Persecución a media noche [Bethlem Galliano]

Recuerdo del primer mensaje :

Era sabado por la noche, toda la calle se encontraba vacía por las diferentes celebraciones, los padres de la joven se habían ido de viaje a España por razones comerciales, y los empleados, habían vuelto a sus hogares por petición de la chica, que, pensando que no habría problemas en quedarse sola, había decidido que todos fueran a disfrutar de sus familias.

La noche pasaba despacio y pacífica dentro de la mansión Delteria, la chica ya había tomado un baño, y, tras una cena tranquila, leía un libro en el salón, delante de la chimenea. Se sentía tranquila, a gusto y el calor de las llamas, que calentaba su cara, hacía que una ligera modorra se apoderase de ella. Cerró los ojos un segundo y cayó dormida.

Dos horas pasaron hasta que el sonido de una rotura de cristal la despertó de su sueño. Adormilada, cerró el libro y lo dejó en una mesita acercandose con cautela a las escaleras. ¿Qué habría sido ese ruido? ¿Se lo habría imaginado? Sosteniendose el camisón de lino, descalza, subió las escaleras en silencio, en el borde superior de estas, un paragüero guardaba uno de los bastoes de su padre, la chica, por si acaso, lo tomó con fuerza y siguió andando.

Al llegar a la puerta de su dormitorio, escuchó sonidos y abrió despacio. No había nadie allí dentro, pero el cristal.... el cristal estaba roto y esparcido por el suelo, las cortinas hondeaban con e viento. Desde el centro del dormitorio, giró en redondo para ver el cuarto y sintió una presencia a sus espaldas. Allí un hombre alto de pelo negro y ojos rojos sonreía enseñando sus colmillos, la ropa estaba empapada de un líquido rojo con aroma a óxido.

Tomó una enorme vocanada de aire y preguntó andando hacia atrás:

- ¿Quién sois? ¿Qué haceis aquí?
- Madamme...- pronunció con marcado acento frances- solo venía a buscarla, pareceis un.... buen bocado....- conrío mostrando los colmillos y relamiendose.
- No puede ser.... los vampiros no....- entonces la chica pensó, si había conocido a un fantasma, quien le decía que no había mas seres.

Sin ser capaz de articular una sola silaba más, se giro e inició una carrera hacia las escaleras cerrando la puerta de su dormitorio. En su apresurada huida el camisón de lino se enganchó en una decoración de la escalera, y eso la hizo usar la fuerza para arrancarlo mientras veía acercarse, con parsimonia, al demonio de ojos carmesí. Con la prenda rota le fue más fácil correr, le tiró el bastón al espectro y continuó corriendo antes de ver como la furia hervía en los ojos del tipo. Logró, milagrosamente, salir a la calle, y con eso inició su carrera por la gran y amplia avenida intentando que esa cosa que la perseguía se cansara.

Al apartarse de él, Beatrice sintió como, el joven, se acercaba a ella lentamente y le alzaba la cabeza con suavidad, tomandole la barbilla. Sus ojos se abrieron sor prendidos, con labios entreabiertos, mirando directamente a los profundos ojos del joven. ¿Era impresión suya o cada vez eran más azules?

La respiración se le cortó por un momento, el pulso se le detuvo un instante, el tiempo mismo pareció parar a su alrededor mientras se encendian sus mejillas y de repente, se aceleró todo, el corazón le latió más rápido y sentía la sangre bombear incluso en las orejas mientras era incapaz de apartar los ojos de los del chico.

Finalmente fue el quien lo cortó, haciendo que Beatrice diera un suspiro y callese sentada en el suelo con una mano en el corazón, que le latía con rapidez hasta que escuchó la pregunta de cómo había dormido. De maravilla, como nunca, habría querido decir, pero, en cambio musitó un simple:

- Bien...- sin atreverse a mirar al joven, todavía con las mejillas de color- ¿y... y tu?

Esperando la respuesta, la barriga del compositor gruñó hambrienta haciendo que la joven soltase una risilla, ella también tenía hambre. Aun desde el suelo le dio una sonrisa que le iluminó los ojos, el chico le resultaba tan... ¿tierno? No, no solo tierno, era mucho más, le revolvía todo el corazón.

