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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Invitado Sáb Jun 13, 2015 12:18 am

¡Escuchad el tintineo!
La sonata del trineo
Con cascabeles de plata
¡Qué alegría tan jocunda nos inunda al escuchar
La errabunda melodía de su agudo tintinear!
¡Es como una epifanía,
En la ruda racha fría,
La ligera melodía!
¡Cómo fulgen los luceros!,
¡Verdaderos reverberos!,
Con idéntica armonía
A la clara melodía
Cintilando, cintilando, cintilando,
¡Cómo los cascabeles
Van sonando!
Y en un mismo son, son único
Que iguala un ritmo rúnico,
Los luceros siguen fieles
Cascabeles, cascabeles, cascabeles
El son de los cascabeles,
Cascabeles, cascabeles, cascabeles
Cascabeles,
¡El son grato, que a rebato, surge en los cascabeles!

—Extracto de campanas de Edgar Allan Poe—


El manto oscuro de la noche sobre la bella ciudad italiana, las calles medias vacías aún son recorridas por aventureros que no temen arriesgar sus vidas en manos de peligros, unos peligros que solo son descritos en los santos anales de la Santa Madre Iglesia. El horror con el que son descritos no se comparan con la maldad que reside en cada uno de esos demonios; su hora llega, ya van sonando las campanas y uno a uno se muestran por las calles de la Ciudad del Vaticano, no son muchos por respeto a los que ya habitan ahí, unos seres que se ocultan tras las mismas puertas de la iglesia a la que, por irónico que fuese, la protegen.

Viles engaños y mentiras se tejen tras esas puertas, las cuales se abren para recibir a un invitado de porte oscuro y siniestro que desmonta de su caballo, su semblante es serio y apático, no mira a nadie ni les habla porque para él son tan insignificantes como insectos. Los guardias no le impiden el paso incluso no se molestan en anunciarlo, es de los pocos que valora el silencio tanto como los juicios de la inquisición. Sus pasos en sigilo se dirigen por la capilla hasta el lugar más preciado, donde el colegio cardenalicio se ha reunido. La mirada se eleva para observar las obras que sobre su cabeza cuelga, en silencio admira, se las conoce de memoria pues este es uno de sus lugares de espera, los otros son aquellos que solo su Santidad podría acceder, él y los demás miembros del círculo.

Las voces de unos jovencitos anuncian que el santo padre está por el lugar, en su oficina privada a la espera de noticias gratas, rueda los ojos porque sabe que algunos de los planes de su santidad no se han llevado a acabo y eso molesta a ambos. Se dirige por el pasillo cuando los candiles comienzan a encenderse para iluminar toda la basílica de san pedro, tanto por fuera como por dentro. Se dirige en silencio hasta la puerta del santo padre dejando en su oficina los ocho golpes que anuncia su llegada, pero no se queda a esperarlo ahí y que los rumores sobre los “asuntos” papales crezcan.

Se dirige luego de ello a la capilla clementina, le lugar más sagrado y al cual pocos tienen acceso. Un lugar santo para al menos hablar de lo que concierne a ambos hombres, o mejor dicho a ambos seres.

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Mensaje por Gian Pietro Caraffa Dom Jun 21, 2015 9:58 pm


En la horca negra, amable manco,
bailan, bailan los paladines,
los descarnados actores del diablo;
danzan que danzan sin fin
los esqueletos de Saladín."
—Arthur Rimbaud.




No era sólo disgusto lo que sentía Caraffa en esos momentos, era más bien indignación sumada a un arrebato de resignación. ¿Cómo se podían cometer tantos fallos en tan poco tiempo? Una vergüenza. Esto les permitiría a los arcángeles avanzar a grandes zancadas hacia los textos apócrifos el rey Salomón. Gruñó en tan sólo pensar en ello y su puño fue a golpear el escritorio frente a él. Mucho se especulaba que el Papa estaba en asuntos extraños, pero nadie tenía el suficiente valor de enfrentarse abiertamente a él o de siquiera poner en evidencia todo lo que se rumoraba por los pasillos de la Santa Sede.

¿Por qué? ¿Acaso le temían a aquel hombre? Eso estaba de más preguntarlo. No se atrevían y mucho menos cuando los más cercanos a Gian Pietro Caraffa eran hombres oscuros con miradas terribles y él, a pesar de ser el primer ministro de la Iglesia Católica, poseía en su mirada el brillo de un auténtico demonio.

