AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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I'm gonna show you where it's dark, but have no fear |Éline Rimbaud| 1ª parte
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I'm gonna show you where it's dark, but have no fear |Éline Rimbaud| 1ª parte
I'm giving you a night call to tell you how I feel
I want to drive you through the night, down the hills
I'm gonna tell you something you don't want to hear
I'm gonna show you where it's dark, but have no fear
Año 1985
Miami-Dade
I want to drive you through the night, down the hills
I'm gonna tell you something you don't want to hear
I'm gonna show you where it's dark, but have no fear
Año 1985
Miami-Dade
Se había llevado todo el asfalto de un solo volantazo. La carretera gemía cual orgasmo de mil valkirias al unísono. El impacto del aire a doscientos por hora, gélido y afilado como sólo era capaz de noche. Los únicos destellos de luz que se reflejaban en sus ojos azules salían de los contadores del coche y los pobres neones del entorno, que aún sobrevivían a esas zonas apartadas de la ciudad.
Yankeelandia nunca había sido el patio de recreo favorito de las sangrientas manos de Fausto, pero no se podía decir que en el condado de Miami-Dade no pasaran cosas entretenidas. De hecho, ya tenían que pasar muchas, y a cada cual más despiadada, o de lo contrario, el cazador tampoco se dignaría a poner sus valiosas pisadas allí. Aquella urbe, silenciosa y horrenda a partes iguales, demente en sus gritos ensordecidos por navajazos y sonrisas del payaso contra la acera. Edificios solitarios por fuera, ilegales nada más cruzar la entrada. Esquinas pintarrajeadas de grafiti y sangre, tras el ruido de tacones apaleados y ambulancias en la lejanía que nunca llegarían a tiempo.
Si algo agradecía de toda esa pocilga era lo conectada que estaba a la autopista, a la autovía, a cualquier carretera eterna que dejara atrás la civilización, si podía llamar así a ese coliseo desorganizado, y se convirtiera en la constante nada, lo que más se parecía a un hogar para él. Valles, cañones, verde, arena, el cielo ennegrecido o a punto de ceder al desquiciado amanecer. Todo eso lo encontraba en cualquier parte del mundo, cuando sus codiciados servicios eran solicitados por gente que se ajustara a sus exigencias (en su negocio, más bien parecía que los contratantes estuvieran obligados a quedar a la altura del contratado y no a la inversa), pero debía concederle a esos Estados Desunidos que tenían cierta decadencia especial, que no asociaba a toda esa basura infecta e idealizada de Hollywood, sino a la más sucia realidad.
Detuvo el auto unas cuantas callejuelas atrás del psiquiátrico, antro de unas condiciones tan pésimas que ni en el siglo XIX. Se utilizaba como tapadera para experimentar con los enfermos mentales que la sociedad no echaba de menos, sometidos a toda clase de pruebas, lobotomías y abominaciones que no encontrarían su definición ni en las torturas más antiguas. El lugar estaba llevado por una pequeña asociación entre humanos y vampiros, éstos podían usar a los 'pacientes' como fuentes de sangre a cambio de custodiar el recinto a esas horas tan decisivas y peligrosas. Por supuesto, hasta ese preciso instante, pues había habido un chivatazo en dar la vuelta al mundo y aquel hospital del terror se iba a convertir en el campo de batalla de toda clase de errantes: personas, sobrenaturales o cualquier tipo de criatura sedienta de venganza por sus familiares o amigos allí encerrados, aficionados al mundo paranormal cuyas cámaras en mano tendrían los segundos contados; asesinos a sueldo o cazadores, como él, contratados para capturar o acabar con determinados seres que hoy pisarían aquel escenario, pertenecientes o no a la organización de ese psiquiátrico. Ya que por su parte, obviando a sus encargos, no iba a dejar ni un solo chupasangres vivo que se cruzara en su camino.
Su larga chaqueta de cuero, sus guantes y el silbido de sus armas ocultas se escucharon contra el aire sin ningún miramiento, al propulsarse de un salto desde el muro que había en frente y después, romper el cristal de una de las ventanas. Sus pies se dejaron caer justo en mitad del recorrido entre un vampiro y otro, probablemente de bandos contrarios, un vengador y un carcelero, aunque eso poco le importaba a nuestro cazador, que enseguida les rebanó el cuello a los dos con su arrojadiza. El pasillo estaba lleno de gente que gritaba, huía, o se mataba. Miles de cuartos invadidos, chiflados con cables y tubos aún pegados por el cuerpo; médicos agonizantes con sus batas previamente impolutas llenas de sangre, licántropos y cambiantes contra moradores de la noche. Fausto fue pasando de corredor en corredor, en busca de sus presas, interviniendo en miles de historias sólo en base a su propio beneficio, su propio dictamen. Hasta llegar a esa puerta, a esa jodida puerta por encima de todas las que retenía aquel circo de los horrores, y profanarla para dar con una de esas criaturas que debía eliminar, con o sin encargo.
Un nosferatu en cuestión, a punto de abalanzarse sobre una mujer pelirroja que llevaba el uniforme de los internos. Fausto disparó su pistola a tiempo de que el potente tiro se llevara por delante uno de los brazos de aquel demonio. Éste se giró hacia el recién llegado en pleno alarido de dolor y guerra, a lo que el hombre tardó medio segundo en clavarle uno de sus explosivos justo en el corazón y empujarle de una patada para que saliera por la ventana y reventara en mil pedazos de fuego lejos de la habitación.
Última edición por Fausto el Mar Jul 31, 2018 12:41 pm, editado 3 veces
Fausto- Cazador Clase Alta
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Re: I'm gonna show you where it's dark, but have no fear |Éline Rimbaud| 1ª parte
Un pasillo. Azulejos amarillos. Olor a antiséptico. Una lámpara de tubo. Su zumbido.
"Zum, zum, zum".
Siempre hacía zum, zum, zum la condenada. ¡Que parase! ¡Que se muriera la hija de puta! Iba a volverla más loca de lo que ya estaba. Y zum, y zum, y zum. Ya casi habían llegado. Sus uñas estaban rojas. Ya casi habían llegado. ¡Que alguien parase el puto zum, zum, zum!
La sala era blanca. El luminoso color la escandiló. Gotas de sudor resbalaron por sus sienes. No le gustaba el blanco. Lo odiaba, le daba asco. Se echó hacia atrás entre quejidos de loca. Los pies, descalzos, resbalaban contra el impoluto suelo. No pudo escapar porque dos fuertes víboras la sujetaban de los brazos.
Un ventanón oscuro enmarcaba la figura de la Madre. La Madre de las Víboras. Tenía los ojos pequeños y porcinos. Las uñas de Éline estaban rojas, por eso iban a limpiárselas. Las uñas y todo lo demás.
La despojaron del uniforme de interna, dejándola en piel y huesos. "Ya verás, puta", dijo alguien. La arrojaron a la Pared de Castigo mientras dos hijas de la Víbora tomaban posiciones. Una de ellas portaba en sus manos un tubo alargado de plástico que acababa en una boquilla. ¿Todavía seguía ese jodido zum, zum, zum? Los tambores de su procesión.
El suelo estaba frío y le erizó la piel. La levantaron. La pusieron mirando al frente como si fuera un paredón. Del tubo de plástico salió agua a presión. Le azotaba la piel. El líquido estaba tan helado que parecía un montón de piedras sacudidas contra su piel. Se le coló por la boca, la nariz, los ojos. Ya no podía ni respirar ni ver, y cuando creyó que todo había pasado, que ya habían desistido, continuaron otra vez. Y otra vez, y otra vez.
Era su castigo por tener las uñas rojas, manchadas de sangre de la Víbora Mayor. Había sucedido hacía una hora escasa. Se negó a abrir las piernas para ese cabrón. Cuando el primer dedo alcanzó su destino, Éline trató de arrancarle sus obscenos ojos de reptil.
Se la llevaron desnuda y goteando por todo el pasillo, para humillarla. Las risas histéricas de sus compañeras acompañaban el zum, zum, zum.
Una vez en su jaula -a la que las víboras llamaban, de la manera más hipócrita, habitación- se cambió de ropa. Temblaba todavía por el agua fría, de su cabello naranja colgaban algunas gotas perladas. Llegó la cena. Dos víboras la obligaron a comer. En cuanto se marcharon Éline lo vomitó todo. No quería la comida envenenada de sus enemigas.
Todas las luces se apagaron sumiendo el hospital psiquiátrico en una oscuridad repugnante. Éline no dormía porque sabía que las víboras no lo hacían. Estaba acurrucada en la cama y las entrañas le dolían, sentía como iban encogiendo por momentos. Quería seguir vomitando pero no había nada en su estómago.
Arañazos. Crujían las paredes. Alguien -o algo- dejaba sus marcas. Ese alguien -o algo- lloraba. El chirrido era el llanto. Torció la cabeza como un cervatillo atento que sabe que se acerca el cazador. Ahora lo podía escuchar con total claridad. Auuu. Auuu. Lágrimas y amenazas.
Las víboras se volvieron locas deslizándose en sus nidos con sonidos de cascabel. Algo pasaba en el Infierno. El pestillo de su celda se movió y la Víbora Mayor entró. Ojos rojos y colmillos babeantes. Había venido a por a su Creación. No pensaba irse de allí sin su torturada obra de arte.
Éline pegó un salto, se acuclilló cual animal que se sabe acorralado. Bufó, enseñó los dientes, dispuesta a abalanzarse sobre él. No tuvo que hacerlo, sin embargo. En cuestión de segundos la Víbora cayó hacia abajo. El Infierno. El de verdad. Sólo quedó un amasijo de carne y sangre estampado en los adoquines.
Delante de ella, se encontraba el que no daba clemencia con su aullido.
-Likós -murmuró en griego.
"Zum, zum, zum".