- ¿Vamos a comer algo? Tengo algo de hambre- dijo levantandose y, tras ponerse unas zapatillas ir hasta la cocina.

No era que supiera demasiado de concina, pero era capaz de hacer un buen desayuno inglés, aunque... el era italiano, ¿preferiría algo dulce? o tal vez mejor fruta, o igual.... Despejó su cabeza y empezó a hacer un café mientras ponía a freir unos huevos y beacon. No era una experta, solían concinar las cocineras, pero ella había aprendido algo, le gustaba concinar aunque no supiera demasiado. Comenzó a poner la mesa mientras dejaba que el café se fuera haciendo, ella prefería su earl grey, pero viviendo en parís y siendo de Italia, seguro que el chico era más de café.

La respuesta a la pregunta de la joven era muy simple: jamás había dormido tan bien, nunca... Pero también respondió algo cortado.-Muy bien.-Dijo dedicando una pequeña sonrisa a la joven.

La risa de Beatrice hizo que el chico se relajase al momento, no había nada mejor que oírla reír. Con aire animado Bethlem también se levantó, y siguió de cerca a Bea hasta la cocina. Con aire ensimismado empezó a observar los movimientos de Beatrice, el chico estaba como hipnotizado por el movimiento del cabello de la chica cuando iba de un lado a otro, y sobre todo el cálido, pero fresco aroma que impregnaba la habitación. Los sentidos de Bethlem se veían maravillados por la presencia de la chica, su voz, su aroma, el tacto cálido de su piel, la preciosidad de su sonrisa... Todoresultaba maravilloso para el chico, que cada vez se daba más cuenta de lo mucho que le importaba Beatrice.

El sonido del café haciéndose sacó a Bethlem de sus pensamientos, haciéndole preguntarse si la joven necesitaba ayuda. Con esa intención se acercó a ella, que estaba en ese momento de espaldas. El chico apoyó una mano en la cintura de la chica, asomándose por encima de su hombro para mirar lo que estaba haciendo. No podía evitarlo, era un hombre curioso y le gustaba "cotillear" las cosas.

-¿Necesitas ayuda?.-Preguntó con voz cantarina sin dejar de sostenerla por al cintura.

Mientras cocinaba los pensamientos volaban por su mente, ¿por qué se sentía tan comoda cerca del joven? ¿Por qué su corazón se aceleraba de ese modo? ¿por qué llegaba a escuchar su propio latido simplemente con que el dijera su nombre? ¿por qué se le herizaba la piel cuando sentía su presencia? Era algo dificilmente comprensible para la joven que nunca, jamás, había sentido nada parecido.

No era simple amistad, eso lo sabía, el respeto que le inspiraba el joven, la complicidad que compartían incluso habiendose conocido hacía tan poco tiempo, ese sentimiento tan proundo, de querer estar con él, de ansiar conocerlo, la necesidad de volver a verlo, era algo que no podía explicarse de forma sencilla. Era algo más complejo, más hondo, más grande que una amistad.

La voz del chico sonó acercandose y una mano se posó en la cintura de la chica justo cuando esta se giraba para responder. Con ojos abiertos, notó el ligero choque de sus narices, y el roce descuidado de sus labios con los del chico, suaves, firmes, dulces, amables, como el propietario de estos. Nerviosa, sin atreverse a moverse, miró al chico sorprendida mientras un tremendisimo rojo le hacía arder la cara, incendiando su piel blanca con un tono rosado.

La chica se giró en aquel preciso instante, lo que hizo que los labios de ambos se rozasen. En aquel momento todo pareció pararse, todo excepto el corazón y la mente del joven, que se dispararon a mil por hora debido a la impresión.

