AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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The Cracks Inside | Privado
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The Cracks Inside | Privado
Sobre los pliegues de un lienzo blanco ambas siluetas aún se encontraban sofocadas. El instante previo había sido un encuentro fortuito, una batalla carnal que ambos habían construido con cada caricia de los dedos del joven y cada gesto en el rostro de aquel desconocido. El varón le doblaba la edad fácilmente y a pesar de esto poseía un físico muy bien cuidado y una energía desbordante al momento de cada uno de sus embates. François se mantuvo recostado por un par de minutos, alejado apenas un par de centímetros del cuerpo de su cliente en turno, este se levantó de inmediato y lavó su cuerpo con un poco de agua contenida en un recipiente que yacía en el piso.
El chico en cambio pasó su diestra por el dorso y por su frente intentando quitarse el sudor. Cuando el hombre se vistió nuevamente regresó a la cama para tomarlo entre sus brazos, el beso fue corto pero intenso. No era la primera vez que pasaban tiempo juntos, sin embargo para François el pago correspondiente a su servicio nunca había sido prioridad, necesitaba los recursos únicamente para sobrevivir ese día y estaba dispuesto a llevar a la cama a los hombres necesarios para lograrlo. La regla era sencilla, entregar el cuerpo a disposición sin involucrar los sentimientos, no había cabida para estos, no en este negocio. Se encontraba semidesnudo aún, solo la ropa interior le cubría.
El sujeto preguntó si podría verle una vez más en un par de horas pero el joven necesitaba alejarlo, se estaba volviendo algo peligroso el hecho de recurrir a él cada vez que se encontraba en aprietos. François negó con la cabeza y abrió la puerta para que este saliera, pues estaba cansado por ahora. El hombre gruñó y soltó un golpe contra un espejo que colgaba de la pared desnuda y violácea. Salió hecho una furia de ahí. El joven suspiró desganado y en cuclillas recogió los fragmentos de vidrio que alfombraban el piso. Un reflejo destruido y en cada pedazo de cristal un reflejo imperfecto que al momento de unirse nuevamente como si se tratase de un rompecabezas, construía la fachada actual del rubio.
Sonrió de mala gana sintiéndose culpable. Terminó de acumular las piezas y colocándolas bajo una pequeña alfombra terminó de vestirse, con el sudor aun sobre su piel y el aroma de su amante flotando sobre él. Se calzó y echó un poco de agua sobre su rostro para salir del trance. Los ecos de aquellos amándose en las habitaciones contiguas laceraban sus oídos y sin voltear cerró la puerta saliendo del burdel. Apenas había dado un paso fuera cuando de manera imprevista un golpe en seco le recibió, François cayó de espaldas tratando de reconocer al sujeto, era el mismo quien había abandonado la habitación apenas hace unos instantes, un par de patadas cayeron sobre su cuerpo al tiempo que su instinto le decía a gritos cubrirse la cabeza para evitar un daño irreversible.
El chico en cambio pasó su diestra por el dorso y por su frente intentando quitarse el sudor. Cuando el hombre se vistió nuevamente regresó a la cama para tomarlo entre sus brazos, el beso fue corto pero intenso. No era la primera vez que pasaban tiempo juntos, sin embargo para François el pago correspondiente a su servicio nunca había sido prioridad, necesitaba los recursos únicamente para sobrevivir ese día y estaba dispuesto a llevar a la cama a los hombres necesarios para lograrlo. La regla era sencilla, entregar el cuerpo a disposición sin involucrar los sentimientos, no había cabida para estos, no en este negocio. Se encontraba semidesnudo aún, solo la ropa interior le cubría.
El sujeto preguntó si podría verle una vez más en un par de horas pero el joven necesitaba alejarlo, se estaba volviendo algo peligroso el hecho de recurrir a él cada vez que se encontraba en aprietos. François negó con la cabeza y abrió la puerta para que este saliera, pues estaba cansado por ahora. El hombre gruñó y soltó un golpe contra un espejo que colgaba de la pared desnuda y violácea. Salió hecho una furia de ahí. El joven suspiró desganado y en cuclillas recogió los fragmentos de vidrio que alfombraban el piso. Un reflejo destruido y en cada pedazo de cristal un reflejo imperfecto que al momento de unirse nuevamente como si se tratase de un rompecabezas, construía la fachada actual del rubio.