Siempre hacía zum, zum, zum la condenada. ¡Que parase! ¡Que se muriera la hija de puta! Iba a volverla más loca de lo que ya estaba. Y zum, y zum, y zum. Ya casi habían llegado. Sus uñas estaban rojas. Ya casi habían llegado. ¡Que alguien parase el puto zum, zum, zum!
La sala era blanca. El luminoso color la escandiló. Gotas de sudor resbalaron por sus sienes. No le gustaba el blanco. Lo odiaba, le daba asco. Se echó hacia atrás entre quejidos de loca. Los pies, descalzos, resbalaban contra el impoluto suelo. No pudo escapar porque dos fuertes víboras la sujetaban de los brazos.
Un ventanón oscuro enmarcaba la figura de la Madre. La Madre de las Víboras. Tenía los ojos pequeños y porcinos. Las uñas de Éline estaban rojas, por eso iban a limpiárselas. Las uñas y todo lo demás.
La despojaron del uniforme de interna, dejándola en piel y huesos. "Ya verás, puta", dijo alguien. La arrojaron a la Pared de Castigo mientras dos hijas de la Víbora tomaban posiciones. Una de ellas portaba en sus manos un tubo alargado de plástico que acababa en una boquilla. ¿Todavía seguía ese jodido zum, zum, zum? Los tambores de su procesión.
El suelo estaba frío y le erizó la piel. La levantaron. La pusieron mirando al frente como si fuera un paredón. Del tubo de plástico salió agua a presión. Le azotaba la piel. El líquido estaba tan helado que parecía un montón de piedras sacudidas contra su piel. Se le coló por la boca, la nariz, los ojos. Ya no podía ni respirar ni ver, y cuando creyó que todo había pasado, que ya habían desistido, continuaron otra vez. Y otra vez, y otra vez.
Era su castigo por tener las uñas rojas, manchadas de sangre de la Víbora Mayor. Había sucedido hacía una hora escasa. Se negó a abrir las piernas para ese cabrón. Cuando el primer dedo alcanzó su destino, Éline trató de arrancarle sus obscenos ojos de reptil.
Se la llevaron desnuda y goteando por todo el pasillo, para humillarla. Las risas histéricas de sus compañeras acompañaban el zum, zum, zum.
Una vez en su jaula -a la que las víboras llamaban, de la manera más hipócrita, habitación- se cambió de ropa. Temblaba todavía por el agua fría, de su cabello naranja colgaban algunas gotas perladas. Llegó la cena. Dos víboras la obligaron a comer. En cuanto se marcharon Éline lo vomitó todo. No quería la comida envenenada de sus enemigas.
Todas las luces se apagaron sumiendo el hospital psiquiátrico en una oscuridad repugnante. Éline no dormía porque sabía que las víboras no lo hacían. Estaba acurrucada en la cama y las entrañas le dolían, sentía como iban encogiendo por momentos. Quería seguir vomitando pero no había nada en su estómago.
Arañazos. Crujían las paredes. Alguien -o algo- dejaba sus marcas. Ese alguien -o algo- lloraba. El chirrido era el llanto. Torció la cabeza como un cervatillo atento que sabe que se acerca el cazador. Ahora lo podía escuchar con total claridad. Auuu. Auuu. Lágrimas y amenazas.
Las víboras se volvieron locas deslizándose en sus nidos con sonidos de cascabel. Algo pasaba en el Infierno. El pestillo de su celda se movió y la Víbora Mayor entró. Ojos rojos y colmillos babeantes. Había venido a por a su Creación. No pensaba irse de allí sin su torturada obra de arte.
Éline pegó un salto, se acuclilló cual animal que se sabe acorralado. Bufó, enseñó los dientes, dispuesta a abalanzarse sobre él. No tuvo que hacerlo, sin embargo. En cuestión de segundos la Víbora cayó hacia abajo. El Infierno. El de verdad. Sólo quedó un amasijo de carne y sangre estampado en los adoquines.
Delante de ella, se encontraba el que no daba clemencia con su aullido.
-Likós -murmuró en griego.
Éline Rimbaud- Fantasma
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Re: I'm gonna show you where it's dark, but have no fear |Éline Rimbaud| 1ª parte
Y en mitad de aquella masacre pútrida, sin control, ni tiempo perfecto, una palabra europea se coló por aquellos orificios gringos hasta encajar en la descripción del cazador. Extranjero. Alemán. Inhumano. Completamente ajeno a cualquiera de las almas que esa noche reunía el psiquiátrico de la muerte, pobres desgraciados que no hacían más que retorcerse o enseñar los dientes sólo para rellenar los puestos de un tablero destinado a la derrota por ambas partes (él, por supuesto, era la ficha de otro juego que había logrado infiltrarse, un juego de su propia cosecha y con sus propias normas. Perfectamente aplicable a cada situación que considerara de su incumbencia). Todos tenían un destino muy marcado, una meta difícil de obtener en silencio y con las tripas en su sitio. El suelo estaba manchado de la saliva de los gritos, la mierda de los histéricos y la sangre de los caídos. Y en mitad de aquel caos desfigurado sin ningún atisbo de salvación, patético y humano, alguien había sabido captar el interés de la pieza más insensible de cuantas podían aumentar el reguero de muertos.
Narcisista hasta para fijarse en los demás.
Clavó sus ojos en los de aquella joven que aún no se despegaba de su postura allí agazapada, todavía con las secuelas ofensivas que le había dejado el vampiro que ahora adornaba los exteriores del hospital con sus vísceras carbonizadas. Curioso, llevaba toda su estancia presenciando las mil y una formas de la desesperación en seres vivos de varias clases, lobotomizados por el miedo o la venganza, y sin embargo, era la primera vez que comprobaba algo míninamente diferente a través de tanta fauna deplorable. Esa mujer había querido plantarle cara a un puto monstruo del averno, siendo sólo una humana y encima reclusa (porque decir 'paciente' sería de una gracia vomitiva); una loca oficial en aquella barbarie clínica, cuyos trapos sucios quedarían expuestos a los ojos de la morbosa yankeelandia a partir de entonces, entre titulares y leyendas sobre esa noche. Para siempre. Y de no ser así, en cualquier caso a él le importaba una radioactiva mierda.
Mueve el culo –murmuró con apatía, a la vez que se recolocaba el costado de la chaqueta de donde había sacado el explosivo y después, amartillaba el arma-. Si no te has dejado sorber hasta la última gota de conocimiento, puede que incluso consigas salir de aquí.
Conforme transcurría ese primer sucedáneo de conversación que estaba manteniendo desde que pusiera un pie en el jodido antro, la habitación se había llenado de más idiotas con el uniforme de internos. Desquiciados y desquiciadas ante el menú de anarquía que pasaba a ofrecerles la muerte de aquel chupasangres, se peleaban por asomarse a la ventana y contemplar el nauseabundo resultado de su cuerpo, enfermos de gore en mitad de un espectáculo que ya era gore de por sí y que nunca había dejado de serlo. De hecho, fue en ese preciso instante que Fausto cometió un error imperdonable para él, pues permitió que la distracción que había encontrado en la pelirroja durara lo bastante como para que aquellos escuálidos segundos se los cobrara una siguiente víbora. Otro vampiro deforme que se camufló entre la pequeña marabunta y por la espalda, placó rápidamente al cazador en el suelo.
El hijo de perra se empezó a revolcar encima de él, y con el factor sorpresa incluso le había despojado de su pistola, escurrida entre sus dedos para acabar muy lejos de la pelea. Adonde Fausto ya no pudo mirar porque necesitaba centrar toda su atención en desembarazarse de aquella bestia sobrenatural que luchaba por arrancarle la garganta de un mordisco a tan sólo unos centímetros de su cara.
Maldita interna de los cojones, y vergonzoso el momento de interaccionar con aquel entorno de payasos de otra forma que no fuera pasando de largo o cortando cabezas.
Narcisista hasta para fijarse en los demás.
Clavó sus ojos en los de aquella joven que aún no se despegaba de su postura allí agazapada, todavía con las secuelas ofensivas que le había dejado el vampiro que ahora adornaba los exteriores del hospital con sus vísceras carbonizadas. Curioso, llevaba toda su estancia presenciando las mil y una formas de la desesperación en seres vivos de varias clases, lobotomizados por el miedo o la venganza, y sin embargo, era la primera vez que comprobaba algo míninamente diferente a través de tanta fauna deplorable. Esa mujer había querido plantarle cara a un puto monstruo del averno, siendo sólo una humana y encima reclusa (porque decir 'paciente' sería de una gracia vomitiva); una loca oficial en aquella barbarie clínica, cuyos trapos sucios quedarían expuestos a los ojos de la morbosa yankeelandia a partir de entonces, entre titulares y leyendas sobre esa noche. Para siempre. Y de no ser así, en cualquier caso a él le importaba una radioactiva mierda.
Mueve el culo –murmuró con apatía, a la vez que se recolocaba el costado de la chaqueta de donde había sacado el explosivo y después, amartillaba el arma-. Si no te has dejado sorber hasta la última gota de conocimiento, puede que incluso consigas salir de aquí.
Conforme transcurría ese primer sucedáneo de conversación que estaba manteniendo desde que pusiera un pie en el jodido antro, la habitación se había llenado de más idiotas con el uniforme de internos. Desquiciados y desquiciadas ante el menú de anarquía que pasaba a ofrecerles la muerte de aquel chupasangres, se peleaban por asomarse a la ventana y contemplar el nauseabundo resultado de su cuerpo, enfermos de gore en mitad de un espectáculo que ya era gore de por sí y que nunca había dejado de serlo. De hecho, fue en ese preciso instante que Fausto cometió un error imperdonable para él, pues permitió que la distracción que había encontrado en la pelirroja durara lo bastante como para que aquellos escuálidos segundos se los cobrara una siguiente víbora. Otro vampiro deforme que se camufló entre la pequeña marabunta y por la espalda, placó rápidamente al cazador en el suelo.