Durante unos instantes Bethlem no se movió, no quería apartarse, pero tampoco sabía si sería apropiado hacer que ese disimulado beso, se convirtiese en un beso pensado. Aquella incertidumbre no duró mucho tiempo, ¿qué era lo que quería el joven en aquel momento? Besar a aquella chica que tanto le descolocaba el alma. El destino se lo había puesto fácil, quizá aquel fuese el momento, y si no lo era... Ya se vería qué continuaría después.

El chico tomó con más firmeza, a la par que delicadeza la cintura cintura de Beatrice. Contó mentalmente hasta tres y en el cuatro se acercó la poca distancia que hacía falta para que los labios de ambos se juntasen por completo. Bethlem cerró los ojos, lo importante ya estaba hecho, ahora sólo tenía que disfrutar. Los labios de la joven se sentían extremadamente suaves, delicados... Eran dulces, tal y como el joven los imaginaba. Sintió un agradable cosquilleo recorrerle la espalda, y la euforia de un beso que le supo a gloria. Toda su piel se erizó en señal de aprobación.

Tras los breves instantes en que duró el beso, el chico se separó ligeramente de la joven rojo como un tomate. Miró al suelo pensando que quizá a Beatrice no le hubiese resultado igual que a él, quizá ella no había sentido la misma atracción en aquel roce de labios... Quizá sólo la había sentido él, y si era así, ¿entonces qué?. -Lo siento... Yo... No pude evitarlo.- Dijo en un susurro a modo de disculpa. Sintió que le temblaban las piernas, estaba nervioso... Jamás se había puesto nervioso tras besar a una mujer. Su corazón latía tan rápido que sentía que se le iba a salir del pecho, pero en el fondo sentía felicidad, y el alivio de alguien que acaba de hacer lo que llevaba tiempo queriendo hacer.

Tras unos instantes de duda, la chica, completamente avergonzada, fue a apartarse. Pero no se sentía capaz, los ojos del joven la mantenían presa, en una celda de la que no quería salir.  Notó las manos del joven, ambas esta vez, en su cintura, firmes, cálidas, que la acercaban a él.

Dio un paso hacia delante al mismo tiempo que el compositor, quien agachó la cabeza y cerró la corta distancia que separaba sus labios. Suave y dulce, con un toque de curiosidad y timidez, cálidos, casi afebrados, tiernos y amables, un simple roce, algo más largo que lo que había hecho la torpeza de la chica. Con ojos cerrados y mejillas sonrojadas, sintiendo que el tiempo y el espacio dejaban de fluir, notó detenerse su pulso mientras los labios del joven se unían a los suyos. De repente el corazón de la chica bombeo con más fuerza, tanta que sentía cada latido como un tremendo golpe de tambor, que se aceleraba por segundos.

Con la respiración sostenida, el pecho dolorido por la celeridad del latido, ojos brillantes y mejillas sonrojadas, pensó miles de cosas durante los pocos segundos que duró ese contacto. Ni siquiera había sabido que quería sentirse así de cerca del chico hasta ese momento y, ciertamente, no quería separarse. Cuando el compositor cortó el beso, ella sintió un tremendo temblor de piernas, si en otras ocasiones se había sonrojado, no era nada en comparación a ese instante, en el que un tremendo rojo fuego tintaba su cara de color mientras rozaba sus labios con una mano sin ser capaz de apartar la vista de los ojos azules del chico. quien tan rojo como ella, agachó la mirada y se disculpó, a medias, no había podido evitarlo... ¿Qué quería decir con eso?

Aun completamente roja sostuvo un trozo de la camisa del joven, esperando que este alzase la vista mientras ponía una mano, intentando controlar su sonrojo, sobre sus propios labios. Y sin sentirse capaz de mediar palabra negó con la cabeza indicando que el joven no debía disculparse, ese beso no le había molestado para nada, si el pudor se lo permitiera, diría lo contrario, pero en ese momento se sentía demasiado... ¿avergonzada? No sabía si era esa la palabra, porque no implicaba la alegría que palpitaba en el corazón de la joven, pero no conocía un apalabra mejor.  

