AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Ritmos orientales (Ulrich Scott)
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Ritmos orientales (Ulrich Scott)
Una pesada calidez invadía el espacio. Desde la gran chimenea crepitaban los múltiples troncos al arder, produciendo un denso humo que, parcialmente, se filtraba en la estancia, trayendo un fuerte e irritante olor que se introducía en las fosas nasales de los presentes en el lugar. La gran sala también se encontraba llena de ruido, un murmullo generalizado compuesto por una multitud de rudas voces, jarras chocándose y roncas carcajadas, pero, sobretodo, por encima de todo, se escuchaba la música que varios empleados, al fondo, producían. Su ritmo era, quizás, algo sensual, con toques orientales, como los gustos del momento comenzaban a exigir, al tiempo que una dulce voz de una mujer cantaba mientras se movía. Según se decía, su procedencia era egipcia, y su vestimenta y habla no hacía sino reforzar esa intuición. Mis ojos se hallaban clavados en ella, viendo como movía sus manos, sus pies y, sobretodo sus caderas y vientre, de forma atractiva, atrayente, casi hipnótica. Golpes secos, imposibles, su desnudez, su piel tersa y pálida, no me extrañaba que buena parte de los varones del lugar se encontraran tan cerca de ella como el dueño del local les permitía, como si fueran moscas y la mujer un reguero de serpenteante miel.
Suspiré retirando mi mirada. Me parecía algo estúpida la reacción de toda aquella multitud, desviviéndose sin llegar a disfrutar. Yo me encontraba apartado, en la barra, girado hacia a ella, con un vaso de madera relleno de vodka agarrado con mi mano izquierda, al cual di otro sorbo, vaciándolo en buena medida. ¿El por qué me encontraba allí? Sencillo, lo que hace la mayoría de la gente como yo en una taberna: olvidar. Olvidar mis problemas, el trabajo de la fábrica, el destierro, mis preocupaciones, un hermano lejos de casa y, posiblemente, en peligro, pero por el que no me preocupaba en gran medida. Lo cierto era que Vasili bien se las podría apañar bien solo, sobretodo teniendo en cuenta que hacía más de un año que no sabía de él. Personalmente, lo prefería así, alejado.
Extendiéndome de nuevo, colocando mi espalda más o menos recta, estiré mi camisa blanca, quizás en un intento por disimular las arrugas o, sencillamente por entretenerme. No había nadie con quién hablar aunque, por otro lado, tampoco sabría de qué hablar. Fuera como fuese, la soledad tampoco me incomodaba. Sin otra cosa que hacer, dirigí mi mirada a aquel cuerpo que se contorsionaba sobre la tarima de madera.
Suspiré retirando mi mirada. Me parecía algo estúpida la reacción de toda aquella multitud, desviviéndose sin llegar a disfrutar. Yo me encontraba apartado, en la barra, girado hacia a ella, con un vaso de madera relleno de vodka agarrado con mi mano izquierda, al cual di otro sorbo, vaciándolo en buena medida. ¿El por qué me encontraba allí? Sencillo, lo que hace la mayoría de la gente como yo en una taberna: olvidar. Olvidar mis problemas, el trabajo de la fábrica, el destierro, mis preocupaciones, un hermano lejos de casa y, posiblemente, en peligro, pero por el que no me preocupaba en gran medida. Lo cierto era que Vasili bien se las podría apañar bien solo, sobretodo teniendo en cuenta que hacía más de un año que no sabía de él. Personalmente, lo prefería así, alejado.
Extendiéndome de nuevo, colocando mi espalda más o menos recta, estiré mi camisa blanca, quizás en un intento por disimular las arrugas o, sencillamente por entretenerme. No había nadie con quién hablar aunque, por otro lado, tampoco sabría de qué hablar. Fuera como fuese, la soledad tampoco me incomodaba. Sin otra cosa que hacer, dirigí mi mirada a aquel cuerpo que se contorsionaba sobre la tarima de madera.
Anatol K. Trubetzkoy- Humano Clase Baja
- Mensajes : 779
Fecha de inscripción : 13/08/2010
Localización : Lejos de la Santa Madre Rusia
Re: Ritmos orientales (Ulrich Scott)
Ulrich llegó a la taberna y lo que le recibió, aunque no le ilusionaba, le pareció mejor que lo de costumbre. Normalmente el lugar estaba plagado de borrachuzos y pendencieros, pero aquella vez todos parecían aplacados por una fuerza superior, provinente directamente desde las caderas de una mujer que se movían sin cesar al fondo de la taberna.
El chico le lanzó una rápida mirada sin especial interés y se dirigió, esquivando con habilidad a todos los hombres que la observaban como si fuese una diosa bajada desde el cielo, hacia la barra. El lugar estaba algo más tranquilo, era cierto, pero de algún modo le irritaba un poco la manera en que la mayor parte del sector masculino la desnudaba con los ojos. Era como observar el pasado, cuando las mujeres no eran más que un útero donde implantar la semilla de la humanidad.
Ulrich chasqueó la lengua y le pidió al tabernero una jarra de algo fuerte, con la esperanza de que el alcohol ahogase el incesante ruido y le sumiese en esa neblina poco clara que lo hacía todo más sencillo. Cuando recibió la jarra, le dio un largo trago que le abrasó la garganta y provocó que se le humedecieran los ojos. Acto seguido, con un pequeño bufido, se giró hacia la bailarina que se contoneaba a unos metros de él y adquirió su mejor cara de póker.
No había sido una idea brillante, la de ir a la taberna, pero al menos olvidaría durante unas horas todos los problemas que le envolvían y le asfixiaban como si fuesen cadenas. Tal vez con aquella jarra de a saber qué licor empezase a mirar a la sensual bailarina con los mismos ojos que los demás, llenos de lujuria y deseo. Ulrich esperaba que no, pero en vista de que eso era lo único en lo que pensaban los demás chicos de su edad, empezaba a ser una posibilidad peligrosamente probable.
El chico le lanzó una rápida mirada sin especial interés y se dirigió, esquivando con habilidad a todos los hombres que la observaban como si fuese una diosa bajada desde el cielo, hacia la barra. El lugar estaba algo más tranquilo, era cierto, pero de algún modo le irritaba un poco la manera en que la mayor parte del sector masculino la desnudaba con los ojos. Era como observar el pasado, cuando las mujeres no eran más que un útero donde implantar la semilla de la humanidad.
Ulrich chasqueó la lengua y le pidió al tabernero una jarra de algo fuerte, con la esperanza de que el alcohol ahogase el incesante ruido y le sumiese en esa neblina poco clara que lo hacía todo más sencillo. Cuando recibió la jarra, le dio un largo trago que le abrasó la garganta y provocó que se le humedecieran los ojos. Acto seguido, con un pequeño bufido, se giró hacia la bailarina que se contoneaba a unos metros de él y adquirió su mejor cara de póker.
No había sido una idea brillante, la de ir a la taberna, pero al menos olvidaría durante unas horas todos los problemas que le envolvían y le asfixiaban como si fuesen cadenas. Tal vez con aquella jarra de a saber qué licor empezase a mirar a la sensual bailarina con los mismos ojos que los demás, llenos de lujuria y deseo. Ulrich esperaba que no, pero en vista de que eso era lo único en lo que pensaban los demás chicos de su edad, empezaba a ser una posibilidad peligrosamente probable.
Ulrich Scott- Mensajes : 190
Fecha de inscripción : 12/09/2010
Re: Ritmos orientales (Ulrich Scott)
Mis ojos se hallaban directamente posados sobre las bamboleantes caderas de la mujer, encerradas en un movimiento sensual, mágico, creando posturas que, aunque no lograse encontrar un porqué, sentía atrayentes. Derecha, izquierda, formas que seseaban en el aire, timbales mezclándose con el humo, melodías que se diluían en la vibrante voz de la mujer y, sobretodo, una ligera sensación de quemazón en la garganta, producto del vodka. Aún así, pegué otro trago, vaciando por completo el contenido del vaso. Mientras el fuerte líquido atravesaba mi boca, cerré los ojos, soltando un leve quejido al final de tal acto, que bien se podría haber confundido con una respuesta, incluso, de satisfacción. Lo cierto era que estaba bien acostumbrado a aquella bebida, tan famosa en Rusia, pues ya desde joven mi hermano me había sacado por las noches, obviamente a escondidas de mis padres, a alguna de las múltiples tabernas que se abrían en cualquiera de las dos mayores ciudades rusas, tanto en la antigua capital como en la nueva. La costumbre había parado desde que se diera cuenta de que, para sobrevivir, debía esforzarse, pero, aún así, siempre y cuando lo necesitase, habría hueco para una visita esporádica a aquellos tugurios.
- Otro más – pedí a una hermosa camarera, cuyos cabellos cobrizos estaban recogidos en una cofia de tela ocre, que, según tenía entendido, era la hija del dueño del local. Mientras la chica se afanaba en rellenar el recipiente de aquel líquido transparente, pude notar como una presencia se instalaba en la banqueta más próxima a mí. Se trataba un muchacho de rasgos marcados, labios algo gruesos y ojos de un color extrañamente verde. Su rostro, a pesar de todo, delataba su juventud, aunque supuse que debía rondar mi edad. Definitivamente, no se le podía negar el adjetivo de atractivo, pese a todo.
La muchacha, cuyas claras mejillas quedaban decoradas por unas inocentes y numerosas pecas, terminó por fin de entregarme la bebida, la cual yo me apresuré a pagar. Dirigí mis ojos una última vez hacia la tarima, evitando con la mirada todas aquellas cabezas amontonadas en un espacio demasiado pequeño. Sinceramente, algo de patético tenía aquella situación.
- Bonito espectáculo, ¿verdad? – dije al chico, mirándole apenas unos segundos, con expresión seria y segura, para, a continuación, centrar mi atención en la bebida, la cual volvió a lacerar las paredes de mi garganta -. Lástima que no lo sepan apreciar – concluí con un tono algo más bajo, refiriéndome a toda aquella virilidad sinsentido que rezumaba en la sala y habiéndome dado cuenta de que, si no me equivocaba, el muchacho no disfrutaba del baile de la misma forma que los demás
- Otro más – pedí a una hermosa camarera, cuyos cabellos cobrizos estaban recogidos en una cofia de tela ocre, que, según tenía entendido, era la hija del dueño del local. Mientras la chica se afanaba en rellenar el recipiente de aquel líquido transparente, pude notar como una presencia se instalaba en la banqueta más próxima a mí. Se trataba un muchacho de rasgos marcados, labios algo gruesos y ojos de un color extrañamente verde. Su rostro, a pesar de todo, delataba su juventud, aunque supuse que debía rondar mi edad. Definitivamente, no se le podía negar el adjetivo de atractivo, pese a todo.
La muchacha, cuyas claras mejillas quedaban decoradas por unas inocentes y numerosas pecas, terminó por fin de entregarme la bebida, la cual yo me apresuré a pagar. Dirigí mis ojos una última vez hacia la tarima, evitando con la mirada todas aquellas cabezas amontonadas en un espacio demasiado pequeño. Sinceramente, algo de patético tenía aquella situación.
- Bonito espectáculo, ¿verdad? – dije al chico, mirándole apenas unos segundos, con expresión seria y segura, para, a continuación, centrar mi atención en la bebida, la cual volvió a lacerar las paredes de mi garganta -. Lástima que no lo sepan apreciar – concluí con un tono algo más bajo, refiriéndome a toda aquella virilidad sinsentido que rezumaba en la sala y habiéndome dado cuenta de que, si no me equivocaba, el muchacho no disfrutaba del baile de la misma forma que los demás
Anatol K. Trubetzkoy- Humano Clase Baja
- Mensajes : 779
Fecha de inscripción : 13/08/2010
Localización : Lejos de la Santa Madre Rusia
Re: Ritmos orientales (Ulrich Scott)
Ulrich dio un nuevo sorbo a su jarra, notando esta vez que el ardor en la garganta era más leve. La primera vez le había cogido desprevenido, pero ahora que ya sabía qué tipo de licor tenía entre manos, podía apreciar que no estaba mal. No estaba acostumbrado a beber, lo que hacía augmentar las posibilidades de acabar borracho como una cuba con aquella primera ronda, pero ni siquiera le importaba. El bullicio le molestaba un poco a los oídos por ser cambiaformas, pero Ulrich sabía que pronto sus sentidos se embotarían y entonces ni siquiera sabría cómo se llamaba. Le pareció una buena opción.
Así, el chico alzó la jarra y bebió más de la mitad de su contenido en algunos poco sorbos, echando la cabeza hacia atrás con suavidad. Mientras tanto, la música empezaba a llegar como una nube de humo espeso a través de las carcajadas y las conversaciones a voz en grito que llenaban el lugar, por lo que ya ni siquiera la bonita voz de la mujer podía alcanzarle. El chico soltó un suspiro y clavó los ojos en la madera maltratada de la barra, recordando cuando él y sus hermanas visitaban la taberna los días de cobro, y disfrutaban de una buena cena los tres juntos. Él siempre tenía que espantar a los pretendientes que se acercaban a su hermana mayor, mientras Claire, la más pequeña, se reía a carcajadas por su "cara de gato enfadado", que solía decir.
Un suave brillo de tristeza cruzó los ojos claros de Ulrich cuando la imagen de su hermana mayor se instaló en su mente. Era algo que solía evitar siempre que era posible, pero que en sueños le atacaba y perseguía sin que él pudiese defenderse. Como luchar contra la niebla. Soltando un largo suspiro y sintiendo que había envejecido cien años en ese segundo, Ulrich apoyó la frente en la mano que no sujetaba la jarra, para ocultar su expresión y decidió que aquella noche iba a dejarse machacar por sus fantasmas.
Y lo habría hecho de no ser por una voz le atrapó justo cuando sus peores recuerdos se preparaban para darle el golpe definitivo a la moral del cambiaformas. Alzó el rostro, tan inexpresivo como de costumbre y alzó una ceja, tratando de enlazar aquellas palabras que le habían cogido por sorpresa y la situación en la que se encontraba. ¿Espectáculo? Ulrich se giró con suavidad para echarle un vistazo a la bailarina, que no parecía agotarse.
-Sinceramente, creo que a ningún hombre de esta sala le importa un cuerno la música o cómo cante esa mujer. Están tan hechizados por sus caderas que si les pidiese su alma en una botella se la darían.-Comentó, negándose a seguir contemplando aquella penosa visión. Justo delante tenía una mucho mejor que cualquier bailarina exótica, Ulrich pudo comprobarlo desde el primer segundo en que sus ojos entraron en contacto con los del chico que le había hablado.
Una pequeña sonrisa se perfiló en sus labios, notando como los recuerdos retrocedían con suavidad. No demasiado, por suspuesto, se mantendrían a la espera para clavarle la estocada final cuando tuviesen oportunidad, pero mientras Ulrich pudiese mantenerlos a raya, se sentiría mucho mejor.
