AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Night of the Demons | Private
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Night of the Demons | Private
Los demonios la seguían. La perseguían. Corrían tras ella. Le pisaban los talones. Y todo era culpa suya. Era culpa de ese pequeño monstruo que lloraba a pleno pulmón bajo la capa que apenas si la resguardaba mínimamente de aquel frío que le helaba los huesos. Ese monstruo, esa criatura terrible que no paraba de removerse, de chillar, de intentar beber de su pecho, de clavarle sus largas uñitas y rasguñar su piel. A pesar de lo frágil e inocente que parecía, a pesar de que siendo tan pequeño a veces le asaltaban los deseos de protegerle, de brindarle seguridad... Ella sabía lo que era. Sabía que tras ese semblante sonrosado se escondía un demonio igual que aquellos que la llevaban siguiendo desde que escapase de la mansión. Un demonio que buscaba destruirla, destrozarla, hacer que su mente se perdiera en las brumas de la locura y que nunca jamás regresara de la oscuridad. Eso es lo que todos ellos llevaban buscando desde hacía semanas. Se habían puesto de acuerdo en intentar acabar con su alma. Desde que su Clyde se marchara de su lado, después de dar a luz a aquel monstruo. La había abandonado a su suerte, rodeada de todos aquellos seres. Le había dado la espalda cuando más lo necesitaba. La había dejado sola junto con aquel engendro que él mismo había depositado en forma de semilla, dentro de su vientre. Era un maldito traidor. Otro traidor.
Y sin embargo lo amaba. Lo amaba a pesar de todo el daño que le había hecho desde que se conocieran. Primero su familia había quedado destruida por aquel oscuro secreto, y después le arrebataron a su primer hijo, al único que había amado de verdad... Y lo peor de todo, después había plantado de nuevo una vida dentro de su tripa, para arrojarla a un mundo demasiado oscuro para que ella pudiera soportarlo. ¡Sola! ¡Estaba sola! Seguida por sombras, por fantasmas, por demonios. Por recuerdos de tiempos que ya nunca volverían. Por memorias de momentos felices que seguramente había fingido. ¡Bastardo! ¿Cómo se había atrevido a jurarle durante años que su amor sería eterno, para luego dejarla a su suerte? ¡¿Y cómo había podido ella ser tan necia para creer sus falsas palabras?! En el fondo siempre lo supo. O más que saberlo, siempre lo había imaginado. Imaginó que él se marcharía. Probablemente con otra más hermosa que ella, o simplemente con otra que fuese capaz de discernir entre el mundo real y el de sus fantasías. ¿Tendría mejor cuerpo, aquella furcia? ¿Sería más hermosa? ¿O simplemente carecía de la dolencia que ella cargaba sobre sus espaldas? ¡Mentiroso! Por decirle que todo iría bien, por jurarle que siempre estarían juntos. Por asegurarle de que cuando aquel niño llegara, todo volvería a ser como antes.
¿Ahora qué haría con él? Pues justo lo que estaba haciendo. Buscar un lugar apartado, el más apartado que encontrase, dentro de la espesura del bosque, y dejarlo allí. Estando así de lejos, no la encontraría. Abandonándolo allí, moriría, y ella tendría un demonio menos del que hacerse cargo. Las alimañas acabarían con él, y ella se salvaría. Sí, se salvaría. Aquel pequeño Clyde era un monstruo, ¡tenía que alejarlo de ella todo lo posible! Antes de que fuera tarde. Sí, eso haría. Eso es lo que debía hacer. No había ninguna duda. Recorrió varios cientos de metros corriendo, con esa idea en mente, cuando de pronto se topó con un lago, y en su reflejo, se vio a sí misma, sosteniendo en los brazos lo que realmente llevaba. A un bebé. A un bebé dulce, adorable, que con sus manitas buscaba tomar el cabello de aquella que le había dado la vida, y que ahora pensaba en quitársela. Y sin saber muy bien el motivo, se echó a llorar. Porque estaba a punto de hacer lo mismo que su Clyde había hecho consigo misma. ¿Se estaría convirtiendo ella también en un monstruo? ¿Y cómo podría escapar de sí misma?
Y sin embargo lo amaba. Lo amaba a pesar de todo el daño que le había hecho desde que se conocieran. Primero su familia había quedado destruida por aquel oscuro secreto, y después le arrebataron a su primer hijo, al único que había amado de verdad... Y lo peor de todo, después había plantado de nuevo una vida dentro de su tripa, para arrojarla a un mundo demasiado oscuro para que ella pudiera soportarlo. ¡Sola! ¡Estaba sola! Seguida por sombras, por fantasmas, por demonios. Por recuerdos de tiempos que ya nunca volverían. Por memorias de momentos felices que seguramente había fingido. ¡Bastardo! ¿Cómo se había atrevido a jurarle durante años que su amor sería eterno, para luego dejarla a su suerte? ¡¿Y cómo había podido ella ser tan necia para creer sus falsas palabras?! En el fondo siempre lo supo. O más que saberlo, siempre lo había imaginado. Imaginó que él se marcharía. Probablemente con otra más hermosa que ella, o simplemente con otra que fuese capaz de discernir entre el mundo real y el de sus fantasías. ¿Tendría mejor cuerpo, aquella furcia? ¿Sería más hermosa? ¿O simplemente carecía de la dolencia que ella cargaba sobre sus espaldas? ¡Mentiroso! Por decirle que todo iría bien, por jurarle que siempre estarían juntos. Por asegurarle de que cuando aquel niño llegara, todo volvería a ser como antes.
¿Ahora qué haría con él? Pues justo lo que estaba haciendo. Buscar un lugar apartado, el más apartado que encontrase, dentro de la espesura del bosque, y dejarlo allí. Estando así de lejos, no la encontraría. Abandonándolo allí, moriría, y ella tendría un demonio menos del que hacerse cargo. Las alimañas acabarían con él, y ella se salvaría. Sí, se salvaría. Aquel pequeño Clyde era un monstruo, ¡tenía que alejarlo de ella todo lo posible! Antes de que fuera tarde. Sí, eso haría. Eso es lo que debía hacer. No había ninguna duda. Recorrió varios cientos de metros corriendo, con esa idea en mente, cuando de pronto se topó con un lago, y en su reflejo, se vio a sí misma, sosteniendo en los brazos lo que realmente llevaba. A un bebé. A un bebé dulce, adorable, que con sus manitas buscaba tomar el cabello de aquella que le había dado la vida, y que ahora pensaba en quitársela. Y sin saber muy bien el motivo, se echó a llorar. Porque estaba a punto de hacer lo mismo que su Clyde había hecho consigo misma. ¿Se estaría convirtiendo ella también en un monstruo? ¿Y cómo podría escapar de sí misma?