El hijo de perra se empezó a revolcar encima de él, y con el factor sorpresa incluso le había despojado de su pistola, escurrida entre sus dedos para acabar muy lejos de la pelea. Adonde Fausto ya no pudo mirar porque necesitaba centrar toda su atención en desembarazarse de aquella bestia sobrenatural que luchaba por arrancarle la garganta de un mordisco a tan sólo unos centímetros de su cara.
Maldita interna de los cojones, y vergonzoso el momento de interaccionar con aquel entorno de payasos de otra forma que no fuera pasando de largo o cortando cabezas.
Fausto- Cazador Clase Alta
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Re: I'm gonna show you where it's dark, but have no fear |Éline Rimbaud| 1ª parte
Una.
Todavía acuclillada, se puso en pie al entrar la bestia. No comprendía sus gruñidos. "¿Qué dice, señor Maspero? ¿Qué dice el lobo? Bufa, protesta. No lo escucho bien". Torció la cabeza hacia un lado, observando todos los movimientos del curioso ser que había penetrado en esa torre del horror con la fuerza de la sangre.
Antes de que su imaginario ruiseñor pudiera darle un respuesta convincente, masas de zombificados elementos, de los que únicamente quedaban la materia y los huesos, pintaban un mural desesperado en las paredes de la casa de lunáticos. Babeantes. Alelados. Sus cerebros eran ya, únicamente, panales de insectos sarnosos.
Los cerdos. Se despellejaban como lo harían con los cerdos. Tiras de piel deambulando en la sala de torturas. Una de ellas cayó a los pies de la loca. Sólo somos eso. Carne. Carne. La carne se pudre y deja de existir. Una garra le oprimía el estómago, provocando que la bilis ascendiera hacia la garganta. El cuerpo de Éline se agitó con una arcada pero la reprimió, porque el olor era hermoso.
Se quedó paralizada únicamente durante la fracción de segundo en la que la cobra saltó hacia su presa. Luego fue invadida por un inusitado y demente júbilo: "¡Pinta de rojo el mundo!". O, sí. Rojo bonito. El blanco estaba demasiado roto. Se mordió el labio hasta que consiguió saborear el líquido que manaba de él. Agarró entonces el arma, que había quedado desperdigada a unos pocos metros y, con los pasos de un titilante espíritu, se colocó detrás del deforme esperpento. Le tiró del cabello, con una fuerza incapaz de haber salido de una naturaleza tan escuchimizada como la de ella, pero ¡el rojo, el rojo! Rojo bonito.
Escalera.
Se derrumbó hacia el suelo con la víbora apresada junto a ella. Forcejearon. "¡Hay que cortarle la cabeza a la serpiente, señor Maspero!". El amorfo nosferatu le regaló algunas cicatrices que empezaron a sangrar por sus mejillas, pero una vez Éline consiguió situarse a horcajadas sobre el monstruo, tomó el control.
-Domine ipsi sciunt quia filius hominis.*
Susurro; el verbo latino que todo lo puede. Los dos pulgares de la enajenada, perdida en el laberinto de un contrahecho Teseo, se hundieron en los endemoniados ojos del vampiro. "Clávate. Clávate. Quédate ciego. Diké te escupe en la cara". Aspiró el grito de su enemigo, a la par que sus dedos se enterraban más en la carne tiempo ha muerta.
Hacia.
Había que cortarle la cabeza a la serpiente.
-Quédate ciego. Diké te escupe en la cara. -volvió a repetir, esta vez en voz alta y clara. Podía sentir el cuerpo de su enemigo revolcándose debajo de ella cual lombriz asustada, tratando de librarse de su aprisionamiento, algo que ya le era imposible, pues su universo era negro. Negro. Negro.
La demente apuntó con el arma encantada a la cabeza de la víbora y disparó sin vacilar ni un segundo.
El demonio explotó en un estallido bermejo. El rostro marfileño de la demente se vio salpicado por los sesos de su enemigo. ¡Por fin! ¡Por fin era roja! Rojo bonito. El blanco estaba demasiado roto.
El infierno.
- Spoiler:
- *Gügel dice que "Infúndeles terror, Señor, que los pueblos sepan que son simples mortales" (Salmo 9-20) Pero no le hagas mucho caso a la traducción en latín (?)
Éline Rimbaud- Fantasma
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Re: I'm gonna show you where it's dark, but have no fear |Éline Rimbaud| 1ª parte
'Quédate ciego. Diké te escupe en la cara.'
No sabía si exactamente la justicia, pero el escupitajo de algo, de muchas cosas, sí le había salpicado en toda la cara. A él y a cualquiera que esa noche estuviera al alcance de la anarquía más desquiciada. La diferencia era que nadie más que Fausto tenía el poder de la redención en sus manos. Las manos con las que tocó el rostro ensangrentado de la demente que ya había quedado a mil jodidas millas de ser aleatoria.
Definitivamente no supo explicar bien por qué —primera brecha en su puto muro y sin necesidad de fuerza física —no contra él— que hubieran conseguido despojarle de su perfección verbal—, pero sintió la necesidad de hacerlo. Deslizó los dedos por su áspera piel para limpiarle la sangre de las mejillas y poder mirar a los ojos de su accidental salvadora.
Hija de…
Sintió aquel pinchazo de rabia confusa, como si no fuera la primera vez en el tiempo que lo experimentaba. Con ella y no con nadie más, ni antes ni en ese puto momento, en ese puto lugar lleno de tripas y muertos.
Siempre tan románticos a pesar de los siglos.
'Quédate ciego'... Quizá por esa parte lo había conseguido. Al menos un poco.
Tan deprisa como para no permitirse pensar en abandonarla allí, el cazador la agarró de la muñeca y la arrastró consigo por aquel laberinto de esquizofrenia. De un tiro, de un flechazo, de una estocada, mataba a distancia a toda criatura que se interpusiera en su camino y sólo cuando por fin soltó a la enferma para resguardarla tras su espalda y estudiar el nuevo panorama, se dio realmente cuenta de lo que acababa de pasar:
Había elegido como protegida a su protectora, como aliada, como compañera en mitad de la eterna soledad de su empleo.
¿Qué demonios estaba pasando? ¿Cómo podía haberse dejado arrastrar a ese pozo repugnante de cercanía después de labrar tan inquebrantablemente su prestigio, su nombre?
Un error que acallaría para siempre en el fondo de sus orgullosas entrañas… pero no esa noche, no mientras la muerte acechara en cada esquina para reforzar una unión que no había buscado y que aun así, había encontrado sin remedio.
Por primera vez. En esa vida.
—Está bien, desgraciada. Sólo espero que sepas disparar más rápido que en tu pésimo numerito de antes.
No sabía si exactamente la justicia, pero el escupitajo de algo, de muchas cosas, sí le había salpicado en toda la cara. A él y a cualquiera que esa noche estuviera al alcance de la anarquía más desquiciada. La diferencia era que nadie más que Fausto tenía el poder de la redención en sus manos. Las manos con las que tocó el rostro ensangrentado de la demente que ya había quedado a mil jodidas millas de ser aleatoria.
Definitivamente no supo explicar bien por qué —primera brecha en su puto muro y sin necesidad de fuerza física —no contra él— que hubieran conseguido despojarle de su perfección verbal—, pero sintió la necesidad de hacerlo. Deslizó los dedos por su áspera piel para limpiarle la sangre de las mejillas y poder mirar a los ojos de su accidental salvadora.
Hija de…
Sintió aquel pinchazo de rabia confusa, como si no fuera la primera vez en el tiempo que lo experimentaba. Con ella y no con nadie más, ni antes ni en ese puto momento, en ese puto lugar lleno de tripas y muertos.
Siempre tan románticos a pesar de los siglos.
'Quédate ciego'... Quizá por esa parte lo había conseguido. Al menos un poco.
Tan deprisa como para no permitirse pensar en abandonarla allí, el cazador la agarró de la muñeca y la arrastró consigo por aquel laberinto de esquizofrenia. De un tiro, de un flechazo, de una estocada, mataba a distancia a toda criatura que se interpusiera en su camino y sólo cuando por fin soltó a la enferma para resguardarla tras su espalda y estudiar el nuevo panorama, se dio realmente cuenta de lo que acababa de pasar:
Había elegido como protegida a su protectora, como aliada, como compañera en mitad de la eterna soledad de su empleo.
¿Qué demonios estaba pasando? ¿Cómo podía haberse dejado arrastrar a ese pozo repugnante de cercanía después de labrar tan inquebrantablemente su prestigio, su nombre?
Un error que acallaría para siempre en el fondo de sus orgullosas entrañas… pero no esa noche, no mientras la muerte acechara en cada esquina para reforzar una unión que no había buscado y que aun así, había encontrado sin remedio.
Por primera vez. En esa vida.
—Está bien, desgraciada. Sólo espero que sepas disparar más rápido que en tu pésimo numerito de antes.
Última edición por Fausto el Mar Mayo 01, 2018 2:13 pm, editado 3 veces
Fausto- Cazador Clase Alta
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Re: I'm gonna show you where it's dark, but have no fear |Éline Rimbaud| 1ª parte
Entendía. Entendía lo que le susurraba la luna a los lobos. Entendía lo que pasaba mejor que el arrogante que había sucumbido al encanto enfermo de la demencia más perfecta, sutil. Agarraba la mano del cazador con fuerza mientras corrían para librarse del resto de cuervos sedientos de una historia que no terminaba bien. Para ellos. Incluso la tenue luz de la noche le obligó a acomodar sus pupilas. La humedad del ambiente le golpeó la cara. Respiraba el aire putrefacto de la ciudad más putrefacta del país más putrefacto.
