AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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No soy un demente, soy un excéntrico. A veces ni yo mismo me comprendo || Privado
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No soy un demente, soy un excéntrico. A veces ni yo mismo me comprendo || Privado
"Lo que hice no fue por placer sexual, en realidad, me trajo paz mental"
- Andrei Chikatilo
- Andrei Chikatilo
Ella siente, y cuando lo hace resplandece.
Cualquier juzgaría su forma de vida, su forma de actuar. Es evidente que la vida no es la misma para todos, y también que lo bueno para algunos, para otros está mal. Vivir en armonía, casarse y tener una familia, eso es lo ideal, pero ¿y qué pasa sino lo deseas? ¿Qué ocurre si son otros tus intereses? No existe bueno ni malo, o quizás si, pero a ella eso no le interesa, sólo le interesa lo que le llena, lo que la hace vivir.
La tranquilidad no puede reinar mucho tiempo, ella tiene necesidades, mismas que debe de cubrir. Atenea todo lo piensa, lo medita, lo analiza, y le da vueltas a la situación, de esa manera puede llegar a tener los resultados que desea.
Lleva un par de días observando al vecino de enfrente. Es un hombre regordete, con un bigote tan grande cómo su panza, se nota de lejos que apesta más de la cuenta, y que maltrata tanto a su mujer, como a sus hijos. En las noches cuando presta atención y se concentra, puede escuchar los gritos, o incluso las suplicas de una mujer que no quiere ser montada por un cerdo. ¿Quién quiere serlo? Atenea finge que no siente empatía por aquella pobre familia, ella misma se engaña para no mostrar la realidad de su interior. Si se dejara guiar por sus emociones quizás estaría muerta, porque la desesperación y la ansiedad la pondrían al borde del abismo. Por eso finge que todo aquello lo hará por diversión, y para purgar aquel mundo de bestias. Bestias que no necesitan ser criaturas sobrenaturales.
Aquella noche la rubia decidió que era momento de actuar. Sus inquilinos se alteraban más de la cuenta cada que escuchaban las suplicas, mismas que no parecían tener final. Se colocó ropa sugerente, misma que fue traída de un país muy lejano y con pocos principios. Su cuerpo pequeño invita a ser azotado por un degenerado. ¡Por el degenerado de enfrente! Por eso sabe que saldrá a fumar, y que la verá andar frente a la casa, y cómo es normal, las ganas de volver a meter ese pene seboso en el cuerpo de alguien se mostrará. Caerá y podrá arrancarle la vida.
No fue difícil hacer las cosas, y mucho menos clavarle una estaca en medio del pecho. Lo que le resultó complicado fue jalarlo hasta el jardín, sin embargo terminó siendo auxiliada por un hombre que había visto todo, pero que al contrario de lo esperado, le estuvo agradecido. Quizás era un hombre que buscaba hacer lo mismo ¿Quién lo sabía? Al menos Atenea estaba consciente que su realidad también podría verla alguien más, y por esa razón un desconocido la auxiliaba.
Su parte favorita siempre fue cortar el cuerpo en partes, salpicarse de sangre, y machar su rostro blanquecino de aquella tintura. No quiso despertar a los dementes para que “sembraran” vida en el patio, así que lo hizo sola, hasta ya entrada la noche. Cuando se acostó a dormir, terminó con una sonrisa amplia en el rostro. Había cumplido su misión, y encima de todo, tendría tranquilidad para el día de recaudación.
A la mañana siguiente, Atenea se levantó antes que todos. El servicio que había contratado llegó puntual y acomodaron todo a su alrededor. Ella decidió hacer un evento de ese calibre para poder despistar las miradas ajenas. ¡Y lo logró! La cantidad de invitados fue exagerada, y sus enfermos se portaron a la altura.
No sintió estrés, tampoco terror, a ella nadie la descubriría. ¡Claro que no!
Cuando su cuerpo le exigió, Atenea decidió ignorar a todos y adentrarse a la cocina. Debía de comer algo, los demás podrían esperarla, entretenerse con esos locos a los que ella cuidaba.
¡Benditos locos! Dándole una imagen divina, una fuera de la realidad.
Cualquier juzgaría su forma de vida, su forma de actuar. Es evidente que la vida no es la misma para todos, y también que lo bueno para algunos, para otros está mal. Vivir en armonía, casarse y tener una familia, eso es lo ideal, pero ¿y qué pasa sino lo deseas? ¿Qué ocurre si son otros tus intereses? No existe bueno ni malo, o quizás si, pero a ella eso no le interesa, sólo le interesa lo que le llena, lo que la hace vivir.
La tranquilidad no puede reinar mucho tiempo, ella tiene necesidades, mismas que debe de cubrir. Atenea todo lo piensa, lo medita, lo analiza, y le da vueltas a la situación, de esa manera puede llegar a tener los resultados que desea.
Lleva un par de días observando al vecino de enfrente. Es un hombre regordete, con un bigote tan grande cómo su panza, se nota de lejos que apesta más de la cuenta, y que maltrata tanto a su mujer, como a sus hijos. En las noches cuando presta atención y se concentra, puede escuchar los gritos, o incluso las suplicas de una mujer que no quiere ser montada por un cerdo. ¿Quién quiere serlo? Atenea finge que no siente empatía por aquella pobre familia, ella misma se engaña para no mostrar la realidad de su interior. Si se dejara guiar por sus emociones quizás estaría muerta, porque la desesperación y la ansiedad la pondrían al borde del abismo. Por eso finge que todo aquello lo hará por diversión, y para purgar aquel mundo de bestias. Bestias que no necesitan ser criaturas sobrenaturales.
