AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Upside Down Kingdom {Privado} {+18}
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Upside Down Kingdom {Privado} {+18}
Recuerdo del primer mensaje :
Duérmete, niña, duérmete ya, que si no el coco te comerá...
Pero yo no dormía, y él ya quería devorarme. Se le veía en la mirada fiera, hambrienta, en la boca ensangrentada, en los colmillos blancos, brillantes y afilados. Se escuchaba en sus gruñidos. Se olía en su espera, en esa calma que precede a la tormenta, en esa tensión que inundaba su gran cuerpo, hecho un ovillo en la pared que estaba frente a la mía, a la espera.
Duérmete, niña...
¡No puedo dormirme! Él me observaba porque quería esperar al momento en el que me abandonara y mi guardia estuviera tan baja que él pudiera atacar y comerme, ¡lo sabía! Robbie lo había avisado porque yo no había pagado mi tributo de sangre a tiempo, y poco importaban los cortes frescos de mis brazos intentando suplir mi olvido, porque los dos querían matarme... sobre todo ahora que mis heridas habían aumentado su apetito. ¡Estúpida, estúpida Alchemilla!
Puedes correr, pero no puedes esconderte...
Era verdad. El coco me encontraría allá donde fuera, porque los tenía a ellos para que les informaran de cada uno de mis pasos. ¡No había salvación! No tenía manera de abandonar aquella habitación cochambrosa en la que los dos manteníamos un conflicto de miradas, refugiados en nuestras sombras respectivas. Él sólo veía lo básico de mí, y yo sólo veía lo básico de él, pero en cuanto saliéramos a la luz de la luna, que se colaba por las ventanas rotas, el secreto mutuo dejaría de protegernos y me mataría. Y no quería que me matara.
¿Y qué piensas hacer para impedirlo...?
Algo, tenía que hacer cualquier cosa, ¡lo que fuera! No podía dejar que me eliminara y que la búsqueda de mis hermanos cesara, eso era algo inconcebible, y no pasaría. No, claro que no, yo era mucho mejor que eso y tenía alternativas. Mi cuerpo estaba en tensión contenida, igual que el del coco, y los dos nos mirábamos a los ojos alternativamente, porque buscábamos con intensidad cualquier vía de escape. Él era más grande, tenía más dificultades, mientras que yo era pequeña y cabía por cualquier pequeño agujero. Eso era: ahí radicaba mi ventaja. Me permití, incluso, sonreír.
No vendas la piel del lobo antes de haberlo matado. ¿O deberíamos decir del coco...?
¡No tenéis ni idea, no sabéis nada! El coco se distrajo, atraído sin duda por el sonido que yo misma provoqué al tirar una piedra en su dirección, y yo aproveché ese momento para salir corriendo, disparada, en dirección a un hueco cercano a una de las ventanas del edificio. Caí a una escalera, casi la bajé rodando, pero cuando llegué a la calle parisina supe que estaba a salvo, al menos por el momento.
Espera y verás, Alchemilla. No es tan fácil librarte de él.
Me envolví en la ligera y agujereada capa que llevaba y que me tapaba los brazos heridos y comencé a caminar rápidamente, esquivando a las personas a veces y empujándolas cuando no se apartaban por su bien. De nuevo avanzaba rápidamente, esta vez a contracorriente, pero dejé de caminar cuando escuché el gruñido del coco lejos de mí, pero cada vez más cercano... ¡Me había encontrado! Empecé a correr, ante los gritos de la gente a mi alrededor, pero a mí me daba igual: él era más importante que un par de golpes.
Te lo dijimos.
¡Me da igual, no me atrapará! Pero estaba agotada, y mi respiración se tornaba cada vez más agónica a medida que nadaba a contracorriente, en la dirección opuesta a la del gentío que se arremolinaba a mi alrededor. ¡Dejadme pasar, dejadme avanzar, dejadme huir y no os pongáis de su parte, él es un asesino y yo una víctima! Pero ellos lo apoyaban; escuchaba incluso sus risas macabras, que parecían destinadas hacia mí... no, que estaban destinadas hacia mí. Me estaban atrapando, ¡no podía permitirlo!
Este es tu fin, Alchemilla. Lo sabes, ¿verdad? Lo intuyes, pero no te quieres rendir... ¡Ríndete de una maldita vez!
Cada vez me costaba más respirar. La siguiente bocanada de aire que tomaba me parecía más difícil que la anterior, y el cuerpo me temblaba por la carrera. No podía seguir, pero aún así lo intentaba incansablemente, trataba de avanzar por las calles anormalmente llenas de gente. ¿No se suponía que la gente dormía? ¡Era de noche, tendrían que estar en sus casas, no deteniéndome!
¡Detente de una vez!
Un temblor, y me vi obligada a obedecer. No sé si aquello vino por mi agotamiento, por el calambre que dobló mi cuerpo dolorido o por los pasos agigantados que daba él hacia mí. Escuchaba su respiración jadeante detrás de mí, incluso podía escuchar el chasquido de sus mandíbulas al abrirse y cerrarse. Sus dientes resonaban con furia, y los gruñidos de su garganta competían con los latidos de mi corazón. Era el fin. Pero volví a intentar correr.
¿Qué se supone que estás haciendo...?
Huir... ¡huía! Con toda la velocidad que me proporcionaba el miedo, me escabullí de nuevo de aquella calle concurrida donde me había detenido, y aterricé en una vacía totalmente. Los ecos de mis pasos rebotaban en los edificios de mi alrededor, y mi sombra se proyectaba en tamaño gigante, pero estaba sola. ¡Por fin!
No... ¡Nunca!
Él apareció, de nuevo, y mi cuerpo no lo aguantó más. Me detuve en seco, y la oscuridad me golpeó como un mazazo en la cabeza, me hizo perder el equilibrio, las piernas me fallaron y caí al suelo. El pavimento me golpeó en la cara, los ojos se me cerraron, dejé por fin de temblar y la sangre de mis brazos encontró compañía en la de mi nariz, por el golpe. El suelo se manchó a mi alrededor, y yo perdí la consciencia al tiempo que él se me acercaba. No llegué a ver más que su figura abalanzándose sobre mí; lo siguiente se lo tragó la profunda negrura, que selló mi fin.
Pero yo no dormía, y él ya quería devorarme. Se le veía en la mirada fiera, hambrienta, en la boca ensangrentada, en los colmillos blancos, brillantes y afilados. Se escuchaba en sus gruñidos. Se olía en su espera, en esa calma que precede a la tormenta, en esa tensión que inundaba su gran cuerpo, hecho un ovillo en la pared que estaba frente a la mía, a la espera.
Duérmete, niña...
¡No puedo dormirme! Él me observaba porque quería esperar al momento en el que me abandonara y mi guardia estuviera tan baja que él pudiera atacar y comerme, ¡lo sabía! Robbie lo había avisado porque yo no había pagado mi tributo de sangre a tiempo, y poco importaban los cortes frescos de mis brazos intentando suplir mi olvido, porque los dos querían matarme... sobre todo ahora que mis heridas habían aumentado su apetito. ¡Estúpida, estúpida Alchemilla!
