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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Anatol K. Trubetzkoy Mar Sep 14, 2010 11:01 am

Recuerdo del primer mensaje :

Una pesada calidez invadía el espacio. Desde la gran chimenea crepitaban los múltiples troncos al arder, produciendo un denso humo que, parcialmente, se filtraba en la estancia, trayendo un fuerte e irritante olor que se introducía en las fosas nasales de los presentes en el lugar. La gran sala también se encontraba llena de ruido, un murmullo generalizado compuesto por una multitud de rudas voces, jarras chocándose y roncas carcajadas, pero, sobretodo, por encima de todo, se escuchaba la música que varios empleados, al fondo, producían. Su ritmo era, quizás, algo sensual, con toques orientales, como los gustos del momento comenzaban a exigir, al tiempo que una dulce voz de una mujer cantaba mientras se movía. Según se decía, su procedencia era egipcia, y su vestimenta y habla no hacía sino reforzar esa intuición. Mis ojos se hallaban clavados en ella, viendo como movía sus manos, sus pies y, sobretodo sus caderas y vientre, de forma atractiva, atrayente, casi hipnótica. Golpes secos, imposibles, su desnudez, su piel tersa y pálida, no me extrañaba que buena parte de los varones del lugar se encontraran tan cerca de ella como el dueño del local les permitía, como si fueran moscas y la mujer un reguero de serpenteante miel.

Suspiré retirando mi mirada. Me parecía algo estúpida la reacción de toda aquella multitud, desviviéndose sin llegar a disfrutar. Yo me encontraba apartado, en la barra, girado hacia a ella, con un vaso de madera relleno de vodka agarrado con mi mano izquierda, al cual di otro sorbo, vaciándolo en buena medida. ¿El por qué me encontraba allí? Sencillo, lo que hace la mayoría de la gente como yo en una taberna: olvidar. Olvidar mis problemas, el trabajo de la fábrica, el destierro, mis preocupaciones, un hermano lejos de casa y, posiblemente, en peligro, pero por el que no me preocupaba en gran medida. Lo cierto era que Vasili bien se las podría apañar bien solo, sobretodo teniendo en cuenta que hacía más de un año que no sabía de él. Personalmente, lo prefería así, alejado.

Extendiéndome de nuevo, colocando mi espalda más o menos recta, estiré mi camisa blanca, quizás en un intento por disimular las arrugas o, sencillamente por entretenerme. No había nadie con quién hablar aunque, por otro lado, tampoco sabría de qué hablar. Fuera como fuese, la soledad tampoco me incomodaba. Sin otra cosa que hacer, dirigí mi mirada a aquel cuerpo que se contorsionaba sobre la tarima de madera.

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Mensaje por Anatol K. Trubetzkoy Jue Sep 23, 2010 8:03 am

Aquel calor sofocante que el chico conocía tan bien, aquel bochorno que llegaba a chocar contra el rostro hasta el punto de hacer llorar los ojos, quedaba diluido en el ambiente y en la frialdad de la noche, de forma que, en el lugar donde se encontraban llegaba de forma tenue y apagada, lo suficiente como para hacer agradable aquellas medianas noches de otoño. El cielo, sin embargo, estaba claro, sin apenas nubes, permitiendo la contemplación de su sublime realidad: extenso y prodigioso, pero infinito y lejano, como intentando escapar de aquella tragedia terrenal que atraía toda gloria, magnificencia y felicidad. De momento, parecía que había logrado conseguir su objetivo.

Al lado de aquel príncipe desposeído se había tumbado por igual aquel joven de ojos profundamente verdes, dedicándose asimismo a la contemplación de aquella extensión que se abría sobre ellos. Anatol sintió el deseo, entonces, de girar sus ojos hacia él, como si su presencia hiciera empalidecer de alguna manera el oscuro cielo, como si no hubiese nada más que aquella inmensidad esmeralda que mereciese ser alabado. Sea como fuese, el muchacho resistió aquella tentación, achacándola al vodka. De igual manera, el ruso pensó que debió ser efecto del alcohol que, a causa de sus músculos del torso superior estirados, sintiese el anhelo de tener la cabeza de aquel muchacho sobre su pecho y, así, su brazo abrazándole y apretándole en contra de él, contemplando juntos, en aquella pacífica unión, lo que ya se hallaban contemplando. Anatol suspiró cerrando por un momento los ojos, pensando en que casi se hubiera prometido a sí mismo no beber nunca más de no ser que ya supiera que, sin remedio, volvería a hacer lo propio al menos una vez más.

Cuando el muchacho pronunciara sus primeras palabras, Anatol se permitió el lujo de cumplir, por apenas unos segundos, su primer capricho, posando su mirada sobre los ojos perdidos de aquel chico, quizás intentando encontrar aquel destino del que él hablara dentro de sus pupilas. Al no encontrar evidencias, se retiró de nuevo a su estado anterior.

- ¿Destino, coincidencia? No sé si importa mucho. Supongo que, ahora, lo único que importa es el presente; el ahora – constató delatando aquello como uno de sus refugios de paz, a pesar de la agitación que se presentaba en todo el claro. Anatol pensó, sin embargo, que seguramente debiera vendarle los ojos en el camino de vuelta hacia la ciudad, porque no pensaba que el joven tuviera pensado quedarse a descansar en aquel lugar. La realidad era que, por la mente del muchacho pasaba la exaltada sensación de que aquel presente que él predicaba era, precisamente, él y él, Anatol y Ulrich, ambos dos tumbados sobre esa mezcla de hierba y tierra alejada de aquella inmensa hoguera sin lograr escapar de ella, así como ninguno de los dos parecía poder escapar del otro sin tampoco atreverse a dejarse a él.

Pero, de todas formas, Ulrich no parecía referirse a aquella actualidad de la misma manera que el ruso lo hacía. Al parecer aquel muchacho se refería a un ”ahora” mucho más general y extendido, aquel que lograba englobar las preocupaciones y los problemas cotidiano y, así mismo, los no ordinarios también. La situación del chico se le antojaba familiar a Anatol, quizás demasiado cercana, algo que no hizo sino empequeñecer la distancia que, metafóricamente, los separaba, por muy pequeña que pudiera ser aquella aproximación.

