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¿El hilo rojo del destino? (Shelly Draven) 2WJvCGs


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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Trèfle "Clover" Pantich Jue Jun 25, 2015 1:00 am


Me encontraba de pie frente a la puerta principal de una lujosa y gigantesca mansión en la zona residencial de París. Evidentemente, la propietaria de aquel ostentoso domicilio correspondía a alguien de la crema y nata de la sociedad francesa. Revisé de nuevo el conciso mensaje que había recibido durante la tarde y me removí incómoda en la entrada. Era más que obvio que nunca pertenecería a este sitio. No por el hecho de que jamás podría costear alguna de las monumentales arquitecturas que me rodeaban, sino por los escrúpulos inculcados en cada uno de sus habitantes.

A pesar de que se hallaban a mis espaldas, alcanzaba a escuchar los cuchicheos constantes de los vecinos de alta alcurnia, principalmente de mujeres por sus agudos timbres de voz y por unas cuantas miradas discretas que lancé de reojo, a medida que se trasladaban a lo largo de las pulcras aceras del refinado barrio. Lo hacían a propósito, no era ninguna estúpida como para no darme cuenta de sus verdaderas intenciones. Solo querían provocarme.

Cerré mis puños con fuerza y respiré profundo. Debía ejercer mi autocontrol y mantener la compostura. Mi limitada paciencia. Si causaba un escándalo, mi gente sería la única perjudicada y no iba a permitir que pagasen por mis propios errores. Por yo haber hecho el primer movimiento en falso. Era una consecuencia latente. Así que, decidí llamar a la puerta de una buena vez. Agarré la pesada aldaba con la mano izquierda y golpeé durante unos segundos; luego, retrocedí un par de pasos, esperando a que abrieran.

Un elegante mayordomo emergió desde el vestíbulo, quien tuvo el descaro de arquear una ceja cuando me vio en el umbral y tampoco manifestó pudor al escudriñar mi apariencia de pies a cabeza. Mi atuendo delataba mi origen, de eso no cabía ni la menor duda.

¿Sí, muchacha? ¿En qué puedo servirle? – Preguntó con cortesía, aunque su tono también expresaba cierto desdén respecto a mi “indeseable” presencia.

No dije nada y solo sonreí educadamente, estirando mi brazo derecho en su dirección, entregándole la escueta nota. El sirviente, quien tendría alrededor de 60 años, tomó el pedazo de papel con una mano mientras intentaba disimular su asco hacia mí, ajustando mejor sus antiguas gafas con la otra para poder leer con más detalle.

¡Ah! Joven Pantich, la estábamos esperando. Acompáñeme, por favor – Finalizó el anciano, no sin antes arrojarme una última mirada de desprecio por el rabillo del ojo cuando se volteaba hacia el interior de la pomposa morada.

Lancé un inaudible bufido de frustración y rodé los ojos, siguiendo al criado sin rechistar, cerrando sutilmente la colosal puerta tras de mí. El recibidor me quitó el aliento. No por el hecho de observar cómo decenas de mucamas y amas de llaves corrían para todos lados, subiendo y bajando incalculables escaleras, doblando en los recodos en un santiamén, tropezándose accidentalmente entre ellas. Sino por la decoración. A medida que nos encaminábamos a lo largo de los diferentes y concurridos pasillos, contemplaba cada ornamento a mi alrededor. Candelabros de cristal pendiendo desde el cielo raso, estatuas de mármol a los costados, portarretratos de oro y plata con incrustaciones de diversas gemas colgando encima de las paredes, lienzos de famosos pintores por doquier.

¡Wow! Demasiado barroco para mí. No, gracias. En realidad, aún me estaba preguntando cómo me había convencido a mí misma para conceder esta sesión esotérica en primer lugar.



Hoy en la tarde, prácticamente en seguida del término de mi función diaria como bailarina acróbata en el Circo Gitano, un inocente mensajero se aproximó a mí y me entregó un pequeño recado, aclarándome de paso que su ama exigía una respuesta de inmediato. El chiquillo tenía alrededor de 12 años. Me explicó que ella lo había mandado y que requería de mis servicios privados respecto a la predicción del futuro por medio de la lectura de cartas del tarot. Inspeccioné el trozo de papel en busca de mayor información, pero solo estipulaba la dirección y hora de la cita. A las 21:00, con exactitud. Fruncí un poco el ceño e hice un diminuto mohín con la boca. ¿Por qué debía realizarse en la noche? Qué extraño… Sin embargo, no podía sacar conclusiones apresuradas, así que finalmente acepté. Fue más un impulso que por sentido común.



Bien, ya hemos llegado – Anunció solemnemente el mayordomo, deteniéndonos enfrente de una majestuosa puerta tallada de roble.

La señorita Draven se reunirá con usted en unos instantes, en su biblioteca personal. Tendrá que aguardarla adentro durante algunos minutos. Adelante, por favor – Continuó con distinción, girando el pulido picaporte para dejarme pasar a la habitación antes mencionada.