Bethany S. Dunne- Hechicero Clase Alta
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Fecha de inscripción : 27/09/2013
Re: Night of the Demons | Private
Otro trágico día en aquella trágica ciudad. ¿O debería decir maldita? Otro pobre crío había muerto debido a las inclemencias del clima de aquel recién llegado invierno. Su cuerpo escuálido sería enterrado en una especie de fosa común para todas aquellas criaturas que habían ido muriendo en los últimos días. Yo había contado unos doce. Pero quizá fueran más, quién sabe. No es como si pudiera decir que me impactara demasiado. La realidad era que cada año sucedía igual. Y yo no necesitaba llevar más de unos meses en París para saber que en aquella ciudad tan marcada por la diferencia entre clases, no iba a ser diferente que en otras capitales. Aún así, no podía evitar sentirme molesto de que fueran los más pequeños e inocentes quienes acababan pagando por los desajustes de una sociedad de adultos. Bostecé y me metí las manos en los bolsillos, para luego rodear el lugar en que los huérfanos se habían congregado para despedirse de su amigo. Pese a que sucesos como aquel me resultaran molestos, no es como si fueran a quitarme el sueño. Los inviernos en mi país natal eran como diez veces más fríos, y ningún niño moría a causa de ello. Los parisinos eran profundamente idiotas. De donde yo venía, la prioridad siempre sería mantener calientes a los más débiles, y en Francia parecía que era al revés. La prioridad era que los ricos fueran aún más ricos, y absolutamente ningún miembro del pueblo llano se revelaba contra aquel hecho. Tenía lo que se merecían. Si no eran capaces de luchar por sus derechos, mejor que siguieran muriendo. A nadie le importaría.
Tras salir del centro, y aventurarme por las calles reservadas a los turistas o a aquellas personas que podían permitirse hacer alguna compra en las tiendas que las adornaban, aparte de sentirme completamente fuera de lugar, desentonando enormemente con mis abrigos hechos por mí mismo con las pieles de los animales que cazaba, me di cuenta de que tampoco tenía nada que hacer en la ciudad. Llevaba varios días sin que nadie requiriese mis servicios. No me preocupaba especialmente, puesto que después del último encargo había ganado suficiente para malvivir durante todo los meses de invierno, pero he de reconocer que no tener ningún trabajo o “cacería” en mente me dejaba en un estado de sopor absoluto. Profundamente aburrido. Y si hay algo peor que una fiera furiosa, es una fiera sin nada mejor que hacer. Porque en ese momento, todos se convierten en presas potenciales. Y creedme cuando digo que en aquella ciudad no había nadie que me interesara un mínimo como para no considerarlo parte de mi próximo menú. La carne humana no solía ser tan jugosa, pero tenía la extraña sensación de que al devorarles, me llevaba conmigo parte de sus vidas, de su alma, y eso era algo que ningún animal podía aportarme. Sus vidas eran monótonas, aún más monótonas. Los depredadores cazaban, y las presas se dedicaban a huir. Si tenían alma, desde luego no era perceptible por mis papilas gustativas. La de las víctimas humanas, sí. Aunque no solía cazarles con demasiada frecuencia. A muchas personas, incluso en aquella ciudad tan podrida, aún había alguien que les echara de menos. Y eso era lo único que yo respetaba.
Así que antes de que mi cabeza comenzara a fantasear con tener alguna parte del cuerpo de aquellas personas asándose en una hoguera, decidí que lo mejor que podía hacer, si no lo único, era marcharme de regreso a mi cabaña. El bosque era mi hogar, siempre lo había sido, y allí estaba lo bastante lejos de todo aquello que despreciaba de la ciudad como para no sentirme abrumado. El bosque me hacía regresar a ese estado de calma que aunque parezca extraño me caracteriza. Los lobos, y más los solitarios, no tenemos por costumbre sembrar el caos de forma aleatoria. Lo hacemos por un motivo concreto. Y yo no tenía ninguno, al menos no en ese momento. Y si había algo que no deseaba que ocurriera era que mi mente se despegase tanto de mi naturaleza como para convertirme en una auténtica bestia. Eso atentaría contra mis costumbres, contra mi aprendizaje, contra mi moralidad. Porque sí, incluso los monstruos tenemos un código. Y el mío hablaba de equilibrio. Mi función como depredador era equilibrar la balanza. Quitar de en medio a quienes hacían el mal, o a quienes lo merecían, para que el resto pudiera seguir viviendo su miserable existencia sin contratiempos. ¿O acaso no es eso lo que hace un mercenario, después de todo? Hacer desaparecer a la escoria, por petición expresa de alguien que pudiera pagar su muerte. Porque si a quien me mandaban asesinar no era alguien que lo mereciese, el que me encarga buscar una presa, se convierte después en el objetivo. Ése era, al final, mi modus operandi.
Tras salir del centro, y aventurarme por las calles reservadas a los turistas o a aquellas personas que podían permitirse hacer alguna compra en las tiendas que las adornaban, aparte de sentirme completamente fuera de lugar, desentonando enormemente con mis abrigos hechos por mí mismo con las pieles de los animales que cazaba, me di cuenta de que tampoco tenía nada que hacer en la ciudad. Llevaba varios días sin que nadie requiriese mis servicios. No me preocupaba especialmente, puesto que después del último encargo había ganado suficiente para malvivir durante todo los meses de invierno, pero he de reconocer que no tener ningún trabajo o “cacería” en mente me dejaba en un estado de sopor absoluto. Profundamente aburrido. Y si hay algo peor que una fiera furiosa, es una fiera sin nada mejor que hacer. Porque en ese momento, todos se convierten en presas potenciales. Y creedme cuando digo que en aquella ciudad no había nadie que me interesara un mínimo como para no considerarlo parte de mi próximo menú. La carne humana no solía ser tan jugosa, pero tenía la extraña sensación de que al devorarles, me llevaba conmigo parte de sus vidas, de su alma, y eso era algo que ningún animal podía aportarme. Sus vidas eran monótonas, aún más monótonas. Los depredadores cazaban, y las presas se dedicaban a huir. Si tenían alma, desde luego no era perceptible por mis papilas gustativas. La de las víctimas humanas, sí. Aunque no solía cazarles con demasiada frecuencia. A muchas personas, incluso en aquella ciudad tan podrida, aún había alguien que les echara de menos. Y eso era lo único que yo respetaba.
Así que antes de que mi cabeza comenzara a fantasear con tener alguna parte del cuerpo de aquellas personas asándose en una hoguera, decidí que lo mejor que podía hacer, si no lo único, era marcharme de regreso a mi cabaña. El bosque era mi hogar, siempre lo había sido, y allí estaba lo bastante lejos de todo aquello que despreciaba de la ciudad como para no sentirme abrumado. El bosque me hacía regresar a ese estado de calma que aunque parezca extraño me caracteriza. Los lobos, y más los solitarios, no tenemos por costumbre sembrar el caos de forma aleatoria. Lo hacemos por un motivo concreto. Y yo no tenía ninguno, al menos no en ese momento. Y si había algo que no deseaba que ocurriera era que mi mente se despegase tanto de mi naturaleza como para convertirme en una auténtica bestia. Eso atentaría contra mis costumbres, contra mi aprendizaje, contra mi moralidad. Porque sí, incluso los monstruos tenemos un código. Y el mío hablaba de equilibrio. Mi función como depredador era equilibrar la balanza. Quitar de en medio a quienes hacían el mal, o a quienes lo merecían, para que el resto pudiera seguir viviendo su miserable existencia sin contratiempos. ¿O acaso no es eso lo que hace un mercenario, después de todo? Hacer desaparecer a la escoria, por petición expresa de alguien que pudiera pagar su muerte. Porque si a quien me mandaban asesinar no era alguien que lo mereciese, el que me encarga buscar una presa, se convierte después en el objetivo. Ése era, al final, mi modus operandi.