- Escapar también, supongo – no sabía si realmente había tratado de entregarse a la bebida como, sin embargo, había hecho, o si, por el contrario, había pretendido que la ingenua felicidad de aquellos lugareños lo hubieran contagiado. Demasiado estúpido; él no estaba hecho para eso -. Con la bebida nadie perspicaz intenta solucionar sus problemas, solo buscar ese momento de paz en el que no logre verlo – Anatol suspiró ante el fracaso que la incursión de aquella noche, en lo que a aquellos términos se veía referido -, pero parece que ni a ti ni a mí nos hace mucho efecto – adivinó él con una mediana sonrisa inundando sus labios. El muchacho no quiso preguntar acerca de las cuestiones que su acompañante había pretendido dejar atrás pues aún eran desconocidos y comprendía que ni hubiera sido correcto hacerlo, ni hubiese sido agradable recibir una directa evasiva. En cambio, el chico extendió sus brazos hacia el infinito que se abría más allá de su particular norte, con un leve quejido de satisfacción instalado en sus labios, tras lo cual, volvió a levantar su espalda en pos de acabar sentado de nuevo, doblando sus piernas y colocándolas separadas, usando sus rodillas como tope para sus brazos, unidos por las manos en irregular círculo, y que eran lo que le impedían volver deslizarse hacia atrás.

En su nueva posición, Anatol volvió a ser capaz de enfocar el entorno, logrando adivinar el cabello cobrizo de Alain confundiéndose con las vivas llamas de aquel intenso y brioso fuego. Se divertían, sí, y eso llenaba a Anatol de una calma y realización quizás demasiado inocente, ya que no era su propia alegría de la que disfrutaba. Fuera como fuese, se sentía bien con aquellos a los que, de alguna manera, consideraba sus amigos.

- ¿Qué piensas de todo esto? – preguntó el varón menor de los Trubetzkoy, intentando adivinar, a través de sus palabras, las impresiones que su acompañante tenía acerca del Círculo, hogar de parias y refugio de criminales

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Mensaje por Ulrich Scott Jue Sep 23, 2010 4:06 pm

Ulrich escuchó las palabras de Anatol sobre el destino y la importancia del presente con la vista fija en él, y asintió lentamente con la cabeza. A él tampoco le gustaba mirar atrás, entre otras cosas porque los recuerdos le herían hasta lo más profundo, no sólo por los malos momentos, sino también por los buenos, que habían quedado atrás y jamás volverían. No quería volverse y comprobar lo feliz que había sido contráriamente a lo desgraciado que se sentía en la actualidad. Ulrich tuvo que girar la cabeza hacia el bosque para evitar que los ojos de Anatol encontraran ese inconfundible brillo de tristeza en los suyos, esa melancolía que estaba desgarrando la expresión de paz que lucía unos segundos antes. El cambiaformas apretó los párpados y tragó saliva, buscando desesperadamente la calma en su interior antes de contestar.

-No tiene sentido preocuparse por lo que ocurrió tiempo atrás, pero en ocasiones ese mismo pasado te persigue, y no importa cuánto corras o cuán lejos huyas, porque siempre consigue darte alcance. Puede que te deje tranquilo un tiempo, pero sino haces las paces con él, volverá a por ti.-Explicó, poniendo más parte de él y de sus propios sentimientos de lo que habría querido. Nada más acabar, dejó escapar un imperceptible suspiro, negándose a seguir por ese camino. Solía discutir consigo mismo muchas noches, normalmente sobre ese tema. Ulrich siempre acababa decidiendo que debía dejar de mortificarse por lo que pasó años atrás...pero tarde o temprano se traicionaba miserablemente.

Pero no lo haría esa vez. Ahora estaba con Anatol, en el Círculo, seguía vivo y su hermana pequeña podía vivir considerablemente bien. Eso era todo lo que tenía que importarle. En algún momento los recuerdos dolorosos volverían a asaltarle, pero entonces los enfrentaría como mejor pudiera y se recuperaría de nuevo. Esa era su filosofía y así era como le gustaba vivir, aprovechando cada instante, no importaba lo que dejase detrás de si. El cambiaformas apretó los puños ligeramente y, algo más convencido y seguro, pudo volver a mirar a Anatol sin miedo de que le descubriera en medio de un tremendo caos emocional. Así, cuando le sonrió, no lo hizo con completa alegría, pero sí sin tristeza.

-El alcohol te proporciona paz momentánea a cambio de ahogarte en las penas más tarde. No me parece un buen trato, ciertamente. Tal vez no nos hace efecto por eso, porque sabemos que es una estupidez.-Comentó, alzando una ceja con una sombra de broma en su sonrisa.-Por eso no suelo beber, por eso y porque las posibilidades de avergonzarme a mi mismo aumentan considerablemente. Como hoy, qué horror.-Añadió, cubriéndose los ojos con una mano, avergonzado de la patética imagen que debió mostrar cuando salía de la taberna.

No obstante, cuando retiró la mano de sus ojos, Anatol ya no estaba tumbado a su lado. Y Ulrich, aunque segundos más tarde se lo negara a si mismo, temió que hubiese adoptado esa nueva postura para irse de su lado y dejarle allí sólo. El miedo no duró mucho, pero fue lo bastante intenso como para acelerarle de súbito el corazón; y para cuando quiso darse cuenta, el cambiaformas ya le había imitado, quedando sentado sobre la hierba. Carraspeó con suavidad para maquillar su error y respondió con rapidez para que el chico no se diera cuenta de lo que había pasado por su mente, avergonzado.