Cuando por fin iba a mediar palabra, sonó el pitido de la cafetera, claro, el desayuno, se le había olvidado por completo. Avergonzada aun, se giró a apagar el fuego y servir los huevos el baecon y el café para, después, sentarse en la mesa, junto al asiento del chico. No sabía la razón, pero sentía que, cuanto más cerca del chico estuviera, más se sentiría en casa, aun con los nervios que aun le hacían temblar de arriba a bajo tras ese beso tan esperado como inesperado a un mismo tiempo. Al fin y al cabo,¿ cuanto tiempo podía esperarse un beso de alguien a quien veía por segunda vez?

Cuando lo había leido en los libros le había resultado estupido, no podías sentir tanto por alguien a quien a penas conocías, pero ahora entendía que si era posible, porque no son las palabras las que te hacen saber como es alguien, son sus acciones, eran los gestos los que elevaban el alma y estaba claro que ese chico, en a penas dos días, había revuelto totalmente la suya, hasta el punto de hacerla creer en imposibles.

El chico sintió la mano de Beatrice sujetando su camisa. Con cierta curiosidad la miró, y vio a una Beatrice extremadamente ruborizada, más de lo que la había visto nunca, se había llevado la mano libre a los labios, como queriendo retener el beso que aunque había desaparecido físicamente en cierto modo aún estaba ahí. La negación de la chica le bastó, junto con el resto de señales, para saber que aquel gesto había sido bien recibido. Bethlem sonrió suavemente. Una gran cantidad de emociones se agolpaban en su interior, y eso le hacía sentir muy vivo.

La cafetera pitó, indicando que el desayuno ya estaba preparado, Bethlem ensimismado se sentó junto a Beatrice y miró con una sonrisa el desayuno. Aún no se había dado cuenta, pero en el rostro del joven había dibujada una sonrisa ya imborrable, como mínimo para el resto de aquel día que había comenzado tan intensamente.

-Tiene muy buena pinta.-Se atrevió a decir mirando a la chica.- ¿Es un desayuno típico Inglés?.-Preguntó curioso. El joven sentía que, aunque supiese lo más importante, había muchas cosas de la joven que aún no sabía, pero tenía muy claro que quería saberlas, quería saber todo lo que ella quisiese contarle.

Con tranquilidad tomó su taza de café, le echó azúcar, quizá más del que se consideraba suficiente, pero al joven le gustaba que estuviese dulce. Dio vueltas con la cuchara para disolver el azúcar, sopló para enfriar un poco la superficie y probó el café. Le resultó exquisito, no estaba demasiado fuerte, y tenía el punto de dulce perfecto. Haciendo un gesto de aprobación volvió a dejar la taza y miró el plato con la comida con hambre, tenía un aspecto muy tentador.-Buen provecho.-Dijo suavemente esperando a que Beatrice empezase, desde siempre le habían acostumbrado que hasta que una dama no probaba el plato él no podía hacerlo, era de las pocas cosas que respetaba del protocolo, aunque no sabía por qué.

Bethlem no sabía muy bien qué decir, en realidad ahora aquel beso le había sabido a poco, sentía que quería volver a besar a la joven que tenía a su lado, por eso no se atrevía a mirarla directamente, porque sentía que se iba a ruborizar en el mismo instante de hacerlo. Aquella timidez no era propia de él, y sin embargo ahí estaba, poniéndole nervioso a cada mirada que le dedicaba a Beatrice. Como un adolescente que está junto a una chica por primera vez, Bethlem acercó disimuladamente su silla a la de Beatrice hasta sentir que su rodilla rozaba la de ella, quería sentirla más cerca.

Seguía nerviosa, aun notaba el roce de los labios del joven, sentía un cosquilleo suave en ellos y en la cintura, donde habían estado los brazos del chico. Era una sensación completamente nueva, jamás, nunca, había experimentado algo así, era la primera vez, no solo que encontraba ese sentimiento, esas sensaciones, si no que era la primera vez que la besaban.