Puedes correr, pero no puedes esconderte...
Era verdad. El coco me encontraría allá donde fuera, porque los tenía a ellos para que les informaran de cada uno de mis pasos. ¡No había salvación! No tenía manera de abandonar aquella habitación cochambrosa en la que los dos manteníamos un conflicto de miradas, refugiados en nuestras sombras respectivas. Él sólo veía lo básico de mí, y yo sólo veía lo básico de él, pero en cuanto saliéramos a la luz de la luna, que se colaba por las ventanas rotas, el secreto mutuo dejaría de protegernos y me mataría. Y no quería que me matara.
¿Y qué piensas hacer para impedirlo...?
Algo, tenía que hacer cualquier cosa, ¡lo que fuera! No podía dejar que me eliminara y que la búsqueda de mis hermanos cesara, eso era algo inconcebible, y no pasaría. No, claro que no, yo era mucho mejor que eso y tenía alternativas. Mi cuerpo estaba en tensión contenida, igual que el del coco, y los dos nos mirábamos a los ojos alternativamente, porque buscábamos con intensidad cualquier vía de escape. Él era más grande, tenía más dificultades, mientras que yo era pequeña y cabía por cualquier pequeño agujero. Eso era: ahí radicaba mi ventaja. Me permití, incluso, sonreír.
No vendas la piel del lobo antes de haberlo matado. ¿O deberíamos decir del coco...?
¡No tenéis ni idea, no sabéis nada! El coco se distrajo, atraído sin duda por el sonido que yo misma provoqué al tirar una piedra en su dirección, y yo aproveché ese momento para salir corriendo, disparada, en dirección a un hueco cercano a una de las ventanas del edificio. Caí a una escalera, casi la bajé rodando, pero cuando llegué a la calle parisina supe que estaba a salvo, al menos por el momento.
Espera y verás, Alchemilla. No es tan fácil librarte de él.
Me envolví en la ligera y agujereada capa que llevaba y que me tapaba los brazos heridos y comencé a caminar rápidamente, esquivando a las personas a veces y empujándolas cuando no se apartaban por su bien. De nuevo avanzaba rápidamente, esta vez a contracorriente, pero dejé de caminar cuando escuché el gruñido del coco lejos de mí, pero cada vez más cercano... ¡Me había encontrado! Empecé a correr, ante los gritos de la gente a mi alrededor, pero a mí me daba igual: él era más importante que un par de golpes.
Te lo dijimos.
¡Me da igual, no me atrapará! Pero estaba agotada, y mi respiración se tornaba cada vez más agónica a medida que nadaba a contracorriente, en la dirección opuesta a la del gentío que se arremolinaba a mi alrededor. ¡Dejadme pasar, dejadme avanzar, dejadme huir y no os pongáis de su parte, él es un asesino y yo una víctima! Pero ellos lo apoyaban; escuchaba incluso sus risas macabras, que parecían destinadas hacia mí... no, que estaban destinadas hacia mí. Me estaban atrapando, ¡no podía permitirlo!
Este es tu fin, Alchemilla. Lo sabes, ¿verdad? Lo intuyes, pero no te quieres rendir... ¡Ríndete de una maldita vez!
Cada vez me costaba más respirar. La siguiente bocanada de aire que tomaba me parecía más difícil que la anterior, y el cuerpo me temblaba por la carrera. No podía seguir, pero aún así lo intentaba incansablemente, trataba de avanzar por las calles anormalmente llenas de gente. ¿No se suponía que la gente dormía? ¡Era de noche, tendrían que estar en sus casas, no deteniéndome!
¡Detente de una vez!
Un temblor, y me vi obligada a obedecer. No sé si aquello vino por mi agotamiento, por el calambre que dobló mi cuerpo dolorido o por los pasos agigantados que daba él hacia mí. Escuchaba su respiración jadeante detrás de mí, incluso podía escuchar el chasquido de sus mandíbulas al abrirse y cerrarse. Sus dientes resonaban con furia, y los gruñidos de su garganta competían con los latidos de mi corazón. Era el fin. Pero volví a intentar correr.
¿Qué se supone que estás haciendo...?
Huir... ¡huía! Con toda la velocidad que me proporcionaba el miedo, me escabullí de nuevo de aquella calle concurrida donde me había detenido, y aterricé en una vacía totalmente. Los ecos de mis pasos rebotaban en los edificios de mi alrededor, y mi sombra se proyectaba en tamaño gigante, pero estaba sola. ¡Por fin!
No... ¡Nunca!
Él apareció, de nuevo, y mi cuerpo no lo aguantó más. Me detuve en seco, y la oscuridad me golpeó como un mazazo en la cabeza, me hizo perder el equilibrio, las piernas me fallaron y caí al suelo. El pavimento me golpeó en la cara, los ojos se me cerraron, dejé por fin de temblar y la sangre de mis brazos encontró compañía en la de mi nariz, por el golpe. El suelo se manchó a mi alrededor, y yo perdí la consciencia al tiempo que él se me acercaba. No llegué a ver más que su figura abalanzándose sobre mí; lo siguiente se lo tragó la profunda negrura, que selló mi fin.
Invitado- Invitado
Re: Upside Down Kingdom {Privado} {+18}
Te ha golpeado, Alchemilla, te ha hecho darte de bruces contra la pared...
¡Maldito fuera, el Coco dichoso que no paraba, el Coco malvado y maligno que no dejaba de someterme una y otra y otra vez! Pero yo me dejaba, ¿por qué me dejaba! ¿Me habría convertido en su aprendiz? ¡Quizá lo que era ahora era su juguete! Tal vez fuera eso, quizá lo sería, pero sorprendentemente me importaba muy poco, tan poco que apenas le dediqué más de un pensamiento. Ellos tampoco me habrían permitido dedicarle más; gritaban tan fuerte (¿o a lo mejor lo hacía yo? Sí, probablemente) que no podía escuchar nada más que a él.
Al Coco, dirás, a ese ser que antes ni siquiera te parecía importante y que ahora... ¡Ahora mira!
Ahora hasta lo consideraba importante en mi mente. Su nombre sonaba con más entidad que antes, de coco a COCO. Sí, coco. ¿Tendría otro nombre el monstruo de ojos azules y verdes y azules y verdes y ambos? Porque según le diera la luz los tenía de un color, ¡ya podría decidirse si es que le apeteciera! Aunque a lo mejor lo usaba para confundirnos a todo y arrastrarnos para después poder, ¡zas!, darnos la puñalada. O las puñaladas, como las que no dejaba de darme a mí una y otra y otra vez, muy placenteramente. Lo estaba disfrutando, pero ellos me hacían sentirme culpable por ello, ¡maldita fuera!
Deberías verte la espalda en un espejo al terminar, Alchemilla. Esas heridas te durarán, por lo menos, una semana.
¿Heridas? ¿Qué heridas? Yo sólo había notado el golpe, pero quizá ahora que lo decían sí que parecía que me estaba raspando contra los ladrillos de la pared... Eran ásperos y estaban rugosos, sí, eso lo notaba. ¡Au, au! Pero a la vez ¡oh, Dios, sí! Dolor y placer se me mezclaban dentro y fuera en una misma piel que no parecía suficiente para albergar a ambos, así de unidos estaban que ni siquiera podía separarlos.