Dejó a un lado una de las misivas enviadas por uno de sus servidores y sin más terminó echándola al fuego para que se consumaran las palabras ahí escritas. Algunos cuantos puntos luminosos se visualizaban en el horizonte de Roma, anunciaban la llegada de la noche y lentamente todo iba consumiéndose por tinieblas, que apenas eran evadidas por las luces tenues de los candelabros que colgaban en los edificios y en las calles. El Papa contemplaba la escena con frialdad, como si no le importara en lo absoluto. Y realmente no le importaba, sólo conocía la ambición del hombre que se desvía de la salvación para condenarse a sombras eternas.

Caraffa se hallaba sumido en las tempestades de sus propios pensamientos, con la mirada perdida en la oscuridad. No tenía intenciones de recibir a nadie en ese momento, pero al escuchar aquellos peculiares golpes en su puerta, supo que no se trataba de cualquiera. Un suspiro pesado escapó de su boca y se tomó el tiempo necesario para asistir al encuentro de uno de sus lacayos. Esperaba que al menos Malebranche le llevase noticias buenas, pues Malacoda sólo acumulaba fracasos y eso no tenía nada contento al líder de Los Custodios.

Vestido de negro, de pies a cabeza, se dirigió a la Capilla Clementina, uno de los lugares más privados a los que solía asistir con Los Ángeles Custodios para tratar asuntos de completa confidencialidad para la cofradía, aunque los temas más fuertes sólo se reservaban para otro lugar. Iba custodiado por dos clérigos, miembros de aquel extraño grupo al igual que Malebranche, éstos resguardaron la entrada de la capilla para evitar que alguien ajeno a la reunión se colara y los otros dos hombres pudiesen conversar con total tranquilidad. Caraffa terminó ingresando al recinto, ignorando cualquier otra cosa que no fuese la presencia de su servidor.

—Tardasteis demasiado en aparecer por estos lares, Malebranche, ¿acaso Malacoda y vos jugabais a las escondidas? Espero que vuestra presencia sea señal de buenas noticias, porque con los fracasos que habéis estado acumulando últimamente, no necesito saber de más, ¿queda claro? —Su voz resonó en las frías paredes de mármol, que parecieron estremecerse ante las gélidas palabras del Santo Padre.

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Mensaje por Invitado Miér Jul 01, 2015 12:33 am

Quien con monstruos lucha
cuide de convertirse a su vez en monstruo.
Cuando miras largo tiempo a un abismo,
el abismo también mira dentro de ti.

—Friedrich Nietzsche—


Eco de voz maldita que sucumbe entre las paredes de piedra; las palabras retumban estruendosamente cayendo en el reclamo de la ausencia inesperada y poco agradable de quien posee el poder y mando sobre los monstruos con rostros humanos y auras demoniacas ocultas tras la mentira del ángel redentor. Quien dirige aquellas fuertes expresiones en tono de reclamo con un suave matiz a regaño que promete un castigo seguro por la ineficiencia presentada en su ausencia hacia unos ojos ocultos en la oscuridad sumida de los pensamientos a los que se abren ante la culminación de las amonestaciones pertinente, aquel ser oscuro sin decir palabra alguna o sin esperar esconderse tras la elocuencia o justificación de ley, se acerca a su santidad con el respeto que le profesa, se arrodilla frente a él con los ojos clavados en el anillo que demuestra ante todos el poder que aquel ser humano posee sobre los demás. Un beso, es todo lo que deja sobre ese símbolo que sella las puertas del cielo y el infierno a su antojo.

Con la discreción tan habida en sí, mira al exterior para encontrarse con dos custodios que montan guardia en la entrada de aquel santuario que se convertirá en el lugar del juicio de un juez. Sus ojos profundos no muestran seña alguna de broma o juego, sus labios se curva en una línea dura, su rostro ha tomado una expresión aún más fría y las aletas nasales expandidas, clara muestra de su furia contenida.

—El juego de las escondidas, su santidad, es uno que solo es aplicable cuando la presa es digna de poder jugarlo, en el caso de Malacoda y yo, eso juego sería para toda la eternidad, porque no encontraríamos algún premio digno para terminar el juego y que mejor que ello, jugar sin premio, más emoción porque no se sabe que esperar del oponente, su santidad—

Una venia realizada con el toque de una cabeza que se ladea a un lado. Los zapatos retumban contra el suelo empedrado quedando hombro a hombro con aquel que los gobierna.

