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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Lyudmilla Blavatsky Sáb Jun 20, 2015 1:14 am

"Como una niña de tiza rosada en un muro muy viejo súbitamente borrada por la lluvia."
Alejandra Pizarnik

El Sol comenzaba a despertar, con él, los pájaros remolones daban sus primeros cantos. Una noche más había pasado, una noche más en la cual Lyudmilla se convertía en alguien que no era, una noche más en que sacrificaba su dignidad por el amor infinito a su familia. Desde la discusión con su hermano, no había vuelto a ser la misma, algo en ella estaba partido. Se sentía indefensa, herida y, aunque no quisiese admitirlo, también traicionada. Él la había maltratado en un arrojo de injusticia que ella no creía merecer. Había dado todo y seguía haciéndolo sólo por el bienestar de ellos. Por ese motivo, aceptaba todo lo que le proponían sin chistar; por él y por su enfermo padre era que su inocencia se había perdido en algún punto en el camino que había separado su Ucrania natal de París, el camino que había unido su antigua vida, repleta de sueños, con esa nueva vida, repleta de sacrificios.

Se limpió una lágrima, y al pasar frente a un local cerrado, observó su rostro en la vidriera. El labio hinchado y el ojo algo morado, eran los vestigios visibles de la violencia sufrida esa noche. Un borracho desgraciado había acometido contra su cuerpo, y si no hubiera sido por el guardia del burdel, podría haberla matado. Le dolía la zona de las costillas y un hombro, y el corte que le había provocado con una navaja en el brazo, le ardía horrorosamente, a pesar de que una venda se lo cubría. Observó hacia el interior de la tienda; sombreros, chapines y géneros, todos muy hermosos, y lujos que no se podía dar. Jamás compraba algo para ella, y los regalos costosos que le hacían sus clientes iban a parar a compradores de ojo virtuoso, que ya la conocían y se hacían de hermosas piezas a cambio de sumas abultadas de dinero, que en caso de Lyudmilla, iban a parar para el tratamiento de su padre y el mantenimiento de la familia.

¿Qué estoy haciendo de mi vida? —se preguntó. Una ventisca la envolvió, provocándole un escalofrío, por lo que se ajustó más la capa que la cubría.

Siguió caminando, no veía la hora de llegar a su casa. Deseaba profundamente ver a su padre, darle un beso en su mejilla tibia y observar su pecho subir y bajar; no le importaba que su respiración fuese dificultosa, él estaba vivo y no necesitaba nada más. Hacía días que manifestaba una leve mejoría, y hasta se levantaba a tomar un poco de sol al mediodía, cuando la temperatura otoñal era agradable. Ella dormía pocas horas para disfrutar de estar a su lado, acurrucada, con la cabeza apoyada en sus rodillas débiles, mientras Víktor le acariciaba suavemente la cabellera. Escasamente hablaba, y cuando lo hacía, la voz le salía rasposa, pero eso era suficiente. Atesoraba esos instantes como a nada en éste mundo, y en ellos encontraba la fuerza para continuar. Le dolía profundamente tener que inventar historias de un hospital en el cual no trabajaba, y observar en los ojos de su padre el orgullo que le generaba que su hija fuese una amable enfermera, que ayudaba a los enfermos a aliviar sus dolores y los acompañaba hasta su muerte. “Yo también quiero que estés conmigo hasta el día que me reúna con tu madre” solía decirle, y a Lyudmilla se le incrustaba una piedra en el pecho, segura de que nunca superaría la partida de su padre. Algunos médicos le decían que era su fuerza de voluntad lo que lo mantenía con vida.

Papá… —susurró con tristeza. ¿Qué le diría cuando él notase los golpes? Seguramente la historia de un paciente que enloqueció y se violentó, quedando ella en el medio. No sería la primera vez, ni tampoco la última. Era espantoso tener que mentirle, pero él jamás aceptaría que su hija fuese una prostituta, eso lo mataría del disgusto. Buscó entre su ropa la llave de su casa, y cuando alzó la vista, en la entrada descubrió a un hombre parado en frente, con su mirada estudiando la morada. Era modesta pero cómoda, y la ucraniana se había tomado el trabajo de que tuviese un bonito jardín delantero y tuviese el aspecto de un hogar. Cuando se acercó más, la sorpresa la estaqueó al piso, incapaz de articular un movimiento más. Si alguna vez no creyó que el tiempo se detendría, en ese amanecer frío, conoció el significado de esa frase.

Vasyl… —y su nombre salió casi en un murmullo, desde lo más profundo de su herido corazón.
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Mensaje por Vasyl Shevchenko Vie Jul 03, 2015 11:32 pm

¿De qué depende el destino, en qué momento cambia una vida por completo?
Marc Levy

Ya tenía algunos meses en París, ciudad de grandes oportunidades y peligros. París era una de las ciudades más concurridas en la que alguna vez hubiese estado Vasyl, quien prefería como siempre la soledad y la tranquilidad (menos cuando se trataba de cumplir misiones militares) pero que por motivos completamente personales había abandonado su comodidad y todo cuanto logro en Ucrania, simplemente para buscar a la mujer que años atrás ayudo a escapar de una injusticia, mujer que fue su prometida y a la cual, aún amaba. No era que de un día a otro Vasyl hubiese decidido que era el momento de buscarla, sino que nunca dejó de pensar en ella yen lo que les había sucedido a ambos. Todo el asunto de la supuesta traición de Víktor fue un plan perfectamente orquestado por aquellos que tenían envidia de los logros ajenos y el Shevchenko como buen soldado, se vio en la obligación de seguir ordenes que verdaderamente no deseaba llevar a cabo; pese a lo que hizo, a la manera en la que había tratado a Lyudmilla y a los suyos, él nunca creyó las calumnias y en cambio descubrió la verdad y una vez que lo hizo, planeo el escape que le alejaría de la mujer con la que tanto había soñado en casarse.

Vasyl Shevchenko no era un hombre cobarde, de hecho era todo lo contrario y sin embargo, desde su llegada a la capital francesa no se había atrevido aún a hacer acto de presencia en la residencia donde de ante mano sabía se encontraba Lyudmilla. El ucraniano se limitaba a enviar el dinero de siempre, a rondar cerca del hogar de la familia y tener el cuidado suficiente como para no dejarse ver. Era consciente de las dificultades que afrontaba la familia Blavatsky pero se sentía tan culpable de todo que temía no tener el perdón de la mujer por la que sacrificaría todo cuanto fuese necesario.

Aquella noche como le era ya costumbre, rondó las calles aledañas al hogar Blavatsky pues el saberse cercano al lugar donde Lyudmilla pasaba los días le hacía sentirse cercano a ella nuevamente y fue quizás que esa noche poseía necesidad de más, que lentamente fue acercándose más y más al hogar aquel. Tanto así era su deseo esa noche de sentirla cercana que terminó fuera de la casa aquella, observando en dirección a la puerta de entrada como si en algún momento aquella mujer a la que no había visto en tanto tiempo, fuera a salir para recibirle, aunque claro que eso era nada más que un sueño que jamás iba a suceder y tan seguro se encontraba de ese hecho, que permaneció ahí, inmóvil y con la vista fija en la casa. Meses le costó ser capaz de llegar a ese punto y por eso era que no iba a abandonar su lugar, no hasta que fuera hora de que la gente diera inicio a las actividades diarias; era justo en ese momento que tenía planeado abandonar aquel sitio, antes de que los cabellos rubios de Lyudmilla hicieran su aparición.

