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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Isabelle Campionibusa Mar Jun 23, 2015 10:21 am

Los soldados trajeron a la prisionera, Emelia continuó preparando los utensilios, sumergiéndolos en un recipiente con vinagre,  era la forma más común  para desinfectar  aquellos instrumentos de tortura. Claro, Emelia amaba torturar, por eso, poseía su propio juego de “ablandadores” como solía llamar a su látigo, sus pinchos, agujas, garra de gato, y tantos otros nombre tan hermosos y delicados, como ella solía decir. – Nada ablanda más la lengua… que el miedo… el terror o la agonía -.

Continuó con metódica paciencia, el trabajo previo a la continuación de su obra de arte. Oyó sollozar queda a la mujer. Chasqueó la lengua y puso sus ojos en blanco, - vamos, bruja, que no he hecho más que comenzar… lo que has vivido hasta ahora es solo un pequeño anticipo del tormento que deberás vivir, cuando te despache al infierno – Dijo, con la potencia de un trueno.

Giró sobre sus talones y se abalanzó hacia su víctima, su pasta moldeable, su mármol en bruto. La tomó por el cuello y la elevó como si fuera una muñeca vieja – deja de llorar… eres consciente del pecado que has cometido… haz envenenado a un inquisidor, le has seducido, has copulado con él para engendrar más demonios como tu… - le gritó, haciendo que la mujer se retorciera entre la necesidad de respirar, y el terror que ella imponía. Con la misma facilidad con que la había levantado, la arrojó al otro extremo de la pequeña celda. La victima tocio, con desesperación intentando reponer el aire en sus pulmones.  Aquel  cuerpo famélico, se notaba  lastimado, moretones, algunos azulados, otros violáceos, varios verdes, cubrían su piel, sin contar las finas marcas que se iban sumando una tras otra,  testigos de los latigazos, que eran, meticulosamente administrados, de tal forma que la inquisición no reprendiera duramente a la inquisidora, por sus prácticas demasiado duras y poco compasivas.

Se suponía que aquella mujer, su modelo, aquella bruja que otrora, cuando ella se la quitó a la férrea inquisidora Scarlett, ya hacía casi dos años, solo estaría bajo su custodia el tiempo que le llevara acompañarle al Vaticano. Pero Emelia cambió las reglas. Podía ser que mientras la señora del inquisidor se encontrara en los dominios de la inquisición, no debía ser lastimada. Y que solo era retenida allí, para cuidado de su alma y velar por la seguridad de su persona y la de su esposo. Digamos que en verdad se trataba de una visita algo impuesta, pero que jamás debería recibir el castigo que estaba siendo administrado por Emelia. Nadie, excepto sus soldados personales, leales a la inquisidora, conocían el verdadero tormento a que era sometida la huésped del Santo Padre.  - Pero es una bruja, el Papa se comporta como un enclenque, ya le he intentado decir que debe ser más fuerte en su lucha contra los demonios – se dijo nuevamente mientras contemplaba como el cuerpo de la mujer  temblaba, de frio, de miedo, extenuada casi al filo de la muerte, - si fuera por mí, ya estaría en el infierno… te juro que… ésta, será la última vez, que pises  mi celda… antes de que el sol vuelva a salir por el Este… tu… Chiara Di Rosso… habrás muerto-.
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Mensaje por Corradine Grimaldi Miér Jun 24, 2015 6:18 pm

Aun temblaba,  allí, tirada en el piso de piedra, de esa  celda, como si fuera un muñeco de trapo. Con sus manos, Chiara intentaba menguar de alguna forma  el dolor  en el cuello, provocado por la presión ejercida apenas unos momentos, por la inquisidora. No era necesario que se contemplara en el reflejo de un espejo,  porque estaba segura que tenía las manos, de aquella desquiciada  mujer, marcadas en su piel. No era el frío lo que la mantenía temblando, sino la certeza de que si su suerte no variaba, aquella noche sería la última.