Aquella noche la rubia decidió que era momento de actuar. Sus inquilinos se alteraban más de la cuenta cada que escuchaban las suplicas, mismas que no parecían tener final. Se colocó ropa sugerente, misma que fue traída de un país muy lejano y con pocos principios. Su cuerpo pequeño invita a ser azotado por un degenerado. ¡Por el degenerado de enfrente! Por eso sabe que saldrá a fumar, y que la verá andar frente a la casa, y cómo es normal, las ganas de volver a meter ese pene seboso en el cuerpo de alguien se mostrará. Caerá y podrá arrancarle la vida.
No fue difícil hacer las cosas, y mucho menos clavarle una estaca en medio del pecho. Lo que le resultó complicado fue jalarlo hasta el jardín, sin embargo terminó siendo auxiliada por un hombre que había visto todo, pero que al contrario de lo esperado, le estuvo agradecido. Quizás era un hombre que buscaba hacer lo mismo ¿Quién lo sabía? Al menos Atenea estaba consciente que su realidad también podría verla alguien más, y por esa razón un desconocido la auxiliaba.
Su parte favorita siempre fue cortar el cuerpo en partes, salpicarse de sangre, y machar su rostro blanquecino de aquella tintura. No quiso despertar a los dementes para que “sembraran” vida en el patio, así que lo hizo sola, hasta ya entrada la noche. Cuando se acostó a dormir, terminó con una sonrisa amplia en el rostro. Había cumplido su misión, y encima de todo, tendría tranquilidad para el día de recaudación.
A la mañana siguiente, Atenea se levantó antes que todos. El servicio que había contratado llegó puntual y acomodaron todo a su alrededor. Ella decidió hacer un evento de ese calibre para poder despistar las miradas ajenas. ¡Y lo logró! La cantidad de invitados fue exagerada, y sus enfermos se portaron a la altura.
No sintió estrés, tampoco terror, a ella nadie la descubriría. ¡Claro que no!
Cuando su cuerpo le exigió, Atenea decidió ignorar a todos y adentrarse a la cocina. Debía de comer algo, los demás podrían esperarla, entretenerse con esos locos a los que ella cuidaba.
¡Benditos locos! Dándole una imagen divina, una fuera de la realidad.
Atenea Onisse- Humano Clase Alta
- Mensajes : 40
Fecha de inscripción : 03/02/2015
Edad : 34
Localización : Asilo de ancianos/Mansión
Re: No soy un demente, soy un excéntrico. A veces ni yo mismo me comprendo || Privado
¿Cuándo aprenderá la gente que poder hacer algo no significa que tengas que hacerlo?
Sara Gruen
Encontrar a quienes Arwel pudiera llamar sus aliados humanos era algo que el inmortal se tomaba muy seriamente. Desde que fuera convertido en vampiro, la mayor dificultad que encontraba era adaptarse a los cambios del tiempo, a la manera en que los humanos cambiaban de ideas y modificaban su estilo de vida, por eso era que desde un inicio, se rodeo de mortales que pudieran ser sus aliados y sin excepción alguna, a todos y cada uno de los humanos que le ayudaban les trataba como una parte muy importante de su vida, dándoles todo cuanto quisieran. Para encontrar a las personas indicadas, Arwel siempre se enfrascaba en una exhaustiva investigación sobre las personas que resultaban de su interés y precisamente por eso, la mujer que respondía al nombre de Atenea Onisse no fue la excepción.
La mortal aquella era peculiar, un perfecto espécimen de la raza humana desde el punto de vista de Arwel. Según lo que había logrado averiguar de ella, era una mujer que no temía llenarse las manos con la sangre de otros, alguien que sabía perfectamente como adaptarse al ambiente y parecer completamente normal aunque no lo fuera, por ende, la mujer ideal para demostrarle al inmortal como actuar debidamente en París. El vampiro no llevaba poco tiempo en aquella ciudad pero parecía como si acabase de llegar a establecerse a aquel lugar, situación que no ayudaba para nada a sus planes de comenzar a invertir en negocios y ampliar sus riquezas, todo con la finalidad de vivir una existencia plena, rodeada de las cosas que a él le gustaban y que para su desgracia de no eran para nada baratas. Con un interés cada vez mayor en Atenea, fue que aquella noche salió en dirección al hogar de la humana. Arwel de antemano sabía que podía mandar un su emisario de confianza (que investigaba además a Atenea por él) para quedar en una cita con ella, pero la verdad es que no deseaba hacerlo por medio de intermediarios, sino que deseaba ser él mismo quien se presentara directamente con ella.
Llegó entonces hasta donde se suponía que ella habitaba, solo para contemplar una escena que a otros les hubiera dejado helados, pero para él, era simplemente la supervivencia del más fuerte, del más apto y de aquel que tenía tanto las agallas como las ganas de eliminar a las escorias o los estorbos. Atenea, la mujer que fuera a visitar tiraba del cuerpo de un obeso hombre en dirección al patio del lugar donde ella vivía y sin revelar muchos datos sobre él mismo o lanzarle una mirada de descontento (sino todo lo contrario) por su acto, Arwel se acerco hasta ella para ayudar a llevar al hombre hasta el sitio donde ella planeaba mantenerlo. Una vez que había hecho aquello, observo a la humana y sin que existieran palabras entre ellos se alejo por esa noche, dejando que la mujer se ocupara de sus asuntos sin molestia alguna.
Una vez que había regresado a su propio hogar, Arwel se encontró con su fuente de información más confiable sobre los movimientos de la humana. El hombre que le ayudaba no le había defraudado hasta ese momento y por eso era que el inmortal estuvo seguro de que la recaudación de fondos que se llevaría al día siguiente por mano de Atenea, era un evento al que a cualquier costo debería asistir aunque fuera ya cuando el sol no fuera a eliminarlo de la faz de la tierra.