Así, el chico alzó la jarra y bebió más de la mitad de su contenido en algunos poco sorbos, echando la cabeza hacia atrás con suavidad. Mientras tanto, la música empezaba a llegar como una nube de humo espeso a través de las carcajadas y las conversaciones a voz en grito que llenaban el lugar, por lo que ya ni siquiera la bonita voz de la mujer podía alcanzarle. El chico soltó un suspiro y clavó los ojos en la madera maltratada de la barra, recordando cuando él y sus hermanas visitaban la taberna los días de cobro, y disfrutaban de una buena cena los tres juntos. Él siempre tenía que espantar a los pretendientes que se acercaban a su hermana mayor, mientras Claire, la más pequeña, se reía a carcajadas por su "cara de gato enfadado", que solía decir.
Un suave brillo de tristeza cruzó los ojos claros de Ulrich cuando la imagen de su hermana mayor se instaló en su mente. Era algo que solía evitar siempre que era posible, pero que en sueños le atacaba y perseguía sin que él pudiese defenderse. Como luchar contra la niebla. Soltando un largo suspiro y sintiendo que había envejecido cien años en ese segundo, Ulrich apoyó la frente en la mano que no sujetaba la jarra, para ocultar su expresión y decidió que aquella noche iba a dejarse machacar por sus fantasmas.
Y lo habría hecho de no ser por una voz le atrapó justo cuando sus peores recuerdos se preparaban para darle el golpe definitivo a la moral del cambiaformas. Alzó el rostro, tan inexpresivo como de costumbre y alzó una ceja, tratando de enlazar aquellas palabras que le habían cogido por sorpresa y la situación en la que se encontraba. ¿Espectáculo? Ulrich se giró con suavidad para echarle un vistazo a la bailarina, que no parecía agotarse.
-Sinceramente, creo que a ningún hombre de esta sala le importa un cuerno la música o cómo cante esa mujer. Están tan hechizados por sus caderas que si les pidiese su alma en una botella se la darían.-Comentó, negándose a seguir contemplando aquella penosa visión. Justo delante tenía una mucho mejor que cualquier bailarina exótica, Ulrich pudo comprobarlo desde el primer segundo en que sus ojos entraron en contacto con los del chico que le había hablado.
Una pequeña sonrisa se perfiló en sus labios, notando como los recuerdos retrocedían con suavidad. No demasiado, por suspuesto, se mantendrían a la espera para clavarle la estocada final cuando tuviesen oportunidad, pero mientras Ulrich pudiese mantenerlos a raya, se sentiría mucho mejor.
Ulrich Scott- Mensajes : 190
Fecha de inscripción : 12/09/2010
Re: Ritmos orientales (Ulrich Scott)
Los recuerdos, las preocupaciones. Pequeños infiernos terrenales, confusas hogueras a solventar aún teniendo en cuenta el riesgo a caerse en una de ellas y que el fuego nos consumiera. Rusia, San Petersburgo, los palacios, viajes en lujosas carrozas, mi hermano desperdiciando su vida en una cantina, la ambarina sala del trono y el zar pronunciando las fatales palabras de la sentencia, el largo viaje en barco, los duros días de trabajo, la muerte de mi padre, el intento de secuestro, el peligro que corría mi familia… todo ese cúmulo de pensamientos se agolpaban en mi mente pero, por suerte, el fuerte etanol del vodka en mis venas conseguía mantenerlos a raya, al menos de momento. El intento de conversación con aquel chico o, siquiera, mi concentración posada sobre él, ayudaba a tal efecto.
Parecía alguien acostumbrado a la bebida, por la resistencia que aparentaba al tomar aquella fuerte bebida, la cual engullía a grandes tragos. Si realmente no estaba hecho a tales menesteres, estaba seguro de que aquello le iba a sentar, de una manera u otra, mal. Su garganta se contraía a cada sorbo, mostrando una nuez poco marcada en la parte delantera, de una manera delicada, al son de una música que atraía los sentidos y embotonaba la mente. Al parecer él ni siquiera disfrutaba de los contorneos de aquella mujer, al contrario que yo. De todas formas, yo tampoco me sentía como el resto de los hombres que llenaban la sala: mientras que ellos se restringían a disfrutar de la sexualidad de sus caderas, yo me limitaba a apreciar la sensualidad del baile.
- Bueno, hay que reconocer que sus movimientos son atrayentes, aunque yo no comparta la clase de excitación que sienten todos ellos – aclaré ladeando momentáneamente la cabeza para indicar al público. A continuación posé ambas manos rodeando el vaso de madera, apoyado sobre la mesa y clavando mi mirada sobre él -. De todas formas creo que sí hay hombres aquí que aprecien la música y su voz – le contradije, refiriéndome a mí y, posiblemente, a él, justo antes de dar un largo trago de aquel líquido
Mis dedos se despegaron sin prisa de la impermeable superficie al tiempo que solté un nuevo suspiro. Mis rasgos se habían relajado, como de costumbre, hasta formar esa máscara impasible, impenetrable, la cual estaba habituado a llevar encima. El mundo en el que vivía no estaba hecho para gente débil y soñadora; al menos no de frente. En ese momento me acordé de la música, del violín que me esperaba en mi actual residencia y el piano que aguardaba en el palacio cercano al Neva, cubierto por una amplia tela blanca. Suspiré de nuevo. No, no debía pensar en eso, ni siquiera debía tener el deseo de rozar aquel arco con las crines de caballo. Ya era demasiado tarde como para tocar en casa y no quería correr el riesgo de que alguien llegara a importunarme fuera de ella.
- ¿Qué bebe? – pregunté en un intento de continuar la conversación y de abstraer mi consciencia de aquellos menesteres
Parecía alguien acostumbrado a la bebida, por la resistencia que aparentaba al tomar aquella fuerte bebida, la cual engullía a grandes tragos. Si realmente no estaba hecho a tales menesteres, estaba seguro de que aquello le iba a sentar, de una manera u otra, mal. Su garganta se contraía a cada sorbo, mostrando una nuez poco marcada en la parte delantera, de una manera delicada, al son de una música que atraía los sentidos y embotonaba la mente. Al parecer él ni siquiera disfrutaba de los contorneos de aquella mujer, al contrario que yo. De todas formas, yo tampoco me sentía como el resto de los hombres que llenaban la sala: mientras que ellos se restringían a disfrutar de la sexualidad de sus caderas, yo me limitaba a apreciar la sensualidad del baile.
- Bueno, hay que reconocer que sus movimientos son atrayentes, aunque yo no comparta la clase de excitación que sienten todos ellos – aclaré ladeando momentáneamente la cabeza para indicar al público. A continuación posé ambas manos rodeando el vaso de madera, apoyado sobre la mesa y clavando mi mirada sobre él -. De todas formas creo que sí hay hombres aquí que aprecien la música y su voz – le contradije, refiriéndome a mí y, posiblemente, a él, justo antes de dar un largo trago de aquel líquido
Mis dedos se despegaron sin prisa de la impermeable superficie al tiempo que solté un nuevo suspiro. Mis rasgos se habían relajado, como de costumbre, hasta formar esa máscara impasible, impenetrable, la cual estaba habituado a llevar encima. El mundo en el que vivía no estaba hecho para gente débil y soñadora; al menos no de frente. En ese momento me acordé de la música, del violín que me esperaba en mi actual residencia y el piano que aguardaba en el palacio cercano al Neva, cubierto por una amplia tela blanca. Suspiré de nuevo. No, no debía pensar en eso, ni siquiera debía tener el deseo de rozar aquel arco con las crines de caballo. Ya era demasiado tarde como para tocar en casa y no quería correr el riesgo de que alguien llegara a importunarme fuera de ella.
- ¿Qué bebe? – pregunté en un intento de continuar la conversación y de abstraer mi consciencia de aquellos menesteres
Anatol K. Trubetzkoy- Humano Clase Baja
- Mensajes : 779
Fecha de inscripción : 13/08/2010
Localización : Lejos de la Santa Madre Rusia
Re: Ritmos orientales (Ulrich Scott)
Ulrich clavó los ojos en aquel rostro atractivamente masculino y le evaluó con cuidado. Parecía tener su edad, aunque él era un poco más bajo y sus ropas le decían que era de clase..."modesta". Nada de trajes caros, ni cabellos repeinados, ni la típica expresión altiva de los que se consideran superiores. Sólo un chico con algo parecido a vodka en las manos. Se sintió un poco identificado, tal vez por que tenía el mismo brillo en los ojos que debería tener él en esos momentos, un brillo de abatimiento y de recuerdos ácidos. Con el tiempo, uno aprende a reconocer sus própios males en los demás, o tal vez sólo fuese lo que él quería creer. Quería pensar que no era el único que se sentía solo y un poco abandonado.
Ulrich dejó que una pequeña sonrisa con tintes tristes se mostrase en sus labios y asintió suavemente con la cabeza, observando de reojo como la mujer bailaba grácilmente. Era increíblemente bella y su cuerpo habría hecho enloquecer a cualquier hombre. A cualquier hombre a excepción de Ulrich y de ese atractivo chico, por supuesto. Durante un segundo, Ulrich se deleitó con la posibilidad de que él también se sintiese interesado por..."el otro bando".
-Se mueve tremendamente bien, pero no es mi tipo de persona.-Comentó, evitando la palabra "mujer" y sustituyéndola por "persona". No iba a decirle lo que le gustaba o dejaba de gustarle, porque ante todo eran desconocidos, pero una de sus leyes máximas era la verdad y debía respetarla.-Eso sí, debo reconocer que su música vale la pena...o tal vez sea sólo el alcohol, que ya me altera los sentidos. Creo que es...una especie de Whisky barato.-Añadió, sonriendo con diversión.
Sin embargo, Ulrich volvió a llevarse la jarra a los labios y se la terminó de un par de tragos largos, que le bajaron por la garganta como lava hirviendo. Maldijo por lo bajo y retiró la jarra ya vacía, como asqueado. Acto seguido, llamó a la guapa camarera y pidió una ronda de lo que Anatol estuviera bebiendo. Esa noche ni siquiera le importaba si acababa borracho o lo que pudiese hacer en ese estado.
-Y dime, ¿cuál es tu nombre?-Preguntó, recibiendo aquel licor transparente.
Ulrich dejó que una pequeña sonrisa con tintes tristes se mostrase en sus labios y asintió suavemente con la cabeza, observando de reojo como la mujer bailaba grácilmente. Era increíblemente bella y su cuerpo habría hecho enloquecer a cualquier hombre. A cualquier hombre a excepción de Ulrich y de ese atractivo chico, por supuesto. Durante un segundo, Ulrich se deleitó con la posibilidad de que él también se sintiese interesado por..."el otro bando".
-Se mueve tremendamente bien, pero no es mi tipo de persona.-Comentó, evitando la palabra "mujer" y sustituyéndola por "persona". No iba a decirle lo que le gustaba o dejaba de gustarle, porque ante todo eran desconocidos, pero una de sus leyes máximas era la verdad y debía respetarla.-Eso sí, debo reconocer que su música vale la pena...o tal vez sea sólo el alcohol, que ya me altera los sentidos. Creo que es...una especie de Whisky barato.-Añadió, sonriendo con diversión.
Sin embargo, Ulrich volvió a llevarse la jarra a los labios y se la terminó de un par de tragos largos, que le bajaron por la garganta como lava hirviendo. Maldijo por lo bajo y retiró la jarra ya vacía, como asqueado. Acto seguido, llamó a la guapa camarera y pidió una ronda de lo que Anatol estuviera bebiendo. Esa noche ni siquiera le importaba si acababa borracho o lo que pudiese hacer en ese estado.
-Y dime, ¿cuál es tu nombre?-Preguntó, recibiendo aquel licor transparente.
Ulrich Scott- Mensajes : 190
Fecha de inscripción : 12/09/2010
Re: Ritmos orientales (Ulrich Scott)
Aquel muchacho debía de estar realmente sediento o con ganas de que la bebida nublara su vista pues, al parecer, engullía ”como un cosaco”. Quizás, sencillamente, su mente también estaba tan llena de preocupaciones que quería acallarlas a fuerza de alcohol, algo parecido a lo que me sucedía a mí, aunque no podía asegurarlo. Fuese como fuese, el resultado iba a ser semejante. Le miré con una ceja alzada al tiempo que bebía media jarra hasta vaciarla, alejándola de sí y produciendo un sordo chirriar al deslizarla sobre la superficie de madera. Una sonrisa se instaló en mis labios al escucharle pedirle la misma bebida que yo.
- No sé cómo estará el whisky, pero el vodka es bastante decente – le advertí. Al menos no estaba rebajado con agua, aunque, ni de cerca, alcanzaba la pureza y el fuerte sabor que tenía el de Rusia. Eso sí que era vodka
Hubiera contestado a aquel chico diciéndole que yo, en ese momento, no me fijaba en la persona, si no en el cuerpo de aquella mujer, pero prefería no iniciar una estúpida conversación que no terminara por llevarnos a ningún puerto, en especial teniendo en cuenta que, con toda posibilidad, malinterpretara mis palabras. En cambio, lo imité, dando un buen trago al vaso que, si bien no lo vacié, lo dejé bastante vacío como para tildar de moribunda su permanencia sobre la mesa.
- Yo soy Anatol – dije, sin dar más información por creerla innecesaria y, porque, si ya era extraño mi nombre de por sí, haberle dicho mi apellido hubiera confirmado cualquier sospecha de que mi origen no estuviera en Francia, mucho menos en París - ¿Y tú? – pregunté lo obvio
Algo perturbó el ambiente de la sala en ese momento. Fue un fuerte silbido y vocerío que hizo que arrugara mi rostro en señal de desagrado. Usualmente tendía a odiar tal clase de escándalo, al menos si yo no formaba parte de él. El origen de tal reacción por parte del público fue que la bailarina terminó aquella última canción antes de disponerse a bajar del escenario, dejando un público demasiado excitado sin terminar de desfogarse o sin acabar de cansarse. Los hombres exigían más, pero la egipcia había hecho una decisión y, omitiendo los desagradables gritos, desapareció de escena, dejando tras de sí a un guitarrista que, por la agilidad de sus dedos debía de ser un maestro, aunque el ruido impidiera escuchar el vibrar de las cuerdas. Puse mis ojos al cielo por unos segundos antes de volverlos a dirigir a aquel chico.
Era apuesto, serio, de mirada firme y segura, la cual hubiera disuadido a mucha gente a entablar conversación con él, a no ser que lo que buscase fuese pelea. Mi intención, sin embargo, se alejaba bastante de dichos menesteres; solo buscaba distracción, que era por lo que me había entregado al vodka.
- Menudo escándalo están montando – comenté con un suspiro, aunque dudase de si mi voz podría llegar a él
- No sé cómo estará el whisky, pero el vodka es bastante decente – le advertí. Al menos no estaba rebajado con agua, aunque, ni de cerca, alcanzaba la pureza y el fuerte sabor que tenía el de Rusia. Eso sí que era vodka
Hubiera contestado a aquel chico diciéndole que yo, en ese momento, no me fijaba en la persona, si no en el cuerpo de aquella mujer, pero prefería no iniciar una estúpida conversación que no terminara por llevarnos a ningún puerto, en especial teniendo en cuenta que, con toda posibilidad, malinterpretara mis palabras. En cambio, lo imité, dando un buen trago al vaso que, si bien no lo vacié, lo dejé bastante vacío como para tildar de moribunda su permanencia sobre la mesa.