Sonrió de mala gana sintiéndose culpable. Terminó de acumular las piezas y colocándolas bajo una pequeña alfombra terminó de vestirse, con el sudor aun sobre su piel y el aroma de su amante flotando sobre él. Se calzó y echó un poco de agua sobre su rostro para salir del trance. Los ecos de aquellos amándose en las habitaciones contiguas laceraban sus oídos y sin voltear cerró la puerta saliendo del burdel. Apenas había dado un paso fuera cuando de manera imprevista un golpe en seco le recibió, François cayó de espaldas tratando de reconocer al sujeto, era el mismo quien había abandonado la habitación apenas hace unos instantes, un par de patadas cayeron sobre su cuerpo al tiempo que su instinto le decía a gritos cubrirse la cabeza para evitar un daño irreversible.
Última edición por François el Dom Mar 12, 2017 11:07 am, editado 1 vez
Luis Felipe de Castilla- Realeza Española
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Re: The Cracks Inside | Privado
Su viaje a tierras francesas resulto todo un éxito, algo que definitivamente Gustav no esperaba, pese a las palabras de aliento que recibió de parte de su protector Gwyddyon y su esposa. Aquella pareja de adinerados no solo eran un gran apoyo para el artista en ascenso, sino que además, eran su familia. Gwyddyon de Médici y su esposa Audrey, habían descubierto de lo que el joven era capaz y ellos estaban seguros de que el artista lograría grandes cosas, tanto que lo volvieron otro más de los Médici, alguien a quien pensaban dejar sus riquezas algún día, cuando mantenerse en el ojo público no fuera lo más prudente para dos inmortales como lo eran ellos. Fue precisamente la condición de vampiros de sus protectores lo que impidió que pudieran acompañar a Gustav a una exposición en París donde se mostrarían varias de sus obras y se subastarían otras tantas, claro que el dinero, sería donado para la beneficencia, algo que Gustav creía era su obligación como nuevo miembro de los Médici.
La exposición fue mucho más agotadora y exitosa de lo que el artista pensó en un principio, siendo el agotamiento después del evento lo que le hizo dormir durante cerca de doce horas, despertándose Gustav cuando los colores del atardecer Parisino se colaban por la ventana de su habitación en el hotel. Ver que ya atardecía lo llevó a levantarse de golpe. Aquella era su última noche en la ciudad y no podía permitirse volver a Italia sin haber dado un paseo por las coloridas y ruidosas calles de París.
Ataviado entonces en un traje que Audrey empacó especialmente para él, Gustav salió de la habitación y del hotel con la única intención de internarse en las calles.
Mientras caminaba por las calles sus ojos iban de un lado a otro, aquella ciudad le parecía no solo novedosa sino también inspiradora. Desde las mujeres usando vestidos costosos y bebiendo café, hasta los niños descalzos que corrían en busca de refugió para la noche, todo lo que sus ojos veían prometía ser una obra maestra. Tan enfrascado estaba en lo maravillosa que le resultaba la ciudad que no se dio cuenta que comenzaba a alejarse de las calles más respetables y de hecho no fue, sino hasta que vio como un hombre golpeaba a otro fuera de un establecimiento que no reconoció, que Gustav descubrió que la ciudad era tan horrible como hermosa.
El artista odiaba la violencia, era algo que su lado artístico era incapaz de tolerar; por eso fue que se sorprendió cuando se encontró a si mismo empujando al hombre que golpeaba al muchacho en el suelo. El hombre, que trastabillo un poco, se giró en dirección a Gustav, observándolo con rabia y estaba por lanzarse contra él cuando otro hombre salió del establecimiento frente al que estaban y de un golpe certero en la mandíbula dejó al atacante del joven tirado en el suelo. El artista parpadeo un par de veces, aquello era por lejos, lo más arriesgado que se atrevió a hacer jamás y todo por el muchacho que se encontraba en el suelo.