—Las malas noticias son buenas noticias, ya que estas preceden a los actos que estamos esperando, si esperas solo que os traigan siempre buenas noticias deberías desconfiar porque entonces algo malo está pasando o alguien ha decidido jugar un juego doble. Tranquilo no estoy excusando a los mediocres que no han podido cumplir con vuestras ordenes, ellos tendrán su castigo, aunque espero que entiendas a Malacoda algunas cosas se le han escapado de momento, porque no las puede hacer, se le ha acortado el entendimiento tras los muros de la ciudad, cuidado tu corazón Carffa—

La sonrisa que se perfila en aquel rostro, una muestra clara de su insatisfecho ser ante las palabras del pontífice ante las fallas cometidas, si algo aquel oscuro hombre no tolera son los errores y para ello siempre tiene un castigo a la mano en la que su mano tiembla por poder ejecutar la sentencia que su mente maquina.

—Si gustas puedo castigar a los imberbes idiotas que han fallado uniendomeles en la busqueda de los textos, los cuales estoy seguro que estan en el sureste, fijamente en Ararat—

Gira su rostro viendo al magistrado dueño del trono de dios en la tierra.

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Mensaje por Gian Pietro Caraffa Lun Jul 20, 2015 12:38 am


¡Oh Satán ten piedad de mi larga miseria!
Padre adoptivo de aquellos que, en su cólera,
del paraíso terrestre arrojó Dios un día.
¡Oh Satán ten piedad de mi larga miseria!
—Charles Baudelaire.



Caraffa observó seriamente a Malebranche, estaba disgustado por los resultados de la reunión anterior y al vampiro sólo le dio por perderse o hacer quién sabe qué cosa cuando se le solicitaba hacer acto de presencia. ¿Acaso estaban jugando con su paciencia? Todo parecía indicar que sí y eso no era algo que el gran maestre tolerara, de ninguna manera lo hacía. Se mantuvo de pie en su lugar, con las manos entrelazadas en la parte baja de la espalda; escuchó con atención las palabras del vampiro y bajó la mirada moviendo la cabeza de un lado a otro. Pero antes de reprocharle alguna cosa, sólo hizo un ademán con la mano.

—Eso no justifica absolutamente nada, Malebranche… Sabéis perfectamente que vuestros elaborados sermones no funcionarán conmigo —espetó—. Ya lo hecho, hecho está. Me conocéis bastante bien y no estoy nada contento con vuestros fracasos; es indignante que vosotros, siendo demonios mayores, cometan semejantes faltas —observó atentamente el lugar y enarcó una ceja siendo su cara una mueca de pura ironía.

Cuando el vampiro estuvo a su lado, le miró de reojo, ya había detallado cada gesto marcado en el rostro pétreo de su tribunal. Y era de esperarse, pues Caraffa a veces carecía de tacto cuando se dirigía a Los Custodios, en especial si alguno de estos fallaba en su misión de búsqueda y destrucción. El encuentro pasado había sido un completo desastre; todos se empeñaban en culparse los unos a los otros y por si fuera poco, algunos dejaron pasar por alto la convocatoria. Era una falta de respeto hacia su persona y no dejaría pasar ocasión en discutirles sobre aquella gravísima injuria.

Barrió con la mirada todo la pintura al fresco que decoraban las paredes, eran obras magnificas que databan del Renacimiento, cuando empezó la ardua labor de la creación de la excelsa basílica. Sin embargo, Caraffa no se sintió cómodo, pues entre aquella obra colosal estuvo nada más y nada menos que Buonarroti, un hombre que osó en desafiar sin discreción alguna a Los Custodios y terminó burlándose de éstos. Aquellas escenas también le hicieron recordar su peregrinaje por este mundo.

—Fuimos expulsados y condenados a una vida mortal. Pero no somos los únicos y eso es lo que empieza a preocuparme. Supongo que tenéis una idea de lo que me refiero, ¿no es así Malebranche? —Mencionó con parsimonia al momento en que iniciaba una lenta caminata hacia el norte de la capilla—. Buenas o malas, siguen sin ser justificadas, porque gracias a vuestros malditos juegos, posiblemente los arcángeles empiecen a ganarnos ventajas. Comenzarán a despertar pronto y me preocupa que en todo este lío, terminen uniéndosele a Agartha. Y no tengo que tener cuidado con nada, un recipiente más, uno menos… Qué más da. La inmortalidad yace en nuestra alma condenada.

Se detuvo a unos pasos delante del vampiro dándole la espalda, mientras analizaba a detalle las últimas palabras expuestas por Malebranche. Lo conocía, aquel no se permitiría fracasos y cuando se empeñaba en hallar algo, simplemente iba en su búsqueda. Era una actitud bastante común entre todos Los Custodios; quizás la ambición al poder supremo era lo que los empujaba a actuar de dicha manera.

