AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Un rayo de luz entre la niebla {Privado}
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Un rayo de luz entre la niebla {Privado}
El licor de su vaso le devolvía la mirada de forma reprobatoria. Si no supiera que era su propia mirada pensaría que era la mirada de su sabio padre diciéndole que no bebiera más. Un par de copas no le sienta mal a nadie hijo pero todo buen hombre sabe cuándo debe parar le diría ahora mismo si estuviera allí.
- Si fuese un hombre padre-, musitó para sí antes de sonreír pensativo mirando su copa. Agitó levemente el contenido para evitar que la bebida siguiera siendo un espejo donde mirarse y dio un trago.
Su padre había sido un buen hombre. Alguien ejemplar del que aprender. Su padre nunca se emborracharía aunque él mismo tampoco lo haría. Había tomado más copas de las que dejaría a un hombre sobrio pero él no era un hombre después de todo. Ser un lobo tiene sus ventajas pensó mientras se tocaba el costado, hace unos días herido, ahora perfecto.
Unos días atrás mientras paseaba había decidido entrar al teatro. Lo obra estaba siendo entretenida pero la cosa se torció y acabó teniendo que salvar a una joven de unos locos asesinos. Ahora debería tener una cicatriz sexy para las jovencitas en su costado pero lo cierto es que la herida solo le duró unas horas. Era una de las mejores cosas de ser un lobo. La otra sin duda era poder tomar sus apreciados licores durante más tiempo que cualquier mortal. Para él las bebidas eran como agua con sabor. Pegaba el calor del alcohol pero cuando llegaba a la sangre no le afectaba como a los demás. Tenía las ventajas del licor y casi ni notaba las desventajas.
Envejecer lentamente tampoco estaba nada mal aunque hubiera preferido tener una vida normal con Eva. Hubiera preferido pasar la vida junto a ella. Llegados el caso se adaptó a su nueva situación, y tener sesenta años y parecer un treintañero estaba bastante bien. Es más no solo conservaba el brío de un joven de treinta años sino que tenía el brío de un licántropo.
- Aunque eso seguramente sea más bien una ventaja para las mujeres que yacen conmigo que para mí-, volvió a hablarle a su copa aunque esta vez rió luego. Algunas personas del local le miraron pensado que estaría borracho y él tapó una sonrisa con el dorso de su mano.
Casi todo eran ventajas. Todo menos la maldita luna llena. Es cierto que ser esa bestia tenía que aportarle una fuerza desmesurada, más si cabe la fuerza sobrenatural que ya poseía sin transformase, pero perder la conciencia no le agradaba nada. Había oído que existía una forma de controlar la transformación aunque aún no había dado con ella. Si había algo que deseara en esta vida era eso. No era un hombre infeliz pero poder controlar a la bestia, y de este modo tener el control de su vida al completo era su mayor deseo.
El lobo tomó otro trago, ensimismado en sus pensamientos, sin saber que le depararía este nuevo día. Solo había entrado allí para resguarecerse de la lluvia y, de paso, calentarse un poco del frío otoñal que había traído consigo la niebla.
- Si fuese un hombre padre-, musitó para sí antes de sonreír pensativo mirando su copa. Agitó levemente el contenido para evitar que la bebida siguiera siendo un espejo donde mirarse y dio un trago.
Su padre había sido un buen hombre. Alguien ejemplar del que aprender. Su padre nunca se emborracharía aunque él mismo tampoco lo haría. Había tomado más copas de las que dejaría a un hombre sobrio pero él no era un hombre después de todo. Ser un lobo tiene sus ventajas pensó mientras se tocaba el costado, hace unos días herido, ahora perfecto.
Unos días atrás mientras paseaba había decidido entrar al teatro. Lo obra estaba siendo entretenida pero la cosa se torció y acabó teniendo que salvar a una joven de unos locos asesinos. Ahora debería tener una cicatriz sexy para las jovencitas en su costado pero lo cierto es que la herida solo le duró unas horas. Era una de las mejores cosas de ser un lobo. La otra sin duda era poder tomar sus apreciados licores durante más tiempo que cualquier mortal. Para él las bebidas eran como agua con sabor. Pegaba el calor del alcohol pero cuando llegaba a la sangre no le afectaba como a los demás. Tenía las ventajas del licor y casi ni notaba las desventajas.
