AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Upside Down Kingdom {Privado} {+18}
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Upside Down Kingdom {Privado} {+18}
Duérmete, niña, duérmete ya, que si no el coco te comerá...
Pero yo no dormía, y él ya quería devorarme. Se le veía en la mirada fiera, hambrienta, en la boca ensangrentada, en los colmillos blancos, brillantes y afilados. Se escuchaba en sus gruñidos. Se olía en su espera, en esa calma que precede a la tormenta, en esa tensión que inundaba su gran cuerpo, hecho un ovillo en la pared que estaba frente a la mía, a la espera.
Duérmete, niña...
¡No puedo dormirme! Él me observaba porque quería esperar al momento en el que me abandonara y mi guardia estuviera tan baja que él pudiera atacar y comerme, ¡lo sabía! Robbie lo había avisado porque yo no había pagado mi tributo de sangre a tiempo, y poco importaban los cortes frescos de mis brazos intentando suplir mi olvido, porque los dos querían matarme... sobre todo ahora que mis heridas habían aumentado su apetito. ¡Estúpida, estúpida Alchemilla!
Puedes correr, pero no puedes esconderte...
Era verdad. El coco me encontraría allá donde fuera, porque los tenía a ellos para que les informaran de cada uno de mis pasos. ¡No había salvación! No tenía manera de abandonar aquella habitación cochambrosa en la que los dos manteníamos un conflicto de miradas, refugiados en nuestras sombras respectivas. Él sólo veía lo básico de mí, y yo sólo veía lo básico de él, pero en cuanto saliéramos a la luz de la luna, que se colaba por las ventanas rotas, el secreto mutuo dejaría de protegernos y me mataría. Y no quería que me matara.
¿Y qué piensas hacer para impedirlo...?
Algo, tenía que hacer cualquier cosa, ¡lo que fuera! No podía dejar que me eliminara y que la búsqueda de mis hermanos cesara, eso era algo inconcebible, y no pasaría. No, claro que no, yo era mucho mejor que eso y tenía alternativas. Mi cuerpo estaba en tensión contenida, igual que el del coco, y los dos nos mirábamos a los ojos alternativamente, porque buscábamos con intensidad cualquier vía de escape. Él era más grande, tenía más dificultades, mientras que yo era pequeña y cabía por cualquier pequeño agujero. Eso era: ahí radicaba mi ventaja. Me permití, incluso, sonreír.
No vendas la piel del lobo antes de haberlo matado. ¿O deberíamos decir del coco...?
¡No tenéis ni idea, no sabéis nada! El coco se distrajo, atraído sin duda por el sonido que yo misma provoqué al tirar una piedra en su dirección, y yo aproveché ese momento para salir corriendo, disparada, en dirección a un hueco cercano a una de las ventanas del edificio. Caí a una escalera, casi la bajé rodando, pero cuando llegué a la calle parisina supe que estaba a salvo, al menos por el momento.
Espera y verás, Alchemilla. No es tan fácil librarte de él.
Me envolví en la ligera y agujereada capa que llevaba y que me tapaba los brazos heridos y comencé a caminar rápidamente, esquivando a las personas a veces y empujándolas cuando no se apartaban por su bien. De nuevo avanzaba rápidamente, esta vez a contracorriente, pero dejé de caminar cuando escuché el gruñido del coco lejos de mí, pero cada vez más cercano... ¡Me había encontrado! Empecé a correr, ante los gritos de la gente a mi alrededor, pero a mí me daba igual: él era más importante que un par de golpes.
Te lo dijimos.
¡Me da igual, no me atrapará! Pero estaba agotada, y mi respiración se tornaba cada vez más agónica a medida que nadaba a contracorriente, en la dirección opuesta a la del gentío que se arremolinaba a mi alrededor. ¡Dejadme pasar, dejadme avanzar, dejadme huir y no os pongáis de su parte, él es un asesino y yo una víctima! Pero ellos lo apoyaban; escuchaba incluso sus risas macabras, que parecían destinadas hacia mí... no, que estaban destinadas hacia mí. Me estaban atrapando, ¡no podía permitirlo!
Este es tu fin, Alchemilla. Lo sabes, ¿verdad? Lo intuyes, pero no te quieres rendir... ¡Ríndete de una maldita vez!
Cada vez me costaba más respirar. La siguiente bocanada de aire que tomaba me parecía más difícil que la anterior, y el cuerpo me temblaba por la carrera. No podía seguir, pero aún así lo intentaba incansablemente, trataba de avanzar por las calles anormalmente llenas de gente. ¿No se suponía que la gente dormía? ¡Era de noche, tendrían que estar en sus casas, no deteniéndome!
¡Detente de una vez!
Un temblor, y me vi obligada a obedecer. No sé si aquello vino por mi agotamiento, por el calambre que dobló mi cuerpo dolorido o por los pasos agigantados que daba él hacia mí. Escuchaba su respiración jadeante detrás de mí, incluso podía escuchar el chasquido de sus mandíbulas al abrirse y cerrarse. Sus dientes resonaban con furia, y los gruñidos de su garganta competían con los latidos de mi corazón. Era el fin. Pero volví a intentar correr.
¿Qué se supone que estás haciendo...?
Huir... ¡huía! Con toda la velocidad que me proporcionaba el miedo, me escabullí de nuevo de aquella calle concurrida donde me había detenido, y aterricé en una vacía totalmente. Los ecos de mis pasos rebotaban en los edificios de mi alrededor, y mi sombra se proyectaba en tamaño gigante, pero estaba sola. ¡Por fin!
No... ¡Nunca!
Él apareció, de nuevo, y mi cuerpo no lo aguantó más. Me detuve en seco, y la oscuridad me golpeó como un mazazo en la cabeza, me hizo perder el equilibrio, las piernas me fallaron y caí al suelo. El pavimento me golpeó en la cara, los ojos se me cerraron, dejé por fin de temblar y la sangre de mis brazos encontró compañía en la de mi nariz, por el golpe. El suelo se manchó a mi alrededor, y yo perdí la consciencia al tiempo que él se me acercaba. No llegué a ver más que su figura abalanzándose sobre mí; lo siguiente se lo tragó la profunda negrura, que selló mi fin.
Pero yo no dormía, y él ya quería devorarme. Se le veía en la mirada fiera, hambrienta, en la boca ensangrentada, en los colmillos blancos, brillantes y afilados. Se escuchaba en sus gruñidos. Se olía en su espera, en esa calma que precede a la tormenta, en esa tensión que inundaba su gran cuerpo, hecho un ovillo en la pared que estaba frente a la mía, a la espera.
Duérmete, niña...
¡No puedo dormirme! Él me observaba porque quería esperar al momento en el que me abandonara y mi guardia estuviera tan baja que él pudiera atacar y comerme, ¡lo sabía! Robbie lo había avisado porque yo no había pagado mi tributo de sangre a tiempo, y poco importaban los cortes frescos de mis brazos intentando suplir mi olvido, porque los dos querían matarme... sobre todo ahora que mis heridas habían aumentado su apetito. ¡Estúpida, estúpida Alchemilla!
Puedes correr, pero no puedes esconderte...
Era verdad. El coco me encontraría allá donde fuera, porque los tenía a ellos para que les informaran de cada uno de mis pasos. ¡No había salvación! No tenía manera de abandonar aquella habitación cochambrosa en la que los dos manteníamos un conflicto de miradas, refugiados en nuestras sombras respectivas. Él sólo veía lo básico de mí, y yo sólo veía lo básico de él, pero en cuanto saliéramos a la luz de la luna, que se colaba por las ventanas rotas, el secreto mutuo dejaría de protegernos y me mataría. Y no quería que me matara.
¿Y qué piensas hacer para impedirlo...?
Algo, tenía que hacer cualquier cosa, ¡lo que fuera! No podía dejar que me eliminara y que la búsqueda de mis hermanos cesara, eso era algo inconcebible, y no pasaría. No, claro que no, yo era mucho mejor que eso y tenía alternativas. Mi cuerpo estaba en tensión contenida, igual que el del coco, y los dos nos mirábamos a los ojos alternativamente, porque buscábamos con intensidad cualquier vía de escape. Él era más grande, tenía más dificultades, mientras que yo era pequeña y cabía por cualquier pequeño agujero. Eso era: ahí radicaba mi ventaja. Me permití, incluso, sonreír.
No vendas la piel del lobo antes de haberlo matado. ¿O deberíamos decir del coco...?
¡No tenéis ni idea, no sabéis nada! El coco se distrajo, atraído sin duda por el sonido que yo misma provoqué al tirar una piedra en su dirección, y yo aproveché ese momento para salir corriendo, disparada, en dirección a un hueco cercano a una de las ventanas del edificio. Caí a una escalera, casi la bajé rodando, pero cuando llegué a la calle parisina supe que estaba a salvo, al menos por el momento.
Espera y verás, Alchemilla. No es tan fácil librarte de él.
Me envolví en la ligera y agujereada capa que llevaba y que me tapaba los brazos heridos y comencé a caminar rápidamente, esquivando a las personas a veces y empujándolas cuando no se apartaban por su bien. De nuevo avanzaba rápidamente, esta vez a contracorriente, pero dejé de caminar cuando escuché el gruñido del coco lejos de mí, pero cada vez más cercano... ¡Me había encontrado! Empecé a correr, ante los gritos de la gente a mi alrededor, pero a mí me daba igual: él era más importante que un par de golpes.
Te lo dijimos.
¡Me da igual, no me atrapará! Pero estaba agotada, y mi respiración se tornaba cada vez más agónica a medida que nadaba a contracorriente, en la dirección opuesta a la del gentío que se arremolinaba a mi alrededor. ¡Dejadme pasar, dejadme avanzar, dejadme huir y no os pongáis de su parte, él es un asesino y yo una víctima! Pero ellos lo apoyaban; escuchaba incluso sus risas macabras, que parecían destinadas hacia mí... no, que estaban destinadas hacia mí. Me estaban atrapando, ¡no podía permitirlo!
Este es tu fin, Alchemilla. Lo sabes, ¿verdad? Lo intuyes, pero no te quieres rendir... ¡Ríndete de una maldita vez!
Cada vez me costaba más respirar. La siguiente bocanada de aire que tomaba me parecía más difícil que la anterior, y el cuerpo me temblaba por la carrera. No podía seguir, pero aún así lo intentaba incansablemente, trataba de avanzar por las calles anormalmente llenas de gente. ¿No se suponía que la gente dormía? ¡Era de noche, tendrían que estar en sus casas, no deteniéndome!
¡Detente de una vez!
Un temblor, y me vi obligada a obedecer. No sé si aquello vino por mi agotamiento, por el calambre que dobló mi cuerpo dolorido o por los pasos agigantados que daba él hacia mí. Escuchaba su respiración jadeante detrás de mí, incluso podía escuchar el chasquido de sus mandíbulas al abrirse y cerrarse. Sus dientes resonaban con furia, y los gruñidos de su garganta competían con los latidos de mi corazón. Era el fin. Pero volví a intentar correr.
¿Qué se supone que estás haciendo...?
Huir... ¡huía! Con toda la velocidad que me proporcionaba el miedo, me escabullí de nuevo de aquella calle concurrida donde me había detenido, y aterricé en una vacía totalmente. Los ecos de mis pasos rebotaban en los edificios de mi alrededor, y mi sombra se proyectaba en tamaño gigante, pero estaba sola. ¡Por fin!
No... ¡Nunca!
Él apareció, de nuevo, y mi cuerpo no lo aguantó más. Me detuve en seco, y la oscuridad me golpeó como un mazazo en la cabeza, me hizo perder el equilibrio, las piernas me fallaron y caí al suelo. El pavimento me golpeó en la cara, los ojos se me cerraron, dejé por fin de temblar y la sangre de mis brazos encontró compañía en la de mi nariz, por el golpe. El suelo se manchó a mi alrededor, y yo perdí la consciencia al tiempo que él se me acercaba. No llegué a ver más que su figura abalanzándose sobre mí; lo siguiente se lo tragó la profunda negrura, que selló mi fin.
Invitado- Invitado
Re: Upside Down Kingdom {Privado} {+18}
Recorrer las calles de París bajo la estela de una maldición tenía sus ventajas. Y es que te acababas fijando en todo, aunque no te importara lo más mínimo. Creías necesario girar el rostro hacia cada puesto de comida o ropa, como si allí fueras a encontrar una respuesta a tu presión. Buscabas una cara conocida en todo transeúnte para aferrarte mejor a la certeza de que tu pasado no estaba solo, aunque te hallaras muy lejos del lugar donde creciste, y finalmente, el miedo se concentraba en toda tu cabeza hasta que te acostumbrabas a sobrellevarlo con dolor en las sienes, pero una envidiable impasibilidad en la expresión de la cara.
Aquello era una ventaja porque, como bien se dedicaba a propagar toda esa gente que le apetecía dejar frases llenas de experiencia para avisar a sus sucesores o sencillamente, asentir con la realidad, de lo más impensable se acababa conociendo a esas personas trascendentales en tu vida. O al menos, en tus relaciones sociales. Ya fuera por esa vez que asististe a una fiesta privada y tu actual amigo se encontraba entre los invitados o cuando cruzaste la esquina para atajar y no llegar tarde al médico y chocaste con tu peor enemigo. El destino se volvía más ágil cuando eras un maldito paranoico y aunque Dennis jamás se definiera de esa manera, París no le había vuelto un hombre más relajado, precisamente. París, o estar contradiciendo los últimos deseos de su tía. ¿Qué más daba?
Las manos le pesaban. Las manos y los pies, todo contradecía las leyes de la gravedad siempre que salía de su mansión (la mansión de su tía en París) para airear sus pensamientos y dispersarlos por toda la ciudad. Los estados de su humor ya venían lo suficientemente dispersos, no estaba de más devolvérselos al mundo con una ración extra de resquemor y malestar. Sabía diferenciar entre la culpabilidad y la inocencia (o a veces no, ése era el colmo de un bipolar de tomo y lomo), y no todos los que caminaban cerca de él se merecían su indiferencia, su rabia o, incluso, su afecto (especialmente su peligroso afecto). Y aunque muchas cosas de las que se había obligado a hacer se esforzaban por impartir justicia, como los ejercicios de autocontrol que precedían a las noches de luna llena o aislarse antes de que el instinto animal le traspasara el cerebro y recorriera su columna vertebral, no siempre estaba dispuesto a ser un santo.
Pues… ¿Qué les pasaba finalmente a los santos? ¿Por qué se les recordaba? ¿Acaso no era mejor ir de aquí para allá sin nada concreto con lo que definirle para no tener nada que ver con la lástima de los demás? La lástima de haberse quedado huérfano a tan temprana edad. La lástima de que en la actualidad ya no quedara nadie respirando al que hubiera querido. La lástima de que le hubieran destrozado la vida con sólo un mordisco en el hombro. La lástima de no saber si una de las personas que más había amado, respetado y temido era la culpable o no. La lástima de estar viviendo en la ciudad que lo inició todo con miedo. Miedo de ir contra la palabra de Judith Vallespir. Miedo de volver a encontrársela allí, aunque estuviera muerta. Miedo de quedarse atrapado para siempre en la visión de la luna ahogada entre las ramas de los árboles y el peso de aquella bestia sobre su cuerpo que lo contagiaba para siempre.
Llevaba ya casi dos años en la capital de Francia sin sacar nada en claro de su cometido allí. Aunque le preocupaba mucho menos de lo que se habría creído, porque tampoco esperaba llegar y besar el santo, si París había tenido la paciencia suficiente para esperarlo, él la tendría para descubrir en qué terminaría todo eso. Ni siquiera tenía por dónde empezar, obviando que durante todo ese tiempo se hubiera estado recorriendo el bosque donde lo convirtieron (o donde él creía que lo habían convertido) de cabo a rabo. Por lo que se había dedicado primeramente a establecer su nueva vida allí, a visitar todos esos sitios que pisó en su primera estancia y a ir también a aquellos que no tuvo tiempo de conocer. Había aprovechado también para expandir un poco más el apellido Vallespir en fiestas y reuniones sociales, y para no reducirse únicamente a un espacio enjuto, tan acostumbrado a vivir en un pueblo pequeño y no una gran urbe. Por eso estaba también allí, caminando por las calles de París sin otras pretensiones en mente. Hasta que la encontró a ella.
No sabía en qué momento exacto había decidido cruzar la calle para terminar en una menos concurrida, seguramente llevaba tanto rato paseando sin más que, en un rápido impulso, necesitó refugiarse en la oscuridad. Una oscuridad que no resultó pertenecer únicamente a la que formaban las sombras, cosa que le corroboró el extraño magnetismo de la figura de aquella muchacha que se derrumbaba en el suelo a unos metros de donde él se encontraba. Su primer acto reflejo fue aproximarse lo más deprisa que pudo para comprobar si no le había ocurrido nada grave y tras tomarle el pulso, no supo verdaderamente cómo operar a continuación. Si no quería contradecirse a sí mismo (cosa que de todas maneras ya hacía sólo con ser el condenado Dennis Vallespir), al igual que salvaba al mundo de un hombre lobo furioso que atacara al resto de seres vivos, tampoco podía dejar a uno allí solo y desvalido. Y sin duda, era un acto mucho menos complicado que enfrentarse a su propia naturaleza sobrenatural, no estaba mal practicar de tanto en tanto para descubrir sus otros matices de buen samaritano... Qué risa, por favor, le estaban entrando ganas de reír justo en frente de una chica desconocida e inconsciente, hiciera lo que hiciera definitivamente no demostraba la cordura que se esperaría. Al diablo todo.
No llevaba a nadie a su casa, y aquella no iba a ser una excepción. Cargó a la mujer en brazos y salió de nuevo a las zonas más llenas de gente, que no tardaron mucho en posar sus miradas sobre ellos y empezar a decidir por Dennis. Fueran cuales fueran sus cuchicheos, se iban a quedar con las ganas, pues el luxemburgués los ignoró del todo para acercarse a una cafetería, una en la que ya le conocían al haber estado anteriormente y que, además, cerraba tarde. De clase media-alta, bastante ostentosa aunque no lo suficiente como para negarle ayuda a una especie de vagabunda en apuros, de modo que el licántropo les explicó la situación y rápidamente se dedicaron a atenderla, habilitando un lugar donde depositarla en uno de los sillones próximos a las ventanas que daban a la calle y delante de una mesa redonda para los clientes. Una vez allí, no escatimaron en paños de agua fresca con los que tratar de reanimarla, colocándoselos en la frente y la nuca, hasta que finalmente sintieron cómo su pulso recuperaba un ritmo normal. Después, la dejaron reposar el tiempo que fuese necesario, esperando a que recobrara el conocimiento ya sin ninguna prisa mientras el funcionamiento del local proseguía.
Tras cerciorarse de que la moza no corría peligro de muerte, Dennis habría aprovechado para marcharse, puesto que su papel terminaba allí y poco interés guardaba más allá de haber hecho lo que debía. No obstante, la relajación que irradiaba el sitio le invitaba a abandonarse a ella, de la misma forma que ya lo había hecho la primera vez, y optó por permanecer en la silla de la mesa cercana al sillón en el que yacía la chica. A esas horas de la noche no había apenas clientela, cosa que había hecho más cómoda toda la intervención, y le gustaba cuando los lugares públicos se vaciaban, apenas podía disfrutar de sensaciones así en ciudades tan bulliciosas como París. No podía dejar pasar esa oportunidad, estaba claro, así que pidió un café al camarero antes de echarle una última ojeada a la joven indispuesta y desviarla hacia la desinteresada negrura de la que, fallidamente, el cristal de la ventana les protegía.
Aquello era una ventaja porque, como bien se dedicaba a propagar toda esa gente que le apetecía dejar frases llenas de experiencia para avisar a sus sucesores o sencillamente, asentir con la realidad, de lo más impensable se acababa conociendo a esas personas trascendentales en tu vida. O al menos, en tus relaciones sociales. Ya fuera por esa vez que asististe a una fiesta privada y tu actual amigo se encontraba entre los invitados o cuando cruzaste la esquina para atajar y no llegar tarde al médico y chocaste con tu peor enemigo. El destino se volvía más ágil cuando eras un maldito paranoico y aunque Dennis jamás se definiera de esa manera, París no le había vuelto un hombre más relajado, precisamente. París, o estar contradiciendo los últimos deseos de su tía. ¿Qué más daba?
Las manos le pesaban. Las manos y los pies, todo contradecía las leyes de la gravedad siempre que salía de su mansión (la mansión de su tía en París) para airear sus pensamientos y dispersarlos por toda la ciudad. Los estados de su humor ya venían lo suficientemente dispersos, no estaba de más devolvérselos al mundo con una ración extra de resquemor y malestar. Sabía diferenciar entre la culpabilidad y la inocencia (o a veces no, ése era el colmo de un bipolar de tomo y lomo), y no todos los que caminaban cerca de él se merecían su indiferencia, su rabia o, incluso, su afecto (especialmente su peligroso afecto). Y aunque muchas cosas de las que se había obligado a hacer se esforzaban por impartir justicia, como los ejercicios de autocontrol que precedían a las noches de luna llena o aislarse antes de que el instinto animal le traspasara el cerebro y recorriera su columna vertebral, no siempre estaba dispuesto a ser un santo.
Pues… ¿Qué les pasaba finalmente a los santos? ¿Por qué se les recordaba? ¿Acaso no era mejor ir de aquí para allá sin nada concreto con lo que definirle para no tener nada que ver con la lástima de los demás? La lástima de haberse quedado huérfano a tan temprana edad. La lástima de que en la actualidad ya no quedara nadie respirando al que hubiera querido. La lástima de que le hubieran destrozado la vida con sólo un mordisco en el hombro. La lástima de no saber si una de las personas que más había amado, respetado y temido era la culpable o no. La lástima de estar viviendo en la ciudad que lo inició todo con miedo. Miedo de ir contra la palabra de Judith Vallespir. Miedo de volver a encontrársela allí, aunque estuviera muerta. Miedo de quedarse atrapado para siempre en la visión de la luna ahogada entre las ramas de los árboles y el peso de aquella bestia sobre su cuerpo que lo contagiaba para siempre.
Llevaba ya casi dos años en la capital de Francia sin sacar nada en claro de su cometido allí. Aunque le preocupaba mucho menos de lo que se habría creído, porque tampoco esperaba llegar y besar el santo, si París había tenido la paciencia suficiente para esperarlo, él la tendría para descubrir en qué terminaría todo eso. Ni siquiera tenía por dónde empezar, obviando que durante todo ese tiempo se hubiera estado recorriendo el bosque donde lo convirtieron (o donde él creía que lo habían convertido) de cabo a rabo. Por lo que se había dedicado primeramente a establecer su nueva vida allí, a visitar todos esos sitios que pisó en su primera estancia y a ir también a aquellos que no tuvo tiempo de conocer. Había aprovechado también para expandir un poco más el apellido Vallespir en fiestas y reuniones sociales, y para no reducirse únicamente a un espacio enjuto, tan acostumbrado a vivir en un pueblo pequeño y no una gran urbe. Por eso estaba también allí, caminando por las calles de París sin otras pretensiones en mente. Hasta que la encontró a ella.
No sabía en qué momento exacto había decidido cruzar la calle para terminar en una menos concurrida, seguramente llevaba tanto rato paseando sin más que, en un rápido impulso, necesitó refugiarse en la oscuridad. Una oscuridad que no resultó pertenecer únicamente a la que formaban las sombras, cosa que le corroboró el extraño magnetismo de la figura de aquella muchacha que se derrumbaba en el suelo a unos metros de donde él se encontraba. Su primer acto reflejo fue aproximarse lo más deprisa que pudo para comprobar si no le había ocurrido nada grave y tras tomarle el pulso, no supo verdaderamente cómo operar a continuación. Si no quería contradecirse a sí mismo (cosa que de todas maneras ya hacía sólo con ser el condenado Dennis Vallespir), al igual que salvaba al mundo de un hombre lobo furioso que atacara al resto de seres vivos, tampoco podía dejar a uno allí solo y desvalido. Y sin duda, era un acto mucho menos complicado que enfrentarse a su propia naturaleza sobrenatural, no estaba mal practicar de tanto en tanto para descubrir sus otros matices de buen samaritano... Qué risa, por favor, le estaban entrando ganas de reír justo en frente de una chica desconocida e inconsciente, hiciera lo que hiciera definitivamente no demostraba la cordura que se esperaría. Al diablo todo.
No llevaba a nadie a su casa, y aquella no iba a ser una excepción. Cargó a la mujer en brazos y salió de nuevo a las zonas más llenas de gente, que no tardaron mucho en posar sus miradas sobre ellos y empezar a decidir por Dennis. Fueran cuales fueran sus cuchicheos, se iban a quedar con las ganas, pues el luxemburgués los ignoró del todo para acercarse a una cafetería, una en la que ya le conocían al haber estado anteriormente y que, además, cerraba tarde. De clase media-alta, bastante ostentosa aunque no lo suficiente como para negarle ayuda a una especie de vagabunda en apuros, de modo que el licántropo les explicó la situación y rápidamente se dedicaron a atenderla, habilitando un lugar donde depositarla en uno de los sillones próximos a las ventanas que daban a la calle y delante de una mesa redonda para los clientes. Una vez allí, no escatimaron en paños de agua fresca con los que tratar de reanimarla, colocándoselos en la frente y la nuca, hasta que finalmente sintieron cómo su pulso recuperaba un ritmo normal. Después, la dejaron reposar el tiempo que fuese necesario, esperando a que recobrara el conocimiento ya sin ninguna prisa mientras el funcionamiento del local proseguía.
Tras cerciorarse de que la moza no corría peligro de muerte, Dennis habría aprovechado para marcharse, puesto que su papel terminaba allí y poco interés guardaba más allá de haber hecho lo que debía. No obstante, la relajación que irradiaba el sitio le invitaba a abandonarse a ella, de la misma forma que ya lo había hecho la primera vez, y optó por permanecer en la silla de la mesa cercana al sillón en el que yacía la chica. A esas horas de la noche no había apenas clientela, cosa que había hecho más cómoda toda la intervención, y le gustaba cuando los lugares públicos se vaciaban, apenas podía disfrutar de sensaciones así en ciudades tan bulliciosas como París. No podía dejar pasar esa oportunidad, estaba claro, así que pidió un café al camarero antes de echarle una última ojeada a la joven indispuesta y desviarla hacia la desinteresada negrura de la que, fallidamente, el cristal de la ventana les protegía.
Última edición por Dennis Vallespir el Mar Abr 30, 2013 9:26 pm, editado 2 veces
Dennis Vallespir- Licántropo Clase Alta
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Fecha de inscripción : 14/02/2012
Localización : Bajo el dedo de Judith
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Re: Upside Down Kingdom {Privado} {+18}
Mi fin parecía extrañamente tranquilo. Era como un sueño, un buen sueño, de esos que hacía ya tanto tiempo que no tenía. Pero parecía tan real... Mis hermanos y yo nos sentábamos a la mesa en una casa rica y bien decorada; estábamos en la aldea, de nuevo, y no pasábamos hambre ni frío. Estábamos juntos... Y mi madre venía, sonriendo, a servirnos el almuerzo previo a nuestra lección de aquel día.
Más que un sueño, parecía ser algo que recordaba. Sí, Alessa era pequeña; Josh, aún más. Las manitas de mi hermano, rechonchas, se elevaban buscando un juguete que estaba sobre una estantería, y mi gemela reía por un chiste de mi madre. Parecía como si nada malo pasara ni hubiera pasado, como si las cosas estuvieran bien... Hasta que mi padre entró.
Yo sabía que mi padre era el culpable de las desgracias acontecidas en mi familia, de que mis hermanos hubieran desaparecido de la faz de París y sólo encontrara de ellos pistas que no conducían a nada. Pero ellos no lo sabían, ¡ellos no sospechaban nada! Mis hermanos eran niños... Sus mentes aún confiaban en que él los protegería. Tenía que hacer algo, ¡rápido! Y grité.
Les grité que se apartaran, que no dejaran que la sonrisa de Murphy los sedujera y que sus juguetes y maneras paternales los distrajeran, ¡era un monstruo que los arrancaría de mi lado cuando tuviera oportunidad! Era un monstruo que me ataba a la cama para, según él, que no hiciera nada malo, ¡cuando él era el villano, no yo! Yo sólo buscaba a mis hermanos... ¡Él buscaba destruirlos!
Chillé, grité, me desgañité y me quedé sin voz en vano, porque ellos no me oían. Era como si yo no estuviera allí, como si la tranquila escena familiar que estaba teniendo lugar no me incluyera. Pero yo estaba allí, yo los veía, ellos tenían que verme a mí también, ¡nada de aquello podía estar pasando! Porque ellos aún confiaban en la inocencia de mi padre, y yo debía prevenirlos, tenía que conseguir que ellos se alejaran de sus garras. ¡Y no podía, porque no me escuchaban!
Intenté levantarme, pero estaba absolutamente inmóvil en mi silla. Mirándome con más atención, vi las correas atándome los brazos a la silla, con la sangre deslizándose lentamente por las heridas rojas que me provocaban. ¿Por qué no me había dado cuenta antes? Y la escena empezaba a cambiar, de manera lenta pero progresiva, sobre todo para alguien que no podía dejar de mirar.