—Perderíais vuestro tiempo en castigos innecesarios, de eso me encargo yo, también puedo pedírselo a Cagnazzo. Me interesa más que halléis esos textos si estáis tan seguro que se encuentran en ese lugar, pero lo más sensato es que Malacoda también se una a dicha excursión. Antes que nada, reuniros con él.  

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Mensaje por Invitado Miér Sep 02, 2015 12:56 am

Que hoy su triste cárcel quiebran libres los diablos en fin, y con música y estruendo los condenados celebran, juntos cantando y bebiendo, un diabólico festín..

—Párrafo de “la cárcel” de José De Espronceda—


Duras sentencias que se acaban de ejecutar, aunque sea en cortas palabras, ella no eran de temer tanto como aquellas silenciosas que circundaban por la habitación entre aquellos seres oscuros y siniestros. El alma perdida tras el frío que se cuela como cuchilla que corta la distancia entre ambos. Miradas que apenas se cruzan pero firmes se mantienen hasta que el servidor del mal retrocede en la batalla, un gesto de respeto al hombre al que juró servir. Simples palabras para decir al hombre con el que pretenden alcanzar control, poder, dominio y el mundo. Ambición desmedida.

Palabras necias cargadas con reproches, simplemente aquel guardián del infierno guarda el silencio al que representa. Observa al portador de las llaves y con una sonrisa asiente para darle la razón a la letanía que le suscitaba por la ineficiencia humana y de los propios seres que custodian el trono del poder. Observa cuidadoso al líder del infierno en la tierra que se muestra como el claro cielo. Sus manos las deja hacia atrás y sus ojos los cierra al tenerlo a su lado indicándole las nuevas órdenes. Sabe que le pasado queda atrás y decirle que ha estado tras la pista de aquellos escritos sería enfurecerlo más, por hacerlo en solitario, pero más que nada por no informar de su paradero y quedar en indefensión por su desaparición.

—Coincido con vuestras palabras Caraffa en cuanto a las faltas que comenten algunos, no deberían darse pero no se puede evitar si tenemos gente ineficiente a nuestro lado. Pero ya que dices que el joven Cagnazzo hará la labor de enmendar ese daño, esperemos que así sea, igual aun no comprendo porque envías a hacer trabajos de hombre a niños, pero respetaré su voluntad Caraffa; como siempre he dicho hágase vuestra voluntad. Quienes somos nosotros para cuestionarte, solo estamos para cumplir ordenes en pos del beneficio nuestro—

Observó los movimientos de su líder principal con una sonrisa. El lugar no ameritaba para juegos algunos ni frases a medio decir, pero algo que caracterizaba a todos dentro del círculo de custodios era la sinceridad y nadie fallaba en ella, aunque habían algunos que lo tomaban con más ahínco. Dio la espalda a aquel hombre, no como gesto de desagrado si no como gesto de confianza; sus ojos los mantuvo cerrado pero sabía perfectamente lo que ocurría en el lugar y donde estaba ubicado cada objeto, pero el tamaño de las noticias que le confirmaban en aquel momento lo tomaban por sorpresa

—Se a lo que te refieres Caraffa, había oído rumores de ello, de que ciertos seres rondan por aquí aunque no están del todo conscientes, están esperando algo a alguien para despertar y acabarnos, pensé que solo era mito de los libros proféticos antiguos, pero sabes qué significa eso Caraffa. Esto nos beneficia y perjudica a la vez, si ellos están cerca podemos influenciarlos para que hagan nuestra voluntad y luego darles un juicio limpio con sentencias de muerte, antes que despierten. Ese es nuestro beneficio pero también puede que los mismos ángeles hagan eso con nosotros que seduzcan a los nuestros para tenerlos en su lado, nos perjudicaría bastante, permíteme ser quien te ayude en ello. Si descubro a alguno de los nuestros bajo dicha influencia deja que sea quien los castigue, prometo ser discreto—

Una media sonrisa cuando sus ojos se abren para ver al dueño del trono celestial en la tierra. Su mirada se torna turbia ante los hechos comentados

—Dame la orden y lo haré en completo sigilo, como siempre. Hasta mientras partiré mañana mismo a la ciudad de Ararat por los textos, a terminar el trabajo ya comenzado, luego podrás darme otra misión, la que gustes tendrás los resultados deseados; y ya que mencionas a Malacoda ¿Dónde está? ¿Por qué no está en este recinto? ¿Acaso está en alguna otra misión? No sabía de ello más que solo de los textos salomónicos, o es que anda enamorado Malacoda—

El rostro calmado se tensa con un ceño fruncido antes sus especulaciones. .
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Mensaje por Gian Pietro Caraffa Lun Sep 21, 2015 8:08 pm


He visto bostezar al oscuro universo,
Donde los negros planetas giran sin objeto,
Donde los negros planetas giran en un sordo horror,
Sin conocimiento, sin gloria, sin nombre.
—H.P. Lovecraft.