Escuchó, medio despistada la pregunta de Bethlem, y respondió intentando volver a la realidad, sin atreverse a mirarlo a la cara:

- Si- afirmó en voz baja- es... bueno, allí en Londres desayunabamos muy fuerte. Y casi siempre salado, ya sabes, sandwiches, tortilla, y eso... lo dulce se tomaba a la hora del té. En realidad, aquí, nos hemos adaptado a las costumbres francesas- los nervios remarcaban más su delicado acento inglés- lo único que conservamos es el té de las cinco.- No podía dejar de parlotear- Yo no se cocinar demasiado, solo un par de platos, esto, tortitas y algunas cosas más, casi todo dulce, me gusta el dulce.- Finalmente decidió callar y dejar que el hablase- Tu... ¿Tu que prefieres?

Seguía sin poder mirar al chico así que tras decir un buen provecho susurrado, dio un pequeño bocado. Se arrepintió al instante, ¿borraría eso el rastro del beso? esperaba que no, aun con los nervios, aun conociendo al chico de apenas dos días, tenía claro que él era especial para ella, y que ese roce de lábios también lo había sido. Cuando una de las rodillas del chico rozó con la suya, la poca calma que había logrado acumular se desvaneció por completo volviendo a enrojecer sus mejillas, pero no se aparto, el estar tan cerca de el joven le resultaba tan cómodo, natural y la hacía feliz, aunque se pusiera tan nerviosa no le molestaba para nada.

- De... ¿de qué parte de Italia vienes?- preguntó cuando ya solo le quedaba la mitad del plato, aunque no tenía más hambre, no era de las personas que desperdiciaban la comida.

El joven escuchó mientras daba otro sorbo al café. Le resultaba simpático que el acento inglés de la chica saliese a la luz en momentos de muchos nervios. No pudo evitar sonreír encantado, ambos coincidían en que les gustaba el dulce.- Yo también prefiero el dulce en muchas ocasiones, aunque si me haces elegir entre el dulce y la pasta... Creo que no sabría decidirme.- La miró de soslayo con una sonrisilla.- Aunque pueda parecer inapropiado o "afeminado".-Marcó las comillas con los dedos para que se notase lo irónica que le resultaba aquella palabra.-Yo me defiendo bastante en la cocina.- Sonrió tomando otro pequeño sorbo de café, quería aprovecharlo al máximo.-Después de todo mi maestro y yo vivimos solos, no tenemos asiestentes ni nada por el estilo... Así que tenemos que apañárnoslas solos... Aunque generalmente me ocupo yo de casi todo.- Se dio cuenta de que estaba hablando mucho, cuando siempre había sido un hombre reservado y de pocas palabras, pero en aquella ocasión no podía evitar hablar, incluso de una manera algo atropellada.

El joven probó la comida detrás de la chica, tenía tanta hambre que se lo habría podido comer todo de un bocado, pero decidió guardar las formas e ir comiendo poco a poco... Y en realidad lo agradeció porque así saboreaba lo que Beatrice había preparado. Estaba todo exquisito, como si únicamente fuese capaz de concentrarse en una única cosa el joven se concentró en saborear cada bocado. Se sentía en cierto modo cohibido, por una vez no sabía muy bien cómo actuar. Sentía cierta tensión en el ambiente, pero no era incomodidad realmente, era una especie de timidez compartida.


- Vengo de la Toscana... La bella Toscana.-Exclamó lo último en Italiano con cierta melancolía. En ocasiones echaba de menos la patria.-Llevo aquí mucho tiempo ya, Francia se ha convertido en una especie de segunda patria para mí.- Bethlem continuó comiendo del plato, del que cada vez quedaba menos. Por su cabeza pasó la posibilidad de que Beatrice echase cuentas, ¿qué pensaría si supiese su edad real?, sabía los años que aparentaba, y sabía muy bien la edad que tenía... Quizá Beatrice podría sentirse incómoda sabiéndolo, aunque si no se sentía incómoda por el hecho de que tuviese una bestia indomable en su interior... ¿Qué mas daban unos años de más?.-¿Cuánto tiempo llevas en Francia?.-Preguntó con curiosidad, Beatrice hablaba muy bien francés, lo suficiente como para llevar un tiempo en el lugar.