– ¿Te encuentras bien? – preguntó el Médici mientras que se inclinaba para ofrecer su mano al joven.
La exposición fue mucho más agotadora y exitosa de lo que el artista pensó en un principio, siendo el agotamiento después del evento lo que le hizo dormir durante cerca de doce horas, despertándose Gustav cuando los colores del atardecer Parisino se colaban por la ventana de su habitación en el hotel. Ver que ya atardecía lo llevó a levantarse de golpe. Aquella era su última noche en la ciudad y no podía permitirse volver a Italia sin haber dado un paseo por las coloridas y ruidosas calles de París.
Ataviado entonces en un traje que Audrey empacó especialmente para él, Gustav salió de la habitación y del hotel con la única intención de internarse en las calles.
Mientras caminaba por las calles sus ojos iban de un lado a otro, aquella ciudad le parecía no solo novedosa sino también inspiradora. Desde las mujeres usando vestidos costosos y bebiendo café, hasta los niños descalzos que corrían en busca de refugió para la noche, todo lo que sus ojos veían prometía ser una obra maestra. Tan enfrascado estaba en lo maravillosa que le resultaba la ciudad que no se dio cuenta que comenzaba a alejarse de las calles más respetables y de hecho no fue, sino hasta que vio como un hombre golpeaba a otro fuera de un establecimiento que no reconoció, que Gustav descubrió que la ciudad era tan horrible como hermosa.
El artista odiaba la violencia, era algo que su lado artístico era incapaz de tolerar; por eso fue que se sorprendió cuando se encontró a si mismo empujando al hombre que golpeaba al muchacho en el suelo. El hombre, que trastabillo un poco, se giró en dirección a Gustav, observándolo con rabia y estaba por lanzarse contra él cuando otro hombre salió del establecimiento frente al que estaban y de un golpe certero en la mandíbula dejó al atacante del joven tirado en el suelo. El artista parpadeo un par de veces, aquello era por lejos, lo más arriesgado que se atrevió a hacer jamás y todo por el muchacho que se encontraba en el suelo.
– ¿Te encuentras bien? – preguntó el Médici mientras que se inclinaba para ofrecer su mano al joven.
Gustav De Médici- Humano Clase Alta
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Re: The Cracks Inside | Privado
No era la primera vez que se veía enfrascado en una riña de dicha naturaleza. Su cuerpo aunque frágil en apariencia bien resistía aquellos golpes, nada en comparación con aquellas cuchillas lacerantes que tiempo atrás había recibido por parte de su depuesto padre. Habituado estaba al dolor tanto físico como mental que aquel ataque estaba muy por debajo del daño irreversible que causó en él el ver la cabeza de su madre después de haber sido decapitada frente a sus ojos. Aprendió a nadar entre las turbulentas aguas de esa ciudad a la cual muchos amaban por ser el faro de mentes brillantes, así mismo las tonalidades grisáceas de esa gran urbe ocultaban un jardín salvaje como lo eran los burdeles y muchos otros locales de mala muerte donde más de uno vendía su alma al diablo cada noche con el afán de no hundirse en ese pantano llamado Paris. Para fortuna o desgracia del inglés nadie se atrevería a interceder por él, al menos nadie de los servidores que compartían con él su día a día.
Y era mejor de ese modo, ya que su intención no era deberle nada a nadie. Su orgullo le impedía a toda costa clamar por ayuda o quejarse siquiera. No hizo amago tampoco de encararle porque estaba harto de ese sexto sentido de supervivencia que le obligaba a protegerse la cabeza para no quedar completamente expuesto. Repentinamente las patadas dejaron de lacerarle y con dificultad escuchó al hombre vociferar en contra de quien le había salvado la vida. François suspiró aliviado aunque con demasiado dolor en las costillas. La mano que le era ofrecida provenía de un extraño, así había transcurrido su vida desde que tenía uso de razón, el trato con extraños. Bajo otras circunstancias hubiese sido renuente ante tal detalle, sin embargo y con un nudo en la garganta, prefirió bajar la guardia momentáneamente y hacer uso de su carisma natural.