Con paciencia espero hasta que el sol se oculto y fue entonces capaz de salir de su claustro para dirigirse a la recaudación. A su llegada, se notaba que el evento llevaba ya mucho tiempo y que los invitados estaban sumamente satisfechos con todo lo que habían visto y escuchado por parte de la anfitriona hasta el momento, pero a él no le interesaba saber como había ido todo hasta ese momento, lo que el inmortal buscaba era encontrarse con la anfitriona del evento a solas y el destino, parece querer que fuera exactamente de esa manera pues Arwel siguió el aroma femenino hasta el interior de la cocina y en silencio observo los movimientos ajenos, o al menos lo hizo hasta que su propia voz se oyó para hacerle saber a la mujer que no se encontraba sola.
– Lamento mucho interrumpir su momento a solas, pero no puedo dejar de preguntarme dos cosas. La primera ¿Les mostraras el cadáver a los invitados o seré el único que sabrá de la existencia de ese muerto que llevas a cuestas? Y la segunda ¿Cómo puedo contribuir a la recaudación? Aparte de con mi silencio sobre el asesinato de un pobre hombre indefenso.
Sara Gruen
Encontrar a quienes Arwel pudiera llamar sus aliados humanos era algo que el inmortal se tomaba muy seriamente. Desde que fuera convertido en vampiro, la mayor dificultad que encontraba era adaptarse a los cambios del tiempo, a la manera en que los humanos cambiaban de ideas y modificaban su estilo de vida, por eso era que desde un inicio, se rodeo de mortales que pudieran ser sus aliados y sin excepción alguna, a todos y cada uno de los humanos que le ayudaban les trataba como una parte muy importante de su vida, dándoles todo cuanto quisieran. Para encontrar a las personas indicadas, Arwel siempre se enfrascaba en una exhaustiva investigación sobre las personas que resultaban de su interés y precisamente por eso, la mujer que respondía al nombre de Atenea Onisse no fue la excepción.
La mortal aquella era peculiar, un perfecto espécimen de la raza humana desde el punto de vista de Arwel. Según lo que había logrado averiguar de ella, era una mujer que no temía llenarse las manos con la sangre de otros, alguien que sabía perfectamente como adaptarse al ambiente y parecer completamente normal aunque no lo fuera, por ende, la mujer ideal para demostrarle al inmortal como actuar debidamente en París. El vampiro no llevaba poco tiempo en aquella ciudad pero parecía como si acabase de llegar a establecerse a aquel lugar, situación que no ayudaba para nada a sus planes de comenzar a invertir en negocios y ampliar sus riquezas, todo con la finalidad de vivir una existencia plena, rodeada de las cosas que a él le gustaban y que para su desgracia de no eran para nada baratas. Con un interés cada vez mayor en Atenea, fue que aquella noche salió en dirección al hogar de la humana. Arwel de antemano sabía que podía mandar un su emisario de confianza (que investigaba además a Atenea por él) para quedar en una cita con ella, pero la verdad es que no deseaba hacerlo por medio de intermediarios, sino que deseaba ser él mismo quien se presentara directamente con ella.
Llegó entonces hasta donde se suponía que ella habitaba, solo para contemplar una escena que a otros les hubiera dejado helados, pero para él, era simplemente la supervivencia del más fuerte, del más apto y de aquel que tenía tanto las agallas como las ganas de eliminar a las escorias o los estorbos. Atenea, la mujer que fuera a visitar tiraba del cuerpo de un obeso hombre en dirección al patio del lugar donde ella vivía y sin revelar muchos datos sobre él mismo o lanzarle una mirada de descontento (sino todo lo contrario) por su acto, Arwel se acerco hasta ella para ayudar a llevar al hombre hasta el sitio donde ella planeaba mantenerlo. Una vez que había hecho aquello, observo a la humana y sin que existieran palabras entre ellos se alejo por esa noche, dejando que la mujer se ocupara de sus asuntos sin molestia alguna.
Una vez que había regresado a su propio hogar, Arwel se encontró con su fuente de información más confiable sobre los movimientos de la humana. El hombre que le ayudaba no le había defraudado hasta ese momento y por eso era que el inmortal estuvo seguro de que la recaudación de fondos que se llevaría al día siguiente por mano de Atenea, era un evento al que a cualquier costo debería asistir aunque fuera ya cuando el sol no fuera a eliminarlo de la faz de la tierra.
Con paciencia espero hasta que el sol se oculto y fue entonces capaz de salir de su claustro para dirigirse a la recaudación. A su llegada, se notaba que el evento llevaba ya mucho tiempo y que los invitados estaban sumamente satisfechos con todo lo que habían visto y escuchado por parte de la anfitriona hasta el momento, pero a él no le interesaba saber como había ido todo hasta ese momento, lo que el inmortal buscaba era encontrarse con la anfitriona del evento a solas y el destino, parece querer que fuera exactamente de esa manera pues Arwel siguió el aroma femenino hasta el interior de la cocina y en silencio observo los movimientos ajenos, o al menos lo hizo hasta que su propia voz se oyó para hacerle saber a la mujer que no se encontraba sola.
– Lamento mucho interrumpir su momento a solas, pero no puedo dejar de preguntarme dos cosas. La primera ¿Les mostraras el cadáver a los invitados o seré el único que sabrá de la existencia de ese muerto que llevas a cuestas? Y la segunda ¿Cómo puedo contribuir a la recaudación? Aparte de con mi silencio sobre el asesinato de un pobre hombre indefenso.