Asentí sin articular ni una palabra y me dirigí tranquilamente al despacho, oyendo al anciano mascullar
¡Maldita gitana! en voz baja, entre dientes, cerrando después la puerta a mis espaldas. Cuando al fin estuve sola, suspiré resignada y negué repetidas veces con la cabeza. El prejuicio hacia mi pueblo nunca acabaría. Decidí no darle más importancia al asunto y comencé a explorar la sombría estancia, la cual era iluminada exclusivamente por el cálido fuego de una impresionante chimenea, la blanquecina luz de la luna menguante y las millones de resplandecientes estrellas dispersas en el oscuro firmamento otoñal.

Había un bellísimo piano de cola negro en una esquina. También yacían esparcidos varios sofás y sillones de cuero al interior del silencioso cuarto. Al parecer, había sido diseñado para que no se escuchara ni el más ínfimo ruido del alboroto externo. Barnizadas mesitas ratonas o de café se hallaban junto a los mullidos asientos. Unas cuantas alfombras distribuidas por aquí y por allá sobre el lustroso suelo de madera. Un gran escritorio de roble se alzaba en el centro, aunque en el sector oeste de la biblioteca, al fondo. Toda la habitación compuesta por matices sobrios y elegantes.

Al norte, el muro opuesto a la única puerta de entrada y salida estaba conformado totalmente por un enorme ventanal, que se erguía del techo hasta el piso y desde donde se podía contemplar la abundante vegetación del jardín trasero, con 2 inmensos cortinajes de seda escarlata a los costados. Las 3 paredes restantes se encontraban tapizadas de igual manera, pero con imponentes estanterías en vez de ventanas, cada una repleta con cientos… No, ¡miles de libros!

Mi sed de curiosidad fue mucho mayor que mi cautela, así que me acerqué a un librero al azar, al este del despacho, deslizando las yemas de los dedos de mi mano derecha con suavidad sobre los tersos lomos, hasta que uno en particular me llamó intensamente la atención. Tomé el libro con cuidado, examinándolo en detalle. La cubierta era de terciopelo granate y el título estaba impreso en brillantes letras doradas. Se trataba de un ejemplar casi nuevo de “Romeo y Julieta”, de William Shakespeare, ¡TRADUCIDO AL ESPAÑOL!

Una sonrisa de dicha se trazó irremediablemente en las comisuras de mis labios y me apresuré en dirección al ventanal, para tener una mejor visibilidad. Empecé a leer el primer capítulo en voz alta y no pude evitar reírme de mí misma, debido al gracioso acento con el que pronunciaba. Seguí recitando de aquella forma durante un buen rato, como si el tiempo se hubiese detenido para mí. Sentía una profunda nostalgia mezclada con felicidad cada vez que entraba en contacto con el idioma de mi país natal, como si regresara a mis raíces tras siglos de distancia.

Nada ni nadie podrían estropear o arruinar este momento tan perfecto…


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Mensaje por Shelly Draven Lun Jun 29, 2015 4:09 pm

“-¡No las dejéis pecar!,
¡No las dejéis pecar!, ¡Inmundicia!,
¡Sólo Dios es Amor!,
¡Sólo Dios será tu único amor!
…y es que Dios creó al Hombre y a la Mujer para que tejieran esta humanidad.-“


El estudio y la lectura parecíame lo único humano, pero eterno… en este mundo que expulsaba miserias en cada paso de época, lo único que dejaba marcas y huellas. Y cualesquiera que tomase un libro, o aprendiese a escribir, sería un primer paso para hilvanar el mundo y la propia libertad. Admirábame de los más grandes estudiosos, pensadores, músicos, poetas, escritores, y dramaturgos de la época. Más ídolos no eran, puesto que la misión mía, era expandir al “eidolon” de Nuestro Dios Padre y su Hijo Jesucristo.

Mi exploración del esoterismo consistía en juntar las piezas de su puzzle para revelar sus más oscuros secretos a la Inquisición. Por eso habíase enviado a mi más joven criado, “the Little child” cumplíame con creces la misión que le encomendé. El mayordomo avisóme que la muchacha gitana húbose llegado:

-Lady Draven, la gitana está aquí- díjome.
-Excelente, ¿Has sido amable Gilbert?- reseca respondió la voz mía.
-Lo intenté.-
-Con eso será suficiente, yo me encargo.- finalizábase mi conversación con el anciano.

Retiróse mi mayordomo y la criada mía con la cuál teníase un poco más de confianza ajustó el corsé de mi vestido y aquel movimiento era el último para esclarecer que estaba lista.
Paseé por mi mansión subiendo las escaleras mientras rozábase mi mano contra su baranda en caoba, con la forma de una serpiente. Así mismo los animales salvajes en mármol que tallábanse en lugares precisos de la mansión mía, mirábanme con la misma lujuría de tener objetos exóticos en una especie de museo como el de L’ouvre aquí en París, o como el museo principal de Estados Unidos, aquella tierra de dónde yo provenía.