–Gra…gracias, de verdad no hacía falta. Lo tenía contra las cuerdas–
Soltó en un intento por mermar tan pesarosa escena.
Dirigió sus orbes completamente hacia el hombre en cuestión y notó que podría bien ser alguien de noble cuna. La facilidad con la que este se aproximó hacia él tratándose de alguien ajeno a su círculo social llamó rápidamente la atención del rubio ¿Qué ganaba con ayudarle? Nada en lo absoluto quizás.
Sintió una terrible necesidad de formular una maravillosa historia plagada de mentiras, no obstante había algo aún de consciencia en un asesino como él. Prefirió omitir ciertas cosas, matizando únicamente la fachada del disfraz.
–Soy François–
Mencionó con dificultad y avanzó hacia el otro lado de la acera, donde las miradas de las prostitutas y los hombres que visitaban eventualmente el local dejaran de juzgarle de ese modo. Arqueó una ceja y encaró a su oyente.
–Gracias por lo de hace unos minutos pero ¿Qué demonios hace un tipo como tú en un lugar como este? No parece ser el tipo de sitios al que acostumbras visitar–
Y era mejor de ese modo, ya que su intención no era deberle nada a nadie. Su orgullo le impedía a toda costa clamar por ayuda o quejarse siquiera. No hizo amago tampoco de encararle porque estaba harto de ese sexto sentido de supervivencia que le obligaba a protegerse la cabeza para no quedar completamente expuesto. Repentinamente las patadas dejaron de lacerarle y con dificultad escuchó al hombre vociferar en contra de quien le había salvado la vida. François suspiró aliviado aunque con demasiado dolor en las costillas. La mano que le era ofrecida provenía de un extraño, así había transcurrido su vida desde que tenía uso de razón, el trato con extraños. Bajo otras circunstancias hubiese sido renuente ante tal detalle, sin embargo y con un nudo en la garganta, prefirió bajar la guardia momentáneamente y hacer uso de su carisma natural.
–Gra…gracias, de verdad no hacía falta. Lo tenía contra las cuerdas–
Soltó en un intento por mermar tan pesarosa escena.
Dirigió sus orbes completamente hacia el hombre en cuestión y notó que podría bien ser alguien de noble cuna. La facilidad con la que este se aproximó hacia él tratándose de alguien ajeno a su círculo social llamó rápidamente la atención del rubio ¿Qué ganaba con ayudarle? Nada en lo absoluto quizás.
Sintió una terrible necesidad de formular una maravillosa historia plagada de mentiras, no obstante había algo aún de consciencia en un asesino como él. Prefirió omitir ciertas cosas, matizando únicamente la fachada del disfraz.
–Soy François–
Mencionó con dificultad y avanzó hacia el otro lado de la acera, donde las miradas de las prostitutas y los hombres que visitaban eventualmente el local dejaran de juzgarle de ese modo. Arqueó una ceja y encaró a su oyente.
–Gracias por lo de hace unos minutos pero ¿Qué demonios hace un tipo como tú en un lugar como este? No parece ser el tipo de sitios al que acostumbras visitar–
Luis Felipe de Castilla- Realeza Española
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Re: The Cracks Inside | Privado
Gustav se sentía aún confundido por su manera de actuar. En otras circunstancias simplemente habría observado desde la distancia como la violencia generaba más violencia pero en un giro inesperado del destino, fue su intervención lo que dio fin a la riña. Al estirar la mano en dirección al muchacho en el suelo veía como su mano temblaba ligeramente. La adrenalina y el temor le habían hecho actuar y ahora, el menjurje químico de su cerebro le pasaba la factura a su cuerpo. Cuando el muchacho tomó su mano, su cuerpo dejó de temblar de manera automática, como si el saber que estaba bien gracias a su ayuda le tranquilizara.