¡Pues atácalo! ¡Diferencia entre uno y otro, Alchemilla! ¡Libérate del embrujo de este coco que te está sometiendo!
¡No, él no era un simple coco, él era el Coco! ¡Con mayúsculas o gritado como lo estaba haciendo yo! Y quería atacarlo y herirlo y arañarlo con unas uñas que probablemente tuviera rotas (no me importaba), pero no me atrevía porque estaba ocupada manteniendo el equilibrio y no quería arañarlo tan fuerte que lo rompería por la mitad. Y sabía que eso pasaría si de verdad llegaba a atacarlo como yo quería hacer, así de fuerte. ¿Lo hacía, no lo hacía? Pero... ¡un momento! ¡Si resultaba que él me estaba sujetando! ¡Claro que lo haría, demonios, sí!
Sí, Alchemilla, sí. Atácalo, hiérelo, somételo, derríbalo, húndelo, destrózalo, incrústalo, bárrelo...
Lo arañé con saña y fuerza y casi me habría llevado carne por delante de no haber chocado mis uñas contra los huesos de sus hombros. Él seguía sujetándome, y entre la pared y sus manos no debía tener miedo porque no había problemas de equilibrio que fueran a derribar nuestra pelea que no lo era pero a la vez lo era más que nada. Cada gemido que se nos escapaba era una mezcla entre grito de batalla y aullido de dolor, porque todo seguía doliendo mientras era placentero, una complicación a la que ya me estaba acostumbrado y que subía arrastrándose por mi espina dorsal.
Tienes la piel de gallina y manchada de sudor, sangre y mugre. Eres un desastre, Alchemilla, una fierecilla dominada y dominante que no sabe distinguir entre el peligro y la seguridad.
¡Pero eso no era cierto! Yo lo distinguía, sabía que los cocos eran peligrosos y el Coco lo era aún más, por eso le hacía daño y no me esforzaba ni siquiera un poco en no hacerlo o en cuidarlo. ¡Ja! Yo no estaba hecha para cuidar a nadie que no fuera importante para mí y el Coco no lo era, ni siquiera aunque se tratara de un Coco especial entre todos los del mundo. Y había muchos, escondidos todos en rincones oscuros, pero ninguno que me hiciera disfrutar tanto como aquel.
Oh, no, Alchemilla... Todos son iguales. Y tú eres adicta al peligro. ¿Lo sabes?
¡Sí, sí, sí! Entre los espasmos del clímax, que se extendieron por mis piernas, lo supe. Me gustaba el dolor, me gustaba el peligro y la preciosa sangre que tenía en mis dedos y que se amorataba debajo de mi piel pálida era mi cosa favorita del mundo. Ese color... Y su sabor. Todo era maravillosamente embriagador, igual que moverme como mecida por el vaivén de la marea, suave pero rápida, para que él, el Coco del demonio disfrutara. ¿Estaba siendo buena? ¿Estaba siendo justa? No lo sabía. Lo que sí que sabía era lo que no podía hacer: separarme. Él me lo impedía.
¡Maldito fuera, el Coco dichoso que no paraba, el Coco malvado y maligno que no dejaba de someterme una y otra y otra vez! Pero yo me dejaba, ¿por qué me dejaba! ¿Me habría convertido en su aprendiz? ¡Quizá lo que era ahora era su juguete! Tal vez fuera eso, quizá lo sería, pero sorprendentemente me importaba muy poco, tan poco que apenas le dediqué más de un pensamiento. Ellos tampoco me habrían permitido dedicarle más; gritaban tan fuerte (¿o a lo mejor lo hacía yo? Sí, probablemente) que no podía escuchar nada más que a él.
Al Coco, dirás, a ese ser que antes ni siquiera te parecía importante y que ahora... ¡Ahora mira!
Ahora hasta lo consideraba importante en mi mente. Su nombre sonaba con más entidad que antes, de coco a COCO. Sí, coco. ¿Tendría otro nombre el monstruo de ojos azules y verdes y azules y verdes y ambos? Porque según le diera la luz los tenía de un color, ¡ya podría decidirse si es que le apeteciera! Aunque a lo mejor lo usaba para confundirnos a todo y arrastrarnos para después poder, ¡zas!, darnos la puñalada. O las puñaladas, como las que no dejaba de darme a mí una y otra y otra vez, muy placenteramente. Lo estaba disfrutando, pero ellos me hacían sentirme culpable por ello, ¡maldita fuera!
Deberías verte la espalda en un espejo al terminar, Alchemilla. Esas heridas te durarán, por lo menos, una semana.
¿Heridas? ¿Qué heridas? Yo sólo había notado el golpe, pero quizá ahora que lo decían sí que parecía que me estaba raspando contra los ladrillos de la pared... Eran ásperos y estaban rugosos, sí, eso lo notaba. ¡Au, au! Pero a la vez ¡oh, Dios, sí! Dolor y placer se me mezclaban dentro y fuera en una misma piel que no parecía suficiente para albergar a ambos, así de unidos estaban que ni siquiera podía separarlos.
¡Pues atácalo! ¡Diferencia entre uno y otro, Alchemilla! ¡Libérate del embrujo de este coco que te está sometiendo!
¡No, él no era un simple coco, él era el Coco! ¡Con mayúsculas o gritado como lo estaba haciendo yo! Y quería atacarlo y herirlo y arañarlo con unas uñas que probablemente tuviera rotas (no me importaba), pero no me atrevía porque estaba ocupada manteniendo el equilibrio y no quería arañarlo tan fuerte que lo rompería por la mitad. Y sabía que eso pasaría si de verdad llegaba a atacarlo como yo quería hacer, así de fuerte. ¿Lo hacía, no lo hacía? Pero... ¡un momento! ¡Si resultaba que él me estaba sujetando! ¡Claro que lo haría, demonios, sí!
Sí, Alchemilla, sí. Atácalo, hiérelo, somételo, derríbalo, húndelo, destrózalo, incrústalo, bárrelo...
Lo arañé con saña y fuerza y casi me habría llevado carne por delante de no haber chocado mis uñas contra los huesos de sus hombros. Él seguía sujetándome, y entre la pared y sus manos no debía tener miedo porque no había problemas de equilibrio que fueran a derribar nuestra pelea que no lo era pero a la vez lo era más que nada. Cada gemido que se nos escapaba era una mezcla entre grito de batalla y aullido de dolor, porque todo seguía doliendo mientras era placentero, una complicación a la que ya me estaba acostumbrado y que subía arrastrándose por mi espina dorsal.
Tienes la piel de gallina y manchada de sudor, sangre y mugre. Eres un desastre, Alchemilla, una fierecilla dominada y dominante que no sabe distinguir entre el peligro y la seguridad.
¡Pero eso no era cierto! Yo lo distinguía, sabía que los cocos eran peligrosos y el Coco lo era aún más, por eso le hacía daño y no me esforzaba ni siquiera un poco en no hacerlo o en cuidarlo. ¡Ja! Yo no estaba hecha para cuidar a nadie que no fuera importante para mí y el Coco no lo era, ni siquiera aunque se tratara de un Coco especial entre todos los del mundo. Y había muchos, escondidos todos en rincones oscuros, pero ninguno que me hiciera disfrutar tanto como aquel.