Cerró sus ojos y volvió a elevar sus plegarias a un Dios que le parecía ya hacía siglos, no la escuchaba, - Padre Eterno, si ésta es mi postrer noche, si he de morir, solo te pido que cuides de mis pequeños… no pido perdón, porque sé que tú entenderías el amor nos profesábamos con mi amado Ruggero, y que por más que la iglesia no bendijo nuestra unión, tú… lo hiciste… por eso… os agradezco… aunque aquel amor provoque hoy mi muerte… jamás podría dejar de agradecer que lo hayas puesto en mi camino – susurró, tan quedo que estuvo segura que la mujer que se encontraba a pocos pasos de ella, no la podría escuchar.

Chiara, estaba aterrada, entendía perfectamente lo asustado que podía estar un animal ante la cercanía de la muerte, aunque en su caso, ésta tuviera nombre y apellido, Emelia Borromeo. Aun recordaba la primera vez que la viera, jamás hubiera imaginado que tras esa mirada clara, esos cabellos níveos, podía esconderse un alma tan fría. Cuando la inquisidora entró en la cabaña donde la tenía prisionera aquel otro soldado de la iglesia, pensó que sus problemas habían terminado. Chiara solo deseaba estar junto a Ruggero, por eso, en cuanto pudo hablar, le dijo que debían ir a la cabaña, porque su esposo se encontraba allí, - él necesita ayuda… he intentado hacer todo lo posible pero creo que no será suficiente – había casi gritado, arrodillada a los pies de la inquisidora y suplicando por su esposo.

Imposible era pensar que al haberle pedido salvarlo, se estaba condenando. No era un impedimento para una mujer como  Emelia, descubrir que la única razón que mantenía vivo al inquisidor, había sido la participación de poderes sobrenaturales,  y que la única responsable debía ser, por ende, Chiara.  Así pues, mostrando una máscara que no era el verdadero rostro de Emelia,  la llevó hasta Los Estados Pontificios. Todo el camino, Chiara no se separó de su esposo, hasta llega al Vaticano. Le dejó en el hospital, un lugar en el que los soldados de la iglesia eran curados de las heridas y lesiones recibidas en combates. Mientras ella fue invitada a permanecer allí, mientras su esposo se recuperaba. Pronto el Santo Padre, la mandó a llamar, ya que su familia era  influyente y poderosa para la política del papado.

Se le pidió que permaneciera allí, con la condición de no interferir en la cura de su esposo y también debía ser  inspeccionada, ya que podía ser que ella  hubiera recibido algún tipo de ataque, - no, no se preocupe, estoy bien – dijo, a quien fue a llevarla ante los que le harían la prueba.  Esta no fue otra cosa que  un interrogatorio  en el que, cinco cartujos, le preguntaron sobre su familia, sus antepasados y en especial sobre una tía abuela, Chiara negó tener cualquier vínculo con ese antepasado,  a pesar de saber perfectamente de quien se trataba. Se le permitió, volver a sus aposentos y allí esperar el veredicto.

Dos días después, le comunicaron que su esposo había fallecido, desesperada, sola, desgarrada por tal noticia, pidió la licencia necesaria para hacer el entierro que su esposo merecía y regresar con sus hijos. El Santo Padre lo aceptó, aunque un poco a regañadientes. Luego de las exequias,  Chiara intentó volver a su vida cotidiana, aunque una sensación de desasosiego no le permitía encontrar consuelo, ella muy en el fondo de su alma, pensaba que su amado, no había muerto. Tal vez la razón era la prohibición de ver el cuerpo de su difunto marido.