Óðinn- Cambiante Clase Media
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Fecha de inscripción : 13/10/2014
Re: Night of the Demons | Private
Aún podía escuchar a su espalda el inconfundible sonido de los ecos de los pasos de aquellos demonios, persiguiéndola. Buscándola. Olfateando el rastro que inevitablemente había dejado tras de sí. Un rastro de lágrimas, de aroma, de sangre. Tenía los brazos llenos de cortes, de heridas abiertas y más que visibles. Algunas, se las había infligido ella misma, y otras muchas se las habían provocado las ramas de los árboles que había tenido que atravesar corriendo para escapar de las garras de aquellos que intentaban atormentarla. Pero ya nada le importaba. Ni el escozor de esas heridas, ni las lágrimas que se derramaban por sus mejillas, cayendo en cascada desde sus ojos. Empañados. Amoratados por el pesar y la pena. Unos ojos que por primera vez desde que Clyde desapareciera parecían ver con total nitidez y claridad en lo que se estaba convirtiendo. En una sombra de sí misma, de la mujer que alguna vez soñó ser. Estaba a punto de abandonar a su hijo a su suerte. De arrojarlo a un mundo que lo engulliría sin remedio. Como había hecho con ella.
Y no es que no sintiese amor por aquella pequeña criatura que ahora se retorcía y lloraba entre sus brazos, probablemente a causa del hambre, es que se había dado cuenta de que, por más que quisiera, ahora que volvía a estar completamente sola rodeada de todos aquellos demonios, no podría cuidar de él. ¿Qué clase de vida podría darle? Una vida repleta de terror, de angustia, de soledad, de desconfianza. Para vivir una vida así, lo mejor era morir. Morir cuanto antes mejor, antes de que sufriera innecesariamente lo que el destino le deparaba. Ella misma se lo había planteado en más ocasiones de las que había llegado a reconocer. Quitarse la vida, cortar todo de raíz, dejar, finalmente, de sufrir. Pero todo aquel tiempo había aguantado, había soportado el sufrimiento que le provocaba ser la única en ver a aquellos demonios. Y lo había hecho por Clyde. Por aquella promesa que ambos se hicieron de cuidarse, amarse y respetarse, todos los días de sus vidas, hasta que la muerte los separase. Su madre siempre le dijo que la Biblia considera el suicidio como un pecado. Pero también lo era la infidelidad, también lo era romper los sagrados votos del matrimonio. Y eso él era quien lo había hecho. Observó con una mezcla de ternura y recelo el fruto de aquel amor forjado en la mentira, en la traición. Y lo vio a él. Vio el futuro que siempre se habían imaginado para ambos, difuminándose. Aquel niño representaba su fracaso, representaba un capítulo doloroso de su vida. Pero si decidía arrebatarle la posibilidad de una existencia, aunque terrible, no le dejaría marchar solo. Ella también lo haría. Sí, había llegado el momento.
Ya no había nada más en aquel mundo que le interesara, nada a lo que pudiera aferrarse para mantener a flote a su alma. Y no se resignaría a hundirse en la nada, en la oscuridad. No aceptaría ser arrastrada al infierno por aquellos demonios que tanto la habían martirizado. Por una vez en su miserable vida, quería ser ella quien decidiese cuándo y cómo marcharse. Y aquella era la ocasión perfecta. La mejor que tendría nunca. Se borraría a sí misma de la faz de la tierra, llevándose también a aquella criatura engendrada de una mentira, de un matrimonio entre un traidor, y alguien demasiado débil como para mantener su cabeza anclada a la realidad. Y aún así, aunque estaba tan segura de que aquello era lo correcto, que había llegado su final, no pudo evitar sentir cómo su corazón se rompía de nuevo en mil pedazos, cuando finalmente se arrojó sobre las aguas, con su único hijo en brazos.
Mientras las aguas luchaban por arrastrarla al fondo de aquel lago, el llanto del bebé, que se había quedado enganchado en una rama que flotaba en la superficie, hizo que Bethany abriera los ojos por última vez para mirarle, y sonreír. Sonreír porque, a pesar de todo, él no correría su mismo destino. Y en el fondo, incluso dentro de su locura, se alegraba.
Y no es que no sintiese amor por aquella pequeña criatura que ahora se retorcía y lloraba entre sus brazos, probablemente a causa del hambre, es que se había dado cuenta de que, por más que quisiera, ahora que volvía a estar completamente sola rodeada de todos aquellos demonios, no podría cuidar de él. ¿Qué clase de vida podría darle? Una vida repleta de terror, de angustia, de soledad, de desconfianza. Para vivir una vida así, lo mejor era morir. Morir cuanto antes mejor, antes de que sufriera innecesariamente lo que el destino le deparaba. Ella misma se lo había planteado en más ocasiones de las que había llegado a reconocer. Quitarse la vida, cortar todo de raíz, dejar, finalmente, de sufrir. Pero todo aquel tiempo había aguantado, había soportado el sufrimiento que le provocaba ser la única en ver a aquellos demonios. Y lo había hecho por Clyde. Por aquella promesa que ambos se hicieron de cuidarse, amarse y respetarse, todos los días de sus vidas, hasta que la muerte los separase. Su madre siempre le dijo que la Biblia considera el suicidio como un pecado. Pero también lo era la infidelidad, también lo era romper los sagrados votos del matrimonio. Y eso él era quien lo había hecho. Observó con una mezcla de ternura y recelo el fruto de aquel amor forjado en la mentira, en la traición. Y lo vio a él. Vio el futuro que siempre se habían imaginado para ambos, difuminándose. Aquel niño representaba su fracaso, representaba un capítulo doloroso de su vida. Pero si decidía arrebatarle la posibilidad de una existencia, aunque terrible, no le dejaría marchar solo. Ella también lo haría. Sí, había llegado el momento.
Ya no había nada más en aquel mundo que le interesara, nada a lo que pudiera aferrarse para mantener a flote a su alma. Y no se resignaría a hundirse en la nada, en la oscuridad. No aceptaría ser arrastrada al infierno por aquellos demonios que tanto la habían martirizado. Por una vez en su miserable vida, quería ser ella quien decidiese cuándo y cómo marcharse. Y aquella era la ocasión perfecta. La mejor que tendría nunca. Se borraría a sí misma de la faz de la tierra, llevándose también a aquella criatura engendrada de una mentira, de un matrimonio entre un traidor, y alguien demasiado débil como para mantener su cabeza anclada a la realidad. Y aún así, aunque estaba tan segura de que aquello era lo correcto, que había llegado su final, no pudo evitar sentir cómo su corazón se rompía de nuevo en mil pedazos, cuando finalmente se arrojó sobre las aguas, con su único hijo en brazos.
Mientras las aguas luchaban por arrastrarla al fondo de aquel lago, el llanto del bebé, que se había quedado enganchado en una rama que flotaba en la superficie, hizo que Bethany abriera los ojos por última vez para mirarle, y sonreír. Sonreír porque, a pesar de todo, él no correría su mismo destino. Y en el fondo, incluso dentro de su locura, se alegraba.
Bethany S. Dunne- Hechicero Clase Alta
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Fecha de inscripción : 27/09/2013
Re: Night of the Demons | Private
El bosque parecía extrañamente tranquilo. Normalmente, las alimañas, los depredadores nocturnos e incluso algún que otro lobo solitario, aparte de mi, solían rondar a esas horas. "La hora mágica", así lo llamaba. El lugar se llenaba de vida, de murmullos, de un ruidoso eco rodeado únicamente de la brisa otoñal. Pero aquella noche era diferente. El aire parecía cargado, denso, pesado, como si un mal augurio estuviese detrás de aquella situación. Miré a mi alrededor con el ceño fruncido, intentando averiguar qué era lo que estaba sucediendo. No tardé mucho en percatarme del aroma extraño de una mujer. ¿Se trataba de eso? ¿Una intrusa? Me envaré de inmediato, temiéndome la presencia de otros lobos en la zona. Ya había ocurrido una vez. ¿Por qué no una segunda? Odiaba que invadiesen mi terreno, que se metieran en mi territorio. ¿Por qué todos en aquella maldita ciudad tenían tanto empeño en tocarme las narices? Todos mis músculos se tensaron de golpe...