Muerto. Exacto. Todo olía a muerto. ¡Qué gusto tan estimulante el de hundir las uñas en carne viva! Si se hubiese arrancado las tripas por cada vez que le habían roto la suya murmurando "cállate, zorra" tal vez lo hubiese disfrutado antes. Empezó a reír tan fuerte que le dolía la cicatriz del vientre, esa que le habían hecho para sacarle al cúmulo de dientes, huesos y músculos que podría haber sido algo. O alguien. Los dientes perlados de la demente, salpicados de sangre, iluminaban la noche. ¿Qué le hacía tanta gracia? Se limpió el rojo de la cara con el dorso de la mano pero eso sólo consiguió extenderlo más por su rostro. ¡La bella payasa del circo más mundano de la vida!Ríe hasta la inconsciencia". Le falta el aire. Entonces, la majadera sacó una oreja amorfa del bolsillo de su bata de loca, y sigue riendo. ¡Es su trofeo!
-Hijo de puta sordo, hijo de puta muerto. -canturrea. Y se llevó un dedo a los labios, aún tratando de contener la sonrisa, pidiéndole a su compañero que mantuviese el secreto ancestral de su locura.
-Si Dios no liquida a los malvados, yo los coronaré con espinas. -espetó entonces, como categórica respuesta al desdén de él.
Cesa entonces sus risotadas de desquiciada y su faz perturbada, etérea y vapuleada se torna en una mueca de dolor. ¿Cuántas heridas lleva ya? Tantas como galaxias en el Universo. Posicionó su mano en el vientre, volviendo a reír pero esta vez con pesar.
-Los cuervos... -sonríe sin fuerzas- Los cuervos han intentando comerse mis entrañas, pero... -pierde el resuello-...es gracioso. Los cuervos no comen carne, sólo beben sangre.
Por entre los blancos dedos y la blanca tela manaba el líquido del que hablaba la loca, producto de la herida en el bajo vientre que se había abierto, dejando escapar la vida de Éline. Reminiscencias de un pasado que no existió. No aquí. No ahora.
Muerto. Exacto. Todo olía a muerto. ¡Qué gusto tan estimulante el de hundir las uñas en carne viva! Si se hubiese arrancado las tripas por cada vez que le habían roto la suya murmurando "cállate, zorra" tal vez lo hubiese disfrutado antes. Empezó a reír tan fuerte que le dolía la cicatriz del vientre, esa que le habían hecho para sacarle al cúmulo de dientes, huesos y músculos que podría haber sido algo. O alguien. Los dientes perlados de la demente, salpicados de sangre, iluminaban la noche. ¿Qué le hacía tanta gracia? Se limpió el rojo de la cara con el dorso de la mano pero eso sólo consiguió extenderlo más por su rostro. ¡La bella payasa del circo más mundano de la vida!Ríe hasta la inconsciencia". Le falta el aire. Entonces, la majadera sacó una oreja amorfa del bolsillo de su bata de loca, y sigue riendo. ¡Es su trofeo!
-Hijo de puta sordo, hijo de puta muerto. -canturrea. Y se llevó un dedo a los labios, aún tratando de contener la sonrisa, pidiéndole a su compañero que mantuviese el secreto ancestral de su locura.
-Si Dios no liquida a los malvados, yo los coronaré con espinas. -espetó entonces, como categórica respuesta al desdén de él.
Cesa entonces sus risotadas de desquiciada y su faz perturbada, etérea y vapuleada se torna en una mueca de dolor. ¿Cuántas heridas lleva ya? Tantas como galaxias en el Universo. Posicionó su mano en el vientre, volviendo a reír pero esta vez con pesar.
-Los cuervos... -sonríe sin fuerzas- Los cuervos han intentando comerse mis entrañas, pero... -pierde el resuello-...es gracioso. Los cuervos no comen carne, sólo beben sangre.
Por entre los blancos dedos y la blanca tela manaba el líquido del que hablaba la loca, producto de la herida en el bajo vientre que se había abierto, dejando escapar la vida de Éline. Reminiscencias de un pasado que no existió. No aquí. No ahora.
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Re: I'm gonna show you where it's dark, but have no fear |Éline Rimbaud| 1ª parte
¿De qué mierdas hablaba, aquella jodida loca de psiquiátrico literal? Mejor dicho, ¿de qué endemoniada forma decidía expresar sus pensamientos más que corrompidos? No, no, mejor aún: ¿Por qué, a pesar de todo eso, el cazador ajeno al resto de transeúntes dentro y fuera de aquellas paredes manchadas de rojo y marrón entendía a lo que se refería? ¿Acaso la explicación de su avanzado y superior intelecto ya no le bastaba o más bien había que reformularlo todo por enésima vez y preguntarse por qué cojones el lenguaje derruido de aquella desconocida se encontraba entre el millar de idiomas que dominaba?
—Curioso, quizá estés hecha de sangre —respondió a sus desvaríos sin apenas pensar sus palabras, con la misma naturalidad de los actos reflejos con los que continuaba matando y sobreviviendo a partes iguales desde que había abandonado su coche. Uno al que debía regresar más pronto que tarde, sobre todo cuando al enjambre de tiros, hojas afiladas y puños sangrientos se le añadió una explosión que afortunadamente quedaba muy lejos de su posición en el mapa del hospital de la muerte, pero que bastaba para iniciar el humo de un incendio que llegaría a sus narices si no hacían nada al respecto.
Un momento, ¿'hacían'? ¿Desde cuándo usar el plural parecía más bien otro de sus actos reflejos? ¡Antes prefería meterle una bala de plata entre ceja y ceja al siguiente licántropo en querer barrerles el paso que ponerse a divagar sobre aquella jodida obra de caridad que no iba nada con él!
Sobre todo cuando la caridad había sido recíproca, no se olvidaba de ello y quizá por ese motivo le incomodaba el doble.
—¿Te acuerdas de cómo salir de aquí o estás más loca de lo que nos interesaría? —inquirió en su habitual desapego, al tiempo que seguían caminando y comprobaba el arma que había decidido dejarle a ella— Si no piensas volver a usarla, seguro que encuentro a más catatónicos torturados que se mueran de ganas de aprovechar este circo para la venganza —le replicó justo a la vez que él mismo disparaba sin mirar a su objetivo que, como no podía ser de otra manera, cayó igualmente fulminado—. De hecho, el último chupasangres de encargo que me queda por liquidar ha trabajado 'con vosotros', a lo mejor te gustaría darle tú la noticia. —Y después de aquello, sería la hora de largarse. No la avisaba porque le importara su opinión, sino porque el extraño tapón de su hermetismo había volado por los aires igual que la dichosa explosión, cuyos inicios fulgurantes se empezaban a distinguir al otro lado, y en su nuevo y rápido estudio de la situación, los ojos de Fausto se acabaron posando sobre la cicatriz en el vientre de la mujer.
Tal vez alguna parte inexistente de él respondiera a todas sus preguntas entonces.
—Curioso, quizá estés hecha de sangre —respondió a sus desvaríos sin apenas pensar sus palabras, con la misma naturalidad de los actos reflejos con los que continuaba matando y sobreviviendo a partes iguales desde que había abandonado su coche. Uno al que debía regresar más pronto que tarde, sobre todo cuando al enjambre de tiros, hojas afiladas y puños sangrientos se le añadió una explosión que afortunadamente quedaba muy lejos de su posición en el mapa del hospital de la muerte, pero que bastaba para iniciar el humo de un incendio que llegaría a sus narices si no hacían nada al respecto.
Un momento, ¿'hacían'? ¿Desde cuándo usar el plural parecía más bien otro de sus actos reflejos? ¡Antes prefería meterle una bala de plata entre ceja y ceja al siguiente licántropo en querer barrerles el paso que ponerse a divagar sobre aquella jodida obra de caridad que no iba nada con él!
Sobre todo cuando la caridad había sido recíproca, no se olvidaba de ello y quizá por ese motivo le incomodaba el doble.
—¿Te acuerdas de cómo salir de aquí o estás más loca de lo que nos interesaría? —inquirió en su habitual desapego, al tiempo que seguían caminando y comprobaba el arma que había decidido dejarle a ella— Si no piensas volver a usarla, seguro que encuentro a más catatónicos torturados que se mueran de ganas de aprovechar este circo para la venganza —le replicó justo a la vez que él mismo disparaba sin mirar a su objetivo que, como no podía ser de otra manera, cayó igualmente fulminado—. De hecho, el último chupasangres de encargo que me queda por liquidar ha trabajado 'con vosotros', a lo mejor te gustaría darle tú la noticia. —Y después de aquello, sería la hora de largarse. No la avisaba porque le importara su opinión, sino porque el extraño tapón de su hermetismo había volado por los aires igual que la dichosa explosión, cuyos inicios fulgurantes se empezaban a distinguir al otro lado, y en su nuevo y rápido estudio de la situación, los ojos de Fausto se acabaron posando sobre la cicatriz en el vientre de la mujer.
Tal vez alguna parte inexistente de él respondiera a todas sus preguntas entonces.
Última edición por Fausto el Mar Mayo 01, 2018 2:16 pm, editado 1 vez
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Re: I'm gonna show you where it's dark, but have no fear |Éline Rimbaud| 1ª parte
And I won't tell my mother
It's better she don't know
And he won't tell his folks,
'Cause they're already ghosts
And we'll just keep each other,
As safe as we can
Until we reach the border
Until we make our plan
To run, run, run, run
It's better she don't know
And he won't tell his folks,
'Cause they're already ghosts
And we'll just keep each other,
As safe as we can
Until we reach the border
Until we make our plan
To run, run, run, run
Abandonada ya a su arte dantesco, consumado en un infernal bienhacer, la loca de psiquiátrico del espectáculo circense se había rendido al aterciopelado tacto del acero, maravilla asesina de la que se había enamorado, cual Diana con su arco, pero en lugar de diosa, desarrapada del alma.