Envejecer lentamente tampoco estaba nada mal aunque hubiera preferido tener una vida normal con Eva. Hubiera preferido pasar la vida junto a ella. Llegados el caso se adaptó a su nueva situación, y tener sesenta años y parecer un treintañero estaba bastante bien. Es más no solo conservaba el brío de un joven de treinta años sino que tenía el brío de un licántropo.
- Aunque eso seguramente sea más bien una ventaja para las mujeres que yacen conmigo que para mí-, volvió a hablarle a su copa aunque esta vez rió luego. Algunas personas del local le miraron pensado que estaría borracho y él tapó una sonrisa con el dorso de su mano.
Casi todo eran ventajas. Todo menos la maldita luna llena. Es cierto que ser esa bestia tenía que aportarle una fuerza desmesurada, más si cabe la fuerza sobrenatural que ya poseía sin transformase, pero perder la conciencia no le agradaba nada. Había oído que existía una forma de controlar la transformación aunque aún no había dado con ella. Si había algo que deseara en esta vida era eso. No era un hombre infeliz pero poder controlar a la bestia, y de este modo tener el control de su vida al completo era su mayor deseo.
El lobo tomó otro trago, ensimismado en sus pensamientos, sin saber que le depararía este nuevo día. Solo había entrado allí para resguarecerse de la lluvia y, de paso, calentarse un poco del frío otoñal que había traído consigo la niebla.
Eduardo Hernández- Licántropo Clase Alta
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Re: Un rayo de luz entre la niebla {Privado}
Victoire tuvo que acelerar el paso después de su última presentación en el teatro. Resultaba que el clima en París era un asco. Nada mejoraba, muy por el contrario, la lluvia no paraba, y aunque llevaba un paraguas a la mano que medio la cubría, lo cierto es que había viento, y eso no ayudaba en nada para mantenerse seca. La joven no deseaba coger una mala enfermedad, y es que a penas llevaba unas cuantas presentaciones, y era su primer papel principal, enfermarse era una desgracia, y un retroceso inmenso para su inicio de actriz y cantante.
Por eso decidió que no iba a poder llegar a casa sino legaba hecha un espagueti, así que buscó un resguardo, o al menos intentó hacerlo con lo más cercano que llegara a encontrar. Para su buena suerte lo hizo, y se trataba de un lugar no tan malo.
Cuando se adentró al local, la joven clase media se quedó por unos largos minutos en la entrada. Estaba dejando que escurriera la poca cantidad de agua que llevaba encima, y es que en la entrada de aquel local había tapetes que absorbían aquel liquido transparente. Además de qué, de no hacerlo, el camarero la sacaría a patadas, y lo que menos quería era eso.
Con el rostro enrojecido, y después de dejar que el agua cayera por completo de su cuerpo. La jovencita comenzó a avanzar. Las miradas iban y venían de ella a su cuerpo, y es que bien le habían dicho algunos amigos que era hermosa, y que por eso le gustaba a los hombres verla caminar. Algo que por supuesto ella no gustaba, pero bueno ¿qué iba a hacerle? Victoire escogió una mesa al fondo del lugar. Ahí pudo acomodar sus cosas de forma estratégica y ver si se habían mojado al grado de descomponerse. Para su buena suerte, eso no había ocurrido. Todo estaba intacto, y ella incluso se estaba secando.
Con cuidado la joven se acomodó, y esperó a que el mesero llegara para poder hacer su pedido. Estaba hambrienta, ¿para que mentir? Además era una joven de buen diente, así que nunca se reprimía de nada que tuviera que ver con alimentos. Por el contrario, se alimentaba hasta decir basta. ¿Y cómo no hacerlo? Si en la montaña le enseñaban a que más fuerza y energía se tenía de la comida.