Un año y medio, de volver a Paris, cuando creyó que todo había quedado atrás, y se dedicó a  criar a sus hijos, algo le hizo temer por la seguridad de su pequeños Ruggero, y esto no fue que el niño comenzara a tener ciertos comportamientos extraños, sino que  comenzó a darse cuenta  que personas extrañas la seguían, espiaban a sus hijos, cuando jugaban en los jardines de su hogar o cuando Estela o ella, los llevaba  a la plaza. Una noche, la campañilla de la puerta principal, sonó en una hora inapropiada. Estela entró a su habitación, con el rostro pálido, la expresión de quien ha visto a un fantasma y una esquela en la mano, con el sello del anillo Papal. Chiara lo abrió y leyó - … el Papa León XII, está gravemente enfermo y desea hablar con usted, sobre un tema referente a la misteriosa muerte de su esposo… -  Chiara, sintió que las piernas le temblaban,  sintió que estaba a punto de desfallecer, comprendía que si el mismísimo Santo Padre, le pedía ir, solo podía tratarse de algo extremadamente importante.

Tal vez debió darse cuenta que todo era una mentira, que ningún Papa mandaría a llamar a una mujer , por medio de una carta, sin la autorización de los hombres de la familia, y en éste caso, a quien debían llamar primero era a sus cuñados Nicolei o Hayden,  pues solo en el caso de ser  una religiosa, aquello tendría sentido. Pero Chiara, ingenua, pura, transida por el dolor, aceptó. Tarde fue su reacción, cuando al subir al coche que la llevaría al Vaticano, una acompañante la esperaba. Una mujer de cabellos blancos como hebras de plata, con la mirada como puñales, y una sonrisa que le heló la sangre.

Chiara volvió al presente, a esa celda fría como la muerte, con el ángel del abismo que la contempla con desprecio,  vestido de un luto eterno, como un verdugo, la oye e acercarse haciendo chasquear el látigo. Escucha su amenaza, - nuevamente – y sabe que no dará la palabra en vano, está a las puertas de la muerte, y en su mente solo resuena una y otra vez, la voz suave y varonil de su esposo, - te amaré… más allá… de la muerte -.
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Mensaje por Yuri Alekséyevich Miér Ago 19, 2015 3:04 pm


Una semana aproximadamente desde su última excursión por la zona boscosa de la capital. Las investigaciones de campo habían reducido considerablemente a últimas fechas. Pareciera que repentinamente todos los monstruos en Paris se hubiesen marchado a “jugar” a otros lados. No había hecho falta que el pequeño soldado asistiera a media noche a terminar con alguno de ellos. No por ahora. Sin embargo fue llamado para acompañar a un par de solados más hacia el Vaticano en lo que presumía ser una aparente misión de búsqueda. Cada ramificación en la Santa Sede estaba regida por un mismo código, el de velar por la humanidad, salvaguardándolos de los peligros que cualquier ser sobrenatural pudiese causar. Con la bendición de un ser Todopoderoso cada brazo de la organización actuaba bajo dichos preceptos. Sin embargo, había también quienes se gobernaban por ideologías propias, violando de vez en cuando algunas de las reglas, esos inquisidores eran los más peligrosos debido a sus personalidades volátiles.

Solamente él y dos huestes más. Quien estaba a cargo de los viajes hacia el Vaticano estaba fuera de la ciudad, así que el pequeño había sido su próxima opción debido a sus últimos logros. Él no se mostró renuente ante el mandato, pues sabía que cada logro, cada una de sus victorias le acercaban un poco más a papá y mamá. El viaje resultó cansado para todos, excepto para el pequeño quien en un momento de descanso de sus acompañantes tomó entre sus manos el oficio oculto en un sobre. Sus clases de latín le permitieron comprender el caso, una chica había sido acusada de mantener una relación en secreto con un brujo. Un claro caso de herejía, un par de anotaciones al final de la hoja y nada más, colocando todo en su lugar, notó que finalmente habían arribado a su destino. La luz agonizaba sobre un cielo cenizo, dando la bienvenida a la oscuridad terciopelo. Se dirigió junto con los otros hacia un pasillo. La plazuela apenas era inundada por el eco del agua que producía una pequeña fuente. Columnas a lo largo y ancho. Seres alados con espadas le daban la bienvenida una vez que se adentraron en las inmediaciones del lugar. El silencio sepulcral flotaba áspero sobre el ambiente, el fuego que emanaba de las antorchas regalaba un dejo de luz frente a sus ojos.

