasiado bueno con las palabras. En Roma me enseñaron a disparar y sujetar un arma, no dar sermones ni charlas. "¿Por qué me han enviado a mí para esto?" pensé, malhumorado.
Me había pillado completamente desprevenido. Algo totalmente inusual en mí, pues siempre estaba alerta, con todos mis músculos en tensión esperando para atacar cuando fuese necesario. Se notaba que aquel tipo era cazador. Tenía que ser él. Sólo uno de los míos podría haber pasado tan inadvertido que ni siquiera yo me había dado cuenta de su presencia hasta que me tenía a punta de pistola. Y, para colmo, el tipo también llevaba su propia escolta personal; un perro como un jabalí de grande que me miraba con ojos enfurecidos y las mandíbulas abiertas, esperando la orden de su amo para arrojarse sobre mí.
-¡Levanta tus manos donde pueda verlas!-me espetó una agresiva voz.
Hice lo que me pidió. Estaba claro que no me había reconocido como uno de los suyos. Pero eso no me extrañó, los cazadores no solemos llevar ninguna insignia ni medalla como si lo que hacíamos fuese algo que era necesario revelar o hacer notar. Más bien era un deber. Al menos para mí. Pero, ¿hasta que punto?
-Tranquilo, monsieur.-mi voz sonaba tranquila y serena. Quería hacerle ver al cazador que no era una amenaza.-Me envían del Vaticano.-Esperaba que esas palabras le hiciesen bajar la guardia.
Conforme fui acercándome unos pasos más hacia el hombre, pude distinguir su figura, que antes sólo era una sombra difusa en medio de la oscuridad del camposanto.
Argus Berthaneon era un tipo robusto, con el pelo enmarañado y la barba sin rasurar desde hacía semanas. Iba ataviado con una capa y me apuntaba sin vacilar justo en la frente. En definitiva; era un Cazador. Supongo que yo tampoco tendría mejores pintas que él.
-Soy el padre Andrew Lawrence. También soy cazador.-comencé, esperando que con estas palabras el tipo bajase el arma.-Como ves, voy desarmado. Si no me equivoco, sois vos Argus Berthaneon. Me han encargado su búsqueda.
Esperé con calma a que el hombre respondiera. Ahora vendría el momento de contestar una infinidad de preguntas. Yo no era demasiado bueno con las palabras. En Roma me enseñaron a disparar y sujetar un arma, no dar sermones ni charlas. "¿Por qué me han enviado a mí para esto?" pensé, malhumorado.
Andrew Lawrence- Inquisidor Clase Media
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