Y no volvieron a la normalidad hasta que el agudo llanto de un bebé rompió de golpe toda aquella quietud. La confusión se dibujó en mi semblante lentamente. Al principio pensé que se trataba de una ilusión. ¿Qué demonios iba a hacer un bebé en el bosque? Cualquiera sabía que una criatura tan frágil y apetecible como un niño era presa fácil en un lugar así. ¿A eso se debía la presencia extraña de esa supuesta mujer? ¿Había ido hasta allí con un niño? ¿Con qué propósito? Cuando me di cuenta de que no era una especie de espejismo, salí corriendo en dirección al sonido sin demora. ¿Qué estaba ocurriendo? Como una flecha, atravesé la espesura de árboles, para toparme de lleno con el lago. Allí, los gritos del infante se hicieron más fuertes y evidentes. Apenas estaba sujeto por una rama, por lo que su cuerpo agitado amenazaba con hundirse. Entones volví a identificar el olor a perfume de mujer.
Las burbujas de aire salían a la superficie cada vez con menos frecuencia, apenas un metro más allá de donde yacía el recién nacido. - Mierda... -Farfullé, para luego deshacerme de los zapatos y la chaqueta, y lanzarme de lleno a las gélidas aguas de la laguna. Sacar al bebé fue sencillo. Lo dejé sobre la tierra húmeda, para luego zambullirme nuevamente en busca de la madre. La pregunta de si se trataba de un accidente, o era premeditado, no tardó mucho en aparecer en mi cabeza. Después de todo, ¿para qué salvar a alguien que desea morir? Pero al ver su rostro, tan níveo, tan tranquilo, hundirse en la oscuridad, no pude evitar llegar hasta ella. Recogí su cuerpo frágil, demacrado, y lo arrastré sin demasiada dificultad hacia la orilla. Las heridas se repartían por su anatomía de forma desigual, como si hubiera sido atacada por alguna criatura. Acercé mi rostro a sus labios sólo para comprobar que, en efecto, no respiraba. Insuflé aire en sus pulmones rápidamente. Sólo esperaba no romperle ninguna costilla en el proceso de reanimación.
Y no volvieron a la normalidad hasta que el agudo llanto de un bebé rompió de golpe toda aquella quietud. La confusión se dibujó en mi semblante lentamente. Al principio pensé que se trataba de una ilusión. ¿Qué demonios iba a hacer un bebé en el bosque? Cualquiera sabía que una criatura tan frágil y apetecible como un niño era presa fácil en un lugar así. ¿A eso se debía la presencia extraña de esa supuesta mujer? ¿Había ido hasta allí con un niño? ¿Con qué propósito? Cuando me di cuenta de que no era una especie de espejismo, salí corriendo en dirección al sonido sin demora. ¿Qué estaba ocurriendo? Como una flecha, atravesé la espesura de árboles, para toparme de lleno con el lago. Allí, los gritos del infante se hicieron más fuertes y evidentes. Apenas estaba sujeto por una rama, por lo que su cuerpo agitado amenazaba con hundirse. Entones volví a identificar el olor a perfume de mujer.
Las burbujas de aire salían a la superficie cada vez con menos frecuencia, apenas un metro más allá de donde yacía el recién nacido. - Mierda... -Farfullé, para luego deshacerme de los zapatos y la chaqueta, y lanzarme de lleno a las gélidas aguas de la laguna. Sacar al bebé fue sencillo. Lo dejé sobre la tierra húmeda, para luego zambullirme nuevamente en busca de la madre. La pregunta de si se trataba de un accidente, o era premeditado, no tardó mucho en aparecer en mi cabeza. Después de todo, ¿para qué salvar a alguien que desea morir? Pero al ver su rostro, tan níveo, tan tranquilo, hundirse en la oscuridad, no pude evitar llegar hasta ella. Recogí su cuerpo frágil, demacrado, y lo arrastré sin demasiada dificultad hacia la orilla. Las heridas se repartían por su anatomía de forma desigual, como si hubiera sido atacada por alguna criatura. Acercé mi rostro a sus labios sólo para comprobar que, en efecto, no respiraba. Insuflé aire en sus pulmones rápidamente. Sólo esperaba no romperle ninguna costilla en el proceso de reanimación.
Óðinn- Cambiante Clase Media
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Fecha de inscripción : 13/10/2014
Re: Night of the Demons | Private
¡Oh, mundo cruel, destino trágico, terrible e injusto..! ¿Por qué disfrutas cebándote con los más débiles? ¿Por qué despliegas todas tus armas destructivas solamente sobre aquellos que no tienen suficiente poder como para hacerte frente? La pobre Bethany, que había luchado durante años con uñas y dientes en contra de sus inclemencias, ahora sucumbía, sin remedio, ante él. ¡Pobre desdichada! Un final tristemente inmerecido, para una vida llena de dolor, de rabia contenida, de absoluta soledad... ¡Al menos descansaría tranquila! O ese era el último deseo que tenía, el único que esperaba que pudiera cumplirse. ¿Acaso no merecía un poco de paz tras tantos años siendo perseguida por los demonios que ahora gritaban, desde el exterior de las aguas que serían su hogar eterno? La buscaban, ella lo sabía, pero también sabía que a medida que su corazón iba ralentizando su ritmo, les resultaba más difícil encontrarla. Por un momento, brevísimo, se sintió renovada, dichosa. Porque a pesar de aquella muerte prematura, tendría al menos la certeza de que no volvería a ver ningún demonio. El cielo la aguardaba... ¿O no?
Unos brazos, repentinamente, la arrastraron hacia fuera del lugar que había escogido para que le sirviera de cobijo en su descanso infinito. ¡Malditos fueran aquellos demonios, que ni morir en paz la dejaban! Se retorció contra aquella última agresión, intentando sumergirse nuevamente, a pesar de la fuerza que ejercían. No querían dejarla marchar. ¡No podían! Su alma era el sustento de sus fauces terroríficas. Necesitaban torturarla, porque esa era su razón de ser. ¡Y pretendían que ella lo aceptara, sin más! Gritó, arañó y maldijo en todos los idiomas que conocía, para después suplicar, con lágrimas en los ojos, que la dejaran morir de una santa vez. ¿Por qué tanta crueldad para con ella? ¿Qué había hecho en su otra vida para merecerlo? Dios tenía un extraño sentido del humor, sobre todo con aquellos que casi podían considerarse santos. ¿Había hecho cosas terribles? ¡Jamás! Aunque ella sí las había sufrido, y por eso su mente estaba trastocada, perdida en la oscuridad. Además de despojarle de una vida normal, tranquila, también le habían robado la identidad, convirtiéndola en poco menos que una desequilibrada a los ojos del mundo. ¡¿Qué clase de sádico había escrito su sino?!