Hasta aquel momento no había existido nada que alejara su mirada de la casa y lo que hizo que por primera vez apartara su vista, fue una voz que conocía perfectamente. Las casualidades eran una cosa muy extraña, nacían en el momento menos esperado y oportuno, ocasionando que la vida diera giros inesperados; eso era precisamente lo que estaba ocurriendo. Con lentitud y ya sin poder hacer nada para evitar el encuentro, el licántropo giro, únicamente para encontrarse con el hermoso rostro de la ucraniana.
Lyudmilla – su voz sonó fuerte y decidida, aparentando que ni siquiera la aparición femenina le afectaba, siendo que por dentro era todo lo contrario – Años han pasado y tu belleza sigue siendo la misma que recuerdo– ya estaba ahí, no existía más vuelta atrás, desde ese momento ya no se podía aspirar a evitar la realidad – ¿Cómo se encuentran? – preguntó dando un paso en dirección a ella. Por primera vez la tenía cerca y sin embargo, la sentía más lejos que nunca.


Última edición por Vasyl Shevchenko el Jue Ago 20, 2015 10:35 pm, editado 1 vez
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Mensaje por Lyudmilla Blavatsky Mar Ago 18, 2015 12:07 am

La voz de Vasyl le pareció lejana, tan lejana como aquellos años de gloria, tan lejana como la juventud que les robaron, como los sueños de amor que les corrompieron, como el dolor, la pérdida y el encierro. Verlo significaba que el pasado que tanto se había empeñado en olvidar, seguía vivo y latente en todos lados, que no podría escapar nunca de él. Si bien la enfermedad de su padre era la prueba más fehaciente del calvario que habían transitado, era el recordar todos los días que cruzaron una Europa helada para salvarse de la muerte, nunca alguien ajeno a su pequeña familia había irrumpido como un vendaval. De pronto, sus piernas le parecieron demasiado frágiles y su cuerpo demasiado pesado para ser sostenido por éstas; un temblor le recorrió cada fibra de su ser cuando lo vio acercarse. Podía olerlo cuando aún sus palabras, tan simples y sinceras, se habían convertido en un eco tortuoso que le impedía articular una frase, un saludo. Se mantuvo quieta, contemplándolo a corta distancia, como si el reloj no hubiera corrido ni para uno ni para otro. Se sintió aquella muchacha ansiosa que esperaba con ilusión la primera visita del joven que la quería como esposa, se sintió la mujer que era en ese momento, tan rota, tan diferente…

Tanto tiempo —murmuró, y se sintió una completa estúpida. Le era imposible decir algo coherente en ese momento. —Es…estamos bien, gracias a Dios. ¿Tú cómo te encuentras? Me pareces más alto —observó, incapaz de saber qué hacer con sus manos, entrelazó sus dedos, que habían dejado de buscar la llave de la residencia.

En muchísimas oportunidades se había preguntado por Vasyl, ¿se habría casado? ¿Habría formado una familia? Se lo veía mejor que nunca, más maduro, más gallardo, completamente seguro de sí mismo; parecía ignorar el efecto que había producido en la ucraniana. Lyudmilla se sintió profundamente inferior, un abismo los había separado, uno demasiado profundo para que tendiesen un puente para cruzar de una orilla a la otra. En ese momento, se dio cuenta de lo terrible que significaba la presencia de su antiguo prometido. ¿Habría venido a reclamar la casa que les había prestado? Durante casi diez años habían vivido en París con una identidad cambiada, con una historia diferente, pero Lyudmilla siempre supo que llegaría el día en que tendría que devolverle a Shevchenko todo lo que había hecho por ella y su familia. ¿A dónde llevaría a su padre? No podrían vivir en la calle, y necesitaban un lugar cómodo y limpio. Debía vender todas las joyas que reservaba para el tratamiento y, de esa forma, poder comprarles una casa a Víktor y a Rhostislav. Debería trabajar el doble. Su mente había entrado en ebullición, y no se dio cuenta que en ese momento salía la enfermera que cuidaba a su padre por las noches.

Señorita Lyudmilla —se dirigió la mujer, que ajustaba su abrigo. Una brisa fresca comenzaba a soplar. —Pensé que no llegaría, debo irme. No quería dejar al señor Víktor solo, pero me urge partir, me deja tranquila saber que está aquí —le dirigió un discreto vistazo al caballero que la acompañaba.

Gracias, gracias. Disculpa la demora, tuve un contratiempo en mi trabajo y por ello me retrasé. Dios te acompañe —la despidió con una sonrisa forzada. Volvió a concentrarse en Vasyl, con la esperanza de que él hubiera sido una creación de su imaginación, pero no, aún seguía allí, mirándola con una intensidad perturbadora. —Disculpa, ¿te gustaría tomar un café o un té? Debo ir a ver a mi padre —cayó en la cuenta de que Vasyl no estaba enterado del delicado estado de salud de Víktor. —Él…enfermó, está batallando con su cuerpo frágil —explicó brevemente. No era el momento ni el lugar para entrar en detalles. —Vamos, está helando —se adelantó un paso. Debía entrar rápidamente al tocador y cubrirse con maquillaje las marcas de los golpes que le decoraban tétricamente el rostro. Aún no había amanecido, la luz mortecina lograba disimularlos. Caminó a paso ligero, no sin asegurarse de que él la siguiera. —Espero te gusten los cambios que hemos hecho en éstos años, aunque dudo que recuerdes cómo era éste lugar —comentó una vez se encontraban adentro. Se animó a mirarlo, aunque le costaba hacerlo fijamente. — ¿Quieres darme tu abrigo? —sólo pensaba en que debía ir rápido a retocarse el maquillaje.
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Mensaje por Vasyl Shevchenko Jue Ago 20, 2015 11:08 pm

Debemos llenar ese vacío. Aunque cuando es el amor lo que nos falta, no hay nada que lo llene de verdad.
Federico Moccia


El tiempo pasaba y dejaba estragos en todos los seres que existían en el mundo. Ya fueran humanos o sobre naturales, siempre existía algo que cambiaba, bien podía ser de manera interna o externa pero en Vasyl, los sentimientos que tuviera hacía Lyudmilla no cambiaban a pesar de los años. Verla era sentir nuevamente aquel nerviosismo de las primeras ocasiones en las que se dirigieran la palabra; nerviosismo que Vasyl ocultaba detrás de una mascara de serenidad y completa formalidad. Ninguno de los dos eran los chiquillos de antes, las promesas hechas años atrás habían quedado como simples sueños y pese a los sentimientos intensos que existieran dentro de cada uno, se trataban meramente como un par de conocidos y no como los enamorados que fueron. Los ojos de ucraniano se mantuvieron fijos en el rostro de la fémina a quien acababa de hacer un halago y los segundos que debió esperar para recibir una respuesta de ella le parecieron una eternidad incluso mayor que todos los años de distancia.
Me alegra que se encuentren bien, es reconfortante para mi saber que esta vivienda les ha servido durante todo este tiempo – La casa en la que la familia Blavatsky vivía había sido una propiedad que Vasyl mando comprar especialmente para ellos ya que deseaba Lyudmilla y los suyos se encontraran en un sitio donde no corrieran peligro y sobre todo, un lugar del cual nadie terminara por echarles. El comentario hecho por la joven sobre su altura le causo algo de gracia y fue así que no pudo evitar sonreír de medio lado, apenas unos segundos – Más bien debe ser que hace tanto que no teníamos el placer de encontrarnos que ahora me ves más alto pero siempre he estado igual y en general, yo también me encuentro bien – Tenía ganas de decirle que para estar mejor le necesitaba cerca, pero esas palabras, nunca iban a fluir de sus labios.