- Yo soy Anatol – dije, sin dar más información por creerla innecesaria y, porque, si ya era extraño mi nombre de por sí, haberle dicho mi apellido hubiera confirmado cualquier sospecha de que mi origen no estuviera en Francia, mucho menos en París - ¿Y tú? – pregunté lo obvio
Algo perturbó el ambiente de la sala en ese momento. Fue un fuerte silbido y vocerío que hizo que arrugara mi rostro en señal de desagrado. Usualmente tendía a odiar tal clase de escándalo, al menos si yo no formaba parte de él. El origen de tal reacción por parte del público fue que la bailarina terminó aquella última canción antes de disponerse a bajar del escenario, dejando un público demasiado excitado sin terminar de desfogarse o sin acabar de cansarse. Los hombres exigían más, pero la egipcia había hecho una decisión y, omitiendo los desagradables gritos, desapareció de escena, dejando tras de sí a un guitarrista que, por la agilidad de sus dedos debía de ser un maestro, aunque el ruido impidiera escuchar el vibrar de las cuerdas. Puse mis ojos al cielo por unos segundos antes de volverlos a dirigir a aquel chico.
Era apuesto, serio, de mirada firme y segura, la cual hubiera disuadido a mucha gente a entablar conversación con él, a no ser que lo que buscase fuese pelea. Mi intención, sin embargo, se alejaba bastante de dichos menesteres; solo buscaba distracción, que era por lo que me había entregado al vodka.
- Menudo escándalo están montando – comenté con un suspiro, aunque dudase de si mi voz podría llegar a él
Anatol K. Trubetzkoy- Humano Clase Baja
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Re: Ritmos orientales (Ulrich Scott)
Ulrich cogió el vaso de vodka que la camarera le tendía y como era costumbre, olisqueó el contenido. El olor fuerte y penetrante del vodka se introdujo por sus fosas nasales y Ulrich tuvo la impresión de que se le clavaba en el cerebro, lo que le hizo arrugar un poco la nariz. Bueno, puestos a ingerir veneno, mejor que fuese uno de calidad. Y con eso en mente, el chico le dio el primer trago. Tenía un sabor tan fuerte como su olor, pero no por ello le disgustaba.
El chico miró a Anatol de soslayo mientras se presentaba. No parecía un nombre Francés y desde luego tampoco era Inglés, lo que sembró la duda en la cabeza de Ulrich. ¿De dónde provenía? Seguramente sería un extranjero, pero el chico no pudo evitar preguntarse qué le había traído hasta allí. Sólo deseó que no fuesen los mismos motivos que le habían traído a él. De todas formas, supuso que tendría que presentarse también.
-Ulrich Scott. Encantado de conocerte compañero de juergas.-Comentó, dejando escapar una pequeña sonrisa divertida. Aquello era una de las cosas menos parecidas a una juerga que había visto, al menos por el ánimo que ambos poseían.
Ulrich iba a decirle algo más, tal vez a preguntarle qué le había hecho venir a Francia, si es que era realmente un extranjero, pero el ruido a su espalda aumentó de tal forma que le hizo perder el hilo de sus pensamientos. Irritado, se volvió y observó como aquellos proyectos de hombres increpaban a la bailarina egipcia en un tono cada vez más desagradable. Los oídos de Ulrich protestaban tanto que el chico tuvo que cubrirlos con las manos para que dejasen de darle punzadas, pero aún así conseguía oír el bullicio que provocaban los otros clientes.
Uno de ellos, evidentemente borracho, se acercó a ellos y les puso una mano en el hombro a ambos, diciendo algo sobre ayudarles a echar al guitarrista para que volviera "la guapa de las caderas". Ulrich sintió que la furia se encendía en sus venas y levantó el labio superior para enseñarle los dientes, especialmente aquel par de colmillos algo más largos de lo normal. Sus manos se apretaron en torno al vaso de vodka y dejó escapar un siseo amenazante de entre sus labios a modo invitación cordial para que se largase de su vista. El hombre, extrañado, les quitó las manos de encima y Ulrich decidió que no iba a concederle ni una mirada más, por lo que se dio la vuelta de nuevo hacia la barra con el ceño suavemente fruncido.
-¿Es que nadie les ha enseñado a controlarse con la bebida? Menudo espectáculo.-Murmuró por lo bajo, lanzándole una mirada más calmada hacia Anatol. Esperaba no haberle asustado.
El chico miró a Anatol de soslayo mientras se presentaba. No parecía un nombre Francés y desde luego tampoco era Inglés, lo que sembró la duda en la cabeza de Ulrich. ¿De dónde provenía? Seguramente sería un extranjero, pero el chico no pudo evitar preguntarse qué le había traído hasta allí. Sólo deseó que no fuesen los mismos motivos que le habían traído a él. De todas formas, supuso que tendría que presentarse también.
-Ulrich Scott. Encantado de conocerte compañero de juergas.-Comentó, dejando escapar una pequeña sonrisa divertida. Aquello era una de las cosas menos parecidas a una juerga que había visto, al menos por el ánimo que ambos poseían.
Ulrich iba a decirle algo más, tal vez a preguntarle qué le había hecho venir a Francia, si es que era realmente un extranjero, pero el ruido a su espalda aumentó de tal forma que le hizo perder el hilo de sus pensamientos. Irritado, se volvió y observó como aquellos proyectos de hombres increpaban a la bailarina egipcia en un tono cada vez más desagradable. Los oídos de Ulrich protestaban tanto que el chico tuvo que cubrirlos con las manos para que dejasen de darle punzadas, pero aún así conseguía oír el bullicio que provocaban los otros clientes.
Uno de ellos, evidentemente borracho, se acercó a ellos y les puso una mano en el hombro a ambos, diciendo algo sobre ayudarles a echar al guitarrista para que volviera "la guapa de las caderas". Ulrich sintió que la furia se encendía en sus venas y levantó el labio superior para enseñarle los dientes, especialmente aquel par de colmillos algo más largos de lo normal. Sus manos se apretaron en torno al vaso de vodka y dejó escapar un siseo amenazante de entre sus labios a modo invitación cordial para que se largase de su vista. El hombre, extrañado, les quitó las manos de encima y Ulrich decidió que no iba a concederle ni una mirada más, por lo que se dio la vuelta de nuevo hacia la barra con el ceño suavemente fruncido.
-¿Es que nadie les ha enseñado a controlarse con la bebida? Menudo espectáculo.-Murmuró por lo bajo, lanzándole una mirada más calmada hacia Anatol. Esperaba no haberle asustado.
Ulrich Scott- Mensajes : 190
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Re: Ritmos orientales (Ulrich Scott)
Anatol no apartó la vista de aquel chico, recorriendo la línea de su marcada mandíbula al tiempo que él recogía el vaso con la bebida que debían de servirle. Apuesto, sí, pero no estaba dispuesto a delatarse, sabía que había hombres que no reaccionaban muy bien ante una insinuación masculina y no estaba dispuesto a desvelarlo. Al parecer aquel muchacho se percató de lo fuerte de la bebida, pero eso no lo desanimó a la hora de dar un trago largo, no sin antes arrugar la nariz, gesto que hiciera al ruso mostrar una pequeña sonrisa de divertimento. Ante el comentario del joven, apodando a Anatol como ”compañero de juergas”, el aludido no pudo por más que convertir su mueca en una relajada, aunque sonora carcajada.
El muchacho parecía disponerse a continuar la conversación, pero algo lo interrumpió en tal proceso. Un hombre había aparecido de pronto, plantándose frente a ellos y tomándose la confianza de colocar una mano sobre el hombro de cada uno de los muchachos. Ese contacto de aquel desconocido desagradó a Tolya y no pudo por menos que borrar cualquier facción amable de su cara para mostrar un gesto más bien hostil, mostrando su disconformidad. Aún así, no se movió para deshacerse de aquel cliente del local y, sencillamente calló ante la propuesta de aquel hombre. La anterior actuación no le desagradaba, es más, le gustaba bastante, pero aquella tampoco le hubiera desagradado de no ser por el ”ruido de fondo” que impedía disfrutar de ella. Por suerte, Ulrian se dignó a enseñarle los dientes con unos caninos levemente más pronunciados de lo normal, expeliendo un ruido de disconformidad que salió de escena extrañado de aquella pareja tan rara, sabiendo que allí no conseguiría apoyos en su ”rebelde” posición. Aquella extraña reacción del chico de ojos azules extrañó a Anatol, el cual se quedó mirando al chico fijamente antes de sonreír más visiblemente, pudiéndose adivinar sus dientes levemente.
- Lo cierto es que ni tú ni yo somos quienes para quejarnos de eso – contestó algo divertido, sin dejar la amabilidad de lado, refiriéndose a la mesura en cuanto a la ingesta de alcohol se refería, dado que ellos mismos ya llevaban unos cuantos tragos de más. Anatol sabía que, en cuanto se levantara comenzaría a sentir los efectos del etanol de lleno; aún así, se dispuso a hacer una proposición -. Si quieres salimos de aquí. Creo que no merece la pena perder más tiempo aquí – dijo, al darse cuenta del desagrado que mostraba el chico respecto al ambiente e invitándole de paso a compartir algunos momentos más de aquella noche con él
El muchacho parecía disponerse a continuar la conversación, pero algo lo interrumpió en tal proceso. Un hombre había aparecido de pronto, plantándose frente a ellos y tomándose la confianza de colocar una mano sobre el hombro de cada uno de los muchachos. Ese contacto de aquel desconocido desagradó a Tolya y no pudo por menos que borrar cualquier facción amable de su cara para mostrar un gesto más bien hostil, mostrando su disconformidad. Aún así, no se movió para deshacerse de aquel cliente del local y, sencillamente calló ante la propuesta de aquel hombre. La anterior actuación no le desagradaba, es más, le gustaba bastante, pero aquella tampoco le hubiera desagradado de no ser por el ”ruido de fondo” que impedía disfrutar de ella. Por suerte, Ulrian se dignó a enseñarle los dientes con unos caninos levemente más pronunciados de lo normal, expeliendo un ruido de disconformidad que salió de escena extrañado de aquella pareja tan rara, sabiendo que allí no conseguiría apoyos en su ”rebelde” posición. Aquella extraña reacción del chico de ojos azules extrañó a Anatol, el cual se quedó mirando al chico fijamente antes de sonreír más visiblemente, pudiéndose adivinar sus dientes levemente.
- Lo cierto es que ni tú ni yo somos quienes para quejarnos de eso – contestó algo divertido, sin dejar la amabilidad de lado, refiriéndose a la mesura en cuanto a la ingesta de alcohol se refería, dado que ellos mismos ya llevaban unos cuantos tragos de más. Anatol sabía que, en cuanto se levantara comenzaría a sentir los efectos del etanol de lleno; aún así, se dispuso a hacer una proposición -. Si quieres salimos de aquí. Creo que no merece la pena perder más tiempo aquí – dijo, al darse cuenta del desagrado que mostraba el chico respecto al ambiente e invitándole de paso a compartir algunos momentos más de aquella noche con él
Anatol K. Trubetzkoy- Humano Clase Baja
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Re: Ritmos orientales (Ulrich Scott)
Ulrich se giró hacia Anatol alzando las dos cejas, escuchando el sonido que producía su risa como si estuviese oyendo su propio himno. Le gustaba mucho, le encantaba esa risa clara y cristalina, tranquila y libre de falsedad. Y tal vez fuese por el alcohol, o porque el ruido le estaba taladrando los tímpanos, pero Ulrich decidió en ese mismo instante que en el momento de su muerte, no le importaría que fuese eso lo último que acudiese a sus oídos. Sin embargo, segundos después sacudió la cabeza y depejó el pensamiento. No porque fuese un chico, sino porque acababan de conocerse. No podía ser que estuviese pensando semejantes cursiladas cuando apenas sabía su nombre; parecía una mujer.
Con una expresión de nerviosismo que se afanó por ocultar, Ulrich miró su vaso de vodka y asintió con la cabeza a las palabras de Anatol. Tenía toda la maldita razón. Estaba casi tan borracho como aquellos pobres infelices, sólo que él pasaba la embriaguez con más calma, sin bailotear como un desquiciado y sin armar jaleo. El alcohol, más que exaltarle, solía hundirle la moral con sorprendente eficiencia.
-Oh, vamos. Nosotros no estamos toqueteando a nadie sin su permiso.-Nada más pronunciar aquellas palabras, Ulrich le echó a su acompañante una mirada larga e intensa. Bueno, en realidad él sí tenía ganas de posar sus manos sobre el cuerpo del chico, si sólo él no se sintiese asqueado con ese roce...Ulrich soltó un largo suspiro y decidió volver a la conversación para librarse de aquel escabroso tema.-Está bien, podríamos salir a la puerta y tomar el aire mientras charlamos. Personalmente creo que si se nos acerca otro borracho y nos pone las manos encima me veré obligado a clavarle los colmillos.-Añadió, pronunciando unas palabras que para él sonaban muy normales. A veces Ulrich olvidaba que los demás no sabían nada sobre su naturaleza animal.
De ese modo, con una pequeña sonrisa amable, Ulrich se levantó de su asiento dispuesto a salir de allí. Sin embargo, en cuanto su cuerpo adoptó cierto grado de verticalidad, la taberna entera empezó a dar vueltas frente a sus ojos. Durante un momento se sintió como si hubiese estado girando sobre si mismo durante un par de minutos, con la diferencia de que no se había movido de su asiento en todo el rato. Llevándose una mano a la frente, Ulrich cerró los ojos e intentó centrarse, pero observó que si dejaba de mirar, el efecto aumentaba. Maldito Whisky barato, maldito vodka demasiado fuerte.
El chico no tardó mucho en sobreponerse, pero descubrió que caminar en línea recta se había vuelto de súbito una tarea casi imposible. Sin embargo, Ulrich antepuso su orgullo y llegó a la puerta con la dignidad casi intacta, apoyándose en ella con disimulo. Aún quedaba ver como volvería a casa sin tener que pasar por el sucio terreno de la humillación, pero eso ya tendría tiempo de decidirlo.
Con una expresión de nerviosismo que se afanó por ocultar, Ulrich miró su vaso de vodka y asintió con la cabeza a las palabras de Anatol. Tenía toda la maldita razón. Estaba casi tan borracho como aquellos pobres infelices, sólo que él pasaba la embriaguez con más calma, sin bailotear como un desquiciado y sin armar jaleo. El alcohol, más que exaltarle, solía hundirle la moral con sorprendente eficiencia.