–¿A dónde vamos ahora?– inquirió en un susurro.

No le extrañó no recibir una respuesta concisa, no era la primera vez que se sentía ignorado. Encogió los hombros avanzando presuroso. A su paso sus ojos inquietos notaron un par de celdas vacías, así como escaleras que seguramente conducían a espacios ocultos en la planta baja de la sede. Su atención fue robada al escuchar a lo lejos susurros y lo que parecieran ser quejidos de alguna persona.

–Me parece que alguien está atrapado ahí abajo– soltó inquieto.

–Venimos a verificar un caso pequeño y es todo, deja de distraerte o te perderás en los pasillos– respondió uno de los vigías.

Yuri asintió, pero estaba casi seguro que algo no andaba del todo bien. Frenó ligeramente sus pasos para quedar atrás, la caminata de los soldados avanzó dejando completamente al pequeño sin percatarse de su ausencia. Regresó un par de celdas atrás, donde aparentemente había escuchado algo. Bajó la escalera donde la oscuridad cada vez se volvía más espesa y los lamentos se volvían cada vez más claros. Una voz imponente ordenaba con desdén hacia la otra ¿Qué estaba pasando? El pequeño notó la puerta semi abierta.

–¿Hay alguien ahí?– soltó mientras sus ojos atónitos contemplaron la escena dantesca.
El espíritu de arrojo en el pequeño le hizo maniobrar de forma imprudente corriendo hacia donde la chica maltratada se encontraba colocándose frente a ella.

–¡No, detente por favor!–


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Mensaje por Isabelle Campionibusa Miér Sep 16, 2015 6:51 pm

Lista estaba para caer sobre su víctima, pronto concluiría su obra, seguramente la joven mujer dejaría de respirar, su palidez sería la del más puro mármol y los pecados de aquella alma serían lavados.

Sonrió complacida ante tal perspectiva, mientras secaba los implementos que usaría para la siguiente sesión, canturreaba una canción, por supuesto no era una obra clerical, más bien era una de amor, es que de alguna forma podríamos decir que en ese acto de liberación, no solo se liberaba el alma de la víctima, sino también, una mínima parte del alma del inquisidor. Ironica forma de expiar sus propias deudas, sus ocultos pecados. Emelia tenía muchos, pero el que más le remordía la conciencia era uno de su tierna adolescencia,  y que jamás había podido hablar con nadie,  ni siquiera con su confesor. Aquel pecado del que no podía perdonarse,  tenía que ver con una noche de navidad, un lago y el sueño roto de un amor no correspondido.

De alguna forma, la inquisidora, veía en Chiara a su propio ser, a esa joven ingenua que había caído en manos de un hombre que, mintiéndole, haciendo promesas que jamás cumpliría la había llevado a cometer un hecho atroz. Sería en la sangre del cordero, de esa mujer, que lavaría – de alguna forma - sus propias cuitas. Por eso sus ojos brillaron de felicidad al ver el rostro desfigurado de la joven, por el horror, el miedo y el espanto.

Cuando estaba a punto de comenzar con el último tratamiento. La puerta del calabozo se abrió, por el rabillo del ojo pudo ver la imagen de un niño que entraba a la habitación húmeda y mal iluminada. La vocecilla del niño preguntando si alguien estaba allí, la desconcentró. Pero su asombro y enojo fue mayor cuando éste corrió pidiendo clemencia por su presa, interponiéndose entre ella y la bruja. Su mirada se volvió dura como la piedra, como su alma, - que haces insensato, como te atreves a meterte en mi trabajo – le dijo mientras arrojaba la garra de gato al suelo y le ordenaba que se retirara, - haces que ésta pobre alma no pueda dejar sus pecados atrás… ¡vete!... mocoso impertinente -  le gritó, empujándolo a un costado de la habitación y tomando un látigo corto para darle un buen escarmiento, no dejaría que nada se interpusiera entre ella y su trabajo, el que por supuesto, adoraba.
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Mensaje por Yuri Alekséyevich Dom Sep 20, 2015 11:37 am