Cuando sintió la tierra, firme, dura y seca bajo su espalda, se notó desfallecer. Si al menos aquella pérdida de conocimiento hubiera sido fruto de su intento de darse muerte, tendría la certeza de que no despertaría. Pero el aroma de aquel bosque, de los demonios, de su hijo, todo era tan real que no hacía sino confirmar que no estaba muerta. Que no iban a dejar que se fuera, sin más. Seguía llorando, a pesar de su inconsciencia, cuando los gélidos labios de aquel demonio sin nombre se posaron sobre los suyos, insuflándole aquel aire que no quería directamente a sus pulmones. ¡Qué contrariedad! A pesar de que su mente y su alma desearan perecer, su cuerpo luchaba intensamente por mantenerse con vida. El agua salió bruscamente de sus pulmones, dejándole una extraña sensación de quemazón en la garganta. Sólo entonces, sin fuerzas, sin ganas, y terriblemente confusa, abrió los ojos. Y pudo ver su rostro. El primer rostro que veía, sin sombras, al completo, desde hacía mucho tiempo.
Unos brazos, repentinamente, la arrastraron hacia fuera del lugar que había escogido para que le sirviera de cobijo en su descanso infinito. ¡Malditos fueran aquellos demonios, que ni morir en paz la dejaban! Se retorció contra aquella última agresión, intentando sumergirse nuevamente, a pesar de la fuerza que ejercían. No querían dejarla marchar. ¡No podían! Su alma era el sustento de sus fauces terroríficas. Necesitaban torturarla, porque esa era su razón de ser. ¡Y pretendían que ella lo aceptara, sin más! Gritó, arañó y maldijo en todos los idiomas que conocía, para después suplicar, con lágrimas en los ojos, que la dejaran morir de una santa vez. ¿Por qué tanta crueldad para con ella? ¿Qué había hecho en su otra vida para merecerlo? Dios tenía un extraño sentido del humor, sobre todo con aquellos que casi podían considerarse santos. ¿Había hecho cosas terribles? ¡Jamás! Aunque ella sí las había sufrido, y por eso su mente estaba trastocada, perdida en la oscuridad. Además de despojarle de una vida normal, tranquila, también le habían robado la identidad, convirtiéndola en poco menos que una desequilibrada a los ojos del mundo. ¡¿Qué clase de sádico había escrito su sino?!
Cuando sintió la tierra, firme, dura y seca bajo su espalda, se notó desfallecer. Si al menos aquella pérdida de conocimiento hubiera sido fruto de su intento de darse muerte, tendría la certeza de que no despertaría. Pero el aroma de aquel bosque, de los demonios, de su hijo, todo era tan real que no hacía sino confirmar que no estaba muerta. Que no iban a dejar que se fuera, sin más. Seguía llorando, a pesar de su inconsciencia, cuando los gélidos labios de aquel demonio sin nombre se posaron sobre los suyos, insuflándole aquel aire que no quería directamente a sus pulmones. ¡Qué contrariedad! A pesar de que su mente y su alma desearan perecer, su cuerpo luchaba intensamente por mantenerse con vida. El agua salió bruscamente de sus pulmones, dejándole una extraña sensación de quemazón en la garganta. Sólo entonces, sin fuerzas, sin ganas, y terriblemente confusa, abrió los ojos. Y pudo ver su rostro. El primer rostro que veía, sin sombras, al completo, desde hacía mucho tiempo.
Bethany S. Dunne- Hechicero Clase Alta
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Re: Night of the Demons | Private
Aunque las preguntas no hacían más que agolparse en mi mente, claramente aquel no era ni el momento ni el lugar para formularlas. Y también estaba la cuestión de que la persona que había de responderlas, digamos que no estaba en condiciones para hacerlo, precisamente. Por un momento maldije a mi suerte, y a todos los dioses, por haber decidido que precisamente aquella era la noche idónea para meterme en un marrón semejante. ¿Una loca? ¿Una madre torpe? ¿Una suicida? Qué demonios hacía la mujer en el agua era todo cuanto me interesaba saber, aunque estaba demasiado ocupado intentando que el agua saliera de sus pulmones de todas las formas que se me ocurrieron. Zarandeándola, abofeteándola, poniéndola de lado... Y luego me acordé de aquello que había visto hacer algunas veces, apretar el pecho a la altura del esternón y tratar de meterle aire en los pulmones a la fuerza. La verdad, en cualquier otra ocasión besarme con una joven inconsciente no me habría parecido tan terrible, y menos si era bien parecida -que lo era-, pero francamente, su apariencia medio muerta no ayudaba demasiado a que me animase a hacerlo. Otro insufrible grito proveniente del bulto a mi espalda me dio el empuje que necesitaba, y tras apretar con toda la fuerza que pude, y oír un terrible "crack" fruto de una o dos costillas rotas, me decidí a insuflarle aire a fin de hacerla recuperar el conocimiento.
Me aparté en cuanto comenzó a toser, agradecido de que al menos, ahora podría recuperarse y llevarse al infernal mocoso que no paraba de bramar, probablemente debido al frío. ¡Demonios! Me acerqué al recién nacido y lo estreché contra mis brazos, suspirando cuando, al instante mismo de hacerlo, éste se callaba. Mi calor era más que suficiente para una criatura tan pequeña, pero no lo sería para la madre. Me volví a agachar junto al cuerpo de la muchacha, que aún seguía tosiendo agua, y ésta abrió los ojos de golpe, haciendo que me sobresaltase. Le levanté la cabeza un poco, para colocarla sobre mis piernas, y me la quedé mirando largamente, con el brillo de la duda reluciendo en mi semblante. - Joder, vaya susto que me has dado. Sólo pensar qué demonios iba yo a hacer con esta... cosa... y me daban ganas de tirarme al lago yo también. ¿En qué diablos estabas pensando? ¿Acaso practicabas submarinismo con tu hijo en brazos? ¿O se te cayó al agua y tratabas de cogerlo? Porque en ninguna de las dos cosas pareces ser demasiado eficaz... -Las palabras salieron de mi boca atropelladamente, algo que yo achaqué al alivio, por supuesto. No de que aquella chica hubiera sobrevivido, que francamente, no era mi problema, sino de que no tendría que preocuparme por llevar al niño a comisaría al día siguiente... O aquella misma noche, si volvía a ponerse a llorar.
- Eh... puede parecer una pregunta estúpida, dadas las circunstancias, pero ¿te encuentras bien? Lo digo porque me miras como si hubieses visto a un muerto. Y dado que eres tú quien acaba de resucitar, resulta un tanto paradójico. -No, en serio, ¿por qué me miraba de aquella forma tan extraña? ¡A que era alguien que se hubiera escapado del manicomio! Quizá y el niño no fuera ni siquiera suyo... No, sus ropas, a pesar de estar manchadas y rasguñadas por doquier, eran de una tela que sólo había visto a muchachitas de clase alta. ¡Vaya! Quizá aquel rescate podría implicar un golpe de buena suerte, después de todo. Apostaba lo que fuera a que seguramente ya la estuvieran buscando. Le aparté los cabellos enmarañados del rostro, y pude vérselo con más claridad. Parecía sorprendida, incluso extrañada, aunque no había ni rastro de aquel miedo que yo sabía que sienten las personas cuando han estado tan cerca de la muerte. La ayudé a incorporarse poco a poco, consciente de que debería dolerle horrores el torso, a causa de las fracturas que le había provocado. Eso podía ser un problema, si llegaba a acusarme. Aunque estaba tan confusa que dudara que fuera a hacerlo.