-Oh, vamos. Nosotros no estamos toqueteando a nadie sin su permiso.-Nada más pronunciar aquellas palabras, Ulrich le echó a su acompañante una mirada larga e intensa. Bueno, en realidad él sí tenía ganas de posar sus manos sobre el cuerpo del chico, si sólo él no se sintiese asqueado con ese roce...Ulrich soltó un largo suspiro y decidió volver a la conversación para librarse de aquel escabroso tema.-Está bien, podríamos salir a la puerta y tomar el aire mientras charlamos. Personalmente creo que si se nos acerca otro borracho y nos pone las manos encima me veré obligado a clavarle los colmillos.-Añadió, pronunciando unas palabras que para él sonaban muy normales. A veces Ulrich olvidaba que los demás no sabían nada sobre su naturaleza animal.
De ese modo, con una pequeña sonrisa amable, Ulrich se levantó de su asiento dispuesto a salir de allí. Sin embargo, en cuanto su cuerpo adoptó cierto grado de verticalidad, la taberna entera empezó a dar vueltas frente a sus ojos. Durante un momento se sintió como si hubiese estado girando sobre si mismo durante un par de minutos, con la diferencia de que no se había movido de su asiento en todo el rato. Llevándose una mano a la frente, Ulrich cerró los ojos e intentó centrarse, pero observó que si dejaba de mirar, el efecto aumentaba. Maldito Whisky barato, maldito vodka demasiado fuerte.
El chico no tardó mucho en sobreponerse, pero descubrió que caminar en línea recta se había vuelto de súbito una tarea casi imposible. Sin embargo, Ulrich antepuso su orgullo y llegó a la puerta con la dignidad casi intacta, apoyándose en ella con disimulo. Aún quedaba ver como volvería a casa sin tener que pasar por el sucio terreno de la humillación, pero eso ya tendría tiempo de decidirlo.
Ulrich Scott- Mensajes : 190
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Re: Ritmos orientales (Ulrich Scott)
Anatol escuchó las palabras de Ulrich con una apenas perceptible sonrisa difuminando los bordes de aquella línea que separara sus labios. No es que lo que acababa de decir no fuese cierto, pero al chico le hicieron gracia. De todas formas, aquel desconocido, o mejor dicho recién conocido, clavó sus ojos en los del ruso, en una mirada penetrante, casi hiriente. Anatol pudo resistirla, pero no sin preguntarse si era que aquel era un extraño humano o si, por el contrario, su expresión tenía algún sentido que no llegara a comprender. Diferente era, claro que era, pues no había perdido su tiempo intentando alcanzar el vientre desnudo de aquella bailarina ausente y, en cambio, pasaba aquellos primeros minutos a su lado, manteniendo una casi banal conversación, pero, al margen de eso, no acertaba a atisbar un terreno seguro por el que transitar, solo ”ciénagas o barbecho”. Anatol intentó sacudir esa pésima metáfora, pues no lo harían sino que sumirle en un estado de abatimiento, precisamente lo que quería evitar, al menos ahora que no se encontraba en soledad real.
Al aceptar la propuesta de Anatol, el chico había dicho aquella curiosa expresión de clavar sus caninos a aquel que osara tocarle de nuevo, aunque su sonrisa suavizó sus palabras. Tolya se disponía a bromear preguntando si es que él era un vampiro, pero éste se levanto en ese preciso momento, por lo que se calló. No le gustaba quedarse hablándole al aire, por lo que había aprendido que solía ser mejor guardar silencio en determinadas ocasiones, precisamente como aquella. El muchacho, al parecer, se había pasado con la bebida, y bastante. Empezó a tambalearse, lo cual hizo que Anatol alzara ambas cejas. Justo cuando el chico se disponía a ayudarlo, éste comenzó a andar, por lo que el peterburgués no pudo por más que seguirlo a una distancia bastante cercana, cuidando de que él no tropezase consigo mismo o con la multitud de pies que recorrían la estancia en aquellos momentos y terminase en el suelo. Anatol no es que fuera perfectamente, notaba como tampoco podía ir completamente en línea recta, dando algún que otro tumbo de vez en cuando, pero sobreponiéndose, casi con el porte que le habían enseñado de pequeño podría asegurar, a pesar de las pequeñas muestras de falsedad que pudiera llevar aquella afirmación. [i]”Un vampiro torpe”[/b] se dijo a sí mismo Tolya en una broma, aunque su divertimento lo ocultó en su máscara de impasividad.
Ulrich también tenía clase, por muy minada que se encontrara en aquellos instantes. Su cuerpo era esbelto y fino, nada corpulento, aunque se podía adivinar los músculos a través de la ropa. Sumando esos rasgos a su rostro se podía hallar una trampa mortal, el cebo perfecto en una ratonera en la que Anatol parecía, no solo tentado, si no también dispuesto a entrar. Su forma de apoyarse contra el marco de la puerta, despreocupada, aunque algo tambaleante, le atrajo, en una mezcla de fascinación y ganas por protegerle de no tragar el barro que se amontonaba al otro lado de aquella puerta. De una u otra forma, no tardó en alcanzarle y hacerle un gesto para saliesen fuera, abriendo él la puerta y sosteniéndola para que su acompañante pasara por ella.
El ambiente era mucho mejor allí, más fresco y tranquilo. El callejón estaba bastante oscuro, solo iluminado por las lejanas luces de la calle del fondo, más grande, desde donde provenía también el escaso ruido que invadía el lugar. De todas formas, la luminosidad era suficiente para poder encontrar cualquier obstáculo en el suelo o poder distinguir mínimamente su rostro o la mirada de sus ojos. Sus botas se hundieron en el húmedo suelo de tierra al tiempo que dejaba que la muy leve brisa apenas chocara contra sus rasgos.
- Mucho mejor… - casi solo dijo en un susurro, cerrando los ojos para disfrutar de ello, pero sin hacer ningún aspaviento más - ¿Nos quedamos aquí o vamos a algún lugar? – fue su única pregunta. Sus intenciones no eran precisamente esas, pero por su cabeza pasó la imagen de su cuarto por unos instantes. Aquello le mosqueó ligeramente, pues no quería forzar ninguna situación o asustarle con proposiciones contrarias a su condición. De todas formas, el chico sabía que no contestaría eso, pues no había suficiente confianza, por lo que era opción suya elegir qué hacer. Ninguna le disgustaba.
Al aceptar la propuesta de Anatol, el chico había dicho aquella curiosa expresión de clavar sus caninos a aquel que osara tocarle de nuevo, aunque su sonrisa suavizó sus palabras. Tolya se disponía a bromear preguntando si es que él era un vampiro, pero éste se levanto en ese preciso momento, por lo que se calló. No le gustaba quedarse hablándole al aire, por lo que había aprendido que solía ser mejor guardar silencio en determinadas ocasiones, precisamente como aquella. El muchacho, al parecer, se había pasado con la bebida, y bastante. Empezó a tambalearse, lo cual hizo que Anatol alzara ambas cejas. Justo cuando el chico se disponía a ayudarlo, éste comenzó a andar, por lo que el peterburgués no pudo por más que seguirlo a una distancia bastante cercana, cuidando de que él no tropezase consigo mismo o con la multitud de pies que recorrían la estancia en aquellos momentos y terminase en el suelo. Anatol no es que fuera perfectamente, notaba como tampoco podía ir completamente en línea recta, dando algún que otro tumbo de vez en cuando, pero sobreponiéndose, casi con el porte que le habían enseñado de pequeño podría asegurar, a pesar de las pequeñas muestras de falsedad que pudiera llevar aquella afirmación. [i]”Un vampiro torpe”[/b] se dijo a sí mismo Tolya en una broma, aunque su divertimento lo ocultó en su máscara de impasividad.
Ulrich también tenía clase, por muy minada que se encontrara en aquellos instantes. Su cuerpo era esbelto y fino, nada corpulento, aunque se podía adivinar los músculos a través de la ropa. Sumando esos rasgos a su rostro se podía hallar una trampa mortal, el cebo perfecto en una ratonera en la que Anatol parecía, no solo tentado, si no también dispuesto a entrar. Su forma de apoyarse contra el marco de la puerta, despreocupada, aunque algo tambaleante, le atrajo, en una mezcla de fascinación y ganas por protegerle de no tragar el barro que se amontonaba al otro lado de aquella puerta. De una u otra forma, no tardó en alcanzarle y hacerle un gesto para saliesen fuera, abriendo él la puerta y sosteniéndola para que su acompañante pasara por ella.
El ambiente era mucho mejor allí, más fresco y tranquilo. El callejón estaba bastante oscuro, solo iluminado por las lejanas luces de la calle del fondo, más grande, desde donde provenía también el escaso ruido que invadía el lugar. De todas formas, la luminosidad era suficiente para poder encontrar cualquier obstáculo en el suelo o poder distinguir mínimamente su rostro o la mirada de sus ojos. Sus botas se hundieron en el húmedo suelo de tierra al tiempo que dejaba que la muy leve brisa apenas chocara contra sus rasgos.
- Mucho mejor… - casi solo dijo en un susurro, cerrando los ojos para disfrutar de ello, pero sin hacer ningún aspaviento más - ¿Nos quedamos aquí o vamos a algún lugar? – fue su única pregunta. Sus intenciones no eran precisamente esas, pero por su cabeza pasó la imagen de su cuarto por unos instantes. Aquello le mosqueó ligeramente, pues no quería forzar ninguna situación o asustarle con proposiciones contrarias a su condición. De todas formas, el chico sabía que no contestaría eso, pues no había suficiente confianza, por lo que era opción suya elegir qué hacer. Ninguna le disgustaba.
Anatol K. Trubetzkoy- Humano Clase Baja
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Re: Ritmos orientales (Ulrich Scott)
Ulrich posó la frente en el brazo que tenía apoyado en la puerta y tragó saliva, intentando recuperarse en los pocos segundos que tenía hasta que Anatol llegase junto a él. Menudo espectáculo penoso estaba dando, y que el chico fuese uno de los más atractivos que había visto no le ayudaba a paliar la vergüenza. Bueno, así aprendería que el alcohol no le afectaba del todo bien, ahora debía pagar las consecuéncias. Ulrich maldijo por lo bajo y sacudió la cabeza, notando que su vista se centraba durante unos segundos, los justos para ver cómo Anatol le habría la puerta del local.
Ulrich le miró largamente, pero al final aceptó el gesto y atravesó la puerta. Le había parecido un poco...femenino dejar que un hombre le abriese la puerta, o tal vez es que él imaginase cosas porque no podía evitar mirarle con algo más que compañerismo. Lo cierto era que nunca había tenido problemas para aceptar que deseaba a las personas de su mismo sexo, que las miraba con mucho más interés que a las mujeres, pero eso era muy peligroso. No podía arriesgarse a que le descubrieran, porque nadie le apoyaría entonces. Sin embargo, mirar nunca había estado prohibido, por lo que no se ahorró pasear sus ojos verdes por el cuerpo cubierto de ropa de Anatol. Como había sospechado mientras se encontraba sentado en la barra, era indudablemente atractivo físicamente.
Ulrich tuvo que recordarse que no debía ser demasiado evidente para poder retirar la mirada de él. Así, alzó el rostro hacia la oscura noche y respiró hondo, notando como el aire limpio sustituía en sus pulmones el aire viciado de la taberna. Tener los sentidos más sensibles que los humanos corrientes era una gran ventaja, pero también una pequeña desgracia. Cada vez que oía algún sonido muy agudo, Ulrich sentía que le atravesaba el cerebro, por no hablar de los olores penetrantes. Aquello le hizo levantar el labio superior con cierto asco, pero la borró de inmediato para que Anatol no pensara que tenía algo que ver. Todo lo contrario, si había permanecido en esa desquiciante taberna era sólo por seguir la conversación que habían iniciado.
Porque, de algún modo, Ulrich sentía que ambos compartían cierta melancolía por algo que habían perdido tiempo atrás. No creía que él también hubiese perdido a su hermana mayor, pero quizás otra cosa, igual de querida. Él sabía de buena mano lo que era sufrir por el vacío que deja alguien querido, aullar de dolor cuando pierdes aquello por lo que vivías y no poder morir, porque alguien más te necesita, necesita que luches por ella. Sí, la pequeña Claire era quien le había salvado de hacer alguna locura, como enfrentarse a un vampiro frente a frente, sin mayor ambición que la venganza.
Pero Anatol reclamaba su atención ahora, y lo cierto era que el cambiaformas prefería una conversación amena sobre alcohol de mala calidad y bailarinas egipcias antes que muerte, venganza y pérdida. Así, el chico no tuvo dificultad para sonreírle con cierto aire cansado y encogerse de hombros, dejando que su espalda se apoyase en la fachada del local. Aún se sentía mareado y poco dueño de su cuerpo.
-A donde tú quieras. Vamos…vamos a donde tú quieras, Anatol. Llévame a donde te apetezca.-Murmuró, con tanta vehemencia que cualquiera medianamente sobrio podría haberse percatado de los dobles sentidos impresos en sus frases. Bueno, pensó Ulrich, nadie podía acusarle de homosexualidad por querer ir a donde fuese que su acompañante quisiera llevarle, ¿no? Nadie le culparía si, en un acto de rebeldía y de locura, Anatol aceptara y se dejaran engullir por la oscuridad, ¿verdad? De todas formas Ulrich estaba demasiado borracho como para comprender algo más allá de lo mucho que le atraía Anatol.
Ulrich le miró largamente, pero al final aceptó el gesto y atravesó la puerta. Le había parecido un poco...femenino dejar que un hombre le abriese la puerta, o tal vez es que él imaginase cosas porque no podía evitar mirarle con algo más que compañerismo. Lo cierto era que nunca había tenido problemas para aceptar que deseaba a las personas de su mismo sexo, que las miraba con mucho más interés que a las mujeres, pero eso era muy peligroso. No podía arriesgarse a que le descubrieran, porque nadie le apoyaría entonces. Sin embargo, mirar nunca había estado prohibido, por lo que no se ahorró pasear sus ojos verdes por el cuerpo cubierto de ropa de Anatol. Como había sospechado mientras se encontraba sentado en la barra, era indudablemente atractivo físicamente.
Ulrich tuvo que recordarse que no debía ser demasiado evidente para poder retirar la mirada de él. Así, alzó el rostro hacia la oscura noche y respiró hondo, notando como el aire limpio sustituía en sus pulmones el aire viciado de la taberna. Tener los sentidos más sensibles que los humanos corrientes era una gran ventaja, pero también una pequeña desgracia. Cada vez que oía algún sonido muy agudo, Ulrich sentía que le atravesaba el cerebro, por no hablar de los olores penetrantes. Aquello le hizo levantar el labio superior con cierto asco, pero la borró de inmediato para que Anatol no pensara que tenía algo que ver. Todo lo contrario, si había permanecido en esa desquiciante taberna era sólo por seguir la conversación que habían iniciado.
Porque, de algún modo, Ulrich sentía que ambos compartían cierta melancolía por algo que habían perdido tiempo atrás. No creía que él también hubiese perdido a su hermana mayor, pero quizás otra cosa, igual de querida. Él sabía de buena mano lo que era sufrir por el vacío que deja alguien querido, aullar de dolor cuando pierdes aquello por lo que vivías y no poder morir, porque alguien más te necesita, necesita que luches por ella. Sí, la pequeña Claire era quien le había salvado de hacer alguna locura, como enfrentarse a un vampiro frente a frente, sin mayor ambición que la venganza.