Victoire cogió su libro de apuntes, y después comenzó a leer, algunas lineas de la obra se le olvidaban, así que debía de repasar, sin embargo una voz solitaria llamó su atención, inevitablemente sonrió al igual que los demás al notar las condiciones del hombre, aunque lo cierto es que no se reía de él. Sino de la situación bochornosa que los demás clientes del local habían formado.
La joven no quiso interrumpir, sin embargo no podía ignorar a su vecino de mesa. ¿Sería prudente hablarle? No, lo mejor era no meterse en problemas, mientras más lejos de los hombres, mejor.
Por eso decidió que no iba a poder llegar a casa sino legaba hecha un espagueti, así que buscó un resguardo, o al menos intentó hacerlo con lo más cercano que llegara a encontrar. Para su buena suerte lo hizo, y se trataba de un lugar no tan malo.
Cuando se adentró al local, la joven clase media se quedó por unos largos minutos en la entrada. Estaba dejando que escurriera la poca cantidad de agua que llevaba encima, y es que en la entrada de aquel local había tapetes que absorbían aquel liquido transparente. Además de qué, de no hacerlo, el camarero la sacaría a patadas, y lo que menos quería era eso.
Con el rostro enrojecido, y después de dejar que el agua cayera por completo de su cuerpo. La jovencita comenzó a avanzar. Las miradas iban y venían de ella a su cuerpo, y es que bien le habían dicho algunos amigos que era hermosa, y que por eso le gustaba a los hombres verla caminar. Algo que por supuesto ella no gustaba, pero bueno ¿qué iba a hacerle? Victoire escogió una mesa al fondo del lugar. Ahí pudo acomodar sus cosas de forma estratégica y ver si se habían mojado al grado de descomponerse. Para su buena suerte, eso no había ocurrido. Todo estaba intacto, y ella incluso se estaba secando.
Con cuidado la joven se acomodó, y esperó a que el mesero llegara para poder hacer su pedido. Estaba hambrienta, ¿para que mentir? Además era una joven de buen diente, así que nunca se reprimía de nada que tuviera que ver con alimentos. Por el contrario, se alimentaba hasta decir basta. ¿Y cómo no hacerlo? Si en la montaña le enseñaban a que más fuerza y energía se tenía de la comida.
Victoire cogió su libro de apuntes, y después comenzó a leer, algunas lineas de la obra se le olvidaban, así que debía de repasar, sin embargo una voz solitaria llamó su atención, inevitablemente sonrió al igual que los demás al notar las condiciones del hombre, aunque lo cierto es que no se reía de él. Sino de la situación bochornosa que los demás clientes del local habían formado.
La joven no quiso interrumpir, sin embargo no podía ignorar a su vecino de mesa. ¿Sería prudente hablarle? No, lo mejor era no meterse en problemas, mientras más lejos de los hombres, mejor.
Victoire Vacquette- Humano Clase Media
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Fecha de inscripción : 15/01/2014
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Re: Un rayo de luz entre la niebla {Privado}
El lobo siguió a lo suyo sin molestar a nadie, que básicamente era tomar un trago de vez en cuando. No le apetecía pedir otra copa así que solo se limitaba a tomar un sorbo de vez en cuando. El tiempo no daba tregua así que seguiría un tiempo más en la taberna y usaba este método para alargar su estancia allí. Total. No tenía otra cosa que hacer que tomarse esa copa y la lluvia tenía pinta de estar para rato
El viento frío se coló en el local avisando de la llegada de alguien. Eduardo no le dio mayor importancia y tomó otro poco de su copa.
- Al final tendré que pedir otra copa-, musitó hablando consigo mismo.