-Es...el lugar donde más libre me siento...Todos aquí pertenecen a las clases media-baja, por lo que nadie te mira con superioridad o con desprecio, nadie te juzga o te frena. La gente se apoya y se respeta, como una familia, sin importar lo que hayan hecho o el grupo al que pertenezcan. Creo que, en el fondo...tenía ganas de encontrar un grupo así.-Explicó, echándole una mirada general a todos los que se agrupaban en torno a la hoguera, tanto a los bailarines, como las mujeres que cantaban, las cortesanas, los ladrones y demás miembros del círculo.-Por otro lado, también confieso que me atrae el aire mágico del lugar. Habéis hablado de una leyenda, incluso. Siempre he sido un aventurero.-Añadió, soltando una pequeña carcajada divertida.-¿Y dime, qué hay de ti? ¿Cómo llegaste a este lugar?-Preguntó, clavando la mirada en Anatol. Sentía curiosidad por saber cómo un joven como él había descubierto el Círculo, si hacía mucho que pertenecía a él y la opinión que tenía.



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Mensaje por Anatol K. Trubetzkoy Vie Sep 24, 2010 9:54 am

Anatol tenía la mirada perdida en el frente, teniendo un amplio campo de visión que ocupaba prácticamente todo el claro, con la obvia excepción de lo que quedaba detrás de la hoguera. La rebosante y burda alegría que inundaba el claro llegaba hasta el lugar donde ellos se encontraban, mojándole sin llegar a empaparlo. Tal extensión de su mirada, lo limitaba sin embargo a renunciar de lo único a lo que, en el fondo, sentía prestar atención, aquel cuerpo tranquilo y calmado, pero vivo y candente, que permanecía yaciendo a su derecha. A pesar de que sus ojos no llegaran hasta allí, notó como él, rápidamente, tendía a imitar el movimiento que, segundos antes, él mismo hubiera realizado, sentándose así mismo a su vera. El ruso giró entonces la cabeza en su dirección, sin interrogarle, solo como un acto reflejo propio de la constatación de lo que su oído y, sobretodo, intuición, habían predicho.

El muchacho lo miró, de nuevo, directo a sus pupilas que, pese a la cargante repetición de tal acción, no pudo reprimir la necesidad de calmar aquel extraño instinto que se apoderaba de él, como si ansiara perderse en la mirada del chico. Anatol sintió que su respiración se le escapaba, recorriendo sus fosas nasales en un sonido lento pero fácilmente audible, al tiempo que su rostro aparecía impasible, casi rudo. Le gustaba estar así, sí, pero pronto recuperó la consciencia y el dominio de sí mismo, obligándose a devolver el foco de sus pupilas hacia aquel ardiente foco de luz anaranjada que iluminaba la escena.

El muchacho se alegraba de que su acompañante no tuviera intenciones de aprovecharse de aquel imperdonable desliz, el cual podría considerarse traición al grupo. Por lo visto, Ulrich también estaba en busca de gente que no se fijara en aquellos periodos del pasado que, de alguna manera, ya habían quedado atrás o, por otro lado, que intentara dejar atrás esos prejuicios que caracterizaban el mundo que se extendía más allá de las lindes de aquel bosque parisino. Anatol también había necesitado tiempo atrás de un grupo semejante. Lo cierto era que prácticamente nadie en el Círculo sabía de su origen noble, un pasado que pretendía ocultar y que no le hacía sentirse muy a gusto consigo mismo, al menos no hasta que consiguiera el favor del zar. A causa de aquello, a muchos les extrañaba los elaborados atuendos que llevaba su hermana, Natasha, más propios de las clases dirigentes que de humildes trabajadores de un estrato social más bien bajo.

- Pertenezco al Círculo desde hace, más o menos, dos años – se sinceró antes de soltar un suspiro, quizás para ayudar a su memoria a recordar aquellos sucesos que, sin embargo, habían quedado grabados en su mente, difusos, pero imposibles de olvidar -. Por aquel entonces no vivía una buena época de mi vida y… digamos que estaba algo enfadado con el mundo – la condena del zar, el éxodo, la muerte de su padre o la expulsión de su hermano de casa habían hecho mucha mella en él y, aunque por el día se esforzara por trabajar y ayudar a su madre y hermana, no eran pocas las noches que se escapaba a algún bar, en malas compañías, y terminaba despertando en algún callejón de los suburbios con la nariz rota y los nudillos llenos de sangre -. Gérald, aún no le conoces, pero tarde o temprano le verás, me encontró una noche metido en una pelea que casi me cuesta la vida. Ya le conocía de antes y, por suerte, me encontró a tiempo, justo cuando mi contrincante me clavaba una navaja en el costado – le explicó al tiempo que sentía que en su flanco derecho, justo debajo de las costillas, la antigua cicatriz le empezaba a molestar otra vez, como si hubiera sido llamada por aquella alusión al pasado -. Él me trajo aquí, donde pasé varios días en cuidados de las brujas. Luego, digamos, que tuve que elegir entre seguir viniendo aquí o jurar no decir nada a nadie y no regresar jamás. Es obvio lo que escogí – terminó encogiéndose de hombros y relajando aún más su postura

Tras aquella confesión, Anatol pensó que, dadas las circunstancias, su acompañante también debiera tomar su elección en los próximos tiempos, aunque era algo en lo que no quería pensar. Prefería mantener su cabeza calmada, disfrutando más del momento que preocupándose de lo venidero. Lo cierto era que aún no comprendía qué le había llevado a ser tan temerario, pues apenas sabía más que el nombre de aquel muchacho. Su reacción había sido inconsciente pero, de alguna manera, sentía que no se arrepentía.

Tras varios segundos, el muchacho decidió levantarse, en un obvio desafío a su escaso sentido del equilibrio en aquellos momentos. Irguiéndose con aquel porte que el alcohol apenas lograba disimular, se puso frente al muchacho, con una mediana y completamente amable sonrisa implantada en sus labios, mirándole fijamente, de nuevo, directamente a los ojos.