– Sí, note que lo tenías bastante bien controlado pero – se encogió de hombros – odio las peleas, creo que al final ambas partes terminan perdiendo así que es algo bastante tonto enfrascarse en ellas – tras soltar esas palabras, movió la cabeza de un lado a otro, dándose cuenta de que acababa, de cierta manera, de ofender al muchacho – Lo lamento. No es eso lo que quise decir es solo que… nunca antes había interferido en una pelea y aún no sé que sentir al respecto – confesó, percatándose entonces de que lo que acababa de vivir, le serviría de inspiración para un nuevo cuadro en el que aquel muchacho sería el protagonista.
Una sonrisa sincera le fue lo que dedicó al muchacho cuando escuchó su nombre.
– François, que nombre tan agradable. Yo soy Gustav, un placer conocerte – hizo una pausa – aunque no lo ha sido la circunstancia – por primera vez desde que decidiera intervenir en la pelea, los ojos del Médici observaron su alrededor, deteniéndose sus ojos en el establecimiento desde el que los miraban hombres y mujeres, el burdel. Ver en que clase de zona se encontraba le hizo carraspear y seguir los pasos de François hasta la acera contraria sin pensarlo siquiera. No era malo que se encontrará en esa clase de sitios, después de todo era un hombre con necesidades, pero quizás, haber usado el traje elegante que Audrey empacó para él no fue la mejor idea, detalle que resulto mucho más evidente cuando el muchacho lo encaró y sin tacto alguno le hizo saber que era un extraño en esos lugares.
Gustav miró sus propias ropas. Lucía definitivamente diferente a lo que realmente era. Usualmente usaba trajes más sencillos que solían estar manchados de pintura, una imagen que incluso mentalmente distaba mucho de la que ostentaba en ese instante.
– Luzco muy fuera de lugar, ¿verdad? – suspiró entonces – En realidad no sé si existen lugares que suelo visitar ya que solo dejo que mis pies me guíen y ellos me han guiado a lugares que no te podrías imaginar – se rió al recordar uno de sus viajes donde acabó en una zona pantanosa, perdido durante tres días – Así que no dejes que te engañe el traje… después de todo es solo un regalo.
– Sí, note que lo tenías bastante bien controlado pero – se encogió de hombros – odio las peleas, creo que al final ambas partes terminan perdiendo así que es algo bastante tonto enfrascarse en ellas – tras soltar esas palabras, movió la cabeza de un lado a otro, dándose cuenta de que acababa, de cierta manera, de ofender al muchacho – Lo lamento. No es eso lo que quise decir es solo que… nunca antes había interferido en una pelea y aún no sé que sentir al respecto – confesó, percatándose entonces de que lo que acababa de vivir, le serviría de inspiración para un nuevo cuadro en el que aquel muchacho sería el protagonista.
Una sonrisa sincera le fue lo que dedicó al muchacho cuando escuchó su nombre.
– François, que nombre tan agradable. Yo soy Gustav, un placer conocerte – hizo una pausa – aunque no lo ha sido la circunstancia – por primera vez desde que decidiera intervenir en la pelea, los ojos del Médici observaron su alrededor, deteniéndose sus ojos en el establecimiento desde el que los miraban hombres y mujeres, el burdel. Ver en que clase de zona se encontraba le hizo carraspear y seguir los pasos de François hasta la acera contraria sin pensarlo siquiera. No era malo que se encontrará en esa clase de sitios, después de todo era un hombre con necesidades, pero quizás, haber usado el traje elegante que Audrey empacó para él no fue la mejor idea, detalle que resulto mucho más evidente cuando el muchacho lo encaró y sin tacto alguno le hizo saber que era un extraño en esos lugares.
Gustav miró sus propias ropas. Lucía definitivamente diferente a lo que realmente era. Usualmente usaba trajes más sencillos que solían estar manchados de pintura, una imagen que incluso mentalmente distaba mucho de la que ostentaba en ese instante.
– Luzco muy fuera de lugar, ¿verdad? – suspiró entonces – En realidad no sé si existen lugares que suelo visitar ya que solo dejo que mis pies me guíen y ellos me han guiado a lugares que no te podrías imaginar – se rió al recordar uno de sus viajes donde acabó en una zona pantanosa, perdido durante tres días – Así que no dejes que te engañe el traje… después de todo es solo un regalo.