Tan enfrascados se encontraban el uno en el otro, que no fue sino que hasta una mujer llamo a Lyudmilla que Vasyl recordó que existía un mundo que les rodeaba. Con atención, el licántropo prestó atención a las palabras de la mujer y al mismo tiempo, observaba a su prometida. Se veía tan hermosa como antes pero de un modo difícil de comprender mucho más seductora, siendo hasta ese momento en que pudo notar el aroma de una fragancia masculina impregnada en ella. Una mueca de desagrado apareció en sus labios mientras que la idea de verla con otro hombre aparecía en se mente, llenándole de unos celos enfermizos que tampoco dejo entrever a no ser que ella observara la mueca que hacía en aquellos instantes y la cual se esforzó en ocultar en el segundo que ella dirigió su mirada a él.
Un café me caería perfecto, gracias – respondió mientras que buscaba las palabras adecuadas para preguntarle acerca de su padre, cosa que finalmente no fue tan necesaria al recibir una respuesta por parte de la Blavatsky – Entremos entonces para que puedas ver a tu padre – con cada segundo cerca de Lyudmilla aumentaban los interrogantes y Vasyl quería recibir respuesta de cada una de ellas, aunque bien sabía que no se las merecía.

Avanzó detrás de ella, observando con atención esa manera de andar que desde siempre le había vuelto loco, no solo a él, sino a todo aquel que la miraba.
La verdad es que únicamente sabia la ubicación de esta casa, pero nunca vine a verla. Todo lo que vea el día de hoy será una novedad para mi – y las novedades no se limitaban únicamente a la casa. Una vez dentro de aquel lugar, la mirada de Vasyl recorrió con curiosidad todo lo que su vista alcanzaba y sin decir mucho, entregó su abrigo a Lyudmilla – ¿Qué le ha sucedido a tu padre? – cuestionó apenas ella acomodaba el abrigo que acababa de darle – ¿Qué tan delicado es su estado de salud? ¿Dónde se encuentra Rhostislav? Y no vayas a mentirme en tus respuestas – conocía a aquella familia y pese a lo que se pensara, se preocupaba por ellos, además de que sentía un respeto especial por Víktor lo que hacía que saberlo enfermo, le afectara de manera sincera.
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Mensaje por Lyudmilla Blavatsky Lun Sep 28, 2015 4:55 pm

¡Regina! —exclamó con cierto alivio cuando la única doméstica que trabajaba en la casa se hizo presente, interrumpiendo la conversación. —Buenos días, querida. Te presento a Monsieur Shevchenko, un amigo de la familia —la mujer hizo una leve reverencia, tímida, especialmente porque no conocía demasiados amigos de la familia y, porque, a decir verdad, era demasiado temprano y aún no lograba quitarse la modorra de encima. —Lleva el abrigo del señor y prepara café, por favor. Yo iré a saludar a mi padre y también a adecentarme. Enseguida estaré de regreso. Permiso, Vasyl —estaba ansiosa, sin embargo, había pronunciado cada palabra con una tranquilidad increíble. Sólo quería alejarse por un instante, y se perdió rápidamente en las escaleras, subiendo a paso rápido.

Entró a su habitación con el corazón en un puño. Inmediatamente se quitó la capa que cubría su atuendo rayano con lo vulgar. Se deshizo del corsé y de las enaguas. Agradeció que Regina ya hubiese dejado una jofaina con agua y una esponja. En el tocador, vertió unas gotas de esencia de rosas, y luego se limpió el cuerpo hasta dejarse la piel colorada. Le dolían las costillas por la golpiza, también el rostro y el alma. Vasyl no podía estar allí; a medida que transcurrían los minutos, tomaba consciencia de lo atroz de su visita. ¿Qué querría? Con una velocidad admirable, terminó de higienizarse y vestirse, con un sobrio vestido color verde musgo, se perfumó detrás de las orejas y colocó una generosa cantidad de polvo de arroz sobre las marcas en el rostro. Sería indisimulable, especialmente porque el Sol ya iluminaba por completo la sala y él notaría los golpes. ¡Qué desgracia! Debería excusarse, mentirle a él también. La ausencia de verdad formaba parte de su vida y solía creer aquellas historias que inventaba. Una enfermera dedicada y amorosa, cuidaba de noche de los moribundos y durante el día era la hija ejemplar y entregada. ¿Vasyl la habría investigado antes de presentarse ante su puerta? ¿Él sabría que era una prostituta? No, seguramente no. Para hombres como él, igual que su padre, una deshonra semejante era inaceptable, y ya la habría tirado al más oscuro rincón de París junto a su familia.

Buen día, papá —lo saludó con un beso en la frente. La enfermera había dejado las cortinas corridas. Víktor le sonrió. Le costaba hablar por las mañanas, y sólo se comunicaba por gestos. El canto de las aves le prolongó la mueca de relajación y casi le arranca lágrimas a Lyudmilla. Ella no podía creer que aún se mantuviera vivo, estaba tan delgado, tan demacrado y tan débil, que parecía un muerto; pero el militar había decidido luchar, y su hija mayor era su sostén. —Tenemos una visita —leyó la curiosidad en la mirada del enfermo. —Es…es Vasyl Shevchenko —se sentó a su lado y le apretó la mano. —No hay nada que temer, él nos ayudó a escapar, padre. Han pasado demasiados años, no creo que haya venido a ultimarte —bromeó. —Conversaré con él, pero ha preguntado por ti y quiero saber si le permito que suba a verte —el silencio reinó unos segundos y, finalmente, bajó los párpados en señal de asentimiento. —Volveré abajo, indagaré en sus intenciones. Enviaré a Regina con tu desayuno —nuevamente le besó la frente y regresó a la sala, donde la esperaba Vasyl. Se sentía más tranquila, aunque al verlo su corazón se aceleró una vez más.

Disculpa la demora, realmente mi aspecto era deplorable. Tuve una noche de mucho trabajo —el aroma del pan que la doméstica horneaba le llegó a las fosas nasales. —Espero que estés dispuesto a probar el mejor desayuno, Regina es una excelente cocinera —estuvo a punto de apoyar su mano en el brazo de Vasyl para guiarlo hacia la mesa, pero se detuvo antes de rozarlo; si lo hacía, sería un camino de ida. —Vamos a la mesa y me cuentas qué te trae a París. Es una verdadera sorpresa tenerte aquí. No imaginé que volvería a verte —lo cual era verdad. Su llegada era como si un muerto se hubiese levantado de la tumba. Los Tereshchenko habían enterrado todo su pasado, era de la única forma que podrían volver a empezar.