Me aparté en cuanto comenzó a toser, agradecido de que al menos, ahora podría recuperarse y llevarse al infernal mocoso que no paraba de bramar, probablemente debido al frío. ¡Demonios! Me acerqué al recién nacido y lo estreché contra mis brazos, suspirando cuando, al instante mismo de hacerlo, éste se callaba. Mi calor era más que suficiente para una criatura tan pequeña, pero no lo sería para la madre. Me volví a agachar junto al cuerpo de la muchacha, que aún seguía tosiendo agua, y ésta abrió los ojos de golpe, haciendo que me sobresaltase. Le levanté la cabeza un poco, para colocarla sobre mis piernas, y me la quedé mirando largamente, con el brillo de la duda reluciendo en mi semblante. - Joder, vaya susto que me has dado. Sólo pensar qué demonios iba yo a hacer con esta... cosa... y me daban ganas de tirarme al lago yo también. ¿En qué diablos estabas pensando? ¿Acaso practicabas submarinismo con tu hijo en brazos? ¿O se te cayó al agua y tratabas de cogerlo? Porque en ninguna de las dos cosas pareces ser demasiado eficaz... -Las palabras salieron de mi boca atropelladamente, algo que yo achaqué al alivio, por supuesto. No de que aquella chica hubiera sobrevivido, que francamente, no era mi problema, sino de que no tendría que preocuparme por llevar al niño a comisaría al día siguiente... O aquella misma noche, si volvía a ponerse a llorar.
- Eh... puede parecer una pregunta estúpida, dadas las circunstancias, pero ¿te encuentras bien? Lo digo porque me miras como si hubieses visto a un muerto. Y dado que eres tú quien acaba de resucitar, resulta un tanto paradójico. -No, en serio, ¿por qué me miraba de aquella forma tan extraña? ¡A que era alguien que se hubiera escapado del manicomio! Quizá y el niño no fuera ni siquiera suyo... No, sus ropas, a pesar de estar manchadas y rasguñadas por doquier, eran de una tela que sólo había visto a muchachitas de clase alta. ¡Vaya! Quizá aquel rescate podría implicar un golpe de buena suerte, después de todo. Apostaba lo que fuera a que seguramente ya la estuvieran buscando. Le aparté los cabellos enmarañados del rostro, y pude vérselo con más claridad. Parecía sorprendida, incluso extrañada, aunque no había ni rastro de aquel miedo que yo sabía que sienten las personas cuando han estado tan cerca de la muerte. La ayudé a incorporarse poco a poco, consciente de que debería dolerle horrores el torso, a causa de las fracturas que le había provocado. Eso podía ser un problema, si llegaba a acusarme. Aunque estaba tan confusa que dudara que fuera a hacerlo.
Óðinn- Cambiante Clase Media
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Re: Night of the Demons | Private
La reacción lógica, de alguien en su sano juicio, cuando acaban de salvarle la vida, hubiera sido de gratitud. Pero ni Bethany estaba en su sano juicio, ni aquella situación era del todo lógica, ¿verdad? No. Ella no estaba allí por casualidad. Aquella joven de aspecto demacrado, gris y triste, no se había caído al lago por accidente. La madre de aquel recién nacido no había "perdido" a su hijo por accidente, en medio de aquellas aguas. Aquel iba a ser su hado, el destino que había decidido para sí misma, y para su ruidoso descendiente. Y ese demonio, el primer demonio con rostro que había visto en años, le había arrebatado esa salida, su autoadjudicado punto y final. ¡Cómo se atrevía! Quiso gritar, patalear, golpearle y recriminarle, pero todo cuanto pudo hacer, cuanto fue capaz de hacer, fue quedársele observando como si ninguna otra cosa en el mundo pudiera llamar su atención más que él. Más que aquel rostro, cuyas facciones hoscas y marcadas, tanto le recordaban al del hombre que una vez creyó amar, hasta comprender que todo había sido una mentira. ¿Por qué precisamente ahora, en aquel momento, un demonio se dignaba a mostrar su rostro? ¿Era acaso una especie de prueba? ¿Una señal? ¿Pero qué significado se suponía que tenía?
- T-tú... d-demonio... ¿Por qué eres distinto a los demás? ¿Por qué no eres una s-simple sombra, sin forma definida, sin fauces terroríficas...? ¿Por qué puedo ver tus ojos a pesar de la maldad que sé que escondes... La maldad que noto que escondes... ¡¡Ah!! Eres el demonio más terrible de todos... El más maligno que me ha perseguido, y alcanzado, nunca... Porque tu rostro finge bondad, y tu c-corazón es negro como la noche... -¿Qué podía tener de coherente el discurso de una recién resucitada? De una loca. Probablemente nada. Tartamudeaba. Tiritaba. Apenas se le entendía. No sólo por culpa de ese frío que ahora se le pegaba a los huesos, ese frío que mordía y amenazaba con desgarrarla, sino también por el dolor punzante que poco a poco fue abriéndose paso en su pecho. Un dolor provocado por aquel ser, sin duda, pero que sin embargo le resultaba extrañamente soportable. Estaba entumecida. Paralizada. Pero no por miedo, sino por la sorpresa. ¡Le habían mandado un demonio mayor! ¡Lo habían mandado en su busca! Después de todo, esos seres de la noche, de la oscuridad, sí que la necesitaban. Dios sabía para qué oscuro propósito, aunque sospechaba, que muy pronto lo averiguaría.
La joven alzó su mano pálida, fría, y acarició el rostro del demonio con parsimonia, sin dejar de mirarlo directamente a los ojos. Su corazón no le temía. - Veo tus orejas, lobo, pero yo no te tengo miedo. No debiste venir a buscarme. Tú y los tuyos ya me habéis dañado bastante. Ya no hay nada que podáis robarme. Mi hijo es uno de vosotros, y ni siquiera pude llevarlo conmigo al interior de esa tumba de agua improvisada. ¡Ay, de mi! Ni escapar de esta vida terrible me dejan. ¿Qué es lo que queréis de mi? ¿Qué más pretendéis robarme? ¡Por mucho que me muestres tu rostro, yo sé lo que eres! No confío en ti, no creo en tus palabras. Llevarte a esa criatura chillona es lo que buscabas desde el principio, y a mi me buscaste porque sabes que no sobreviviría sin mi. ¡¡NO PIENSO HACERLO!! No criaré a un demonio. No mientras me queden fuerzas para seguir intentando morir. -Su voz iba y venía. Era como un susurro en ocasiones, y como un grito ahogado en otras. Su ultimátum ya había sido exclamado, y sabía que el resto de demonios lo escucharían. Se puso en pie todo lo rápido que pudo, y dio un salto para alejarse de aquel demonio, sin quitarle la vista de encima. ¡Escaparía! Buscaría la forma de alejarse de ellos, para siempre.
Pero... su cuerpo no parecía tener intención de responderle. Aquel dolor que momentos antes la había asaltado, ahora crecía y crecía, y la hizo tambalearse. El llanto de su hijo le recordó que el mundo había seguido girando, y que había perdido demasiado tiempo. Si no echaba a correr pronto, se derrumbaría.
Y efecto, así fue. Cuando sus rodillas se clavaron en el suelo, gritó un maleficio. No se la llevarían. ¡¡NO SE LA LLEVARÍAN!! Ella nunca se pondría de su parte. Jamás.