A su lado, otro ladrón de cuerpos, tan abrasado su fantasma que solo era esqueleto en vida. Un cuadro desgarradoramente hermoso en su salvaje hacer con los Doctores Cuervo. Deslumbrada entonces por los fogonazos deshechos de las balas, que su compañero disparaba con una certeza entrenada y casi antinatural, agarró la suya propia. Hipnotizada con su sonido estridente. La Éline cuerda se hubiese horrorizado, en su santa pureza, al observar tanta ignominia. Pero la Éline cuerda no estaba allí para acurrucarse entre las nubes de su beato cielo.
-Hijo de puta sordo, hijo de puta muerto. -volvió a repetir en su letanía; su mantra particular que se convertiría en himno desquiciado del mañana. La enferma de la cabeza puso pues rumbo a la salida por la que preguntaba el cazador mientras su entraña vapuleada se reía de tal interrogante. ¿Acaso Ariadna preguntó a Teseo cómo salir del laberinto?-Shhh. Tengo un hilo de oro que los de arriba me prestaron.
Lo instó a seguirla, pistola en alza. Apuntó con el gatillo pero sin la sutileza mortífera de su compañero del ánima. En medio de un camino de caos, donde la sangre bañaba las paredes de tan metamórfica prisión. Éline pasó por encima de uno de los cuasi cadáveres, que poco tino tuvo al tratar de agarrarle la pierna para intentar hacerla caer. ¡Caer! ¡Si ya había caído todo lo que se podía! Le pisó la cabeza, le escupió en la cara y le voló los sesos, nutriendo su propio rostro de ese líquido que bebían los cuervos.
Corrieron por todo el infierno, y la sensación de libertad se le iba clavando en el metal de sus venas. ¡Iba a salir! ¡Iba a salir! Iba a respirar el putrefacto aire de la creación. Condujo al cazador por las escalera de emergencia y allí empezó un rápido y frenético y atolondrado descenso al mundo exterior.
Al salir, la luz del atardecer cegó sus idos y azules y preciosos ojos. Se llevó una mano al bolsillo donde guardaba la oreja del monstruo. Y sonrió.
A su lado, otro ladrón de cuerpos, tan abrasado su fantasma que solo era esqueleto en vida. Un cuadro desgarradoramente hermoso en su salvaje hacer con los Doctores Cuervo. Deslumbrada entonces por los fogonazos deshechos de las balas, que su compañero disparaba con una certeza entrenada y casi antinatural, agarró la suya propia. Hipnotizada con su sonido estridente. La Éline cuerda se hubiese horrorizado, en su santa pureza, al observar tanta ignominia. Pero la Éline cuerda no estaba allí para acurrucarse entre las nubes de su beato cielo.
-Hijo de puta sordo, hijo de puta muerto. -volvió a repetir en su letanía; su mantra particular que se convertiría en himno desquiciado del mañana. La enferma de la cabeza puso pues rumbo a la salida por la que preguntaba el cazador mientras su entraña vapuleada se reía de tal interrogante. ¿Acaso Ariadna preguntó a Teseo cómo salir del laberinto?-Shhh. Tengo un hilo de oro que los de arriba me prestaron.
Lo instó a seguirla, pistola en alza. Apuntó con el gatillo pero sin la sutileza mortífera de su compañero del ánima. En medio de un camino de caos, donde la sangre bañaba las paredes de tan metamórfica prisión. Éline pasó por encima de uno de los cuasi cadáveres, que poco tino tuvo al tratar de agarrarle la pierna para intentar hacerla caer. ¡Caer! ¡Si ya había caído todo lo que se podía! Le pisó la cabeza, le escupió en la cara y le voló los sesos, nutriendo su propio rostro de ese líquido que bebían los cuervos.
Corrieron por todo el infierno, y la sensación de libertad se le iba clavando en el metal de sus venas. ¡Iba a salir! ¡Iba a salir! Iba a respirar el putrefacto aire de la creación. Condujo al cazador por las escalera de emergencia y allí empezó un rápido y frenético y atolondrado descenso al mundo exterior.
Al salir, la luz del atardecer cegó sus idos y azules y preciosos ojos. Se llevó una mano al bolsillo donde guardaba la oreja del monstruo. Y sonrió.
Éline Rimbaud- Fantasma
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Re: I'm gonna show you where it's dark, but have no fear |Éline Rimbaud| 1ª parte
El desdén y la prepotencia descolocaron a su portador de una forma que su paladar prácticamente desconocía: haciendo que, a pesar de deslizarse por el tobogán de sus fervientes palabras —como era costumbre cada vez que aquel semi-ermitaño debía interaccionar con el mundo—, sus ojos disfrutaran al contemplar el apagón de la vida en las manos de aquella psicótica que él mismo había armado.
Sobraba decir que un asesino ególatra no estaba acostumbrado a encontrar el gusto en la sangre derramada por terceras personas. Claro que tampoco estaba acostumbrado a todo el reguero de impresiones que había dejado y continuaba dejando aquella tercera en particular.
¿No aprenderás en ninguna de tus encarnaciones, cazador?
Ahora sí, liquidó a su último encargo con el pulso firme y otra falta espasmódica de pestañeos, mientras la memoria de su salvada y salvadora les conducía finalmente a la salida total de aquel hervidero de agonía y muerte. Era la primera vez que salía por la puerta de atrás en mucho tiempo, algo que apenas reflexionó durante su trayecto directo hasta el coche —tal y como lo había dejado en su versión descapotable— y que no recorrió en la soledad que desearía. Apenas se dignó a girar su rostro hacia la, todavía presente, ex-presidiaria del circo de los horrores que incomprensiblemente no se había separado de él en su reciente y ansiada libertad.
Mentiría si dijera que después de las peripecias en aquella unificadora masacre había esperado realmente que se separara de su lado. ¿Qué demonios pasaba?
—Será mejor que te des prisa, estando cerca de aquí todavía pueden olerte y devolverte a la misma ponzoña que te han estado metiendo en la cabecita —comentó sin sentimiento en la voz, sin escrúpulos en el habla, sin prestarle ni una sola mota de atención, a la vez que depositaba en el maletero todo lo necesario de su arsenal y después se acomodaba en el asiento del conductor. Y a pesar de que todo su lenguaje corporal declarara a los cuatro vientos que no había nada allí que pudiera interpretarse como una invitación, finalmente sus ojos buscaron los de ella a través de los escalofríos del aire y el vacío de la noche—. ¿Cómo te llamas, catatónica, para ver si despiertas de este idiótico trance? ¿Piensas salir corriendo en algún momento de tu mísera autonomía o es que te has creído lo que no es?
¿Y cuál de los dos se lo había creído primero?
Sobraba decir que un asesino ególatra no estaba acostumbrado a encontrar el gusto en la sangre derramada por terceras personas. Claro que tampoco estaba acostumbrado a todo el reguero de impresiones que había dejado y continuaba dejando aquella tercera en particular.
¿No aprenderás en ninguna de tus encarnaciones, cazador?
Ahora sí, liquidó a su último encargo con el pulso firme y otra falta espasmódica de pestañeos, mientras la memoria de su salvada y salvadora les conducía finalmente a la salida total de aquel hervidero de agonía y muerte. Era la primera vez que salía por la puerta de atrás en mucho tiempo, algo que apenas reflexionó durante su trayecto directo hasta el coche —tal y como lo había dejado en su versión descapotable— y que no recorrió en la soledad que desearía. Apenas se dignó a girar su rostro hacia la, todavía presente, ex-presidiaria del circo de los horrores que incomprensiblemente no se había separado de él en su reciente y ansiada libertad.
Mentiría si dijera que después de las peripecias en aquella unificadora masacre había esperado realmente que se separara de su lado. ¿Qué demonios pasaba?
—Será mejor que te des prisa, estando cerca de aquí todavía pueden olerte y devolverte a la misma ponzoña que te han estado metiendo en la cabecita —comentó sin sentimiento en la voz, sin escrúpulos en el habla, sin prestarle ni una sola mota de atención, a la vez que depositaba en el maletero todo lo necesario de su arsenal y después se acomodaba en el asiento del conductor. Y a pesar de que todo su lenguaje corporal declarara a los cuatro vientos que no había nada allí que pudiera interpretarse como una invitación, finalmente sus ojos buscaron los de ella a través de los escalofríos del aire y el vacío de la noche—. ¿Cómo te llamas, catatónica, para ver si despiertas de este idiótico trance? ¿Piensas salir corriendo en algún momento de tu mísera autonomía o es que te has creído lo que no es?
¿Y cuál de los dos se lo había creído primero?
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Re: I'm gonna show you where it's dark, but have no fear |Éline Rimbaud| 1ª parte
Desde las entrañas de la tierra se la comían por dentro, verdes campos de secos cadáveres, nadando con los gusanos de la inmundicia. Una visión que ni siquiera el vasto desierto americano podía reprocharle a Dios. Con el sol poniente como único testigo de la victoria de su loca -victoria, sí, porque un lobo le había puesto un arma en las manos y el ruiseñor había hecho justicia (no sé si divina) con ella- Éline respiró el aire de la libertad, que no era menos viciada que el del sanatorio donde la habían mantenido presa durante años.
La visión de la máquina a cuatro ruedas, vehículo que en ese momento -y ya para siempre- simbolizaría un escuálido hálito de una libertad tantas veces deseada. El rugir del motor de la bestia metalizada, impaciente por emprender el camino hacia ninguna parte, sellaba una alianza y el inicio de un cuento de carretera que los sepultaría en una negra noche que no tardaría en llegar, pues la luz del día moría poco a poco, dando fin a ese día.
Únicamente se giró una última vez, para contemplar el desolado edificio que era el único hogar envenenado que hubiera conocido jamás. La mano -una mano pálida, de dedos finísimos como las patas de una araña- se depositó en la cicatriz del vientre. Cerraba esa canción de una vez por todas.
Sin más dilación, subió al sillón del copiloto. Una excitación rabiosa la agasajó hasta las entrañas. La excitación de no saber qué iba a ser de los dos, un par de olvidados en el colérico mundo. Si el cazador no aprendía, tampoco lo haría el fantasma de la demente.