Con respecto a lo que me preguntaste antes, mi padre está muy enfermo, pero es un guerrero y hace años que está batallando con su estado —comentó una vez se hubieron sentado. Le parecía natural que Vasyl se sentase en la cabecera de la mesa, la cual no era ocupada por Víktor desde hacía mucho y que Rhostislav no utilizaba, básicamente por nunca comían juntos. —Y…mi hermano, es todo un hombre. Y como hombre que es, tiene su vida fuera de ésta casa —dijo con una sonrisa que ocultaba la amargura que le generaba. —No ha pasado la noche aquí, imagino que lo hizo en lo de algún amigo y ya estará trabajando. Lo hace duramente en el puerto —agregó. Pero, lo cierto era que el menor nada aportaba a la familia, y la relación con Lyudmilla se había tensado durante los últimos meses.
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Mensaje por Vasyl Shevchenko Mar Oct 20, 2015 10:55 pm

A veces creo que hay un número limitado de oportunidades para estar con alguien, y nosotros lo hemos estropeado tantas veces.
Stephanie Perkins


La aparición de la mujer que trabajaba en la casa de su prometida pareció relajar la tensión que existía entre ambos y aunque a Vasyl nunca le había gustado tener más gente rodeándole cuando se trataba de estar a solas con Lyudmilla, en aquellas circunstancias agradecía enormemente la llegada de la empleada que respondía al nombre de Regina según escucho el nombre.
Un placer – respondió con educación a la mujer antes de entregar su abrigo y observar como es que Lyudmilla desaparecía con una velocidad sorprendente, dejándole con las dudas carcomiéndole la mente.

Al verse completamente solo, dado que Regina se había retirado a hacer justo lo que Lyudmilla le pedía. Vasyl comenzó a andar con calma por la casa. Era increíble que él fuera quien comprara aquel lugar, un lugar que nunca en su vida había visitado y que no conocía para nada pero lo hizo por ella, para alejarle de todo el dolor y las humillaciones que hubiese podido sufrir a causa de la enorme mentira que había terminado por arruinar a los que serían su familia política. Vasyl desconocía casi por completo como es que ellos habían vivido todo aquel tiempo pues el ucraniano se limitaba a enviar algo de dinero a su prometida, creyendo que ese vinculo sería suficiente, al menos hasta que se encontraran nuevamente; ahora se daba cuenta de que debió indagar mucho más de ella. El Shevchenko investigo algunos aspectos básicos sobre la vida de los Tereshchenko o como eran llamados ahora, los Blavatsky pero nunca se atrevió a indagar demasiado debido al sentimiento de que no era alguien bienvenido en la vida de ellos.

Sus ojos que recorrían con parsimonia diferentes zonas de la planta baja de la casa, eran atrapados por la decoración, los muebles y el estado de todo. Era definitivo que la riqueza había abandonado a su prometida y los suyos, quienes vivían ahora de una manera completamente diferente a la que lo hacían cuando Vasyl les conoció por primera vez. Una punzada de culpabilidad le atravesó el pecho; él no hizo nada por evitar aquella desgracia a la familia. Si bien había conseguido descubrir la realidad sobre las acusaciones hechas al padre de su prometida, eso no había sido suficiente para restablecer todo lo que perdieron en el camino. Shevchenko podía continuar pensando en el pasado y lo diferente que era al presente, podía incluso pasar toda la mañana recorriendo el hogar de Lyudmilla, pero fue la voz femenina la que le recordó que más que revisar todo en busca de los secretos de la familia, podía interrogarla a ella y descubrir muchas más cosas.

La mirada que antes examinara con detenimiento varias zonas de casa, ahora se enfocaban por completo en la figura femenina que lucía tan diferente a la que encontrara a las afueras de la casa. Lyudmilla tan hermosa como siempre, eso lo noto en el exterior, ahora sin embargo era capaz de ver que la belleza que creía continuaba intacta, le parecía ahora mayor. También agradecía ahora a la claridad del día que le permitiera percatarse de las marcas en el rostro femenino, esas que evidentemente ella había tratado de ocultar sin mucho éxito.
No tienes que pedirme disculpas, he sido yo quien ha llegado a una hora poco conveniente para una visita. Tu trabajo parece ser además muy demandante, ¿Qué es lo que haces en tu trabajo? – asintió a la invitación a pasar a la mesa y tomar el desayuno. Fingió ignorar de momento la manera en que ella evitaba tocarle. Escuchando cada una de las palabras femeninas y manteniéndose en silencio fue como terminaron por llegar a la mesa – Mis motivos para estar aquí son realmente sencillos, no creo que quieras saber detalles fastidiosos – aseguro terminando por sentarse a la cabecera de la mesa, según como se esperaba que lo hiciera al ser el único hombre que comería. Vasyl no quería que ella indagara sobre sus motivos para estar en París, porque si era tan perspicaz como antes, sabría que era por ella.

Sentados ambos a la mesa, escuchó con atención lo que Lyudmilla comentaba respecto a su padre y que le pareció una completa desgracia a Vasyl.
No me cabe la menor duda de que tu padre es todo un guerrero. ¿Crees que vaya a ser posible que lo vea antes de irme? – la voz del ucraniano transmitía ese gran apreció que llevaba dentro por Víktor – Y es una pena que no se encuentre hoy aquí tu hermano, sería un enorme placer para mi poder saludarle una vez más – el silencio entonces surgió; no sabía él como comenzar a preguntar acerca de su vida y de lo que había pasado para llegar a aquel momento. Para su fortuna, Regina entró para llevar a la mesa el café y un poco del pan recién horneado.
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Mensaje por Lyudmilla Blavatsky Sáb Dic 26, 2015 11:16 pm

También debía mentirle. Algún día, aquella farsa que había montado, caería estruendosamente, y la haría trizas, arrasando con todo lo conocido. En ese “mientras tanto”, disfrutaría de los momentos de normalidad, como aquel: un desayuno con alguien entrañable. Jamás habían tenido la oportunidad de un momento de tal intimidad; en el pasado, cuando compartían un paseo o él la visitaba como parte del cortejo, siempre entre ellos había una chaperona, que podía ser su difunta madre o alguna doncella de edad avanzada que no sería cómplice de la locura de dos adolescentes. Jamás habían tenido la oportunidad de tocarse, sólo cuando él rozaba sus dedos y la saludaba, o en algún que otro baile de la alta sociedad, que distaban de que sus cuerpos estuviesen cerca. Ni siquiera en el calabozo habían tenido algo tan íntimo como aquello, y Lyudmilla se sintió feliz. No esa felicidad de los jóvenes, que sale de los poros, sino aquella que emergía de los rincones oscuros del alma como pequeños y delgados hilos de luz, que llenaban el cuerpo de esperanza. Se sentía una mujer común y corriente, y eso era algo que ya había olvidado cómo era.

Durante las noches, era una prostituta que se sometía a los deseos carnales y perversos de hombres y bestias, y a veces, hasta disfrutaba de aquello. Durante el día, descansaba poco y se dedicaba a acompañar y cuidar a su padre, completamente abnegada a Víktor. Cuando no le leía, lo limpiaba; cuando no lo higienizaba, hacía todo lo posible para bajarlo al patio y tomase un poco de Sol; cuando no lo ayudaba a entretenerse, lo contemplaba dormir; cuando no velaba su sueño, estaba haciéndole infusiones y tisanas; cuando no se encargaba de su medicación, le preparaba sus platillos favoritos; cuando no estaba con su comida, estaba intentado que se alimentara para que no perdiera fuerzas. A veces, en contadas ocasiones, hablaba con su hermano, aunque el último tiempo lo veía poco y sólo discutían. Rhostislav ya no era su muchacho amoroso y debía dejarlo partir. Sabía que estaba sola en aquello, y que Víktor era su responsabilidad. No era que nunca soñara con casarse y formar una familia, aunque sabía que aquello era algo que le había sido negado.