Gustav De Médici- Humano Clase Alta
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Re: The Cracks Inside | Privado
Una de muchas razones por las cuales François prefería ser un hombre solitario era el aborrecer el hecho de conocer el pasado o las circunstancias de aquellos que se cruzaban en su camino. Porque a pesar de presumir ser el hijo prodigo de una familia acaudalada y un hombre de mundo no conocía más que el encierro y la soledad de aquellas cuatro paredes en las cuales desahogaba el deseo animal que su inclinación sexual le pedía a gritos ser saciado de vez en cuando. Así que verse enfrascado en aquella conversación repentinamente era algo con lo que no estaba habituado a lidiar. Sus respuestas frías y aquel ápice de indiferencia eran elementos naturales, parte de su encanto que muchos hallaban único y otros tantos odiaban y para muestra, la golpiza de la cual había sido objeto minutos atrás. Sin dejar de mirar al extraño se mantuvo alejado del sitio donde lo había rescatado.
–Entiendo– Rió de manera socarrona –Ahora que lo dices, es muy estúpido estrellar el puño contra el cráneo de alguien más, he escuchado esa aseveración muchas veces, pero no te sientas culpable si nunca has tenido de la necesidad de hacerlo es comprensible que hayas formado un juicio así y es de cierto modo algo bueno, no querrás estar en una situación como esta, créeme–
Estrecho la mano ajena.
–Un placer Gustav–
Después de haber pronunciado su nombre notó un ápice de nostalgia en su rostro, la circunstancias probablemente bajo las cuales terminó en una charla con un joven como lo era François. En definitiva no era necesario que permaneciera en ese sitio, le notó un poco incómodo incluso pero el rubio no era la clase de personas que sintiera remordimiento así que lo mejor que pudo hacer era desviar su atención hacia otro lado mientras el hombre explicaba que más allá de su fachada artificial había existía una mente que se dejaba guiar por sus sentidos sin importar el rumbo. Existía cierto tipo de similitud en aquel discurso, porque François de cierto modo también ocultaba una verdad innegable bajo esa mascara de niño rico. Una verdad mucho más terrible que las que Gustav pudiera poseer.
–Es algo natural el hecho de buscar un escape a nuestra realidad, si has sentido la necesidad de andar de un lado a otro es porque tu deseo interno aun busca ser complementado o saciado, no permanecer en un estado de confort es en cierto modo algo bueno–
Suspiró. Para ese entonces en la mente retorcida del joven ya se había entretejido la idea de tenerle como amigo o alguien cercano. Si aquel hombre era capaz de portar un traje como aquel que debía valer una fortuna sería posible que contara con recursos de los que pudiese disponer en adelante. Le convenía más tenerle con vida que asesinarle días después.
–En realidad no todos somos lo que aparentamos. Aunque mi nombre es de origen galo, mis raíces están en Londres, mis padres están fuera de la capital, negocios ya sabes cómo es eso. Pero me basta saber que volverán dentro de poco–
Se hubiera mordido la lengua después de escupir con tal cinismo aquellas oraciones, pero había dado rienda suelta a su locura de aparentar ser quien no era.
–Entiendo– Rió de manera socarrona –Ahora que lo dices, es muy estúpido estrellar el puño contra el cráneo de alguien más, he escuchado esa aseveración muchas veces, pero no te sientas culpable si nunca has tenido de la necesidad de hacerlo es comprensible que hayas formado un juicio así y es de cierto modo algo bueno, no querrás estar en una situación como esta, créeme–
Estrecho la mano ajena.