- ¿Sales a bailar? – propuso él, pensando que, quizás, fuese conveniente llevar algo de diversión a la situación
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Mensaje por Ulrich Scott Vie Sep 24, 2010 5:30 pm

Ulrich mantuvo la vista fija en las llamas de la hoguera frente a ellos mientras Anatol hablaba, dedicándose a visualizar en esas mismas llamas la escena que el chico le relataba, incluso con demasiado dramatismo, se concedió Ulrich. O eso esperaba. Prefería pensar que su imaginación exageraba la imagen de Anatol apoyado contra la pared o tal vez tirado en el suelo, sangrante y tan cansado como aturdido a causa de los golpes. Ulrich deseaba creer que aquella navaja que se hundió en su cuerpo justo antes de que Gérald apareciera, no le hizo aullar de dolor y no le hizo sangrar profusamente, tanto que Ulrich se sintió palidecer incluso cuando sabía que las imágenes que aparecían en su mente no eran reales. Prefería engañarse y pensar que Anatol siempre se había visto así de cercano y de tranquilo, casi pacífico, a imaginarle medio muerto a causa de una pelea.

Aquel pensamiento le aceleró el corazón mucho más de lo que el cambiaformas estuvo dispuesto a admitir, por lo que se negó a devolverle la mirada. Tal vez así su estúpido corazón recobrase la cordura y se convenciese de que los problemas de Anatol no eran lo suyos, y que por lo tanto no tenía por qué preocuparse por él. Sí, pero lo hacía de todos modos. Ulrich tuvo ganas de infligirse algún tipo de dolor físico para distraerse, aunque fuera momentáneamente, de las bromas crueles que su mente le gastaba con respecto a Anatol; porque no era normal que estuviese sufriendo por los malos recuerdos de otro, especialmente cuando ni siquiera podían considerarse buenos amigos. ¿Entonces, qué explicación había? ¿Las brujas, la magia? Ulrich tuvo que conformarse con eso por el momento, sin atreverse a indagar más en el tema, temeroso de lo que pudiese encontrar. Aún así, decidió descubirle al chico una pequeñísima parte de la preocupación que sentía.

-Nunca creí que tú...hubieses estado metido en peleas, ni con malas compañías. Te ves tan...-Dijo, dejando el final de la última frase en el aire mientras pensaba como terminar.-Tranquilo y apacible que lo último que se me ocurriría sería golpearte. -Comentó, quizás con más sinceridad de la que se requería. Ulrich sintió que se sonrojaba, porque aquella última frase había revelado mucho más de lo que él había pretendido en un primer momento.

Acto seguiro, el cambiaformas observó como Anatol se ponía en pie y se posicionaba frente a él, pero esta vez no le imitó, más para convencerse a sí mismo de que no le importaba que el chico le dejase sólo que por falta de ganas. Alzando la cabeza, Ulrih permaneció atento a las palabras de Anatol, pero estas le inquietaron. ¿Bai...lar, él? El cambiaformas se llevó una mano a la nuca mientras inclinaba la cabeza hacia un lado para mirar a los bailarines alrededor de la hoguera y torció el gesto, indeciso. Ya de por si no se consideraba un buen bailarín, no importaba el estilo, pero el alcohol elevaba esa falta de habilidad a un nivel insospechado. Soltando un largo suspiro de resignación, Ulrich se puso en pie con tanta dignidad como le fue posible y sonrió algo nervioso.

-Está bien, dudo que bailar vaya a matarme, al menos esta noche.-Comentó, alternando su mirada entre Anatol y su próximo "salón de baile". Bien, él se consideraba un valiente, y no iba a dejarse intimidar por un baile, especialmente si el susodicho era en compañía de Anatol.

De ese modo, Ulrich alargó una mano y alcanzó la del chico, encerrándola con suavidad entre sus finos dedos, sin rastro de miedo o duda. El lenguaje corporal era el que mejor conocía, el único que podía utilizar en su estado animal y con el que le era imposible engañar o ser engañado. Tal vez por eso, cuando las palabras le fallaban, era al tacto, a los roces y a las carícias a las que recurría para expresar todo aquello que necesitaba, como aquella vez. Así, nada más sentir el cálido contacto de la mano de Anatol en la suya, Ulrich mostró una bonita y sincera sonrisa y tironeó del chico, empezando a caminar hacia la hoguera, donde los otros miembros del círculo se movían y disfrutaban de la música. Una vez allí, Ulrich se detuvo y clavó los ojos en los de Anatol, aún sin soltar su mano, reclamando toda su atención.

-Creo que aún sigo un poco borracho y las posibilidades de perder el equilibrio son peligrosamente altas pero...No dejarás que caiga a la hoguera y muera patéticamente, ¿verdad?-Preguntó, con una sonrisa divertida floreciendo en sus labios. Él aún no lo sospechaba, pero en esa broma había imprimido un significado más profundo e irracional, en el que Ulrich prefería no pensar, un deseo que iba más allá de evitar que cayese al fuego durante el baile. Más bien, la petición de que Anatol permaneciese a su lado y no le abandonara, que le dejase descubrir más cosas de él. Al menos, hasta que descubriese de dónde provenía esa extraña sensación de alegría cada vez que sus ojos se encontraban, hasta que encontrase respuestas a sus preguntas.
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Mensaje por Anatol K. Trubetzkoy Sáb Sep 25, 2010 11:13 am

Anatol había sonreído ante las palabras del chico, divertido por su comentario. Sí, no iba a negar que él era ”tranquilo”, pero podría tener unas cuantas objeciones en cuanto a lo que ”apacible” se refería. El chico, más bien, se podría definir como distante y frío, calculador de sus emociones y celoso de ellas. No le gustaba demasiado mostrar lo que sentía, a pesar de lo que aquella noche pudiera decir en su contra; el alcohol lo afectaba y, sobretodo, la presencia de aquel chico, que lo turbaba de manera incomprensible e irracional.

Sea como fuere, a continuación, tras que el ruso se hubiera puesto en pie y le hubiera invitado a unirse a la diversión que se llevaba fraguando durante horas alrededor del fuego, pudo notar como Ulrich dudó entre si aceptar o no la proposición. Su mirada se perdió entre toda la gente que danzaba al son de la música y esa muestra de incertidumbre hizo también titubear la seguridad que le había poseído al chico al atreverse a tenderle esa mano que, firme, aún estaba suspendida en el aire. A pesar de eso, el destino quiso que el muchacho no llegara a retirar el brazo, pues su compañero soltó un suspiro, quizás algo desolado, a juzgar por lo que creyera haber sentido Anatol, y alargó el suyo para que éste lo ayudara a levantar.