Prefería lo dulce, no se había equivocado, y, siendo italiano, logicamente le gustaría la pasta. Ella pocas veces había probado la comida italiana, en realidad, nunca había ido a italia, aunque era una de sus cosas pendientes. En realidad, si quería heredar la emperesa familiar era, en gran parte, por que le daba la posibilidad de viajar y recorrer el mundo. Maestro... ¿Quien sería ese hombre? Debía ser una enorme influencia para el joven.

El venía, especificamente de la Toscana, la bella toscana, había odio halar de sus vinos, de sus paisajes y de su aire fresco y limpio.

- Llevo menos tiempo del que piensas, seguro, llegué hace cinco años. Pero se me dan bien los idiomas- confesó- se hablar inglés, claro, es mi idioma materno, frances, español, y, lo cierto es, que un poco de italiano. Come si dice ...- lo pensó un poco, algo avergonzada, y luego recordó las palabras para expresarse- L'italiano è una bella lingua , il linguaggio del l'amore. Algo así, ¿cierto?- La concentración le había bajado el rubor, y, por primera vez tras el beso, la chica se giró, sonriente, a mirar al joven.

No se había fijado de lo cerca que estaban hasta que giró la cara, sus rostros volvían a estar a escasos centímetros. Sonrojada, miró los labios del chico y volvió a girar la cabeza para centrarse en su plato, ya prácticamente vacío. ¿Qué pensaría el de su comportamiento infantil? Sabía que muchas personas la confundían con alguien más joven de lo que era, pero su comportamiento solía ser maduro, no como cuando estaba con Bethlem, que se volvía una chica de 15 años que se avergonzaba por cualquier cosa. Y él.., ¿Cuantos años tendría? parecía de su edad, ¿pero era así? ¿Podría preguntarselo? No, no debía, había prometido esperar a que él fuera quien se decidiera a contarle todo lo que decidiera contarle, ella no podía ni debía preguntar o presionar.

El reloj de cuco sono marcando las 9 de la mañana, era bastante tarde para el horario parisino, y seguro que no tardaría en llegar alguno de los trabajadores de la casa, sabía que los había convencido para tomarse la noche libre, pero se preocupaban demasiado por ella, la trataban como si fuera una niña, como a sus propias hijas, y no solían dejarla sola. ¿Eso significaba que deberían separarse? No quería, tal vez pudieran ir juntos hasta el hogar del chico, o, si el quería ir a pasear, o... lo que fuera con tal de no despedirse tan pronto.... pero le daba vergüenza proponerlo.

El chico la miró con sorpresa y una enorme sonrisa. Bethlem la escuchó, y no pudo evitar sonreír con cariño, se podía notar que la chica tenía facilidad para los idiomas. el joven asintió mientras tragaba indicando que lo había dicho bien-si ha un buon orecchio per le lingue.- Respondió el joven con una sonrisa.

En un instante se topó con el rostro de Beatrice, de nuevo a escasos centímetros, de nuevo tuvo ganas de besarla, pero esta vez se contuvo. El chico miró su plato, que ya no tenía comida, afortunadamente le quedaba algo de café, por lo que cogió la taza y dio los últimos sorbos. Durante unos instantes hubo silencio, hasta que Bethlem decidió continuar el tema de conversación.-Pues yo llevo aquí...-Se paró a hacer la cuenta de los años que llevaba allí.-Lo menos... Quince años.- Sintió que se ponía rojo como un tomate.-Vine con mi maestro porque nos llegaron noticias de que aquí les iba bien a los compositores... Y nos hemos quedado.- El chico quería mirar a Beatrice pero no se atrevía del todo. Sentía que debía decirle la edad que tenía, de lo contrario se sentiría mal consigo mismo.- Pensarás que es mucho tiempo... Verás, no soy tan joven como aparento...- Miró al fin a Beatrice algo avergonzado.- Los que somos como yo envejecemos más despacio... Por lo que aparentamos más o menos la mitad de los años que tenemos.- Miró de nuevo a la mesa algo consternado.- Tengo unos cuantos años ya.-Dijo con una pequeña risa tratando de quitarle importancia al asunto.