Pero Anatol reclamaba su atención ahora, y lo cierto era que el cambiaformas prefería una conversación amena sobre alcohol de mala calidad y bailarinas egipcias antes que muerte, venganza y pérdida. Así, el chico no tuvo dificultad para sonreírle con cierto aire cansado y encogerse de hombros, dejando que su espalda se apoyase en la fachada del local. Aún se sentía mareado y poco dueño de su cuerpo.
-A donde tú quieras. Vamos…vamos a donde tú quieras, Anatol. Llévame a donde te apetezca.-Murmuró, con tanta vehemencia que cualquiera medianamente sobrio podría haberse percatado de los dobles sentidos impresos en sus frases. Bueno, pensó Ulrich, nadie podía acusarle de homosexualidad por querer ir a donde fuese que su acompañante quisiera llevarle, ¿no? Nadie le culparía si, en un acto de rebeldía y de locura, Anatol aceptara y se dejaran engullir por la oscuridad, ¿verdad? De todas formas Ulrich estaba demasiado borracho como para comprender algo más allá de lo mucho que le atraía Anatol.
Ulrich Scott- Mensajes : 190
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Re: Ritmos orientales (Ulrich Scott)
¿A quién debía agradecerle esos momentos? ¿Al vodka? ¿A la bailarina de la taberna? ¿Quizás al hombre que había intentado unirnos a su pequeña conspiración o a la lista de problemas que se acumulaban en la mente del chico? Sinceramente, no lo sabía. Lo cierto era que no encontraba una buena palabra para describir su impresión respecto a la situación que se estaba dando, quizás porque aún no se había formado una, pero, al menos, había logrado espantar la soledad que se cernía amenazante sobre él. No era que no le gustara estar solo, es más, muchas veces prefería que no hubiese nadie a su lado, pero, de alguna manera, la presencia de aquel muchacho no le incomodaba y, a parte, en el estado en el que se encontraba no quería dejarle perdido en la calle, algo que incluso le llegaba a extrañar.
Anatol se llevó una mano a la nuca, donde dejó que los dedos se enredaran con el poco pelo que crecía allí, tensando sus brazos y su pecho, dejando así atrás toda la modorra que el pesadamente caluroso ambiente del interior pudiera haberle imbuido. Girándose levemente para atender a la respuesta de aquel chico que lucía una sonrisa en sus labios, algo que, de alguna manera, llegó a atraer la atención del ruso. ”Puñetero alcohol…” pensó el muchacho achacándole a él la razón por la que se mostrara así. Él no era esa clase de personas que se quedaba prendado por alguien, para empezar por el peligro que ello podía acarrear, pero, sobretodo, porque no era su forma de ser. En lo largo de los últimos años había aprendido a distanciarse, a no dejar que las sensaciones e impresiones se convirtieran en sentimientos, a pesar de que, aquella vez, algo de curiosidad se instalara en su corazón. Aún así, si él hubiera dicho en aquel momento que deseaba marcharse, Anatol no se hubiese opuesto, al fin y al cabo estaba acostumbrado a respetar la libertad de los demás, así como exigía que respetaran la suya, tanto como pudiere.
La contestación le turbó, al tiempo que le llegó a divertir. Tal repetición de palabras, insistiendo, le parecieron producto de la bebida, como si no lograra discernir si él llegara a escucharle o, peor aún, si él mismo llegaba a pronunciarlas. Pero, sin embargo, la mención de su nombre llevó a creer que aquellas frases tenían un cariz especial. Sin embargo, ¿qué podía ser ese mensaje oculto? Anatol creía poder adivinarlo tenuemente, pero, como siempre, prefería no arriesgarse, al menos no de momento, sobretodo no estando segundo de aquella doble intención. De pronto, el ruso notó cómo sus cejas se habían juntado, como intentando forzar la vista en busca de algo oculto a lo que los ojos, en realidad, no podían llegar a alcanzar. Dándose cuenta de su reacción agitó levemente la cabeza, pretendiendo espantar aquellos pensamientos.
- Entonces vamos – sonrió levemente antes de ponerse en marcha. Por suerte su destino no estaba muy lejos de su localización actual; Anatol supuso que no les llevaría más de diez minutos llegar
Dirigiéndose a aquella calle principal, dejó que las luces lo iluminaran momentáneamente, al tiempo que seguía aquel empedrado hacia los barrios más alejados del centro de la urbe. Lo cierto era que aquella taberna estaba casi en las afueras del lugar, por lo cual pronto dejaron atrás las últimas casas que delimitaban el linde de la ciudad. París ya quedaba atrás y, con ella, la seguridad. Anatol lanzó una mirada a su acompañante con la finalidad de comprobar si el miedo o la inquietud lo atenazaban y, en ese caso, imbuirle de calma, intentando que confiara en él. Lo cierto era que quizás no debiera llevarlo a aquel lugar, pero sería difícil que, de querer ir solo, pudiera encontrar el camino hacia donde se dirigían pues no tardaron demasiado en desviarse del camino para internarse por entre los árboles de una arboleda que, pronto, se convertiría en bosque.
La noche era algo fría, el suelo estaba húmedo y, alguna vez, creyó llegar a ver el paso raudo de algún animal, posiblemente algún zorro o liebre. Quizás ello pudiera llegar a haber resultado algo intimidante, ir siendo guiado por un desconocido hacia un destino incierto, lejos de cualquier persona que pudiera ayudarnos, pero no tardamos mucho más en comenzar a escuchar las voces de un grupo de mujeres cantando, acompañadas de una música algo tenue que, por experiencia, Anatol sabía que se tornaría algo más movida; conocía esa canción. La penetrante oscuridad que los había envuelto hasta el momento se había visto rota por un lejano resplandor que, poco a poco se fue haciendo más fuerte. Su tonalidad era amarillenta, quizás algo anaranjada, procedente de la gran hoguera que, como muchas noches, se encendía en aquel claro del bosque al que se dirigían. El chico miró a su acompañante; apenas en dos minutos arribarían a su destino.
Anatol se llevó una mano a la nuca, donde dejó que los dedos se enredaran con el poco pelo que crecía allí, tensando sus brazos y su pecho, dejando así atrás toda la modorra que el pesadamente caluroso ambiente del interior pudiera haberle imbuido. Girándose levemente para atender a la respuesta de aquel chico que lucía una sonrisa en sus labios, algo que, de alguna manera, llegó a atraer la atención del ruso. ”Puñetero alcohol…” pensó el muchacho achacándole a él la razón por la que se mostrara así. Él no era esa clase de personas que se quedaba prendado por alguien, para empezar por el peligro que ello podía acarrear, pero, sobretodo, porque no era su forma de ser. En lo largo de los últimos años había aprendido a distanciarse, a no dejar que las sensaciones e impresiones se convirtieran en sentimientos, a pesar de que, aquella vez, algo de curiosidad se instalara en su corazón. Aún así, si él hubiera dicho en aquel momento que deseaba marcharse, Anatol no se hubiese opuesto, al fin y al cabo estaba acostumbrado a respetar la libertad de los demás, así como exigía que respetaran la suya, tanto como pudiere.
La contestación le turbó, al tiempo que le llegó a divertir. Tal repetición de palabras, insistiendo, le parecieron producto de la bebida, como si no lograra discernir si él llegara a escucharle o, peor aún, si él mismo llegaba a pronunciarlas. Pero, sin embargo, la mención de su nombre llevó a creer que aquellas frases tenían un cariz especial. Sin embargo, ¿qué podía ser ese mensaje oculto? Anatol creía poder adivinarlo tenuemente, pero, como siempre, prefería no arriesgarse, al menos no de momento, sobretodo no estando segundo de aquella doble intención. De pronto, el ruso notó cómo sus cejas se habían juntado, como intentando forzar la vista en busca de algo oculto a lo que los ojos, en realidad, no podían llegar a alcanzar. Dándose cuenta de su reacción agitó levemente la cabeza, pretendiendo espantar aquellos pensamientos.
- Entonces vamos – sonrió levemente antes de ponerse en marcha. Por suerte su destino no estaba muy lejos de su localización actual; Anatol supuso que no les llevaría más de diez minutos llegar
Dirigiéndose a aquella calle principal, dejó que las luces lo iluminaran momentáneamente, al tiempo que seguía aquel empedrado hacia los barrios más alejados del centro de la urbe. Lo cierto era que aquella taberna estaba casi en las afueras del lugar, por lo cual pronto dejaron atrás las últimas casas que delimitaban el linde de la ciudad. París ya quedaba atrás y, con ella, la seguridad. Anatol lanzó una mirada a su acompañante con la finalidad de comprobar si el miedo o la inquietud lo atenazaban y, en ese caso, imbuirle de calma, intentando que confiara en él. Lo cierto era que quizás no debiera llevarlo a aquel lugar, pero sería difícil que, de querer ir solo, pudiera encontrar el camino hacia donde se dirigían pues no tardaron demasiado en desviarse del camino para internarse por entre los árboles de una arboleda que, pronto, se convertiría en bosque.
La noche era algo fría, el suelo estaba húmedo y, alguna vez, creyó llegar a ver el paso raudo de algún animal, posiblemente algún zorro o liebre. Quizás ello pudiera llegar a haber resultado algo intimidante, ir siendo guiado por un desconocido hacia un destino incierto, lejos de cualquier persona que pudiera ayudarnos, pero no tardamos mucho más en comenzar a escuchar las voces de un grupo de mujeres cantando, acompañadas de una música algo tenue que, por experiencia, Anatol sabía que se tornaría algo más movida; conocía esa canción. La penetrante oscuridad que los había envuelto hasta el momento se había visto rota por un lejano resplandor que, poco a poco se fue haciendo más fuerte. Su tonalidad era amarillenta, quizás algo anaranjada, procedente de la gran hoguera que, como muchas noches, se encendía en aquel claro del bosque al que se dirigían. El chico miró a su acompañante; apenas en dos minutos arribarían a su destino.
Anatol K. Trubetzkoy- Humano Clase Baja
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Localización : Lejos de la Santa Madre Rusia
Re: Ritmos orientales (Ulrich Scott)
Ulrich no pudo hacer otra cosa que asentir con la cabeza y seguir los pasos de Anatol por las callejuelas de las afueras Parisinas. El aire fresco parecía haber dispersado suavemente la niebla que poblaba su mente y le había devuelto cierta coordinación a sus movimientos; al menos ya no caminaba haciendo pronunciadas eses, sólo se tambaleaba y tropezaba de vez en cuando. Ante este pensamiento Ulrich dejó que una pequeña sonrisa irónica apareciera en sus labios. Sería divertido verle al día siguiente, cuando la resaca le martilleara las sienes y el estómago intentase salírsele por la boca, por no hablar del mal carácter que se le pondría. Pero Ulrich aún podía disfrutar unas horas junto a Anatol antes de que el cielo le castigase, y eso era lo que iba a hacer.
Por otro lado, el cambiaformas se percató de que poco a poco las casas iban desapareciendo a su alrededor para ser sustituídas a cada paso por árboles y arbustos. Ulrich había creído que Anatol le llevaría a alguna plaza o a otra taberna con un ambiente menos cargado, pero no que llevaría dar un paseo por el bosque. Y aunque no era, precisamente, lo que él había esperado, le parecía una aventura interesante. Lo suyo eran los misterios, las emociones fuertes, vivir la vida como si cada día fuese el último y tirarse al vacío sin red. Claro que con una hermana pequeña a cuestas, poco se podía hacer. Ulrich había firmado en su própia alma que cuidaría de ella, y si para conseguirlo debía encerrarse entre las paredes de París, lo haría.
El cambiaformas iba totalmente concentrado en sus pensamientos, cuando la raíz de un gran árbol cercano que sobresalía de la tierra le hizo tropezar y le devolvió al presente. El bosque ahora era muy frondoso y la luz iba disminuyendo a medida que se adentraban más en la espesura, y aunque Ulrich no tenía problemas para ver en la oscuridad, la situación le resultaba un tanto inquietante. ¿Adónde le estaría llevando Anatol? No tenía conocimiento de que hubiese nada en mitad del bosque, ni siquiera alguna casucha donde los viajeros pasaran la noche. El chico miró a su acompañante fijamente, evaluándole. No parecía la clase de persona que escondiera detrás de aquel rostro casi inexpresivo alguna clase de trastorno psicologico.
-Si tu idea para pasar la velada es clavarme un puñal en la espalda y beberte mi sangre como si fuese zumo, te aconsejo que lo intentes ya. Sería muy aburrido tener que desandar todo el camino yo solo.-Comentó con tranquilidad y una sonrisa divertida en los labios. Había hecho hincapié en el "intentar".
Iba a bromear un poco más haciendo referencia a la decoración del lugar, pero calló y aguzó el oído para detectar con más claridad los sonidos que envolvían el bosque. Risas y cantos de mujeres, lo que no pudo hacer más que despertar la incandescente curiosidad del felino. Allí, a unos metros de él, había algo que le llamaba como si le conociese de toda la vida, como si se estuviese acercando al lugar al que siempre había pertenecido, pero Ulrich lo hubiese olvidado por una mala jugada del destino. Cuanto más se acercaban, más rápido le latía el corazón y más curioso se sentía, pero sólo Anatol tenía la llave para llevarle hasta las puertas de aquel inesperado lugar.
Por otro lado, el cambiaformas se percató de que poco a poco las casas iban desapareciendo a su alrededor para ser sustituídas a cada paso por árboles y arbustos. Ulrich había creído que Anatol le llevaría a alguna plaza o a otra taberna con un ambiente menos cargado, pero no que llevaría dar un paseo por el bosque. Y aunque no era, precisamente, lo que él había esperado, le parecía una aventura interesante. Lo suyo eran los misterios, las emociones fuertes, vivir la vida como si cada día fuese el último y tirarse al vacío sin red. Claro que con una hermana pequeña a cuestas, poco se podía hacer. Ulrich había firmado en su própia alma que cuidaría de ella, y si para conseguirlo debía encerrarse entre las paredes de París, lo haría.
El cambiaformas iba totalmente concentrado en sus pensamientos, cuando la raíz de un gran árbol cercano que sobresalía de la tierra le hizo tropezar y le devolvió al presente. El bosque ahora era muy frondoso y la luz iba disminuyendo a medida que se adentraban más en la espesura, y aunque Ulrich no tenía problemas para ver en la oscuridad, la situación le resultaba un tanto inquietante. ¿Adónde le estaría llevando Anatol? No tenía conocimiento de que hubiese nada en mitad del bosque, ni siquiera alguna casucha donde los viajeros pasaran la noche. El chico miró a su acompañante fijamente, evaluándole. No parecía la clase de persona que escondiera detrás de aquel rostro casi inexpresivo alguna clase de trastorno psicologico.
-Si tu idea para pasar la velada es clavarme un puñal en la espalda y beberte mi sangre como si fuese zumo, te aconsejo que lo intentes ya. Sería muy aburrido tener que desandar todo el camino yo solo.-Comentó con tranquilidad y una sonrisa divertida en los labios. Había hecho hincapié en el "intentar".