La pared se cayó a pedazos, alimentada por un fuego que no estaba presente. Mi madre empalideció y se empezó a marchitar a un ritmo débil, pero totalmente perceptible. Josh se iba poniendo azul por momentos, su cuerpo se iba amoratando e hinchando poco a poco frente a mí. Alessa, por su parte, se oscurecía y su piel se cuarteaba; el olor a carne quemada era insoportable. Pero el cambio más aterrador era el de mi padre...
Su cara se cayó al suelo, y pasó a ser una entidad de sombras de la que sólo se entreveían los ojos azules, muy claros y algo rasgados. Su cuerpo se alargó; le crecieron garras y dientes que sobresalían de la oscuridad que tapaba sus rasgos... Se volvió el coco, y estaba enfadado, muy enfadado.
Cuando su metamorfosis llegó a su fin, el proceso de corrupción de mi familia se aceleró. Mi madre se pudrió, mi hermano se quedó como un cadáver hinchado y húmedo, mi hermana se quemó como si hubiera estado demasiado tiempo en el horno de la bruja de Hansel y Gretel. Y el coco reía... Reía con una fuerza que me hacía temblar, inmóvil aún, atrapada frente a él.
Ellos repetían que era mi culpa, que todo había sido cosa mía, pero yo no había hecho nada, al menos no recordaba hacer nada... Nada salvo huir del coco. Le había dado esquinazo, pero él me había atrapado; ese era mi castigo por no haber sido capaz de eliminarlo: una muerte lenta y dolorosa en sus manos. Y se acercaba cada vez más, con paso lento, afilando las garras contra la pared mientras mi familia continuaba con el cántico de mi culpabilidad. Llegué a sentir el primer arañazo, el que me cortó el cuello, antes de que la oscuridad se diluyera y me empapara la luz.
¿Sorprendida?
Tenía el corazón acelerado, y la respiración que salía de mi pecho era jadeante. Me había incorporado y agarraba con fuerza una... ¿mesa? ¿Dónde estaba? Mi vista, alterada, recorrió con los ojos el local, que no reconocía, y en el que al parecer me había despertado.
Todo ha sido un sueño, fruto de tu mala conciencia...
No entendía nada, y me dolía el pecho demasiado. Estaba mareándome; escuchaba palpitar mi corazón en los oídos, y también contra mis costillas. Era demasiado, me faltaba el aliento y cerré los ojos, buscando el bálsamo de tranquilidad que el silencio del lugar me ofrecía. Una, dos, tres y hasta cuatro segundos contuve la respiración antes de inspirar profundamente. Poco a poco, me tranquilicé y la sangre volvió a la mano que, hasta entonces, había estado blanca de sostener la mesa que estaba a mi lado.
Debería haber sido real. Parecía real. Te merecías que fuera real.
Sacudí la cabeza, y abrí los ojos con pesadez. Parecía que ya veía con mayor claridad y que el local no estaba tan en sombras; incluso pude distinguir a alguien en la ventana, pero estaba demasiado lejos para apreciar sus rasgos. Me dolía la cabeza, y me llevé una mano a la frente, con un quejido leve de dolor.
– ¿Dónde...? – murmuré, pero enseguida me callé, porque la voz apenas me había salido del cuerpo con fuerza para que la escuchara yo misma. Sólo el silencio del local permitió que él pudiera hacerlo, o eso creo, pero el caso es que se acercó a mí poco a poco y permitió que la luz y la cercanía aclararan sus rasgos, extrañamente familiares... Y eso pude comprobar cuando vi sus ojos.
Grité. Grité con fuerza, con un chillido lleno de ira y pánico que murió en apenas un segundo, lo que mis ojos necesitaron para entrecerrarse y mi cuerpo para alejarse de él por puro instinto, con lo que terminé con la espalda pegada a la fría pared.
– Tú... ¡Aléjate de mí, monstruo! – exclamé, con las uñas clavadas en la tela blanda del sofá con tanta fuerza que, pese a mi palidez, se notaba que también tenían el color de una perla de las más apreciadas por los joyeros y por las señoras que compraban la mercancía a esos comerciantes.
El coco ha vuelto para rematarte, Alchemilla... ¡Despídete de la vida para siempre jamás!
Más que un sueño, parecía ser algo que recordaba. Sí, Alessa era pequeña; Josh, aún más. Las manitas de mi hermano, rechonchas, se elevaban buscando un juguete que estaba sobre una estantería, y mi gemela reía por un chiste de mi madre. Parecía como si nada malo pasara ni hubiera pasado, como si las cosas estuvieran bien... Hasta que mi padre entró.
Yo sabía que mi padre era el culpable de las desgracias acontecidas en mi familia, de que mis hermanos hubieran desaparecido de la faz de París y sólo encontrara de ellos pistas que no conducían a nada. Pero ellos no lo sabían, ¡ellos no sospechaban nada! Mis hermanos eran niños... Sus mentes aún confiaban en que él los protegería. Tenía que hacer algo, ¡rápido! Y grité.
Les grité que se apartaran, que no dejaran que la sonrisa de Murphy los sedujera y que sus juguetes y maneras paternales los distrajeran, ¡era un monstruo que los arrancaría de mi lado cuando tuviera oportunidad! Era un monstruo que me ataba a la cama para, según él, que no hiciera nada malo, ¡cuando él era el villano, no yo! Yo sólo buscaba a mis hermanos... ¡Él buscaba destruirlos!
Chillé, grité, me desgañité y me quedé sin voz en vano, porque ellos no me oían. Era como si yo no estuviera allí, como si la tranquila escena familiar que estaba teniendo lugar no me incluyera. Pero yo estaba allí, yo los veía, ellos tenían que verme a mí también, ¡nada de aquello podía estar pasando! Porque ellos aún confiaban en la inocencia de mi padre, y yo debía prevenirlos, tenía que conseguir que ellos se alejaran de sus garras. ¡Y no podía, porque no me escuchaban!
Intenté levantarme, pero estaba absolutamente inmóvil en mi silla. Mirándome con más atención, vi las correas atándome los brazos a la silla, con la sangre deslizándose lentamente por las heridas rojas que me provocaban. ¿Por qué no me había dado cuenta antes? Y la escena empezaba a cambiar, de manera lenta pero progresiva, sobre todo para alguien que no podía dejar de mirar.
La pared se cayó a pedazos, alimentada por un fuego que no estaba presente. Mi madre empalideció y se empezó a marchitar a un ritmo débil, pero totalmente perceptible. Josh se iba poniendo azul por momentos, su cuerpo se iba amoratando e hinchando poco a poco frente a mí. Alessa, por su parte, se oscurecía y su piel se cuarteaba; el olor a carne quemada era insoportable. Pero el cambio más aterrador era el de mi padre...
Su cara se cayó al suelo, y pasó a ser una entidad de sombras de la que sólo se entreveían los ojos azules, muy claros y algo rasgados. Su cuerpo se alargó; le crecieron garras y dientes que sobresalían de la oscuridad que tapaba sus rasgos... Se volvió el coco, y estaba enfadado, muy enfadado.
Cuando su metamorfosis llegó a su fin, el proceso de corrupción de mi familia se aceleró. Mi madre se pudrió, mi hermano se quedó como un cadáver hinchado y húmedo, mi hermana se quemó como si hubiera estado demasiado tiempo en el horno de la bruja de Hansel y Gretel. Y el coco reía... Reía con una fuerza que me hacía temblar, inmóvil aún, atrapada frente a él.
Ellos repetían que era mi culpa, que todo había sido cosa mía, pero yo no había hecho nada, al menos no recordaba hacer nada... Nada salvo huir del coco. Le había dado esquinazo, pero él me había atrapado; ese era mi castigo por no haber sido capaz de eliminarlo: una muerte lenta y dolorosa en sus manos. Y se acercaba cada vez más, con paso lento, afilando las garras contra la pared mientras mi familia continuaba con el cántico de mi culpabilidad. Llegué a sentir el primer arañazo, el que me cortó el cuello, antes de que la oscuridad se diluyera y me empapara la luz.
¿Sorprendida?
Tenía el corazón acelerado, y la respiración que salía de mi pecho era jadeante. Me había incorporado y agarraba con fuerza una... ¿mesa? ¿Dónde estaba? Mi vista, alterada, recorrió con los ojos el local, que no reconocía, y en el que al parecer me había despertado.
Todo ha sido un sueño, fruto de tu mala conciencia...
No entendía nada, y me dolía el pecho demasiado. Estaba mareándome; escuchaba palpitar mi corazón en los oídos, y también contra mis costillas. Era demasiado, me faltaba el aliento y cerré los ojos, buscando el bálsamo de tranquilidad que el silencio del lugar me ofrecía. Una, dos, tres y hasta cuatro segundos contuve la respiración antes de inspirar profundamente. Poco a poco, me tranquilicé y la sangre volvió a la mano que, hasta entonces, había estado blanca de sostener la mesa que estaba a mi lado.
Debería haber sido real. Parecía real. Te merecías que fuera real.
Sacudí la cabeza, y abrí los ojos con pesadez. Parecía que ya veía con mayor claridad y que el local no estaba tan en sombras; incluso pude distinguir a alguien en la ventana, pero estaba demasiado lejos para apreciar sus rasgos. Me dolía la cabeza, y me llevé una mano a la frente, con un quejido leve de dolor.
– ¿Dónde...? – murmuré, pero enseguida me callé, porque la voz apenas me había salido del cuerpo con fuerza para que la escuchara yo misma. Sólo el silencio del local permitió que él pudiera hacerlo, o eso creo, pero el caso es que se acercó a mí poco a poco y permitió que la luz y la cercanía aclararan sus rasgos, extrañamente familiares... Y eso pude comprobar cuando vi sus ojos.
Grité. Grité con fuerza, con un chillido lleno de ira y pánico que murió en apenas un segundo, lo que mis ojos necesitaron para entrecerrarse y mi cuerpo para alejarse de él por puro instinto, con lo que terminé con la espalda pegada a la fría pared.
– Tú... ¡Aléjate de mí, monstruo! – exclamé, con las uñas clavadas en la tela blanda del sofá con tanta fuerza que, pese a mi palidez, se notaba que también tenían el color de una perla de las más apreciadas por los joyeros y por las señoras que compraban la mercancía a esos comerciantes.
El coco ha vuelto para rematarte, Alchemilla... ¡Despídete de la vida para siempre jamás!
Invitado- Invitado
Re: Upside Down Kingdom {Privado} {+18}
Seguramente nada podría haberle despegado del lugar en unas cuantas horas. Quizá los últimos responsables de la cafetería que quedasen antes de cerrarla. O puede que sólo el amanecer le habría echado de allí, si el incentivo del dinero en sus bolsillos hubiera tentado lo bastante al personal como para hacer la jornada más larga por una vez. En cualquier caso, Dennis no apartaba sus ojos de la ventana, estaba completamente absorto en el movimiento de la ciudad a esas horas, entre oscuridad, vaho en el cristal, luces diminutas y el tumulto insistente de vida cotidiana que al fin se retiraba poco a poco para dar paso al día siguiente.
No le parecía una mala manera de concluir aquel sociable paseo. Tanto retorcer pensamientos a veces merecía un resultado algo balsámico. Más todavía si lo hacía fuera de casa.
Bebió nuevamente de su café, descubriéndolo a una temperatura bastante tibia, síntoma de la poca atención que le había prestado una vez sumergido en aquella lacónica tranquilidad del espacio. No obstante, apenas le quedarían unos sorbos para ser terminado, así que lo quisiera o no, el tiempo pasaba y el cielo iba alcanzando una tonalidad ligeramente más clara que cuando había encontrado a la chiquilla. La chiquilla, Dios, su mente se podía despiezar de tal modo que incluso había llegado a olvidarse de ella. Ni siquiera parecía servir de algo el hecho de que hubiese acabado allí por habérsela encontrado y no por el capricho de sus propios pasos (¿o estaba todo conectado?).
No sabía a qué santo se ponía a hacer buenas acciones, si luego inconscientemente era tan desconsiderado. Menos mal que también era un bipolar de cojones, porque decidiera lo que decidiera casi siempre acababa en las mismas.
Giró únicamente el cuello para posponer su vago análisis de la nada, algo que en escasas ocasiones experimentaba, y se lo dedicó a la muchacha desconocida, sólo que entonces no había nada de vago en su atención. Aquella persona no irradiaba paz y ahora se decidía a escudriñarla más detenidamente, como si la tempestad de su mente hubiera necesitado un respiro a la hora de interesarse por esa aura inestable y confusa. Se dio cuenta en ese momento que algo dentro de él tendía a rechazarla, o tal vez sentía un rechazo, a secas, y su primera reacción era apartarse. Y para tener esa primera reacción que decía, no resultaba muy lógico haberla atendido y llevado hasta allí. Así que uno de los factores para justificar el galimatías que ella representaba para sus sentidos estaba en esa contradicción entre retroceso y magnetismo, aunque por el momento fuera un magnetismo aparentemente casual. Tampoco se había marchado de la cafetería, ¿aquello también era algo casual?
En fin. Con esta actitud y esos giros de campana repentinos, no, estaba claro que fuese cual fuese el resultado de su vagar por las calles de París no iba a obtener un resultado algo balsámico.
Justo cuando apartaba la vista de la joven otra vez y se llevaba la taza a los labios con la intención definitiva de engullir lo que quedaba, el destino tuvo que estamparle aquella momentánea certeza en la cara y corroborarle que alguien como él no tenía derecho a descansar lo incansable. Como si la cabeza de un enfermo reposara alguna vez.
Primero escuchó cómo la chica decía algo, volviendo finalmente al mundo real (o al mundo en el que Dennis también se hallaba consciente) y la respuesta del licántropo fue dejar el recipiente en la mesa con un movimiento suave, pero contundente, y así su análisis la embistió con un afán más intenso, de repente interesado en ir más allá de las meras sensaciones. Se inclinó inconscientemente hacia ella, pero el instinto no le traicionó por mucho tiempo cuando su caótica respuesta al encontrarse con sus ojos tambaleó toda la posible calma de la cafetería. Y del interior de Dennis.
Tú... ¡Aléjate de mí, monstruo!
El hombre se puso en pie casi al mismo tiempo que la muchacha se retorcía contra la pared, horrorizada ante la presencia de nada más ni nada menos que la persona que la había ayudado. Supo que su expresión facial se estaba viendo tan reveladora como la de ella, pues aquel grito y aquella mirada no sólo le habían arrojado fuera de una tranquilidad tan apreciada como eventual, habían penetrado hasta donde pocos conseguían asomarse y no importaba si aquella niñata desquiciada lo aprovechaba para acecharle o no, porque Dennis ya se sentía observado. Observado por algo que no había hecho, acusado de haberse movido con la misma cautela y la misma urgencia de quedarse con todo el peligro, apartándolo de los demás.
Las barreras de su cerebro empezaron a encorvarse, a hacer aspavientos como si fueran molinos en mitad de un descampado, y se entrechocaron entre ellas hasta que el raciocinio empezó a funcionar a la vez, o mejor dicho, empezó a escuchar la vocecita que le indicaba cómo seguir aparentando cordura en aquellas situaciones. Dirigió un vistazo rápido al resto de la estancia, sólo ocupada por un par de clientes más y los responsables del lugar, tan sorprendidos como ellos e igualmente pendientes de la maldita escena. Se estarían imaginando lo peor y todo en contra de Dennis, por supuesto, que antes de traerla allí bien podría haberle hecho vete a saber qué a la estúpida vagabunda que ahora les obsequiaba con aquel numerito, y bien podrían los mismos testigos obrar en consecuencia, haciendo llamar a las fuerzas del orden o echando al luxemburgués de la cafetería. Pero hicieran lo que hicieran, el caso es que lo conocían de antes, sabían su nombre y, más importante, su apellido, de modo que aquella bromita podía ocasionarle problemas en sociedad, si a alguno le apetecía ir aireando esa anécdota como pescado fresco.
Definitivamente, en mala hora se atrevió a experimentar con el altruismo, como si el que practicaba día a día no fuera ya un reto tan sobrehumano como su licantropía.
Cuando optó por actuar de una vez por todas, lo hizo sin ningún tipo de pausa. Caminó hacia la salida, no sin antes pasar junto a la demente y apresarla de la muñeca para que le siguiera. Depositó sobre la barra en monedas una cantidad mayor por lo que había consumido, excusándose a los dueños con un 'Está demasiado nerviosa, mejor será que no arme un escándalo' mientras abría la puerta tras los forcejeos de su acompañante y ambos salían de allí. Ni siquiera se paró a respirar hondo al verse ya alejado de un lugar público donde era oficialmente conocido y continuó arrastrando a la joven unos cuantos metros más, los suficientes para que ya no pudieran ser observados desde la cafetería.
¡¿Qué diablos te pasa?! ¡¿Quién demonios te has creído que eres?! –le espetó, en tanto circulaban entre el resto de caminantes nocturnos- ¡No te conozco de nada y te he salvado de quedarte tirada en la calle como una vulgar rata! ¡Si esto es todo lo que das de ti, apártate de mi vista! ¡¿Me has oído?! -el agarre de sus dedos debía de doler, pero estaba demasiado obcecado como para preocuparse de si empleaba una fuerza mayor de la necesaria- ¡No pienso volver a casa con problemas que ni siquiera he buscado!
Torcieron una esquina en la que había menos gente y él lo aprovechó para soltarle la muñeca, sin detener sus pisadas o volver la vista atrás. Debía olvidarse cuanto antes de todo eso, el mal trago que acababa de experimentar no se le iría en un buen rato y todavía notaba cómo las cavidades de su locura presionaban continuamente hacia fuera. Frunció el ceño y aceleró el paso, procurando ser parte casual de la escasa multitud para no convertirse en el centro de las miradas, si a aquella condenada chiflada se le ocurría gritarle como antes.
A pesar de todo y haciendo honor a sus constantes desequilibrios, Dennis no pudo resistirse y volteó la cabeza para fijarse nuevamente en ella, alimentando esa contradicción que le transmitía con una irremediable insistencia en el extremo donde, contrario al retroceso, estaba el magnetismo.
No le parecía una mala manera de concluir aquel sociable paseo. Tanto retorcer pensamientos a veces merecía un resultado algo balsámico. Más todavía si lo hacía fuera de casa.
Bebió nuevamente de su café, descubriéndolo a una temperatura bastante tibia, síntoma de la poca atención que le había prestado una vez sumergido en aquella lacónica tranquilidad del espacio. No obstante, apenas le quedarían unos sorbos para ser terminado, así que lo quisiera o no, el tiempo pasaba y el cielo iba alcanzando una tonalidad ligeramente más clara que cuando había encontrado a la chiquilla. La chiquilla, Dios, su mente se podía despiezar de tal modo que incluso había llegado a olvidarse de ella. Ni siquiera parecía servir de algo el hecho de que hubiese acabado allí por habérsela encontrado y no por el capricho de sus propios pasos (¿o estaba todo conectado?).
No sabía a qué santo se ponía a hacer buenas acciones, si luego inconscientemente era tan desconsiderado. Menos mal que también era un bipolar de cojones, porque decidiera lo que decidiera casi siempre acababa en las mismas.
Giró únicamente el cuello para posponer su vago análisis de la nada, algo que en escasas ocasiones experimentaba, y se lo dedicó a la muchacha desconocida, sólo que entonces no había nada de vago en su atención. Aquella persona no irradiaba paz y ahora se decidía a escudriñarla más detenidamente, como si la tempestad de su mente hubiera necesitado un respiro a la hora de interesarse por esa aura inestable y confusa. Se dio cuenta en ese momento que algo dentro de él tendía a rechazarla, o tal vez sentía un rechazo, a secas, y su primera reacción era apartarse. Y para tener esa primera reacción que decía, no resultaba muy lógico haberla atendido y llevado hasta allí. Así que uno de los factores para justificar el galimatías que ella representaba para sus sentidos estaba en esa contradicción entre retroceso y magnetismo, aunque por el momento fuera un magnetismo aparentemente casual. Tampoco se había marchado de la cafetería, ¿aquello también era algo casual?
En fin. Con esta actitud y esos giros de campana repentinos, no, estaba claro que fuese cual fuese el resultado de su vagar por las calles de París no iba a obtener un resultado algo balsámico.
Justo cuando apartaba la vista de la joven otra vez y se llevaba la taza a los labios con la intención definitiva de engullir lo que quedaba, el destino tuvo que estamparle aquella momentánea certeza en la cara y corroborarle que alguien como él no tenía derecho a descansar lo incansable. Como si la cabeza de un enfermo reposara alguna vez.
Primero escuchó cómo la chica decía algo, volviendo finalmente al mundo real (o al mundo en el que Dennis también se hallaba consciente) y la respuesta del licántropo fue dejar el recipiente en la mesa con un movimiento suave, pero contundente, y así su análisis la embistió con un afán más intenso, de repente interesado en ir más allá de las meras sensaciones. Se inclinó inconscientemente hacia ella, pero el instinto no le traicionó por mucho tiempo cuando su caótica respuesta al encontrarse con sus ojos tambaleó toda la posible calma de la cafetería. Y del interior de Dennis.
Tú... ¡Aléjate de mí, monstruo!
El hombre se puso en pie casi al mismo tiempo que la muchacha se retorcía contra la pared, horrorizada ante la presencia de nada más ni nada menos que la persona que la había ayudado. Supo que su expresión facial se estaba viendo tan reveladora como la de ella, pues aquel grito y aquella mirada no sólo le habían arrojado fuera de una tranquilidad tan apreciada como eventual, habían penetrado hasta donde pocos conseguían asomarse y no importaba si aquella niñata desquiciada lo aprovechaba para acecharle o no, porque Dennis ya se sentía observado. Observado por algo que no había hecho, acusado de haberse movido con la misma cautela y la misma urgencia de quedarse con todo el peligro, apartándolo de los demás.
Las barreras de su cerebro empezaron a encorvarse, a hacer aspavientos como si fueran molinos en mitad de un descampado, y se entrechocaron entre ellas hasta que el raciocinio empezó a funcionar a la vez, o mejor dicho, empezó a escuchar la vocecita que le indicaba cómo seguir aparentando cordura en aquellas situaciones. Dirigió un vistazo rápido al resto de la estancia, sólo ocupada por un par de clientes más y los responsables del lugar, tan sorprendidos como ellos e igualmente pendientes de la maldita escena. Se estarían imaginando lo peor y todo en contra de Dennis, por supuesto, que antes de traerla allí bien podría haberle hecho vete a saber qué a la estúpida vagabunda que ahora les obsequiaba con aquel numerito, y bien podrían los mismos testigos obrar en consecuencia, haciendo llamar a las fuerzas del orden o echando al luxemburgués de la cafetería. Pero hicieran lo que hicieran, el caso es que lo conocían de antes, sabían su nombre y, más importante, su apellido, de modo que aquella bromita podía ocasionarle problemas en sociedad, si a alguno le apetecía ir aireando esa anécdota como pescado fresco.
Definitivamente, en mala hora se atrevió a experimentar con el altruismo, como si el que practicaba día a día no fuera ya un reto tan sobrehumano como su licantropía.
Cuando optó por actuar de una vez por todas, lo hizo sin ningún tipo de pausa. Caminó hacia la salida, no sin antes pasar junto a la demente y apresarla de la muñeca para que le siguiera. Depositó sobre la barra en monedas una cantidad mayor por lo que había consumido, excusándose a los dueños con un 'Está demasiado nerviosa, mejor será que no arme un escándalo' mientras abría la puerta tras los forcejeos de su acompañante y ambos salían de allí. Ni siquiera se paró a respirar hondo al verse ya alejado de un lugar público donde era oficialmente conocido y continuó arrastrando a la joven unos cuantos metros más, los suficientes para que ya no pudieran ser observados desde la cafetería.
¡¿Qué diablos te pasa?! ¡¿Quién demonios te has creído que eres?! –le espetó, en tanto circulaban entre el resto de caminantes nocturnos- ¡No te conozco de nada y te he salvado de quedarte tirada en la calle como una vulgar rata! ¡Si esto es todo lo que das de ti, apártate de mi vista! ¡¿Me has oído?! -el agarre de sus dedos debía de doler, pero estaba demasiado obcecado como para preocuparse de si empleaba una fuerza mayor de la necesaria- ¡No pienso volver a casa con problemas que ni siquiera he buscado!
Torcieron una esquina en la que había menos gente y él lo aprovechó para soltarle la muñeca, sin detener sus pisadas o volver la vista atrás. Debía olvidarse cuanto antes de todo eso, el mal trago que acababa de experimentar no se le iría en un buen rato y todavía notaba cómo las cavidades de su locura presionaban continuamente hacia fuera. Frunció el ceño y aceleró el paso, procurando ser parte casual de la escasa multitud para no convertirse en el centro de las miradas, si a aquella condenada chiflada se le ocurría gritarle como antes.
A pesar de todo y haciendo honor a sus constantes desequilibrios, Dennis no pudo resistirse y volteó la cabeza para fijarse nuevamente en ella, alimentando esa contradicción que le transmitía con una irremediable insistencia en el extremo donde, contrario al retroceso, estaba el magnetismo.
Dennis Vallespir- Licántropo Clase Alta
- Mensajes : 242
Fecha de inscripción : 14/02/2012
Localización : Bajo el dedo de Judith
DATOS DEL PERSONAJE
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Re: Upside Down Kingdom {Privado} {+18}
Si el coco me atacaba, yo lo mataría, así de sencillo. Al menos, parecía fácil cuando me lo repetía, aunque supiera que no lo era tanto. Él tenía ojos por todas partes, me estudiaba, me perseguía y sabía lo que hacía en cada momento. No me dejaba en paz... Y nunca dejaría de hacerlo, ¿verdad?
Bien, ¡lo vas entendiendo! Eso es lo que tú te mereces.
No entendía por qué, pero él me había puesto la vista encima y yo era su presa. Daba igual que fuera una simple sombra o un hombr... ¿Un hombre? No, no parecía emitir lo mismo que los hombres. Aquel no era un hombre, ¡era el coco! Pero era el coco vestido de lobo, ¿hasta dónde llegaba su poder que podía tomar formas incluso animales? ¡Era una bestia, una que me mataría ahora que no tenía matalobos en mi poder! Maldije interiormente, con los ojos clavados hostilmente en él y trazando un plan.
Podía correr, seguro que era rápida y si lo hacía ahora le sacaría una ventaja suficiente para ir al jardín botánico, coger un poco de luparia y... No, ¿a quién quería engañar? ¡Él era el coco, me había perseguido incansablemente por París y seguiría haciéndolo! Seguro que incluso sabía lo que me estaba pasando por la mente en aquel momento y tenía algún remedio contra el matalobos... ¿Qué más, qué más podía existir? ¡Plata!
Pero tú no tienes plata, porque eres una sucia mendiga que vive bajo el puente presa de las pesadillas de su mente, los engaños que tienes que escuchar para no asimilar que has matado a tus hermanos.
¡Basta, vosotros también no! Conseguiría algo de plata y lo mataría, seguro que en aquel local había algo y podía clavárselo en el corazón y... ¿Qué estaba haciendo! Me cogió con fuerza, más de la que era necesaria porque me hacía daño, y sin darme tiempo a poder coger ningún arma de plata de las que seguro que escondían allí teniendo al coco como cliente (ja, sé que lo sabéis, ¡a mí no me engañáis!), me sacó a rastras como si fuera el perro. ¡Eso lo serás tú, coco del demonio!
Sí, es un perro, pero también es mucho más, y te matará.
No... No iba a matarme. No lo permitiría, ¡eso nunca! Quizá en cuanto encontrara a mis hermanos, pero ¿qué estaba diciendo? ¡Falacias, eso era! No iba a encontrar a mi familia y después morirme sin haberme vengado de mi padre y sin haber disfrutado de su compañía, todos juntos una vez más salvo él, su asesino. Claro que no iba a permitirlo... ¿Por quién me estaban tomando todos, el coco el primero?
Pero escúchalo, atiende a sus palabras llenas de razón, pequeña loca.
¿Qué él no se había buscado nada? ¿Que no era su culpa? ¿Que me había librado de estar en la calle tirada como una rata? ¡Y era yo la que no sabía nada de él? ¡Maldito coco mentiroso! Quería matarme, humillarme y después herirme, no necesariamente en aquel orden, pero yo no lo permitiría, y mucho menos de él, que me estaba arrastrando como si fuera una muñeca, igual que Scarlet, por las calles de París. ¡Quería que todos vieran mi humillación, quería alimentar su ego y tener público a la hora de mi muerte! Porque eso es lo que más anhelaba, que dejara de estar viva. Y eso era lo que yo jamás le permitiría.
Pero ¿qué es lo que dices, si te ha soltado?