¿Que cómo se llamaba? La habían llamado de muchas formas a lo largo de sus vidas; virgen, pura, ramera, perturbada. Todos eran nombres verdaderos, todos mentira.
-Soy el fuego donde vamos a arder. Soy la que intenta comprar una escalera hacia el cielo. ¿No te sirve eso de momento, lobo?
Impaciente, absorbiendo el humo que expulsaba el automóvil, librándose por fin de una lacra que ni siquiera sabía que llevaba. Por alguna presuntuosa razón, había llegado a donde quería estar.
-Arranca, cazador. Arranca; quiero ver el sol esconderse entre el asfalto, por una vez.
Ante ellos se abría una carretera solitaria, la oportunidad para aquella que, en efecto, había comprado una escalera hacia el cielo.
La visión de la máquina a cuatro ruedas, vehículo que en ese momento -y ya para siempre- simbolizaría un escuálido hálito de una libertad tantas veces deseada. El rugir del motor de la bestia metalizada, impaciente por emprender el camino hacia ninguna parte, sellaba una alianza y el inicio de un cuento de carretera que los sepultaría en una negra noche que no tardaría en llegar, pues la luz del día moría poco a poco, dando fin a ese día.
Únicamente se giró una última vez, para contemplar el desolado edificio que era el único hogar envenenado que hubiera conocido jamás. La mano -una mano pálida, de dedos finísimos como las patas de una araña- se depositó en la cicatriz del vientre. Cerraba esa canción de una vez por todas.
Sin más dilación, subió al sillón del copiloto. Una excitación rabiosa la agasajó hasta las entrañas. La excitación de no saber qué iba a ser de los dos, un par de olvidados en el colérico mundo. Si el cazador no aprendía, tampoco lo haría el fantasma de la demente.
¿Que cómo se llamaba? La habían llamado de muchas formas a lo largo de sus vidas; virgen, pura, ramera, perturbada. Todos eran nombres verdaderos, todos mentira.
-Soy el fuego donde vamos a arder. Soy la que intenta comprar una escalera hacia el cielo. ¿No te sirve eso de momento, lobo?
Impaciente, absorbiendo el humo que expulsaba el automóvil, librándose por fin de una lacra que ni siquiera sabía que llevaba. Por alguna presuntuosa razón, había llegado a donde quería estar.
-Arranca, cazador. Arranca; quiero ver el sol esconderse entre el asfalto, por una vez.
Ante ellos se abría una carretera solitaria, la oportunidad para aquella que, en efecto, había comprado una escalera hacia el cielo.
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Re: I'm gonna show you where it's dark, but have no fear |Éline Rimbaud| 1ª parte
Si el hombre no la miró subirse al coche con una expresión de horror, fue porque no estaba acostumbrado a poner ninguna expresión a rasgos generales. ¿Cómo se suponía que reaccionaba el promedio normal de persona cuando la indignación estaba latente y, aun así, las opciones agresivas que podía abordar con su fuerza física —empujarla, agarrarla y/o lanzarla, entre otras muchas de su entrenado repertorio— no le apetecían en absoluto? A pesar de la precisa y escalofriante máquina de matar en la que era capaz de convertirse cuando había que hacer su trabajo, o enfrentarse a rivales decentes —hombres o mujeres, eso nunca le había importado—, tras la tempestad no adoptaba una actitud necesariamente violenta, mucho menos si la población, humana y sobrenatural, le producía tanta pereza. El veneno, en todo caso, lo portaban sus palabras, pero Dios y el diablo sabían de muchísimo antes en su experiencia con ella, que las palabras no servirían de nada para echar a esa enferma mental fuera de su coche. Probablemente necesitara mucho más tiempo del que quería permanecer cerca de la jodida masacre antes de que las afueras del lugar en el que estaban se convirtieran en un nido de víboras, curiosos y policías. Así que sus opciones seguían siendo limitadas.
¿De verdad sólo le quedaba preguntarse qué demonio del infierno habría poseído a esa inconsciente para pensarse que podía tomar asiento a su lado y esperar a que él cometiera la millonésima excepción del día y se largara de allí con compañía? Sólo una loca de atar, de manual clínico, se atrevería siquiera a pensarlo. O más bien, como era el caso, a no hacerlo.
Catatónica de verdad.
En lugar de la opción descapotable, debería haber incorporado asientos eyectables.
Fausto decidió, antes de pisar por fin el acelerador y soltar el embrague, que no volvería a mirarla directamente a los ojos hasta que el aguijón del aire a más de doscientos no le hubiese perforado todas las ideas de forzosa tregua con las que despidieron la ciudad en un aullido de dolor tan agudo como el filo de la velocidad que se oía chirriar a través de la oscura y desierta autopista. La noche se mantuvo alerta las horas que le quedaban y agotada como estaría de amparar a los dementes, se acabó escurriendo contra el sol con la misma eficiencia que el conductor usó para encontrar la ruta perfecta hacia la tierra roja y lejana a toda civilización. Pero antes de meterse de lleno y no dejar ni rastro de su presencia en aquel estado, repostaría en la primera gasolinera que custodiaba el principio del camino, y también aprovecharía para declarar sus intenciones, ya sin la presión de tener que largarse de un sitio infectado de criaturas endemoniadas y fuerzas inútiles del orden.
—En vez de comprar escaleras al cielo, empieza por pagarme la gasolina. De lo contrario, tu excursión en coche termina aquí mismo —sentenció tras el portazo que dio al bajarse con las llaves para ir al puñetero aseo mientras le llenaban el depósito, perfectamente consciente de que sus ropas de recién huida del manicomio llevarían los bolsillos más vacíos que la lógica de su cabecita. En efecto, quería librarse de ella —y mejor y más discreto si lo hacía por las buenas—. Eso, o que le estamparan una evidencia clara, esa vez sin molestos existencialismos ni nada por lo que tuviera que ponerse a buscar dentro de él en mitad de una operación tan rutinaria y fría, de por qué ahora debía empezar a aceptar compañeras de viaje.
¿De verdad sólo le quedaba preguntarse qué demonio del infierno habría poseído a esa inconsciente para pensarse que podía tomar asiento a su lado y esperar a que él cometiera la millonésima excepción del día y se largara de allí con compañía? Sólo una loca de atar, de manual clínico, se atrevería siquiera a pensarlo. O más bien, como era el caso, a no hacerlo.
Catatónica de verdad.
En lugar de la opción descapotable, debería haber incorporado asientos eyectables.
Fausto decidió, antes de pisar por fin el acelerador y soltar el embrague, que no volvería a mirarla directamente a los ojos hasta que el aguijón del aire a más de doscientos no le hubiese perforado todas las ideas de forzosa tregua con las que despidieron la ciudad en un aullido de dolor tan agudo como el filo de la velocidad que se oía chirriar a través de la oscura y desierta autopista. La noche se mantuvo alerta las horas que le quedaban y agotada como estaría de amparar a los dementes, se acabó escurriendo contra el sol con la misma eficiencia que el conductor usó para encontrar la ruta perfecta hacia la tierra roja y lejana a toda civilización. Pero antes de meterse de lleno y no dejar ni rastro de su presencia en aquel estado, repostaría en la primera gasolinera que custodiaba el principio del camino, y también aprovecharía para declarar sus intenciones, ya sin la presión de tener que largarse de un sitio infectado de criaturas endemoniadas y fuerzas inútiles del orden.
—En vez de comprar escaleras al cielo, empieza por pagarme la gasolina. De lo contrario, tu excursión en coche termina aquí mismo —sentenció tras el portazo que dio al bajarse con las llaves para ir al puñetero aseo mientras le llenaban el depósito, perfectamente consciente de que sus ropas de recién huida del manicomio llevarían los bolsillos más vacíos que la lógica de su cabecita. En efecto, quería librarse de ella —y mejor y más discreto si lo hacía por las buenas—. Eso, o que le estamparan una evidencia clara, esa vez sin molestos existencialismos ni nada por lo que tuviera que ponerse a buscar dentro de él en mitad de una operación tan rutinaria y fría, de por qué ahora debía empezar a aceptar compañeras de viaje.
Última edición por Fausto el Mar Jul 31, 2018 6:35 am, editado 1 vez
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Re: I'm gonna show you where it's dark, but have no fear |Éline Rimbaud| 1ª parte
La noche se los tragó y los regurgitó como Saturno con sus hijos. Prisioneros del paisaje abandonado que los acunaba, el pajarillo y el lobo iniciaban su tránsito por las sinuosas carreteras de los suburbios de Miami-Dade. Todavía presa de la adrenalina que la había acompañado al apretar el gatillo de la pistola, puesta en sus manos por el cazador, la loca recién salida de la jaula sonreía al proyectar en su mente la visión del órgano cercenado, descansando en su bolsillo, simbolizando su victoria brutal.
No hablaron el todo el trayecto, una extraña calma sumergió su cuerpo y se contentaba con contemplar el desolador desierto de noche que los abrazaba mientras circulaban en la bestia a cuatro ruedas y alma de metal. Adormecida casi, acurrucada en un hipnótico paseo de kilómetros y kilómetros de desorientación, el brusco sonido de la puerta cerrándose así como las podridas luces de una igualmente podrida gasolinera en el más allá de Miami, la despertaron de una manera poco delicada. La ruptura definitiva con este mundo y el de los sueños llegaría con la voz ronca del lobo y sus palabras incomprensibles para el onírico idioma de nuestra loca.
Decidió bajar tras él y cargarse con todo tipo de grasas saturadas, porque una podía estar loca y hambrienta a la vez. La imagen fantasma de su inmaculado uniforme de psiquiátrico impregnado de tinte rojo no pasó desapercibido al pobre diablo con turno de noche. Éline se llevó un dedo a los labios, en una sonrisa confidente y siniestra marcada por los restos de aquel cuervo al que le había volado los sesos horas antes.