El roce. Eso fue lo que hizo al cuerpo de Anatol estremecerse, a pesar de que ya previera aquel acto. Los dedos de aquel chico se deslizaron suaves, aunque firmes, por la palma de Anatol, en un leve cosquilleo que, si bien raudo, el ruso pudo disfrutar. Por un momento, él bajo la guardia, permitiendo a aquella sonrisa pillarle desprevenido, lo cual ocasionó que su corazón diera un brusco golpe en contra de su pecho. Esa reacción hubiera sido algo que, sin duda, se hubiera llegado a reprender de no ser porque dicha sensación llegó a bloquearle durante ese escaso segundo. Después, una vez recompuesto, usando la fuerza necesaria, logró asistir al muchacho poniéndose en pie.

Al contrario de lo que hubiera podido pensar en un primer momento, aquel férreo abrazo entre sus manos no se extinguió cuando el muchacho ya hubiera logrado recuperar el equilibrio. Anatol se sintió algo turbado por ese contacto, pero la sensación de bienestar y dicha era mayor que el rechazo que pudiera haber experimentado, por lo cual no se negó. A paso medio, ni lento ni rápido, se encaminaron al fuego, donde se sumaron a la multitud, si bien alejados del grupo con el que antes hubieran dialogado. Alain les miró, pero se limitó a sonreírles de forma visible antes de tornar su atención a sus propios compañeros. Entonces fue cuando el chico tornó sus ojos en dirección a aquellas dos infinidades algo más intenso que el oliva. El chico sonrió ante sus palabras, sabiendo la broma que éstas escondían. Lo cierto es que aquellas frases provocaron el deseo de atraer aquel punto que los unía más hacia así, de forma que lo obligaran a acortar las distancias, reacción que no terminó de llevar a cabo, dejando sus manos a medio camino del que debiera haber sido su destino.

- No, creo que no – contestó levantando una deja al principio de la segunda oración, pero sin dejar que aquella divertida sonrisa abandonara su rostro -. Y ahora… - dijo abriendo ambos brazos y desligando sus dedos, separando ambos cuerpos pero, a la vez, creando un espacio íntimo entre ellos dos, un lugar, un vínculo intangible que nadie debería osar romper

Una vez con libertad de movimientos, Anatol se dispuso a dejar que la música inundara sus sentidos, precavido ante cualquier indicio de un exceso de ensoñación, pues se sabía muy propenso a que el tono de aquellas melodías influyera en su estado anímico. Realmente él no era un buen bailarín, o al menos no se consideraba como tal, prefiriendo, sin duda, estar en el otro papel, en el de intérprete, pero obviamente en soledad, sin nadie que pudiera perturbar o descubrir aquella parte de sí que encerraba una porción de la esencia de su alma que, orgullosamente, se había afanado en ocultar desde siempre. Fuera como fuese, comenzó a mover sus piernas, sin restricciones más que la de no alejarse demasiado del lugar, solamente armando sus brazos en torpe coordinación con sus pies, intentando pobremente mantener el equilibrio.

- Creo que no se me da muy bien esto – se sinceró, sin apartar la mirada de él lo más de lo necesario, alzando algo la voz para hacerse oír por encima del resto de voces. Sus pasos, aunque provistos del sentido del ritmo, carecían de la gracilidad que, con seguridad, hubieran tenido de haber estado ausente el alcohol en sus venas, aunque, posiblemente, de ser así, jamás hubiera osado a realizar tal acto

Anatol, pese a todo, se sentía algo confuso. Quería volver a sentarse, quizás por vergüenza, pero, a la vez, quería permanecer allí, con el chico, sin mostrarse arrepentido de su decisión. Al mismo tiempo, quería alejarse de aquellas emociones, de esa curiosidad que despertaba en él Ulrich, pero que, sin embargo, sentía una atracción irrechazable hacia aquel muchacho, una necesidad de conocer más que no podía evitar y, lo peor de todo, era que le gustaba sentirse así. Con un suspiro de leve irritación alzó por un momento la mirada al cielo para ayudarse a dejar de pensar en aquello y concentrar sus ojos allá donde debían estar: en las pupilas de Ulrich. Pero tal acción, tal desconcentración, terminó por jugarle una mala pasada, apenas un desliz que, catastróficamente, terminó haciendo que sus pies se enredaran, el uno con el otro, apenas un golpe el uno con el otro que, definitivamente, destrozaron todas sus pretensiones por conservar aquella estabilidad que vagamente había logrado mantener. Tal tropiezo, no pudo ser más catastrófico pues, en vez de caer de lado o de espaldas, le lanzó hacia adelante, exactamente donde su compañero se encontraba.
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Mensaje por Ulrich Scott Dom Sep 26, 2010 9:38 am

Bien, Anatol no iba a dejar que muriese en la hoguera, eso le tranquilizaba bastante. Aún seguía mirando el fuego con algunas reservas, pero en fin, había dicho que bailaría con el chico y eso era lo que iba a hacer. Después de todo, él era un gato de palabra, al que realmente no le importaba no haber tomado clases de "Cómo bailar alrededor de la hoguera de una hermandad secreta".

Sin embargo, que Anatol le soltase la mano minó ligeramente su seguridad. Y es que a pesar de que el fuego le templaba las mejillas y mantenía su cuerpo cálido, Ulrich tuvo la sensación de que se le quedaban los dedos fríos ante la ausencia de los de Anatol, como si no estuviesen hechos para permanecer separados mucho tiempo. Al cambiaformas no le gustó nada esa sensación, pero ¿qué podía decirle, que ansiaba volver a sentirle cerca? Si hasta a él le sonaba extraño, prefería no pensar lo que opinaría Anatol al respecto. Así, el felino no tuvo más remedio que llevarse la mano que antes sostenía la de su acompañante a la nuca y fingir que aquello le hacía sentir un poco mejor.