Sí, me había soltado, pero se había girado para no perderme de vista. Menudo espectáculo, una chica abrazándose el pecho, con las manos en los brazos enrojecidos por su agarre, y con aspecto de estar deseando su muerte. Lo hacía... Deseaba hacerle pagar por todo lo que me había hecho, por el daño de mis pobres bracitos y por querer matarme, eso sobre todo. Alguien como él no me impediría encontrar a mis hermanos, y todo el miedo que había sentido iba convirtiéndose poco a poco en odio.
– ¿Quién te crees tú que eres, ocultándote bajo un cuerpo de lobo? Monstruo, eres un animal, una bestia, ¡pero en cambio soy yo a la que llamas rata! ¿No es gracioso? No, ya, lo sé... Es patético. – espeté, arrastrando las palabras y mirándolo con los ojos entrecerrados.
Te estás metiendo en la boca del todo.
Sí, y literalmente también, ¿desde cuándo os habéis vuelto graciosos? Pensaba que hoy os tocaba hostilidad...
¿Llamas hostilidad a advertirte de lo que te mereces y de lo que te pasará? Curioso uso del término, Alchemilla. Deberías hacértelo mirar.
Ellos no sabían nada, no tenían ni idea, y yo podía cuidarme sola. Mataría a ese coco que me había herido, o al menos lo heriría tanto como él quería herirme a mí. No sabía, ni tampoco me importaba, si tenía familia, ¡pero yo sí lo hacía, y quería reunirme con ella! ¿Qué parte de eso le provocaba tal rechazo que me lo quería impedir? No lo entendía.
Quizá él sabe que te estás engañando a ti misma porque no tienes familia, tú la mataste. ¿Recuerdas?
No, eso es mentira, basta, ¡basta ya de una vez! Yo no he matado a nadie de mi familia, ellos están cautivos porque mi padre se los llevo, ellos están bien, ellos están bien, ellos están...
...muertos. Ellos están muertos. Tu padre murió desangrado; tu hermana, quemada; tu hermano, ahogado. ¿Y recuerdas a tu madre? A ella la mataste abriendo la ventana cuando estaba enferma para que se encargaran las corrientes de aire.
No, eso es mentira. Y el coco seguía mirándome con esos ojos de monstruo, tan claros como los míos y que me quemaban con la fuerza de una hoguera, la que... No. Nada había quemado a Alessa, ella estaba viva y bien, tan parecida a mí como siempre. Y aunque eso fuera verdad (que no lo era, ¡no lo era!), seguiría estando yo como recuerdo de las gemelas Gillespie. Sí. Él no me lo quitaría.
Pues haz algo, ¿no? A ver si te mata de una vez...
¡Estúpidos! Me acerqué a él y lo miré de cerca. Así no parecía tan amenazador, pero seguía queriendo matarme, o al menos me odiaba sin motivo. ¡Yo no le había hecho nada! Sólo escapaba de él, me había librado de su persecución y la había tomado conmigo sin motivo, así que era él quien tenía que disculparse y no lo haría, seguro. Los monstruos no piden disculpas.
– Pero eres tú quien se ha buscado los problemas. Yo no he sido. Tú me perseguías, monstruo, y yo no te he provocado. Al menos, no hasta ahora... – le dije, encogiéndome de hombros y sonriendo después, con una mueca sádica que debía haberle avisado de antemano de mis intenciones.
No serás capaz...
Sí, sí seré capaz. Levanté una mano, le arañé la mejilla y salí corriendo en dirección contraria. Aquello serviría para distraerlo y que no volviera a por mí, esperaba, así que podría huir de su vista. Me conocía los callejones de parís respetablemente bien, ni siendo un lobo podría encontrarme, estaría a salvo por fin y podría retomar mi búsqueda de Alessa y Josh...
¿Y el monstruo es él? No, el monstruo eres tú, Alchemilla Pendleton.
¡No es Pendleton! Es Gillespie... Yo no soy como mi padre. Yo no soy una asesina. Yo no capturo a mis hermanos. Yo sólo huyo del destino... y del coco. Yo huyo para que el coco no me coma.
Bien, ¡lo vas entendiendo! Eso es lo que tú te mereces.
No entendía por qué, pero él me había puesto la vista encima y yo era su presa. Daba igual que fuera una simple sombra o un hombr... ¿Un hombre? No, no parecía emitir lo mismo que los hombres. Aquel no era un hombre, ¡era el coco! Pero era el coco vestido de lobo, ¿hasta dónde llegaba su poder que podía tomar formas incluso animales? ¡Era una bestia, una que me mataría ahora que no tenía matalobos en mi poder! Maldije interiormente, con los ojos clavados hostilmente en él y trazando un plan.
Podía correr, seguro que era rápida y si lo hacía ahora le sacaría una ventaja suficiente para ir al jardín botánico, coger un poco de luparia y... No, ¿a quién quería engañar? ¡Él era el coco, me había perseguido incansablemente por París y seguiría haciéndolo! Seguro que incluso sabía lo que me estaba pasando por la mente en aquel momento y tenía algún remedio contra el matalobos... ¿Qué más, qué más podía existir? ¡Plata!
Pero tú no tienes plata, porque eres una sucia mendiga que vive bajo el puente presa de las pesadillas de su mente, los engaños que tienes que escuchar para no asimilar que has matado a tus hermanos.
¡Basta, vosotros también no! Conseguiría algo de plata y lo mataría, seguro que en aquel local había algo y podía clavárselo en el corazón y... ¿Qué estaba haciendo! Me cogió con fuerza, más de la que era necesaria porque me hacía daño, y sin darme tiempo a poder coger ningún arma de plata de las que seguro que escondían allí teniendo al coco como cliente (ja, sé que lo sabéis, ¡a mí no me engañáis!), me sacó a rastras como si fuera el perro. ¡Eso lo serás tú, coco del demonio!
Sí, es un perro, pero también es mucho más, y te matará.
No... No iba a matarme. No lo permitiría, ¡eso nunca! Quizá en cuanto encontrara a mis hermanos, pero ¿qué estaba diciendo? ¡Falacias, eso era! No iba a encontrar a mi familia y después morirme sin haberme vengado de mi padre y sin haber disfrutado de su compañía, todos juntos una vez más salvo él, su asesino. Claro que no iba a permitirlo... ¿Por quién me estaban tomando todos, el coco el primero?
Pero escúchalo, atiende a sus palabras llenas de razón, pequeña loca.
¿Qué él no se había buscado nada? ¿Que no era su culpa? ¿Que me había librado de estar en la calle tirada como una rata? ¡Y era yo la que no sabía nada de él? ¡Maldito coco mentiroso! Quería matarme, humillarme y después herirme, no necesariamente en aquel orden, pero yo no lo permitiría, y mucho menos de él, que me estaba arrastrando como si fuera una muñeca, igual que Scarlet, por las calles de París. ¡Quería que todos vieran mi humillación, quería alimentar su ego y tener público a la hora de mi muerte! Porque eso es lo que más anhelaba, que dejara de estar viva. Y eso era lo que yo jamás le permitiría.
Pero ¿qué es lo que dices, si te ha soltado?
Sí, me había soltado, pero se había girado para no perderme de vista. Menudo espectáculo, una chica abrazándose el pecho, con las manos en los brazos enrojecidos por su agarre, y con aspecto de estar deseando su muerte. Lo hacía... Deseaba hacerle pagar por todo lo que me había hecho, por el daño de mis pobres bracitos y por querer matarme, eso sobre todo. Alguien como él no me impediría encontrar a mis hermanos, y todo el miedo que había sentido iba convirtiéndose poco a poco en odio.
– ¿Quién te crees tú que eres, ocultándote bajo un cuerpo de lobo? Monstruo, eres un animal, una bestia, ¡pero en cambio soy yo a la que llamas rata! ¿No es gracioso? No, ya, lo sé... Es patético. – espeté, arrastrando las palabras y mirándolo con los ojos entrecerrados.
Te estás metiendo en la boca del todo.
Sí, y literalmente también, ¿desde cuándo os habéis vuelto graciosos? Pensaba que hoy os tocaba hostilidad...
¿Llamas hostilidad a advertirte de lo que te mereces y de lo que te pasará? Curioso uso del término, Alchemilla. Deberías hacértelo mirar.
Ellos no sabían nada, no tenían ni idea, y yo podía cuidarme sola. Mataría a ese coco que me había herido, o al menos lo heriría tanto como él quería herirme a mí. No sabía, ni tampoco me importaba, si tenía familia, ¡pero yo sí lo hacía, y quería reunirme con ella! ¿Qué parte de eso le provocaba tal rechazo que me lo quería impedir? No lo entendía.
Quizá él sabe que te estás engañando a ti misma porque no tienes familia, tú la mataste. ¿Recuerdas?
No, eso es mentira, basta, ¡basta ya de una vez! Yo no he matado a nadie de mi familia, ellos están cautivos porque mi padre se los llevo, ellos están bien, ellos están bien, ellos están...
...muertos. Ellos están muertos. Tu padre murió desangrado; tu hermana, quemada; tu hermano, ahogado. ¿Y recuerdas a tu madre? A ella la mataste abriendo la ventana cuando estaba enferma para que se encargaran las corrientes de aire.
No, eso es mentira. Y el coco seguía mirándome con esos ojos de monstruo, tan claros como los míos y que me quemaban con la fuerza de una hoguera, la que... No. Nada había quemado a Alessa, ella estaba viva y bien, tan parecida a mí como siempre. Y aunque eso fuera verdad (que no lo era, ¡no lo era!), seguiría estando yo como recuerdo de las gemelas Gillespie. Sí. Él no me lo quitaría.
Pues haz algo, ¿no? A ver si te mata de una vez...
¡Estúpidos! Me acerqué a él y lo miré de cerca. Así no parecía tan amenazador, pero seguía queriendo matarme, o al menos me odiaba sin motivo. ¡Yo no le había hecho nada! Sólo escapaba de él, me había librado de su persecución y la había tomado conmigo sin motivo, así que era él quien tenía que disculparse y no lo haría, seguro. Los monstruos no piden disculpas.
– Pero eres tú quien se ha buscado los problemas. Yo no he sido. Tú me perseguías, monstruo, y yo no te he provocado. Al menos, no hasta ahora... – le dije, encogiéndome de hombros y sonriendo después, con una mueca sádica que debía haberle avisado de antemano de mis intenciones.
No serás capaz...
Sí, sí seré capaz. Levanté una mano, le arañé la mejilla y salí corriendo en dirección contraria. Aquello serviría para distraerlo y que no volviera a por mí, esperaba, así que podría huir de su vista. Me conocía los callejones de parís respetablemente bien, ni siendo un lobo podría encontrarme, estaría a salvo por fin y podría retomar mi búsqueda de Alessa y Josh...
¿Y el monstruo es él? No, el monstruo eres tú, Alchemilla Pendleton.
¡No es Pendleton! Es Gillespie... Yo no soy como mi padre. Yo no soy una asesina. Yo no capturo a mis hermanos. Yo sólo huyo del destino... y del coco. Yo huyo para que el coco no me coma.
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Re: Upside Down Kingdom {Privado} {+18}
No se había enfrentado a nadie cuerpo a cuerpo, ni como persona humana ni como criatura sobrenatural, y a pesar de todo, sabía que podía rajar un esqueleto por la mitad en menos de lo que tardaría su mente en cambiarle las cosas de sitio (cosa que ocurría siempre y prácticamente a cada minuto). Aquel día estaba muy lejos de formar parte del tétrico calendario de sus transformaciones y, aun así, no le hacía falta aullarle a la luna para que los instintos de un animal salvaje se apoderasen de él, sustituyendo a la razón. Había tantas cosas empeñadas en hacer eso: su personalidad, sus desequilibrios mentales, la coraza con la que se venía protegiendo desde mucho antes de ser mordido por un lobo… La ceguera de su naturaleza macabra sólo era otro ladrillo en la colección, y a veces hasta dudaba que el más preocupante.
Tenía que controlarse, tenía que apelar al yo que pisaba con fuerza sobre el mismo suelo en el que los demás se movían y esquivaban sus garras sólo porque conseguía estarse lo suficientemente quieto como para que lo vieran venir. Las palabras de la condenada chiquilla conseguían empujarle a patadas, a golpes certeros que sólo podían hacer efecto porque los habían construido con la misma locura. Le obligaban a chocar con el resto, a que le descubrieran demasiado tarde, cuando el dolor ya estaba hecho. ¿Y qué cojones pasaba con su dolor? ¿Por qué alguien tan poco preparado para la vida social debía andar pendiente de si hería o no a las mismas personas frente a las que no podía ni quería abrirse?
Sus puños se cerraron al mismo tiempo que las zancadas de la chica fueron lo bastante temerarias como para recuperar una distancia igual de escasa que momentos antes en la cafetería y tras eso, el resto de su silueta se frenó para contemplarla de nuevo desde su, más que superior, altura, usándola para remarcar las diferencias, sentirse seguro o intimidarla, la verdad que sencillamente agachó un poco la cabeza y la miró directo a los ojos. Punto. A su cabeza le encantaba empezar a formar puzles para luego romperlos y que salieran volando de un soplido, como buen lobo que era, y todo iba bien o mal hasta que las piezas quedaban desperdigadas, entremezcladas entre sí, y ya no había forma de darles una apariencia lógica.
La mirada se le empezó a cansar, notaba cómo las pupilas le tentaban a bizquear, pero permanecieron así, clavadas en el rostro de la desconocida y por un instante incluso creyó que el sudor que amenazaba sus puños era sangre. Una sangre muy parecida a la que debía de estar vapuleándole por dentro, alimentando una ira que ni siquiera creía que fuera suya. O tal vez sí lo era, porque contagiada o no, se sentía viva y asquerosamente real en su interior, donde apenas quedaba sitio para acordarse de cuándo había empezado, de por qué le afectaban tanto aquellos comentarios hechos con una clara y perturbada incongruencia. No podía ser que ella supiera realmente de su naturaleza sobrenatural así, por las buenas, y estaba completamente seguro de no haberla visto nunca antes. ¿Tendría alguna clase de habilidad? ¿Algún poder mágico? Joder. Viniendo ya estropeado de fábrica, su raciocinio iba a saltar en pedazos, y ah, sí, ¡había más que suficiente con los que le mantenían ocupado en su bipolaridad!
La pura verdad se reducía a lo de siempre, a algo que podía responder muchas preguntas acerca de la figura de Dennis Vallespir: era un crío, seguía siendo un crío. Un crío que no soportaba que le llamaran poco discreto a la cara, un crío harto de no entender nada de lo que le estaba diciendo esa otra cría y que, al mismo tiempo, sabía que guardaba relación con el efecto de la luna llena en su piel y en sus ideas. Ese crío vivía con la apariencia de un adulto, bajo la carne más pútrida y blasfema de la licantropía y ahora debía controlar sus impulsos en público para no matarlos a todos y cada uno, empezando por la persona que había hecho de su inocente paseo una olla hirviendo. Y no… ya que la había interpuesto con tanta desfachatez en su camino, Dennis no caería solo en ella.
Tienes suerte de creer que las ratas son bestias cuando no me extrañaría que te alimentaras de ellas –respondió, cuando además de los puños, sus dientes rechinaron entre sí, bien para hacer la conversación más íntima a pesar de todo, bien porque sencillamente era lo que le pedía el cuerpo-. Patético es que estés tan loca y no tengas ni la jodida decencia de quedártelo para ti sola.
El arañazo con el que la chica pasó a cruzarle la mejilla rompió de manera definitiva las barreras que aún restaban entre su mente y lo que había fuera, abrió la puerta tapiada con recuerdos, imaginación y negación. Entonces los grilletes desaparecieron, el redondel más fulgurante del cielo dejó de ser necesario y el niño se confundió con la bestia, porque ambos también se hicieron pedazos al mismo tiempo y ya no hubo manera rápida de distinguirlos.
Dennis permaneció en la posición que le había dejado el placaje de las uñas de la muchacha, y no movió ni un pelo hasta que ésta salió corriendo y se perdió entre el gentío. No fue hasta transcurridos unos segundos que giró el cuello lentamente y volvió a mirar al frente, ya sin ningún atisbo de cordura en la clara tonalidad de sus pupilas.
Apenas necesitó desperdiciar una milésima más e hizo uso de una de sus habilidades sobrenaturales: su visión instantáneamente fue sustituida por la de la chica, primero sin que ésta lo supiera, identificando así el sitio exacto por el que se escabullía, y en lugar de seguirla, salió corriendo en otra dirección, la que sabía que llevaba exactamente a los mismos callejones, sólo que en sentido contrario. De esta manera, cuando finalmente se reencontró de cara a ella, no le dio tiempo a que pudiera echarse atrás y consiguió paralizarla al utilizar de nuevo sus poderes, esa vez al compartirle lo que él estaba viendo; a ella. Tras esto, Alchemilla se contempló a sí misma paralizada y presa del terror que le causaba Dennis.
El hombre aprovechó su confusión y la agarró de los hombros para levantarla del suelo y estampar toda su espalda contra una de las estrechas paredes entre las que se encontraban, ahora completamente solos. Dejó de usar la visión compartida para atormentarla de nuevo consigo mismo, zarandeándola sin parar, sin control en una sola parte de su cuerpo o de su alma.
¡Yo no te perseguía, hija de puta! –rugía, y conforme más la zarandeaba, más se deslizaba ésta contra su cuerpo, de manera que la joven se sentía caer, pero no acababa de tocar el suelo porque la furia del licántropo se lo impedía- ¡Yo no te perseguía y al final lo he acabado haciendo por tu culpa! –creyó que iba a violarla allí mismo, notó cómo el calor del contacto le devolvía a esa necesidad de desquitarse tan próxima a la transformación que sólo le ofrecía la carne- ¡¿De qué crees que me conoces?! ¡¿Quién eres y qué quieres de mí? ¡¿Por qué me llamas monstruo?! –no hizo nada de eso, a pesar de todo, no lo hizo porque en medio del caos completo, su mente era muchísimo más poderosa que su cuerpo- ¡Lo único que se ha ganado ese nombre está en tus ojos, no en mí! ¡Podría ser tu aliado y no haces más que convertirme en tu propio miedo! –y también porque antes de ser una bestia, era un niño- ¡¡No me arrastres contigo o será lo último que hagamos los dos!!
Tenía que controlarse, tenía que apelar al yo que pisaba con fuerza sobre el mismo suelo en el que los demás se movían y esquivaban sus garras sólo porque conseguía estarse lo suficientemente quieto como para que lo vieran venir. Las palabras de la condenada chiquilla conseguían empujarle a patadas, a golpes certeros que sólo podían hacer efecto porque los habían construido con la misma locura. Le obligaban a chocar con el resto, a que le descubrieran demasiado tarde, cuando el dolor ya estaba hecho. ¿Y qué cojones pasaba con su dolor? ¿Por qué alguien tan poco preparado para la vida social debía andar pendiente de si hería o no a las mismas personas frente a las que no podía ni quería abrirse?
Sus puños se cerraron al mismo tiempo que las zancadas de la chica fueron lo bastante temerarias como para recuperar una distancia igual de escasa que momentos antes en la cafetería y tras eso, el resto de su silueta se frenó para contemplarla de nuevo desde su, más que superior, altura, usándola para remarcar las diferencias, sentirse seguro o intimidarla, la verdad que sencillamente agachó un poco la cabeza y la miró directo a los ojos. Punto. A su cabeza le encantaba empezar a formar puzles para luego romperlos y que salieran volando de un soplido, como buen lobo que era, y todo iba bien o mal hasta que las piezas quedaban desperdigadas, entremezcladas entre sí, y ya no había forma de darles una apariencia lógica.
La mirada se le empezó a cansar, notaba cómo las pupilas le tentaban a bizquear, pero permanecieron así, clavadas en el rostro de la desconocida y por un instante incluso creyó que el sudor que amenazaba sus puños era sangre. Una sangre muy parecida a la que debía de estar vapuleándole por dentro, alimentando una ira que ni siquiera creía que fuera suya. O tal vez sí lo era, porque contagiada o no, se sentía viva y asquerosamente real en su interior, donde apenas quedaba sitio para acordarse de cuándo había empezado, de por qué le afectaban tanto aquellos comentarios hechos con una clara y perturbada incongruencia. No podía ser que ella supiera realmente de su naturaleza sobrenatural así, por las buenas, y estaba completamente seguro de no haberla visto nunca antes. ¿Tendría alguna clase de habilidad? ¿Algún poder mágico? Joder. Viniendo ya estropeado de fábrica, su raciocinio iba a saltar en pedazos, y ah, sí, ¡había más que suficiente con los que le mantenían ocupado en su bipolaridad!
La pura verdad se reducía a lo de siempre, a algo que podía responder muchas preguntas acerca de la figura de Dennis Vallespir: era un crío, seguía siendo un crío. Un crío que no soportaba que le llamaran poco discreto a la cara, un crío harto de no entender nada de lo que le estaba diciendo esa otra cría y que, al mismo tiempo, sabía que guardaba relación con el efecto de la luna llena en su piel y en sus ideas. Ese crío vivía con la apariencia de un adulto, bajo la carne más pútrida y blasfema de la licantropía y ahora debía controlar sus impulsos en público para no matarlos a todos y cada uno, empezando por la persona que había hecho de su inocente paseo una olla hirviendo. Y no… ya que la había interpuesto con tanta desfachatez en su camino, Dennis no caería solo en ella.
Tienes suerte de creer que las ratas son bestias cuando no me extrañaría que te alimentaras de ellas –respondió, cuando además de los puños, sus dientes rechinaron entre sí, bien para hacer la conversación más íntima a pesar de todo, bien porque sencillamente era lo que le pedía el cuerpo-. Patético es que estés tan loca y no tengas ni la jodida decencia de quedártelo para ti sola.
El arañazo con el que la chica pasó a cruzarle la mejilla rompió de manera definitiva las barreras que aún restaban entre su mente y lo que había fuera, abrió la puerta tapiada con recuerdos, imaginación y negación. Entonces los grilletes desaparecieron, el redondel más fulgurante del cielo dejó de ser necesario y el niño se confundió con la bestia, porque ambos también se hicieron pedazos al mismo tiempo y ya no hubo manera rápida de distinguirlos.
Dennis permaneció en la posición que le había dejado el placaje de las uñas de la muchacha, y no movió ni un pelo hasta que ésta salió corriendo y se perdió entre el gentío. No fue hasta transcurridos unos segundos que giró el cuello lentamente y volvió a mirar al frente, ya sin ningún atisbo de cordura en la clara tonalidad de sus pupilas.
Apenas necesitó desperdiciar una milésima más e hizo uso de una de sus habilidades sobrenaturales: su visión instantáneamente fue sustituida por la de la chica, primero sin que ésta lo supiera, identificando así el sitio exacto por el que se escabullía, y en lugar de seguirla, salió corriendo en otra dirección, la que sabía que llevaba exactamente a los mismos callejones, sólo que en sentido contrario. De esta manera, cuando finalmente se reencontró de cara a ella, no le dio tiempo a que pudiera echarse atrás y consiguió paralizarla al utilizar de nuevo sus poderes, esa vez al compartirle lo que él estaba viendo; a ella. Tras esto, Alchemilla se contempló a sí misma paralizada y presa del terror que le causaba Dennis.
El hombre aprovechó su confusión y la agarró de los hombros para levantarla del suelo y estampar toda su espalda contra una de las estrechas paredes entre las que se encontraban, ahora completamente solos. Dejó de usar la visión compartida para atormentarla de nuevo consigo mismo, zarandeándola sin parar, sin control en una sola parte de su cuerpo o de su alma.
¡Yo no te perseguía, hija de puta! –rugía, y conforme más la zarandeaba, más se deslizaba ésta contra su cuerpo, de manera que la joven se sentía caer, pero no acababa de tocar el suelo porque la furia del licántropo se lo impedía- ¡Yo no te perseguía y al final lo he acabado haciendo por tu culpa! –creyó que iba a violarla allí mismo, notó cómo el calor del contacto le devolvía a esa necesidad de desquitarse tan próxima a la transformación que sólo le ofrecía la carne- ¡¿De qué crees que me conoces?! ¡¿Quién eres y qué quieres de mí? ¡¿Por qué me llamas monstruo?! –no hizo nada de eso, a pesar de todo, no lo hizo porque en medio del caos completo, su mente era muchísimo más poderosa que su cuerpo- ¡Lo único que se ha ganado ese nombre está en tus ojos, no en mí! ¡Podría ser tu aliado y no haces más que convertirme en tu propio miedo! –y también porque antes de ser una bestia, era un niño- ¡¡No me arrastres contigo o será lo último que hagamos los dos!!
Última edición por Dennis Vallespir el Miér Abr 10, 2013 7:58 pm, editado 1 vez
Dennis Vallespir- Licántropo Clase Alta
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Localización : Bajo el dedo de Judith
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Re: Upside Down Kingdom {Privado} {+18}
Chocolate, molinillo, corre, corre, ¡que te pillo!
Resultaba muy complicado huir del coco cuando ellos se ponían a canturrear esas estúpidas canciones. ¡No! Él no me va a pillar, ¿por qué demonios os ponéis a entonar cosas de cuando era una niña? Y además mentiras, sucios embustes que no llevarán a ningún sitio, ¡os limpiaré la boca con jabón de Marsella y así aprenderéis, sí!
Correrás, correrás, ¡pero no me pillarás!
Sí, eso estaba mucho mejor... Pero, en sus voces, notaba la burla implícita, y eso no me gustaba. Estaba corriendo tan rápido como me lo permitían mis piernas delgadas y el hambre de mi estómago, pero todo pasaba a un segundo plano cuando lo que veía en mi mente solamente era el camino a seguir. Todo recto. No te detengas. En cuanto entres en los callejones estarás a cubierto... Sí, a salvo. A salvo del coco.
Por eso corría todo lo rápido que pudiera, y me daba igual si la gente me miraba. ¡Que lo hicieran, si querían! No podrían decirle nada al coco porque no daba tiempo a que me vieran la cara, y mi propio pelo enredado y oscuro ayudaba a tapar mis rasgos. Mejor, ¿verdad? Así estaba totalmente segura y a salvo... o eso quería. Ese era mi plan, desde luego.
Pero el coco es demasiado inteligente, porque es un lobo y te huele, ¡te huele!
Podría olerme, pero yo podía confundirlo y, quizá, noquearlo. ¿No había algún hechizo en el libro de mi madre que...? ¡Cuidado! Frené en seco antes siquiera de poder decidirlo. No era el camino lo que veía, era al coco, y luego fue mi propio rostro, desencajado de terror. Estuve tentada a llevarme las manos a la cara para ver si esa era mi cara, porque parecía una máscara griega. Casi quise reírme, y la carcajada se congeló en mi garganta.
No dirás que no te lo hemos advertido...
Sólo estábamos el coco y yo en aquel callejón, yo no me lo explicaba. Conocía los entramados de París como nadie, ¿cómo demonios había conseguido...? Ah, claro. ¡Demonios! Era un coco, tenía que tener ayuda del otro lado, ¿no? Si había muertos y fantasmas, como los que escuchaba y me aconsejaban de vez en cuando, ¿por qué no también aliados suyos? ¡Cómo había podido ser tan tonta de no preverlo...? ¡Estúpida, estúpida cría!
Ni nosotros mismos lo hubiéramos dicho mejor.
No tuve tiempo de reprenderlos, porque el coco estuvo encima de mí en un visto y no visto. Hasta entonces había parecido poco humano, con su cara de rasgos fuertes y ojos fríos, pero ahora no había nada no animal en su expresión. Nada en absoluto. Lo único que se escondía era fuego, ¡fuego azul por el color de sus pupilas!, que lo inundaba y moldeaba todos sus movimientos. Estaba lleno de rabia y de frustración, gritaba y me insultaba, me zarandeaba y sacudía como si fuera un saco de patatas. Mi arañazo brillaba, rojo y sanguinolento, en su mejilla. Sonreí; eso me gustaba.
– Hueles como un monstruo. – susurré, medio ida.
Tenía los ojos muy abiertos, pero los clavaba en la sangre de su mejilla. De repente, aunque él no había parado de sacudirme y seguía algo mareada, ya no dolía nada. Donde había habido molestia, ahora sólo había un agradable calorcillo. Y su sangre me llamaba, me hacía querer verla de cerca, era tan roja... ¿Los cocos sangraban? ¿Y lo hacían como los demás? Qué curioso, ¿no?
Quien juega con fuego...
Oh, ¡callad!
– Mi madre no es puta, ¿sabes? Está muerta. – afirmé, y asentí. Mis palabras tuvieron el efecto deseado: aflojó su sujeción, aunque no llegó a soltarme, y eso me bastó para abalanzarme sobre él y lamer su mejilla lentamente, con fruición, que aumentaba a medida que las gotitas de su sangre se me posaban en la lengua.
– Ah, ¡monstruo!, sabes tan jodidamente bien... – murmuré. Sin darme cuenta, había enredado los dedos en su pelo y me había acercado a él. Todo era para beber mejor de su herida, que incluso succionaba para tener algo más de sangre, pero ¡apenas era un cortecito de nada, muy superficial! Y yo quería más.
¿Te das cuenta de lo que estás haciendo? Te ha atrapado.