Un par de horas atrás se encontraba soñando despierto. Lo hacía en cada momento de distracción lo cual significaba un retraso en las prácticas que solía experimentar en los campos de batalla. Este contexto era sin lugar a dudas incomparable, pues poseía los conocimientos suficientes para defenderse de un ser sobrenatural; licántropo o vampiro, había desarrollado habilidades únicas que le libraban bien de cada enfrentamiento, no obstante encontrarse en medio de una disputa aparentemente personal lo era algo ajeno a su experiencia. Pasó saliva, temeroso de la voz grave e imponente de aquella mujer con aspecto ruin, quien al igual que él, poseía el atuendo propio de su clase ¿Qué estaba ocurriendo aquí? No se suponía que aquellos bajo el servicio del Señor habrían de velar por el bienestar de los desprotegidos. Últimamente se había vuelto muy observador, cada detalle, cada opción era una salida ante el peligro inminente en el que se pudiese ver envuelto. El espacio era reducido, el olor a humedad crispaba sus nervios aunado al olor hediendo que seguramente era producido por los restos de algún animal muerto o cualquier otro ente que hubiese sido objeto de experimento por parte de su ahora amenaza.

No estaba tratando con un inquisidor común. Suspiró al caer en la cuenta que una vez más estaba metido en semejante problema. Se volvió unos segundos mirando a la mujer a sus espaldas. El aspecto demacrado causado por las torturas psicológicas le tenía en un estado poco conveniente. Era demasiado tarde para salir huyendo por donde ingresó, no tenía más remedio que insistir en su defensa aunque desconociera los motivos que orillaban a la inquisidora a vociferar de tal manera.

–¿Su trabajo dice? Somos siervos del Señor, nuestro deber es cuidar de aquellos menos favorecidos ¿Qué se supone que hace? Debo insistir en que se detenga por favor–


Los utensilios que ella poseía los había visto solo un par de veces en una clase donde se había quedado dormido. Mantuvo su mirada fija, era la primera vez que enfrentaba a una mujer. Su atención fue absorbida por la distracción que le causaba imaginar a su madre en cada fémina que se cruzaba en su camino. ¿Era posible que la efigie de quien se presume es amoroso y paciente pudiera amedrentar de tal modo? Por otro lado estaba la víctima, quien también necesitaba del auxilio para no terminar su historia en algo fatídico. Sus conjeturas inocentes le restaron tiempo para reaccionar, estaba tendido sobre el suelo después que la mujer le empujó con tal desdén. Fue entonces, que alejó aquellas suposiciones y tuvo que hacer lo propio.

–Eres una mujer cruel, no deberías actual de tal forma, no deberías desquitar tu ira contra gente inocente– espetó con seguridad.

Enseguida se levantó posicionándose una vez más frente a su ahora protegida, abrió los brazos a los costados para dar inicio a una batalla más en su corto historial.

–Veo que no piensas ceder ante tu ataque– respondió al ver que una de esas armas sería usada en su contra –Bien, yo tampoco permitiré que toques a esta mujer–

No quería hacerle daño, no quería que esto se tornará en una riña innecesaria. Había visto a muchos caídos en su corta vida y siempre se había preguntado donde estaba Dios en esos paisajes tan desconsolados. Sin embargo sus preceptos y devoción le impedían tomar una actitud desinteresada. Si tenía que hacer frente a uno de los suyos por resguardar la integridad de un inocente lo haría. Su pequeño corazón latía velozmente siendo presa de la adrenalina, disfrazando tal punto débil de confianza una vez más se volvió para brindar seguridad a quien lo necesitaba.