- T-tú... d-demonio... ¿Por qué eres distinto a los demás? ¿Por qué no eres una s-simple sombra, sin forma definida, sin fauces terroríficas...? ¿Por qué puedo ver tus ojos a pesar de la maldad que sé que escondes... La maldad que noto que escondes... ¡¡Ah!! Eres el demonio más terrible de todos... El más maligno que me ha perseguido, y alcanzado, nunca... Porque tu rostro finge bondad, y tu c-corazón es negro como la noche... -¿Qué podía tener de coherente el discurso de una recién resucitada? De una loca. Probablemente nada. Tartamudeaba. Tiritaba. Apenas se le entendía. No sólo por culpa de ese frío que ahora se le pegaba a los huesos, ese frío que mordía y amenazaba con desgarrarla, sino también por el dolor punzante que poco a poco fue abriéndose paso en su pecho. Un dolor provocado por aquel ser, sin duda, pero que sin embargo le resultaba extrañamente soportable. Estaba entumecida. Paralizada. Pero no por miedo, sino por la sorpresa. ¡Le habían mandado un demonio mayor! ¡Lo habían mandado en su busca! Después de todo, esos seres de la noche, de la oscuridad, sí que la necesitaban. Dios sabía para qué oscuro propósito, aunque sospechaba, que muy pronto lo averiguaría.
La joven alzó su mano pálida, fría, y acarició el rostro del demonio con parsimonia, sin dejar de mirarlo directamente a los ojos. Su corazón no le temía. - Veo tus orejas, lobo, pero yo no te tengo miedo. No debiste venir a buscarme. Tú y los tuyos ya me habéis dañado bastante. Ya no hay nada que podáis robarme. Mi hijo es uno de vosotros, y ni siquiera pude llevarlo conmigo al interior de esa tumba de agua improvisada. ¡Ay, de mi! Ni escapar de esta vida terrible me dejan. ¿Qué es lo que queréis de mi? ¿Qué más pretendéis robarme? ¡Por mucho que me muestres tu rostro, yo sé lo que eres! No confío en ti, no creo en tus palabras. Llevarte a esa criatura chillona es lo que buscabas desde el principio, y a mi me buscaste porque sabes que no sobreviviría sin mi. ¡¡NO PIENSO HACERLO!! No criaré a un demonio. No mientras me queden fuerzas para seguir intentando morir. -Su voz iba y venía. Era como un susurro en ocasiones, y como un grito ahogado en otras. Su ultimátum ya había sido exclamado, y sabía que el resto de demonios lo escucharían. Se puso en pie todo lo rápido que pudo, y dio un salto para alejarse de aquel demonio, sin quitarle la vista de encima. ¡Escaparía! Buscaría la forma de alejarse de ellos, para siempre.
Pero... su cuerpo no parecía tener intención de responderle. Aquel dolor que momentos antes la había asaltado, ahora crecía y crecía, y la hizo tambalearse. El llanto de su hijo le recordó que el mundo había seguido girando, y que había perdido demasiado tiempo. Si no echaba a correr pronto, se derrumbaría.
Y efecto, así fue. Cuando sus rodillas se clavaron en el suelo, gritó un maleficio. No se la llevarían. ¡¡NO SE LA LLEVARÍAN!! Ella nunca se pondría de su parte. Jamás.
Bethany S. Dunne- Hechicero Clase Alta
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Re: Night of the Demons | Private
A veces me pregunto si realmente me sería tan difícil cerrar el pico. Por toda respuesta a mis infinitas preguntas, la voz de aquella mujer, extrañamente serena para estar recién "resucitada", rompió el sonoro silencio del bosque, farfullando aquellas incoherencias. No supe si echarme a reír o volver a lanzarla directamente al lago, al darme cuenta de que si el sanatorio mental no era de donde se había escapado, sin duda debía ser el sitio al que debería llevarla por el bien de la sociedad. Lo más extraño de todo, sin embargo, era que a pesar de que era evidente que estaba loca de remate, en su mirada no había ni una pizca de duda, de vacilación. Parecía totalmente convencida de lo que estaba diciendo, aunque no tuviera el menor sentido. Hablaba a trompicones, con la voz entrecortada, y aún así, pude intuir que cada una de aquellas palabras, contundentes, eran ciertas. Lo eran para ella. De un modo que no podía entender. Noté el tacto de su mano, suave, gélido, cuando ésta resbaló lentamente por mi rostro. Y sentí esa chispa, esa conexión que siempre me había resultado incomprensible cuando la veía en otros. Me perdí en sus ojos. Y vi su dolor. Esa rabia contenida. Y el hedor de la soledad. Una soledad cruda, que yo mismo había sentido en el pasado. Sacudí la cabeza cuando me di cuenta de que estaba empezando a desvariar.
- Pero, ¿de qué demonios hablas? -La verdad es que al decir aquello no tuve del todo claro si me refería, en efecto, a los demonios a los que ella estaba haciendo mención, o si era uno más de los muchos exabruptos que soltaba a lo largo del día. Aparté la mano ajena sin demasiada delicadeza. Aquella sensación, lo que ella me provocaba, no acababa de gustarme del todo. ¿Cómo era posible? Era una chalada que había intentado matarse, a sí misma y a su bebé, lanzándose al lago en medio de la noche. Y encima susurraba no se qué de los demonios, de las sombras, y de que podía ver mi rostro. ¡Pues claro! ¿Acaso era ciega? ¿Por qué no iba a verlo? Me senté sobre el suelo, quedando de esa forma un poco apartado de la muchacha. Podía sentir el castañeteo de sus dientes, y oír su corazón, latir cada vez más y más despacio. Tenía hipotermia. Pero no sabía si implicarme más con aquella desconocida era una buena idea. - Espera... Por favor, espera. Cálmate... -El resto de su monólogo no sólo me pilló por sorpresa, sino que también me asustó considerablemente.
- Tu bebé... ¿Esa criatura que no deja de llorar? Hombre, reconozco que los niños no me gustan demasiado, pero de ahí a decir que es un demonio... Además, es evidente que mi vida no es la más honorable del mundo, pero créeme, hay gente peor que yo. -Traté de restarle importancia al asunto. ¿Cómo una simple humana podría haber descubierto mi secreto, así sin más? No había dado muestras de ello, de lo que era, de mi naturaleza, a nadie desde que había llegado a París. Desde luego, no voluntariamente. Había seres a los que no podía escondérsela, pero los humanos resultaban ser bastante estúpidos, así que no era difícil conseguirlo. Me había calado, por las buenas, y estando casi inconsciente. Pero por más que me fijaba en ella, no había nada que la hiciera diferente, especial, aparte de su evidente falta de cordura. Cuando la vi precipitarse contra el suelo, no fui lo bastante rápido para cogerla, aunque sí para impedir que se golpeara en la cabeza. - Quién coño me mandaría a mi a venir hasta aquí... maldita sea. -Le aparté los cabellos del rostro con cuidado de no volver a despertarla. Francamente, ahora que estaba en silencio, casi parecía dulce, delicada. Aunque no podía ignorar lo que había oído. Y mucho menos, olvidarlo.
- Pero, ¿de qué demonios hablas? -La verdad es que al decir aquello no tuve del todo claro si me refería, en efecto, a los demonios a los que ella estaba haciendo mención, o si era uno más de los muchos exabruptos que soltaba a lo largo del día. Aparté la mano ajena sin demasiada delicadeza. Aquella sensación, lo que ella me provocaba, no acababa de gustarme del todo. ¿Cómo era posible? Era una chalada que había intentado matarse, a sí misma y a su bebé, lanzándose al lago en medio de la noche. Y encima susurraba no se qué de los demonios, de las sombras, y de que podía ver mi rostro. ¡Pues claro! ¿Acaso era ciega? ¿Por qué no iba a verlo? Me senté sobre el suelo, quedando de esa forma un poco apartado de la muchacha. Podía sentir el castañeteo de sus dientes, y oír su corazón, latir cada vez más y más despacio. Tenía hipotermia. Pero no sabía si implicarme más con aquella desconocida era una buena idea. - Espera... Por favor, espera. Cálmate... -El resto de su monólogo no sólo me pilló por sorpresa, sino que también me asustó considerablemente.