Sólo le observó de reojo, en silencio, con una mirada de cansancio. Eran como buitres y mientras actuaran de esa manera, lejos iban a estar de obtener beneficios, de lograr cumplir con las expectativas que el mismo demandaba. En su existencia como mortal, debía aceptar, que a veces, el trabajo en equipo lograba arrojar resultados irrefutables y en la unión había mucho más fuerza. Era por eso, que quizás, Agartha se mantenía casi intacta a pesar de que habían transcurrido miles de siglos y con todo eso, seguían siendo un oponente digno.

Caraffa estaba consciente de aquello, por eso, era que la actitud de los suyos le fastidiaba un poco. Parecían unos críos culpándose constantemente. Era ese el motivo por el cual, Cagnazzo se había ganado más su simpatía, éste no solía participar en discusiones innecesarias y no andaba culpando a nadie de sus errores, al contrario, era bastante objetivo a la hora de aceptar cuando algo no iba como planeaba.

—Al menos, a quien os referís como niño, ha sabido cumplir con las misiones sin demasiados percances —le replicó con la seriedad marcada en el rostro—. Vos bien lo sabéis y sí, que siempre se haga mi voluntad. Por ello no debéis cuestionarme sobre mis decisiones...

Le recalcó con severidad y estaba en lo cierto, él era quien conocía mejor todo aquella situación, tenía las maneras cómo. Después de todo, era el Príncipe de este mundo artificial. No había nada, absolutamente nada, que replicarle a ese hombre de alma antigua. Escucho pues, atentamente las frases de su servidor, el tema de los arcángeles era algo que inquietaba un poco a Caraffa, pues por ser quienes eran, tenían esa capacidad "bendita" de poder ocultarse ante los ojos de los demonios, siendo casi invisibles a éstos, ni siquiera sus auras eran reconocibles. Un gran problema.

—Entiendo que deseáis encontrar a aquellos seres y destruirlos antes de que el juicio se consuma, pero ante todo, debéis ser pacientes, Malebranche. Actuar precipitadamente nunca trae resultados buenos —dijo, dejando escapar una exhalación y separando ambos brazos de su cuerpo, extendiéndolos a ambos lados—. Sino, ¡Mirad! Todo esto lo hemos obtenido gracias a nuestra  paciencia, a nuestra táctica bien pensada... Hemos creado un imperio que seguirá alimentándose de la ignorancia humana durante muchos siglos más, milenios, hasta el día en que las siete trompetas sean tocadas. ¿Sabéis lo que eso significa? Claro que sí. Debemos actuar en silencio, sin que nadie sospeche jamás de nosotros, samaritanos y seguidores de aquel quien gobierna en los cielos. —Hizo una pausa y le observó fijamente, con una sonrisa ladina y enigmática—. Pero sólo del cielo, porque este mundo, siempre nos ha pertenecido.

Giró su cuerpo y tras un largo silencio y de meditar su siguiente respuesta, se detuvo frente a uno de los tantos frescos que se hallaban plasmados en las paredes, incapaces de ser arrancados. Aunque el tema de los arcángeles era algo que le preocupaba,  el Papa también tenía otros intereses y no dudaría en hacerle saber sus inquietudes a Malebranche.

—Hay otra cosa. Entiendo que Salomón sigue teniendo la importancia de antes, pero quisiera haceros entender que existen poderes más allá de los que aquel hombre descubrió —indicó—. Y esos poderes no están demasiado lejos, sino en tierras que igual fueron visitadas por profetas y que aún guardan encantos... Me refiero a Egipto. Hay algo en sus tumbas que me interesa. Lo he hablado con Malacoda, vosotros seréis los encargados de ir en busca de aquel maleficio de inmortalidad.

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Mensaje por Invitado Vie Oct 02, 2015 12:08 am

Y los que erraban en el valle,
por dos ventanas luminosas
a los espíritus veían
danzar al ritmo de laúdes,
en torno al trono donde
(¡porfirogéneto!)
envuelto en merecida pompa,
sentábase el señor del reino...