–Descuide madame, me aseguraré que nada malo le ocurra, no tema–



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Mensaje por Corradine Grimaldi Jue Oct 01, 2015 4:33 pm

Tendida en el suelo, el vestido o lo que quedaba de éste, humedecido por el piso de piedra que sudaba, provocado por  algún surgente de agua cercana, haciendo que el recinto fuera extremadamente frío e insalubre. Los ojos cerrados,  intentando que su mente la alejara de esa realidad infernal. Trató de  pensar en sus hijos, Mely y Ruggero,   estaban a salvo, fuera del alcance de ese demonio que había  decidido acabarr con su vida. Chiara, decidió dejar de  resistirse, era evidente que su hora habia llegado. Suspiró, dejando que todo el miedo y la desesperación se fuera con el aliento que huía de sus pulmones, - No debes temer, tus hijos están a salvo,  Estela y Juan, darían  sus vidas en pos del bienestar de los hijos de Ruggero -.

Sintió los pasos de aquella inquisidora, acercarse cada  vez más  y mas, - Padre eterno, cuida a mis hijos, permite que no odien, que sus almas jamás guarden rencor por el enemigo, por las personas que erraron en su amor a la iglesia, sin pensar que debemos  amar al prójimo sea éste un sobrenatural o no...- mantenía su cuerpo tumbado en el piso, las manos unidas en un constante ruego, susurrando su letanía. Entonces oyó  unos golpes en la puerta, la voz inconfundible de un niño.

Cuando  abrió sus ojos, intentando comprender porqué su imaginación la traicionaba, haciéndole creer que un niño podía estar paseando, en un lugar tan desagradable, quedó estupefacta. Un niño  de unos diez o doce años, se asomaba por la puerta entre abierta, El pequeño  al ver a su captora, he imaginando lo que podría pasar. Se interpuso entre la inquisidora y ella, la que al ver la valentía del niño, le insulto  mientras lo empujaba,  intentando sacarlo de en medio. Al ver la manera en que trataba a esa criatura, pensando en sus propios hijos, saco fuerzas de donde no tenía y se incorporó para abalanzarse al cuerpo de la inquisidora, con los puños  en alto, gritando e intentando darle tiempo al pequeño  a huir de ese lugar,- deja a ese niño, tu me quieres a mi- .

Emelia paró  con facilidad el ataque, pasando el cuerpo de su rehén por sobre su hombro y estampándola en el suelo,- quédate tranquila, ya estaré contigo y por fin te mandaré al infierno, de donde no tendrías  que haber salido-.
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Mensaje por Yuri Alekséyevich Miér Oct 07, 2015 2:36 pm


Su corazón latía con fuerza. Con suma intensidad al verse atrapado de cierta forma en aquella encomienda. Sin embargo, su devoción era mucho mayor y poseía la firme convicción de creer con ahínco en que podía lograr todo lo que se propusiera si el Creador se encontraba a su lado. Valiendo de estos preceptos y de las enseñanzas del inquisidor Carvajal dio frente a su ahora enemiga. Existían muchos espacios, muchos enigmas que aún seguían flotando en la incredulidad del pequeño. Si todos habían nacido para ser felices ¿Por qué existían tantas injusticias en el mundo? ¿Por qué se permitía el sufrir a los inocentes cuando no hacían ningún daño? Cuestionamientos que liberaba cada noche antes de irse a dormir, rezar un padre nuestro por los enfermos, los desprotegidos, incluso por las bestias que atacaban los alrededores de la capital, pues sabía que debajo de esa fachada inmunda alguna vez existió un ser humano, de ese modo Yuri escudriñó las facciones duras de la inquisidora ¿Qué hechos le había orillado a pensar de tal forma el día de hoy? ¿Qué necesitaba en su vida para resarcir ese dolo?

El quejido de la mujer que aún se encontraba a sus espaldas le distraía en momentos. No obstante el pequeño nunca bajó la guardia aseverando que todo estaría bien.