Arwel Reiss- Vampiro Clase Alta
- Mensajes : 45
Fecha de inscripción : 26/04/2015
Re: No soy un demente, soy un excéntrico. A veces ni yo mismo me comprendo || Privado
Atenea se sirvió un poco más de carne, además de una gran porción de puré de papas. Estaba hambrienta, quizás porque la descarga de adrenalina había disminuido, y ella lo único que necesitaba para recuperarse, era alimento. Deleitada por el sabor, comió con parsimonia, todo con tal de no desperdiciar segundos al degustar su comida. Si alguien la conocía, debía de tomar en cuenta que se trataba de alguien que no se avergonzaba por alimentarse en grandes proporciones.
Inevitablemente rodó los ojos al escuchar una voz extraña, sí se había introducido a la cocina, fue simplemente porque se fastidiaba con rapidez de los ajenos, y para poder llevar la fiesta en paz, sin ningún inconveniente, lo que necesitaba eran sus espacios, cosa que algunos no alcanzaban por entender.
Arqueó una de sus cejas sin dejar de verlo, Atenea no mostró asombro, ni siquiera un poco de miedo por su ahora acompañante, es más, ni siquiera se sintió intimidada, y es que las palabras no llegaban a causarle efecto alguno, ella, quien convivía con una gran cantidad de locos, sabía que muchas de las palabras dichas no eran hechas, y por eso nada le preocupada; en realidad nada le preocupaba. Se llevó otro trozo de alimento a la boca, incluso jugó (sin que se llegara a notar), los trozos de comida que estaba masticando, y es que el sabor la seguía animando. Se limpió una de sus manos con la servilleta que tenía a su izquierda, con la otra seguía picando con la ayuda del tenedor. La mano ya limpia hizo un movimiento señalando un asiento frente a ella, invitándolo a acompañarla mientras comía.
Lo cierto es que no tenía antojo alguno de intercambiar palabras, sólo quería comer hasta saciarse, y con esa nueva energía poder alcanzar a sus invitados, y sus amigos los locos.
— Tampoco deberías saber sobre el gordo, sin embargo lo sabes ¿tengo que resistir la idea que sepas mi secreto, o tendré que hacer que lo acompañes? — No era una amenaza, ni siquiera un chiste, se trataba de un comentario, una platica como cualquier otra, según ella — Si quieres saberlo sólo tú, entonces no hay necesidad de mencionarlo ¿estamos de acuerdo en eso? — Lo miraba a los ojos, aunque los propios siempre resultaban ausentes, sin decir más de la cuenta. Terminó por sonreírle, no porque le naciera, sino por inercia, esos gestos ya se los sabía de memoria y le salían muy bien.
— En el patio, en el centro, hay una gran mesa de madera blanca, en ella se encuentra un cofre con candado, y a los lados hay sobres, en ellos puedes dejar tu aportación, después introducirlos en las cajas ¿comprendido? — Dejó de observarlo, sólo porque volvió a ver su plato de comida, ya llevaba la mitad, y aunque comenzaba a llenarse, nunca desperdiciaba o dejaba un trozo en su plano. Así era, por lo que sorprendía en demasía su esbelto cuerpo, a veces recayendo a lo extremo de delgado.
— Seguro ya conoces mi nombre, de no saberlo no estarías aquí, y se ve en tú cara que eres curioso, así que debes haberlo preguntado o investigado — Tomó un poco de su agua — Pero yo no sé si tú nombre, aunque en realidad no sé si quiera saberlo, mañana no volveré a verte, y entonces me sería innecesaria la información — Se encogió de hombros, no siguió comienzo, sólo espero una respuesta.
— ¿Te gusta ayudar a los locos? Porque quieres contribuir con ellos, aunque supongo que primero lo hiciste conmigo ¿todas las personas son así de caritativas? Eso es nuevo para mi — Su mirada se había perdido en la visión de sus inquilinos sonriendo, bien portados, y logrando que se hicieran aún más ricos todos en esa casa.
La curvatura de sus labios se hizo presente, estaba más que claro que de sentir algo, lo hacía por ellos.
Inevitablemente rodó los ojos al escuchar una voz extraña, sí se había introducido a la cocina, fue simplemente porque se fastidiaba con rapidez de los ajenos, y para poder llevar la fiesta en paz, sin ningún inconveniente, lo que necesitaba eran sus espacios, cosa que algunos no alcanzaban por entender.
Arqueó una de sus cejas sin dejar de verlo, Atenea no mostró asombro, ni siquiera un poco de miedo por su ahora acompañante, es más, ni siquiera se sintió intimidada, y es que las palabras no llegaban a causarle efecto alguno, ella, quien convivía con una gran cantidad de locos, sabía que muchas de las palabras dichas no eran hechas, y por eso nada le preocupada; en realidad nada le preocupaba. Se llevó otro trozo de alimento a la boca, incluso jugó (sin que se llegara a notar), los trozos de comida que estaba masticando, y es que el sabor la seguía animando. Se limpió una de sus manos con la servilleta que tenía a su izquierda, con la otra seguía picando con la ayuda del tenedor. La mano ya limpia hizo un movimiento señalando un asiento frente a ella, invitándolo a acompañarla mientras comía.
Lo cierto es que no tenía antojo alguno de intercambiar palabras, sólo quería comer hasta saciarse, y con esa nueva energía poder alcanzar a sus invitados, y sus amigos los locos.
— Tampoco deberías saber sobre el gordo, sin embargo lo sabes ¿tengo que resistir la idea que sepas mi secreto, o tendré que hacer que lo acompañes? — No era una amenaza, ni siquiera un chiste, se trataba de un comentario, una platica como cualquier otra, según ella — Si quieres saberlo sólo tú, entonces no hay necesidad de mencionarlo ¿estamos de acuerdo en eso? — Lo miraba a los ojos, aunque los propios siempre resultaban ausentes, sin decir más de la cuenta. Terminó por sonreírle, no porque le naciera, sino por inercia, esos gestos ya se los sabía de memoria y le salían muy bien.