El lobo se acarició la frente pensativa y luego observó las miradas de los parroquianos. Todos tenían algo en común. Observaban la entrada del local. Debe tratarse por el recién llegado pensó picado por la curiosidad. Levantó su vista y su pudo contemplar un monumento en vida. Una chica que no alcanzaría los veinte de edad esperaba secarse un poco antes de entrar. El rubor de su rostro daba a entender su timidez por atraer tantas miradas ajenas a su persona. Lo cierto es que la joven tendría que acostumbrarse a ello con la edad porque tenía un cuerpo que irremediablemente atraería las miradas de los hombres y mujeres con gustos más exóticos.
El hispano no quiso molestar a la joven y desvió de nuevo la mirada a su copa. Ya había suficientes hombres intimidándola con sus miradas y él no quería ser uno de ellos. Jugó un poco con el contenido de su copa abstraído de nuevo en sus pensamientos cuando sintió al mesero pasar a su lado. Había luchado por no tener que pedir nada más pero no duraría más el contenido de su vaso. Todavía tenía que empatar tiempo hasta que escampara, así que decidió pedir algo.
- Amigo, como no deje de beber me temo que lo dejaré sin reservas-, bromeó al camarero causando las risas de los demás.
Buscar con la mirada al mesero hizo, inevitablemente, cruzar su mirada con la joven. Distraído, evitando causar molestias con su mirada indiscreta, había provocado que no supiera donde se hallaba. Y la fortuna había querido que se sentara cerca de él y que, además, el camarero anduviera sirviéndola.
Le dedicó una sonrisa algo azorado y luego le echó algo de valor. Si iba a tener que esperar que acabara la lluvia se bebería todo el local. Era mejor matar el tiempo con una conversación.
- Mesero que sean dos copas de los mismo-, dijo incorporándose y acercándose a la joven. Luego el lobo se sentó en una silla en frente de la joven. - Seguramente esté cansada de hombres que intentan cortejarla pero le prometo que mis intenciones son honestas-, comentó mientras alargaba la mano esperando que se la estrechara. - Soy Eduardo Hernández y solo soy un tipo aburrido buscando conversación. Que me dice.
El viento frío se coló en el local avisando de la llegada de alguien. Eduardo no le dio mayor importancia y tomó otro poco de su copa.
- Al final tendré que pedir otra copa-, musitó hablando consigo mismo.
El lobo se acarició la frente pensativa y luego observó las miradas de los parroquianos. Todos tenían algo en común. Observaban la entrada del local. Debe tratarse por el recién llegado pensó picado por la curiosidad. Levantó su vista y su pudo contemplar un monumento en vida. Una chica que no alcanzaría los veinte de edad esperaba secarse un poco antes de entrar. El rubor de su rostro daba a entender su timidez por atraer tantas miradas ajenas a su persona. Lo cierto es que la joven tendría que acostumbrarse a ello con la edad porque tenía un cuerpo que irremediablemente atraería las miradas de los hombres y mujeres con gustos más exóticos.
El hispano no quiso molestar a la joven y desvió de nuevo la mirada a su copa. Ya había suficientes hombres intimidándola con sus miradas y él no quería ser uno de ellos. Jugó un poco con el contenido de su copa abstraído de nuevo en sus pensamientos cuando sintió al mesero pasar a su lado. Había luchado por no tener que pedir nada más pero no duraría más el contenido de su vaso. Todavía tenía que empatar tiempo hasta que escampara, así que decidió pedir algo.
- Amigo, como no deje de beber me temo que lo dejaré sin reservas-, bromeó al camarero causando las risas de los demás.
Buscar con la mirada al mesero hizo, inevitablemente, cruzar su mirada con la joven. Distraído, evitando causar molestias con su mirada indiscreta, había provocado que no supiera donde se hallaba. Y la fortuna había querido que se sentara cerca de él y que, además, el camarero anduviera sirviéndola.
Le dedicó una sonrisa algo azorado y luego le echó algo de valor. Si iba a tener que esperar que acabara la lluvia se bebería todo el local. Era mejor matar el tiempo con una conversación.