-Incluso para ir a ninguna parte se necesita pagar un precio. -categorizó una vez estuvo de vuelta a bordo del coche, con cierta sorna en la voz, que la hizo parecer algo más humana. Pronto, sin embargo, su mente abstraída la absorbió de nuevo a su propio universo ulcerado, y cantarinamente se entretuvo tarareando sinfonías sin pies ni cabeza.
Vamos a contar mentiras, tralará.
No hablaron el todo el trayecto, una extraña calma sumergió su cuerpo y se contentaba con contemplar el desolador desierto de noche que los abrazaba mientras circulaban en la bestia a cuatro ruedas y alma de metal. Adormecida casi, acurrucada en un hipnótico paseo de kilómetros y kilómetros de desorientación, el brusco sonido de la puerta cerrándose así como las podridas luces de una igualmente podrida gasolinera en el más allá de Miami, la despertaron de una manera poco delicada. La ruptura definitiva con este mundo y el de los sueños llegaría con la voz ronca del lobo y sus palabras incomprensibles para el onírico idioma de nuestra loca.
Decidió bajar tras él y cargarse con todo tipo de grasas saturadas, porque una podía estar loca y hambrienta a la vez. La imagen fantasma de su inmaculado uniforme de psiquiátrico impregnado de tinte rojo no pasó desapercibido al pobre diablo con turno de noche. Éline se llevó un dedo a los labios, en una sonrisa confidente y siniestra marcada por los restos de aquel cuervo al que le había volado los sesos horas antes.
-Incluso para ir a ninguna parte se necesita pagar un precio. -categorizó una vez estuvo de vuelta a bordo del coche, con cierta sorna en la voz, que la hizo parecer algo más humana. Pronto, sin embargo, su mente abstraída la absorbió de nuevo a su propio universo ulcerado, y cantarinamente se entretuvo tarareando sinfonías sin pies ni cabeza.
Vamos a contar mentiras, tralará.
Éline Rimbaud- Fantasma
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Re: I'm gonna show you where it's dark, but have no fear |Éline Rimbaud| 1ª parte
Al salir de los aseos, el resultado no fue precisamente inesperado y aun así, le hirvió la sangre, como si a su conciencia se le hubiera antojado apuntarse también al viaje en lugar de quedarse en aquel hospital de locos y aquella cámara de tortura donde se habían salvado la vida mutuamente. Continuó maldiciendo para sus adentros, mientras el apuradísimo dependiente no se atrevía ni a pedirle en voz alta que le pagara por la comida basura que divisó en los brazos de la pelirroja, justo donde la había dejado en el descapotable y cuyo sustento en mitad de la desierta llanura no tenía forma material de pagarle.
En mala hora le había ofrecido más munición absurda con la que desquiciarlo.
Pagó por sus chorradas, agarró además unas mallas negras y una camiseta publicitaria, y se sirvió del miedo infundido en el cuerpo de aquel desgraciado para agenciarse también tabaco y alcohol a pesar de las horas. No fumaba, ni bebía normalmente, pero la situación se prestaba a paladear algunas prácticas decadentes y más cuando todavía no sabía cómo gestionar la compañía que había decidido aceptar en el asiento del co-piloto.
Tras regresar al coche, colocó casi todo en la parte trasera y negándose todavía a mirarla a los ojos, le lanzó la ropa junto a su mechero seguido de un 'Ve al baño a lavarte y cambiarte. Luego, prende el uniforme con esto y déjalo por ahí tirado. El uniforme, el mechero no lo pierdas.' en tanto le arrebataba una de las bolsas de patatas de la que comió en completo silencio conforme la loca obedecía. Trató de olvidar el intensito comentario que había hecho ella, en su puñetera línea de catatónica. Mordió, masticó, engulló, se perdió en sus propios pensamientos hasta ensordecerlos con el crujido del snack a través de sus dientes y asumió aquella nueva cruzada. Él, que simplemente había planeado que fuera el camino solitario de vuelta a ningún sitio…
Contratiempo de emociones.
—Este puto taxi benéfico va hasta Colorado —habló en cuanto la tuvo allí otra vez, por fortuna ya con un aspecto más higiénico y menos sospechoso—. Si para entonces no has aprendido a cagar algo de dinero, las vas a pasar canutas cuando venda este trasto y siga mi camino solo, porque ahí se termina todo, mi paciencia tiene un límite. Y siéntate bien. El cinturón me da igual, por no llevarlo la policía te multaría a ti y no a mí, y dado que estás de gorroneo sin papeles, lo más probable es que te detengan y te lleven con ellos. Puedes tentar a la suerte si quieres, a lo mejor así la mía acaba volviendo antes de tiempo. —y cuando estuvo todo listo, le pasó la bolsa de patatas sin terminar, sin pestañear a la hora de poner en marcha el carro y clavarle los ojos después de lo que parecían eones desde la, a partir de entonces, icónica masacre— Ah, y como vea alguna miga suelta, la limpiarás con la lengua.
Su mirada había dejado de ser la de un cazador para convertirse en la de un compañero.
En mala hora le había ofrecido más munición absurda con la que desquiciarlo.
Pagó por sus chorradas, agarró además unas mallas negras y una camiseta publicitaria, y se sirvió del miedo infundido en el cuerpo de aquel desgraciado para agenciarse también tabaco y alcohol a pesar de las horas. No fumaba, ni bebía normalmente, pero la situación se prestaba a paladear algunas prácticas decadentes y más cuando todavía no sabía cómo gestionar la compañía que había decidido aceptar en el asiento del co-piloto.
Tras regresar al coche, colocó casi todo en la parte trasera y negándose todavía a mirarla a los ojos, le lanzó la ropa junto a su mechero seguido de un 'Ve al baño a lavarte y cambiarte. Luego, prende el uniforme con esto y déjalo por ahí tirado. El uniforme, el mechero no lo pierdas.' en tanto le arrebataba una de las bolsas de patatas de la que comió en completo silencio conforme la loca obedecía. Trató de olvidar el intensito comentario que había hecho ella, en su puñetera línea de catatónica. Mordió, masticó, engulló, se perdió en sus propios pensamientos hasta ensordecerlos con el crujido del snack a través de sus dientes y asumió aquella nueva cruzada. Él, que simplemente había planeado que fuera el camino solitario de vuelta a ningún sitio…
Contratiempo de emociones.
—Este puto taxi benéfico va hasta Colorado —habló en cuanto la tuvo allí otra vez, por fortuna ya con un aspecto más higiénico y menos sospechoso—. Si para entonces no has aprendido a cagar algo de dinero, las vas a pasar canutas cuando venda este trasto y siga mi camino solo, porque ahí se termina todo, mi paciencia tiene un límite. Y siéntate bien. El cinturón me da igual, por no llevarlo la policía te multaría a ti y no a mí, y dado que estás de gorroneo sin papeles, lo más probable es que te detengan y te lleven con ellos. Puedes tentar a la suerte si quieres, a lo mejor así la mía acaba volviendo antes de tiempo. —y cuando estuvo todo listo, le pasó la bolsa de patatas sin terminar, sin pestañear a la hora de poner en marcha el carro y clavarle los ojos después de lo que parecían eones desde la, a partir de entonces, icónica masacre— Ah, y como vea alguna miga suelta, la limpiarás con la lengua.
Su mirada había dejado de ser la de un cazador para convertirse en la de un compañero.
Última edición por Fausto el Dom Jul 29, 2018 10:28 pm, editado 1 vez
Fausto- Cazador Clase Alta
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Re: I'm gonna show you where it's dark, but have no fear |Éline Rimbaud| 1ª parte
All my friends are heathens, take it slow
Wait for them to ask you who you know
Please don't make any sudden moves
You don't know the half of the abuse
Heathens, Twenty one pilots
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Please don't make any sudden moves
You don't know the half of the abuse
Heathens, Twenty one pilots
El tacto metálico, frío, del encendedor le puso la piel de gallina aún cuando las llamas danzantes de las hadas de fuego calentaban sus mejillas. Veía arder y pensaba en la sangre en sus manos, en su rostro. ¡Ella, Reina de la Paz en otro tiempo! ¿Qué clase de retorcidos sentimientos devanaban ahora sus sesos? Le habían dado el poder de la revancha, y ¡oh, era tan precioso! Perfectamente consagrado para ella, por el cazador. La voz retumbaba dentro; el trueno, el rayo, lo cielos viniéndose abajo. Toda la fuerza cuántica del universo concebido.
Obsequiada una vez la granada, iba a hacerla explotar todas las veces necesarias.
Se guardó el mechero en el bolsillo y volvió al metalizado monstruo sin alma, que los iniciaría en la senda devastada de moteles de carretera y autopistas vacías.
-¿Por qué te incomoda tanto haber encontrado a alguien como tú? Me pusiste la guerra en las manos, ya no se puede volver atrás, cazador. -ensortijada sonrisa propia de un loco que sabe leer el futuro. Y el pasado. La obstinación del Lobo no la molestaba en absoluto. Había aceptado la compañía de la violencia porque había nacido mano a mano con ella.
Siguió con su rumiar insufrible de crujidos, más confortable al menos que el chasquido de los huesos rotos.
-¿El todopoderoso cazador no puede comer mientras conduce? -casi estaba bromeando. Casi.
Subió los pies al salpicadero, acción a la que siguió la advertencia del cazador. Ella emitió un suspiro y se recolocó en su asiento.
-¿Vas a arrancar ya o tienes miedo de este viaje, Lobo? -formuló, retándolo- Quiero ver las Montañas Rojas. El rojo es ahora el que nos va a iluminar en la cruzada. -aseveró, perdiendo toda gravedad en tal digna afirmación al continuar con un crack de la patata frita rancia de bolsa.
Obsequiada una vez la granada, iba a hacerla explotar todas las veces necesarias.