Iba a bromear un poco más haciendo referencia a la decoración del lugar, pero calló y aguzó el oído para detectar con más claridad los sonidos que envolvían el bosque. Risas y cantos de mujeres, lo que no pudo hacer más que despertar la incandescente curiosidad del felino. Allí, a unos metros de él, había algo que le llamaba como si le conociese de toda la vida, como si se estuviese acercando al lugar al que siempre había pertenecido, pero Ulrich lo hubiese olvidado por una mala jugada del destino. Cuanto más se acercaban, más rápido le latía el corazón y más curioso se sentía, pero sólo Anatol tenía la llave para llevarle hasta las puertas de aquel inesperado lugar.
Ulrich Scott- Mensajes : 190
Fecha de inscripción : 12/09/2010
Re: Ritmos orientales (Ulrich Scott)
La luna apenas podía percibirse por entre las ramas de los árboles, solo un ligero esbozo blanquecino, demasiado alejado como para presentarse realmente presente, pero, aún así, era capaz de reconocer el inexistente camino que llevaba hacia nuestro destino. Sus pasos eran seguros, aunque tenía algo de cuidado en mirar por dónde caminaba pues, con toda seguridad, el terreno habría variado desde la última vez que transitara por allí. Raíces, barro, rocas, solo eran algunos de los impedimentos que le harían tropezar y terminar en el suelo, y no era precisamente su intención acabar cubierto de lodo. Cerca ya de su destino, Anatol escuchó la voz del muchacho hablarle.
- No te preocupes. No es mi intención clavarte precisamente un puñal o beber tu sangre – le contestó mirándole por encima de su hombro con una pequeña sonrisa instalada en sus labios. ”Un puñal no, pero…” pensó solo para reprenderse al segundo después con un ”Gilipollas” resonando por las profundidades de su mente durante unos instantes -. Ya casi estamos – volvió a abrir la boca para informarle
El cercano sonido de lo que el muchacho creía identificar con una zanfoña siguió aumentando en volumen hasta envolverlos, dejando solo la fuerte luz de aquella hoguera, de la que ya se comenzaba a oír el crepitar, como única guía. Las fuertes voces de las mujeres seguían pronunciando aquel antiguo idioma que el ruso no entendía, pero que escuchaba prácticamente cada vez que visitaba el lugar. Pronto los troncos de los árboles comenzaron a dejar ver su destino, el cual, según se iban acercando, se fue volviendo más nítido. Lo que más llamaba la atención del lugar era la gran hoguera, de varios metros de alto, alrededor de la cual se comenzaban a ver un buen grupo de personas recortadas a contraluz bailando en torno a ella. El calor que desprendía debía de ser bastante importante, lo suficiente como para hacer agradable la estancia en el claro e iluminarlo por completo, pero aún estaban fuera de él, por lo que la temperatura aún rozaba el aterimiento. Más lejos del lugar, repartidos por todo el lugar, había un incontable número de grupos de personas que, o bien se sentaban en mesas iluminadas por velas, o bien se arrejuntaban en el mismo suelo. Allí la gente bebía hasta la embriaguez, se divertía, cantaba, bailaba, perdía su dinero en apuestas o reía por las ganancias, seducía, corría… en resumidas cuentas, se dejaban llevar por el momento. Los gitanos leían el futuro, las brujas danzaban alrededor del fuego o embelesaban a todos con sus atrevidos cantos, las rameras rondaban el lugar buscando hombres a los que seducir, los borrachos inundaban el suelo y los chiquillos que aún no habían sucumbido al sueño rondaban el lugar con sus ágiles movimientos. Todos allí, conocidos o desconocidos, eran familia. Todos confiaban, al menos hasta cierto punto. Allí los malos sentimientos se dejaban de lado o se restringían a riñas pasajeras. Aquel claro era un lugar para el esparcimiento y el placer. Entonces, justo en aquella línea imaginaria que formaban los últimos árboles del bosque, Anatol se giró casi completamente hacia Ulrich y, extendiendo una mano hacia el interior de aquel despejado, le habló:
- Bienvenido al Círculo de la Bruja – le dijo el ruso sonriendo al tiempo que lo invitaba a entrar
Según dejaron la frialdad del bosque, varias figuras cercanas se giraron hacia a ellos. Sin prestarles demasiada atención, volvieron a sus quehaceres. Sin embargo, una voz les llegó desde algún lugar a medio camino hacia la hoguera.
- ¡Anatol! – pronunció un joven en la distancia, agitando la mano, que, a juzgar por las apariencias, asemejaba tener un pelo ligeramente cobrizo. El aludido sonrió y comenzó a andar hacia allí -. Vamos, Ulrich – pronunció amablemente
Allí la tierra estaba seca, incluso había césped repartido por algunos lugares. En su no muy largo trayecto dejaron atrás una carroza, la cual nadie sabía cómo había alcanzado a atravesar el bosque con su anchura, frente a la cual un grupo de muchachos se había reunido, al parecer discutiendo acerca de algunas de las jovencitas que se dedicaban a contemplar el fuego y las atrevidas acrobacias de algunos bailarines.
- Alain – dijo el ruso al llegar frente a aquel chico, el cual estaba acompañado de otras tres personas, de las cuales solo alcanzó a reconocer a una, a la cual saludó -. Éste es Ulrich, un amigo.
- Nuevo, supongo – me interrogó el pelirrojo con la mirada y, ante mi asentimiento, prosiguió -. Bienvenido al Círculo de la Bruja, Ulrich
- No te preocupes. No es mi intención clavarte precisamente un puñal o beber tu sangre – le contestó mirándole por encima de su hombro con una pequeña sonrisa instalada en sus labios. ”Un puñal no, pero…” pensó solo para reprenderse al segundo después con un ”Gilipollas” resonando por las profundidades de su mente durante unos instantes -. Ya casi estamos – volvió a abrir la boca para informarle
El cercano sonido de lo que el muchacho creía identificar con una zanfoña siguió aumentando en volumen hasta envolverlos, dejando solo la fuerte luz de aquella hoguera, de la que ya se comenzaba a oír el crepitar, como única guía. Las fuertes voces de las mujeres seguían pronunciando aquel antiguo idioma que el ruso no entendía, pero que escuchaba prácticamente cada vez que visitaba el lugar. Pronto los troncos de los árboles comenzaron a dejar ver su destino, el cual, según se iban acercando, se fue volviendo más nítido. Lo que más llamaba la atención del lugar era la gran hoguera, de varios metros de alto, alrededor de la cual se comenzaban a ver un buen grupo de personas recortadas a contraluz bailando en torno a ella. El calor que desprendía debía de ser bastante importante, lo suficiente como para hacer agradable la estancia en el claro e iluminarlo por completo, pero aún estaban fuera de él, por lo que la temperatura aún rozaba el aterimiento. Más lejos del lugar, repartidos por todo el lugar, había un incontable número de grupos de personas que, o bien se sentaban en mesas iluminadas por velas, o bien se arrejuntaban en el mismo suelo. Allí la gente bebía hasta la embriaguez, se divertía, cantaba, bailaba, perdía su dinero en apuestas o reía por las ganancias, seducía, corría… en resumidas cuentas, se dejaban llevar por el momento. Los gitanos leían el futuro, las brujas danzaban alrededor del fuego o embelesaban a todos con sus atrevidos cantos, las rameras rondaban el lugar buscando hombres a los que seducir, los borrachos inundaban el suelo y los chiquillos que aún no habían sucumbido al sueño rondaban el lugar con sus ágiles movimientos. Todos allí, conocidos o desconocidos, eran familia. Todos confiaban, al menos hasta cierto punto. Allí los malos sentimientos se dejaban de lado o se restringían a riñas pasajeras. Aquel claro era un lugar para el esparcimiento y el placer. Entonces, justo en aquella línea imaginaria que formaban los últimos árboles del bosque, Anatol se giró casi completamente hacia Ulrich y, extendiendo una mano hacia el interior de aquel despejado, le habló:
- Bienvenido al Círculo de la Bruja – le dijo el ruso sonriendo al tiempo que lo invitaba a entrar
Según dejaron la frialdad del bosque, varias figuras cercanas se giraron hacia a ellos. Sin prestarles demasiada atención, volvieron a sus quehaceres. Sin embargo, una voz les llegó desde algún lugar a medio camino hacia la hoguera.
- ¡Anatol! – pronunció un joven en la distancia, agitando la mano, que, a juzgar por las apariencias, asemejaba tener un pelo ligeramente cobrizo. El aludido sonrió y comenzó a andar hacia allí -. Vamos, Ulrich – pronunció amablemente
Allí la tierra estaba seca, incluso había césped repartido por algunos lugares. En su no muy largo trayecto dejaron atrás una carroza, la cual nadie sabía cómo había alcanzado a atravesar el bosque con su anchura, frente a la cual un grupo de muchachos se había reunido, al parecer discutiendo acerca de algunas de las jovencitas que se dedicaban a contemplar el fuego y las atrevidas acrobacias de algunos bailarines.
- Alain – dijo el ruso al llegar frente a aquel chico, el cual estaba acompañado de otras tres personas, de las cuales solo alcanzó a reconocer a una, a la cual saludó -. Éste es Ulrich, un amigo.
- Nuevo, supongo – me interrogó el pelirrojo con la mirada y, ante mi asentimiento, prosiguió -. Bienvenido al Círculo de la Bruja, Ulrich
Anatol K. Trubetzkoy- Humano Clase Baja
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Localización : Lejos de la Santa Madre Rusia
Re: Ritmos orientales (Ulrich Scott)
Ulrich seguía a Anatol con impaciencia por el espeso bosque, cuando su respuesta activó una zona en su cerebro reservada únicamente para los malos pensamientos. Por alguna razón, no había podido evitar que aquella frase del chico le sonara excitantemente bien, deliciosamente provocadora. Ulrich le miró con fijeza un par de segundos, anonadado, hasta que sacudió la cabeza y se mortificó mentalmente por haber pensado esas cosas de Anatol. No, él no parecía el tipo de chico que imprimía sentidos ocultos en sus palabras.
Pero ojalá lo fuera, pensó Ulrich de forma casi inconsciente, mientras se mordía el labio inferior con suavidad.
Después de eso, no tuvo tiempo de pensar en nada referente a ese tema, porque el mundo de lo prohibido abrió sus puertas de par en par para recibirle. Sus ojos se agrandaron cuando la visión de aquel espectáculo reservado sólo para unos pocos se instaló frente a él y Ulrich sintió que no daba bastante de si para curiosear cada rincón del claro, que necesitaría toda una vida para descubrir los secretos del lugar.
Una gran hoguera ardía furiosa en el centro del claro y aplacaba con bastante efectividad cualquier brisa de aire gélido que pudiese turbar el ánimo de los presentes, lo que le animó a acercarse al círculo que formaban los árboles y bajo la protección de los cuales se encontraban aquellos pintorescos personajes. Con una pequeña sonrisa en los labios, Ulrich observó a los que danzaban junto al fuego y a las mujeres que había oído cantar mientras se acercaban al lugar, para acto seguido devolverle la mirada a Anatol. Una mirada llena de sorpresa y de emociones contenidas.
-¿Qué...? ¿Qué es esto, Anatol?-Inquirió, aunque aceptó la invitación y le siguió por el claro.-]Nunca había oído hablar de algo llamado "El Círculo de la Bruja", ni siquiera sabía que hubiese algo en mitad del bosque.-Explicó, pero cuando sus ojos se posaron sobre un par de prostitutas que trataban de seducir a un hombre evidentemente borracho, Ulrich comprendió que probablemente se encontraban al margen de la ley, por lo que no podían ir divulgándolo por ahí. Claro que sólo eran vagas suposiciones.
Sin embargo, Ulrich no pudo cavilar mucho sobre el tema, porque antes de darse cuenta ambos habían llegado junto a una gran carroza (teniendo en cuenta los estrechos y abruptos lugares por los que habría tenido que pasar para llegar hasta allí) y a un grupo de chicos que hablaban entre sí. Ulrich se habría sentido intimidado si no fuese porque él nunca se sentía intimidado por nada. Así, se limitó a saludarles con un suave gesto de cabeza a excepción de uno de ellos, que Anatol le presentó personalmente.
-Gracias, Alain.-Contestó él, con una sonrisa cordial. Pocas, rozando la nulidad, eran las veces que él le sonreía a alguien simplemente porque "eso era lo que se tenía que hacer", y cuando sus labios se curvaron ligeramente hacia arriba esa vez, no lo hizo por simple educación. Aquel chico, igual que Anatol, le inspiraba cierta calma.-¿Cómo es posible que nadie conozca este lugar?-Preguntó el chico. Acto seguido echó una mirada a su alrededor y prosiguió.-No es como si las autoridades aprobaran todo esto, está claro.-Comentó, con una sonrisa traviesa apareciendo en sus labios.
El Círculo de la Bruja. Ulrich nunca había soñado con algo parecido, y ahora que había visto la verdadera cara de París, sentía que jamás sería podría volver a su aburrida vida anterior. Como si le hubiesen quitado la venda que cubría sus ojos durante todos esos años y por fin pudiese disfrutar de lo que la vida le brindaba. Sí, Ulrich sentía como el corazón le latía desbocado en el pecho, ansioso por conocer ese mundo en el que Anatol le había sumergido.
Pero ojalá lo fuera, pensó Ulrich de forma casi inconsciente, mientras se mordía el labio inferior con suavidad.
Después de eso, no tuvo tiempo de pensar en nada referente a ese tema, porque el mundo de lo prohibido abrió sus puertas de par en par para recibirle. Sus ojos se agrandaron cuando la visión de aquel espectáculo reservado sólo para unos pocos se instaló frente a él y Ulrich sintió que no daba bastante de si para curiosear cada rincón del claro, que necesitaría toda una vida para descubrir los secretos del lugar.
Una gran hoguera ardía furiosa en el centro del claro y aplacaba con bastante efectividad cualquier brisa de aire gélido que pudiese turbar el ánimo de los presentes, lo que le animó a acercarse al círculo que formaban los árboles y bajo la protección de los cuales se encontraban aquellos pintorescos personajes. Con una pequeña sonrisa en los labios, Ulrich observó a los que danzaban junto al fuego y a las mujeres que había oído cantar mientras se acercaban al lugar, para acto seguido devolverle la mirada a Anatol. Una mirada llena de sorpresa y de emociones contenidas.
-¿Qué...? ¿Qué es esto, Anatol?-Inquirió, aunque aceptó la invitación y le siguió por el claro.-]Nunca había oído hablar de algo llamado "El Círculo de la Bruja", ni siquiera sabía que hubiese algo en mitad del bosque.-Explicó, pero cuando sus ojos se posaron sobre un par de prostitutas que trataban de seducir a un hombre evidentemente borracho, Ulrich comprendió que probablemente se encontraban al margen de la ley, por lo que no podían ir divulgándolo por ahí. Claro que sólo eran vagas suposiciones.