- Tu bebé... ¿Esa criatura que no deja de llorar? Hombre, reconozco que los niños no me gustan demasiado, pero de ahí a decir que es un demonio... Además, es evidente que mi vida no es la más honorable del mundo, pero créeme, hay gente peor que yo. -Traté de restarle importancia al asunto. ¿Cómo una simple humana podría haber descubierto mi secreto, así sin más? No había dado muestras de ello, de lo que era, de mi naturaleza, a nadie desde que había llegado a París. Desde luego, no voluntariamente. Había seres a los que no podía escondérsela, pero los humanos resultaban ser bastante estúpidos, así que no era difícil conseguirlo. Me había calado, por las buenas, y estando casi inconsciente. Pero por más que me fijaba en ella, no había nada que la hiciera diferente, especial, aparte de su evidente falta de cordura. Cuando la vi precipitarse contra el suelo, no fui lo bastante rápido para cogerla, aunque sí para impedir que se golpeara en la cabeza. - Quién coño me mandaría a mi a venir hasta aquí... maldita sea. -Le aparté los cabellos del rostro con cuidado de no volver a despertarla. Francamente, ahora que estaba en silencio, casi parecía dulce, delicada. Aunque no podía ignorar lo que había oído. Y mucho menos, olvidarlo.
Óðinn- Cambiante Clase Media
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Re: Night of the Demons | Private
El mundo pareció temblar por el estruendo que la voz quejumbrosa de aquella muchacha había ocasionado en la que parecía una normal y tranquila noche cualquiera. Las nubes, antes difusas, comenzaron a aglutinarse lenta pero inexorablemente, teniendo como punto partida, como "ojo", precisamente el claro en el que su cuerpo se hallaba. La pregunta del millón podía ser precisamente si esas nubes, si esa tormenta, estaban allí para protegerla o para hacerla pedazos. Su cuerpo comenzó a convulsionarse con brusquedad, entre los brazos del lobo con piel de "cordero". El bebé, que hasta ese momento había estado llorando sin descanso, se calló súbitamente cuando el cuerpo de su madre, retorciéndose de forma antinatural, hizo que un grito escapara de su garganta. El grito de un animal herido, rompiéndose en pedazos. Los truenos, que parecían responder a sus movimientos, comenzaron también a concentrarse en un punto, en lo más alto de las nubes, negras, cargadas de electricidad, para luego comenzar a desencadenarse violentamente contra la tierra, contra el bosque, que pronto comenzó a iluminarse ante los árboles ardiendo.
- ¿L-Lo ves? ¿P-Puedes verlo? Vienen a por ti. Vienen a por mi. Y a por ese pequeño demonio. -Su voz sonaba entrecortada. El delirio se había apoderado de ella por completo. Su mente, desquiciada, profundamente herida, trataba de buscarle un sentido a todo aquello que estaba ocurriendo. No sabía que algo más grande, más fuerte que ella misma, se había despertado en su interior. No era consciente de que una "puerta" que durante todo ese tiempo había estado cerrada acababa de abrirse de par en par, dejando paso a su verdadera esencia, a su auténtica naturaleza. Ella era otro demonio. Uno de una clase diferente, por supuesto. Pero otro demonio. No había ninguna otra forma de que pudiera sobrevivir a una vida combatiéndolos, sin convertirse en uno de ellos. La habían convertido en uno de ellos. Y hasta que consiguiera alcanzar su objetivo, que no era otro que hallar la muerte definitiva, explotaría al máximo el poder que su locura le otorgaba.
Cuando finalmente aquella chica abrió los ojos, el brillo de éstos era tan intenso que parecían atravesar la oscuridad. Y de pronto, lo vio todo claro. El lobo, las orejas, no eran meras metáforas, no eran una ilusión. Aquel hombre era un demonio, pero también distinto. Mientras el resto no eran más que sombras retorcidas, alargadas, hechas de maldad y terror, él tenía facciones que podía distinguir, y un ¿aura? característica que podía identificar. Era cambiante, pasando de gris a marrón, y de marrón a negro. ¿Qué significaba eso? No tenía la más mínima idea, pero como si su desconcierto también fuera capaz de hacer reaccionar la tormenta que seguía su curso sin detenerse, cuatro rayos cayeron alrededor de ambos, y los vértices de ese "cuadrado" se unieron entre sí en un anillo de fuego. Cuando sus ojos dejaron de relucir, pudo incorporarse, y en otro salto se alejó del licántropo. - Ahora soy como tú. Ahora puedo verte. La muerte me ha otorgado nuevos ojos. ¡AHORA NO PODRÉIS COGERME TAN FÁCILMENTE! -Una carcajada retorcida se escapó de su garganta, y sólo entonces supo, que esa ya no era ella. En su interior se removían dos energías diferentes: la asustada Bethany, que lloraba en un rincón; y la recién despertada Morgaine.
- ¿L-Lo ves? ¿P-Puedes verlo? Vienen a por ti. Vienen a por mi. Y a por ese pequeño demonio. -Su voz sonaba entrecortada. El delirio se había apoderado de ella por completo. Su mente, desquiciada, profundamente herida, trataba de buscarle un sentido a todo aquello que estaba ocurriendo. No sabía que algo más grande, más fuerte que ella misma, se había despertado en su interior. No era consciente de que una "puerta" que durante todo ese tiempo había estado cerrada acababa de abrirse de par en par, dejando paso a su verdadera esencia, a su auténtica naturaleza. Ella era otro demonio. Uno de una clase diferente, por supuesto. Pero otro demonio. No había ninguna otra forma de que pudiera sobrevivir a una vida combatiéndolos, sin convertirse en uno de ellos. La habían convertido en uno de ellos. Y hasta que consiguiera alcanzar su objetivo, que no era otro que hallar la muerte definitiva, explotaría al máximo el poder que su locura le otorgaba.
Cuando finalmente aquella chica abrió los ojos, el brillo de éstos era tan intenso que parecían atravesar la oscuridad. Y de pronto, lo vio todo claro. El lobo, las orejas, no eran meras metáforas, no eran una ilusión. Aquel hombre era un demonio, pero también distinto. Mientras el resto no eran más que sombras retorcidas, alargadas, hechas de maldad y terror, él tenía facciones que podía distinguir, y un ¿aura? característica que podía identificar. Era cambiante, pasando de gris a marrón, y de marrón a negro. ¿Qué significaba eso? No tenía la más mínima idea, pero como si su desconcierto también fuera capaz de hacer reaccionar la tormenta que seguía su curso sin detenerse, cuatro rayos cayeron alrededor de ambos, y los vértices de ese "cuadrado" se unieron entre sí en un anillo de fuego. Cuando sus ojos dejaron de relucir, pudo incorporarse, y en otro salto se alejó del licántropo. - Ahora soy como tú. Ahora puedo verte. La muerte me ha otorgado nuevos ojos. ¡AHORA NO PODRÉIS COGERME TAN FÁCILMENTE! -Una carcajada retorcida se escapó de su garganta, y sólo entonces supo, que esa ya no era ella. En su interior se removían dos energías diferentes: la asustada Bethany, que lloraba en un rincón; y la recién despertada Morgaine.
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