—Extracto “La caída de la Casa Usher” Edgar Allan Poe—


Atento se mantuvo, de pie cual estatua de mármol, sus manos hacia atrás y su mirada como ausente, pero estaba más que presente en aquel lugar, las severas palabras con que le respondía su líder a sus propuestas y sentencias emitidas, sentencias que le hicieron cerrar los ojos y acatar todas las ordenes como siempre lo había hecho. ¿Se había extra limitado? Si, y por ello ahora aguardaba silencio ante el error cometido, por lo que optó mantenerse al margen de la situación con una venia aceptó y no comentó más de las decisiones que su Rey estaba dando.

—Sea así, no se cuestionará ni desobedecerá mandato alguno, tus deseos son órdenes para nosotros. Lo que pidas se te será cumplido con la mayor brevedad y cautela como siempre lo hemos hecho. Me disculpo por mis palabras, no volverás a suceder—

Una sonrisa que solo fue acto de reflejo ante la situación expedita y meditada con tiempo, fue lo que respondió ante la petición de “paciencia” de su Señor, se mantuvo quieto, y optó por no mencionar sus apreciaciones y juicios valorativos sobre sus demás compañeros en los otros círculos, optó por el agónico silencio y la observancia en las sombras. Más dejó en claro su postura frente al comendador de las llaves del cielo y el infierno en la tierra

—Mi señor me conoce mejor que nadie, sabe que no doy pie si no estoy seguro, si no hay un plan de por medio, no me precipito si no tengo la certeza para ejecutar el juicio a su favor, solo te pido que me permitas bajo tu mando poder encargarme de ese dolor de cabeza, por una sola cuestión, si tuvieras a algunos de tus hijos  envuelto con alguno de los ángeles o de loas Agarthianos ¿serías capaz tú de acabar con uno de nosotros? Podría tu mano no temblarte a la hora de ejecutar la sentencia de muerte—

Enarca una ceja y su tono de voz baja unos decibles, ahora su postura ha cambiado, sus manos quedan tras su espalda tomándose de las muñecas, sus ojos no muestran signo alguno de vacilación o engaño, incluso su voz suena más seria y catártica que antes.

—No revelaré método alguno, ni plan o procedimiento, solo podrá decir que todo quedará en el más absoluto silencio como casos aislados sin que relacionen a la iglesia o a nosotros. Los accidentes suelen ocurrir muy a menudo y quien mejor que nosotros para saberlo—

Una media sonrisa cuando sus ojos se abren para ver al dueño del trono celestial en la tierra. Su mirada se torna turbia ante los hechos comentados del futuro viaje. Asienta y enarca al instante una ceja meditando con cuidado las palabras de su amo. No hay brisa que traspase aquel lugar, el eco se siente retumbar en las paredes arquitectónicas hasta quedarse ahí, ladea la cabeza para observar que nadie se encuentre cerca y haya escuchado el plan de su maestro.

—Creo que es hora de retirarme, Caraffa, el viaje a Egipto es largo y antes debo preparar algún plan para ello, si es así lo que dices no podemos entrar a ciegas podemos levantar sospechas de otros interesados, y no quiero eso por ello debo hablar con Malacoda para ver que hacemos y también para comandar la búsqueda de los otros textos. Esto queda por mi cuenta Caraffa, no te preocupes no habrá error alguno esta ocasión y si lo hubiese me responsabilizo de ello y aceptaré el castigo.—

Sus pasos apenas y se oyen en aquel recinto, con cautela se acerca al Gran Maestro de todo artilugio y maldad, para dejar en un susurro tras su espalda las palabras que quizás calmen o quizás alteren a su “Santidad”

—Hablemos de aquel objeto. Acaso es el libro de los muertos de los antiguos Faraones Egipcios Caraffa—

Señaló en un tono serio, la verdad era que él no confiaba en nadie más que en el que tenía delante de sí, por ello no aceptaba información de ajenos si no de la fuente principal.
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Mensaje por Gian Pietro Caraffa Dom Nov 22, 2015 3:59 am


Entré, hechizado, y de un montón cubierto de telarañas
cogí el volumen más cercano y lo leí al azar,
temblando al ver las raras palabras que parecían guardar
algún arcano, monstruoso, para quien lo descubriera."
—H.P. Lovecraft.