¿Qué? ¡No! Yo tengo el control. Sí, yo lo tenía. Por eso pude bajar a su cuello y morderlo, pero para cuando su sangre invadió mi boca me separé de él bruscamente y mi espalda dio contra la dura pared. De fondo, los murmullos lejanos de quienes no sospechaban que estaba domando al coco más salvaje de todos sonaban, lejanos y estúpidos. Ellos nunca sabrían de lo que los había salvado...
La sangre me goteaba de los labios, y mi mordisco abierto brillaba en su cuello. Era tan bonito... Me gustaba verlo. Esparcía por mi cuerpo un extraño calor que nacía en mi interior, y que había sentido alguna vez. Era ira... Sí, tenía que ser eso. Por el coco, que creía que sólo por eso conseguiría que lo obedeciera y me sometiera a su autoridad.
¿Ira, Alchemilla? No, no te confundas.
Pero, si no era ira, ¿qué era? Me resultaba complicado pensar, su sangre me atraía demasiado y quería actuar rápidamente. Sí, eso era lo que me pedía el cuerpo. Tomé impulsó desde la pared y me abalancé sobre él en un placaje perfecto. ¿Qué digo? Más que perfecto. Sólo mi escasa altura impidió que lo tirara al suelo, pero al menos lo desequilibré y pude golpearle el pecho con los puños.
– Tú eres un monstruo porque tú eres el coco. Ya sabes, duérmete niño, duérmete ya, que si no el coco te comerá. No sabía que te gustara tanto que te lo recordaran, ellos no me habían avisado... – primero hablé, luego canturreé, y al final murmuré para mí misma. No lo entendía. – Pero tienes aura de lobo. ¿Qué eres? ¿Coco, lobo, ambas? Bueno, da igual. Eso no quita que seas peligroso. – concluí, con una enorme sonrisa.
Va a atacarte...
No si lo hago yo primero, ¿verdad? Y, con el calor recorriendo poco a poco mi cuerpo, y siendo transformado lentamente en ira alimentada por el miedo, comencé a golpearlo con los puños y las piernas, como una fierecilla rabiosa. Mira, lo parecía... A lo mejor así él se sentía identificado conmigo, con tanta bestia.
Resultaba muy complicado huir del coco cuando ellos se ponían a canturrear esas estúpidas canciones. ¡No! Él no me va a pillar, ¿por qué demonios os ponéis a entonar cosas de cuando era una niña? Y además mentiras, sucios embustes que no llevarán a ningún sitio, ¡os limpiaré la boca con jabón de Marsella y así aprenderéis, sí!
Correrás, correrás, ¡pero no me pillarás!
Sí, eso estaba mucho mejor... Pero, en sus voces, notaba la burla implícita, y eso no me gustaba. Estaba corriendo tan rápido como me lo permitían mis piernas delgadas y el hambre de mi estómago, pero todo pasaba a un segundo plano cuando lo que veía en mi mente solamente era el camino a seguir. Todo recto. No te detengas. En cuanto entres en los callejones estarás a cubierto... Sí, a salvo. A salvo del coco.
Por eso corría todo lo rápido que pudiera, y me daba igual si la gente me miraba. ¡Que lo hicieran, si querían! No podrían decirle nada al coco porque no daba tiempo a que me vieran la cara, y mi propio pelo enredado y oscuro ayudaba a tapar mis rasgos. Mejor, ¿verdad? Así estaba totalmente segura y a salvo... o eso quería. Ese era mi plan, desde luego.
Pero el coco es demasiado inteligente, porque es un lobo y te huele, ¡te huele!
Podría olerme, pero yo podía confundirlo y, quizá, noquearlo. ¿No había algún hechizo en el libro de mi madre que...? ¡Cuidado! Frené en seco antes siquiera de poder decidirlo. No era el camino lo que veía, era al coco, y luego fue mi propio rostro, desencajado de terror. Estuve tentada a llevarme las manos a la cara para ver si esa era mi cara, porque parecía una máscara griega. Casi quise reírme, y la carcajada se congeló en mi garganta.
No dirás que no te lo hemos advertido...
Sólo estábamos el coco y yo en aquel callejón, yo no me lo explicaba. Conocía los entramados de París como nadie, ¿cómo demonios había conseguido...? Ah, claro. ¡Demonios! Era un coco, tenía que tener ayuda del otro lado, ¿no? Si había muertos y fantasmas, como los que escuchaba y me aconsejaban de vez en cuando, ¿por qué no también aliados suyos? ¡Cómo había podido ser tan tonta de no preverlo...? ¡Estúpida, estúpida cría!
Ni nosotros mismos lo hubiéramos dicho mejor.
No tuve tiempo de reprenderlos, porque el coco estuvo encima de mí en un visto y no visto. Hasta entonces había parecido poco humano, con su cara de rasgos fuertes y ojos fríos, pero ahora no había nada no animal en su expresión. Nada en absoluto. Lo único que se escondía era fuego, ¡fuego azul por el color de sus pupilas!, que lo inundaba y moldeaba todos sus movimientos. Estaba lleno de rabia y de frustración, gritaba y me insultaba, me zarandeaba y sacudía como si fuera un saco de patatas. Mi arañazo brillaba, rojo y sanguinolento, en su mejilla. Sonreí; eso me gustaba.
– Hueles como un monstruo. – susurré, medio ida.
Tenía los ojos muy abiertos, pero los clavaba en la sangre de su mejilla. De repente, aunque él no había parado de sacudirme y seguía algo mareada, ya no dolía nada. Donde había habido molestia, ahora sólo había un agradable calorcillo. Y su sangre me llamaba, me hacía querer verla de cerca, era tan roja... ¿Los cocos sangraban? ¿Y lo hacían como los demás? Qué curioso, ¿no?
Quien juega con fuego...
Oh, ¡callad!
– Mi madre no es puta, ¿sabes? Está muerta. – afirmé, y asentí. Mis palabras tuvieron el efecto deseado: aflojó su sujeción, aunque no llegó a soltarme, y eso me bastó para abalanzarme sobre él y lamer su mejilla lentamente, con fruición, que aumentaba a medida que las gotitas de su sangre se me posaban en la lengua.
– Ah, ¡monstruo!, sabes tan jodidamente bien... – murmuré. Sin darme cuenta, había enredado los dedos en su pelo y me había acercado a él. Todo era para beber mejor de su herida, que incluso succionaba para tener algo más de sangre, pero ¡apenas era un cortecito de nada, muy superficial! Y yo quería más.
¿Te das cuenta de lo que estás haciendo? Te ha atrapado.
¿Qué? ¡No! Yo tengo el control. Sí, yo lo tenía. Por eso pude bajar a su cuello y morderlo, pero para cuando su sangre invadió mi boca me separé de él bruscamente y mi espalda dio contra la dura pared. De fondo, los murmullos lejanos de quienes no sospechaban que estaba domando al coco más salvaje de todos sonaban, lejanos y estúpidos. Ellos nunca sabrían de lo que los había salvado...
La sangre me goteaba de los labios, y mi mordisco abierto brillaba en su cuello. Era tan bonito... Me gustaba verlo. Esparcía por mi cuerpo un extraño calor que nacía en mi interior, y que había sentido alguna vez. Era ira... Sí, tenía que ser eso. Por el coco, que creía que sólo por eso conseguiría que lo obedeciera y me sometiera a su autoridad.
¿Ira, Alchemilla? No, no te confundas.
Pero, si no era ira, ¿qué era? Me resultaba complicado pensar, su sangre me atraía demasiado y quería actuar rápidamente. Sí, eso era lo que me pedía el cuerpo. Tomé impulsó desde la pared y me abalancé sobre él en un placaje perfecto. ¿Qué digo? Más que perfecto. Sólo mi escasa altura impidió que lo tirara al suelo, pero al menos lo desequilibré y pude golpearle el pecho con los puños.
– Tú eres un monstruo porque tú eres el coco. Ya sabes, duérmete niño, duérmete ya, que si no el coco te comerá. No sabía que te gustara tanto que te lo recordaran, ellos no me habían avisado... – primero hablé, luego canturreé, y al final murmuré para mí misma. No lo entendía. – Pero tienes aura de lobo. ¿Qué eres? ¿Coco, lobo, ambas? Bueno, da igual. Eso no quita que seas peligroso. – concluí, con una enorme sonrisa.
Va a atacarte...
No si lo hago yo primero, ¿verdad? Y, con el calor recorriendo poco a poco mi cuerpo, y siendo transformado lentamente en ira alimentada por el miedo, comencé a golpearlo con los puños y las piernas, como una fierecilla rabiosa. Mira, lo parecía... A lo mejor así él se sentía identificado conmigo, con tanta bestia.
Invitado- Invitado
Re: Upside Down Kingdom {Privado} {+18}
Si algo no le costaba sacar en claro de todo su emblemático desequilibrio era el momento exacto en el que había empezado, quizá porque además, remontarse a cuando su cuerpo se ajustaba a la edad de su mente no le venía mal en esos instantes. Cualquier recuerdo de su asquerosa infantilidad le ayudaría a contraer sus músculos y olvidarse de las putadas de la biología, una biología capaz de actuar con sus graciosas consecuencias hasta en ese tipo de situaciones. Es más, puede que especialmente en ese tipo de situaciones… Se trataba de la biología de ese licántropo, a fin de cuentas, y ni una sola de sus partículas dejaban de ser guiadas por una lógica tan trastornada como la que medía sus pensamientos, y que todo ese arranque de ira le hubiera llevado a sentirla coagulada en la zona menos esperada respondía muy bien a sus patologías. Claro que calificativos como 'bien' o 'mal' llegaba un punto que quedaban fuera de lugar para describir la demencia que le perseguía, resultaba difícil saber cuándo algo iba mejor o peor en aquella especie de universo que crecía en torno a la figura de Dennis Vallespir.
La muchacha seguía sin atender a razones, con o sin un bipolar enfurecido zarandeándola de arriba abajo, y no daba la impresión de entender que cuantas más frases como ésas expulsaba de su boca, más aumentaba ese ruido tan jodidamente abyecto que perforaba la cabeza del hombre, una cabeza más irritante incluso que el propio sonido en sí. Ahora entendía por qué había sido tan inevitable aquel magnetismo que le había impedido marcharse de la cafetería o seguir su camino en mitad de la multitud, posiblemente también haberla dejado tirada en el callejón, uno muy parecido en el que habían terminado de todas maneras. No sabía cómo ni mucho menos por qué, pero esa chiquilla actuaba como imán de toda la basura que pudiera acumularse dentro de él, una basura recolectada en forma de desvaríos, y recuerdos reprimidos, y barreras psíquicas, y bloqueos que luego su origen sobrenatural había retorcido hasta la infinita oscuridad, tan macabra como lo que su cuerpo era capaz de hacer bajo la luna llena. Seguramente debido a que la chiquilla también le estaba mostrando lo que su cuerpo era capaz de hacer sin la excusa de la transformación. Parecía que pudiera transformarlo, pero sin adoptar la apariencia de un lobo. Loca de los cojones, definitivamente apreciaba la estabilidad de Dennis tanto como debía de apreciar su propia vida: nada. Que se callara, por Dios, que se callara de una puta vez.
No obstante, sus palabras trasladaron toda esa enorme irresponsabilidad para con el descontrol de Dennis cuando notó cómo se cernía sobre él y la sangre que había ignorado en su mejilla se mezclaba con la saliva de su boca. La boca de la puta desquiciada que de repente chupaba de su piel como si fuera una sanguijuela. Claro que de haber sido una sanguijuela, esas reacciones que se cebaban con las excentricidades de su biología no seguirían atacándole, ahora con mucha más saña y mucho, mucho más calor. Y aunque generado por ella, no tenía nada que ver con el de la rabia. Se volvía más peligroso conforme más dolor se colaba desde sus labios y al notar cómo una de sus manos se le enredaba en el pelo, los escalofríos descendieron en picado hasta el suelo. El mismo que estuvo a punto de probar después de que ella pasara de absorber de una herida ya hecha a provocarle otra en el cuello. Su garganta profirió un aullido, más de sorpresa que de sufrimiento, que se quedó a medias, de repente preocupado de no correr el riesgo de atraer la presencia de más personas que ni empezarían a entender lo que estaba ocurriendo entre esos dos. Ni siquiera 'esos dos' lo entendían de verdad, al otro lado de los pegajosos límites que colonizaban sus mundos personales.
Rápidamente, la volvió a sujetar por los hombros y a apartarla de su carne lo máximo que podía sin llegar a soltarla, sólo así estaría más quieta, o bueno, ya no sabía qué hostias pensar, porque la mujer no necesitaba moverse para desbarajustar toda su entereza y por mucho que la retuviera, siempre tendría algún resquicio de su silueta retorciéndose bajo sus puños. El pecho le subía y bajaba, la parte de su frente más cercana a sus rizos comenzaba a sudar, su enorme nuez tragaba saliva y se mantenía erguida, señalando a la causa de todos sus males. Y las expresiones que atormentaban su cara… mejor sería que no procurara entenderlas, no le gustaba hacer uso de sus habilidades y volver a la de la visión compartida sólo por una urgencia enfermiza de contemplarse a sí mismo absolutamente ido... le gustaría aún menos. Y ya había pocas cosas que le gustaran de todo aquello, si añadía más sabía cómo acabaría todo.
¡Tú sólo escuchas a las arañas que te pican en el cerebro! ¿Verdad? –rugió y golpeó con fuerza sobrehumana en la pared, junto a la oreja de la joven, hundiéndose en la piedra de tal forma que muchas grietas se abrieron, de repente simbolizando una acertada telaraña a la que, de todas maneras, no prestó atención, centrado en la mujer como se encontraba- ¿No te das cuenta de que estás hablando sola? ¡Yo por lo menos puedo distinguir eso! ¡Te lo advierto, no te conviene ignorar mis preguntas y de momento no has respondido ninguna!
De nuevo, volvió a vérselas con la gravedad y la posición del suelo, aún lejos de todo su cuerpo, aunque siempre a un paso menos, si tenía que seguir presenciando la histeria de la vagabunda de la que no se había librado. Ni tenía pinta de librarse hasta nuevo aviso. La saña con la que empezó a recibir sus golpes colmó la gota del vaso (otro de los tantos que habían alrededor de él y de su aguante respecto a ella), y ni siquiera llegó a sentir como tal ninguna de sus agresiones porque seguidamente caminó hacia delante como si la chica no estuviera en medio y nuevamente la tuvo estampada en el callejón, pero esa vez la verdadera pared la hizo con su cuerpo, mil veces más duro y caliente que la roñosa arquitectura del lugar.
Con una mano le agarró de la cara, entre la mandíbula y el cuello, manteniéndola fija en sus propios ojos, y la otra la colocó más abajo contra el muro, justo entre sus piernas, elevándola hacia arriba sin ningún miramiento para atenazar mucho mejor su escurridiza silueta. A través de la poca cordura que quedaba en su mirada, algo borrosa al tener su cara tan cercana, lo único que atisbó a pensar fue que no quería volver a escucharla hablar, así que atacó su boca como ella había hecho con su cuello, mordiéndole ferozmente en un lugar que tan pronto era labio inferior como se vertía con falsa suavidad en la carne tierna de su barbilla.
La muchacha seguía sin atender a razones, con o sin un bipolar enfurecido zarandeándola de arriba abajo, y no daba la impresión de entender que cuantas más frases como ésas expulsaba de su boca, más aumentaba ese ruido tan jodidamente abyecto que perforaba la cabeza del hombre, una cabeza más irritante incluso que el propio sonido en sí. Ahora entendía por qué había sido tan inevitable aquel magnetismo que le había impedido marcharse de la cafetería o seguir su camino en mitad de la multitud, posiblemente también haberla dejado tirada en el callejón, uno muy parecido en el que habían terminado de todas maneras. No sabía cómo ni mucho menos por qué, pero esa chiquilla actuaba como imán de toda la basura que pudiera acumularse dentro de él, una basura recolectada en forma de desvaríos, y recuerdos reprimidos, y barreras psíquicas, y bloqueos que luego su origen sobrenatural había retorcido hasta la infinita oscuridad, tan macabra como lo que su cuerpo era capaz de hacer bajo la luna llena. Seguramente debido a que la chiquilla también le estaba mostrando lo que su cuerpo era capaz de hacer sin la excusa de la transformación. Parecía que pudiera transformarlo, pero sin adoptar la apariencia de un lobo. Loca de los cojones, definitivamente apreciaba la estabilidad de Dennis tanto como debía de apreciar su propia vida: nada. Que se callara, por Dios, que se callara de una puta vez.
No obstante, sus palabras trasladaron toda esa enorme irresponsabilidad para con el descontrol de Dennis cuando notó cómo se cernía sobre él y la sangre que había ignorado en su mejilla se mezclaba con la saliva de su boca. La boca de la puta desquiciada que de repente chupaba de su piel como si fuera una sanguijuela. Claro que de haber sido una sanguijuela, esas reacciones que se cebaban con las excentricidades de su biología no seguirían atacándole, ahora con mucha más saña y mucho, mucho más calor. Y aunque generado por ella, no tenía nada que ver con el de la rabia. Se volvía más peligroso conforme más dolor se colaba desde sus labios y al notar cómo una de sus manos se le enredaba en el pelo, los escalofríos descendieron en picado hasta el suelo. El mismo que estuvo a punto de probar después de que ella pasara de absorber de una herida ya hecha a provocarle otra en el cuello. Su garganta profirió un aullido, más de sorpresa que de sufrimiento, que se quedó a medias, de repente preocupado de no correr el riesgo de atraer la presencia de más personas que ni empezarían a entender lo que estaba ocurriendo entre esos dos. Ni siquiera 'esos dos' lo entendían de verdad, al otro lado de los pegajosos límites que colonizaban sus mundos personales.
Rápidamente, la volvió a sujetar por los hombros y a apartarla de su carne lo máximo que podía sin llegar a soltarla, sólo así estaría más quieta, o bueno, ya no sabía qué hostias pensar, porque la mujer no necesitaba moverse para desbarajustar toda su entereza y por mucho que la retuviera, siempre tendría algún resquicio de su silueta retorciéndose bajo sus puños. El pecho le subía y bajaba, la parte de su frente más cercana a sus rizos comenzaba a sudar, su enorme nuez tragaba saliva y se mantenía erguida, señalando a la causa de todos sus males. Y las expresiones que atormentaban su cara… mejor sería que no procurara entenderlas, no le gustaba hacer uso de sus habilidades y volver a la de la visión compartida sólo por una urgencia enfermiza de contemplarse a sí mismo absolutamente ido... le gustaría aún menos. Y ya había pocas cosas que le gustaran de todo aquello, si añadía más sabía cómo acabaría todo.
¡Tú sólo escuchas a las arañas que te pican en el cerebro! ¿Verdad? –rugió y golpeó con fuerza sobrehumana en la pared, junto a la oreja de la joven, hundiéndose en la piedra de tal forma que muchas grietas se abrieron, de repente simbolizando una acertada telaraña a la que, de todas maneras, no prestó atención, centrado en la mujer como se encontraba- ¿No te das cuenta de que estás hablando sola? ¡Yo por lo menos puedo distinguir eso! ¡Te lo advierto, no te conviene ignorar mis preguntas y de momento no has respondido ninguna!
De nuevo, volvió a vérselas con la gravedad y la posición del suelo, aún lejos de todo su cuerpo, aunque siempre a un paso menos, si tenía que seguir presenciando la histeria de la vagabunda de la que no se había librado. Ni tenía pinta de librarse hasta nuevo aviso. La saña con la que empezó a recibir sus golpes colmó la gota del vaso (otro de los tantos que habían alrededor de él y de su aguante respecto a ella), y ni siquiera llegó a sentir como tal ninguna de sus agresiones porque seguidamente caminó hacia delante como si la chica no estuviera en medio y nuevamente la tuvo estampada en el callejón, pero esa vez la verdadera pared la hizo con su cuerpo, mil veces más duro y caliente que la roñosa arquitectura del lugar.
Con una mano le agarró de la cara, entre la mandíbula y el cuello, manteniéndola fija en sus propios ojos, y la otra la colocó más abajo contra el muro, justo entre sus piernas, elevándola hacia arriba sin ningún miramiento para atenazar mucho mejor su escurridiza silueta. A través de la poca cordura que quedaba en su mirada, algo borrosa al tener su cara tan cercana, lo único que atisbó a pensar fue que no quería volver a escucharla hablar, así que atacó su boca como ella había hecho con su cuello, mordiéndole ferozmente en un lugar que tan pronto era labio inferior como se vertía con falsa suavidad en la carne tierna de su barbilla.
Dennis Vallespir- Licántropo Clase Alta
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Fecha de inscripción : 14/02/2012
Localización : Bajo el dedo de Judith
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Re: Upside Down Kingdom {Privado} {+18}
El calor... el calor era insoportable, y ellos no dejaban de repetírmelo, ¡como si no lo supiera! Escuchaba sus voces resonar por todas partes, ¿cómo podía decirme el coco que no existían? Falacias, mentiras, sucias artimañas contra nosotros para desequilibrarnos y mandarnos a un rincón donde pudiera devorarnos, ¡pero no lo conseguiría! Yo los escuchaba, aunque deseara no hacerlo, porque lo que me estaban diciendo ya lo sabía. ¿Cómo no hacerlo? ¡Sentía las llamas crepitar por mis venas y extenderse por mi cuerpo con cada latido de mi corazón!
El volcán de tu interior ha entrado en erupción por su culpa.
Sí, era culpa suya y de la ira que me provocaba, pero también lo era de la sangre... ¡Ah, su sangre, esa deliciosa sangre suya que tanto me gustaba! O que tanto me había gustado cuando la había probado. ¿Se suponía que el coco tenía que saber tan bien? ¡No era justo, para nada justo! Y tampoco lo era que tuviera tanta fuerza y me estuviera aprisionando contra él, ¡no!
Estás indefensa, Alchemilla, el coco ha ganado y tú estás disfrutándolo...
Pero ¿qué decís? ¡Mentiras, no son más que mentiras! Yo no lo estaba disfrutand... ¡ah! Su mano se coló donde no debía, y su boca invadió la mía con dientes y sangre, pero no la suya, la mía. Enseguida me abrió heridas en su intento por callarme (porque yo sabía que era eso, ¡por mucho que ellos dijeran lo contrario!), pero yo reaccioné con tanta fuerza o más que él y le clavé las uñas, le rasgué la ropa y alcancé la tierna piel de su pecho... Ah, mucho mejor.
Estáis ciegos y sois incapaces de ver que eso no es rabia... ¡Cuidado, Alchemilla, no sigas por ese camino si quieres quitarnos la razón de que el coco te vencerá!
Pero no, ellos no tenían razón y yo sí. El coco no me iba a hacer (más) daño, sería yo quien dominara, y por eso lo empujé, o más bien lo intenté, porque el condenado era muy fuerte. Su pecho era tan duro que sólo pude hacerle más arañazos con mis uñas rotas y mis dedos pequeños, que se enganchaban casi con su piel y con la tela de su camisa. Me importaba poco su abrigo, y también su chaleco. Me importaban tan poco que en un abrir y cerrar de ojos me deshice de ellos. ¡Ja! La protección de aquellas armaduras hechizadas (porque tenían que ser lo que le daba fuerza) se había desvanecido en cuanto se lo quité.
– ¡No distingues nada si ni siquiera admites que eres el coco! ¡Maldito seas, sucio animal, no se te ocurra decirme que eres tú quien se va a enfadar cuando ellos y yo ya lo estamos! – gruñí, y entonces fue cuando abrí su camisa y los botones le salieron volando uno a uno en mil direcciones, algo que los alertó de nuevo y los sacó de su mutismo momentáneo, en buena hora.
Oh, oh.
¿Oh, oh? ¿A qué demonios estáis refiriéndoos con oh, oh!
Vas a despertar al lobo feroz y no tienes luparia para pelear contra él... ¿Qué vas a hacer sin tu ansiado matalobos, Alchemilla? ¡El coco te destruirá!
Me había olvidado de que el maldito coco olía a lobo, y eso que lo tenía cerca. No, lo tenía muy cerca. Demasiado cerca. Estaba invadiéndome y yo lo estaba invadiendo a él, ¡por eso había roto su camisa! Y su pecho blanco había quedado a la vista, tan ofensivo como sus palabras y sus insultos. ¡Y él qué sabía! Había respondido a lo que me apetecía responder, ¡hasta que él no me dijera por qué era coco y lobo no iba a decir nada más! Pero como no parecía estar dispuesto, tendría que recurrir a la fuerza... yo encantada.
Lo arañé con saña, y pronto hilillos de sangre cayeron por los surcos rojos que había trazado en su pecho. Para evitar que se malgastaran, los lamí y mordí para sacar más, ¡y qué ricos estaban, dioses! Casi tanto como él... Y no me gustaba. El coco tenía que dar miedo (que no me daba), imponer (que sí me imponía) y provocar rechazo, pero no tenía que ser delicioso. Maldito fuera, una y mil veces... Deseé golpearle, y en lugar de eso le estiré de los rizos negros con fuerza y descubrí su cuello. Sus venas palpitaban tan inocentemente, tan ajenas a lo que yo quería hacer...
Pero él va a saber que quieres abrirle la yugular, eso es muy previsible y propio de vampiros, y tú no lo eres... ¡Qué más quisieras!
Tenían razón, era demasiado fácil ir a por esa raíz que palpitaba lentamente en un lateral de su cuello y matarlo. Además, yo no quería hacerlo (aún), era demasiado pronto, así que aproveché para cogerlo por sorpresa, una vez más. Era tan fácil conseguir que él no se esperara mis movimientos...
¿Qué estás planeando...?
¡Es un secreto! O, bueno, lo fue hasta que le mordí la nuez con fuerza e hinqué las uñas de nuevo en su pecho, pero no para arañarlo, sino para penetrar en su carne. El momento en el que titubeó fue el que yo aproveché para tirarlo al suelo, aunque se quedó sentado por desgracia, y para caer yo encima, cómodamente apoyada (o algo así) y con mirada asesina. Creo.
– Eres un coco malo. – murmuré, casi advirtiéndole de que no me la jugara porque me enfadaría (mucho) si lo hacía y, después, dándole un golpe en el pecho, más bien en las heridas que tenía abiertas por el momento. Se le cerrarían pronto, por eso de ser un lobo, así que tenía que aprovechar mientras durara eso poquito que había conseguido hacerle y conseguir que sangrara más... Con eso, por el momento, me bastaba.
El volcán de tu interior ha entrado en erupción por su culpa.
Sí, era culpa suya y de la ira que me provocaba, pero también lo era de la sangre... ¡Ah, su sangre, esa deliciosa sangre suya que tanto me gustaba! O que tanto me había gustado cuando la había probado. ¿Se suponía que el coco tenía que saber tan bien? ¡No era justo, para nada justo! Y tampoco lo era que tuviera tanta fuerza y me estuviera aprisionando contra él, ¡no!
Estás indefensa, Alchemilla, el coco ha ganado y tú estás disfrutándolo...
Pero ¿qué decís? ¡Mentiras, no son más que mentiras! Yo no lo estaba disfrutand... ¡ah! Su mano se coló donde no debía, y su boca invadió la mía con dientes y sangre, pero no la suya, la mía. Enseguida me abrió heridas en su intento por callarme (porque yo sabía que era eso, ¡por mucho que ellos dijeran lo contrario!), pero yo reaccioné con tanta fuerza o más que él y le clavé las uñas, le rasgué la ropa y alcancé la tierna piel de su pecho... Ah, mucho mejor.
Estáis ciegos y sois incapaces de ver que eso no es rabia... ¡Cuidado, Alchemilla, no sigas por ese camino si quieres quitarnos la razón de que el coco te vencerá!
Pero no, ellos no tenían razón y yo sí. El coco no me iba a hacer (más) daño, sería yo quien dominara, y por eso lo empujé, o más bien lo intenté, porque el condenado era muy fuerte. Su pecho era tan duro que sólo pude hacerle más arañazos con mis uñas rotas y mis dedos pequeños, que se enganchaban casi con su piel y con la tela de su camisa. Me importaba poco su abrigo, y también su chaleco. Me importaban tan poco que en un abrir y cerrar de ojos me deshice de ellos. ¡Ja! La protección de aquellas armaduras hechizadas (porque tenían que ser lo que le daba fuerza) se había desvanecido en cuanto se lo quité.
– ¡No distingues nada si ni siquiera admites que eres el coco! ¡Maldito seas, sucio animal, no se te ocurra decirme que eres tú quien se va a enfadar cuando ellos y yo ya lo estamos! – gruñí, y entonces fue cuando abrí su camisa y los botones le salieron volando uno a uno en mil direcciones, algo que los alertó de nuevo y los sacó de su mutismo momentáneo, en buena hora.
Oh, oh.
¿Oh, oh? ¿A qué demonios estáis refiriéndoos con oh, oh!
Vas a despertar al lobo feroz y no tienes luparia para pelear contra él... ¿Qué vas a hacer sin tu ansiado matalobos, Alchemilla? ¡El coco te destruirá!