— En el patio, en el centro, hay una gran mesa de madera blanca, en ella se encuentra un cofre con candado, y a los lados hay sobres, en ellos puedes dejar tu aportación, después introducirlos en las cajas ¿comprendido? — Dejó de observarlo, sólo porque volvió a ver su plato de comida, ya llevaba la mitad, y aunque comenzaba a llenarse, nunca desperdiciaba o dejaba un trozo en su plano. Así era, por lo que sorprendía en demasía su esbelto cuerpo, a veces recayendo a lo extremo de delgado.
— Seguro ya conoces mi nombre, de no saberlo no estarías aquí, y se ve en tú cara que eres curioso, así que debes haberlo preguntado o investigado — Tomó un poco de su agua — Pero yo no sé si tú nombre, aunque en realidad no sé si quiera saberlo, mañana no volveré a verte, y entonces me sería innecesaria la información — Se encogió de hombros, no siguió comienzo, sólo espero una respuesta.
— ¿Te gusta ayudar a los locos? Porque quieres contribuir con ellos, aunque supongo que primero lo hiciste conmigo ¿todas las personas son así de caritativas? Eso es nuevo para mi — Su mirada se había perdido en la visión de sus inquilinos sonriendo, bien portados, y logrando que se hicieran aún más ricos todos en esa casa.
La curvatura de sus labios se hizo presente, estaba más que claro que de sentir algo, lo hacía por ellos.
Atenea Onisse- Humano Clase Alta
- Mensajes : 40
Fecha de inscripción : 03/02/2015
Edad : 34
Localización : Asilo de ancianos/Mansión
Re: No soy un demente, soy un excéntrico. A veces ni yo mismo me comprendo || Privado
Atenea se había alejado de todos los asistentes de la recaudación en busca de algo de paz, la mala noticia era que Arwel había tomado aquella oportunidad para llegar a ella y cuestionarle sobre lo que había visto una noche anterior.
La mirada femenina se posó sobre él sin miedo alguno, confirmando así parte de lo que el inmortal había descubierto de ella. Atenea era una mujer sin temor ni escrúpulos, lo que la llevaba a ser perfecta para tratar con un inmortal. Arwel no dijo ni hizo nada más que observarla mientras que Atenea continuaba degustando de sus alimentos, así como no se negó a acercarse y tomar asiento frente a ella, tal y como la mortal se lo indicaba. Con paciencia aguardo hasta que la humana creyó conveniente y termino por hablar.
– Yo te recomendaría que aceptes el hecho de que conozco tu secreto ya que eliminarme no es nada sencillo, al menos no creo que lo sea para alguien como tu que necesito la ayuda de un desconocido para encargarse del cadáver de un hombre – sus palabras se basaban en los hechos recientes ya que aunque sabía que la humana era sumamente capaz, se había dado cuenta de que hasta personas como ella cometían ligeros errores – Por mi no existe problema en que sea el único que lo sepa, pero creo que es evidente que tendremos que llegar a un acuerdo respecto a ese tema, algo que nos deje a ambos satisfechos – la sonrisa femenina le causo algo peculiar. Había observado a otras personas sonreír pero al verla a ella hacerlo, notaba un vacío que no podía explicar.
– Muy bien, en cuanto salga de aquí puede estar segura de que estará un sobre con una generosa cantidad de mi parte – le aseguro a la fémina, sin dejar de perder detalle en lo que ella hacía o decía, siendo las siguientes palabras femeninas algo que le hicieron asentir – Atenea Onise es tu nombre, en efecto soy curioso y sí, te investigue – aquella conversación era una de las más distantes que pudiera llevarse a cabo con una mortal pero por extraño que pareciera, para Arwel le era sumamente relajante que la situación fuera de esa manera; quizás por eso había elegido a Atenea de una enorme cantidad de posibilidades – Te convendría saber mi nombre porque si bien no piensas en que nos veremos de nuevo, yo te aseguro que esta será la primera de muchas ocasiones en las que ambos compartiremos veladas – ella podía creer lo que deseara pues al final, las cosas se harían como Arwel lo disponía.
– Ayudar a los locos me tiene sin cuidado, ellos son solo una excusa que puede ser usada para acercarse a usted – no tenía sentido ocultar lo que ya debía ser evidente – Sé que sabe que mi interés esta completamente en usted – observo el plato frente a ella antes de posar su mirada en la sonrisa falsa de Atenea y después en sus ojos – ¿Me preguntara por qué mi interés? O ¿Decidirá ignorarlo hasta que se de cuenta de que no podrá librarse de mi presencia?
La mirada femenina se posó sobre él sin miedo alguno, confirmando así parte de lo que el inmortal había descubierto de ella. Atenea era una mujer sin temor ni escrúpulos, lo que la llevaba a ser perfecta para tratar con un inmortal. Arwel no dijo ni hizo nada más que observarla mientras que Atenea continuaba degustando de sus alimentos, así como no se negó a acercarse y tomar asiento frente a ella, tal y como la mortal se lo indicaba. Con paciencia aguardo hasta que la humana creyó conveniente y termino por hablar.
– Yo te recomendaría que aceptes el hecho de que conozco tu secreto ya que eliminarme no es nada sencillo, al menos no creo que lo sea para alguien como tu que necesito la ayuda de un desconocido para encargarse del cadáver de un hombre – sus palabras se basaban en los hechos recientes ya que aunque sabía que la humana era sumamente capaz, se había dado cuenta de que hasta personas como ella cometían ligeros errores – Por mi no existe problema en que sea el único que lo sepa, pero creo que es evidente que tendremos que llegar a un acuerdo respecto a ese tema, algo que nos deje a ambos satisfechos – la sonrisa femenina le causo algo peculiar. Había observado a otras personas sonreír pero al verla a ella hacerlo, notaba un vacío que no podía explicar.