Soy enfermera —mintió descaradamente, como había aprendido a hacerlo. —Hago el turno nocturno, porque es cuando papá descansa. La señora que lo cuida no tiene tanto trabajo, y yo puedo estar más tranquila —nunca estaba tranquila. Víktor ocupaba todos y cada uno de sus pensamientos, aún cuando se encontraba en el burdel y jugaba a ser otra, con su peluca rojiza y su piel efervescente de sexo. —Imagino que has venido por cuestiones militares —comentó, y en lo profundo de su alma deseó que estuviera allí por ella. No quiso impregnarle un tono coqueto a su voz, pero, inevitablemente, sus ojos chispearon con picardía. Desvió la mirada rápidamente, rogando que él no hubiera captado aquello que se había reflejado en sus orbes.

Guardó silencio hasta que Regina se retiró. Nuevamente, había aparecido en el momento justo. Notó que Vasyl se había incomodado, no porque él hubiera cambiado su actitud en algo específico, sino que, tantos años de trabajar con todo tipo de hombres, le había otorgado cierta percepción sobre ellos. Era una conocedora del género opuesto, y no podía decir que se sintiera orgullosa de ello. Él había notado los moretones que le cubrían el rostro, a pesar de los esfuerzos por cubrirlos; pero Lyudmilla sabía que Vasyl no preguntaría, era un caballero y hacer un interrogatorio sobre ello, podía ser considerado una gran descortesía. Por un instante, la rubia creyó volver al gran palacete en el que vivía, donde todos la trataban con deferencia y respeto, donde su padre reinaba con autoridad y donde su madre era una ama firme y amorosa, querida por todos los empleados.

Mi padre estará contento de recibirte, siempre te tuvo en gran estima —endulzó su café con tres terrones de azúcar. —Sólo que él…él no es ni la sombra de lo que recuerdas, Vasyl —se sinceró. —Está muy delgado, demacrado. Mi padre lo sabe, pero nunca se lo hacemos notar, evitamos los espejos o que vea su reflejo en algún lado —lo miró directamente a los ojos, intentando que entendiera la gravedad de la situación. —Lo único que le queda es el orgullo y la gloria del pasado, te rogaría que… —hizo una pausa para deshacerse del nudo que le oprimía la garganta. —Te rogaría que no le hagas notar su estado. Es la primera vez que reencontrará a alguien de nuestra vida anterior. La enfermera y Regina ya lo conocen así, jamás se impresionan, y yo…tampoco —le dio un sorbo a su infusión. —Pero cambiemos de tema, quiero que bebas tu café y comas ésta delicia tranquilo. Luego tendremos tiempo para conversar sobre ello.
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Mensaje por Vasyl Shevchenko Jue Ene 07, 2016 11:21 pm

Sentados a la mesa Vasyl podía imaginarse una vida diferente para ambos, una vida donde la traición y las mentiras no les hubieran separado, permitiendo así que el amor de dos jóvenes se convirtiera en un matrimonio y posteriormente en una familia pero los años transcurrieron y en lugar de los sueños, ellos solo enfrentaron desilusiones y caminos complicados. Ella mucho más que él, quien únicamente había perdido el amor mientras que a ella la vida le cambio por completo. Aun así, con todas las desventuras compartir la mesa con Lyudmilla le llevaba a esperar cosas mejores en el futuro, tales como aprovechar el hecho de que su compromiso no se había roto nunca para así, poder el licántropo atar la vida de Lyudmilla a la de él.

Enfermera… – repitió aquellas palabras, tratando de creer que lo que ella le decía era cierto y que su desmejora se debía únicamente a que los pacientes reaccionaban de maneras inesperadas pero ¿Cómo creerle cuando parte de su rostro lucía marcas no esperables en una enfermera? ¿Cómo hacerlo cuando su explicación parecía ser más un discurso ensayado? Aún así, él no sentía el derecho de cuestionarla al menos no hasta que no pudiera decir que volvía a conocerla completamente porque los años separados afectaban a las personas y lo que se creía conocer de alguien ya no debía darse por sentado. Quizás todo lo que ella le decía era la verdad y Vasyl la veía solo en un mal día de trabajo o probablemente había tenido un accidente y no era nada de que preocuparse – Ya veo, te es más conveniente cubrir ese horario – sus ojos la observaban de manera fija – Y ¿En qué hospital, clínica o lugar trabajas? Así de necesitar doctores o enfermeras, sabré el mejor lugar al que deba ir – añadía lo último para no volver tan evidente su necesidad de saber respecto a ella sin mencionar que así tendría más posibilidades de investigar respecto a la vida que llevaba y todo cuanto hacía. Shevchenko necesitaba saber todo de ella, mantenerla vigilada como hasta esos momentos no lo había hecho, sobre todo si en sus planes estaba volverla su esposa, tal y como años atrás se acordara.

Así es – mintió con la voz firme –Surgieron asuntos de importancia aquí en París que necesitaban de mi atención – dijo ampliando la mentira, pues llevaba ahí más tiempo del que Lyudmilla pudiera pensar y claro, nada tenía que ver con asuntos militares ya que su presencia en París era enteramente por ella – pero al saber que vendría quise asegurarme de que se encontraran a salvo ya que no volvimos a tener contacto directo después de aquella noche – Shevchenko no planeaba mencionar mucho sobre la noche de su separación ni de todo lo ocurrido pero algo tan significativo en la vida de ambos, era prácticamente imposible que no tocaran el tema.

La taza de café frente a él no importaba en lo más mínimo, su atención estaba centrada enteramente en la mujer que con pesar en la voz hablaba sobre su padre. Lyudmilla se preocupaba enormemente por él pero no debía hacerlo. Vasyl sentía un profundo respeto por el padre de la mujer que tenía frente a si y ella debía estar segura de que el licántropo jamás haría nada para dañarles. Aún en su supuesta traición a la familia de Víktor, Vasyl todo lo hizo por ellos.
Debes comprender que si deseo verlo no es para hacerle notar nada, él ya lo sabe todo aunque no sea capaz de verse a un espejo. Simplemente deseo verlo y tener una charla importante con él pero no temas, no diré nada que pueda herirlo– Años atrás había tenido más de una charla importante con Víktor pero ahora, sentía esa necesidad de recordarle a aquel hombre que sin importar lo que sucediera, él siempre protegería a Lyudmilla aunque debiera hacerlo hasta de él mismo.

Ante las palabras femeninas, Vasyl dio un sorbo al café, únicamente para dar un espacio de tiempo que creía prudente antes de volver a hablar.
Y vaya que tendremos tiempos para conversar – siguió aquella frase de ella para hacer una revelación que probablemente ella no se esperaba – porque voy a quedarme a vivir en París – y como si hubiera dicho una cosa sin importancia, volvió a beber de su café.
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Mensaje por Lyudmilla Blavatsky Dom Ene 24, 2016 8:53 pm

Lyudmilla presintió que no le había creído, pero estaba acostumbrada a fingir. Aceptó la incredulidad en la voz de Vasyl sin mover siquiera un músculo. Su verdad era lo único que la sostenía, y no iba a soltarla jamás. Estuvo a punto de ahogarse con la pregunta que le hizo. Imaginó a su antiguo prometido yendo a buscarla al hospital y que allí le dijera que jamás había trabajado una Lyudmilla Blavatsky. Sería el fin de todo. La inminencia de una tragedia le provocó un leve mareo, que supo sortear sin que se le notase. ¿Qué haría? ¿Qué le diría? Estaba encerrada en un callejón sin salida, las patas de su mentira eran cada vez más cortas. No estaba acostumbrada a aquella clase de interrogatorios; su padre nunca preguntaba demasiado y a Rhostislav no le interesaba.