Sin embargo, Ulrich no pudo cavilar mucho sobre el tema, porque antes de darse cuenta ambos habían llegado junto a una gran carroza (teniendo en cuenta los estrechos y abruptos lugares por los que habría tenido que pasar para llegar hasta allí) y a un grupo de chicos que hablaban entre sí. Ulrich se habría sentido intimidado si no fuese porque él nunca se sentía intimidado por nada. Así, se limitó a saludarles con un suave gesto de cabeza a excepción de uno de ellos, que Anatol le presentó personalmente.
-Gracias, Alain.-Contestó él, con una sonrisa cordial. Pocas, rozando la nulidad, eran las veces que él le sonreía a alguien simplemente porque "eso era lo que se tenía que hacer", y cuando sus labios se curvaron ligeramente hacia arriba esa vez, no lo hizo por simple educación. Aquel chico, igual que Anatol, le inspiraba cierta calma.-¿Cómo es posible que nadie conozca este lugar?-Preguntó el chico. Acto seguido echó una mirada a su alrededor y prosiguió.-No es como si las autoridades aprobaran todo esto, está claro.-Comentó, con una sonrisa traviesa apareciendo en sus labios.
El Círculo de la Bruja. Ulrich nunca había soñado con algo parecido, y ahora que había visto la verdadera cara de París, sentía que jamás sería podría volver a su aburrida vida anterior. Como si le hubiesen quitado la venda que cubría sus ojos durante todos esos años y por fin pudiese disfrutar de lo que la vida le brindaba. Sí, Ulrich sentía como el corazón le latía desbocado en el pecho, ansioso por conocer ese mundo en el que Anatol le había sumergido.
Ulrich Scott- Mensajes : 190
Fecha de inscripción : 12/09/2010
Re: Ritmos orientales (Ulrich Scott)
Mientras Alain se disponía a recibir a aquel nuevo candidato a miembro de aquella no definida hermandad, Anatol giró la vista a su derredor, pretendiendo analizar nuevamente la situación del lugar, como intentando encontrar algún cambio sustancial en aquel lugar. No encontró nada digno de mención.
El Círculo de la Bruja, ¿qué era el Círculo de la Bruja? ¿Aquel claro? ¿La hoguera que ardía en el centro? Más que un lugar, que era el origen del nombre, aquello era un grupo indefinido de gente que intentaba escapar de la vida mundana, que buscaba unos momentos de diversión y gente que, como ellos, ansiaba algo más. El mundo exterior, de alguna manera, no estaba hecho del todo para muchos de los que allí habitaban e, incluso, algunos habían decidido instalarse permanente en el lugar. Aún la noche inundaba con su oscuridad todo alrededor pero, por el día se podía ver cómo, en los descampados más alejados, florecían pequeños huertos o corrales de animales, bien protegidos por altas vallas de los animales salvajes. Aquello era una comunidad abierta, una gran familia. Lo cierto era que hacía tiempo que algunos querían poner cotas a la gente que se le permitía entrar al lugar, solo por motivos de seguridad, pero, a parte de que algunos se habían opuesto, ello se hubiera convertido en una ardua tarea. Aún así, el ruso había visto a varios hombres anotar nombres o descripciones.
- Bueno, esa es la idea, que nadie lo conozca – le explicó Anatol mirándole de nuevo a los ojos, sintiendo aquella mirada de un verde fuerte como el corazón de una esmeralda clavándose en su casi grisáceo tono -. Aquí se esconde mucha gente que ya no puede vivir en París – intentó contarle utilizando aquel eufemismo para nombrar a ladrones, pícaros e, incluso, asesinos. Lo cierto era que también había gente inocente que se refugiaba allí, pero muchos eran culpables de los delitos que se les achacaba -, por eso no puedes contarle a nadie nada de esto…
- …al menos si quieres contarlo – terminó uno de aquellos desconocidos, de nariz torcida y pelo moreno y algo grasiento, las palabras que el ruso no terminó de pronunciar. De todas formas, la mirada seria del chico, aseguraba la veracidad de sus palabras.
Lo cierto era que era costumbre llevar a los nuevos con los ojos vendados, pero, Anatol, con vodka en la sangre, había olvidado aquella necesaria tradición. De todas formas, el muchacho esperaba que, a causa del efecto de la bebida, el chico no hubiera sido capaz de recordar el trayecto de ida.
- Supongo que Anatol no te habrá contado nada sobre este lugar – dijo Alain interrogando al mentado con la mirada, leyendo en sus ojos una negación -. ¡Oh, vamos, Tolya! ¿Ni siquiera la leyenda?
El príncipe sonrió ante su disgusto. Sabía que el pelirrojo tenía bastante predilección por los relatos que circulaban por entre los habituales, aunque su veracidad quedara en importante duda. Se hablaba de seres extraordinarios que habitaban en el bosque, de relatos de brujas, de maleficios, de amores eternos o de destinos que perseguían a desdichados hombres, cuentos para no dejar que los niños durmieran a los que Anatol había vuelto a tomar en cuenta desde haría dos semanas, cuando un gato terminó por convertirse en una persona encima de la mesa de su propia cocina, un suceso algo surrealista pero al que debía tomar como real, sobretodo habiendo hablado con alguna de las brujas que transitaban el lugar.
- Quizás Gérald se preste a contarla luego – dijo el muchacho con una sonrisa –. Pero aún es pronto para eso – dijo mirando a sus dos compañeros que, a su vez, mostraron esa mueca alegre ensanchando sus labios -, nosotros nos vamos a bailar, ¿venís? – invitó el joven
- Ve si quieres, Ulrich – dijo el ruso moviendo levemente la cabeza hacia la hoguera -. Yo no bailo
El ruso se dirigió hacia el borde de aquel círculo irregular, sentándose no muy lejos de los troncos de los árboles, al tiempo que Alain miraba con ojos interrogantes a Ulrich, esperando su reacción.
El Círculo de la Bruja, ¿qué era el Círculo de la Bruja? ¿Aquel claro? ¿La hoguera que ardía en el centro? Más que un lugar, que era el origen del nombre, aquello era un grupo indefinido de gente que intentaba escapar de la vida mundana, que buscaba unos momentos de diversión y gente que, como ellos, ansiaba algo más. El mundo exterior, de alguna manera, no estaba hecho del todo para muchos de los que allí habitaban e, incluso, algunos habían decidido instalarse permanente en el lugar. Aún la noche inundaba con su oscuridad todo alrededor pero, por el día se podía ver cómo, en los descampados más alejados, florecían pequeños huertos o corrales de animales, bien protegidos por altas vallas de los animales salvajes. Aquello era una comunidad abierta, una gran familia. Lo cierto era que hacía tiempo que algunos querían poner cotas a la gente que se le permitía entrar al lugar, solo por motivos de seguridad, pero, a parte de que algunos se habían opuesto, ello se hubiera convertido en una ardua tarea. Aún así, el ruso había visto a varios hombres anotar nombres o descripciones.
- Bueno, esa es la idea, que nadie lo conozca – le explicó Anatol mirándole de nuevo a los ojos, sintiendo aquella mirada de un verde fuerte como el corazón de una esmeralda clavándose en su casi grisáceo tono -. Aquí se esconde mucha gente que ya no puede vivir en París – intentó contarle utilizando aquel eufemismo para nombrar a ladrones, pícaros e, incluso, asesinos. Lo cierto era que también había gente inocente que se refugiaba allí, pero muchos eran culpables de los delitos que se les achacaba -, por eso no puedes contarle a nadie nada de esto…
- …al menos si quieres contarlo – terminó uno de aquellos desconocidos, de nariz torcida y pelo moreno y algo grasiento, las palabras que el ruso no terminó de pronunciar. De todas formas, la mirada seria del chico, aseguraba la veracidad de sus palabras.
Lo cierto era que era costumbre llevar a los nuevos con los ojos vendados, pero, Anatol, con vodka en la sangre, había olvidado aquella necesaria tradición. De todas formas, el muchacho esperaba que, a causa del efecto de la bebida, el chico no hubiera sido capaz de recordar el trayecto de ida.
- Supongo que Anatol no te habrá contado nada sobre este lugar – dijo Alain interrogando al mentado con la mirada, leyendo en sus ojos una negación -. ¡Oh, vamos, Tolya! ¿Ni siquiera la leyenda?
El príncipe sonrió ante su disgusto. Sabía que el pelirrojo tenía bastante predilección por los relatos que circulaban por entre los habituales, aunque su veracidad quedara en importante duda. Se hablaba de seres extraordinarios que habitaban en el bosque, de relatos de brujas, de maleficios, de amores eternos o de destinos que perseguían a desdichados hombres, cuentos para no dejar que los niños durmieran a los que Anatol había vuelto a tomar en cuenta desde haría dos semanas, cuando un gato terminó por convertirse en una persona encima de la mesa de su propia cocina, un suceso algo surrealista pero al que debía tomar como real, sobretodo habiendo hablado con alguna de las brujas que transitaban el lugar.
- Quizás Gérald se preste a contarla luego – dijo el muchacho con una sonrisa –. Pero aún es pronto para eso – dijo mirando a sus dos compañeros que, a su vez, mostraron esa mueca alegre ensanchando sus labios -, nosotros nos vamos a bailar, ¿venís? – invitó el joven
- Ve si quieres, Ulrich – dijo el ruso moviendo levemente la cabeza hacia la hoguera -. Yo no bailo
El ruso se dirigió hacia el borde de aquel círculo irregular, sentándose no muy lejos de los troncos de los árboles, al tiempo que Alain miraba con ojos interrogantes a Ulrich, esperando su reacción.
Anatol K. Trubetzkoy- Humano Clase Baja
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Localización : Lejos de la Santa Madre Rusia
Re: Ritmos orientales (Ulrich Scott)
Ulrich asintió suavemente con la cabeza a las palabras de Anatol. Ya veía, todos allí eran proscritos, la llamada "gente indeseable" de París. La cara oculta que ningún ciudadano de clase alta quería ver en sus impolutas calles. Y aunque él no se había sentido desplazado en todo el tiempo que llevaba viviendo en la ciudad (tal vez porque nunca le había importado lo más mínimo lo que los demás pudiesen decir de él), lo cierto era que seguramente también era uno de esos marginados que nadie quería cerca. En ese momento, cuando la certeza de ser un desplazado se hizo presente, Ulrich no pudo evitar dedicar unos pocos pensamientos al gigantesco cambio que había dado su vida desde...bueno, desde que se marchó de Inglaterra.
Allí tampoco es que fuese uno de esos niños ricos insoportables que se veían en París, pero al menos tenían unos pocos ahorros con los que pasar el mes cómodamente. Sin embargo, en esa ciudad los dos hermanos Scott vivían de lo que sus tíos podían mandarles desde Inglaterra y de algún que otro trabajo eventual que surgía de vez en cuando, lo que de todas formas no les daba para vivir como antes. Sí, Ulrich suponía que se le podía considerar un miembro más de ese desprestigiado grupo que era la "clase baja" parisina. Con un suspiro, Ulrich devolvió su atención al claro y a Anatol.
-Entiendo...-Pronunció, con una sonrisa pícara. Ya había intuído minutos antes quiénes eran aquellos que "ya no podían vivir en París", pero oírselo decir al chico se lo confirmó.
Disimuladamente, Ulrich miró a Alain y a Anatol con curiosidad. Entonces...¿Ellos también habían escapado del alcance de la ley, habían cometido algún crimen? Aunque sentía cierta curiosidad, el cambiaformas se encogió de hombros y se negó a preguntarlo, pensando que allí nadie culpaba a nadie y que él no sería el primero en hacerlo. A fin de cuentas, también se había visto en la obligación de robar alguna vez.
-Tranquilos, no tengo intención de hablarle a nadie de este sitio. Tampoco es que conozca a mucha gente en la ciudad, pero...esto me gusta, y si nadie se opone tengo intención de volver alguna que otra noche.-Comentó sonriente. Le habían mostrado el camino hacia lo prohibido, y Ulrich no pensaba dejarlo escapar.
Acto seguido, la palabra "leyenda" captó su atención. Por lo que parecía, había una historia que envolvía los secretos del lugar, pero Ulrich tuvo que conformarse con eso, puesto que Alain y los demás parecían dispuestos a dejarle con la curiosidad para ir a bailar alrededor de la hoguera. En fin, tal vez pudiese sacarle la susodicha leyenda a Anatol más tarde. Así, Ulrich estaba a punto de seguir a Anatol para sentarse con él cuando la propuesta de acompañar a aquellos chicos en el baile le llegó por sorpresa. Ni siquiera se había planteado la posibilidad de poner su agilidad a prueba esa noche, teniendo en cuenta las dificultades que había tenido al principio para sostenerse en pie. Con una sonrisa amable, el cambiaformas declinó la propuesta.
-No me siento demasiado confiado en mis dotes para el baile ahora mismo, tal vez luego.-Respondió divertido, para después despedirse de ellos alzando una mano. Sería mejor que se quedase sentado hasta que recuperase por completo la coordinación mente-cuerpo. Con eso en mente, Ulrich buscó a Anatol con la mirada y se acercó a él con pasos lentos, sentándose a su lado para observar la gran hoguera y a los bailarines.
-He de reconocer que no me sentía demasiado tranquilo mientras veníamos hacia aquí, pero ha valido la pena. Si tuviese la posibilidad de regresar al pasado, creo que volvería a entrar en esa taberna llena de humo y gente gritando y me sentaría a tu lado, otra vez.-Comentó, con el fuego reflejado en sus ojos esmeraldas y expresión seria. La verdad era que no estaba muy seguro de si volvería a sentarse con él sólo por haber tenido la oportunidad de encontrar El Círculo de la Bruja o había alguna otra razón oculta, pero sinceramente, en aquel momento ni siquiera le importó.
Allí tampoco es que fuese uno de esos niños ricos insoportables que se veían en París, pero al menos tenían unos pocos ahorros con los que pasar el mes cómodamente. Sin embargo, en esa ciudad los dos hermanos Scott vivían de lo que sus tíos podían mandarles desde Inglaterra y de algún que otro trabajo eventual que surgía de vez en cuando, lo que de todas formas no les daba para vivir como antes. Sí, Ulrich suponía que se le podía considerar un miembro más de ese desprestigiado grupo que era la "clase baja" parisina. Con un suspiro, Ulrich devolvió su atención al claro y a Anatol.
-Entiendo...-Pronunció, con una sonrisa pícara. Ya había intuído minutos antes quiénes eran aquellos que "ya no podían vivir en París", pero oírselo decir al chico se lo confirmó.
Disimuladamente, Ulrich miró a Alain y a Anatol con curiosidad. Entonces...¿Ellos también habían escapado del alcance de la ley, habían cometido algún crimen? Aunque sentía cierta curiosidad, el cambiaformas se encogió de hombros y se negó a preguntarlo, pensando que allí nadie culpaba a nadie y que él no sería el primero en hacerlo. A fin de cuentas, también se había visto en la obligación de robar alguna vez.
-Tranquilos, no tengo intención de hablarle a nadie de este sitio. Tampoco es que conozca a mucha gente en la ciudad, pero...esto me gusta, y si nadie se opone tengo intención de volver alguna que otra noche.-Comentó sonriente. Le habían mostrado el camino hacia lo prohibido, y Ulrich no pensaba dejarlo escapar.