– Muy bien, en cuanto salga de aquí puede estar segura de que estará un sobre con una generosa cantidad de mi parte – le aseguro a la fémina, sin dejar de perder detalle en lo que ella hacía o decía, siendo las siguientes palabras femeninas algo que le hicieron asentir – Atenea Onise es tu nombre, en efecto soy curioso y sí, te investigue – aquella conversación era una de las más distantes que pudiera llevarse a cabo con una mortal pero por extraño que pareciera, para Arwel le era sumamente relajante que la situación fuera de esa manera; quizás por eso había elegido a Atenea de una enorme cantidad de posibilidades – Te convendría saber mi nombre porque si bien no piensas en que nos veremos de nuevo, yo te aseguro que esta será la primera de muchas ocasiones en las que ambos compartiremos veladas – ella podía creer lo que deseara pues al final, las cosas se harían como Arwel lo disponía.
– Ayudar a los locos me tiene sin cuidado, ellos son solo una excusa que puede ser usada para acercarse a usted – no tenía sentido ocultar lo que ya debía ser evidente – Sé que sabe que mi interés esta completamente en usted – observo el plato frente a ella antes de posar su mirada en la sonrisa falsa de Atenea y después en sus ojos – ¿Me preguntara por qué mi interés? O ¿Decidirá ignorarlo hasta que se de cuenta de que no podrá librarse de mi presencia?
Arwel Reiss- Vampiro Clase Alta
- Mensajes : 45
Fecha de inscripción : 26/04/2015
Re: No soy un demente, soy un excéntrico. A veces ni yo mismo me comprendo || Privado
¿No se daba cuenta el vampiro de lo que pasaba en el interior de la joven? No había sentimiento alguno, ni para bien, ni para mal, no le daba miedo sus amenazas, y aunque le repitiera que se volverían a ver, no es como que le robara el sueño. Lo trataría como un mueble más, como uno de los ancianos con los que vivía. Ella no se andaba con rodeos, existían cosas que no le robaban mucho sueño. De igual forma el terminaría entendiendo las cosas a lo largo del tiempo que pasaran juntos.
Atenea había aprendido un par de cosas humanas. Por ejemplo el hecho de mover los hombros en señal de derrota, o los suspiros que denotaban profundidad que llegaba al corazón, o al pensamiento. Ese tipo de gestos que te hacían muy humano porque supuestamente mostrabas parte de l que sentías en ello. ¡Supuestamente! Ella era excepción a la regla.
Meneó la cabeza de un lado a otro. ¿Qué debía decir? No esperaba que ocurriera algo así, en especial en aquel día. Le molestaba que salieran de control algunas situaciones, porque no tenía previsto el ataque, de igual forma su inteligencia la sacaría de eso.
— ¿Fue entretenida tu búsqueda? Hubiera sido más fácil que me preguntaras directamente si deseabas saber algo de mi — Negó un par de veces — Eso de jugar a las adivinanzas en los nombres no es lo mío, así que veme diciendo si dices que nos seguiremos viendo, porque me parece muy absurdo, además, no creas que tomaré importancia, puedo ponerte nombre como a los viejos, incluso seguro te pongo uno mejor ¿te gusta Amadeo? — Volvió a ladear la cabeza, lo volteó a ver. La mirada perdida de la joven parecía entretenida, muy divertida, pero no era nada de eso, porque estaba claro en su interior no existía algo por lo cual sentir.
Atenta tomó su plato, las sobras las puso en el fregadero, se movió de un lado a otro y buscó otra cosa que comer, aquello no era raro, su apetito era tan grande como la casa del lugar. Comía incluso más que el anciano loco más gordo que llegaba a cuidar, pero eso según los doctores, no era nada malo, porque estaba tan delgada que quizás, con n poco de suerte llegaría a subir un poco de peso. Otra cosa que por supuesto no le robaba para nada el sueño.
— Tu no eres humano — Algo que dijo de forma inconsciente, porque ella no sabía nada del mundo de los sobrenaturales — Lo sé porque tampoco muestras muchas expresiones, y tus facciones están endurecidas. Lo que a mi me hace sentirme de la misma especie, es que me da mucha hambre ¿tu tienes algún gesto así? de ser así cuéntame — Se río un poco, pero sólo para simular, un par de invitados habían pasado por el costado.
Atenea era una maestra de la actuación, algo que por supuesto en algún momento intentó hacer, pero que terminó por darle igual como todo, menos el asesinato.
— ¿Quieres ser mi acompañante en la fiesta? — Fingir era un juego que le daba cierto grado de satisfacción, otra cosa que le recordaba que era un poco humana — Si quieres podemos fingir algo, lo que tu decidas — Se quedó pensativa — Quizá que eres mi hermano que vino de lejos, algún amigo, o un enamorado — Le estiró la mano — ¿Qué dices? ¿Comenzamos el juego? — Las emociones recorrían su cuerpo, no de las que te hacían querer gritar de emoción, o sentir que estabas enamorada, más bien de esas que la maldad, la mentira y el engaño resultaban armas peligrosas.
Atenea había aprendido un par de cosas humanas. Por ejemplo el hecho de mover los hombros en señal de derrota, o los suspiros que denotaban profundidad que llegaba al corazón, o al pensamiento. Ese tipo de gestos que te hacían muy humano porque supuestamente mostrabas parte de l que sentías en ello. ¡Supuestamente! Ella era excepción a la regla.