Me había olvidado de que el maldito coco olía a lobo, y eso que lo tenía cerca. No, lo tenía muy cerca. Demasiado cerca. Estaba invadiéndome y yo lo estaba invadiendo a él, ¡por eso había roto su camisa! Y su pecho blanco había quedado a la vista, tan ofensivo como sus palabras y sus insultos. ¡Y él qué sabía! Había respondido a lo que me apetecía responder, ¡hasta que él no me dijera por qué era coco y lobo no iba a decir nada más! Pero como no parecía estar dispuesto, tendría que recurrir a la fuerza... yo encantada.
Lo arañé con saña, y pronto hilillos de sangre cayeron por los surcos rojos que había trazado en su pecho. Para evitar que se malgastaran, los lamí y mordí para sacar más, ¡y qué ricos estaban, dioses! Casi tanto como él... Y no me gustaba. El coco tenía que dar miedo (que no me daba), imponer (que sí me imponía) y provocar rechazo, pero no tenía que ser delicioso. Maldito fuera, una y mil veces... Deseé golpearle, y en lugar de eso le estiré de los rizos negros con fuerza y descubrí su cuello. Sus venas palpitaban tan inocentemente, tan ajenas a lo que yo quería hacer...
Pero él va a saber que quieres abrirle la yugular, eso es muy previsible y propio de vampiros, y tú no lo eres... ¡Qué más quisieras!
Tenían razón, era demasiado fácil ir a por esa raíz que palpitaba lentamente en un lateral de su cuello y matarlo. Además, yo no quería hacerlo (aún), era demasiado pronto, así que aproveché para cogerlo por sorpresa, una vez más. Era tan fácil conseguir que él no se esperara mis movimientos...
¿Qué estás planeando...?
¡Es un secreto! O, bueno, lo fue hasta que le mordí la nuez con fuerza e hinqué las uñas de nuevo en su pecho, pero no para arañarlo, sino para penetrar en su carne. El momento en el que titubeó fue el que yo aproveché para tirarlo al suelo, aunque se quedó sentado por desgracia, y para caer yo encima, cómodamente apoyada (o algo así) y con mirada asesina. Creo.
– Eres un coco malo. – murmuré, casi advirtiéndole de que no me la jugara porque me enfadaría (mucho) si lo hacía y, después, dándole un golpe en el pecho, más bien en las heridas que tenía abiertas por el momento. Se le cerrarían pronto, por eso de ser un lobo, así que tenía que aprovechar mientras durara eso poquito que había conseguido hacerle y conseguir que sangrara más... Con eso, por el momento, me bastaba.
Invitado- Invitado
Re: Upside Down Kingdom {Privado} {+18}
Era definitivo, Dennis empezaba a creer con una urgencia insana que él no era ningún loco, no señor, aquella chiquilla era la loca allí, y se hallaba extrañamente empeñada en revolucionar su pobre y hueca represión. No sólo estaba mal de la cabeza, estropeaba las de su alrededor y eso que al principio parecía muy interesada en alejarse de Dennis, aunque implicara herirle. Ahora herirle no sólo se había convertido en una necesidad, sino que se encargaba de volver una y otra vez para abrirle la piel con uñas y dientes y saborear su sangre. Dennis sentía que bebía de él, que en sus venas no había nada valioso y, sin embargo, podría definirle. Sus glóbulos podrían contener algo de su familia, sus recuerdos, su condena sobrenatural. Podrían transmitirse a través de los chupetones y las mordidas y contagiarla. O contagiarle ella con el calor de su saliva y el suculento hormigueo de ese cuerpo retorciéndose contra el suyo. ¡Lo sabía, sí, joder, estaba loca, era una maldita antojadiza! ¡Antes no, antes menos, ahora sí, ahora más y todo de golpe, gritando, arañando, escupiendo veneno a sus pensamientos!
Le encantaba recibir todas esas epifanías mientras él mismo llamaba poco valiosa a su sangre y después le preocupaba que con ella le absorbieran el alma. Los síntomas de un poder tan extremo y contradictorio aún tenían ese sabor especial que se había llevado de los labios de la psicótica.
El resto de locos debían de hacer algo similar a eso; se movían por el mundo con el perfecto disfraz de camuflaje que ofrecía el escepticismo y el hecho innato de asumir que todos los cuerpos humanos eran iguales. La mayoría de veces de poco importaba, porque tarde o temprano alguien se daba cuenta de lo que 'fallaba' y temblaba entre el sumiso y tranquilo rebaño, entonces se terminaba en una cárcel de vómitos y camisas de fuerza o se aprendía la diferencia entre unos y otros para poder camuflarse sin que nadie acechara. Saber en qué lugar se situaba Dennis sería de lo poco sencillo al analizarle, pero situar a su… intensa acompañante era mucho más complicado. No sólo no demostraba haberse parado a compararse con el rebaño, sino que nadie había conseguido someter aún esa caótica libertad que empleaba ahora con el demente infiltrado. ¿Todavía no había sido descubierta por nadie cuerdo o acaso había conseguido escapar de los demás hasta día de hoy? Intere… No, ¿qué cojones hacía? ¿Qué cojones pensaba? ¡No le convenía empezar a admirarla en una situación así! Y diría que sabía lo que iba después de eso, pero no, no lo sabía porque nunca había tenido que pasar por ninguna 'situación así'. Intentaba contrastarla incluso con la mismísima transformación que le rajaba la piel hasta lucir el rugiente pelaje de la bestia que ella veía sin la intervención de la luna llena. Y aun así, no había manera de equiparar ningún otro disparo de adrenalina en su vida a haber acabado en un callejón de noche y con una loca desconocida encima de él que se había vuelto adicta a su sangre. Se llamaban 'situaciones así' porque no tenía ni una mísera, jodida, idea de lo que acabaría pasando.
Criaja –expulsó entre jadeos mientras los botones de su camisa huían despavoridos todo lo que Dennis decidía mantenerse quieto y presente de la vorágine, mental y física, que los abordaba- ¡Veo que no te está costando nada olvidarte de que esto ha empezado porque quería ayudarte!
Puede que la luna no le estuviera desprendiendo de sus capas de humanidad, pero conforme la joven insensata desnudaba más partes de él, emulaba aquella influencia hasta que las voces nublaban la cabeza del hombre y dejaban todo el protagonismo a merced de su pulso, el mismo que dirigía la sangre que acababa en esa boca pérfida… y la que conseguía evitar esos colmillos para acumularse en torno a la entrepierna de Dennis. No se hartaba de mancharle el pecho de heridas y la sanación acelerada estaba quedando continuamente expuesta ante sus ojos. Hacía mucho rato que le daba exactamente lo mismo, porque ya era obvio que conocía su naturaleza licántropa, la que tampoco se cansaba de metaforizar en la figura del coco. O a la inversa, ¿quién coño podía asegurarlo de alguien que no atendía a razones ni siquiera para contradecirlas? La mujer tenía fijación por lamer su sangre sin ser vampira y eso la volvía incluso más extraña que cualquiera de esas criaturas. Más fascinante de tener mordiéndole el cuello y tirándole al suelo con las uñas enganchadas a su abdomen.
Las manos le hicieron instantáneamente de apoyo para que la espalda no cayera tampoco, y un contraste de escalofríos arrasó con todo su organismo mientras la miraba con los ojos abiertos, los músculos sometidos a una tensión mayor y una expresión seca en el rostro, como si acabaran de atravesarle el estómago con un puñal. Aquello estaba llegando a su límite más peligroso, el final y definitivo, el que probablemente ni siquiera el propio Dennis supiera controlar. Por ahora, había casi permitido que la muchacha pudiera descubrirle el torso, moldeado hasta la actualidad con la perfecta imagen del macho alpha, agitado entonces por la respiración acelerada de todo un regimiento reprimido. Se estaba dejando herir y absorber como si no pudiera librarse de ella de un solo golpe y hacerla volar por los aires igual que el lobo que sopla amenazadoramente en mitad del cuento. Y de ser así tendría una suerte asfixiante, porque también existía la cruenta posibilidad de que, en lugar de eso, toda su silueta se crispara y asomara su humeante dentadura para hacer lo que normalmente no se describía en los relatos infantiles, tan sádicos como podían ser los niños en realidad. Sádicos o no, ninguno corría más deprisa que el monstruo de sus pesadillas.
Es lo que se supone que son los cocos –pronunció, con una entonación que no se había escuchado tan escalofriante como en ese momento porque era la primera vez que resurgía casi como un susurro-. No eres tú la que está en posición de condicionar nada y lo sabes –de nuevo al borde de sus constantes cambios, Dennis la agarró del cuello con una fuerza acorde a sus habilidades sobrehumanas, la suficiente para que empezara a sentir la asfixia mordisqueándole los muslos. La aproximó a un milímetro de su cara, mientras procedía a recostarse más en el suelo y, por tanto, a deslizarla más sobre él hasta que éste tuvo toda la nuca sobre las piedras de la calle y los ojos de ella apunto de zambullirse en la gélida claridad de su mirada-. Última oportunidad. Y también serán mis últimas palabras antes de arrojarte a la manada.
Sus pupilas se manifestaron como el avance que ofrecía a la agresora para que vislumbrara el bosque salvaje y frío donde ambos acabarían, si no empezaba a escucharle de una vez por todas. Y le convenía hacerlo, porque sólo Dennis conocía ese lugar como la palma de su mano, agarrotada y destructiva. La garra de un hombre lobo en toda regla.
Le encantaba recibir todas esas epifanías mientras él mismo llamaba poco valiosa a su sangre y después le preocupaba que con ella le absorbieran el alma. Los síntomas de un poder tan extremo y contradictorio aún tenían ese sabor especial que se había llevado de los labios de la psicótica.
El resto de locos debían de hacer algo similar a eso; se movían por el mundo con el perfecto disfraz de camuflaje que ofrecía el escepticismo y el hecho innato de asumir que todos los cuerpos humanos eran iguales. La mayoría de veces de poco importaba, porque tarde o temprano alguien se daba cuenta de lo que 'fallaba' y temblaba entre el sumiso y tranquilo rebaño, entonces se terminaba en una cárcel de vómitos y camisas de fuerza o se aprendía la diferencia entre unos y otros para poder camuflarse sin que nadie acechara. Saber en qué lugar se situaba Dennis sería de lo poco sencillo al analizarle, pero situar a su… intensa acompañante era mucho más complicado. No sólo no demostraba haberse parado a compararse con el rebaño, sino que nadie había conseguido someter aún esa caótica libertad que empleaba ahora con el demente infiltrado. ¿Todavía no había sido descubierta por nadie cuerdo o acaso había conseguido escapar de los demás hasta día de hoy? Intere… No, ¿qué cojones hacía? ¿Qué cojones pensaba? ¡No le convenía empezar a admirarla en una situación así! Y diría que sabía lo que iba después de eso, pero no, no lo sabía porque nunca había tenido que pasar por ninguna 'situación así'. Intentaba contrastarla incluso con la mismísima transformación que le rajaba la piel hasta lucir el rugiente pelaje de la bestia que ella veía sin la intervención de la luna llena. Y aun así, no había manera de equiparar ningún otro disparo de adrenalina en su vida a haber acabado en un callejón de noche y con una loca desconocida encima de él que se había vuelto adicta a su sangre. Se llamaban 'situaciones así' porque no tenía ni una mísera, jodida, idea de lo que acabaría pasando.
Criaja –expulsó entre jadeos mientras los botones de su camisa huían despavoridos todo lo que Dennis decidía mantenerse quieto y presente de la vorágine, mental y física, que los abordaba- ¡Veo que no te está costando nada olvidarte de que esto ha empezado porque quería ayudarte!
Puede que la luna no le estuviera desprendiendo de sus capas de humanidad, pero conforme la joven insensata desnudaba más partes de él, emulaba aquella influencia hasta que las voces nublaban la cabeza del hombre y dejaban todo el protagonismo a merced de su pulso, el mismo que dirigía la sangre que acababa en esa boca pérfida… y la que conseguía evitar esos colmillos para acumularse en torno a la entrepierna de Dennis. No se hartaba de mancharle el pecho de heridas y la sanación acelerada estaba quedando continuamente expuesta ante sus ojos. Hacía mucho rato que le daba exactamente lo mismo, porque ya era obvio que conocía su naturaleza licántropa, la que tampoco se cansaba de metaforizar en la figura del coco. O a la inversa, ¿quién coño podía asegurarlo de alguien que no atendía a razones ni siquiera para contradecirlas? La mujer tenía fijación por lamer su sangre sin ser vampira y eso la volvía incluso más extraña que cualquiera de esas criaturas. Más fascinante de tener mordiéndole el cuello y tirándole al suelo con las uñas enganchadas a su abdomen.
Las manos le hicieron instantáneamente de apoyo para que la espalda no cayera tampoco, y un contraste de escalofríos arrasó con todo su organismo mientras la miraba con los ojos abiertos, los músculos sometidos a una tensión mayor y una expresión seca en el rostro, como si acabaran de atravesarle el estómago con un puñal. Aquello estaba llegando a su límite más peligroso, el final y definitivo, el que probablemente ni siquiera el propio Dennis supiera controlar. Por ahora, había casi permitido que la muchacha pudiera descubrirle el torso, moldeado hasta la actualidad con la perfecta imagen del macho alpha, agitado entonces por la respiración acelerada de todo un regimiento reprimido. Se estaba dejando herir y absorber como si no pudiera librarse de ella de un solo golpe y hacerla volar por los aires igual que el lobo que sopla amenazadoramente en mitad del cuento. Y de ser así tendría una suerte asfixiante, porque también existía la cruenta posibilidad de que, en lugar de eso, toda su silueta se crispara y asomara su humeante dentadura para hacer lo que normalmente no se describía en los relatos infantiles, tan sádicos como podían ser los niños en realidad. Sádicos o no, ninguno corría más deprisa que el monstruo de sus pesadillas.
Es lo que se supone que son los cocos –pronunció, con una entonación que no se había escuchado tan escalofriante como en ese momento porque era la primera vez que resurgía casi como un susurro-. No eres tú la que está en posición de condicionar nada y lo sabes –de nuevo al borde de sus constantes cambios, Dennis la agarró del cuello con una fuerza acorde a sus habilidades sobrehumanas, la suficiente para que empezara a sentir la asfixia mordisqueándole los muslos. La aproximó a un milímetro de su cara, mientras procedía a recostarse más en el suelo y, por tanto, a deslizarla más sobre él hasta que éste tuvo toda la nuca sobre las piedras de la calle y los ojos de ella apunto de zambullirse en la gélida claridad de su mirada-. Última oportunidad. Y también serán mis últimas palabras antes de arrojarte a la manada.
Sus pupilas se manifestaron como el avance que ofrecía a la agresora para que vislumbrara el bosque salvaje y frío donde ambos acabarían, si no empezaba a escucharle de una vez por todas. Y le convenía hacerlo, porque sólo Dennis conocía ese lugar como la palma de su mano, agarrotada y destructiva. La garra de un hombre lobo en toda regla.
Dennis Vallespir- Licántropo Clase Alta
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Re: Upside Down Kingdom {Privado} {+18}
Claro que él era el coco, yo no necesitaba que me lo confirmara, ¡no era tonta, no señor, y él me infravaloraba! Si había podido terminar encima de él para aniquilarlo, bien podía someterme a él, dijera lo que dijera. ¡Y me había llamado cría! ¿Qué se creía! ¡Sonaba como Murphy! Y yo odiaba a Murphy... lo odiaba, lo detestaba, y quería verlo muerto, igual que al coco. ¡Estaban aliados, claro que sí! Y se lo haría pagar con más que mordiscos con mi rabia.
Ah, ¿ahora se llama rabia...?
Sí, claro que se llamaba rabia, ¿qué otro nombre iba a tener si no? ¡Lo odiaba y quería someterlo aunque él quisiera que fuera yo quien me sometiera! Cosas del coco, ¿no? ¿No dicen que si duermes no vendrá? Pues yo estaba despierta, él había venido y evitaría que él acudiera de nuevo a por nadie más, no vaya a ser que quiera propasarse con mis hermanos... No. Con ellos nadie se metía. Yo los salvaría, y Murphy y su aliado lo pagarían.
Pero te está ahogando, princesa. Es muy fuerte, y te está encantando...
¡No, jamás! Casi había olvidado la sensación de presión en mi pecho porque no podía inspirar, pero ellos me lo recordaron. Y yo podía librarme. Cerré los ojos, me concentré, y giré la cabeza para morder su mano y que me soltara. Aunque no lo hizo porque le doliera, sino por la sorpresa. No se lo esperaba. Y yo tampoco. No sabía siquiera cómo había sacado fuerzas para hacerlo.
De nosotros, claro, ¿de dónde sacarías si no las fuerzas tú contra él?
Oh, vale, sí, pero me daba igual porque estaba ocupada inspirando profundamente para sentir de nuevo el aire en los pulmones. Lo hice, no obstante, rápido, porque él no me dejaría recuperarme mucho rato. Era un enemigo rápido, un desafío, y me gustaba enormemente lo difícil que me lo ponía. Pero, ¿qué decía? ¡No, no me gustaba!
¿Te estás confundiendo...?
No, jamás. Volví a centrarme en él y lo miré con el ceño fruncido y expresión molesta. Él no jugaría conmigo, igual que no lo haría nadie más, ¡no señor! Yo no le dejaría. Él lamentaría haberlo intentado, porque yo no perdía. Y, si lo hacía, tenía mal perder y conseguiría que él viera la victoria como una derrota amarga y mala. Sí... lo conseguiría, porque tenía algo mucho más acuciante que él en mente para vencerlo. Tenía a mis herma... no, tenía mi rabia.
– Tú no quieres ayudarme, eres el coco, quieres embaucarme, pero eso no vas a conseguirlo porque yo soy más lista. – sentencié, y entonces mordí su cuello con saña, aunque no la suficiente para abrirle una herida demasiado importante. Ir a donde atacaban los vampiros era fácil, pero demasiado rápido. Quería probar su sangre, ¡su rica sangre!, pero no matarlo. Aún.
Siéntela, Alchemilla, y dinos de una vez si lo que te pasa por la mente son precisamente ganas de matarlo.
En cuanto probé su sangre, cogí sus brazos y se los inmovilicé con más fuerza de la que parecía que tenía, que no era mucha. Claro, como estaba delgadita parecía que un soplo de aire me tumbaría, pero no. Era mucho más resistente que eso. ¿Cómo, si no, podría encontrar a mi familia? Nada, ni siquiera su calor, sería capaz de impedírmelo. ¡Yo no temía al lobo feroz! Era él quien debía temerme a mí.
No vais a aguantar mucho así. Eres consciente, ¿no? Por eso lo aprietas con tanta fuerza.
Sí... ¡Qué diga, no! Él no iba a poder conmigo, no, claro que no. ¿No? ¡Oh, oh! Él aprovechó mi instante de vacilación y cambió las tornas, poniéndome bajo él. Y su peso enseguida resultó abrumador, demasiado grande y caluroso sobre mí. No... ¡No me gustaba, estaba atrapada! Abrí las piernas para tratar de doblar las rodillas e impulsarme para salir de debajo de él, pero en lugar de eso se acomodó mejor, y yo maldije entre dientes.
Te ha derrotado. Mira cómo estáis, ¿y aún crees que estás enfadada?
¡Lo estoy! Intenté resistirme, pero su piel desnuda resbalaba con lo que mi ropa dejaba ver de la mía y me resultaba muy complicado. Aunque, a lo mejor, si liberaba sus piernas podría resistirme... ¡Sí! Por eso, aventuré las manos a través del camino de su pecho herido y a medio curar (cosa normal, claro, era un lobo, este coco) y le desabroché los pantalones con saña. ¡Así aprendería!
¿Quién tiene que aprender, él o tú?
Él, claro. Su piel resbaló perfectamente contra la mía cuando me deshice de la tela, y me empecé a impulsar para salir de debajo de él, pero no me lo permitió. ¡Maldito fuera el coco una y mil veces! Era demasiado fuerte, pero yo era resbaladiza, y si tenía que deslizarme contra él para que su peso dejara de inmovilizarme lo haría, ¡claro que lo haría! Su calor era demasiado intenso para mí, me ahogaba, necesitaba aire.
Y ¿qué vas a hacer al respecto?
Bueno, pues lo único que se puede hacer en esa situación, coger mi aire de él. Y, así, lo besé y absorbí de su boca el oxígeno que guardaba y que sus pulmones le estaban obligando a cederme. ¡Sí, por fin tenía una victoria contra él! Pero sería la primera de muchas. Él no vencería, no mientras yo los tuviera a ellos aconsejándome, y ellos jamás me abandonarían. No lo haríais, ¿verdad?
Nunca.
Ah, ¿ahora se llama rabia...?
Sí, claro que se llamaba rabia, ¿qué otro nombre iba a tener si no? ¡Lo odiaba y quería someterlo aunque él quisiera que fuera yo quien me sometiera! Cosas del coco, ¿no? ¿No dicen que si duermes no vendrá? Pues yo estaba despierta, él había venido y evitaría que él acudiera de nuevo a por nadie más, no vaya a ser que quiera propasarse con mis hermanos... No. Con ellos nadie se metía. Yo los salvaría, y Murphy y su aliado lo pagarían.
Pero te está ahogando, princesa. Es muy fuerte, y te está encantando...
¡No, jamás! Casi había olvidado la sensación de presión en mi pecho porque no podía inspirar, pero ellos me lo recordaron. Y yo podía librarme. Cerré los ojos, me concentré, y giré la cabeza para morder su mano y que me soltara. Aunque no lo hizo porque le doliera, sino por la sorpresa. No se lo esperaba. Y yo tampoco. No sabía siquiera cómo había sacado fuerzas para hacerlo.
De nosotros, claro, ¿de dónde sacarías si no las fuerzas tú contra él?
Oh, vale, sí, pero me daba igual porque estaba ocupada inspirando profundamente para sentir de nuevo el aire en los pulmones. Lo hice, no obstante, rápido, porque él no me dejaría recuperarme mucho rato. Era un enemigo rápido, un desafío, y me gustaba enormemente lo difícil que me lo ponía. Pero, ¿qué decía? ¡No, no me gustaba!
¿Te estás confundiendo...?
No, jamás. Volví a centrarme en él y lo miré con el ceño fruncido y expresión molesta. Él no jugaría conmigo, igual que no lo haría nadie más, ¡no señor! Yo no le dejaría. Él lamentaría haberlo intentado, porque yo no perdía. Y, si lo hacía, tenía mal perder y conseguiría que él viera la victoria como una derrota amarga y mala. Sí... lo conseguiría, porque tenía algo mucho más acuciante que él en mente para vencerlo. Tenía a mis herma... no, tenía mi rabia.
– Tú no quieres ayudarme, eres el coco, quieres embaucarme, pero eso no vas a conseguirlo porque yo soy más lista. – sentencié, y entonces mordí su cuello con saña, aunque no la suficiente para abrirle una herida demasiado importante. Ir a donde atacaban los vampiros era fácil, pero demasiado rápido. Quería probar su sangre, ¡su rica sangre!, pero no matarlo. Aún.
Siéntela, Alchemilla, y dinos de una vez si lo que te pasa por la mente son precisamente ganas de matarlo.
En cuanto probé su sangre, cogí sus brazos y se los inmovilicé con más fuerza de la que parecía que tenía, que no era mucha. Claro, como estaba delgadita parecía que un soplo de aire me tumbaría, pero no. Era mucho más resistente que eso. ¿Cómo, si no, podría encontrar a mi familia? Nada, ni siquiera su calor, sería capaz de impedírmelo. ¡Yo no temía al lobo feroz! Era él quien debía temerme a mí.
No vais a aguantar mucho así. Eres consciente, ¿no? Por eso lo aprietas con tanta fuerza.
Sí... ¡Qué diga, no! Él no iba a poder conmigo, no, claro que no. ¿No? ¡Oh, oh! Él aprovechó mi instante de vacilación y cambió las tornas, poniéndome bajo él. Y su peso enseguida resultó abrumador, demasiado grande y caluroso sobre mí. No... ¡No me gustaba, estaba atrapada! Abrí las piernas para tratar de doblar las rodillas e impulsarme para salir de debajo de él, pero en lugar de eso se acomodó mejor, y yo maldije entre dientes.
Te ha derrotado. Mira cómo estáis, ¿y aún crees que estás enfadada?
¡Lo estoy! Intenté resistirme, pero su piel desnuda resbalaba con lo que mi ropa dejaba ver de la mía y me resultaba muy complicado. Aunque, a lo mejor, si liberaba sus piernas podría resistirme... ¡Sí! Por eso, aventuré las manos a través del camino de su pecho herido y a medio curar (cosa normal, claro, era un lobo, este coco) y le desabroché los pantalones con saña. ¡Así aprendería!
¿Quién tiene que aprender, él o tú?
Él, claro. Su piel resbaló perfectamente contra la mía cuando me deshice de la tela, y me empecé a impulsar para salir de debajo de él, pero no me lo permitió. ¡Maldito fuera el coco una y mil veces! Era demasiado fuerte, pero yo era resbaladiza, y si tenía que deslizarme contra él para que su peso dejara de inmovilizarme lo haría, ¡claro que lo haría! Su calor era demasiado intenso para mí, me ahogaba, necesitaba aire.
Y ¿qué vas a hacer al respecto?
Bueno, pues lo único que se puede hacer en esa situación, coger mi aire de él. Y, así, lo besé y absorbí de su boca el oxígeno que guardaba y que sus pulmones le estaban obligando a cederme. ¡Sí, por fin tenía una victoria contra él! Pero sería la primera de muchas. Él no vencería, no mientras yo los tuviera a ellos aconsejándome, y ellos jamás me abandonarían. No lo haríais, ¿verdad?
Nunca.
Invitado- Invitado
Re: Upside Down Kingdom {Privado} {+18}
Muy en el fondo de lo que su inestabilidad le permitía y lo que no, agradecía que la maldita psicópata (pues hacía rato que la chiquilla no parecía otra cosa) le hubiera desnudado prácticamente, primero porque el sudor estaba convirtiéndose en un enemigo tan molesto como ella y segundo porque cuanto más contacto sintiera entre una piel y la otra, más se descontrolaría. Mucho más. Y eso era lo que quería ahora, descontrolarse de arriba a abajo. Además de inevitablemente excitado, estaba harto. Hartísimo. De tratar de coger las riendas de la situación y que en mitad de la cruzada sólo hubiera dolor, voces apelotonadas y el agobio de algo insostenible que continuamente se escurría de los dedos. ¿Qué de todo aquello merecía la pena para seguir poniendo la otra mejilla? Había tenido una paciencia de hierro, tan dura como lo iban a estar muchas otras cosas a partir de ese momento de ira.
Dennis no había aminorado la fuerza con la que tenía atrapada a su nueva presa, pues tampoco había forma más humanamente violenta de agredir a alguien que la estrangulación, con cada recoveco de los músculos abandonado a una completa ceguera que sólo se alimentaba de tensión y de locura. Si es que esa locura podía encontrar un hueco donde acoplarse entre la que ya había en él y la que ya había en ella. Demasiada locura en un mismo espacio y al otro lado de donde sus pieles se rozaban. Un contacto pleno y directo iba a ser la última embestida del volcán antes de la erupción que lo abrasaría todo.
Tan ido se encontraba en dominar la asfixia de sus propias garras que no se esperó que ese contacto fuera a darse con sus dientes antes que con todo lo demás y después de soltarla, contempló el nuevo mordisco que le había hecho, esta vez en la mano, obedeciendo a sus impulsos, tal y como se había propuesto. Con la visión de las marcas de esa mordedura entre los nudillos y los restos rápidos que había dejado su saliva, escuchó los jadeos que se apresuraba a recoger la muchacha antes del próximo ataque y con todos sus sentidos ocupados a la vez que sueltos, se dio cuenta de que ese sonido le encantaba, de que quería escuchárselo por todo el cuerpo y que se antepusiera a todos los ruidos que llevaban taladrándole la mente, antes y después de haberla recogido de los callejones. De repente, creyó ver cómo la piel mordida de su mano comenzaba a palpitar, a dar vueltas y más vueltas en ese caos de ira, frenesí y deseo, reclamando una mayor cantidad de saliva en ésa y las zonas que fueran. Algo dentro de su carne se moría por salir, le gritaba sin la misma pausa que le estaba dando la muchacha que se arrancara completamente el disfraz de persona humana y dejara de encadenar la transformación de su naturaleza animal.
Y de nuevo estaba resistiéndose a ella, por supuesto, aunque supiese que sólo era cuestión de tiempo y ésa fuera la millonésima vez que lo pensaba. Lástima o 'lástima' que parte de la esencia tan cambiante de Dennis Vallespir se debiera a lo impulsivo de su carácter.