–Un placer Gustav–
Después de haber pronunciado su nombre notó un ápice de nostalgia en su rostro, la circunstancias probablemente bajo las cuales terminó en una charla con un joven como lo era François. En definitiva no era necesario que permaneciera en ese sitio, le notó un poco incómodo incluso pero el rubio no era la clase de personas que sintiera remordimiento así que lo mejor que pudo hacer era desviar su atención hacia otro lado mientras el hombre explicaba que más allá de su fachada artificial había existía una mente que se dejaba guiar por sus sentidos sin importar el rumbo. Existía cierto tipo de similitud en aquel discurso, porque François de cierto modo también ocultaba una verdad innegable bajo esa mascara de niño rico. Una verdad mucho más terrible que las que Gustav pudiera poseer.
–Es algo natural el hecho de buscar un escape a nuestra realidad, si has sentido la necesidad de andar de un lado a otro es porque tu deseo interno aun busca ser complementado o saciado, no permanecer en un estado de confort es en cierto modo algo bueno–
Suspiró. Para ese entonces en la mente retorcida del joven ya se había entretejido la idea de tenerle como amigo o alguien cercano. Si aquel hombre era capaz de portar un traje como aquel que debía valer una fortuna sería posible que contara con recursos de los que pudiese disponer en adelante. Le convenía más tenerle con vida que asesinarle días después.
–En realidad no todos somos lo que aparentamos. Aunque mi nombre es de origen galo, mis raíces están en Londres, mis padres están fuera de la capital, negocios ya sabes cómo es eso. Pero me basta saber que volverán dentro de poco–
Se hubiera mordido la lengua después de escupir con tal cinismo aquellas oraciones, pero había dado rienda suelta a su locura de aparentar ser quien no era.
Luis Felipe de Castilla- Realeza Española
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Re: The Cracks Inside | Privado
No tenía necesidad alguna por pelear, eso era cierto, pero el encuentro con aquel muchacho y su intervención en la pelea lo llevaba a cuestionarse varias cosas sobre si mismo y su percepción del mundo.
Has hacía relativamente poco, creía que sería siempre un hombre miserable. Un pintor sin talento que pasaría sus días y noches deseando por una oportunidad para brillar. Entonces había llegado Juliette, a cambiar de idea sobre si mismo. Después vinieron los Médici, a cambiar su situación economía y ahora, llegaba François a hacerlo preguntarse si en una situación de peligro, ¿Huiría o lucharía?. Hasta esa noche la respuesta de Gustav hubiera sido la huida o como ultima estancia, soportar una golpiza; sin embargo, el darse cuenta sobre su manera de reaccionar cuando atacaban a otros, lo llevaba ahora a dudar sobre su reacción cuando la agresión fuera para él.
– Tiene razón, no he tenido nunca la necesidad de enfrentarme a nadie – miro a su alrededor – al menos, no hasta ahora – y en su mente, la idea de luchar por su vida seguía dando vueltas. Quizás aquella noche encontraría más inspiración para sus pinturas de lo que encontró durante toda su estancia en París. Sumergido en su propia percepción del mundo, en las ensoñaciones que todo artista solía tener, Gustav no notaba las peculiaridades de François, esas que le habían hecho ganarse la golpiza en primer lugar. De hecho para Gustav, aquel joven era solo una persona más. Alguien llenó de virtudes y defectos, alguien digno de ser plasmado en un cuadro.
La conversación paso de la golpiza, al aspecto del pintor, ese que él aseguraba siempre solía ser más relajado y para muestra estaba el hecho de que no se fijo en sus ropas, ni en lo inapropiadas que eran para andar por aquellas zonas. Para Gustav aquello era solo ropa, bienes materiales que aunque importantes no lo eran todo.
– No es que trate de escapar de mi realidad – corrigió al muchacho frente a él – más bien, ando de un lado a otro porque quiero ser capaz de captar todas las realidades que me rodean; pero tiene razón en que mis deseos internos nunca están saciados y soy completamente incapaz de permanecer en un solo sitio mucho tiempo – su mente le exigía recreación, búsqueda de inspiración, colores y formas para sus nuevas creaciones. Claro que ahora que formaba parte de los Médici, debía aprender a ser un poco más paciente, aprender a valorar lo material también; enorgullecer con sus actos a quienes le daban una segunda oportunidad para su vida.