Mantuvo una postura firme y continuaba con la mirada pérdida en aquellas imágenes plasmadas en una de las tantas paredes que custodiaban a la Capilla Clementina. Caraffa tenía bastante claro sus objetivos, mejor dicho, siempre los había tenido, desde el momento en que la primera estrella cayó y trajo la oscuridad al mundo. Desde que descendió por primera vez de su trono. Aunque en un principio, la convivencia con las criaturas de la Tierra fuese algo que no toleraba, fue descubriendo cuán equivocado estaba cuando aquellos a los que tanto despreciaba tenían un potencial que a él sin duda beneficiaría. Y es que para bien o para mal, los seres que habitaban el universo mundano no eran ningunos tontos.

Y luego de miles de siglos, algo custodiado por esos seres, había despertado su interés, pues cuando fue expulsado, se le negó todo conocimiento sobre los grandes secretos del cosmos, por lo que a Caraffa y a su séquito de demonios sólo los movilizaba la ignorancia del mundo.

—Que bueno que todavía sabéis cuál es vuestro lugar, Malebranche —se giró para observarle, mientras enarcaba una ceja ante las palabras de su servidor—. ¿Si alguno de mis hijos malditos estaría relacionado con Agartha? ¿Qué queréis decir con eso, Malebranche? Sabéis perfectamente que yo no toleraría semejante acto de vuestra parte y sería algo que tendríais que resolver por vuestra cuenta. No os cuestionaré nada al respecto, sólo esperaría pacientemente por la buena nueva de que eso no sería problema para la logia y que habréis sacado el mejor provecho de la situación.

Le escudriñó con la mirada, como si sospechara de algo, pero prefirió ahorrarse las dudas, ya luego se encargaría de hacer las averiguaciones pertinentes. Ahora tenía mejores cosas en las cuales pensar. Simplemente no podía desviar su atención de lo que le importaba en esos momentos.

—Pero, dejando eso a un lado —hizo un ademán con la mano y frunció el entrecejo—. Ahorita sólo me incumbre otros asuntos. Como ya os he mencionado antes, me interesa un texto muy antiguo que conservan los egipcios entre las tumbas de uno de sus gobernantes caídos. Supongo que ya os hacéis una idea de lo que hablo.... —Alzó la mirada y se quedo observando la oscuridad que se apoderaba de la cúpula de la capilla—. Es el famoso Libro de Los Muertos, sí. —Hizo una pausa—. Necesito que encontréis ese escrito, porque en el se haya el secreto de la inmortalidad del cuerpo. Hubo un sacerdote egipcio que logró tal hazaña y quiero comprobar si es verdad o no todo lo que contienen esos textos. Por eso os he pedido tanto a Malacoda como a vos esta misión. Vosotros soís los más antiguos de cuerpo y los que más han de conocer estas tierras áridas. Podéis iniciar ese viaje cuando deseen, no hay prisa, pero tampoco quiero fallos en esta misión.

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Mensaje por Invitado Mar Dic 01, 2015 11:58 pm

Palabras, palabras, palabras! Cerraron un fuera el universo. Tres cuartas partes del tiempo que uno nunca está en contacto con las cosas, solo con las palabras bestiales que se destacan para ellos

—Aldous Huxley—

Silencio agónico donde las palabras dejan el sello de la meditación, lenta y súbita guarnición que aguarda bajo las sombras la señal del amo para correr a la batalla, más esa misma guerra que se espera se teje en otras circunstancias y bajo otras reglas, las cosas cambia, el mundo cambia y con ello las personas que se mueven en ese entorno también cambian, pero no es la persona si no sus ambiciones, su deseo y su constancia en tenerlo. Al menos así lo veía aquel hombre que aferrado a la oscuridad de su alma mantenía los ojos cerrados escuchando atento las palabras del maestro de las sombras.

Escuchó con demasiada atención a las palabras emitidas por su superior y solo respondió con una negación —No creo que relacionarse con ellos sea bueno para nosotros— murmuró leve abriendo sus ojos observando al infinito como si allí hubiera una respuesta —Solo el tiempo dará las respuestas. Por ahora no puedo decir nada porque solo son teorías las que he presentado— vuelve a cerrar sus ojos recordando su razón de vida, de no vida.

Mantiene sus pensamientos para si recordando las historias viejas de los cuales se han convertido en leyendas y simples folclor, para ser historias contadas a las nuevas generaciones como asombro, pero lejos de ello está la verdad de que todo en aquellos tiempos era real y que la historia que ahora el Pontífice estaba relatando. Asintió ante el relato.