Oh, no, Alchemilla... Todos son iguales. Y tú eres adicta al peligro. ¿Lo sabes?
¡Sí, sí, sí! Entre los espasmos del clímax, que se extendieron por mis piernas, lo supe. Me gustaba el dolor, me gustaba el peligro y la preciosa sangre que tenía en mis dedos y que se amorataba debajo de mi piel pálida era mi cosa favorita del mundo. Ese color... Y su sabor. Todo era maravillosamente embriagador, igual que moverme como mecida por el vaivén de la marea, suave pero rápida, para que él, el Coco del demonio disfrutara. ¿Estaba siendo buena? ¿Estaba siendo justa? No lo sabía. Lo que sí que sabía era lo que no podía hacer: separarme. Él me lo impedía.
Invitado- Invitado
Re: Upside Down Kingdom {Privado} {+18}
Cuando todo acabó por fin, en realidad no lo parecía. Quizá técnicamente sólo hubieran sido dos coitos, pero a él le habían parecido doscientos…mil, como poco, porque aquello había sido un revolcón del cuerpo y de la mente. Y no de cualquier rincón de su mente, no, de los peores, de los más traumáticos y cruentos. Un momento, ¿es que acaso tenía otros rincones? Porque cada vez los olvidaba más, a través del paso del tiempo y de sus tan eventuales visitas. Por descontado, el encuentro con aquella joven los había ahuyentado por completo. O más bien, únicamente había atraído a lo peor, a lo más oscuro que había en él, y para descubrirle que incluso podía gustarle. Podía excitarle y eso era peligroso, igual de peligroso que toda ella. Aquel par de locuras se expandían demasiado como para que el resultado no arrasara con cada callejuela de París a su paso. Y muy probablemente, no se detendría en una sola ciudad.
Casi le dio la sensación de que los últimos arañazos y mordiscos con los que la chica había atentado su piel se disipaban a menor velocidad, pues así fue cómo los sintió esfumarse, con lentitud, con un dolor lánguido que le escocía hasta las entrañas y que le recorría desde dentro en una extraña similitud con la demolición del orgasmo mismo. Incluso después del sexo como tal, seguía experimentando placer por culpa de aquella criaja indómita, y es que retenerla contra su cuerpo y la pared mientras sus pechos subían y bajaban y sus fuerzas flaqueaban poco a poco a merced de los jadeos y el agotamiento póstumo a la cópula, era una recompensa demasiado eufórica para su ego más depredador, para esa clase de instintos sádicos a los que la revoltosa Alchemilla había querido provocar. En cierto modo, había algo de posesivo (lo que le faltaba) en disfrutar escuchando de sus labios el agotamiento que él le había provocado, y no había sido tarea fácil para ninguno de los dos, pero en algún jodido instante aquella demencia de mujer debía darse por vencida, aunque sólo fuera durante unos minutos, y Dennis, bueno, no dejaba de tener la resistencia de una criatura sobrenatural, a pesar de que la fatiga más reseñable se librara en su cabeza.
No supo en qué momento lograron despegarse por completo, ni cómo pudieron terminar de recobrar el aire a una distancia mínimamente prudencial, sobre el suelo o recostados en la maldita pared. De haber yacido en un lecho, sería entonces cuando el sopor del placer les habría retenido frente al sueño, o tal vez ni siquiera un lugar tan convencional les haría parecer medio normales. Al discernir los primeros rayos de raciocinio que se asomaban por su mente, Dennis aprovechó su ventaja física para moverse definitivamente y tantear las sucias baldosas con la mano hasta dar paulatinamente con toda su ropa. Tenía muchas más prendas que volverse a poner, algo curioso, pues solía ser a la inversa cada vez que se acostaba con una hembra distinta. ¿También iba a diferenciarse de las demás en eso, la muy puerca? Conforme más tiempo pasaba el licántropo gruñendo, más iba recuperando la cordura. O la calma, por lo menos, pues con lo otro nunca se sabía, especialmente si aún permanecía cerca de esa loca.
Deberías pensar en vestirte o cogerás la rabia como mínimo –apuntó, en tanto se incorporaba completamente ante ella, una vez hubo reunido ya toda su vestimenta, sin ningún pudor respecto a la perfecta visión que le ofrecía de su desnudez al estar de pie. De ese modo, la otra pudo comprobar de cabo a rabo (oh, sí, muy apropiado) que su cuerpo hacía honor al lobo que había podido ver en él, marcado en las zonas precisas y esculpido en la salvaje constitución propia del macho alfa de la manada, aun cuando el mundo humano se regía por normas físicas muy diferentes a las de la llamada de la naturaleza… O puede que no. A medida que se iba vistiendo paso a paso, el hombre también se relamía ante la perspectiva que tenía de la figura de Alchemilla, extasiada y desparramada en el suelo. Escuálida y bella a partes iguales, repleta del sudor que había disfrutado con provocarle, oculta en algunas partes bajo sus largos y húmedos cabellos y perlada, casi en su totalidad, de las marcas rojas que sus dientes y sus manos no habían dejado de ensartarle en aquella desbocada competición. Se preguntó entonces (o volvió a hacerlo, o a recordarlo, o a lo que demonios fuera más apropiado decir y que realmente le importaba una mierda) cuántos años de diferencia se llevarían, cuántos límites habían sido elevados a la máxima potencia aquella noche y en aquel lugar. ¿Cuántos más necesitaría para preocuparse como debía?-. Tú me has dicho tu nombre. ¿No tienes curiosidad por saber el mío, o es que las vocecitas de tu cabeza creen que no es buena idea? –inquirió, a la vez que se colocaba el chaleco sobre la camisa, todavía sin parar de mirarla, y recogía su vestido arrugado, más próximo a donde estaba Dennis, para dejarlo caer encima de sus pantorrillas- A lo mejor hasta concuerdo con ellas, y eso que son más ignorantes que tú.
¿No sería hora de aprovechar y largarse?
Casi le dio la sensación de que los últimos arañazos y mordiscos con los que la chica había atentado su piel se disipaban a menor velocidad, pues así fue cómo los sintió esfumarse, con lentitud, con un dolor lánguido que le escocía hasta las entrañas y que le recorría desde dentro en una extraña similitud con la demolición del orgasmo mismo. Incluso después del sexo como tal, seguía experimentando placer por culpa de aquella criaja indómita, y es que retenerla contra su cuerpo y la pared mientras sus pechos subían y bajaban y sus fuerzas flaqueaban poco a poco a merced de los jadeos y el agotamiento póstumo a la cópula, era una recompensa demasiado eufórica para su ego más depredador, para esa clase de instintos sádicos a los que la revoltosa Alchemilla había querido provocar. En cierto modo, había algo de posesivo (lo que le faltaba) en disfrutar escuchando de sus labios el agotamiento que él le había provocado, y no había sido tarea fácil para ninguno de los dos, pero en algún jodido instante aquella demencia de mujer debía darse por vencida, aunque sólo fuera durante unos minutos, y Dennis, bueno, no dejaba de tener la resistencia de una criatura sobrenatural, a pesar de que la fatiga más reseñable se librara en su cabeza.