Claro que aquello quedó eclipsado por completo en el mismo momento en que Anatol empezó a bailar frente a él, moviéndose al mismo ritmo de la música. Inconscientemente, Ulrich pensó que aquella visión podría haber captado toda su atención incluso aunque le estuvieran clavando un puñal en la espalda. Sí, el cuerpo del chico moviéndose mientras la música le envolvía en un abrazo que parecía hecho a medida podría haberle hechizado para siempre. No bailaba con la sinuosidad de las bailarinas que les rodeaban, sino con movimientos más própios de alguien que aún conserva cierta cantidad de alcohol en las venas, pero Ulrich creía que eso era precisamente lo que le gustaba de sus movimientos, que a pesar de no ser perfectos, eran terriblemente atrayentes.

Ulrich no se había dado cuenta, pero había permanecido prácticamente quieto todo ese rato, apenas moviendo un poco los pies de vez en cuando, mientras Anatol bailaba a unos centímetros de él. Sin embargo, el chico calculó mal uno de sus pasos y tropezó con sus propios pies, sacando a Ulrich del hechizo y haciéndole reaccionar justo a tiempo para extender los brazos y sostener a Anatol. El cambiaformar sonrió por ese pequeño fallo que en principio había estado destinado para él mismo y le rodeó la cintura con suavidad, sujetándole así, pegado a su cuerpo, incluso cuando el chico recuperó el equilibrio.

-Se suponía que eras tú quien iba a cuidar de mi.-Susurró Ulrich, para que únicamente Anatol le escuchara.-¿Pero sabes? Esto tampoco está tan mal.-Añadió, dejando que la sonrisa se ampliase en su rostro, aunque permaneciese oculta a causa del poco espacio que quedaba entre ambos.

Sólo entonces fue cuando Ulrich se animó a moverse con suavidad, sin acatar del todo el ritmo que imponía la música y sin fijarse demasiado en los movimientos de los otros bailarines. Simplemente dejaba que la inercia tirase de él y de Anatol y moviese el cuerpo de ambos como si se tratase de uno. No como un hombre y una mujer lo harían, por supuesto, sino como...bueno, como Anatol y Ulrich, dos chicos un poco borrachos y muy nostálgicos que se unían en un baile algo torpe. Bailando por separado habían fracaso estrepitosamente, pero juntos se complementaban y lograban, no solo mantener el equilibrio con éxito, sino también disfrutar de la música que les acompañaba.
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Mensaje por Anatol K. Trubetzkoy Dom Sep 26, 2010 5:00 pm

Un fallo, un fallo casi imperdonable en una persona tan segura de sí misma, tan orgullosa e independiente como lo era Anatol. Un minúsculo error de cálculo al hacer rozar la puntera de su zapato contra el talón del contrario, apenas un suceso que no debiera de haber pasado de un traspiés, convenientemente solucionado con una fuerte pisada en el suelo, la cual le hubiera servido para recuperar el equilibrio perdido y, la cual, nunca llegó. ¿Cuál fue la causa? ¿Quizás el alcohol, quizás la distracción del cuerpo casi inmóvil de su compañero? No lo sabía, pero una parte interna y oculta del muchacho quería creer que había algo más allá, pensamientos que intentó ahuyentar. Pero, ¿cuál era el sentimiento que lo embargaba en aquellos momentos? ¿La vergüenza? ¿El enfado consigo mismo quizás? No hubo mucho tiempo para ambas sensaciones pues su caída pronto fue frenada por dos fuertes baluartes que impidieron que su boca rozara la seca tierra que se extendía alrededor de sus pies.

Ulrich había sido bastante raudo, bastante provisto de unos reflejos que el alcohol no había llegado a eclipsar, adelantando sus brazos de forma que sostuvieran el torso del chico, en un fuerte abrazo que, si bien hirió por un momento sus costados, lo arrastró hacia aquella grata presencia, cálida, pero con un cariz diferente al bochorno que lamía su pálido rostro, procedente del violento fuego de la hoguera. Las manos del muchacho de ojos verdes se adaptaron con sorprendente soltura y naturalidad por encima de las caderas del chico, impidiéndole una huida que Anatol no deseaba. Por un momento, se encerró interrogante entre sus pupilas, intentando adivinar el origen de aquella reacción, poco propia de un hombre repleto de supuesta varonilidad, falsa o verdadera, pues, de ser así, hubiera buscado la estabilidad de su compañero instalando el apoyo en sus hombros, y no en un lazo tan íntimo como pudiera ser aquel. El chico, a pesar de ello, no se resistió, cambiando su expresión por una pequeña sonrisa al escuchar las palabras que salían de la boca de su acompañante, única respuesta a ellas.

Al parecer Ulrich no estaba disconforme con la nueva situación y, en parte, eso alivió a Anatol, dejando el bochorno atrás y cambiándolo por una renovada curiosidad que intentó buscar significado a aquellos sucesos. Mientras tanto, su mano derecha buscó, así mismo, la cintura del otro, al tiempo que adecuaba sus pasos al ritmo del baile y llevaba la derecha a su espalda. Los claros iris de Anatol se cernieron con suave, aunque punzante fuerza sobre las profundidades de los de Ulrich, analizando cualquiera reacción de su parte. Aquel balanceo, lento, quizás algo incómodo visto desde fuera, se había convertido en una atadura de la que hubiera sido difícil escapar, pero Anatol, contrario a esa intención, presionó la espalda de Ulrich atrayéndolo hacia sí, atento de cualquier índice de rechazo del chico. Después, despacio y con cuidado, fue deslizando esa misma palma hacia arriba, recorriendo la parte posterior de su torso, pasando por aquel lugar en el que ambos hombros se confunden y terminando en la parte superior de su nuca, donde se instaló. El ruso tenía un objetivo, una duda que quería solucionar de la mejor manera que creía saber, es decir, sin palabras. Así, tan juntos que casi creía poder sentir el aliento del chico chocando con su rostro, Anatol se inclinó levemente, alternando su mirada entre los ojos de Ulrich y aquellas dos anchas y gruesas líneas rosadas que crecían algo más debajo de su nariz. Poco a poco fue acercando ambos rostros, con su mano sujetando firmemente la cabeza del chico, pero posibilitándole una salida si él hubiera querido que así fuera, hasta el punto de que sus labios estuvieron tan próximos que se pudiera haber dicho que ya se rozaban. Si había hecho bien, si se había precipitado o si se había equivocado ahora solo quedaba en manos de su acompañante.
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Mensaje por Ulrich Scott Lun Sep 27, 2010 11:42 am