Se guardó el mechero en el bolsillo y volvió al metalizado monstruo sin alma, que los iniciaría en la senda devastada de moteles de carretera y autopistas vacías.
-¿Por qué te incomoda tanto haber encontrado a alguien como tú? Me pusiste la guerra en las manos, ya no se puede volver atrás, cazador. -ensortijada sonrisa propia de un loco que sabe leer el futuro. Y el pasado. La obstinación del Lobo no la molestaba en absoluto. Había aceptado la compañía de la violencia porque había nacido mano a mano con ella.
Siguió con su rumiar insufrible de crujidos, más confortable al menos que el chasquido de los huesos rotos.
-¿El todopoderoso cazador no puede comer mientras conduce? -casi estaba bromeando. Casi.
Subió los pies al salpicadero, acción a la que siguió la advertencia del cazador. Ella emitió un suspiro y se recolocó en su asiento.
-¿Vas a arrancar ya o tienes miedo de este viaje, Lobo? -formuló, retándolo- Quiero ver las Montañas Rojas. El rojo es ahora el que nos va a iluminar en la cruzada. -aseveró, perdiendo toda gravedad en tal digna afirmación al continuar con un crack de la patata frita rancia de bolsa.
Éline Rimbaud- Fantasma
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Re: I'm gonna show you where it's dark, but have no fear |Éline Rimbaud| 1ª parte
El rojo se acabó restregando por toda la tapicería de aquella bestia metálica, hasta colarse por las ventanillas y relampaguear en los ojos de conductor y co-piloto, incluso si el amanecer ya se había vuelto demasiado oficial para que acamparan en él las tormentas.
El asfalto se ensanchó más, y más, y más, alimentado por unos neumáticos listos para la larga travesía y por el líquido inflamable que habían repostado antes de la alianza oficial entre refrigerio y bebida.
Fausto condujo los kilómetros necesarios para dejar de hacer juego con la oscura frialdad del cielo y cuando éste se convirtió en una maraña abstracta de colores más cálidos, sin desbancar al azul apunto de confundirse con las cuatro pupilas que ocupaban el coche, se salió de la carretera para sustituir el asfalto por la tierra.
Aparcó en las primeras muestras de ese rojo sobre las dunas que pasaban a adueñarse de ese paisaje dispuesto a acecharlos durante los próximos días. Perdió la mirada en el frente durante unos segundos y acto seguido, sacó todo su cuerpo del vehículo para recuperarla fuera.
En posesión de las llaves, como ya empezaba a ser costumbre cada vez que permitía que la loca de turno se quedara sola dentro del auto, estiró las piernas, sin distanciarse demasiado, contrario a lo lejos que llegaba su vista al clavarla directamente sobre aquel amanecer que devoraron de frente.
De cara al sol que les garantizaba un día más de existencia blasfema, asumido ya el resultado que les había salvado el pellejo. Como si hasta una parte enterrada en lo más inhóspito de la gruta del cazador quisiera saborear unos endebles momentos de paz después de esa guerra que había puesto en las manos de su acompañante, y que ahora retenía en su propia cabeza.
Quizá porque durante el proceso, ella se había convertido en la propia guerra de Fausto. Más personal de lo que acostumbraba a permitirse y aún así...
Aún así.
—Recuéstate y cierra los ojos —habló, allí plantado entre el capó y los salpicones de luz, con la eventualidad del primer cigarro, del sustituto de la pistola humeante, prendiéndose al mismo nivel de la fulgurante mañana—. Hoy descansaremos aquí.
Utilizaba el plural cuando él vivía anclado en los infiernos de la vigilia, pero puede que aquella vez, las excepciones continuaran empeñadas en abrasarle la rutina. Como el condenado rojo del paisaje; del amanecer; de aquellos cabellos que se hicieron un gurruño contra el asiento y, poco a poco, cedieron su reciente libertad a Morfeo.
Hasta nuevo aviso.
El asfalto se ensanchó más, y más, y más, alimentado por unos neumáticos listos para la larga travesía y por el líquido inflamable que habían repostado antes de la alianza oficial entre refrigerio y bebida.
Fausto condujo los kilómetros necesarios para dejar de hacer juego con la oscura frialdad del cielo y cuando éste se convirtió en una maraña abstracta de colores más cálidos, sin desbancar al azul apunto de confundirse con las cuatro pupilas que ocupaban el coche, se salió de la carretera para sustituir el asfalto por la tierra.
Aparcó en las primeras muestras de ese rojo sobre las dunas que pasaban a adueñarse de ese paisaje dispuesto a acecharlos durante los próximos días. Perdió la mirada en el frente durante unos segundos y acto seguido, sacó todo su cuerpo del vehículo para recuperarla fuera.
En posesión de las llaves, como ya empezaba a ser costumbre cada vez que permitía que la loca de turno se quedara sola dentro del auto, estiró las piernas, sin distanciarse demasiado, contrario a lo lejos que llegaba su vista al clavarla directamente sobre aquel amanecer que devoraron de frente.
De cara al sol que les garantizaba un día más de existencia blasfema, asumido ya el resultado que les había salvado el pellejo. Como si hasta una parte enterrada en lo más inhóspito de la gruta del cazador quisiera saborear unos endebles momentos de paz después de esa guerra que había puesto en las manos de su acompañante, y que ahora retenía en su propia cabeza.
Quizá porque durante el proceso, ella se había convertido en la propia guerra de Fausto. Más personal de lo que acostumbraba a permitirse y aún así...
Aún así.
—Recuéstate y cierra los ojos —habló, allí plantado entre el capó y los salpicones de luz, con la eventualidad del primer cigarro, del sustituto de la pistola humeante, prendiéndose al mismo nivel de la fulgurante mañana—. Hoy descansaremos aquí.
Utilizaba el plural cuando él vivía anclado en los infiernos de la vigilia, pero puede que aquella vez, las excepciones continuaran empeñadas en abrasarle la rutina. Como el condenado rojo del paisaje; del amanecer; de aquellos cabellos que se hicieron un gurruño contra el asiento y, poco a poco, cedieron su reciente libertad a Morfeo.
Hasta nuevo aviso.
Fausto- Cazador Clase Alta
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Re: I'm gonna show you where it's dark, but have no fear |Éline Rimbaud| 1ª parte
Guiada por los abismales eclipses de una luna ya desaparecida y un astro rey clamando su sitio arriba en los cielos, por la recóndita voz artificial de una vieja canción perdida en los albores remotos de un tiempo olvidado, Éline se dejó mecer por una fe que no sentía en este mundo, pero que era un eco fulgurante incluso en el desamparado desierto americano.
Hacía mucho tiempo que no dormía, y por ello bajo sus pupilas cristalinas había dos hondas manchas negras; la marca del desvelo, del insomnio. Se dejó arrastrar por ese dios griego citado, inconscientemente hasta que llegó a las puertas de su reino. Y una vez abierta esas puertas, ya no había nada. No siempre se pueden recordar los sueños; ni los que se sueñan de día ni los que se sueñan de noche.
Al despertar, todo seguía en una extraña calma. No sabía si había dormido una hora, o dos, o tres. Qué más daba. Las manchas oscuras siempre estaría ahí, de por vida. Uno de los muchos estigmas de un fantasma. Salió del carruaje de metal y comenzó a andar por el arenoso páramo.
Encontró al cazador en pie; una mácula oscura en medio de colores anaranjados. El humo de su boca lo hacía parecer un dragón, un dragón añejo, furioso con el mundo, porque había perdido su tesoro de oro y piedras preciosas mucho tiempo ha.
-No has dormido. -anunció en tono categórico- Está bien. Los lobos no duermen.
Agarró el cigarro y segundos después ella también era una dragona, que también estaba furiosa con el mundo porque había perdido no uno, sino dos tesoros de oro y piedras preciosas mucho tiempo ha.
¿A dónde? ¿A dónde, pajarillo, tienes que ir y a dónde quieres ir?
Dos cosas distintas que, para la gente que no supiera ver más allá del velo, le podía provocar una nefasta confusión. Quedaron los dos en profundo silencio mientras las dunas lloraban sus cálidos colores.
¿A dónde, pajarillo, quieres ir?
Hacia donde todos los caminos convergen. Hacia ninguna parte. Hacia todas
Hacía mucho tiempo que no dormía, y por ello bajo sus pupilas cristalinas había dos hondas manchas negras; la marca del desvelo, del insomnio. Se dejó arrastrar por ese dios griego citado, inconscientemente hasta que llegó a las puertas de su reino. Y una vez abierta esas puertas, ya no había nada. No siempre se pueden recordar los sueños; ni los que se sueñan de día ni los que se sueñan de noche.
Al despertar, todo seguía en una extraña calma. No sabía si había dormido una hora, o dos, o tres. Qué más daba. Las manchas oscuras siempre estaría ahí, de por vida. Uno de los muchos estigmas de un fantasma. Salió del carruaje de metal y comenzó a andar por el arenoso páramo.
Encontró al cazador en pie; una mácula oscura en medio de colores anaranjados. El humo de su boca lo hacía parecer un dragón, un dragón añejo, furioso con el mundo, porque había perdido su tesoro de oro y piedras preciosas mucho tiempo ha.
-No has dormido. -anunció en tono categórico- Está bien. Los lobos no duermen.
Agarró el cigarro y segundos después ella también era una dragona, que también estaba furiosa con el mundo porque había perdido no uno, sino dos tesoros de oro y piedras preciosas mucho tiempo ha.
¿A dónde? ¿A dónde, pajarillo, tienes que ir y a dónde quieres ir?
Dos cosas distintas que, para la gente que no supiera ver más allá del velo, le podía provocar una nefasta confusión. Quedaron los dos en profundo silencio mientras las dunas lloraban sus cálidos colores.
¿A dónde, pajarillo, quieres ir?
Hacia donde todos los caminos convergen. Hacia ninguna parte. Hacia todas
Éline Rimbaud- Fantasma
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