No supo en qué momento lograron despegarse por completo, ni cómo pudieron terminar de recobrar el aire a una distancia mínimamente prudencial, sobre el suelo o recostados en la maldita pared. De haber yacido en un lecho, sería entonces cuando el sopor del placer les habría retenido frente al sueño, o tal vez ni siquiera un lugar tan convencional les haría parecer medio normales. Al discernir los primeros rayos de raciocinio que se asomaban por su mente, Dennis aprovechó su ventaja física para moverse definitivamente y tantear las sucias baldosas con la mano hasta dar paulatinamente con toda su ropa. Tenía muchas más prendas que volverse a poner, algo curioso, pues solía ser a la inversa cada vez que se acostaba con una hembra distinta. ¿También iba a diferenciarse de las demás en eso, la muy puerca? Conforme más tiempo pasaba el licántropo gruñendo, más iba recuperando la cordura. O la calma, por lo menos, pues con lo otro nunca se sabía, especialmente si aún permanecía cerca de esa loca.
Deberías pensar en vestirte o cogerás la rabia como mínimo –apuntó, en tanto se incorporaba completamente ante ella, una vez hubo reunido ya toda su vestimenta, sin ningún pudor respecto a la perfecta visión que le ofrecía de su desnudez al estar de pie. De ese modo, la otra pudo comprobar de cabo a rabo (oh, sí, muy apropiado) que su cuerpo hacía honor al lobo que había podido ver en él, marcado en las zonas precisas y esculpido en la salvaje constitución propia del macho alfa de la manada, aun cuando el mundo humano se regía por normas físicas muy diferentes a las de la llamada de la naturaleza… O puede que no. A medida que se iba vistiendo paso a paso, el hombre también se relamía ante la perspectiva que tenía de la figura de Alchemilla, extasiada y desparramada en el suelo. Escuálida y bella a partes iguales, repleta del sudor que había disfrutado con provocarle, oculta en algunas partes bajo sus largos y húmedos cabellos y perlada, casi en su totalidad, de las marcas rojas que sus dientes y sus manos no habían dejado de ensartarle en aquella desbocada competición. Se preguntó entonces (o volvió a hacerlo, o a recordarlo, o a lo que demonios fuera más apropiado decir y que realmente le importaba una mierda) cuántos años de diferencia se llevarían, cuántos límites habían sido elevados a la máxima potencia aquella noche y en aquel lugar. ¿Cuántos más necesitaría para preocuparse como debía?-. Tú me has dicho tu nombre. ¿No tienes curiosidad por saber el mío, o es que las vocecitas de tu cabeza creen que no es buena idea? –inquirió, a la vez que se colocaba el chaleco sobre la camisa, todavía sin parar de mirarla, y recogía su vestido arrugado, más próximo a donde estaba Dennis, para dejarlo caer encima de sus pantorrillas- A lo mejor hasta concuerdo con ellas, y eso que son más ignorantes que tú.
¿No sería hora de aprovechar y largarse?
Dennis Vallespir- Licántropo Clase Alta
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Re: Upside Down Kingdom {Privado} {+18}
Ya está, Alchemilla, ya ha pasado todo.
¿Ya, ya está? ¿Cómo que ya está! ¡Claro que estaba, pero no podía decirse simplemente ya, como si sólo hubiera sido un momento! Lo había parecido, sí, pero no. ¡No! ¿Tan difícil era de comprender? Era un momento que había durado una eternidad y un millón de años encerrados en un instante. Así era como yo lo veía, de todas maneras, pero ellos no me comprendían. ¿Y él? ¿Él lo haría? Un escalofrío me recorrió; fue el único movimiento que me sentí capaz de hacer.
¿Te has cambiado el papel con Scarlet, Alchemilla? Ahora pareces tú la muñeca rota.
¡Eso...! Bueno, vale, eso era cierto. Estaba tirada en el suelo, incapaz de moverme todavía y mirándolo con los ojos muy abiertos. Era fascinante ver al coco vestirse, tanto como tenerlo desnudo por completo. Así, quizá, el coco dejaría de darme miedo. Aunque ya no me lo daba, eso creía cuando lo tenía delante como en ese momento. Cuando estuviera sola (no, no sola: con ellos. Pero sola) ya veríamos. Era complicado.
Contigo todo es siempre complicado, por eso has acabado metida en este lío.
¿En qué lío? No había ningún lío. Sólo el de mi vestido cuando me lo arrojó a las piernas con todo el desprecio que mostraba desde el principio. O quizá más. Y tal vez menos. Pero desde luego con desprecio, como si le diera igual que por su culpa apenas pudiera moverme. Lo que me sorprendió fue poder hacerlo, aunque sólo fuera un poquito y para entrar en la tela del vestido fino que él me había arrancado.
Está entero... Sorprendente. La prenda ha aguantado el ataque del coco.
– No están en mi cabeza, pero no piensan que sea buena idea. Así que yo pienso que sí lo es. ¿Cómo te llamas, coco? ¿Los cocos tienen nombre? – me pregunté, llevándome un dedo a la barbilla y después mirándolo con los ojos bien abiertos, muy grandes. Suponía. Eso decían ellos. – Si me lo has dicho supongo que sí tendréis, ¿no?
No sabes nada de él ni de los cocos, Alchemilla. Eres una ignorante.
¡Sí, lo era! Había pasado media vida asustada de esos seres y luego resultaba que cuando llegaba uno y se ponía delante de mí, me demostraba que no me haría daño. O sí, pero no como yo pensaba. Y ¿era daño o era placer? La frontera era una línea muy fina que yo no veía porque debía de estar emborronada y desaparecida o algo así. Seguro que era porque nos habíamos revolcado sobre ella y por eso los dos estábamos sucios aun con las ropas medianamente limpias. Las suyas; las mías no tenían remedio.
Tú no tienes remedio, no actúes como si no lo supieras.
Sin escuchar, me incorporé como pude y me dejé caer sobre la pared para que sostuviera mi peso, como antes me había demostrado que podía hacer. ¡Y no sólo el mío, también el del coco! Un coco que olía a lobo, no me olvidaba, ni tampoco de que era luna no llena y no había peligro para ninguno de los dos. ¿Qué habría pasado si él me hubiera mordido? A veces me lo preguntaba, cuando estaba más lúcida, y creía que sería interesante ver el experimento de la bruja y el lobo fundiéndose en uno sólo para ver cuál ganaba. Probablemente el lobo, pero nunca se sabía.
– Eh, coco, ¿y ahora qué? ¿Qué vas a hacer conmigo? ¿Qué voy a hacer contigo? – crucé los brazos sobre el pecho sólo para no morderme las uñas. ¿Querría matarme? No lo creía, ¿no? No había hecho un sacrificio de sangre como con Robbie, pero el coco no era Robbie el conejo (porque era un coco, estaba claro) y no sabía si querría algo más o... O qué. ¿Qué quería? No lo conocía, pero me parecía que sí, y que era hasta increíble a su manera. Muy a su manera, no a la mía.