–El Señor es mi Pastor, nada me faltará– susurró.

–Te lo voy a preguntar una última vez ¿Por qué haces esto?– espetó sin apartar la mirada de la ajena, quien dejó el cuestionamiento en el aire para iniciar su ataque.

Bastaron un par de segundos antes de que Yuri liberara un encantamiento defensivo cuando su protegida se levantó para arrojarse contra la inquisidora. Apenas tuvo tiempo de girar su cuerpo y ser testigo de la escena. Aquella mujer en estado debilitado se mostró aguerrida defendiendo al pequeño soldado, acción que le tomó por sorpresa, pues se suponía lo contrario. No pudo evitar pensar en el amor que ella profesaba seguramente a su familia, a sus hijos. En el valor que le había impulsado a demostrar tal ahínco. Parpadeó unos segundos para recuperarse del asombro, pues todo había terminado en un intento fallido.

–¡No, deténgase!– corrió nuevamente hacia ambas féminas empujando a la inquisidora para cerciorarse que la víctima no hubiese sufrido un mayor daño.

–No tenía por qué hacerlo, por favor permanezca detrás de mí, por favor prometa que no intervendrá– repetía en un susurro.

Yuri sujetó las manos de la mujer para asegurarle que nada malo sucedería si cooperaba. Podría poseer el candor de un niño de sólo 8 años, pero había aprendido a nunca romper una promesa, y esta vez no sería la excepción. Nuevamente se colocó al frente para dar inicio a su pelea.

–In protego–

Un campo defensivo y luminoso se levantaba alrededor de su protegida, de ese modo se aseguraría que ninguno de los otros ataques le alcanzara.

–Ya veo que no responderás a mis preguntas, entonces no hay marcha atrás yo tampoco permitiré que le pongas un dedo encima–



Yuri Alekséyevich
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No te daré mi obra maestra... deberás quitármela... atrévete - [Yuri, Chiara] Empty Re: No te daré mi obra maestra... deberás quitármela... atrévete - [Yuri, Chiara]

Mensaje por Isabelle Campionibusa Sáb Dic 05, 2015 3:32 pm

Una furia indecible se apoderó de Emelia, algo en su interior la hacía odiar mas a esos dos, no supo entender que era, pero aquel sentimiento de compasión que ambos extraños se brindaban la hirió, mas que una flecha de ballesta en su brazo, o que cien latigazos. Era una sensación que trepaba desde su pecho y la ahogaba con manos invisibles.

Sus ojos se llenaron de lagrimas y se limpió con brusquedad aquella impertinente demostración de humanidad, - basta de tanta zalamería, deja de prometer cosas que no podrás cumplir - le espetó al niño, mientras buscaba en la mesa donde mantenía sus elementos de tortura, su confiable ballesta. Cuando la tuvo entre sus manos, se sintió mas segura, sonrió de costado e inclinó un poco su rostro, - si tanto deseas a mi presa, deberás entregarme algo a cambio - sabía muy bien que el pequeño hechicero había lanzado un hechizo de protección a su victima, pero no podría cuidarla y protegerse al mismo tiempo, lo que llevó a que la inquisidora, apuntara al pequeño, para luego disparar, rozándole el brazo y rasguñando levemente al inquisidor, eso bastaría para hacerle distraer, con una segunda flecha disparó a su verdadero objetivo, ésta vez, con una saeta envenenada.

Cuando la flecha hirió a la bruja, ésta lanzó un grito de dolor, - ahora, pequeño bastardo, debes decidir, o la salvas quitando todo su poder, o la dejas morir y así igualmente perderá lo que la ata al maligno... tu decides -, sonrió, mientras se acomodaba en una butaca y contemplaba como su presa se retorcía de dolor y agonía, - nada mas excelso que ver a la muerte llegar lenta y segura a un alma que agoniza - dijo observando los movimientos del inquisidor.
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