El pistoletazo de salida, que por un instante lo ensordeció todo a su alrededor, también se dio a través de sus dientes, cuando después de otra sarta de insolencias que a esas alturas carecían de sentido, la maldita chiflada le saltó nuevamente al cuello para mordérselo. A ese paso habría jurado ya por la memoria de sus tíos que estaba tratando con una vampira de no ser porque no le había detectado aura alguna, y a decir verdad, hasta la punzada de sus colmillos era igual de adictiva. El frío del suelo contra su espalda al descubierto jugó con el contraste de lo que sentía y lo que experimentaba, pero ni estando en las callejuelas mejor ventiladas de Francia iba a tardar un segundo menos en regresar a la misma temperatura del principio. Algo que se confirmó del todo cuando ella trató de inmovilizarle los brazos y pasaron unos segundos en los que sólo se miraron, contemplando la sangre de su propio cuello colgar de esos labios tan jugosos y notando el inicio de más jadeos suyos en la barbilla.
Absorto finalmente en lo jodidamente bien que se estaba sin las ataduras mentales del poco raciocinio que le quedaba, Dennis se abalanzó ahora él y se encargó de atraparla bien bajo su cuerpo, incluso cuando la otra continuaba sin ceder y le desabrochaba otra de sus prendas, esa vez la más comprometida, teniendo en cuenta que sostenía el peso más ardiente de todos; su pantalón. Al licántropo casi le dio la sensación de haber ganado cuando contempló la frustración en sus pupilas y estuvo a punto de relamerse como un lobo hambriento. De hecho, posiblemente llegó a hacerlo, pero de ser así, no pudo recordarlo porque fueron la lengua y los labios de ella lo que le preocuparon al tenerlos otra vez contra los suyos, y más todavía después de responderlos con una brutalidad desmedida.
Ahora ya no iba a lograr sorprenderlo con más mordiscos ni con más placajes. Había recibido los suficientes como para escarmentar e incluso si fuera el ser más imbécil de la existencia, ya no había nada que hacer porque estaba usando toda su fuerza, no sólo la del hombre adulto que le superaba en edad y físico, sino la de criatura sobrenatural, con todo lo que eso aportaba a sus habilidades físicas y cerebrales. Sin dejar de besarla, le agarró de las dos muñecas con una sola mano y las juntó a lo alto de su cabeza, de manera que cuando alejó la lengua de su boca, pudo bajar la otra hasta el borde de su vestido y subírselo hasta más arriba del esternón. Desde ahí, apoyó toda la cara en el centro de sus pechos y hundió sus colmillos en la maraña de arrugas que se había convertido su ropa, todavía sin retirársela del todo. En aquella escasa distancia y deteniéndose para que el peso de su poder le confirmara que efectivamente, ya no tenía escapatoria, fulminó a la chica con el brillo salvaje de sus ojos, como si quisiera intercambiar opiniones ahora que ella también sabía lo que se sentía sobre el helor del suelo y el calor de la sangre.
El lobo que tanto temía estaba sin cadenas. Culpa suya, por haberse restregado contra ellas.
Dennis no había aminorado la fuerza con la que tenía atrapada a su nueva presa, pues tampoco había forma más humanamente violenta de agredir a alguien que la estrangulación, con cada recoveco de los músculos abandonado a una completa ceguera que sólo se alimentaba de tensión y de locura. Si es que esa locura podía encontrar un hueco donde acoplarse entre la que ya había en él y la que ya había en ella. Demasiada locura en un mismo espacio y al otro lado de donde sus pieles se rozaban. Un contacto pleno y directo iba a ser la última embestida del volcán antes de la erupción que lo abrasaría todo.
Tan ido se encontraba en dominar la asfixia de sus propias garras que no se esperó que ese contacto fuera a darse con sus dientes antes que con todo lo demás y después de soltarla, contempló el nuevo mordisco que le había hecho, esta vez en la mano, obedeciendo a sus impulsos, tal y como se había propuesto. Con la visión de las marcas de esa mordedura entre los nudillos y los restos rápidos que había dejado su saliva, escuchó los jadeos que se apresuraba a recoger la muchacha antes del próximo ataque y con todos sus sentidos ocupados a la vez que sueltos, se dio cuenta de que ese sonido le encantaba, de que quería escuchárselo por todo el cuerpo y que se antepusiera a todos los ruidos que llevaban taladrándole la mente, antes y después de haberla recogido de los callejones. De repente, creyó ver cómo la piel mordida de su mano comenzaba a palpitar, a dar vueltas y más vueltas en ese caos de ira, frenesí y deseo, reclamando una mayor cantidad de saliva en ésa y las zonas que fueran. Algo dentro de su carne se moría por salir, le gritaba sin la misma pausa que le estaba dando la muchacha que se arrancara completamente el disfraz de persona humana y dejara de encadenar la transformación de su naturaleza animal.
Y de nuevo estaba resistiéndose a ella, por supuesto, aunque supiese que sólo era cuestión de tiempo y ésa fuera la millonésima vez que lo pensaba. Lástima o 'lástima' que parte de la esencia tan cambiante de Dennis Vallespir se debiera a lo impulsivo de su carácter.
El pistoletazo de salida, que por un instante lo ensordeció todo a su alrededor, también se dio a través de sus dientes, cuando después de otra sarta de insolencias que a esas alturas carecían de sentido, la maldita chiflada le saltó nuevamente al cuello para mordérselo. A ese paso habría jurado ya por la memoria de sus tíos que estaba tratando con una vampira de no ser porque no le había detectado aura alguna, y a decir verdad, hasta la punzada de sus colmillos era igual de adictiva. El frío del suelo contra su espalda al descubierto jugó con el contraste de lo que sentía y lo que experimentaba, pero ni estando en las callejuelas mejor ventiladas de Francia iba a tardar un segundo menos en regresar a la misma temperatura del principio. Algo que se confirmó del todo cuando ella trató de inmovilizarle los brazos y pasaron unos segundos en los que sólo se miraron, contemplando la sangre de su propio cuello colgar de esos labios tan jugosos y notando el inicio de más jadeos suyos en la barbilla.
Absorto finalmente en lo jodidamente bien que se estaba sin las ataduras mentales del poco raciocinio que le quedaba, Dennis se abalanzó ahora él y se encargó de atraparla bien bajo su cuerpo, incluso cuando la otra continuaba sin ceder y le desabrochaba otra de sus prendas, esa vez la más comprometida, teniendo en cuenta que sostenía el peso más ardiente de todos; su pantalón. Al licántropo casi le dio la sensación de haber ganado cuando contempló la frustración en sus pupilas y estuvo a punto de relamerse como un lobo hambriento. De hecho, posiblemente llegó a hacerlo, pero de ser así, no pudo recordarlo porque fueron la lengua y los labios de ella lo que le preocuparon al tenerlos otra vez contra los suyos, y más todavía después de responderlos con una brutalidad desmedida.
Ahora ya no iba a lograr sorprenderlo con más mordiscos ni con más placajes. Había recibido los suficientes como para escarmentar e incluso si fuera el ser más imbécil de la existencia, ya no había nada que hacer porque estaba usando toda su fuerza, no sólo la del hombre adulto que le superaba en edad y físico, sino la de criatura sobrenatural, con todo lo que eso aportaba a sus habilidades físicas y cerebrales. Sin dejar de besarla, le agarró de las dos muñecas con una sola mano y las juntó a lo alto de su cabeza, de manera que cuando alejó la lengua de su boca, pudo bajar la otra hasta el borde de su vestido y subírselo hasta más arriba del esternón. Desde ahí, apoyó toda la cara en el centro de sus pechos y hundió sus colmillos en la maraña de arrugas que se había convertido su ropa, todavía sin retirársela del todo. En aquella escasa distancia y deteniéndose para que el peso de su poder le confirmara que efectivamente, ya no tenía escapatoria, fulminó a la chica con el brillo salvaje de sus ojos, como si quisiera intercambiar opiniones ahora que ella también sabía lo que se sentía sobre el helor del suelo y el calor de la sangre.
El lobo que tanto temía estaba sin cadenas. Culpa suya, por haberse restregado contra ellas.
Dennis Vallespir- Licántropo Clase Alta
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Re: Upside Down Kingdom {Privado} {+18}
Al lobo sólo le faltaba aullar para demostrar que tenía el poder, ¡por mucho que yo quisiera quitárselo no podía hacerlo porque no era lo suficientemente fuerte! Pero no me rendía. No, yo jamás me rendía, si lo hiciera no sería yo, y siempre haría cualquier cosa en mi mano por salirme con la mía, aunque fuera en ese juego de ardiente dominación. Y tan ardiente. ¿Quién había puesto brasas encendidas bajo mi piel! ¿Por qué tenía constantes escalofríos entre las piernas! Él... ¡él! Todo era su culpa, de él y de su dominio, de él y de su dureza. ¿Su dureza? Sí. No sólo en sus músculos, sino en todas partes. En todas.
Él te desea, Alchemilla. Es evidente, lo sientes sobre ti, pulsándote y presionándote y...
¡Ah! Había perdido la capacidad de hablar algún idioma que no fueran gruñidos, jadeos e incluso salvajes gemidos. Y me daba igual. Estaba molesta, ardientemente enfadada con él, ¿cómo se atrevía a dominarme, eh! ¡No era justo! Parte de mí podría incluso disfrutarlo, pero ni siquiera podía quejarme porque su boca me dominaba tanto como su cuerpo encima de mí, todo él rozándome, siempre en contacto, siempre tan intenso, tan carnal, tan... ¡ah, una y mil veces más!
¿Qué tipo de lucha tenías en mente, Alchemilla, cuando pensabas en enfrentarlo? Seguramente no esa, ¿verdad? Pero, claro, pensar jamás ha sido lo tuyo y así es como terminas, arrastrada y...
No quería oírlos, y traté de enmudecer sus voces en mi cabeza. Entonces, los sonidos de nuestro alrededor se intensificaron, y especialmente lo hizo su roce, que parecía tan intenso como dos telas frotándose entre sí como lo hacían nuestras pieles sin parar. Ah... Odiaba gemir para él. ¡Aunque fuera de pura frustración! Yo le enseñaría... Sí. Mi cuerpo reaccionó por mí; mis cicatrices, visibles por todas partes, lo rozaban con tanta intensidad como el resto de mi piel lo hacía, por todas partes, intentando resistirme y a la vez quedándome quieta. ¿Contradictorio? Puede. Pero así era.
– Eres un... ¡animal! Sí... eso... – entre jadeos, mi voz se entrecortaba, pero estaba segura de que él había entendido el mensaje. Había sido lo suficientemente claro para que lo comprendiera, ¿verdad? Y, si no, era tonto. Definitivamente podía serlo, si aún no entendía que quería quitármelo de encima (y ponérmelo debajo) y seguía insistiendo. Aunque que insistiera tenía sus ventajas. Sí, podía tenerlas, pero eso, claro, él sólo podría descubrirlo después, si me dejaba moverme aunque sólo fuera un poquito. ¡Un poquito nada más!
Será más fuerte que tú, pero eres más lista. ¿Por qué no se lo demuestras?
Sí... ¡Claro! Gracias, ¡gracias!, ¿qué haría sin vosotros?
Te iría mal. Te puede seguir yendo mal. Ándate con pies de plomo.
Me daba igual. Las consecuencias, lo que pasara, ¡al carajo con todo! Por eso le mordí la lengua en uno de sus besos, o más bien ataques contra mi boca. No lo hice demasiado fuerte, aún la siguió teniendo en su sitio y entera, sin partirla en trocitos, pero sangró y bebí de su sangre como si fuera un vampiro. Ah, y se movió un poco, dejándome espacio. ¿Y aún pensaba que era más listo que yo...?
No te confíes, Alchemilla, aún no has ganado la partida.
Cierto, cierto, y no quería hacerlo, ¿o quizá sí? No sabía. Era tan contradictorio como él encima de mí. Era fuerte y no quería que se marchara, pero sí quería, pero si lo pensaba mejor su calor era tan atrayente en esa posición que... ¡oh, qué importaba! ¿Iba a seguir o no? No lo sabía. Pero la fricción podía conmigo, me nubló la mente y me impidió pensar. Más. Sí, bueno, me impidió pensar más, ¡al cuerno con vosotros y vuestras correcciones, malditos! ¡Al cuerno con todo! ¿Con todo? No, con él no. Al menos de momento.
– Sí, lobo, eres muy... bestial... – más gemidos, más jadeos, más movimiento contra él. Bajé un poco y abrí las piernas, y con eso lo sorprendí. A él, sí, pero a mí también, y por eso abrí enormemente los ojos y capturé los suyos con mi mirada. Me gustaban, a ratos. Cuando parecía un animal eran peligrosos pero bonitos, azul, verde, azul, verde, ¡la mezcla perfecta en un momento y luego se separaban! Y ardían por mi causa, casi podía ver las pequeñas llamitas alrededor de su pupila. ¿Cómo se verían los míos? ¿Como hielo derretido? Porque creía recordar que eran así de claros... y azules. Muy azules. Infinitamente azules. Tanto que los suyos eran raros al lado de los míos. Raros pero bonitos. Igual que él, que nosotros.
Corre, ¡antes de que él pueda volver a dominarte!
Sí, ¡claro! Recordaba que había olvidado ponerme ropa interior. No siempre me pasaba, sólo algunas veces; otras no llevaba porque no tenía acceso a ella. Las calles no tenían árboles desde los que crecieran ropas de ese tipo, ¿a que no? No, claro. Menuda tontería, ¡estaría loco aquel que lo creyera! Pero, claro, el vestido se me subió por el movimiento y lo tenía hecho una maraña de arrugas en la cintura. Y, con él, se había destapado la cortina que me ocultaba. No era justo. Por eso yo le quité la ropa interior a él también violentamente, para que estuviéramos iguales. O no... Porque, con la posición, él, o mejor dicho su punta, se había clavado entre mis piernas. Y, cada vez que me movía, lo volvía tan loco como me volvía yo porque el contacto de él conmigo y la carne tan sensible que lo rodeaba ahí, en esa zona, era demencial.
Y tú eres experta en perder la cabeza...
Él te desea, Alchemilla. Es evidente, lo sientes sobre ti, pulsándote y presionándote y...
¡Ah! Había perdido la capacidad de hablar algún idioma que no fueran gruñidos, jadeos e incluso salvajes gemidos. Y me daba igual. Estaba molesta, ardientemente enfadada con él, ¿cómo se atrevía a dominarme, eh! ¡No era justo! Parte de mí podría incluso disfrutarlo, pero ni siquiera podía quejarme porque su boca me dominaba tanto como su cuerpo encima de mí, todo él rozándome, siempre en contacto, siempre tan intenso, tan carnal, tan... ¡ah, una y mil veces más!
¿Qué tipo de lucha tenías en mente, Alchemilla, cuando pensabas en enfrentarlo? Seguramente no esa, ¿verdad? Pero, claro, pensar jamás ha sido lo tuyo y así es como terminas, arrastrada y...
No quería oírlos, y traté de enmudecer sus voces en mi cabeza. Entonces, los sonidos de nuestro alrededor se intensificaron, y especialmente lo hizo su roce, que parecía tan intenso como dos telas frotándose entre sí como lo hacían nuestras pieles sin parar. Ah... Odiaba gemir para él. ¡Aunque fuera de pura frustración! Yo le enseñaría... Sí. Mi cuerpo reaccionó por mí; mis cicatrices, visibles por todas partes, lo rozaban con tanta intensidad como el resto de mi piel lo hacía, por todas partes, intentando resistirme y a la vez quedándome quieta. ¿Contradictorio? Puede. Pero así era.
– Eres un... ¡animal! Sí... eso... – entre jadeos, mi voz se entrecortaba, pero estaba segura de que él había entendido el mensaje. Había sido lo suficientemente claro para que lo comprendiera, ¿verdad? Y, si no, era tonto. Definitivamente podía serlo, si aún no entendía que quería quitármelo de encima (y ponérmelo debajo) y seguía insistiendo. Aunque que insistiera tenía sus ventajas. Sí, podía tenerlas, pero eso, claro, él sólo podría descubrirlo después, si me dejaba moverme aunque sólo fuera un poquito. ¡Un poquito nada más!
Será más fuerte que tú, pero eres más lista. ¿Por qué no se lo demuestras?
Sí... ¡Claro! Gracias, ¡gracias!, ¿qué haría sin vosotros?
Te iría mal. Te puede seguir yendo mal. Ándate con pies de plomo.
Me daba igual. Las consecuencias, lo que pasara, ¡al carajo con todo! Por eso le mordí la lengua en uno de sus besos, o más bien ataques contra mi boca. No lo hice demasiado fuerte, aún la siguió teniendo en su sitio y entera, sin partirla en trocitos, pero sangró y bebí de su sangre como si fuera un vampiro. Ah, y se movió un poco, dejándome espacio. ¿Y aún pensaba que era más listo que yo...?
No te confíes, Alchemilla, aún no has ganado la partida.
Cierto, cierto, y no quería hacerlo, ¿o quizá sí? No sabía. Era tan contradictorio como él encima de mí. Era fuerte y no quería que se marchara, pero sí quería, pero si lo pensaba mejor su calor era tan atrayente en esa posición que... ¡oh, qué importaba! ¿Iba a seguir o no? No lo sabía. Pero la fricción podía conmigo, me nubló la mente y me impidió pensar. Más. Sí, bueno, me impidió pensar más, ¡al cuerno con vosotros y vuestras correcciones, malditos! ¡Al cuerno con todo! ¿Con todo? No, con él no. Al menos de momento.
– Sí, lobo, eres muy... bestial... – más gemidos, más jadeos, más movimiento contra él. Bajé un poco y abrí las piernas, y con eso lo sorprendí. A él, sí, pero a mí también, y por eso abrí enormemente los ojos y capturé los suyos con mi mirada. Me gustaban, a ratos. Cuando parecía un animal eran peligrosos pero bonitos, azul, verde, azul, verde, ¡la mezcla perfecta en un momento y luego se separaban! Y ardían por mi causa, casi podía ver las pequeñas llamitas alrededor de su pupila. ¿Cómo se verían los míos? ¿Como hielo derretido? Porque creía recordar que eran así de claros... y azules. Muy azules. Infinitamente azules. Tanto que los suyos eran raros al lado de los míos. Raros pero bonitos. Igual que él, que nosotros.
Corre, ¡antes de que él pueda volver a dominarte!
Sí, ¡claro! Recordaba que había olvidado ponerme ropa interior. No siempre me pasaba, sólo algunas veces; otras no llevaba porque no tenía acceso a ella. Las calles no tenían árboles desde los que crecieran ropas de ese tipo, ¿a que no? No, claro. Menuda tontería, ¡estaría loco aquel que lo creyera! Pero, claro, el vestido se me subió por el movimiento y lo tenía hecho una maraña de arrugas en la cintura. Y, con él, se había destapado la cortina que me ocultaba. No era justo. Por eso yo le quité la ropa interior a él también violentamente, para que estuviéramos iguales. O no... Porque, con la posición, él, o mejor dicho su punta, se había clavado entre mis piernas. Y, cada vez que me movía, lo volvía tan loco como me volvía yo porque el contacto de él conmigo y la carne tan sensible que lo rodeaba ahí, en esa zona, era demencial.
Y tú eres experta en perder la cabeza...
Invitado- Invitado
Re: Upside Down Kingdom {Privado} {+18}
Todas las historias estaban contadas, había escuchado decir a su tía cuando sólo era niño, pero no la forma de contarlas, había escuchado también. Y le parecía muy irónico que precisamente Judith Vallespir, la principal causa, tan directa como retorcida, de que estuviera viviendo en París y condenándolo a terminar en mitad de unos callejones con los muslos desnudos de una loca vagabunda enroscándose entre los suyos, sacara eso en conclusión, cuando definitivamente Dennis dudaba que nunca antes le hubieran contado una historia como la que entonces protagonizaba. Si es que podía llamársele 'historia' al hecho de recoger a una moribunda de la calle en un espontáneo (y malnacido) acto de caridad, llevarla hasta un lugar seguro y público para que después se pusiera a gritar como si en lugar de ayudarla, le hubiera pisoteado la mano. Acto seguido, sacarla a rastras a la calle otra vez para evitarse problemas sociales que no le convenían y finalmente ser descontrolado del modo humano más parecido al efecto de la luna llena, mientras su ira se vertía lentamente en un deseo carnal y autoritario por destrozar a la misteriosa muchacha.
De acuerdo, sí… Sí que podía llamársele 'historia'. Además de 'infortunio', 'condena', 'desventura' y 'jodienda', la que más le gustaba y la que mejor se adaptaba a la temperatura corporal de esos instantes.
Ya podía pensarlo sin ningún tapujo, saberlo más allá de las reacciones físicas que no le pedían permiso para tomar medidas y saborearlas antes que él; que le producía una particular excitación extraer tales sonidos de la garganta de la chica, de ahogar sus posibles palabras o incordiarlas con hiperventilaciones y quejidos guturales que salían a pesar del esfuerzo por retenerlos. Y es que el licántropo ya había dejado de reprimirse justamente por culpa de la mujer que ahora le ocupaba toda la mente y todos los movimientos (ya podia llegar alguien externo por la espalda y degollarle, que ni siquiera con sus sentidos sobrehumanos lograría esquivar la muerte) por lo que no iba a tolerar que ella se diera un respiro o tratara de medir sus jugadas, no. Ya nada podía frenar lo que eran: dos locos retozando contra la fría piedra de una ciudad dormida que no estaba preparada para recibirlos y, sin embargo, allí habían acabado, encontrándose y arrancándose las lenguas.
Cállate –musitó, y una parte tan obvia de él como la envidiable erección de su pene se contradecía al desear exactamente lo contrario. Llevaba la mayor parte del tiempo desquiciado con sus palabras acusadoras y sin ningún tipo de lógica que le habían sacado a empujones de su trabajado y pacífico perfil ¡Y ahora quería seguir batallándolas al mismo tiempo que batallaban sus entrepiernas!-. Si no hablas el idioma de los animales, cállate.
Los ojos de aquella maldita descerebrada le acompañaban a todas partes, incluso si por fin había conseguido subyugarla y sujetarla como se merecía en su irritante locura. El azul gélido en mitad de su rostro, que la embestía con una belleza aún más despojadora. Porque no iba a escaparse nunca de sus propios labios, pero a pesar de toda la caótica jauría que despedía la jaula de grillos que debía de tener como cerebro, la maldita cría no le parecía nada fea. De hecho, posiblemente aquella aura desprovista de cordura y dueña de una dimensión sin leyes, alejada y distinta, fuese lo que la dotaba de aquel atractivo intransigente y nebuloso, como una lluvia de agua caliente que dibujaba formas preciosas e ilógicas con la niebla que soltaba a su paso. Y seguramente esa misma e irreal lluvia ahora emergía de su mirada añil, dilatada y apunto de borbotear como el resultado que se iba asomando en el otro extremo de sus siluetas apegadas.
Le gustó demasiado el último comentario que lo catalogaba de 'bestial', porque lo era y lo estaba siendo y oírlo de la misma boca que succionaba, multiplicaba su ansia. Casi tanto como se vio elevada hasta lo más alto cuando el tacto de sus piernas le descubrió que bajo el vestido de ella no había ropa interior alguna. Que se la habría arrancado de un solo bocado de todas maneras, pero no iba a renegar de la rapidez que eso suponía para los acontecimientos, ni mucho menos de la otra rapidez que comprobaba salir de aquella zona desprotegida a lomos de la humedad... Endeble y deslizante humedad, propulsora de muchos más escalofríos con los que Dennis estuvo a punto de aullar, famélico y expectante como se hallaba. Al parecer, se le acumulaban las cosas de las que emborracharse y necesitar una cantidad cada vez más desmedida.
Allí las medidas se estaban quedando más secas que una pasa. Un mal día. Y eso quiso expresarse con creces igualmente desbocadas después de que la demente se apresurara a desproveerlo también a él de ropa interior. Ante lo cual, el hombre deslizó las manos hasta llegar a las suyas todavía allí abajo, confundiéndose entre arañazos temblorosos y desorientados, que primero empezaron atacándose entre sí, formando una húmeda maraña de yemas y uñas, para poco a poco ir perdiéndose al otro lado de lo que había en mitad de las piernas de la mujer, escarbando por el largo de su clítoris con la falsa casualidad de la rabia y hundiéndose en aquel agujero que empezó a quedar tan mojado como sus bocas. Y fue precisamente la urgencia de emular el efecto de la saliva lo que le llevó a atenazar bruscamente las manos a su cintura, empleando la misma fuerza dominante que la mantenía a raya, y fulminarle de nuevo con la mirada antes de encorvar la espalda y poner el rostro al nivel de su vagina.
Te recomiendo que acabes de quitarte lo que queda de tu ropa –jadeó, con una sonrisa viperina, y acto seguido, ensartó toda la cara en el mismo hueco flameante que antes había recorrido con los dedos, empezando a beber de su entrepierna.
De acuerdo, sí… Sí que podía llamársele 'historia'. Además de 'infortunio', 'condena', 'desventura' y 'jodienda', la que más le gustaba y la que mejor se adaptaba a la temperatura corporal de esos instantes.
Ya podía pensarlo sin ningún tapujo, saberlo más allá de las reacciones físicas que no le pedían permiso para tomar medidas y saborearlas antes que él; que le producía una particular excitación extraer tales sonidos de la garganta de la chica, de ahogar sus posibles palabras o incordiarlas con hiperventilaciones y quejidos guturales que salían a pesar del esfuerzo por retenerlos. Y es que el licántropo ya había dejado de reprimirse justamente por culpa de la mujer que ahora le ocupaba toda la mente y todos los movimientos (ya podia llegar alguien externo por la espalda y degollarle, que ni siquiera con sus sentidos sobrehumanos lograría esquivar la muerte) por lo que no iba a tolerar que ella se diera un respiro o tratara de medir sus jugadas, no. Ya nada podía frenar lo que eran: dos locos retozando contra la fría piedra de una ciudad dormida que no estaba preparada para recibirlos y, sin embargo, allí habían acabado, encontrándose y arrancándose las lenguas.
Cállate –musitó, y una parte tan obvia de él como la envidiable erección de su pene se contradecía al desear exactamente lo contrario. Llevaba la mayor parte del tiempo desquiciado con sus palabras acusadoras y sin ningún tipo de lógica que le habían sacado a empujones de su trabajado y pacífico perfil ¡Y ahora quería seguir batallándolas al mismo tiempo que batallaban sus entrepiernas!-. Si no hablas el idioma de los animales, cállate.
Los ojos de aquella maldita descerebrada le acompañaban a todas partes, incluso si por fin había conseguido subyugarla y sujetarla como se merecía en su irritante locura. El azul gélido en mitad de su rostro, que la embestía con una belleza aún más despojadora. Porque no iba a escaparse nunca de sus propios labios, pero a pesar de toda la caótica jauría que despedía la jaula de grillos que debía de tener como cerebro, la maldita cría no le parecía nada fea. De hecho, posiblemente aquella aura desprovista de cordura y dueña de una dimensión sin leyes, alejada y distinta, fuese lo que la dotaba de aquel atractivo intransigente y nebuloso, como una lluvia de agua caliente que dibujaba formas preciosas e ilógicas con la niebla que soltaba a su paso. Y seguramente esa misma e irreal lluvia ahora emergía de su mirada añil, dilatada y apunto de borbotear como el resultado que se iba asomando en el otro extremo de sus siluetas apegadas.
Le gustó demasiado el último comentario que lo catalogaba de 'bestial', porque lo era y lo estaba siendo y oírlo de la misma boca que succionaba, multiplicaba su ansia. Casi tanto como se vio elevada hasta lo más alto cuando el tacto de sus piernas le descubrió que bajo el vestido de ella no había ropa interior alguna. Que se la habría arrancado de un solo bocado de todas maneras, pero no iba a renegar de la rapidez que eso suponía para los acontecimientos, ni mucho menos de la otra rapidez que comprobaba salir de aquella zona desprotegida a lomos de la humedad... Endeble y deslizante humedad, propulsora de muchos más escalofríos con los que Dennis estuvo a punto de aullar, famélico y expectante como se hallaba. Al parecer, se le acumulaban las cosas de las que emborracharse y necesitar una cantidad cada vez más desmedida.
Allí las medidas se estaban quedando más secas que una pasa. Un mal día. Y eso quiso expresarse con creces igualmente desbocadas después de que la demente se apresurara a desproveerlo también a él de ropa interior. Ante lo cual, el hombre deslizó las manos hasta llegar a las suyas todavía allí abajo, confundiéndose entre arañazos temblorosos y desorientados, que primero empezaron atacándose entre sí, formando una húmeda maraña de yemas y uñas, para poco a poco ir perdiéndose al otro lado de lo que había en mitad de las piernas de la mujer, escarbando por el largo de su clítoris con la falsa casualidad de la rabia y hundiéndose en aquel agujero que empezó a quedar tan mojado como sus bocas. Y fue precisamente la urgencia de emular el efecto de la saliva lo que le llevó a atenazar bruscamente las manos a su cintura, empleando la misma fuerza dominante que la mantenía a raya, y fulminarle de nuevo con la mirada antes de encorvar la espalda y poner el rostro al nivel de su vagina.
Te recomiendo que acabes de quitarte lo que queda de tu ropa –jadeó, con una sonrisa viperina, y acto seguido, ensartó toda la cara en el mismo hueco flameante que antes había recorrido con los dedos, empezando a beber de su entrepierna.