El devenir del salvaje aroma, de la gitana que pisaba mis aposentos, en alguna parte de la biblioteca, un aroma quizás un tanto empalagoso, pero que no matábase el ambiente característico de mi territorio, llegó hasta las cauces de mis fosas nasales, y mientras acercábame aún más a la puerta de la habitación, la sangría de la criatura usurpó un poco mis casillas, pero manteníame en calma…

De inmediato encontrábame con la gitana en el lugar, tras suyo y contemplábala silenciosamente mientras ella veíase muy interesada en el ejemplar de “Romeo y Julieta” en español. Algunos mechones del cabello sedoso de la gitana caían por sus menudos hombros con el libro abierto, yo veíala por detrás como un lienzo de la mujer desnuda reposada en algún atril de la habitación. Manteníame un tiempo más, y observábala con el deleite de los azulinos ojos míos.

Repasábale entonces el hombro por detrás a la sana joven, con la mano mía enguantada tocándole en un ligero roce, como si yo misma llamase a una puerta:

-Curioso que sepas español…- díjole a la humana, mientras mi lúgubre voz de gato encerrado retumbaba en la habitación.
–Shelly Draven, es un placer conocerla Tréfle Clover Pantich.- acoté y pronunciábase suave las sílabas de su excéntrico nombre de gitana extranjera entre mis labios.

El frío y prominente hielo de mi presencia embargábase dentro de toda la habitación, más la luz presente del aura de la muchacha, intentaba entremezclarse con “la mia essenza della morte”, y resistíase ante un intenso batallar de frio y calor, mientras un hilo invisible entre ambas, suspendíase en distintos lados de nuestros femeninos pechos, intentaban complementar una especie de equilibrio.

Yo no mostraba tipo alguno de sonrisa, pero mi voz intentábase a duras penas sonar no tan helada, y arullar un poco más de calidez, para desenvolver el místico intercambio de miradas que dábale a esta dama….

-Le invito a sentarse…- pronunciábase mi voz precisa característica, indicando el asiento contiguo en mi escritorio.
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Mensaje por Trèfle "Clover" Pantich Mar Jun 30, 2015 2:12 pm


Di un respingo cuando noté una mano glacial enfundada en un fino guante de raso rozar mi hombro desnudo, dejando caer instantáneamente la majestuosa copia de “Romeo y Julieta” contra el pulido suelo de roble, emitiendo un eco estruendoso. Mientras me agachaba para recogerla, recién fui capaz de distinguir el aura pálida de mi acompañante. Estaba tan inmersa, o distraída dependiendo de la perspectiva, en mi lectura que no pude percibirla con anterioridad. Ella aún no se había alimentado, así que debía ser prudente con cada uno de mis movimientos.

Me levanté de un brinco y giré serenamente hacia la distinguida dama. Al contemplar sus cristalinos orbes jade, sentí que mi corazón daba un vuelco inexplicable dentro de mi pecho, el cual logré ignorar olímpicamente. O al menos eso trataba de suponer mi subconsciente.

Que sea gitana no me tacha automáticamente de ignorante. Me caracterizo por ser una caja de Pandora: escondo muchísimos más secretos de los que podría imaginar – Me defendí con una juguetona sonrisa plasmada en mis labios, guiñándole de paso.

Sin embargo, puse los ojos en blanco durante un par de segundos al escuchar cómo la señorita Draven articulaba cada vocal y consonante de mi verdadera identidad. Aferré con más fuerza el libro que yacía entre mis brazos e inhalé profundamente, conservando la calma.

No sé quién le ha dicho mi nombre, pero nos ahorrará tiempo en presentaciones. Solo llámeme Clover, por favor – Parecía una simple sugerencia, aunque realmente implicaba una orden tácita. La atmósfera que se estaba generando a nuestro alrededor me producía mala espina, por lo que tendría que actuar con mayor suspicacia de ahora en adelante.

Gracias, es usted muy amable – Respondí con educación, haciendo una pequeña reverencia con la cabeza y caminando apaciblemente en dirección al lujoso escritorio de madera aún con el bello ejemplar contra mi pecho, para luego sentarme en una acolchada silla enfrente de mi clienta.

Coloqué gentilmente la obra literaria de Shakespeare sobre mi regazo. Después, apoyé mi codo derecho encima de la barnizada superficie y mi mejilla, en la palma de mi mano. Ladeé un poco la cabeza y otra sonrisa traviesa se dibujó en mi rostro.

¿Sabe? Existe un hecho mucho más peculiar que mi dominio relacionado con la lengua hispana… Esta es la primera vez que alguien de su especie solicita mis servicios respecto a la lectura de cartas. ¿Por qué una vampiresa desearía conocer su futuro? ¿Acaso no posee toda la eternidad para descubrirlo? – Cuestioné en un ronroneo, manteniendo mi astuta sonrisa trazada en las comisuras de mis labios.


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