Meneó la cabeza de un lado a otro. ¿Qué debía decir? No esperaba que ocurriera algo así, en especial en aquel día. Le molestaba que salieran de control algunas situaciones, porque no tenía previsto el ataque, de igual forma su inteligencia la sacaría de eso.
— ¿Fue entretenida tu búsqueda? Hubiera sido más fácil que me preguntaras directamente si deseabas saber algo de mi — Negó un par de veces — Eso de jugar a las adivinanzas en los nombres no es lo mío, así que veme diciendo si dices que nos seguiremos viendo, porque me parece muy absurdo, además, no creas que tomaré importancia, puedo ponerte nombre como a los viejos, incluso seguro te pongo uno mejor ¿te gusta Amadeo? — Volvió a ladear la cabeza, lo volteó a ver. La mirada perdida de la joven parecía entretenida, muy divertida, pero no era nada de eso, porque estaba claro en su interior no existía algo por lo cual sentir.
Atenta tomó su plato, las sobras las puso en el fregadero, se movió de un lado a otro y buscó otra cosa que comer, aquello no era raro, su apetito era tan grande como la casa del lugar. Comía incluso más que el anciano loco más gordo que llegaba a cuidar, pero eso según los doctores, no era nada malo, porque estaba tan delgada que quizás, con n poco de suerte llegaría a subir un poco de peso. Otra cosa que por supuesto no le robaba para nada el sueño.
— Tu no eres humano — Algo que dijo de forma inconsciente, porque ella no sabía nada del mundo de los sobrenaturales — Lo sé porque tampoco muestras muchas expresiones, y tus facciones están endurecidas. Lo que a mi me hace sentirme de la misma especie, es que me da mucha hambre ¿tu tienes algún gesto así? de ser así cuéntame — Se río un poco, pero sólo para simular, un par de invitados habían pasado por el costado.
Atenea era una maestra de la actuación, algo que por supuesto en algún momento intentó hacer, pero que terminó por darle igual como todo, menos el asesinato.
— ¿Quieres ser mi acompañante en la fiesta? — Fingir era un juego que le daba cierto grado de satisfacción, otra cosa que le recordaba que era un poco humana — Si quieres podemos fingir algo, lo que tu decidas — Se quedó pensativa — Quizá que eres mi hermano que vino de lejos, algún amigo, o un enamorado — Le estiró la mano — ¿Qué dices? ¿Comenzamos el juego? — Las emociones recorrían su cuerpo, no de las que te hacían querer gritar de emoción, o sentir que estabas enamorada, más bien de esas que la maldad, la mentira y el engaño resultaban armas peligrosas.
Atenea Onisse- Humano Clase Alta
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Fecha de inscripción : 03/02/2015
Edad : 34
Localización : Asilo de ancianos/Mansión
Re: No soy un demente, soy un excéntrico. A veces ni yo mismo me comprendo || Privado
La mujer frente a él era complicada de leerse, a Arwel podía parecerle que ella era de una manera pero la realidad es que Atenea no era nada con lo que hubiera tratado antes. Ese detalle de volverla tan inesperada, tan ilegible era lo que llevó al inmortal a estar ahí. Su carencia de humanidad pero su manera tan perfecta de simular que de verdad la poseía era lo que Arwel necesitaba, quizás de esa manera fuera capaz de adaptarse al paso del tiempo y a las generaciones humanas venideras.
La mirada de Arwel se mantuvo fija en la mujer. Entrecerró los ojos al escuchar su pregunta, pensando si la búsqueda había sido o no algo entretenido.
– La verdad es que ha sido entretenida y aunque hubiera sido más fácil preguntar directamente, me es más satisfactorio hacer las cosas a mi manera con todo y que eso me lleve más tiempo – las dificultades para conseguir algo le daban una sensación de humanidad que al vampiro le resultaban sumamente placentera, detalle que la fémina frente a él no sentía, o al menos eso se lo hizo saber con las siguientes palabras mencionadas por ella. A manera de disculpa el inmortal realizo una leve inclinación de cabeza – A veces olvido que no todos gozamos de los mismos placeres – admitió – Prefiero que se use mi nombre, Arwel.
Sentado como quien no tiene prisa alguna por moverse, observó de reojo a la humana levantarse y buscar algo más por todo el lugar. La curiosidad por cada una de las acciones mortales se reflejaba únicamente en la mirada del vampiro, quien con gesto inexpresivo no perdía detalle de Atenea. Fue únicamente que su seño se frunció ligeramente al escucharle decir que él no era humano. Era poco probable que Atenea supiera que en su cocina se encontraba un vampiro, aún así, le resultaba un detalle que no podía ignorarse lo que ella aseguraba.
– Así que es eso lo que nos hace vernos diferentes – oírla decir aquello le dio una perspectiva diferente de si mismo, una que hasta aquellos momentos había de cierta manera ignorado aunque no desconocido. Una ligera sonrisa apareció en sus labios – A mi me da mucha sed – la miró de manera más directa – una sed por la que soy capaz de matar – y en aquello no mentía, su sed claro no era igual a la de los mortales pero finalmente podía compararse un poco.
La invitación hecha por la joven no podía ser rechazada por Arwel. El vampiro esperaba pasar tiempo con ella así que, ¿Existía algo mejor que pasar el resto de la velada a su lado? Claro que no, aquel resultado era ideal.
– Sera todo un placer para mi acompañarle – con lentitud se levantó y se acercó hasta ella, pensando en que era lo más prudente a decir. Su hermano era imposible que fuera, las facciones de ambos, el color del cabello y la complexión no darían la coartada; un amigo, para ello debía conocer más detalles sobre la humana así que la mejor de todas, era la tercera opción. La mano de Atenea fue estirada en dirección al vampiro, quien respondió al gesto ofreciendo su brazo para que ella se acercara y ambos se presentaran ante los demás invitados – No perdamos tiempo – dijo con seguridad, mientras que notaba el brazo femenino indicativo de que debía comenzar a avanzar – No conocemos mucho del otro como para pasar como hermanos o amigos – la miró de reojo – Digamos que soy un pretendiente – aquel “juego” como lo llamaba Atenea era una completa novedad para el inmortal quien en su incapacidad para adaptarse, prefería mantenerse lejos de la gente; aquella noche era entonces su primer debut no como espectador del juego sino como un jugador.