Una vez Anatol había recuperado la estabilidad y el peligro de que cayese al suelo se vio lejano, Ulrich sabía que no había motivo alguno que le impidiese separar las manos de la cintura del chico y apartar su cálido cuerpo con una sonrisa. Nada le impedía alejarse unos pasos y seguir con el baile como si nada hubiese pasado, olvidarse del incidente y continuar la noche con normalidad. Él lo sabía, pero por alguna razón sus manos se empeñaban en seguir acopladas a la espalda del chico, como si ese fuese el único lugar que les correspondía. Incluso su propio cuerpo se negaba a obedecerle cuando se disponía a retroceder y alejarse. Y con cada segundo que pasaba a Ulrich se le hacía más y más difícil encontrar una excusa que justificase esa cercanía. ¿Qué podía decir, que su cuerpo no quería moverse, que sus manos ansiaban permanecer en la cintura del chico?

Y lo peor de todo es que a él ni siquiera le importaba. Ni siquiera estaba un poco preocupado por ese deseo despiadado con el que buscaba hasta el mínimo roce entre ambos, ni las tremendas ganas que tenía de comprobar si el pelo de Anatol era tan suave al tacto como lo era a la vista. Si se afanaba a buscar una excusa a contrareloj no era por él, ni por su "reputación", sino por el propio Anatol. Las intensas miradas, los dobles sentidos en sus frases...Ulrich aún no estaba seguro de que hubiesen ocurrido fuera de su imaginación, y no podía arriesgarse a un rechazo.

El cambiaformas cerró los ojos para no caer en la tentación de buscar respuestas en los de Anatol, tal vez por miedo a encontrar una respuesta desagradable, y se hizo a la idea de que una vez terminada la canción todas las razones porque la permanecían bailando juntos desaparecerían y tendrían que separarse. Ese pensamiento trajo consigo la sensación de frialdad que le invadió cuando las manos de ambos se soltaron, lo que le obligó a apretar con suavidad la cintura de Anatol. Con un suspiro, Ulrich deseó que cuando tuvieran que separarse, la hoguera pudiese simular aunque sólo fuese infimamente el calor que el cuerpo de Anatol despedía.

Sin embargo, Ulrich no contaba con que Anatol también buscase la proximidad entre ambos. Así, cuando sintió aquella inesperada presión en la espalda su corazón se disparó y sus ojos se abrieron con sorpresa en una búsqueda desesperada de los del chico. Y allí estaban. Dos inmensidades grises que se centraban sólo en él y que le hicieron olvidarse de la gente que les rodeaba, de la hoguera, del baile y del mismo bosque. Ulrich sólo podía concentrarse en esa mano cálida que recorría su espalda hasta llegar a la nuca, en un sinuoso sendero que le pareció el de la mismísima provocación.

De ese modo, el chico no pudo evitar que sus labios se entreabrieran como si estuviese a punto de pedir que siguiera y observó con una mezcla de emoción y deseo como Anatol se inclinaba con suavidad hacia él, aproximándose tanto a sus labios que Ulrich casi podía sentir ya el tan esperado roce. Pero no, aún no llegaba y el cambiaformas sintió como la poca cautela que tenía se consumía en ese fuego interno que Anatol había prendido. Sin poder aguantar más, Ulrich entrecerró los ojos y se alzó apenas un par de centímetros para hacer de esa carícia que tanto había deseado una realidad.

Sus labios rozaron los de Anatol en un beso casi fantasmal, tal vez para evitar que su ya de por si escaso autocontrol se lanzase a las llamas y ardiera del mismo modo que él se sentía arder por dentro. El chico había conseguido que Ulrich se olvidase de todos los que los rodeaban, pero eso no significaba que estuviesen realmente solos. Aún tenían un papel que representar. Y aunque poco a poco se les estuviese escapando de las manos, no era prudente abandonarse a la pasión sin pensar en las consecuéncias. Al menos mientras hubiese decenas de ojos a su alrededor.
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Mensaje por Anatol K. Trubetzkoy Vie Oct 01, 2010 9:34 am

Una leve caricia; un susurro apenas audible, pero, sin embargo, altamente sensible para aquellos involucrados en él; un roce lento y cuidadoso, contenido y lleno de paciencia; una unión; un beso. Lo húmedo saciando la sed de unos labios resecos por el sofocante calor de la hoguera, un corazón que superaba a la música, tanto en ritmo como en volumen, y unos ojos que se cerraban para dejarse llevar por el perfecto tacto, permitiendo a sus sentidos saborear la piel del contrario en el que, ahora, se dejaba perder.

Ulrich no lo había rechazado y, por muy atrevida que hubiera sido su osadía, al parecer el destino había querido que el porvenir no se torciera hacia un desenlace poco deseable. El alcohol, Anatol sabía que ese era el causante de la situación que se estaba desarrollando, pues él nunca hubiera osado desvelarse de forma tan precipitada de haber estado su autocontrol en perfecto estado, resistente como era. El muchacho sabía en su fuero interno que la gente a su alrededor les estaba lanzando miradas, algunas llenas de repulsa, mientras que otros, sencillamente, de curiosidad o diversión. Ya circulaban por el lugar rumores de haber visto a Anatol con individuos de su mismo sexo, a pesar de la mesura que solía tener el chico respecto a dichos encuentros, pero nadie se había atrevido a preguntárselo directamente ni él había querido contradecir o afirmar dichas habladurías; sea como fuere, con su comportamiento estaba despejando cualquier duda.