El reloj marcó las nueve, y Bethlem, aún algo avergonzado decidió levantarse para dejar su plato y los cubiertos en la pila para por lo menos echarles agua. El chico no veia el momento de irse, no quería irse...- Beatrice...- Se giró para mirarla y sonrió.-¿Te apetece dar un paseo?.-Preguntó con una sonrisa.- Sería un placer acompañarte.-Añadió para morderse levemente el labio inferior, esperaba con todas sus fuerzas que la joven aceptase.

El joven confirmó lo que ella misma había dicho, efectivamente, tenía buen oido para las lenguas. Tomando el último bocado, y bebiendo su café escuchó la explicación del chico e hizo calculos mentales, ¿llevaba en Paris desde los 5 años? Ya era compositor en ese entonces. No, esa no era toda la explicación.

¿Tenía más edad de la que aparentaba? parecía tener la mitad... es decir, tenía unos... ¿40 años? El café se le fue a la muchacha por el otro lado y la hizo toser, sorprendida. Necesitaba procesar eso. Miró al joven entendiendo un poco más, así que por eso le daba la impresión de ser tan maduro... Se mordió el lavio escuchando lo que él decía. Era extraño, no sbaía que el era tan... ¿experimentado? Si, esa era la palabra, porque, con 40 años, sabía de la vida mucho más que ella. La joven retuvo un suspiro, la cabeza le daba vueltas, eso era... vaya, era mucho en un solo día, aun no habían pasado 24 horas desde que descubrió la forma de lobo del chico, y ahora, esto. Pero, si reflexionaba, no era tan diferente de lo que esperaban sus padres. Esperaban de ella que se relacionara con adultos, con señores, "nobles", que nobleza tenían poca, en busca de jovencitas, al menos con Bethlem, el no era así, el era una persona amable, amigable, que la había salvado en varias ocasiones, se preocupaba por ella y se sentía a gusto a su lado. Si tenía que relacionarse con personas con más años, mejor con él, con quien le gustaba pasar tiempo, y parecían tener una edad similar, a una persona rica y pretenciosa. La edad, era, claramente, lo de menos.

Se alzó al mismo tiempo que él para dejar su plato en la pila cuando el joven propuso dar un paseo. No tardó demasiado en pensarselo, en seguida accedió:

- ¿De verdad? voy a... a vestirme y... y nos vamos, ¡no tardo!- comentó alegremente antes de salir corriendo hacia arriba.

Entró en su cuarto, que seguía con la ventana rota y tomó un vestido del armario con unas medias y unos zapatos para, en seguida, ir al baño. Abrió el grifo y aun mientras se llenaba la bañera se metió dentro, el agua era fría, pero no le importaba. Salió con rapidez, cuando estuvo limpia y secandose inmediatamente se metió dentro del vestido, se cepilló el pelo y lo recogió en una larga cola saliendo instantaneamente y bajando con rapidez.

- Ya estoy- anunció con las mejillas rojas por las prisas al llegar junto al chico.

El joven observó cómo la muchacha salía corriendo para cambiarse. El chico retuvo una sonrisa. Mientras esperaba Bethlem echó un nuevo vistazo a la cocina, en la que ahora había más luz y después decidió salir al recibidor. En realidad buscaba un espejo, quería acicalarse al menos un poco para no ir desaliñado.

El chico logró encontrar uno en la salita de la chimenea, no recordaba haberlo visto la noche anterior... Pero realmente había estado ocupado en otras cosas. Se miró al espejo observando que tenía el pelo desaliñado, y la camisa un tanto destartalada. Se puso erguido ante el espejo y empezó a colocarse la camisa adecentando su aspecto, después se colocó el pelo con los dedos, dejándolo menos despeinado que de costumbre.

Una vez arreglado esperó al pie de la escalera, desde donde vio bajar una radiante Beatrice. Con una enorme sonrisa le ofreció su brazo.- Madamme.- Dijo con aire caballeresco. Le apetecía mucho pasear con ella, sin duda aquel iba a ser un día estupendo.