Acto seguido, la palabra "leyenda" captó su atención. Por lo que parecía, había una historia que envolvía los secretos del lugar, pero Ulrich tuvo que conformarse con eso, puesto que Alain y los demás parecían dispuestos a dejarle con la curiosidad para ir a bailar alrededor de la hoguera. En fin, tal vez pudiese sacarle la susodicha leyenda a Anatol más tarde. Así, Ulrich estaba a punto de seguir a Anatol para sentarse con él cuando la propuesta de acompañar a aquellos chicos en el baile le llegó por sorpresa. Ni siquiera se había planteado la posibilidad de poner su agilidad a prueba esa noche, teniendo en cuenta las dificultades que había tenido al principio para sostenerse en pie. Con una sonrisa amable, el cambiaformas declinó la propuesta.
-No me siento demasiado confiado en mis dotes para el baile ahora mismo, tal vez luego.-Respondió divertido, para después despedirse de ellos alzando una mano. Sería mejor que se quedase sentado hasta que recuperase por completo la coordinación mente-cuerpo. Con eso en mente, Ulrich buscó a Anatol con la mirada y se acercó a él con pasos lentos, sentándose a su lado para observar la gran hoguera y a los bailarines.
-He de reconocer que no me sentía demasiado tranquilo mientras veníamos hacia aquí, pero ha valido la pena. Si tuviese la posibilidad de regresar al pasado, creo que volvería a entrar en esa taberna llena de humo y gente gritando y me sentaría a tu lado, otra vez.-Comentó, con el fuego reflejado en sus ojos esmeraldas y expresión seria. La verdad era que no estaba muy seguro de si volvería a sentarse con él sólo por haber tenido la oportunidad de encontrar El Círculo de la Bruja o había alguna otra razón oculta, pero sinceramente, en aquel momento ni siquiera le importó.
Ulrich Scott- Mensajes : 190
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Re: Ritmos orientales (Ulrich Scott)
Los tambores, las flautas y una tímida pandereta comenzaron a fusionarse con las voces de un coro de mujeres que sustituyeron a las brujas en aquella extraña y antigua invocación que, de alguna extraña manera, parecía guardar aquel reducto de festiva paz de cualquier amenaza externa. Las dulces melodías cantaban en un perfecto inglés hablando acerca de una doncella, sumiendo a todos los presentes en una especie de sueño hipnótico alrededor de aquella gran hoguera, donde bailaban en descoordinados e, incluso, caóticos pasos, saltos y vueltas. Varios muchachos y hombres con un evidente exceso de alcohol en vena se acercaban con un torpe intento de desinterés hacia aquellas jovencitas que, con atrevidos e ingeniosos comentarios, lograban humillar a sus pretendientes, haciendo, así, que no tuvieran más remedio que volver por donde habían llegado. Aquellas brujas que antes hubieran hechizado a los presentes con su áspero e incluso tosco recital se hallaban ahora reunidas en círculo, a medio camino hacia el bosque, riéndose de alguna mordaz intervención o, quizás, planeando alguna diversión para aquella noche. Una de ellas dirigió una mirada hacia donde nosotros nos encontrábamos, pero, sin demasiado interés, volvió a centrarse en sus compañeras. Aquello era lo mismo que las noches anteriores, siempre igual, pero no por ello menos deseable.
Ulrich decidió que no estaba en condiciones como para imitar a aquellos grupos que se contorneaban groseramente alrededor del fuego, por lo cual, tras despedirse, intentó hallar dónde había ido su acompañante, el cual aún no había apartado la mirada de él, por lo cual ambos pares de ojos no tardaron en encontrarse, haciendo que, por alguna extraña razón, Anatol sintiese a su corazón alterarse al tiempo que su respiración se cortaba, sin siquiera poder hacer nada por escapar de aquel fatídico abrazo que, sin embargo, le embargaba como un oscuro deseo. El chico, entonces, se acercó a donde el ruso se había sentado, colocándose, a su vez, a su lado.
- La verdad es que no debiera de haberte traído aquí sin conocerte antes – se sinceró el muchacho ante sus palabras, posando su vista en aquella lejana hoguera, la cual ardía feroz, lanzando grandes llamaradas hacia el cielo, lanzando e intentando mordisquear una figura invisible que, al parecer, lograba escapar siempre de él. De todas formas, el joven ruso se sintió internamente feliz, no sólo porque aquel muchacho no se arrepintiese de lo que había sucedido aquella noche, sino, además, por la manera en lo que lo había dicho, la cual parecía indicarle que no era exclusivamente por haber encontrado aquel lugar, sino también por haberlo hecho con él. Una extraña sensación de complacencia, que Anatol sabía ingenua, se instaló en su corazón -. Sea como sea… – inició aquella frase quebrada por la fuerza que empleo para terminar de tumbarse en el suelo, extendiéndose cual largo era y colocando ambas palmas de sus manos bajo su cabeza, protegiendo así su nuca de la dura tierra – Sea como sea no me arrepiento de que estés aquí… conmigo – el chico se permitió aquel desliz, aquella pausa que quería indicar algo más, como un leve interés despreocupado que bien podría hacerle creer lo que Anatol quería indicar, o bien podría no añadir ningún significado más, si él no quería verlo en sus palabras
El ruso soltó todo el contenido de sus pulmones en una exhalación tranquila y prolongada, dejando que todos sus músculos se relajaran y que su cuerpo se acostumbrara a la estricta forma de la tierra. Sus ojos, en cambio, se hallaban clavados en aquella infinita oscuridad que se extendía sobre ellos, encerrada entre las copas de los árboles, solo rota por los incontables puntos de luz que eran las estrellas o el manto translúcido de humo que impedía, por momentos, alcanzar esa bóveda celeste. Anatol se sentía bien, sosegado y a gusto al lado de aquel desconocido. La reacción normal de aquel joven hombre hubiera sido no tomarse confianzas con una nueva persona en su vida o mostrarse precavido acerca de esas inocentes sensaciones que anidaban en su corazón, al fin y al cabo, esas inexplicables impresiones no eran sino el opio de la razón y, por lo tanto, causa de tantas tragedias, como la que había terminado por llevar a su familia a la situación actual.
- ¿Qué hacías en la taberna antes? No se te veía con muchas ganas de fiesta – indicó el ruso. Quizás él no quisiera hablar de ello, pero Anatol había intentado iniciar una conversación, posiblemente intentando buscar que su acompañante no se sintiese a disgusto, dado que, en realidad, al chico no le molestaba el silencio y, por alguna razón, menos aún su silencio. Sentía que, de alguna manera, podía confiar en él, y esa no era una sensación que tenía demasiado a menudo
Anatol K. Trubetzkoy- Humano Clase Baja
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Re: Ritmos orientales (Ulrich Scott)
Ulrich apoyó las manos en la hierba y entrecerró los ojos, disfrutando de la suave música que les envolvía como si estuviese dedicada para ellos. Cada nota danzaba alrededor de ambos como los bailarines en torno a la hoguera, jugando con ella, provocando a las llamas. Ulrich casi sentía la música acariciarle las mejillas igual que un lejano y pícaro fantasma. O tal vez fuese aquel ambiente mágico, el que le había hechizado y atado a lo que Anatol y Alain habían llamado El Círculo de la Bruja.
Poco a poco, Ulrich dejó que sus manos resbalaran sobre el césped y su cuerpo se fuese reclinando hacia atrás hasta que quedó completamente tumbado junto a Anatol, mirando la parte del cielo que los árboles le concedían. Permaneció en completo silencio mientras el chico le comunicaba que no debía haberle traído, siendo ambos un par de extraños. Él no pudo hacer más que darle la razón, pues aún no sabía qué instinto irracional le había empujado a atraer a un desconocido a un lugar tan secreto. ¿Acaso no temía que pudiese decirle a alguien la existencia del Círculo? ¿No le creía capaz de aceptar un buen soborno a cambio de información? Ulrich cerró los ojos completamente, pensando que para ser un felino, expertos en espionaje y perfectos traidores, era bastante fiel en lo que a sus creencias y a sus amigos se trataba. En efecto, no iba a trabajar para las autoridades y jamás se habría planteado quebrantar la paz del Círculo, por mucho que le pagaran. Porque aunque acabara de conocer la existencia de aquella pequeña sociedad, Ulrich ya la sentía como parte de él. Lo que siempre había estado buscando, por fin frente a él.
-Pero me has traído.-Añadió el cambiaformas, ladeando la cabeza para mirar a Anatol, con una juguetona sonrisa bailando en sus labios.-Yo soy de los que piensan que de vez en cuando, las decisiones irracionales son las mejores. Tal vez estabamos destinados a encontrarnos esta noche, a que me trajeras aquí de forma totalmente irracional.-Comentó, con un brillo de poderosa honestidad en los ojos.
Acto seguido, Ulrich notó aquella breve pausa en las palabras de Anatol. Un pequeñísimo instante de silencio que al cambiaformas se le antojó como un punto y a parte. Como el punto final de un capítulo justo antes de empezar el siguiente, incluso. Porque Anatol había querido hacer notar esa leve (o no tan leve) diferencia entre "estar ahí" y "estar ahí con él". Ulrich le miró algo más serio durante unos instantes, clavando sus ojos esmeraldas en los grises de su acompañante, como si buscara una pista que le indicase el significado de esa frase. Lamentablemente, no encontró lo que buscaba, por lo que tuvo que dejarlo pasar...por el momento.
-Yo tampoco me arrepiento.-Respondió él, con intensidad avasalladora. Durante un instante, los dedos de Ulrich se movieron, dispuestos a alcanzar el cuerpo de Anatol, apenas a unos centrímetros de él. Durante un breve segundo, Ulrich tuvo ganas concederse ese nimio capricho y rozarle con el dorso de los dedos, sólo para comprobar que todo aquello era real; pero haciendo caso omiso a todos sus ideales, se contuvo. Cerró la mano con fuerza y devolvió la mirada al cielo, escapando a un terreno más seguro. No podía arriesgarse, no aún. Por suerte, Anatol decidió cambiar de tema y salvarle así de las preguntas que habían empezado a formularse en su mente. Preguntas incómodas, preguntas sin respuesta.
-Trataba de...escapar, supongo. De los recuerdos y del presente.-Dijo, sin especificar demasiado. No era la clase de persona que gustaba contando sus problemas o sus inquietudes, pero...Anatol le había descubierto una pequeña parte de u mundo, así que Ulrich se sentía en deuda con él.-Dicen que el acohol ayuda a olvidar, pero es mentira. Sólo les echa una manta por encima a los problemas para que no puedas verlos, pero siguen estando ahí y puedes sentirlos perfectamente, tras tu espalda, esperando a que el alcohol te libere para volver a torturarte.-Explicó, con la vista clavada en las ramas de los árboles que tenía justo encima suyo.-¿Y tú, qué hacías allí? Tampoco es como si se te hubiese visto muy animado. Tal vez me senté a tu lado por eso, porque parecías en una situación similar.-Añadió, dejando que una pequeña sonrisa se formase en sus labios después de varios minutos de completa inexpresión.
Poco a poco, Ulrich dejó que sus manos resbalaran sobre el césped y su cuerpo se fuese reclinando hacia atrás hasta que quedó completamente tumbado junto a Anatol, mirando la parte del cielo que los árboles le concedían. Permaneció en completo silencio mientras el chico le comunicaba que no debía haberle traído, siendo ambos un par de extraños. Él no pudo hacer más que darle la razón, pues aún no sabía qué instinto irracional le había empujado a atraer a un desconocido a un lugar tan secreto. ¿Acaso no temía que pudiese decirle a alguien la existencia del Círculo? ¿No le creía capaz de aceptar un buen soborno a cambio de información? Ulrich cerró los ojos completamente, pensando que para ser un felino, expertos en espionaje y perfectos traidores, era bastante fiel en lo que a sus creencias y a sus amigos se trataba. En efecto, no iba a trabajar para las autoridades y jamás se habría planteado quebrantar la paz del Círculo, por mucho que le pagaran. Porque aunque acabara de conocer la existencia de aquella pequeña sociedad, Ulrich ya la sentía como parte de él. Lo que siempre había estado buscando, por fin frente a él.
-Pero me has traído.-Añadió el cambiaformas, ladeando la cabeza para mirar a Anatol, con una juguetona sonrisa bailando en sus labios.-Yo soy de los que piensan que de vez en cuando, las decisiones irracionales son las mejores. Tal vez estabamos destinados a encontrarnos esta noche, a que me trajeras aquí de forma totalmente irracional.-Comentó, con un brillo de poderosa honestidad en los ojos.
Acto seguido, Ulrich notó aquella breve pausa en las palabras de Anatol. Un pequeñísimo instante de silencio que al cambiaformas se le antojó como un punto y a parte. Como el punto final de un capítulo justo antes de empezar el siguiente, incluso. Porque Anatol había querido hacer notar esa leve (o no tan leve) diferencia entre "estar ahí" y "estar ahí con él". Ulrich le miró algo más serio durante unos instantes, clavando sus ojos esmeraldas en los grises de su acompañante, como si buscara una pista que le indicase el significado de esa frase. Lamentablemente, no encontró lo que buscaba, por lo que tuvo que dejarlo pasar...por el momento.
-Yo tampoco me arrepiento.-Respondió él, con intensidad avasalladora. Durante un instante, los dedos de Ulrich se movieron, dispuestos a alcanzar el cuerpo de Anatol, apenas a unos centrímetros de él. Durante un breve segundo, Ulrich tuvo ganas concederse ese nimio capricho y rozarle con el dorso de los dedos, sólo para comprobar que todo aquello era real; pero haciendo caso omiso a todos sus ideales, se contuvo. Cerró la mano con fuerza y devolvió la mirada al cielo, escapando a un terreno más seguro. No podía arriesgarse, no aún. Por suerte, Anatol decidió cambiar de tema y salvarle así de las preguntas que habían empezado a formularse en su mente. Preguntas incómodas, preguntas sin respuesta.
-Trataba de...escapar, supongo. De los recuerdos y del presente.-Dijo, sin especificar demasiado. No era la clase de persona que gustaba contando sus problemas o sus inquietudes, pero...Anatol le había descubierto una pequeña parte de u mundo, así que Ulrich se sentía en deuda con él.-Dicen que el acohol ayuda a olvidar, pero es mentira. Sólo les echa una manta por encima a los problemas para que no puedas verlos, pero siguen estando ahí y puedes sentirlos perfectamente, tras tu espalda, esperando a que el alcohol te libere para volver a torturarte.-Explicó, con la vista clavada en las ramas de los árboles que tenía justo encima suyo.-¿Y tú, qué hacías allí? Tampoco es como si se te hubiese visto muy animado. Tal vez me senté a tu lado por eso, porque parecías en una situación similar.-Añadió, dejando que una pequeña sonrisa se formase en sus labios después de varios minutos de completa inexpresión.
Ulrich Scott- Mensajes : 190
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