¿Te está empezando a caer bien?
¿Y por qué no? Cada vez que hablaba me recordaba a alguien, pero no caía a quién. Sí que sabía que era arrogante y molesto, pero como todos los niños lo eran. Todos y absolutamente cada uno. ¿Yo incluida? Tal vez. A veces pensaba que era sólo una niña y otras veces ellos me decían que no, que era un monstruo. Un monstruito... Una víbora y un engendro, una asesina y ¡Ya basta! No era eso. Sólo era yo. Yo y... ellos. Y el coco. Yo era todos nosotros.
Claro que sí, Alchemilla, y así será por siempre. Pero sin él.
¿Ya, ya está? ¿Cómo que ya está! ¡Claro que estaba, pero no podía decirse simplemente ya, como si sólo hubiera sido un momento! Lo había parecido, sí, pero no. ¡No! ¿Tan difícil era de comprender? Era un momento que había durado una eternidad y un millón de años encerrados en un instante. Así era como yo lo veía, de todas maneras, pero ellos no me comprendían. ¿Y él? ¿Él lo haría? Un escalofrío me recorrió; fue el único movimiento que me sentí capaz de hacer.
¿Te has cambiado el papel con Scarlet, Alchemilla? Ahora pareces tú la muñeca rota.
¡Eso...! Bueno, vale, eso era cierto. Estaba tirada en el suelo, incapaz de moverme todavía y mirándolo con los ojos muy abiertos. Era fascinante ver al coco vestirse, tanto como tenerlo desnudo por completo. Así, quizá, el coco dejaría de darme miedo. Aunque ya no me lo daba, eso creía cuando lo tenía delante como en ese momento. Cuando estuviera sola (no, no sola: con ellos. Pero sola) ya veríamos. Era complicado.
Contigo todo es siempre complicado, por eso has acabado metida en este lío.
¿En qué lío? No había ningún lío. Sólo el de mi vestido cuando me lo arrojó a las piernas con todo el desprecio que mostraba desde el principio. O quizá más. Y tal vez menos. Pero desde luego con desprecio, como si le diera igual que por su culpa apenas pudiera moverme. Lo que me sorprendió fue poder hacerlo, aunque sólo fuera un poquito y para entrar en la tela del vestido fino que él me había arrancado.
Está entero... Sorprendente. La prenda ha aguantado el ataque del coco.
– No están en mi cabeza, pero no piensan que sea buena idea. Así que yo pienso que sí lo es. ¿Cómo te llamas, coco? ¿Los cocos tienen nombre? – me pregunté, llevándome un dedo a la barbilla y después mirándolo con los ojos bien abiertos, muy grandes. Suponía. Eso decían ellos. – Si me lo has dicho supongo que sí tendréis, ¿no?
No sabes nada de él ni de los cocos, Alchemilla. Eres una ignorante.
¡Sí, lo era! Había pasado media vida asustada de esos seres y luego resultaba que cuando llegaba uno y se ponía delante de mí, me demostraba que no me haría daño. O sí, pero no como yo pensaba. Y ¿era daño o era placer? La frontera era una línea muy fina que yo no veía porque debía de estar emborronada y desaparecida o algo así. Seguro que era porque nos habíamos revolcado sobre ella y por eso los dos estábamos sucios aun con las ropas medianamente limpias. Las suyas; las mías no tenían remedio.
Tú no tienes remedio, no actúes como si no lo supieras.
Sin escuchar, me incorporé como pude y me dejé caer sobre la pared para que sostuviera mi peso, como antes me había demostrado que podía hacer. ¡Y no sólo el mío, también el del coco! Un coco que olía a lobo, no me olvidaba, ni tampoco de que era luna no llena y no había peligro para ninguno de los dos. ¿Qué habría pasado si él me hubiera mordido? A veces me lo preguntaba, cuando estaba más lúcida, y creía que sería interesante ver el experimento de la bruja y el lobo fundiéndose en uno sólo para ver cuál ganaba. Probablemente el lobo, pero nunca se sabía.
– Eh, coco, ¿y ahora qué? ¿Qué vas a hacer conmigo? ¿Qué voy a hacer contigo? – crucé los brazos sobre el pecho sólo para no morderme las uñas. ¿Querría matarme? No lo creía, ¿no? No había hecho un sacrificio de sangre como con Robbie, pero el coco no era Robbie el conejo (porque era un coco, estaba claro) y no sabía si querría algo más o... O qué. ¿Qué quería? No lo conocía, pero me parecía que sí, y que era hasta increíble a su manera. Muy a su manera, no a la mía.
¿Te está empezando a caer bien?
¿Y por qué no? Cada vez que hablaba me recordaba a alguien, pero no caía a quién. Sí que sabía que era arrogante y molesto, pero como todos los niños lo eran. Todos y absolutamente cada uno. ¿Yo incluida? Tal vez. A veces pensaba que era sólo una niña y otras veces ellos me decían que no, que era un monstruo. Un monstruito... Una víbora y un engendro, una asesina y ¡Ya basta! No era eso. Sólo era yo. Yo y... ellos. Y el coco. Yo era todos nosotros.
Claro que sí, Alchemilla, y así será por siempre. Pero sin él.
Invitado- Invitado
Re: Upside Down Kingdom {Privado} {+18}
Desprecio… En realidad, ésa no era la palabra, no. Puede que insolencia, descaro, aires de cierta superioridad, porque se sentía terriblemente experto en lo que respectaba al sexo, y no era extraño que tras semejante manifestación, que había traspasado hasta las fronteras de la mente, la prepotencia del niño inconstante se pusiera a la defensiva. Pero no, 'desprecio' implicaba un sentimiento de aversión, rechazo y odio que no… ¿Que no se ajustaba a la opinión que en esos precisos instantes, Dennis tenía sobre la endemoniada de turno? ¿Cómo había sido eso posible? ¿Por qué motivo aún más retorcido que todo lo que les rodeaba? ¿Desde cuándo? ¡Joder (como ellos acababan de hacerlo en aquellos callejones, y más duro aún), la bipolaridad daba muchas jaquecas! ¡Agotadora hasta para pensar la palabra!
Lanzó unas cuantas ojeadas más hacia el cuerpo nuevamente vestido de la joven, contempló cómo esa tela endeble y sucia, que había sobrevivido de milagro a aquella estampida desbocada en dominar sus cuerpos, se deslizaba por su piel, pálida y sudada por su culpa. Con sus pupilas verdes, azuladas, indecisas; dilatadas, el hombre despidió cada marca que él le había hecho, y una vez la inútil prenda volvió a cubrirla entera, parpadeó para regresar a un mundo que habían olvidado hacía mucho, mucho rato… Al menos, el tiempo entre sus lenguas y sus genitales había sido excesivamente comprensivo con sus necesidades, sus posesividades. La colonización de un magnetismo que no parecía dispuesto a esfumarse ni en la calma después de la tormenta. Allí seguía a pesar de todo. O precisamente por todo.