—Había oído de ello hace mucho tiempo, un ser de tierras lejanas que desafió a los mismos faraones, que se reveló a ellos por su ambición de encontrar la tan ansiada inmortalidad e cuerpo y alma, más su traición fue descubierta condenándose a la eterna muerte, pero antes de que alguien obtuviera sus conocimientos decidió dejarlos escondidos, más nunca pensé que sería en aquel libro, ingenioso ya que era el sacerdote principal. Bien, no queda más que hablar iré directo con Malacoda para traer el libro de los muertos, ¿alguien más sabe de esta información? —

Pregunta sopesando en su mente varias opciones y grupos que ya han tenido aquella información de primera mano y que vayan tras esos escritos para ocultarlos nuevamente. Tenía que esperarse de cualquiera que lo esperase en aquellas tierras para un enfrentamiento.
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Mensaje por Gian Pietro Caraffa Vie Ene 22, 2016 2:39 pm

El ser humano era un criatura ambiciosa, egoísta y ruín, en eso no se equivocaban los antiguos. Conocían perfectamente la naturaleza de los hombres que adoraban los vicios y quienes perecían ante las debilidades del cuerpo mortal. Pero, quizás, quienes mejor conocían éstas flaquezas, eran aquellos a quienes habían desterrados hacía centenares de siglos atrás, durante el principio de los tiempos, pues, éstos también habían sido condenados a sufrir de los males de las criaturas comunes. Sin embargo, era tal su astucia, que terminaron aprovechándose de la situación para hacerse con el control del mundo terrenal.

Gian Pietro Caraffa, no sólo era la máxima autoridad de la Iglesia Católica, sino aquel que descendió del cielo como una estrella. Estaba atrapado en un cuerpo que estaba desgastándose por el pasar de los años y eso era algo que no le hacía ninguna gracia. Empezaba a desesperarse y por eso iniciaba una búsqueda obsesiva por la mortalidad del cuerpo. El Grial, La Piedra Filosofal... El Libro de Los Muertos. Todos aquellos objetos que proporcionaban longevidad eran los que le interesaban en ese justo momento. Nada más podía acaparar su atención. Sus servidores pensaban que quizás se estaba volviendo demente y no consideraban aquellas reliquias tan importantes. Pero claro, ellos, a diferencia de Caraffa, poseían recipientes casi perennes.

Malebranche estaba al tanto de esto y no podía simplemente dejarlo pasar. Eso podría acarrearle problemas con el Gran Maestre y Los Custodios evitaban lo menos posible la molestia de su líder, quien en ese momento, estaba ensimismado en sus propios pensamientos, anhelando tener en sus manos aquel texto con un contendio alquímico capaz de resucitar a los muertos. Caraffa no podía simplemente negar la posibilidad de dejar esa búsqueda a un lado.

—Obvio que no lo es, Malebranche —replicó, notándose lo fastidiado que lo tenía el tema de Agartha—. ¿Acaso alguno de vosotros se ha relacionado con nuestros enemigos? —Exhaló—. Lo diré una vez más... No toleraría semejante falta de respeto para nuestros principios. Pero sois demonios, para vuestra desgracia, carecéis de inmunidad ante los arrebatos del espíritu. Podéis, incluso, terminar enamordos de las hijas de los hombres. Sin embargo, eso no es excusa para dejar a un lado vuestras obligaciones. Por lo tanto, os dejaré, en ese caso, la solución.

Se giró de nuevo hacia el Custodio y le miró. Aquel semblante casi inexpresivo del Papa se tornó diferente, podría decirse, hasta complacido, ante las palabras de su servidor. De un momento a otro, todo lo relacionado a sus enemigos había dejado de tener sentido cuando su allegado hacia mención a lo que tanto sus oídos deseaban escuchar.

—Exactamente, Malebranche. Se trata del libro de sortilegios de los muertos que se esconde en la tumba de Zoser. Quiero ese texto, deseo que esa alquimia sea la que me muestre la verdad. Esa verdad que tanto ha ocultado el Creador para nosotros —dijo, con las sombras cubriéndole el rostro—. Envié a otros dos a encargarse de otros asuntos... Este cuerpo ya está desgastándose y necesito hallar la manera de permanecer en esta tierra más tiempo. No puedo consumirme todavía, lo sabéis perfectamente. —Observó—. Vosotros dos estaréis a cargo de esa búsqueda. Tengo entendido, que quien se encargó de crear esas tumbas, continúa vigilándolas... Por primera vez en tantos siglos, debo deciros, que debéis tener cuidado. No os confiéis de vuestro poder, porque es limitado en este mundo.
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