- Mesero que sean dos copas de los mismo-, dijo incorporándose y acercándose a la joven. Luego el lobo se sentó en una silla en frente de la joven. - Seguramente esté cansada de hombres que intentan cortejarla pero le prometo que mis intenciones son honestas-, comentó mientras alargaba la mano esperando que se la estrechara. - Soy Eduardo Hernández y solo soy un tipo aburrido buscando conversación. Que me dice.
Eduardo Hernández- Licántropo Clase Alta
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Fecha de inscripción : 21/04/2015
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Re: Un rayo de luz entre la niebla {Privado}
En su sano juicio no entraría a esas horas en un local de ese tipo. Se decía que sólo las cortesanas eran capaces de tales acciones, sin embargo ella no estaba dispuesta a mojarse, o correr algún tipo de riesgo por los relieves malos que quedaban a causa de la lluvia. No se trataba de una joven convencional, sin embargo se mantenía a raya de algunas costumbres de los hombres de ciudad, si deseaba sobrevivir más valía que siguiera los protocolos, pero esa noche debía resguardarse, protegerse, no ocasionar que una enfermedad le llegara a atacar, menos cuando su futuro parecía querer comenzar a brillar.
Lo cierto es que las miradas lascivas le ponían los pelos de punta, más irritable de lo normal, y con ganas de seguir su camino dejando el lugar atrás, sin embargo resistió, si los ignoraba podría pasar una excelente tarde. Además, a los hombres mientras más los ignores, y mientras más lejos los tengas, mejor; al menos para ella.
Sin duda extrañaba a la gente de la montaña. Los que vivían lejos de los prejuicios mantenían otro tipo de pensamiento. Para ellos la belleza se situaba en el interior de cada ser humano, no en el exterior, pues bien decían los ancianos que el cuerpo era un temblor sagrado que se prestaba, pero con el tiempo se marchitaba, todo gracias a los mandatos de Dios. Si sus amigos de los valles estuvieran presenciando esa situación, más de un cliente de la taberna habría salido molido a golpes.
Inevitablemente arqueó una ceja al observar a su ahora acompañante. Victoire evitaba las relaciones con las personas, con todo y que se tratara de una simple platica, sin importar que fuera un hombre o una mujer. La maldición que la joven cargaba sobre sus hombros se lo prohibía, incluso la alejaba de poder aspirar a una vida normal; sus deseos de encontrar el amor se habían esfumado, tanto como el de llegar a tener hijos. Sin embargo no era una joven maleducada, mucho menos descortés, y agradecía que en aquella taberna se encontrara un hombre que le mirara a los ojos y no a las curvas estilizadas por el corsé. Al final se decidió por dedicarle una sonrisa amplia y sincera.
Sus ojos observaron la mano del hombre, protocolar mente era incorrecto que unos desconocidos del sexo opuesto se tomaran la mano, aunque sólo se tratara de un saludo o presentación cordial. ¿Qué debía hacer? Al diablo con las reglas de etiqueta, Victoire alargó su mano para tomar la ajena. Lo hizo de forma breve y no ejerció fuerza alguna, ni siquiera un minúsculo movimiento que pueda ser malinterpretado. Todo podía pasar en esos días, incluso la injusticia de creer que una mujer por ser amable, terminaba insinuándose.
— Si no hay más remedio, me quedaré a conservar con el tipo aburrido — Bromeó un poco — Me llamo Victoire, y vine a resguardarme de la lluvia, está demasiado fuerte, y los caminos de París representan peligro si un carruaje no se siente ¿No lo cree? — Suspiró y notó que el pedido de bebidas había llegado. Ella no se intimidaba ante el alcohol, en la montaña llegaban a darles cosas más fuertes, sin embargo pidió algo de comer — ¿Usted gusta de algo? Dicen que hacen buenas cosas aquí si lo pides de la forma correcta — Los borrachos se olvidaban que de comer resistirían más a los efectos del alcohol.
— Y cuénteme ¿cómo llegó a este lugar? — Al menos no le resultaba familiar, y al menos de vista, per conocía a la gran mayoría de las personas que transitaban por aquella zona; su zona.