No sé si los cocos tendrán nombre –replicó, y con ello casi estaba aceptando ser un coco para ella. Como los falsos némesis de los ángeles de la guarda, por la tierra rondarían cientos de cocos personalizados para cada individuo. El que hubiera acabado por aceptar que esa colgada y él hablaban un lenguaje de animales parecidos también podía ser una opción a su pequeña tregua (su breve descanso de contradecir cualquier palabra que arrojara esa misma voz nórdica que lo había llevado al límite de lo orgásmico)-, pero a mí puedes llamarme Dennis –respondió. Y podría haber soltado un nombre falso, o haberse quedado callado. Podría haber completado de una vez por todas el paso definitivo de vuelta a los parajes tranquilos de la sociedad frente a la que uno había elegido fingir, y la otra, abandonarse cual gato abandonado que ya era ella. Ahí mismo, tras su larga cabellera, despeinada e hipnotizante, con sus mejillas manchadas de tierra de la calle y su perpetua expresión de desafío con la realidad. La que su demencia aceptaba y la que probablemente había olvidado en alguna parte de su insondable mirada fría. Él había conseguido que se asomaran burbujas en el azul de esa mirada, porque había hervido como si de una caldera de libido se tratase.
¿Lo había conseguido antes y lo estaba consiguiendo ahora? Pues de repente, hacía varios segundos que el recuerdo de su rostro excitado se había visto reflejado en la muchacha del momento presente, apoyada contra la pared que había iniciado el primer choque, la primera agresión de intimidad en extenderse como una epidemia. Preparada para que mordieran, arañaran, sangraran, lamieran y profanaran sus mentes, con una catarsis incluso más decisiva que los instintos sexuales por los que se habían revolcado como dos criaturas necesitadas de una demencia igual. Una que seguía viendo en el rostro de la criaja que se había ganado su odio y su deseo a la vez, para después metérselos por el sagrado agujero que aquel lobo de cuento había invadido dos veces seguidas.
¿Qué vas a hacer conmigo? ¿Qué voy a hacer contigo?
El protocolo más clásico sería acompañarte a casa, pero ya estamos en ella –respondió, y a pesar de la sorna en su tono de voz, estaba casi seguro de que el hogar de esa loca de los callejones no sería muy distinto del que la recogía cuando se desmayaba, o cuando follaba con un licántropo descontrolado sin luna llena. Se aproximó de nuevo a ella y de repente, le limpió los restos de suciedad que llevaba en una de sus mejillas, con la mano en su barbilla y el dedo pulgar en movimiento. Un gesto lento y contundente, tan espontáneo y casi circunstancial como deliberadamente sugestivo. Eso sí, durante una fracción de segundo, se evadió completamente del momento y del lugar, y allí sólo hubo un hombre que hizo las cosas sin pensar. Ni en el odio de un niño atrapado, ni en el deseo de un macho alfa incomprendido-. Buenas noches, Alchemilla, espero que no nos volvamos a ver -directo a los ojos. Incluso la yema del pulgar descendió con suavidad.
Lanzó unas cuantas ojeadas más hacia el cuerpo nuevamente vestido de la joven, contempló cómo esa tela endeble y sucia, que había sobrevivido de milagro a aquella estampida desbocada en dominar sus cuerpos, se deslizaba por su piel, pálida y sudada por su culpa. Con sus pupilas verdes, azuladas, indecisas; dilatadas, el hombre despidió cada marca que él le había hecho, y una vez la inútil prenda volvió a cubrirla entera, parpadeó para regresar a un mundo que habían olvidado hacía mucho, mucho rato… Al menos, el tiempo entre sus lenguas y sus genitales había sido excesivamente comprensivo con sus necesidades, sus posesividades. La colonización de un magnetismo que no parecía dispuesto a esfumarse ni en la calma después de la tormenta. Allí seguía a pesar de todo. O precisamente por todo.
No sé si los cocos tendrán nombre –replicó, y con ello casi estaba aceptando ser un coco para ella. Como los falsos némesis de los ángeles de la guarda, por la tierra rondarían cientos de cocos personalizados para cada individuo. El que hubiera acabado por aceptar que esa colgada y él hablaban un lenguaje de animales parecidos también podía ser una opción a su pequeña tregua (su breve descanso de contradecir cualquier palabra que arrojara esa misma voz nórdica que lo había llevado al límite de lo orgásmico)-, pero a mí puedes llamarme Dennis –respondió. Y podría haber soltado un nombre falso, o haberse quedado callado. Podría haber completado de una vez por todas el paso definitivo de vuelta a los parajes tranquilos de la sociedad frente a la que uno había elegido fingir, y la otra, abandonarse cual gato abandonado que ya era ella. Ahí mismo, tras su larga cabellera, despeinada e hipnotizante, con sus mejillas manchadas de tierra de la calle y su perpetua expresión de desafío con la realidad. La que su demencia aceptaba y la que probablemente había olvidado en alguna parte de su insondable mirada fría. Él había conseguido que se asomaran burbujas en el azul de esa mirada, porque había hervido como si de una caldera de libido se tratase.
¿Lo había conseguido antes y lo estaba consiguiendo ahora? Pues de repente, hacía varios segundos que el recuerdo de su rostro excitado se había visto reflejado en la muchacha del momento presente, apoyada contra la pared que había iniciado el primer choque, la primera agresión de intimidad en extenderse como una epidemia. Preparada para que mordieran, arañaran, sangraran, lamieran y profanaran sus mentes, con una catarsis incluso más decisiva que los instintos sexuales por los que se habían revolcado como dos criaturas necesitadas de una demencia igual. Una que seguía viendo en el rostro de la criaja que se había ganado su odio y su deseo a la vez, para después metérselos por el sagrado agujero que aquel lobo de cuento había invadido dos veces seguidas.
¿Qué vas a hacer conmigo? ¿Qué voy a hacer contigo?
El protocolo más clásico sería acompañarte a casa, pero ya estamos en ella –respondió, y a pesar de la sorna en su tono de voz, estaba casi seguro de que el hogar de esa loca de los callejones no sería muy distinto del que la recogía cuando se desmayaba, o cuando follaba con un licántropo descontrolado sin luna llena. Se aproximó de nuevo a ella y de repente, le limpió los restos de suciedad que llevaba en una de sus mejillas, con la mano en su barbilla y el dedo pulgar en movimiento. Un gesto lento y contundente, tan espontáneo y casi circunstancial como deliberadamente sugestivo. Eso sí, durante una fracción de segundo, se evadió completamente del momento y del lugar, y allí sólo hubo un hombre que hizo las cosas sin pensar. Ni en el odio de un niño atrapado, ni en el deseo de un macho alfa incomprendido-. Buenas noches, Alchemilla, espero que no nos volvamos a ver -directo a los ojos. Incluso la yema del pulgar descendió con suavidad.
Dennis Vallespir- Licántropo Clase Alta
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Re: Upside Down Kingdom {Privado} {+18}
Dennis. Su nombre es Dennis, Alchemilla, ¡mira lo que has hecho al revolcarte con un coco!