Última edición por Dennis Vallespir el Lun Jul 07, 2014 9:06 pm, editado 1 vez
Dennis Vallespir- Licántropo Clase Alta
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Localización : Bajo el dedo de Judith
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Re: Upside Down Kingdom {Privado} {+18}
Yo no hablaba el idioma de los animales, pero no pensaba callarme. ¡No señor, el coco me escucharía aunque fuera lo último que hiciera! Pero no iba a ser lo último; él lo sabía, yo lo sabía, nosotros lo sabíamos, ¡todos lo sabían! Antes teníamos algo distinto entre manos, una forma de autodestrucción y destrucción mutua que terminaría rompiéndonos a los dos. Pero eso, claro, porque era lo que pretendíamos, ¿por qué si no? Sería como insinuar que no hacíamos lo que queríamos, ¡y sí que lo hacíamos, clarísimo estaba que a aquellas alturas sí...!
No haces lo que quieres. Él hace lo que quiere contigo, y nosotros también. Sólo eres un juguete, una muñeca como Scarlet, pero más grande que ella.
Yo no era ninguna muñeca, no era frágil, no me rompía y no estaba hecha de trapo. Estaba hecha de carne, músculos, sangre, saliva y sensaciones. Sobre todo sensaciones... Miedo, escalofríos, placer ¡y el coco intensificándolas todas a la vez simplemente porque podía! Lo odiaba, lo odiaba con mucha fuerza, pero él también era fuerte y no podía apartarme aunque quisiera. Porque quería; ellos dirán que no, pero yo estaba segura de que era lo que más deseaba en el mundo, más incluso que encontrar a mis hermanos. ¡No, no, eso sí que no...!
Te han traicionado tus pensamientos, Alchemilla, ahora debes afrontarlos.
Pero no quería, y el coco tampoco. ¡El coco me estaba ayudando a olvidarme de mí misma! El coco estaba arrodillado. El coco estaba agachado. El coco... ¿estaba entre mis pierna...? ¡Oh, Dios! ¡Sus afilados dientes habían desaparecido y habían dado paso a una boca humana! ¿El lobo-coco era más humano que lo demás o sólo llevaba puesta una máscara de persona que le permitía imitar sus movimientos de una manera magistral? ¡Porque parecía que se le daba muy bien mover los labios y no solamente para hablar como antes! No, hablar no. Gruñir, eso en todo caso. Sí.
¿Gruñir como estás haciendo tú, o lo tuyo no son gruñidos sino jadeos y gemidos? Eres tal y como decía tu padre; eres una auténtica zorra.
¡No, eso nunca! Había olvidado cuánto tiempo había permanecido él sobre mí, devorándome como si quisiera alimentarse de mi alma por un lugar desde el que ignoraba que hubiera un acceso. Porque yo tenía alma, no como él o los demás. ¡Yo, solamente yo era la única humana de los dos aunque fuera una bruja! Yo era poderosa, y él no tenía ni la más remota idea de lo que hacía. O sí. Bueno, en realidad sí, estaba claro y mis escalofríos pocas dudas dejaban. Pero ya se entiende lo que quería decir...
– ¿Te sirve esto como lenguaje? – gemí, alto y claro, sin un segundo de vacilación, sin que me avergonzara lo más mínimo. Eso era lo que buscaba, que yo hablara su idioma, ¡y lo iba a hacer y había hecho y haría cuantas veces hiciera falta! Porque él no me callaría nunca y creía que yo tampoco lo callaría a él, maldito animal con cara de humano y aspecto de bestia febril y enloquecida y...
Como tú, querrás decir.
No, yo no. Por eso lo agarré del pelo y lo separé de entre mis piernas, molesta. ¡No iba a ser él quien me mandara, sólo era un estúpido coco y no tenía poder sobre mí! Aunque me quité la ropa como había sugerido, ¡pero eso no contaba! Había sido únicamente porque tenía calor y me sobraba. Sí. Sentía un volcán en las venas y la lava corriéndome por dentro pesada y profundamente. Y todo por su culpa, al igual que los escalofríos. Tantas, tantas contradicciones harían mella la cabeza de cualquiera... ¡Incluso la mía y la vuestra!
Pero, querida Alchemilla, tu cabeza hace tiempo que hace aguas.
¡Eso era mentira! Igual que decir que era débil o siquiera pensarlo, como el coco. Yo era fuerte y por eso lo agarré y lo senté en el suelo, conmigo encima, con las dos piernas rodeando su cuerpo. ¡Así aprendería! Pero, ah, entonces me di cuenta... El coco deseaba, y yo también. ¿Deseaba al coco! ¡Cómo podía ser aquello posible...! Y, sin embargo, lo era, estaba más que claro y no podía negarlo ni aunque ellos me lo susurraran al oído con voz particularmente suave y persuasiva. Así que poco me importó que fuera el coco o quién fuera.
¿Qué demonios vas a...?
Gemí alto y claro cuando el coco salió de mis pensamientos para entrar en mi cuerpo. ¡Sería maldito...! Maldito y enorme, tanto que clavé las uñas en sus hombros y su pecho con mucha saña, intentando herirlo tanto como con mis mordiscos. Pero era porque quería herirlo y porque era lo que yo quería hacer. Mis arañazos le recordarían quién era yo hasta que se borraran, ¿y entonces? Entonces serían sus recuerdos, claro estaba. Sus recuerdos que eran suyos pero también míos, ¡y yo no quería compartir absolutamente nada con él! Nada salvo aquello.
– Más... – susurré, y como si estuviera loca (qué tontería, ¡pues claro que no lo estaba!) comencé a moverme contra él cada vez más rápidamente y sin controlar mucho mis movimientos, aunque creía que iban más o menos al ritmo que las voces gritando que era una mala idea. Bah, ¿ellos qué sabrían? ¡Si habían sido ellos quienes me habían llevado a hacerlo...! Ellos y el coco. ¡Maldito fuera! ¡Malditos todos!
No haces lo que quieres. Él hace lo que quiere contigo, y nosotros también. Sólo eres un juguete, una muñeca como Scarlet, pero más grande que ella.
Yo no era ninguna muñeca, no era frágil, no me rompía y no estaba hecha de trapo. Estaba hecha de carne, músculos, sangre, saliva y sensaciones. Sobre todo sensaciones... Miedo, escalofríos, placer ¡y el coco intensificándolas todas a la vez simplemente porque podía! Lo odiaba, lo odiaba con mucha fuerza, pero él también era fuerte y no podía apartarme aunque quisiera. Porque quería; ellos dirán que no, pero yo estaba segura de que era lo que más deseaba en el mundo, más incluso que encontrar a mis hermanos. ¡No, no, eso sí que no...!
Te han traicionado tus pensamientos, Alchemilla, ahora debes afrontarlos.
Pero no quería, y el coco tampoco. ¡El coco me estaba ayudando a olvidarme de mí misma! El coco estaba arrodillado. El coco estaba agachado. El coco... ¿estaba entre mis pierna...? ¡Oh, Dios! ¡Sus afilados dientes habían desaparecido y habían dado paso a una boca humana! ¿El lobo-coco era más humano que lo demás o sólo llevaba puesta una máscara de persona que le permitía imitar sus movimientos de una manera magistral? ¡Porque parecía que se le daba muy bien mover los labios y no solamente para hablar como antes! No, hablar no. Gruñir, eso en todo caso. Sí.
¿Gruñir como estás haciendo tú, o lo tuyo no son gruñidos sino jadeos y gemidos? Eres tal y como decía tu padre; eres una auténtica zorra.
¡No, eso nunca! Había olvidado cuánto tiempo había permanecido él sobre mí, devorándome como si quisiera alimentarse de mi alma por un lugar desde el que ignoraba que hubiera un acceso. Porque yo tenía alma, no como él o los demás. ¡Yo, solamente yo era la única humana de los dos aunque fuera una bruja! Yo era poderosa, y él no tenía ni la más remota idea de lo que hacía. O sí. Bueno, en realidad sí, estaba claro y mis escalofríos pocas dudas dejaban. Pero ya se entiende lo que quería decir...
– ¿Te sirve esto como lenguaje? – gemí, alto y claro, sin un segundo de vacilación, sin que me avergonzara lo más mínimo. Eso era lo que buscaba, que yo hablara su idioma, ¡y lo iba a hacer y había hecho y haría cuantas veces hiciera falta! Porque él no me callaría nunca y creía que yo tampoco lo callaría a él, maldito animal con cara de humano y aspecto de bestia febril y enloquecida y...
Como tú, querrás decir.
No, yo no. Por eso lo agarré del pelo y lo separé de entre mis piernas, molesta. ¡No iba a ser él quien me mandara, sólo era un estúpido coco y no tenía poder sobre mí! Aunque me quité la ropa como había sugerido, ¡pero eso no contaba! Había sido únicamente porque tenía calor y me sobraba. Sí. Sentía un volcán en las venas y la lava corriéndome por dentro pesada y profundamente. Y todo por su culpa, al igual que los escalofríos. Tantas, tantas contradicciones harían mella la cabeza de cualquiera... ¡Incluso la mía y la vuestra!
Pero, querida Alchemilla, tu cabeza hace tiempo que hace aguas.
¡Eso era mentira! Igual que decir que era débil o siquiera pensarlo, como el coco. Yo era fuerte y por eso lo agarré y lo senté en el suelo, conmigo encima, con las dos piernas rodeando su cuerpo. ¡Así aprendería! Pero, ah, entonces me di cuenta... El coco deseaba, y yo también. ¿Deseaba al coco! ¡Cómo podía ser aquello posible...! Y, sin embargo, lo era, estaba más que claro y no podía negarlo ni aunque ellos me lo susurraran al oído con voz particularmente suave y persuasiva. Así que poco me importó que fuera el coco o quién fuera.
¿Qué demonios vas a...?
Gemí alto y claro cuando el coco salió de mis pensamientos para entrar en mi cuerpo. ¡Sería maldito...! Maldito y enorme, tanto que clavé las uñas en sus hombros y su pecho con mucha saña, intentando herirlo tanto como con mis mordiscos. Pero era porque quería herirlo y porque era lo que yo quería hacer. Mis arañazos le recordarían quién era yo hasta que se borraran, ¿y entonces? Entonces serían sus recuerdos, claro estaba. Sus recuerdos que eran suyos pero también míos, ¡y yo no quería compartir absolutamente nada con él! Nada salvo aquello.
– Más... – susurré, y como si estuviera loca (qué tontería, ¡pues claro que no lo estaba!) comencé a moverme contra él cada vez más rápidamente y sin controlar mucho mis movimientos, aunque creía que iban más o menos al ritmo que las voces gritando que era una mala idea. Bah, ¿ellos qué sabrían? ¡Si habían sido ellos quienes me habían llevado a hacerlo...! Ellos y el coco. ¡Maldito fuera! ¡Malditos todos!
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Re: Upside Down Kingdom {Privado} {+18}
Dennis podía sentir cómo le ardía toda la cara mientras sus mejillas, sus cejas, incluso su pelo resbalaban por los comprometedores rincones que formaban toda la entrepierna de la mujer, notando cómo le palpitaba la frente sobre aquel perímetro de piel, húmedo y resbaladizo y más adictivo por momentos. El hombre no dejaba de lamer como si fuera un lobo sediento en mitad de la noche que había encontrado el reflejo de la luna llena sobre el agua de un río y había empezado a beber de él hasta superar la placentera extenuación de sus propias necesidades. Sin duda, una metáfora endiabladamente demoledora para lo que se refería a esa maldita desconocida que había conseguido separarle de su parte humana con una eficacia prácticamente idéntica a la de la luna llena, y ahora que no le quedaba nada más que la resignación de su naturaleza salvaje, iba a absorber hasta la última gota que quedara de la causante, que en aquel caso estaba a su total alcance y también era de carne y hueso, tan jugosa y tangible como la carne de un ternero.
Los gemidos, casi asmáticos y ferozmente entrecortados, que se escapaban por entre los labios de su presa descendían en torno a la silueta de la joven y finalmente desembocaban en los oídos del licántropo. Éste los escuchaba perfectamente a pesar de lo fuertes y graves que eran los sonidos de su propia boca, provocando en la zona que chupaba una doble vibración, además de la de su propia lengua, que le hizo sonreír contra su clítoris cuando aquellos jadeos se mezclaron con gruñidos, y más gruñidos hasta que no hubo forma de distinguirlos de los del macho alpha. De hecho, sólo le hizo falta oírla gritar en todo su esquizofrénico esplendor para responderle con un rugido completamente animal, todavía sin alejar la cara de la suavidad de sus genitales, y aferrar las manos con más saña a sus caderas, bajando después la codicia de sus uñas por los muslos de la chica.
¿Te sirve esto como lenguaje?
Joder que si le servía… Estaba tan excitado que la cabeza le estallaría, si no fuera mucho más resistente que sus testículos gracias a las ventajas de estar loco y mantenerla en forma.
Claro que su cuerpo no se quedaba atrás en eso y aquella especie de posesa que tenía como amante se encargó de comprobarlo nuevamente al interrumpirle de su tarea y agarrarle de los cabellos, a la vez que le hacía un puto favor al mundo y se quitaba lo poco que le quedaba de ropa. Los ojos de Dennis brillaron con una intensidad famélica ante su ansiosa desnudez y la juventud que desprendía, agradecido de que el descontrol fuera tan abusivo como para no tener tiempo de sentirse un enfermo, y la chiflada de turno se encargó de ayudar a ese descontrol cuando interrumpió también su sofocado estudio, nuevamente abusando de esos breves momentos de distracción, y le obligó a sentarse ahora él en el suelo con ella encima. No importaba lo muy violenta que fuera esa urgencia innata por dominar que tenía, pues en el instante en que volvió a sentir la piel de la chica enmarañándose a la suya, no desaprovechó ni una sola milésima de segundo para seguir arañándola y amasándola de arriba abajo, incansable competidor de sus mordiscos y todo lo que implicara degustar la agresividad de la que eran mutuos aliados. A fin de cuentas, Dennis sabía de posturas en el sexo y no necesariamente significaban que hubiera más o menos sumisión por una parte que por la otra, porque estuviera arriba o abajo, aquel hombre lobo seguiría siendo el mismo: un experto en la anatomía femenina que sobre el escenario del sexo le brindaba también la oportunidad de reafirmarse, como sus patologías más íntimas y problemáticas se habían encargado de modelarle hasta esa noche en la que deseaba conquistar el cuerpo de la mujer que tenía encima. Y que tras varios minutos de sentir la chorreante cavidad que ya se salía de su sagrado agujero, Dennis profanó con el desenfreno que sólo podía ser igualado por aquella demente, que en sus mismas ansias había dirigido la penetración de sus órganos con las mismas ganas y la misma desesperación. Y no podía ser de otra manera.
Dennis se movió más y más deprisa a medida que sus embestidas aumentaban gracias a los interminables arañazos que recibía de ella en torso y hombros, en tanto él clavaba los dedos en su cintura y se aprendía de memoria el sabor de sus pechos. –Aquí tienes más… -su voz retumbó contra la tersura de sus pezones como respuesta a sus demandas y alzó los ojos y contempló con avidez cómo la muchacha echaba el cuello hacia atrás con la espalda arqueada por enésima vez, aunque no menos apoteósica cuando Dennis consiguió beberse lo que quedaba del reflejo de la luna llena al notar cómo la hacía llegar a un orgasmo que bien pudo no ser el único, viniendo de alguien tan jodidamente desquiciado como ella. Aprovechó entonces para darle un último bocado a su garganta y proferir desde allí el aullido de su propia satisfacción, que no tardó en imitarla y terminar de ensuciar el último espacio del suelo que habían ocupado.
A partir de ese momento, ambos se quedaron completamente quietos (o lo completamente quietos que les permitían sus alientos enajenados por reclamar todo el aire que habían olvidado cobrarse), siendo ésa la ocasión ideal, y la única desde que habían compartido un mismo espacio estando igualmente conscientes, para continuar mirándose y tocándose sin obligar ni retener al otro. El oxígeno iba haciendo su papel de conciliador y del sucedáneo más parecido a la sensatez que pudiera congeniar con un par de idos como ellos dos, y aunque sabían que duraría lo justo, lo cierto es que era ridículamente inevitable. Por eso, Dennis aprovechó lo que les faltara para agarrarla de la nuca y dejarla reposar en la palma de su mano cuando hizo que los dos se giraran y la espalda de la chica volviera a quedar a un palmo del suelo, de tal forma que su cuerpo podía notar la humedad del pavimento sin que su cara se alejara ni por un segundo de esos ojos azules verdosos que lo empantanaban todo.
Te dije que no me arrastraras contigo –murmuró, entre roncos jadeos-. ¿Es ésta tu forma de enfrentarte a tus miedos? ¿Follártelos? –se le escurrió una pequeña risa caliente y todavía bajo los (eternos) efectos de la enajenación- La próxima vez que te desmayes en un callejón, hazlo lejos de donde yo pueda olerte –y sin más preámbulos, hundió los dientes sobre sus labios, como última o simplemente nueva intromisión a las entrañas de aquella chica.
Los gemidos, casi asmáticos y ferozmente entrecortados, que se escapaban por entre los labios de su presa descendían en torno a la silueta de la joven y finalmente desembocaban en los oídos del licántropo. Éste los escuchaba perfectamente a pesar de lo fuertes y graves que eran los sonidos de su propia boca, provocando en la zona que chupaba una doble vibración, además de la de su propia lengua, que le hizo sonreír contra su clítoris cuando aquellos jadeos se mezclaron con gruñidos, y más gruñidos hasta que no hubo forma de distinguirlos de los del macho alpha. De hecho, sólo le hizo falta oírla gritar en todo su esquizofrénico esplendor para responderle con un rugido completamente animal, todavía sin alejar la cara de la suavidad de sus genitales, y aferrar las manos con más saña a sus caderas, bajando después la codicia de sus uñas por los muslos de la chica.
¿Te sirve esto como lenguaje?
Joder que si le servía… Estaba tan excitado que la cabeza le estallaría, si no fuera mucho más resistente que sus testículos gracias a las ventajas de estar loco y mantenerla en forma.
Claro que su cuerpo no se quedaba atrás en eso y aquella especie de posesa que tenía como amante se encargó de comprobarlo nuevamente al interrumpirle de su tarea y agarrarle de los cabellos, a la vez que le hacía un puto favor al mundo y se quitaba lo poco que le quedaba de ropa. Los ojos de Dennis brillaron con una intensidad famélica ante su ansiosa desnudez y la juventud que desprendía, agradecido de que el descontrol fuera tan abusivo como para no tener tiempo de sentirse un enfermo, y la chiflada de turno se encargó de ayudar a ese descontrol cuando interrumpió también su sofocado estudio, nuevamente abusando de esos breves momentos de distracción, y le obligó a sentarse ahora él en el suelo con ella encima. No importaba lo muy violenta que fuera esa urgencia innata por dominar que tenía, pues en el instante en que volvió a sentir la piel de la chica enmarañándose a la suya, no desaprovechó ni una sola milésima de segundo para seguir arañándola y amasándola de arriba abajo, incansable competidor de sus mordiscos y todo lo que implicara degustar la agresividad de la que eran mutuos aliados. A fin de cuentas, Dennis sabía de posturas en el sexo y no necesariamente significaban que hubiera más o menos sumisión por una parte que por la otra, porque estuviera arriba o abajo, aquel hombre lobo seguiría siendo el mismo: un experto en la anatomía femenina que sobre el escenario del sexo le brindaba también la oportunidad de reafirmarse, como sus patologías más íntimas y problemáticas se habían encargado de modelarle hasta esa noche en la que deseaba conquistar el cuerpo de la mujer que tenía encima. Y que tras varios minutos de sentir la chorreante cavidad que ya se salía de su sagrado agujero, Dennis profanó con el desenfreno que sólo podía ser igualado por aquella demente, que en sus mismas ansias había dirigido la penetración de sus órganos con las mismas ganas y la misma desesperación. Y no podía ser de otra manera.
Dennis se movió más y más deprisa a medida que sus embestidas aumentaban gracias a los interminables arañazos que recibía de ella en torso y hombros, en tanto él clavaba los dedos en su cintura y se aprendía de memoria el sabor de sus pechos. –Aquí tienes más… -su voz retumbó contra la tersura de sus pezones como respuesta a sus demandas y alzó los ojos y contempló con avidez cómo la muchacha echaba el cuello hacia atrás con la espalda arqueada por enésima vez, aunque no menos apoteósica cuando Dennis consiguió beberse lo que quedaba del reflejo de la luna llena al notar cómo la hacía llegar a un orgasmo que bien pudo no ser el único, viniendo de alguien tan jodidamente desquiciado como ella. Aprovechó entonces para darle un último bocado a su garganta y proferir desde allí el aullido de su propia satisfacción, que no tardó en imitarla y terminar de ensuciar el último espacio del suelo que habían ocupado.
A partir de ese momento, ambos se quedaron completamente quietos (o lo completamente quietos que les permitían sus alientos enajenados por reclamar todo el aire que habían olvidado cobrarse), siendo ésa la ocasión ideal, y la única desde que habían compartido un mismo espacio estando igualmente conscientes, para continuar mirándose y tocándose sin obligar ni retener al otro. El oxígeno iba haciendo su papel de conciliador y del sucedáneo más parecido a la sensatez que pudiera congeniar con un par de idos como ellos dos, y aunque sabían que duraría lo justo, lo cierto es que era ridículamente inevitable. Por eso, Dennis aprovechó lo que les faltara para agarrarla de la nuca y dejarla reposar en la palma de su mano cuando hizo que los dos se giraran y la espalda de la chica volviera a quedar a un palmo del suelo, de tal forma que su cuerpo podía notar la humedad del pavimento sin que su cara se alejara ni por un segundo de esos ojos azules verdosos que lo empantanaban todo.
Te dije que no me arrastraras contigo –murmuró, entre roncos jadeos-. ¿Es ésta tu forma de enfrentarte a tus miedos? ¿Follártelos? –se le escurrió una pequeña risa caliente y todavía bajo los (eternos) efectos de la enajenación- La próxima vez que te desmayes en un callejón, hazlo lejos de donde yo pueda olerte –y sin más preámbulos, hundió los dientes sobre sus labios, como última o simplemente nueva intromisión a las entrañas de aquella chica.
Dennis Vallespir- Licántropo Clase Alta
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Re: Upside Down Kingdom {Privado} {+18}
Lo hería, lo hería; lo arañaba, lo mordía; lo marcaba, lo dominaba y ¡lo sometía! O él me sometía a mí, quién sabe. Las voces decían una cosa y yo pensaba otra, pero ¿pensar? No, no, yo no podía hacerlo, ya no era capaz. Sólo sentía y lo hería con saña, cualquiera de las dos cosas tan fuerte como me era posible, y no era precisamente poco. Yo nunca hacía nada solamente un poco, o lo hacía o ellos me apartaban y me impedían que me quedara a medias, así que por eso lo iba a llevar hasta el final. Hasta la cumbr…
¡Oh, Dios, el coco! El coco me estaba volviendo loca, me había hecho cerrar los ojos y conseguía que me ahogara en las oleadas de placer que él me enviaba como él se había sumergido entre mis piernas casi sin salir. Pero había salido, y mejor porque de lo contrario no habría podido disfrutarlo. Y yo quería disfrutarlo; ya volvería a odiarlo después más allá de todos los arañazos, ahora no tocaba eso.
¿Y ahora toca escucharnos, Alchemilla? Para, ¡detente ahora mismo! No sigas por…
Pero era tarde para no seguir por ahí, y el coco y yo lo sabíamos bien. Más que saberlo lo notábamos porque no éramos capaces de pensar en mucho más. Además, yo prefería morder; clavar los dientes en su piel era mucho mejor que razonar. Pensar estaba sobrevalorado, y más en aquel momento. Incluso escucharlos estaba sobrevalorado, aunque intentar hacer oídos sordos era complicado porque ellos sonaban en todas partes, a mi alrededor.
¡No, vas a escucharnos, no vas a CERRARNOS NO CIERRES NO PARA…!
El clímax llegó con una embestida suya y con el preciado silencio de las voces, aunque nosotros jadeábamos porque necesitábamos respirar. Yo ni siquiera me había dado cuenta de que necesitaba hacerlo, ¡qué gracioso! Tampoco me di cuenta de que había pasado a estar tumbada en el suelo (más o menos, eso creía, tampoco estaba segura, pero ¿qué importaba?) con él encima. Sólo jadeaba y respiraba; jadeaba y respiraba; jadeaba y…
– No me gustan los callejones. Hay monstruos y cocos y nunca sabes lo que pasa en ellos. – murmuré, no sabía si en broma o no. Era un misterio. Él era un coco, de eso estaba segura, pero no parecía demasiado peligroso. Un poco sí, mi cuerpo y sus heridas lo demostraban, pero sus besos no eran dañinos en pequeñas dosis. Más quizá…
Más te volverán ADICTA a él y tú no quieres ser ADICTA, ¿verdad?
Cerré los ojos un momento y las voces se callaron de una maldita vez. Cuando los abrí, mis manos se habían movido por sí mismas y arañaban sus músculos como si así fuera a definírselos. Más, quiero decir. Bajaba por su cuerpo hasta que llegué a mi destino y lo miré con los ojos muy abiertos. Aún no estaba listo, pero creía que lo estaría pronto.
– Ya estás en el suelo conmigo. Ya te he arrastrado y no quieres volver. ¿Te gusta tocar fondo, coco? No sé tu nombre. ¿Los cocos lobo tienen nombre? Yo lo tengo pero ellos dicen que no debería decírtelo. Yo tampoco creo que debas saberlo. – decidí, y entonces mis manos se deslizaron por lo largo y blando de su miembro hasta que se endureció por el contacto muy rápido. Ya estaba listo, y yo sonreí. No me aparté.
¿Quieres convertirte en alimento para cocos, Alchemilla? Porque lo estás consiguiendo.
Los ignoré y me centré en él. Le cerré la boca entreabierta de un mordisco que luego fue beso y luego otra vez mordisco y continué con las manos arriba y abajo sin parar, con un ritmo continuo. ¡Qué gracioso, era como tocar un instrumento! ¿Suponía que llamarlo así era apropiado…? Esa era otra cosa que también ignoraba. Vaya, ya empezaban a ser muchas.
Pero te da igual, porque todo lo que te importa esta noche es él, el coco que te ha capturado y poseído.
Me daba igual del todo. No me importaba ni siquiera un poquito. Sólo me importaba morderle las clavículas y moverme contra él como podía. Las voces harían bien estándose calladitas porque yo no pensaba escuchar nada de lo que me dijeran… Nada de nada de nada de nada. Sólo me escucharía a mí. Bueno, y al coco. Y a mí que me escuché cuando le susurré al oído una palabra: Alchemilla.
¡Oh, Dios, el coco! El coco me estaba volviendo loca, me había hecho cerrar los ojos y conseguía que me ahogara en las oleadas de placer que él me enviaba como él se había sumergido entre mis piernas casi sin salir. Pero había salido, y mejor porque de lo contrario no habría podido disfrutarlo. Y yo quería disfrutarlo; ya volvería a odiarlo después más allá de todos los arañazos, ahora no tocaba eso.
¿Y ahora toca escucharnos, Alchemilla? Para, ¡detente ahora mismo! No sigas por…
Pero era tarde para no seguir por ahí, y el coco y yo lo sabíamos bien. Más que saberlo lo notábamos porque no éramos capaces de pensar en mucho más. Además, yo prefería morder; clavar los dientes en su piel era mucho mejor que razonar. Pensar estaba sobrevalorado, y más en aquel momento. Incluso escucharlos estaba sobrevalorado, aunque intentar hacer oídos sordos era complicado porque ellos sonaban en todas partes, a mi alrededor.
¡No, vas a escucharnos, no vas a CERRARNOS NO CIERRES NO PARA…!
El clímax llegó con una embestida suya y con el preciado silencio de las voces, aunque nosotros jadeábamos porque necesitábamos respirar. Yo ni siquiera me había dado cuenta de que necesitaba hacerlo, ¡qué gracioso! Tampoco me di cuenta de que había pasado a estar tumbada en el suelo (más o menos, eso creía, tampoco estaba segura, pero ¿qué importaba?) con él encima. Sólo jadeaba y respiraba; jadeaba y respiraba; jadeaba y…
– No me gustan los callejones. Hay monstruos y cocos y nunca sabes lo que pasa en ellos. – murmuré, no sabía si en broma o no. Era un misterio. Él era un coco, de eso estaba segura, pero no parecía demasiado peligroso. Un poco sí, mi cuerpo y sus heridas lo demostraban, pero sus besos no eran dañinos en pequeñas dosis. Más quizá…
Más te volverán ADICTA a él y tú no quieres ser ADICTA, ¿verdad?
Cerré los ojos un momento y las voces se callaron de una maldita vez. Cuando los abrí, mis manos se habían movido por sí mismas y arañaban sus músculos como si así fuera a definírselos. Más, quiero decir. Bajaba por su cuerpo hasta que llegué a mi destino y lo miré con los ojos muy abiertos. Aún no estaba listo, pero creía que lo estaría pronto.