Anatol terminó de beber de aquella longeva aunque sencilla conjunción, separándose lentamente al tiempo que sus párpados volvían a retirarse para permitirle sumergirse, sin tener opción a evitarlo, en aquellas dos infinidades verdes. Una leve sonrisa y una mirada de complacencia se instalaron en su rostro, sin llegar siquiera a soltar a aquel muchacho, sin apartar sus manos de su cuerpo, sin permitirle apartarse de él rompiendo el contacto entre sus dos cuerpos. El muchacho permaneció en silencio durante unos segundos, sencillamente contemplándole, intentando adivinar en aquellas pupilas los sentimientos que inundasen a aquel joven y los pensamientos que se deslizaran por su mente en aquellos instantes. Entonces, lleno de él hasta un límite considerable, no en demasía, pues eso lo creía difícil en esos momentos, amplió un tramo su sonrisa mientras que se separaba de él, buscando en el proceso su mano con la suya, quizás en un hecho que seguía rozando el atrevimiento y la bravura que conlleva el hecho de amenazar con tal valentía a cualquiera que quisiera contradecir aquel acto intuitivo tan contrario a la moral, pero que Anatol podía llegar a defender férreamente, siempre guardando un margen lógico concerniente al instinto de supervivencia.

- Ven – le conminó tirando de él al tiempo que volvía a dirigirse hacia el linde del bosque. El ruso sabía, ahora que, poco a poco, volvía a recobrar la consciencia, que no tenían mucho tiempo antes de tener que marcharse, por lo que, quizás, debía precipitar algo algunos acontecimientos que bien podían romper el transcurso normal de la situación. De una u otra manera, era algo que tenía que hacer y, por orgullo, no iba a dejar que aquellos ojos más que bonitos que Ulrich llevaba en la cara le impidieran llevar a cabo su deber; no otra vez. Una vez estuvieron amparados por una mediana oscuridad y un ambiente no tan bochornoso, se dispuso a hablar -. Tengo que preguntarte algo, Ulrich – dijo sólo como introducción a lo que iba a decir -. Todos nosotros, todos los que estamos aquí, formamos una hermandad que no se conoce en París. Lo que quiero decir es si quieres volver aquí, si quieres formar parte de nosotros – terminó sin andarse con mayores rodeos. Lo cierto era que, aunque su rostro fuera sereno, su interior estaba algo agitado pues, aunque debiera de haber evitado que el chico hubiera visto el camino hacia el claro, el no haberlo hecho podría ocasionarles problemas, tanto a él como al chico. Ahora todo dependía de él.
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Mensaje por Ulrich Scott Miér Oct 06, 2010 3:25 pm

Ulrich sintió como, apenas unos segundos después de que sus labios hubiesen entrado en contacto con los de Anatol, este se separaba de él con suavidad, dejándole despiadadamente deseoso de más. Sabía que no debía, que aquel simple beso ya había traspaso la línea de lo aceptable, pero aún así...¿Cómo podía resignarse a esa fría despedida de sus labios? No obstante, el cambiaformas se consoló con la idea de obtener nuevos roces más tarde, cuando se alejaran de las miradas curiosas y de los murmullos indiscretos. Después de todo, aunque había sido un beso corto y desprovisto de esa pasión que Ulrich se moría por imprimir en la próxima carícia, lo consideraba un gran triunfo.

Con una pequeña sonrisa de satisfacción que el chico ni siquiera trató de disimular, abrió los ojos con suavidad y los fijó en los de Anatol, como si aquello fuese todo lo que estaba dipuesto a ver. Ni las miradas de desprecio, ni las expresiones sorprendidas, ni siquiera las burlas que pudieran surgir a partir de ese primer beso en público. Nada, excepto Anatol y aquellas dos profundidades grises clavadas en él, hipnotizándole. Por que no había ni una sola persona en aquel claro que pudiese hacer que se arrepintiese de aquella caricia casi accidental.

De ese modo, cuando Anatol cogió su mano y tiró de ella para retirarse del centro del claro con él, Ulrich no pudo evitar pensar que, tal vez, la continuación de aquel gesto prohibido iniciado segundos atrás estuviese más próxima de lo que había esperado. De hecho, casi había empezado a fantasear con ello hasta que Anatol se detuvo cerca del límite del bosque y le aclaró lo que pretendía. Bien, no era exactamente lo que él había deseado, pero le complacía que el ruso le invitara a permanecer unido a aquella hermandad secreta, que estuviese dispuesto a verle de nuevo en el mágico claro que conformaba el círculo de la bruja.

-Por supuesto que quiero. Esta hermandad, este Círculo...es más de lo que podría imaginarme para una ciudad como París.-Respondió, con una enorme sonrisa en los labios.-Creo que es...lo que siempre había estado buscando.-Añadió, girándose para observar lo que tenía a sus espaldas, especialmente la hoguera que ardía a unos metros de ellos.

A lo largo de su vida, Ulrich siempre se había visto atado a algo que le impedía ser libre. Y aunque lo cierto es que ese algo no siempre era algo desagradable, continuaba frustrando los deseos del joven día tras día. Por eso, le era simplemente imposible declinar la oferta que Anatol le proponía, resignarse a lo que la suerte le había entregado y limitarse a vivir conforme a lo que le había tocado. No, si algo tenía claro el cambiaformas era que nunca se permitiría una derrota sin haber opuesto la más absoluta resistencia, sin haberse dejado la piel en el intento. Y eso era lo que pensaba hacer, luchar por lo que anhelaba.

-¿Y bien? ¿Qué debo hacer para formar parte del Círculo?-Inquirió, volviendo a fijar la mirada en el chico frente a él, a la espera de una respuesta. Tal vez fuese por ese exceso de confianza tan característico en él, o por la impulsividad con la que actuaba normalmente, pero ni siquiera se sentía ligeramente inquieto por lo que fuera que debería hacer para unirse al grupo.
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