Lo cierto es que las miradas lascivas le ponían los pelos de punta, más irritable de lo normal, y con ganas de seguir su camino dejando el lugar atrás, sin embargo resistió, si los ignoraba podría pasar una excelente tarde. Además, a los hombres mientras más los ignores, y mientras más lejos los tengas, mejor; al menos para ella.
Sin duda extrañaba a la gente de la montaña. Los que vivían lejos de los prejuicios mantenían otro tipo de pensamiento. Para ellos la belleza se situaba en el interior de cada ser humano, no en el exterior, pues bien decían los ancianos que el cuerpo era un temblor sagrado que se prestaba, pero con el tiempo se marchitaba, todo gracias a los mandatos de Dios. Si sus amigos de los valles estuvieran presenciando esa situación, más de un cliente de la taberna habría salido molido a golpes.
Inevitablemente arqueó una ceja al observar a su ahora acompañante. Victoire evitaba las relaciones con las personas, con todo y que se tratara de una simple platica, sin importar que fuera un hombre o una mujer. La maldición que la joven cargaba sobre sus hombros se lo prohibía, incluso la alejaba de poder aspirar a una vida normal; sus deseos de encontrar el amor se habían esfumado, tanto como el de llegar a tener hijos. Sin embargo no era una joven maleducada, mucho menos descortés, y agradecía que en aquella taberna se encontrara un hombre que le mirara a los ojos y no a las curvas estilizadas por el corsé. Al final se decidió por dedicarle una sonrisa amplia y sincera.
Sus ojos observaron la mano del hombre, protocolar mente era incorrecto que unos desconocidos del sexo opuesto se tomaran la mano, aunque sólo se tratara de un saludo o presentación cordial. ¿Qué debía hacer? Al diablo con las reglas de etiqueta, Victoire alargó su mano para tomar la ajena. Lo hizo de forma breve y no ejerció fuerza alguna, ni siquiera un minúsculo movimiento que pueda ser malinterpretado. Todo podía pasar en esos días, incluso la injusticia de creer que una mujer por ser amable, terminaba insinuándose.
— Si no hay más remedio, me quedaré a conservar con el tipo aburrido — Bromeó un poco — Me llamo Victoire, y vine a resguardarme de la lluvia, está demasiado fuerte, y los caminos de París representan peligro si un carruaje no se siente ¿No lo cree? — Suspiró y notó que el pedido de bebidas había llegado. Ella no se intimidaba ante el alcohol, en la montaña llegaban a darles cosas más fuertes, sin embargo pidió algo de comer — ¿Usted gusta de algo? Dicen que hacen buenas cosas aquí si lo pides de la forma correcta — Los borrachos se olvidaban que de comer resistirían más a los efectos del alcohol.
— Y cuénteme ¿cómo llegó a este lugar? — Al menos no le resultaba familiar, y al menos de vista, per conocía a la gran mayoría de las personas que transitaban por aquella zona; su zona.
Victoire Vacquette- Humano Clase Media
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Re: Un rayo de luz entre la niebla {Privado}
La joven dudó unos segundos antes de darle la mano, y el lobo supuso que sería por el contacto físico. No era común que un hombre estrechara la mano de una mujer que no conocía de nada, ni siquiera como saludo, como si ocurría entre los hombres. Él conocía perfectamente estos detalles y demás protocolos como diplomático que era, más el ambiente de la taberna, y la situación algo precaria de la joven por estar mojada, hizo al lobo más cercano de lo habitual.
- Bueno, estaba aburrido por estar solo, aunque espero no aburrir a los demás de forma sistemática-, siguió la broma de la mujer antes de reír. - Encantado de conocerla señorita Victoire-, le dedicó una sonrisa.
Pese a las dudas iniciales de la joven, el hispano notaba que la joven se había soltado un poco. Ahora parecía mucho más relajada. No era extraño que hubiera actuado así en un principio, solo viendo como la miraban la mayoría de hombres del local, le daba ideas de lo que sería su día a día. No todos los hombres tenían el saber estar que tenía él, por tanto, seguramente tenía que lidiar con situaciones desagradables de vez en cuando.