– Ya estás en el suelo conmigo. Ya te he arrastrado y no quieres volver. ¿Te gusta tocar fondo, coco? No sé tu nombre. ¿Los cocos lobo tienen nombre? Yo lo tengo pero ellos dicen que no debería decírtelo. Yo tampoco creo que debas saberlo. – decidí, y entonces mis manos se deslizaron por lo largo y blando de su miembro hasta que se endureció por el contacto muy rápido. Ya estaba listo, y yo sonreí. No me aparté.
¿Quieres convertirte en alimento para cocos, Alchemilla? Porque lo estás consiguiendo.
Los ignoré y me centré en él. Le cerré la boca entreabierta de un mordisco que luego fue beso y luego otra vez mordisco y continué con las manos arriba y abajo sin parar, con un ritmo continuo. ¡Qué gracioso, era como tocar un instrumento! ¿Suponía que llamarlo así era apropiado…? Esa era otra cosa que también ignoraba. Vaya, ya empezaban a ser muchas.
Pero te da igual, porque todo lo que te importa esta noche es él, el coco que te ha capturado y poseído.
Me daba igual del todo. No me importaba ni siquiera un poquito. Sólo me importaba morderle las clavículas y moverme contra él como podía. Las voces harían bien estándose calladitas porque yo no pensaba escuchar nada de lo que me dijeran… Nada de nada de nada de nada. Sólo me escucharía a mí. Bueno, y al coco. Y a mí que me escuché cuando le susurré al oído una palabra: Alchemilla.
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Re: Upside Down Kingdom {Privado} {+18}
Los cocos debían de ser omnívoros, no sólo porque Dennis hubiera tastado a toda clase de mujeres, sino porque, desde luego, había que saber tolerarlo todo para lidiar con una hembra del calibre de aquélla que acababa de poseer en un callejón… y que algo apuntaba a que no sería la última vez; algo que llevaba ya mucho rato haciéndolo desde el centro de sus piernas y ahora, entre los dedos de la culpable en cuestión. Gráfico y metafórico a la vez, pero tan certero como lo que experimentaba a través de sus revoltosas caricias y la ineludible sensación de que, en cualquier momento, todo podía estallar en sus manos. Literalmente.
La jaula de grillos que tenía por cabeza ya hacía mucho rato que había chocado con la suya, probablemente incluso las aves se habrían mezclado en mitad del caos y el descontrol. Ah, y sin ningún atisbo de duda se habrían apareado entre ellas para traer al mundo más desequilibrios de confusión macabra. Así fue cómo se dio cuenta, de golpe y porrazo, de que aquello que estaba ocurriendo definitivamente no tenía solución posible ni correa lo bastante resistente, porque ni siquiera la idea de poder dejarla preñada, fornicando en espacios públicos sin saber absolutamente nada el uno del otro, era capaz de detenerlo. Y eso que estaríamos hablando de un embrollo realmente terrorífico, pero no había nada más terrorífico en esos momentos que las ganas que tenía de que su sangre no dejara de corretear por sus venas a una velocidad tan delirantemente deliciosa, tan espeluznantemente adictiva como aquélla. Fuera lo que fuera lo que esa maldita tocada del ala conseguía provocarle, a él le gustaba demasiado. Tanto, que incluso llevarse la contraria a sí mismo le suponía un reto, un incentivo; una trampa cubierta con chocolate. Afrodisiaco y dulce para críos, las coincidencias no existían.
Dennis tenía un brazo apoyado en el suelo, con toda la palma de la mano abierta cerca de una de las mejillas de ella, para no dejar de besarla sin perder el equilibrio, o al menos ése había sido su acto reflejo nada más recuperar la posición de arriba, pues que no tenía problema alguno en aplastarla contra el peso de su cuerpo ya había quedado demostrado desde el puto regreso a los callejones. Y apenas tardó en flexionarlo ligeramente cuando la chica empezó a masturbarle otra vez mientras le hablaba aún pegada a sus labios, de pronto frente con frente y un reguero de manchas verdes y azules cegándoles la vista. No supo si esa necesidad de cercanía fue para no perderse ni un solo recoveco de su boca o para coger carrerilla frente a lo que se avecinaba, pero el caso es que sintió cómo cada uno de sus músculos volvía a golpearle la piel, frenéticos por salir al exterior, por funcionar como nunca antes habían funcionado en un sitio así, con una mujer así… Lo cierto es que pocas mujeres había conocido que se parecieran a la que entonces le endurecía el miembro como si ésa hubiera sido la primera opción desde que sus miradas se cruzaron en la cafetería, que ya se veía tan lejana.
Me gusta tocar fondo –afirmó sin más, al cabo de unos segundos y tal cual lo acababa de decir ella. Ni siquiera hizo falta usar un tono de voz distinto con el que resaltar el doble sentido, porque ya tenía uno de los dedos de la mano libre dentro de su vagina para ilustrarlo, y al ver evolucionar la expresión de su cara, tan próxima a la suya, friccionando mejilla con mejilla, ya sólo pudo usar los dientes para agarrarla de la barbilla mientras todo él respondía a las embestidas de la excitación-. Tú has empezado esto, así que ni se te ocurra apartar la mirada.
Y en aquella jauría de éxtasis reencontrado, su nombre fue un detonante incluso más efectivo que lo que estaba haciendo con su pene. Se lo vio venir incluso menos que toda la situación en sí, tanto el propio Dennis como la propia Alchemilla se habían encargado de que, llegados a ese punto, le sorprendiera lo bastante como para alcanzar un delirio que no se encontraba ni en sus manos, ni en su boca, ni en su sexo, sino en su cabeza, en la misma que ardió de arriba abajo cuando aquella revelación entró por sus oídos y terminó en los trastornos más caldeados de su mente… No sabía cómo, pero aquella chiquilla lo había vuelto a hacer, había logrado ponerle cachondo en los terrenos más pantanosos de su locura.
Puerca –pronunció a través de los pocos rincones que habían sobrevivido entre sus dientes firmemente apretados, y finalmente movió la mano del suelo para estirarle del cabello de la nuca y obligarla a tener todo su cuello al descubierto, que se dedicó a mordisquear a la vez que empleaba otro de los dedos en su vagina para acariciarle el clítoris con un ritmo idéntico al que sentía en su polla-. Oh, disculpa, quería decir… -y recogió aire tras un arranque de fuerza abrasadora antes de expulsar 'Alchemilla' justo en la yugular de ésta, devolviéndole el nombre que acababa de darle con un nivel de perforación que no tuvo nada que envidiar al del mismísimo coito.
La jaula de grillos que tenía por cabeza ya hacía mucho rato que había chocado con la suya, probablemente incluso las aves se habrían mezclado en mitad del caos y el descontrol. Ah, y sin ningún atisbo de duda se habrían apareado entre ellas para traer al mundo más desequilibrios de confusión macabra. Así fue cómo se dio cuenta, de golpe y porrazo, de que aquello que estaba ocurriendo definitivamente no tenía solución posible ni correa lo bastante resistente, porque ni siquiera la idea de poder dejarla preñada, fornicando en espacios públicos sin saber absolutamente nada el uno del otro, era capaz de detenerlo. Y eso que estaríamos hablando de un embrollo realmente terrorífico, pero no había nada más terrorífico en esos momentos que las ganas que tenía de que su sangre no dejara de corretear por sus venas a una velocidad tan delirantemente deliciosa, tan espeluznantemente adictiva como aquélla. Fuera lo que fuera lo que esa maldita tocada del ala conseguía provocarle, a él le gustaba demasiado. Tanto, que incluso llevarse la contraria a sí mismo le suponía un reto, un incentivo; una trampa cubierta con chocolate. Afrodisiaco y dulce para críos, las coincidencias no existían.
Dennis tenía un brazo apoyado en el suelo, con toda la palma de la mano abierta cerca de una de las mejillas de ella, para no dejar de besarla sin perder el equilibrio, o al menos ése había sido su acto reflejo nada más recuperar la posición de arriba, pues que no tenía problema alguno en aplastarla contra el peso de su cuerpo ya había quedado demostrado desde el puto regreso a los callejones. Y apenas tardó en flexionarlo ligeramente cuando la chica empezó a masturbarle otra vez mientras le hablaba aún pegada a sus labios, de pronto frente con frente y un reguero de manchas verdes y azules cegándoles la vista. No supo si esa necesidad de cercanía fue para no perderse ni un solo recoveco de su boca o para coger carrerilla frente a lo que se avecinaba, pero el caso es que sintió cómo cada uno de sus músculos volvía a golpearle la piel, frenéticos por salir al exterior, por funcionar como nunca antes habían funcionado en un sitio así, con una mujer así… Lo cierto es que pocas mujeres había conocido que se parecieran a la que entonces le endurecía el miembro como si ésa hubiera sido la primera opción desde que sus miradas se cruzaron en la cafetería, que ya se veía tan lejana.
Me gusta tocar fondo –afirmó sin más, al cabo de unos segundos y tal cual lo acababa de decir ella. Ni siquiera hizo falta usar un tono de voz distinto con el que resaltar el doble sentido, porque ya tenía uno de los dedos de la mano libre dentro de su vagina para ilustrarlo, y al ver evolucionar la expresión de su cara, tan próxima a la suya, friccionando mejilla con mejilla, ya sólo pudo usar los dientes para agarrarla de la barbilla mientras todo él respondía a las embestidas de la excitación-. Tú has empezado esto, así que ni se te ocurra apartar la mirada.
Y en aquella jauría de éxtasis reencontrado, su nombre fue un detonante incluso más efectivo que lo que estaba haciendo con su pene. Se lo vio venir incluso menos que toda la situación en sí, tanto el propio Dennis como la propia Alchemilla se habían encargado de que, llegados a ese punto, le sorprendiera lo bastante como para alcanzar un delirio que no se encontraba ni en sus manos, ni en su boca, ni en su sexo, sino en su cabeza, en la misma que ardió de arriba abajo cuando aquella revelación entró por sus oídos y terminó en los trastornos más caldeados de su mente… No sabía cómo, pero aquella chiquilla lo había vuelto a hacer, había logrado ponerle cachondo en los terrenos más pantanosos de su locura.
Puerca –pronunció a través de los pocos rincones que habían sobrevivido entre sus dientes firmemente apretados, y finalmente movió la mano del suelo para estirarle del cabello de la nuca y obligarla a tener todo su cuello al descubierto, que se dedicó a mordisquear a la vez que empleaba otro de los dedos en su vagina para acariciarle el clítoris con un ritmo idéntico al que sentía en su polla-. Oh, disculpa, quería decir… -y recogió aire tras un arranque de fuerza abrasadora antes de expulsar 'Alchemilla' justo en la yugular de ésta, devolviéndole el nombre que acababa de darle con un nivel de perforación que no tuvo nada que envidiar al del mismísimo coito.
Última edición por Dennis Vallespir el Mar Ago 12, 2014 11:23 pm, editado 1 vez
Dennis Vallespir- Licántropo Clase Alta
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Re: Upside Down Kingdom {Privado} {+18}
El coco, el coco, el coco: nunca me habría imaginado así al coco. No, así no, así de intenso y de peligroso, ¡porque lo era! Si no me andaba con cuidado me acabaría ahogando en las profundidades de sus ojos, y eso no quería hacerlo, ¡no podía! Tenía cosas mejores que hacer que morir en una trampa de cocos que gritaban, jadeaban, acariciaban y penetraban fuerte y rápido, ¡demasiado! Aunque dolía me gustaba, ¿o quizá me gustaba porque a veces dolía? No, porque ya lo hacía cada vez menos y seguía gustándome. Qué raro.
Deberías...
¡No! ¡Os he dicho que calléis, no quiero escucharos! Sólo quería escucharlo a él sin murmullos de fondo que me decían tonterías sobre errores y cocos malvados y fuertes que se parecían y a la vez no a él, ¡parad! Silencio, eso quería, o no silencio pero sí de ellos. ¿Eso era contradictorio? Ya... Me lo parecía, pero me importaba poco, tampoco podía pensar demasiado así que daba igual.
¿Demasiado? No, no podía y no quería pensar nada más, no y no. ¡Nada me convencería de hacerlo! Pensar no me gustaba cuando se trataba del coco, él podía ver lo que me pasaba por la cabeza y era peligroso, ¡muy peligroso! Aunque por suerte yo podía dominarlo un poco, y mi mano lo estaba haciendo arriba y abajo sin parar al mismo ritmo que la suya, ¿en qué momento habíamos compartido ritmos?
¡Ni de eso me acordaba! Pero tampoco me importaba, ¿no? Porque él me había llamado puerca y yo no lo era pero se había retractado y había pronunciado mi nombre (Alchemilla. ¡Callad, conozco mi propio nombre!) y oh, su voz pronunciando esas letras sonaba tan bien, tanto y tan maravillosamente genial... Aunque no era dulce, no lo era, pero a mí no me gustaba el dulce, a mí me gustaba la sangre. ¿Mi sangre? Su sangre. Desde luego.
Le mordí y sangró, pero para que no se quejara me separé un poco de él y aparté las manos para llevarlas a su trasero. Oh, era suave, no me esperaba que el coco pudiera tener algo así de delicado siendo él un animal, ¡una bestia, un coco! Pero lo era, y además apreté y era apetecible como lo era él y como yo había descubierto que el enemigo tan grande como era el coco podía ser. Y me gustaba, creía, no estaba muy segura pero probablemente sí. Eso creía.
Lo acerqué a mí y lo pegué tanto a mi cuerpo que cualquier movimiento servía para rozarnos entre las piernas, él y yo, yo y él. Y era tan placentero como todo lo demás, como agarrarlo o moverlo o controlarlo, ¡me gustaba controlarlo! Tenía que ser fuerte si podía dominar a algo como el coco, ¿verdad? Sí, yo creía que lo era pero no lo podía decir muy alto o me lo echarían en cara, ¡el coco al menos! Bueno, y ellos también, ellos me echaban todo en cara.
Nosotros no...
¡Sí, vosotros también, y ahora silencio! El único ruido que quería escuchar era el del coco y yo, no el de los demás, no el de las voces que no se callaban ni siquiera mientras dormía las pocas veces que lo hacía. Ellos permanecieron en silencio y entonces yo gemí para poder acallar cualquier conversación que sabía que iban a empezar, ¡porque los conocía y les gustaba desobedecerme! Y yo no quería que me desobedecieran, no cuando estaba con el coco y prefería centrarme en él. Necesitaba prestarle atención, de lo contrario se enfadaría y yo lo pagaría. Eso sería peor.
Lo pegué a mí otra vez, pero esta vez tan fuerte que consiguió entrar en mi interior de un golpe. ¡Oh, dios! Estaba segura de que chillé, pero a lo mejor no lo había hecho, ¿quién sabía? Sólo el coco podría decirlo, pero era un mentiroso que decía algo de retractarme y yo no lo había hecho, ¡no era una cobarde! El coco era el tramposo y el malvado, yo no era nada de eso, yo sólo disfrutaba de él. Sí, eso era.
– Yo no me voy a retractar. Ni voy a apartar la mirada, ¡no voy a hacerlo! Nunca. No te obedezco. – jadeé, apenas dándome cuenta de en qué hablaba, y ¿lo había hecho en francés? Sí... Pero algo de acento me había salido, ¡qué extraño! Hacía mucho que no me sonaba la voz parecida a la de mi madre cuando hablaba en noruego. Me daba igual, me gustó cómo sonó mi voz; grave, ronca, excitada. ¡Culpa del coco, sí, pero también mía! Por una vez.
Y cada vez lo estaba un poco más, era como subir una cumbre cuya cima era puro placer y cada paso te trajera estremecimientos agradables e intensos y profundos, ¡qué profundos además! Hasta el fondo. Hasta lo más dentro. Oh, sí, el coco sabía bien y sabía lo que se hacía, lo supe yo cada vez que lo besaba o mordía, con el gusto de su piel mezclándose con el de su sangre. Qué placer.
Deberías...
¡No! ¡Os he dicho que calléis, no quiero escucharos! Sólo quería escucharlo a él sin murmullos de fondo que me decían tonterías sobre errores y cocos malvados y fuertes que se parecían y a la vez no a él, ¡parad! Silencio, eso quería, o no silencio pero sí de ellos. ¿Eso era contradictorio? Ya... Me lo parecía, pero me importaba poco, tampoco podía pensar demasiado así que daba igual.
¿Demasiado? No, no podía y no quería pensar nada más, no y no. ¡Nada me convencería de hacerlo! Pensar no me gustaba cuando se trataba del coco, él podía ver lo que me pasaba por la cabeza y era peligroso, ¡muy peligroso! Aunque por suerte yo podía dominarlo un poco, y mi mano lo estaba haciendo arriba y abajo sin parar al mismo ritmo que la suya, ¿en qué momento habíamos compartido ritmos?
¡Ni de eso me acordaba! Pero tampoco me importaba, ¿no? Porque él me había llamado puerca y yo no lo era pero se había retractado y había pronunciado mi nombre (Alchemilla. ¡Callad, conozco mi propio nombre!) y oh, su voz pronunciando esas letras sonaba tan bien, tanto y tan maravillosamente genial... Aunque no era dulce, no lo era, pero a mí no me gustaba el dulce, a mí me gustaba la sangre. ¿Mi sangre? Su sangre. Desde luego.
Le mordí y sangró, pero para que no se quejara me separé un poco de él y aparté las manos para llevarlas a su trasero. Oh, era suave, no me esperaba que el coco pudiera tener algo así de delicado siendo él un animal, ¡una bestia, un coco! Pero lo era, y además apreté y era apetecible como lo era él y como yo había descubierto que el enemigo tan grande como era el coco podía ser. Y me gustaba, creía, no estaba muy segura pero probablemente sí. Eso creía.
Lo acerqué a mí y lo pegué tanto a mi cuerpo que cualquier movimiento servía para rozarnos entre las piernas, él y yo, yo y él. Y era tan placentero como todo lo demás, como agarrarlo o moverlo o controlarlo, ¡me gustaba controlarlo! Tenía que ser fuerte si podía dominar a algo como el coco, ¿verdad? Sí, yo creía que lo era pero no lo podía decir muy alto o me lo echarían en cara, ¡el coco al menos! Bueno, y ellos también, ellos me echaban todo en cara.
Nosotros no...
¡Sí, vosotros también, y ahora silencio! El único ruido que quería escuchar era el del coco y yo, no el de los demás, no el de las voces que no se callaban ni siquiera mientras dormía las pocas veces que lo hacía. Ellos permanecieron en silencio y entonces yo gemí para poder acallar cualquier conversación que sabía que iban a empezar, ¡porque los conocía y les gustaba desobedecerme! Y yo no quería que me desobedecieran, no cuando estaba con el coco y prefería centrarme en él. Necesitaba prestarle atención, de lo contrario se enfadaría y yo lo pagaría. Eso sería peor.
Lo pegué a mí otra vez, pero esta vez tan fuerte que consiguió entrar en mi interior de un golpe. ¡Oh, dios! Estaba segura de que chillé, pero a lo mejor no lo había hecho, ¿quién sabía? Sólo el coco podría decirlo, pero era un mentiroso que decía algo de retractarme y yo no lo había hecho, ¡no era una cobarde! El coco era el tramposo y el malvado, yo no era nada de eso, yo sólo disfrutaba de él. Sí, eso era.
– Yo no me voy a retractar. Ni voy a apartar la mirada, ¡no voy a hacerlo! Nunca. No te obedezco. – jadeé, apenas dándome cuenta de en qué hablaba, y ¿lo había hecho en francés? Sí... Pero algo de acento me había salido, ¡qué extraño! Hacía mucho que no me sonaba la voz parecida a la de mi madre cuando hablaba en noruego. Me daba igual, me gustó cómo sonó mi voz; grave, ronca, excitada. ¡Culpa del coco, sí, pero también mía! Por una vez.
Y cada vez lo estaba un poco más, era como subir una cumbre cuya cima era puro placer y cada paso te trajera estremecimientos agradables e intensos y profundos, ¡qué profundos además! Hasta el fondo. Hasta lo más dentro. Oh, sí, el coco sabía bien y sabía lo que se hacía, lo supe yo cada vez que lo besaba o mordía, con el gusto de su piel mezclándose con el de su sangre. Qué placer.
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Re: Upside Down Kingdom {Privado} {+18}
Demasiado, y desde el principio. Lo que no hacía que el sexo fuera más intenso, porque con ese par de enfermos habría sido intenso de todas las maneras posibles, pero sí que evidenciaba todavía más la escasez de control que había cuando se juntaban. Delante de la gente, a solas en un callejón. No había lugar para las buenas formas, ni para nada que se pareciera un mínimo a cómo convivían los seres sociables. De golpe y porrazo, sólo eran un chiquillo atrapado en una red cambiante que entretenía sus traumas a través del coito adulto a mujeres de todo tipo y una muchacha que bebía sangre de desconocidos a los que creía responsables de sus pesadillas, mientras las enfrentaba con amenazas y masturbaciones al unísono. O más que 'de golpe y porrazo', como si antes no lo fueran y ahora sí, en realidad simplemente llegaban para destapar al otro en mitad del gentío y estamparle un espejo a la cara, por si se les ocurría olvidar que estaban completamente perdidos sin su locura. Y en el caso de Dennis, era la primera vez que podía encontrarse en la de otra persona, incluso si el resultado no auguraba nada bueno. Tampoco había pensado pedirle peras al olmo.
Sus manos resbalaron bruscamente por su vagina después de haber estado estimulándola durante todo ese rato y su pene sustituyó la tarea mucho antes de lo que él mismo se esperaba, culpa de la maldita niñata que no paraba quieta en sus ansias (y no era como si él mismo no la entendiera, pero qué más daba, cualquier sentimiento hostil ya aparecía por pura inercia). Gruñó con una intensidad casi tan asfixiante como el alarido que había soltado ella (¿qué esperaba, si lo pegaba a su cuerpo así de golpe?) y de nuevo, volvió a encontrarse en medio de las embestidas con las que se alejaban más y más de todo lo que no fueran ellos y el jodido estado mental que habían creado para ese momento, más real y tangible que el lugar físico donde estaban retozando.
Apenas escuchó lo que Alchemilla había dicho, mas sí distinguió algo de su acento… ¿De dónde demonios era? ¿De algún país nórdico, tal vez? Hablar en francés con acento nórdico, grave, pegajoso y sin ningún miramiento, muy digno de la hembra que le había calentado hasta el descontrol más salvaje que recordara en mucho tiempo (no en vano era tan parecido al que prevalecía a la transformación). Cuando creía que ya nada podría excitarlo más, la puta chiflada le salía con voces roncas para descubrirle nuevos fetiches que ni siquiera tenía de antes… Vaya unos límites tan desmedidos habían logrado, que ya sólo les bastaba con abrir la boca, y no necesariamente para morder o lamer.
Si la cabeza no le fallaba tanto (duda razonable, allí atrapado en aquel caos copulativo), le había parecido entender algo sobre la obediencia. Claro que sí, tan ocurrente como de costumbre en la mujer que ahora estaba siendo penetrada por él y por segunda vez, aunque eso fuese algo claramente consensuado, a pesar de la ardiente agresividad que habían protagonizado, mucho antes de acabar sin ropa. De haber conseguido que esa chiquilla le obedeciera en los primeros instantes del encuentro, probablemente no habrían terminado gimiendo el nombre del otro (bueno, el nombre de ella, porque él sólo había obtenido el incesante y fastidioso 'coco'), mientras su desnudez se restregaba contra el suelo. Y ya había perdido la cuenta de las veces que había usado el maldito condicional, como si le hubiera servido de algo, como si hubiera disminuido el número de besos, o como si hubiera hecho menos apetecible el sabor de su clítoris, o como si hubiera evitado que la follara dos veces seguidas. Buen ejemplar, el condicional, más útil que morder la oreja de Alchemilla a la vez que se retorcía bajo su pene… Ni el sarcasmo hacía justicia a su fracaso.
De pronto, con la misma habilidad para la sorpresa que su repentina amante, Dennis sólo paró de embestirla para agarrarla de los muslos y levantarla sin que sus órganos se despagaran, antes de que la pared del callejón raspara toda la espalda de la joven y la ajustara todavía más a la penetración que ahora podía continuar, apoyada en esa nueva postura. Algo que no habría sucedido, de no contar con la fuerza y la flexibilidad de un lobo hambriento que buscaba saciar y ser saciado en una posición aún más placentera que al estar encima o detrás. De modo que una vez así, el hombre sólo tuvo que agarrarle una rodilla para que flexionara la pierna y la abriera más hacia un lado, sin dejar de entrar una y otra vez en ella. Con la otra mano, fue bajando de sus pechos al centro de sus nalgas, las que masajeó y arañó a un ritmo que, cuanto más descompasado fue con la penetración, mayor intensidad alcanzó al instante de volver a soltarlo todo en aquella maraña húmeda que unía sus cuerpos. Dennis respirando con los dientes asidos al cuello de Alchemilla y ésta por encima del suelo, con las piernas en el aire todavía sujetas por él y la nuca recostada contra la pared, que ya no sabía cómo sostener semejante catarsis.
Sus manos resbalaron bruscamente por su vagina después de haber estado estimulándola durante todo ese rato y su pene sustituyó la tarea mucho antes de lo que él mismo se esperaba, culpa de la maldita niñata que no paraba quieta en sus ansias (y no era como si él mismo no la entendiera, pero qué más daba, cualquier sentimiento hostil ya aparecía por pura inercia). Gruñó con una intensidad casi tan asfixiante como el alarido que había soltado ella (¿qué esperaba, si lo pegaba a su cuerpo así de golpe?) y de nuevo, volvió a encontrarse en medio de las embestidas con las que se alejaban más y más de todo lo que no fueran ellos y el jodido estado mental que habían creado para ese momento, más real y tangible que el lugar físico donde estaban retozando.
Apenas escuchó lo que Alchemilla había dicho, mas sí distinguió algo de su acento… ¿De dónde demonios era? ¿De algún país nórdico, tal vez? Hablar en francés con acento nórdico, grave, pegajoso y sin ningún miramiento, muy digno de la hembra que le había calentado hasta el descontrol más salvaje que recordara en mucho tiempo (no en vano era tan parecido al que prevalecía a la transformación). Cuando creía que ya nada podría excitarlo más, la puta chiflada le salía con voces roncas para descubrirle nuevos fetiches que ni siquiera tenía de antes… Vaya unos límites tan desmedidos habían logrado, que ya sólo les bastaba con abrir la boca, y no necesariamente para morder o lamer.
Si la cabeza no le fallaba tanto (duda razonable, allí atrapado en aquel caos copulativo), le había parecido entender algo sobre la obediencia. Claro que sí, tan ocurrente como de costumbre en la mujer que ahora estaba siendo penetrada por él y por segunda vez, aunque eso fuese algo claramente consensuado, a pesar de la ardiente agresividad que habían protagonizado, mucho antes de acabar sin ropa. De haber conseguido que esa chiquilla le obedeciera en los primeros instantes del encuentro, probablemente no habrían terminado gimiendo el nombre del otro (bueno, el nombre de ella, porque él sólo había obtenido el incesante y fastidioso 'coco'), mientras su desnudez se restregaba contra el suelo. Y ya había perdido la cuenta de las veces que había usado el maldito condicional, como si le hubiera servido de algo, como si hubiera disminuido el número de besos, o como si hubiera hecho menos apetecible el sabor de su clítoris, o como si hubiera evitado que la follara dos veces seguidas. Buen ejemplar, el condicional, más útil que morder la oreja de Alchemilla a la vez que se retorcía bajo su pene… Ni el sarcasmo hacía justicia a su fracaso.
De pronto, con la misma habilidad para la sorpresa que su repentina amante, Dennis sólo paró de embestirla para agarrarla de los muslos y levantarla sin que sus órganos se despagaran, antes de que la pared del callejón raspara toda la espalda de la joven y la ajustara todavía más a la penetración que ahora podía continuar, apoyada en esa nueva postura. Algo que no habría sucedido, de no contar con la fuerza y la flexibilidad de un lobo hambriento que buscaba saciar y ser saciado en una posición aún más placentera que al estar encima o detrás. De modo que una vez así, el hombre sólo tuvo que agarrarle una rodilla para que flexionara la pierna y la abriera más hacia un lado, sin dejar de entrar una y otra vez en ella. Con la otra mano, fue bajando de sus pechos al centro de sus nalgas, las que masajeó y arañó a un ritmo que, cuanto más descompasado fue con la penetración, mayor intensidad alcanzó al instante de volver a soltarlo todo en aquella maraña húmeda que unía sus cuerpos. Dennis respirando con los dientes asidos al cuello de Alchemilla y ésta por encima del suelo, con las piernas en el aire todavía sujetas por él y la nuca recostada contra la pared, que ya no sabía cómo sostener semejante catarsis.
Última edición por Dennis Vallespir el Mar Dic 23, 2014 6:58 am, editado 1 vez
Dennis Vallespir- Licántropo Clase Alta
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