En el hospital público —y la sorprendió la firmeza de su propia voz. —Pero allí las condiciones son deplorables, son más los que mueren que aquellos que viven… Además, la gente que va es muy pobre, no te sentirías a gusto —aquello no era mentira. La parte edilicia del nosocomio era conocida por sus lamentable estado, además de que era sabido que la “gente bien” se hacía atender en sus hogares, con sus médicos particulares. —Pero, Dios no permita, llegases a necesitar un médico, puedo recomendarte alguno —dio por terminado el tema, para seguir escuchándolo.

Agradeció su preocupación y la cordialidad con la que se dirigía a ella, además del respeto con el que hablaba de su padre. Lyudmilla haría lo que fuera para que Víktor regresase a ser aquel hombre fornido del pasado, para que todo fuese diferente y no estuviera postrado en una cama, sin los honores de una vida dedicada al ejército y a servir a un país que lo traicionó. Para ser sincera consigo misma, la rubia detestaba todo aquello que estuviera referido al lugar que la vio nacer, rechazaba sus raíces. París había terminado siendo una ciudad generosa, donde habían encontrado tranquilidad luego del horror. A veces, hasta solía sentirse francesa; hablaba el idioma a la perfección, aunque jamás había logrado imitar el acento perfectamente, y en su pronunciación denotaba su origen extranjero. Pero en sus maneras y en algunos hábitos, podía decirse que era más ciudadana de ese lugar, que de otro donde había nacido. Víktor jamás había podido disfrutar de las bondades de ese sitio, y era algo que Lyudmilla lamentaba de sobremanera.

Si Vasyl la hubiera abofeteado y escupido, no le habría causado tanto estupor como la noticia de que su estadía en París no era pasajera, sino que estaba allí para asentarse. La rubia abrió los ojos de par en par, incapaz de ocultar la sorpresa –y el miedo- que le provocó. Sabía que había palidecido, y el leve mareo que había sentido minutos atrás, había terminado por convertirse en un vértigo que la obligó a apretar la taza que tenía entre sus manos. Enfocó la vista en el rostro apacible del militar, mientras bebía su café como si no acabara de arruinarle la vida con su noticia. Ahora estaba segura de que el fin estaba pronto a llegar.

Pero…qué gran noticia. No la esperaba —dijo, finalmente, cuando logró articular palabra. — ¿Y dónde vivirás? ¿Necesitas que te devolvamos la casa? —aquello no podía ser tan malo; al menos, de esa manera, se ahorraría la humillación futura de tener que salir con una mano atrás y otra adelante. —Si es así, te pido unas semanas para encontrar otra adecuada. Con mi padre en ese estado, debo buscar una residencia donde esté cómodo, y que no se encuentre lejos de sus médicos —a ello, debía añadirle el dineral que iba a tener que desembolsar para lograr acceder a un vivienda medianamente digna. Demasiado conmocionada por las cavilaciones que la asaltaron en cuestión de instantes, se puso de pie y se dirigió a la ventana, la cual abrió antes de inspirar profundo, sintiendo la helada matinal relajándole las vías respiratorias. —Discúlpame. Ha sido una noche complicada —se justificó sin moverse de su sitio. El aroma a pasto mojado le apaciguó el ánimo. Estaba cansada, muy cansada. La presencia de Vasyl no era un buen augurio, había tenido una noche atroz, su padre empeoraba cada día… Eras pocas las oportunidades en las que Lyudmilla perdía los estribos; prefería siempre mantener la calma y mirar hacia adelante. Pero, en aquel momento, sólo quería hacer algo que nunca se había permitido: tirarse en su cama a llorar amargamente por lo injusto que Dios había sido con su familia.
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Mensaje por Vasyl Shevchenko Lun Abr 18, 2016 10:59 pm

La observo con las dudas creciendo a pasos agigantados en su interior, dudas que sin embargo se disiparon ligeramente al escuchar que ella aseguraba trabajar en el hospital público.
Ya veo – le sonrió, orgulloso de cierta manera de que la dama que antes conociera, se hubiese convertido en una mujer dispuesta a ayudar a otros, sin importar las situaciones precarias en las que se encontraban – ¿No me sentiría a gusto en ese lugar? – y preguntaba aquello porque probablemente, Vasyl mejor que nadie sabía lo que era ser atendido en situaciones precarias. Era un licántropo sí, pero antes y después de eso era un soldado, un hombre que enfrentó más desventuras de las que se podía contar en los campos de batalla, pero claro, nunca le hizo notar eso a Lyudmilla y sospechaba que Víktor tampoco lo había hecho. Al parecer los hombres de la vida de la Blavatsky estaban dispuestos a ocultar muchas cosas por ella, sin saber que al mismo tiempo, Lyudmilla les guardaba grandes y oscuros secretos a ellos – Agradeceré entonces que me recomiendes a quien visitar, porque una buena enfermera creo que ya he encontrado – mencionó antes de que se diese por terminado el tema del trabajo de su aún prometida, porque de haber sido por él, hubiera sido capaz de hablar horas enteras acerca de ella, todo para ponerse descubrir la vida más personal y oculta de la mujer a quien tanto amo.

La charla pasaba de un tema a otro pero en ningún momento se había mencionado gran cosa del pasado, aquel que les llevará hasta aquella situación en primer lugar. Quizás lo único más cercano al pasado, era la manera en que ambos se referían a Víktor; Lyudmilla con el amor que siempre sintiera para su progenitor y Vasyl con ese respeto que tendría por siempre hacía aquel hombre. El pasado era pues algo sobre la que ya no se tenía control y lo mejor era centrarse en el presente, siendo esa idea la que llevó al Shevchenko a dar la noticia de que su estancia en París no era meramente pasajera. Con naturalidad y sin dejar que nada pareciera importunarle, Vasyl observó a Lyudmilla, notando la sorpresa en sus ojos en escucharlo dar aquella noticia; ¿Tanto mal le había hecho como para que reaccionara de esa manera? La supuesta traición, el encarcelamiento y todo cuanto pasaron no fue sencillo, eso lo tenía claro él, aún así creía haber demostrado sus buenas intenciones al darles un plan de escape. ¿No sospecho Lyudmilla que se puso él mismo en peligro por ella? Seguramente no, de hecho lo más probable era que para ella muy en el fondo Vasyl continuara siendo el hombre que juró amarla y termino por traicionarla.