- Pues no había pedido nada en concreto, porque solo entré como vos para resguardarme de la lluvia. Si hubiera sabido que iba a durar tanto no solo habría pedido las copas-, dijo mirándola a los ojos.
- Hoy tenemos un plato exquisito de cordero si desean comer algo-, dijo el camarero, que se había quedado al lado de la mesa después de servir las copas.
- Vale, traiga dos platos de eso mismo-, contestó al camarero sintiendo hambre ahora. Distraído con sus pensamientos anteriormente, no había n notado el hambre hasta que la chica le había sugerido comer algo.
- Bueno, si se refiere a esta zona, pues simplemente ando conociendo la ciudad ya que me quedaré una temporada por aquí. Si se refiere a la ciudad, pues he conseguido trabajo aquí-, le dedicó una media sonrisa, habitual en él. - Llevo poco en París y todos los días salgo a aprender un poco más de ella. Hoy he aprendido que llueve bastante más que en mi país-, dijo antes de reír. - ¿Y vos? ¿Sois parisina o también es una visitante como yo? Lo cierto es que si es de por aquí me sería de gran ayuda para conocer la ciudad, aunque supongo que tendrá cosas mejores que hacer que hacerme de guía-, tomó un sorbo de su copa esperando respuesta.
Al lobo le parecía un poco precipitado pedirle algo a una chica que acaba de conocer, pero se sentía bien con ella. Le trasmitía buenas vibraciones. En ese plazo corto de tiempo notó que era una chica confiable y que no le haría nada malo. Solo esperaba no molestarla o asustarla por pedirle algo sin casi conocerse.
- Bueno, estaba aburrido por estar solo, aunque espero no aburrir a los demás de forma sistemática-, siguió la broma de la mujer antes de reír. - Encantado de conocerla señorita Victoire-, le dedicó una sonrisa.
Pese a las dudas iniciales de la joven, el hispano notaba que la joven se había soltado un poco. Ahora parecía mucho más relajada. No era extraño que hubiera actuado así en un principio, solo viendo como la miraban la mayoría de hombres del local, le daba ideas de lo que sería su día a día. No todos los hombres tenían el saber estar que tenía él, por tanto, seguramente tenía que lidiar con situaciones desagradables de vez en cuando.
- Pues no había pedido nada en concreto, porque solo entré como vos para resguardarme de la lluvia. Si hubiera sabido que iba a durar tanto no solo habría pedido las copas-, dijo mirándola a los ojos.
- Hoy tenemos un plato exquisito de cordero si desean comer algo-, dijo el camarero, que se había quedado al lado de la mesa después de servir las copas.
- Vale, traiga dos platos de eso mismo-, contestó al camarero sintiendo hambre ahora. Distraído con sus pensamientos anteriormente, no había n notado el hambre hasta que la chica le había sugerido comer algo.
- Bueno, si se refiere a esta zona, pues simplemente ando conociendo la ciudad ya que me quedaré una temporada por aquí. Si se refiere a la ciudad, pues he conseguido trabajo aquí-, le dedicó una media sonrisa, habitual en él. - Llevo poco en París y todos los días salgo a aprender un poco más de ella. Hoy he aprendido que llueve bastante más que en mi país-, dijo antes de reír. - ¿Y vos? ¿Sois parisina o también es una visitante como yo? Lo cierto es que si es de por aquí me sería de gran ayuda para conocer la ciudad, aunque supongo que tendrá cosas mejores que hacer que hacerme de guía-, tomó un sorbo de su copa esperando respuesta.
Al lobo le parecía un poco precipitado pedirle algo a una chica que acaba de conocer, pero se sentía bien con ella. Le trasmitía buenas vibraciones. En ese plazo corto de tiempo notó que era una chica confiable y que no le haría nada malo. Solo esperaba no molestarla o asustarla por pedirle algo sin casi conocerse.
Eduardo Hernández- Licántropo Clase Alta
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