Dirty Paws {Baruch D'Anunzio}

por **Stephan Bibrowski** Sáb Jun 27, 2015 9:45 am

Biblioteca de París
01:30 am

Se pasaba la vida de malhumor pero ese día había sido El Día. El día en que había explotado, el día en que había enseñado sus garras y sus dientes como armas realmente mortales. El día en el que casi había matado a uno de sus compañeros.

No recordaba exactamente por qué habían discutido. Seguramente el motivo fuera tan nimio que no lo llegaría a acordarse nunca, pero eso no era lo importante. Lo habían tenido que separar entre cinco más y tras eso había desaparecido como sombra que lleva el diablo.

Necesitaba no ver a nadie y el sitio ideal a aquella hora de la noche era la Biblioteca Nacional. Sólo había tenido que darle un zarpazo al candado de metal para que este le dejase la vía libre hacia su oasis de quietud. No volvería al circo. Al menos, eso era lo que había decidido en aquellos escasos veinte minutos. No podía volver después de lo que había estado apunto de hacer. Un desmadre que, de ser él alguien... alguien humano, no habría llegado a tal punto crítico. Cada vez estaba más convencido de que las palabras de su padre llevaban razón.

Había cogido un libro con sumo cuidado, temiendo desgarrar sus páginas o su preciosa encuadernación con aquellas garras de bestia. Lo abrió y leyó la primera página. "En algún lugar de la Mancha...". Le consolaba saber que había gente más loca que él en alguna parte del recóndito universo imaginario.

por **Baruch D'Anunzio** Dom Jun 28, 2015 5:26 am

Tras horas de moverse por las calles de París, Baruch había llegado hasta la Biblioteca nacional...- Ah, la Biblioteca Nacional francesa...- decía- Qué delicia, fundada por el propio Luís XIV. Creo que buena parte de los primeros fondos que entraron pertenecían a Richelieu- miró a la fachada..Había algo raro...se fijó más en los detalles -¡La puerta está abierta!- pensó. Decidió que se podía a provechar...nunca la había visto. Cada vez que pasaba de noche delante de su fachada, debía de conformarse con suspirar con que,, algún día, podría entrar. Y hoy era el día.

Subió las escalinatas: Por fín podría ver joyas literarias de primer orden de las que sólo había leído hablar. Les Tres Riches Heures du Duc de Berry, las Biblias de Cuarenta Páginas, los Incunables, los Manuscritos Originales del Discurso del Método de Descartes y de la Ethica de Spinoza, la Philosophía Naturalis de Cornelio Agrippa, Las primeras ediciones de la Divina Comedia de Dante con los Grabados de André Doré, los Sonetos de Petrarca en libros originales...

Una vez dentro, la amplia sala y las estanterías daban una sensación de solemnidad y sobrecogimiento. A Baruch no le importaba nada, corrió hacia las estanterías haciendo ruído, y tomo el primer libro que vio-Oh...¡Schiller!- pensó, y empezó a leer sus poesías. Cuando llegó a la Oda a la Alegría, alzó la voz, y recitó potentemente-

Alegría, bella chispa divina,
Hija del Elíseo,
penetramos ardientes de embriaguez,
¡Oh celeste! en tu santuario
Tus encantos atan los lazos
que la rígida moda rompiera;
Y todos los hombres serán hermanos,
bajo tus alas bienhechoras...

-Sonrió porque estaba en ese Santuario.

por **Stephan Bibrowski** Jue Jul 23, 2015 8:53 am

Sus manazas pasaban las finísimas hojas de la encuadernada maravilla. Stephan Bibrowski encontró a su familia en un libro. Sí. Podría decirse así. Durante los diez años que pasó encerrado en el ático de la casa Bibrowski había tenido que emplear toda su imaginación para matar el tiempo. Había intentado el dibujo, mas sus estúpidas garras -¡estúpidas, estúpidas, estúpidas!- de monstruo no le dejaban calzar bien la brocha. Así que había encontrado refugio en los libros y en la escritura. De vez en cuando era su madre la que subía a leerle y a pasar tiempo con él. El tiempo que aprovechaban ambos juntos mientras Stannislaw Bibrowski no estaba en casa. Él no consentía a nadie visitar la jaula del monstruo. Le había negado todo a Stephan, hasta el título de hijo.