Pero su pregunta era buena: ¿los cocos tenían nombre? ¿O se llamaban coco de tal o de cual o de pascual? Tal vez se numeraban, pero tener que aguantarme la risa al pensar en coco uno, dos, tres y sucesivos hizo que eliminara la idea. No, tenían que tener nombres, seguro, pero ¿Dennis? ¿No Belcebú, Lucifer, Jezabel o algo así? Esperad, eso son demonios...
¿Y es que acaso los cocos no son sino demonios?
Bueno, sí, podían comportarse así, pero... ¿No? ¿O sí? No lo sabía. En la Biblia que leía mi madre no se mencionaban a los cocos, pero luego ella nos avisaba de que el coco vendría a por nosotras si no nos dormíamos y... ¡Basta! Empezaba a dolerme la cabeza, y no quería renunciar a la paz y al temblor placentero de mis piernas, aún algo húmedas de sudor y algo más, tan pronto. No, eso no era lo que deseaba. Pero lo que deseaba se había vestido y ¡era un maldito coco!
Tal vez si sigues repitiéndotelo te convencerás y te alejarás; tal vez le harás caso y os podréis los dos marchar...
¿Qué? Pero, ¿a dónde? ¡No tenía sentido! Él quería llevarme a casa, y decía que ya estaba en ella, pero no era cierto, porque él no lo sabía, ¡no sabía que mi casa era el sanatorio...! Y mejor que no lo supiera; la gente se solía asustar cuando lo hacía. Y de los que allí vivíamos, sólo era peligrosa yo... y sólo cuando mi familia o mi venganza se interponían en el camino. ¿Verdad?
– Yo sé que sí. Lo veo en tu aura y en tu futuro, te envuelve como una sombra en forma de lobo que aúlla diciendo que nos volveremos a ver. Pero tú hasta ahora no lo sabías. ¡Qué lástima haber roto tu felicidad confesándotelo! – comenté, divertida, porque aunque había exclamado mi lástima, en realidad no lo sentía en absoluto. Quería volver a encontrarme con él, ¿había algo de malo en eso?
¿Ya te has olvidado de lo que es, Alchemilla?
No, claro que no, pero al margen de que es un coco, ¿qué más daba? Me puse de puntillas para no ser tan pequeña a su lado, aunque era imposible porque seguía siéndolo, y le di un beso corto en los labios, tan corto que apenas lo rocé. ¡Si hubiera llegado a cerrar los ojos se lo habría perdido! Pero no los cerró, lo vio y lo sintió, y también me vio a mí mirándolo con los ojos muy abiertos, igual que siempre. Igual que nunca, quizá.
– Espero que te hayan domesticado cuando te vuelva a ver. Eres muy maleducado, aparte de un lobo y un coco, y eso no es nada bueno. Te va a meter en muchos problemas, te lo digo yo. – le reprendí, señalándolo con el dedo para remarcar mis palabras, y después sonreí ampliamente, como si no acabara de decirle algo que solamente una madre le habría dicho. O una hermana. O un familiar. O una extraña amante como yo. ¿Amante? ¡Ja!
No, Alchemilla. Detente. Deja de pensar todo eso.
Pero no podía, mi cabeza iba demasiado rápido y mi cuerpo también, casi hasta temblaba mientras me alejaba de él en la dirección que yo sabía que era mi casa pero que él ignoraba por completo ¡y lo seguiría haciendo! Porque no le iba a dejar acompañarme, ni de broma. Aun así, me giré y lo miré.
– Adiós, Coco. – me despedí, y después volví a girarme para dirigirme a casa dando brincos. Antes, claro, de empezar a correr para huir de otro coco que no sería tan dócil (¡Ja!) como aquel.
Pero su pregunta era buena: ¿los cocos tenían nombre? ¿O se llamaban coco de tal o de cual o de pascual? Tal vez se numeraban, pero tener que aguantarme la risa al pensar en coco uno, dos, tres y sucesivos hizo que eliminara la idea. No, tenían que tener nombres, seguro, pero ¿Dennis? ¿No Belcebú, Lucifer, Jezabel o algo así? Esperad, eso son demonios...
¿Y es que acaso los cocos no son sino demonios?
Bueno, sí, podían comportarse así, pero... ¿No? ¿O sí? No lo sabía. En la Biblia que leía mi madre no se mencionaban a los cocos, pero luego ella nos avisaba de que el coco vendría a por nosotras si no nos dormíamos y... ¡Basta! Empezaba a dolerme la cabeza, y no quería renunciar a la paz y al temblor placentero de mis piernas, aún algo húmedas de sudor y algo más, tan pronto. No, eso no era lo que deseaba. Pero lo que deseaba se había vestido y ¡era un maldito coco!
Tal vez si sigues repitiéndotelo te convencerás y te alejarás; tal vez le harás caso y os podréis los dos marchar...
¿Qué? Pero, ¿a dónde? ¡No tenía sentido! Él quería llevarme a casa, y decía que ya estaba en ella, pero no era cierto, porque él no lo sabía, ¡no sabía que mi casa era el sanatorio...! Y mejor que no lo supiera; la gente se solía asustar cuando lo hacía. Y de los que allí vivíamos, sólo era peligrosa yo... y sólo cuando mi familia o mi venganza se interponían en el camino. ¿Verdad?
– Yo sé que sí. Lo veo en tu aura y en tu futuro, te envuelve como una sombra en forma de lobo que aúlla diciendo que nos volveremos a ver. Pero tú hasta ahora no lo sabías. ¡Qué lástima haber roto tu felicidad confesándotelo! – comenté, divertida, porque aunque había exclamado mi lástima, en realidad no lo sentía en absoluto. Quería volver a encontrarme con él, ¿había algo de malo en eso?
¿Ya te has olvidado de lo que es, Alchemilla?
No, claro que no, pero al margen de que es un coco, ¿qué más daba? Me puse de puntillas para no ser tan pequeña a su lado, aunque era imposible porque seguía siéndolo, y le di un beso corto en los labios, tan corto que apenas lo rocé. ¡Si hubiera llegado a cerrar los ojos se lo habría perdido! Pero no los cerró, lo vio y lo sintió, y también me vio a mí mirándolo con los ojos muy abiertos, igual que siempre. Igual que nunca, quizá.
– Espero que te hayan domesticado cuando te vuelva a ver. Eres muy maleducado, aparte de un lobo y un coco, y eso no es nada bueno. Te va a meter en muchos problemas, te lo digo yo. – le reprendí, señalándolo con el dedo para remarcar mis palabras, y después sonreí ampliamente, como si no acabara de decirle algo que solamente una madre le habría dicho. O una hermana. O un familiar. O una extraña amante como yo. ¿Amante? ¡Ja!
No, Alchemilla. Detente. Deja de pensar todo eso.
Pero no podía, mi cabeza iba demasiado rápido y mi cuerpo también, casi hasta temblaba mientras me alejaba de él en la dirección que yo sabía que era mi casa pero que él ignoraba por completo ¡y lo seguiría haciendo! Porque no le iba a dejar acompañarme, ni de broma. Aun así, me giré y lo miré.
– Adiós, Coco. – me despedí, y después volví a girarme para dirigirme a casa dando brincos. Antes, claro, de empezar a correr para huir de otro coco que no sería tan dócil (¡Ja!) como aquel.
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