El silencio invadió la habitación donde se hallaban, silencio que Shevchenko no se atrevía a profanar, ni siquiera respondió de inmediato a las palabras de su prometida, esas que carecían de felicidad alguna aunque aseguraban que su estancia en la ciudad, eran una buena noticia. Si bien esperaba muchas cosas, las palabras que siguieron fueron algo que le hirieron profundamente. ¿Tan desalmado le parecía como para sacarlos a de la casa aquella? Obedecía ordenes, hacía lo que le parecía ser un bien mayor y podía llegar a matar sin contemplaciones; con todo y eso, era incapaz de desalojar a quienes eran prácticamente su familia.
Lyudmilla – menciono su nombre, tratando de hacer que se callará y no pensará en esas cosas, pero era tarde. La mente femenina se llenaba de dudas sobre como proceder, llegando al punto en que incluso necesito ponerse de pie y buscar un poco de aire. En silencio y sin decir palabra alguna, Vasyl también se levantó de la mesa, avanzando con pasos calmos hasta donde ella se encontraba – Mencione en algún momento que me quedaría en esta casa o que la necesitaba – dijo en tono bajo, pasando sus manos a los costados de la fémina hasta que llegaron a la ventana de donde se sostuvo. La Blavatsky le daba la espalda pero eso era lo de menos, la tenía cerca y sin posibilidad de que se escapara – Esta casa es suya, nadie va a sacarlos de aquí nunca mucho menos yo, que ya tengo la residencia donde permaneceré – el aroma de la fémina era embriagador y hermoso. Shevchenko deseaba tocarla pero no lo hizo, se conformaba con la cercanía que él mismo creará entre ellos – Lyudmilla dime, ¿Es mi presencia la que ha complicado tu noche? ¿Te molesta que viniera a verte? ¿Quisieras que desapareciera de tu vida como lo hice tanto tiempo? – En aquellos instantes creía que lo mejor hubiera sido que se mantuviera al margen, observándola siempre desde la distancia y velando por su seguridad desde donde su presencia no la importunara pero la necesitaba; quería estar más cerca de ella que nunca, aun cuando eso les trajera dolor a ambos.
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Mensaje por Lyudmilla Blavatsky Mar Mayo 03, 2016 11:26 pm

<<Si supieras cómo mantengo ésta casa, cómo compro la medicación de mi padre, cómo sostengo a la empleada que te atiende y cómo compro el café y el pan que estás consumiendo, créeme, Vasyl, me sacarías a patadas de aquí, me echarías como a un perro sarnoso, como a un leproso…>> pensó mientras disfrutaba de su cercanía. Era una prostituta, no merecía sentir de aquella manera. No merecía que sus piernas se aflojaran ni que su corazón latiera como un colibrí desesperado por el néctar. Tampoco merecía respirar con dificultad, ni siquiera que aquel hombre tan digno la tratase tan bien. Era una mentirosa, una zorra mentirosa que se acostaba con hombres, mujeres y bestias, y se sometía a vejámenes sólo por dinero. Ardería en un Infierno doloroso y solitario, donde no disfrutaría ni de la presencia de su padre, ni de la de su madre, tampoco de la de su hermano, y mucho menos de la de Vasyl. Eso era lo que realmente merecía: una condena irreversible por pecar con el pensamiento y con el cuerpo. Necesitaba alejarlo de ella para no destruirlo, porque eso era iba a ocurrir. Tarde o temprano, él se enteraría de su oficio y no soportaría la humillación.

¿Cómo puedes pensar eso? —susurró, observando una de sus manos. No se atrevía a voltear, no podía enfrentarse a su mirada. — ¿Cómo puedes creer que soy tan ingrata de querer que desaparezcas? —a pesar de todo, le dolía su pésimo concepto. Pero no lo culpaba, había pasado demasiado tiempo y ya ninguno era el mismo que antes. —Has sido tan generoso, Vasyl, tan generoso —giró lentamente, con miedo. No se atrevió a alzar la mirada, la mantuvo baja, clavada en el piso. —No me alcanzará la vida para agradecer tu solidaridad, tu compasión, tu caridad, tu respeto hacia mi padre, tu cariño hacia él… —era incapaz de hacerse cargo de cualquiera de los sentires del ucraniano. Ella sabía que gran parte de su actitud había sido en honor al compromiso que habían compartido y a los sueños que habían armado, pero no quería manchar ese pasado bello con un presente tan adverso, tan distinto. —Estaré en deuda contigo para siempre, lo digo de corazón —con una timidez que en nada se condecía con la de la ramera que era, posó sus orbes en las de Vasyl, y le sonrió con tristeza.

Han pasado demasiadas cosas en todo éste tiempo… —levantó su mano y, con el índice, le acarició una de las mejillas suavemente. —No quiero que me juzgues impertinente, pero me doy cuenta cómo me miras, Vasyl —tenía un nudo en la garganta y le costaba pensar; la calidez de su aliento con aroma a café, la envolvía y la embriagaba. —Ya no soy esa Lydumilla que amaste, ya no soy esa chiquilla enamoradiza y repleta de ilusiones. No soy ni una sombra de esa muchacha, tienes que saberlo —no se imaginaba cuánto le habría gustado que así fuera. —No quiero que tengas vanas esperanzas conmigo —se sinceró, y a ella la herían más sus propias palabras. —Eres apuesto, tienes un corazón de oro y una gran posición económica, busca una mujer que esté a tu altura. París está lleno de jovencitas de buena cuna que te darán hermosos herederos, jovencitas con el alma pura que mereces, jovencitas que no tengan el corazón roto como yo —posó toda su palma sobre la mejilla del militar. —No pienses en mí como la Lyudmilla que fui, por favor. Podemos ser amigos, si así lo deseas, pero no sigas mirándome de esa manera, te lo ruego —la desarmaba.

Por un momento, detestó su suerte. Odió tener que pronunciarse de aquella manera, pero había adivinado las intenciones de Shevchenko, y debía frenarlas antes de que fuesen demasiado tarde. La rubia no tenía el egoísmo de muchas, lo mejor hubiera sido dejar que todo siguiera su curso y disfrutar de un hombre maravilloso como él, pero no podía. Lo mancharía por siempre, y no podría perdonarse su destrucción. Pero, por sobre todo, lo que no podría soportar, sería su condena y que nunca la perdonara. Vasyl, por más corazón noble que tuviese, no aceptaría que una mujer de mala vida ensuciase su apellido de aquella manera. Los Shevchenko eran gente que se hacía respetar, y aún tenía en sus raíces las duras y ortodoxas enseñanzas militares, en las que, claramente, una prostituta no tenía cabida. Tampoco para su padre, y por eso vivía en una mentira demasiado enorme como para seguir involucrando más gente, lo que significaría más dolor, más pérdidas, y ya no podía seguir cargando con todo eso en su espalda. Lyudmilla sabía que no podría soportar el rechazo de Vasyl.
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Mensaje por Vasyl Shevchenko Sáb Jun 18, 2016 11:54 pm

No existía peor distancia que aquella que se sufría cuando tenías a la persona cerca, aún así, Vasyl desconocía tanto de Lyudmilla como ella de él. Ambos guardaban terribles secretos que al ser revelados solo dañarían al otro y saber eso era lo que provocaba que cada uno callara, aún a costa de que cuando la verdad fuera revelada la ilusión del amor pasado se desmoronara entre sus manos. La distancia entre ambos era enorme, las palabras que salían de la boca de ambos solo lograban confirmar ese hecho y pese a la terrible realidad a la que se enfrentaban, Vasyl trataba de romper esa barrera con la cercanía física una que aún no se atrevía a quebrantar del todo.

Las interrogantes de Lyudmilla y la manera en que su voz salía tan suave invitaban al soldado a tomarla entre sus brazos para hacerle saber lo mucho que le había extrañado. Haciendo uso de toda su fuerza de voluntad, Vasyl se sujeto más firme de la ventana en un intento por impedir que sus manos se movieran.
Pienso eso de la misma manera en que pensaste que yo sería tan cruel como para pedirte que te marcharas de esta casa, tu casa – respondió con firmeza – además de que no estoy seguro de lo que mi presencia implica para ti y mucho menos sé como es que te sientes al verme – en aquellas palabras quizás pedía que su prometida dijera más de lo que podía, pero ella era una mujer lista, una que no respondería de manera imprudente y que mucho menos le daría falsas esperanzas. Lyudmilla no era la mujer que alguna vez conoció eso era definitivo, sin embargo, algo le decía al licántropo que en el fondo aquella mujer era la misma jovencita de la que alguna vez se enamoro tan perdidamente. Habían cambiando ambos pero sus esencias eran las mismas.