El Hombre León intentaba centrarse en la lectura mas era tarea imposible. El horror que había estado a punto de cometer lo atenazaba por dentro. Ojalá... Ojalá existiese una cura para la deformidad de su cara, de sus manos. Pero no había. Lo que el hombre de rostro leonino no sabía era que su aspecto se debía más bien a una maldición por los pecados del padre. Sí. Los pecados del padre deberán ser pagados por el hijo. ¡Injusto, injusto destino!

Una voz de barítono, clara, diáfana, con cierto saborcillo principesco. Esa clase de voz que los artistas del teatro, de la ópera, conectarían automáticamente al Príncipe Azul de turno para alguna obra. Claro. El Príncipe venía a matar a la bestia.

Claro que ese príncipe tenía también un poco de no muerto. Con el tiempo que había pasado viviendo en las caravanas del circo los gitanos le habían enseñado cosas... Con el fin de que no se sintiese tan solo en el mundo. Vampyrs, licántropos, hechiceros, adivinos. Toda clase de parafernalia de las fábulas de cuento. Mas ninguno como él. Nunca nadie como él. ¿Estaba solo, entonces? Sí. Solo. Stephan Bibrowski se sentía irremediablemente solo.

Chistó para hacer callar la voz sin mostrarse en ningún momento ante el sobrenatural invitado. Le molestaba esa voz. Para ser justos, a Stephan Bibrowski le molestaban muchas cosas en el mundo.

por **Baruch D'Anunzio** Jue Jul 23, 2015 11:52 am

Baruch paró de recitar: Había alguien que le estaba chistando...-Pero bueno..- Dijo sobresaltado-¿Es que ya no hay ni respeto por schiller en este mundo? - y tomó otro libro con los sonetos de Quevedo, empezando a rebuscar por sus páginas-Ah...aquí está- Y empezó a recitar de nuevo

No he de callar por más que con el dedo,
ya tocando la boca o ya la frente,
silencio avises o amenaces miedo.

¿No ha de haber un espíritu valiente?
¿Siempre se ha de sentir lo que se dice?
¿Nunca se ha de decir lo que se siente?

Hoy, sin miedo que, libre, escandalice,
puede hablar el ingenio, asegurado
de que mayor poder le atemorice.

En otros siglos pudo ser pecado
severo estudio y la verdad desnuda,
y romper el silencio el bien hablado.

Pues sepa quien lo niega, y quien lo duda,
que es lengua la verdad de Dios severo,
y la lengua de Dios nunca fue muda.

Son la verdad y Dios, Dios verdadero,
ni eternidad divina los separa,
ni de los dos alguno fue primero.

-¡Así que, si quieres decir algo...!- dijo alzando la voz-¡muéstrate antes...pues o somos diferentes y nos odiaremos por haber coincidido...o somos iguales, y por serlo estamos aquí...!- y cerró el libro de golpe..

por **Stephan Bibrowski** Mar Ago 11, 2015 12:00 pm

La voz principesca continuó burlándose de la bestia. ¡Por supuesto! ¿Y qué esperaba? ¡De seguro que se encontraba blandiendo su brillante espada, triunfal y galante! Pero no había damas a las que rescatar allí, en el árido silencio de la Biblioteca de París. Basta, Stephan. Deliras. No hay héroes esta noche. Únicamente un villano, y ése era él mismo.

Lo escuchó recitar al maestro Quevedo, quien siempre había sido insubordinado y viperino en sus versos. ¡No había de callar! Stephan lo había dicho pero no quería. Recitaba con maestría, quien quiera que fuese. Y, si había algo que el Hombre León sabía apreciar más que el silencio, eso era la belleza. Quizá por su carencia de ella.

Le hubiese gustado poder replicar con otra obra igual, mas no había en su Quijote mas que aventuras de un loco hidalgo. Además, ¿qué honra más al silencio que el propio silencio? El hombre lo retó a salir de su oscuro agujero. ¡Ah, ahora sí que sí! El héroe haciendo salir al monstruo. Pues sí que parece que aquello iba a ser una tragicomedia, después de todo.

-¿Estáis seguro de lo que pedís? -habló por primera vez el Hombre León, con voz grave- El paladín quiere ver al gigante. ¿Lleváis vuestra arma afilada, señor? -preguntó, tratando de mantenerse serio pero sabiendo que se había iniciado una especie de broma, teatrillo o entremés, como queráis llamarlo, que había amenizado su noche triste, opacada por el verdadero mal de su alma.

Stephan Bibrowski se puso en pie y se cambió de lugar, recreándose entre las sombras cual fantasma de una ópera.

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