Justo después de que pensará en Gwyddyon y Audrey, vinieron las palabras de François, mismas que lo hicieron mantener en sus pensamientos a aquel par de inmortales.
– Tiene razón, todos somos algo muy diferente a lo que mostramos – escucho entonces a François hablar de negocios y no pudo más que mirarlo – La verdad es que no puedo entender los negocios – admitió apenado – Debería ser capaz de comprender, bueno, en realidad debó aprender a llevarlos a cabo pero me encuentro tan lejos de lo que quiero estando inmiscuido en esos asuntos que lo he postergado – soltó una carcajada – Espero que usted no lo este postergando y que no encuentre muy ruda mi pregunta pero, ¿A qué se dedica su familia?, quizás más delante podamos formar lazos comerciales – al decir aquello pensaba en Audrey y sus deseos por armar más negocios para hacer crecer el imperio de los Médici.
Has hacía relativamente poco, creía que sería siempre un hombre miserable. Un pintor sin talento que pasaría sus días y noches deseando por una oportunidad para brillar. Entonces había llegado Juliette, a cambiar de idea sobre si mismo. Después vinieron los Médici, a cambiar su situación economía y ahora, llegaba François a hacerlo preguntarse si en una situación de peligro, ¿Huiría o lucharía?. Hasta esa noche la respuesta de Gustav hubiera sido la huida o como ultima estancia, soportar una golpiza; sin embargo, el darse cuenta sobre su manera de reaccionar cuando atacaban a otros, lo llevaba ahora a dudar sobre su reacción cuando la agresión fuera para él.
– Tiene razón, no he tenido nunca la necesidad de enfrentarme a nadie – miro a su alrededor – al menos, no hasta ahora – y en su mente, la idea de luchar por su vida seguía dando vueltas. Quizás aquella noche encontraría más inspiración para sus pinturas de lo que encontró durante toda su estancia en París. Sumergido en su propia percepción del mundo, en las ensoñaciones que todo artista solía tener, Gustav no notaba las peculiaridades de François, esas que le habían hecho ganarse la golpiza en primer lugar. De hecho para Gustav, aquel joven era solo una persona más. Alguien llenó de virtudes y defectos, alguien digno de ser plasmado en un cuadro.
La conversación paso de la golpiza, al aspecto del pintor, ese que él aseguraba siempre solía ser más relajado y para muestra estaba el hecho de que no se fijo en sus ropas, ni en lo inapropiadas que eran para andar por aquellas zonas. Para Gustav aquello era solo ropa, bienes materiales que aunque importantes no lo eran todo.
– No es que trate de escapar de mi realidad – corrigió al muchacho frente a él – más bien, ando de un lado a otro porque quiero ser capaz de captar todas las realidades que me rodean; pero tiene razón en que mis deseos internos nunca están saciados y soy completamente incapaz de permanecer en un solo sitio mucho tiempo – su mente le exigía recreación, búsqueda de inspiración, colores y formas para sus nuevas creaciones. Claro que ahora que formaba parte de los Médici, debía aprender a ser un poco más paciente, aprender a valorar lo material también; enorgullecer con sus actos a quienes le daban una segunda oportunidad para su vida.
Justo después de que pensará en Gwyddyon y Audrey, vinieron las palabras de François, mismas que lo hicieron mantener en sus pensamientos a aquel par de inmortales.
– Tiene razón, todos somos algo muy diferente a lo que mostramos – escucho entonces a François hablar de negocios y no pudo más que mirarlo – La verdad es que no puedo entender los negocios – admitió apenado – Debería ser capaz de comprender, bueno, en realidad debó aprender a llevarlos a cabo pero me encuentro tan lejos de lo que quiero estando inmiscuido en esos asuntos que lo he postergado – soltó una carcajada – Espero que usted no lo este postergando y que no encuentre muy ruda mi pregunta pero, ¿A qué se dedica su familia?, quizás más delante podamos formar lazos comerciales – al decir aquello pensaba en Audrey y sus deseos por armar más negocios para hacer crecer el imperio de los Médici.
Gustav De Médici- Humano Clase Alta
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