Su cuerpo se tensó al escucharla hablar de él. Lyudmilla le llamaba generoso, compasivo y otros apelativos que más que engrandecerlo le llenaban de repulsión para consigo mismo porque nunca actuó movido por la generosidad o alguna otra cosa que no fuera su amor por ella. El mundo le importaba un carajo, de la misma manera que no le interesaba quienes tuvieran que salir heridos mientras que la Blavatsky llegará con bien a su destino, Vasyl además era posesivo y envió dinero, se aseguró de su bienestar y de conseguirle un hogar con la única finalidad de pese a la distancia controlar un poco a la fémina, saber exactamente donde es que vivía y garantizar así, un encuentro como el que ahora se llevaba a cabo aunque claro, ese encuentro no lo había planeado. Se frustró al escucharla. Su semblante se endureció y sus ojos destellaban con el odio que sentía contra si mismo, siendo el encuentro de los ojos de Lyudmilla con los suyos lo que le llevó a articular palabra.
No soy nada de eso que aseguras y no me debes nada. Todo lo hice siempre pensando únicamente en ti – desvió su mirada, avergonzado de si mismo – además de que era mi deber apoyarte en todo después de que te fallé a ti y a tu familia, nunca voy a perdonarme lo que hice, ni siquiera aunque lo hice pensando en lo que era mejor para conseguir tu libertad – la traición, el escape… todos sus actos fueron por la Blavatsky y aún así, su forma de proceder fue tan fría que se sabía merecedor de odio y no de agradecimiento.

La mano sobre su mejilla lo obligo a enfocarse de nuevo en la hermosa mujer frente a si. Las palabras que salían de los labios femeninos eran veneno para el corazón del Shevchenko y aún así, su caricia aunada a la forma como su voz se volvía suave y su mirada se mantenía fija en él, le daban esperanzas.
No eres la única que ha cambiado, es evidente que ambos somos dos seres completamente diferentes a los jóvenes que una vez se amaron – un atisbo de sonrisa se asomo a los labios del Shevchenko – ¿No quieres que te mire de esta manera? Lo lamento pero no voy a dejar de hacerlo porque es de la única forma en la que puedo observar a una mujer tan hermosa – relajó un poco sus manos, las que hasta aquellos momentos se habían mantenido firmes en la ventana – y no tengo esperanzas – mintió al respecto – No soy merecedor del amor de una mujer a la que le falle y soy consciente de eso pero si puedo aspirar a tu amistad – una de sus manos soltó por completo la ventana y se dirigió a sujetar la mano femenina que transmitía una calidez especial en su mejilla – la acepto, porque no quiero que seamos desconocidos. Quiero ser parte de tu vida de la forma en la que creas prudente – alejó la mano de Lyudmilla de su rostro, únicamente para llevarla hasta sus labios y depositar un beso en su dorso – y si seremos amigos ¿Aceptarías salir conmigo? Pueden poner el día y la hora que desees, ya que solo deseo que podamos conversar.

Asegurarle que quería su amistad era una vil mentira, así como también mintió al decirle que no albergaba esperanza en su corazón. Vasyl de hecho pensaba usar la cercanía de la amistad no únicamente para conocer de nuevo a la Blavatsky, Shevchenko planeaba comenzar conociéndola para después enamorarla una vez más. Lyudmilla era la mujer de su vida, una a la que no estaba dispuesto a renunciar por nada del mundo y aún así tuviera que ir al mismo infierno para convencerla de que su amor era real, que siempre lo había sido y siempre lo sería. No importaba lo duro, lo sensato y lo frío que Vasyl fuera, Lyudmilla era su debilidad absoluta y por ella haría cualquier cosa.
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Mensaje por Lyudmilla Blavatsky Miér Jul 13, 2016 12:16 am

Si Vasyl creía que estaba haciéndole un bien, era todo lo contrario. Lyudmilla sufría con cada palabra, con cada gesto, con cada mirada. Ella no merecía que prodigara tales sentimientos hacia su persona, hacia su alma sucia y su cuerpo hereje. Era una puta que no merecía el respeto de nadie, y allí estaba, con las mejillas coloradas como una casamentera y con cosquillas en la boca del estómago. No podía frenar la marea de emociones que su antiguo prometido despertaba en ella, que le devolvía la esperanza, una esperanza vana y estúpida. Intentaba, por todos los medios, separarse de él, pero su cuerpo se mantenía estaqueado en la misma posición, sintiéndolo, oliéndolo, guardando aquel momento en ese baúl que conservaba en el corazón donde atesoraba los bellos recuerdos de su vida, esos que la sacaban de las negras tormentas en las que estaba envuelta constantemente. Evocaría esa mañana el día que se encontrara desesperada o triste, y así volvería a sonreír de la misma forma tonta que lo estaba haciendo en ese momento.

Siempre has conseguido lo que has querido —torció, a modo de broma. No olvidaría nunca cuando le robó un casto beso en los labios una tarde que la chaperona se distrajo. Había sido tan fugaz como una estrella, pero él siempre le había dicho que la besaría antes de la boda, mientras ella se jactaba de que nunca lo conseguiría, pues la mujer que estaba siempre entre ellos era sumamente estricta. —Gracias por aceptar nuestra amistad, Vasyl. Es, realmente, lo único que puedo ofrecerte —y sí que lo era. No quería inmiscuirlo en su vida, no quería arruinarlo como ya lo había hecho con su hermano, que no lograba recuperarse de la noticia de que era una prostituta. Perdería a Shevchenko para siempre, y ahora que él estaba nuevamente en su órbita, era lo último que quería.

La doméstica carraspeó ocultando una leve sonrisa. Lyudmilla dio un leve respingo y se alejó de Vasyl. Cruzó mirada con la mujer, que nada dijo, y se limitó a dejar unas galletas humeantes en la mesa. Se retiró con el mismo sigilo de siempre, y la rubia no sabía qué explicaciones daría al respecto. ¿Debía darlas? Era una mujer adulta, soltera, que pronto quedaría sola en la vida. Nunca la habían visto acompañada de un caballero, era la primera vez que alguien ajeno a la familia la visitaba, ni siquiera las pocas amigas con las que contaba ingresaban. Con ellas, prefería reunirse unos pocos minutos en otro sitio, pues no quería que nada perturbase la rutina de su padre. Ella sabía que las empleadas sentían pena por su inexistente vida social y por su soledad, y en más de una ocasión las escuchó comentar que el día que el señor Víktor muriese, Lyudmilla se iría junto a él, que no soportaría la pena de perderlo. Y tenían razón. La ucraniana no toleraría el mundo sin su único motor, y quizá era lo mejor. Partir junto a su adorado padre.

Ve a saludar a mi padre, Vasyl. Él está esperándote —le sonrió, aún con timidez. Necesitaba que se alejara, y luego de que el militar asintiese con la cabeza, desapareció en la escalera. Lyudmilla bebió más café y comió una galleta, comenzaban a dolerle los golpes y estaba segura que demorarían demasiados días en desaparecer por completo. Horas después, Vasyl descendió con el rostro serio, visiblemente afectado por la charla, y se despidió de ella de forma distante. Lyudmilla se preguntó de qué habrían conversado ellos, pero jamás se atrevería a preguntarles.

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