La mirada de Arwel se mantuvo fija en la mujer. Entrecerró los ojos al escuchar su pregunta, pensando si la búsqueda había sido o no algo entretenido.
– La verdad es que ha sido entretenida y aunque hubiera sido más fácil preguntar directamente, me es más satisfactorio hacer las cosas a mi manera con todo y que eso me lleve más tiempo – las dificultades para conseguir algo le daban una sensación de humanidad que al vampiro le resultaban sumamente placentera, detalle que la fémina frente a él no sentía, o al menos eso se lo hizo saber con las siguientes palabras mencionadas por ella. A manera de disculpa el inmortal realizo una leve inclinación de cabeza – A veces olvido que no todos gozamos de los mismos placeres – admitió – Prefiero que se use mi nombre, Arwel.
Sentado como quien no tiene prisa alguna por moverse, observó de reojo a la humana levantarse y buscar algo más por todo el lugar. La curiosidad por cada una de las acciones mortales se reflejaba únicamente en la mirada del vampiro, quien con gesto inexpresivo no perdía detalle de Atenea. Fue únicamente que su seño se frunció ligeramente al escucharle decir que él no era humano. Era poco probable que Atenea supiera que en su cocina se encontraba un vampiro, aún así, le resultaba un detalle que no podía ignorarse lo que ella aseguraba.
– Así que es eso lo que nos hace vernos diferentes – oírla decir aquello le dio una perspectiva diferente de si mismo, una que hasta aquellos momentos había de cierta manera ignorado aunque no desconocido. Una ligera sonrisa apareció en sus labios – A mi me da mucha sed – la miró de manera más directa – una sed por la que soy capaz de matar – y en aquello no mentía, su sed claro no era igual a la de los mortales pero finalmente podía compararse un poco.
La invitación hecha por la joven no podía ser rechazada por Arwel. El vampiro esperaba pasar tiempo con ella así que, ¿Existía algo mejor que pasar el resto de la velada a su lado? Claro que no, aquel resultado era ideal.
– Sera todo un placer para mi acompañarle – con lentitud se levantó y se acercó hasta ella, pensando en que era lo más prudente a decir. Su hermano era imposible que fuera, las facciones de ambos, el color del cabello y la complexión no darían la coartada; un amigo, para ello debía conocer más detalles sobre la humana así que la mejor de todas, era la tercera opción. La mano de Atenea fue estirada en dirección al vampiro, quien respondió al gesto ofreciendo su brazo para que ella se acercara y ambos se presentaran ante los demás invitados – No perdamos tiempo – dijo con seguridad, mientras que notaba el brazo femenino indicativo de que debía comenzar a avanzar – No conocemos mucho del otro como para pasar como hermanos o amigos – la miró de reojo – Digamos que soy un pretendiente – aquel “juego” como lo llamaba Atenea era una completa novedad para el inmortal quien en su incapacidad para adaptarse, prefería mantenerse lejos de la gente; aquella noche era entonces su primer debut no como espectador del juego sino como un jugador.
Arwel Reiss- Vampiro Clase Alta
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Fecha de inscripción : 26/04/2015
Re: No soy un demente, soy un excéntrico. A veces ni yo mismo me comprendo || Privado
Atenta no sabía diferenciar entre el bien y el mal. Para ella las acciones eran simplemente eso, acciones. Cualquier encuentro resultaba un dato para anotar. En aquel lugar había una habitación prohibida, muchos de los datos que estaban en los pergaminos, eran relacionados con las reacciones del ser humano, algunos con la forma en que demostraban su afecto. De esa forma podía parecer de vez en cuando más normal, porque estudiaba todo aquello que anotaba, y terminaba por ponerlo en practica. Una excelente actriz, eso era en realidad.
Las acciones que realizaban iban a la par de sus impulsos. Dado que no conocía la sensación del amor, la bondad o la felicidad, porque nunca la practicó, para ella era más fácil demostrar que la maldad era más sencilla de llevar a cabo, y que por supuesto, había logrado que despertara en ella alguna especie de emoción, pues el interés estaba claro. Ver sufrir a alguien distinto a ella le resultaba satisfactorio, pero sólo eso, no se podía esperar nada más.
La jovencita se dio cuenta de su padecimiento cuando era muy joven, sus abuelos notaron que nada de lo que hacían le hacía sonreír, a veces sólo peinaba muñecas para pasar el tiempo, y podían pasar horas sin comer, porque las sensaciones físicas no le robaban el sueño. Quizás por eso estaba tan flaca, porque comía poco, y cuando lo hacía su cuerpo no sentía ningún estrago negativo o malo. Estaba enferma de muchas maneras.
Su “enfermedad” fue tratada durante mucho tiempo, en una ocasión sus abuelos, y el medico en turno creyeron que estaba progresando, pero a la chica le sentaba bien manipular, eso era lo que hacía, y por eso ellos llegaban a creer que iba mejorando, pero todo lo contrario. Conforme los años pasaban, Atenea perdía más el interés, el deseo, las emociones y el gusto por hacer las cosas, hasta que un día por accidente asesinó por vez primera, la euforia se apoderó de ella, y se dio cuenta que quizás por ahí iba a venir su cura, aunque a un alto precio, matando personas. ¿Quién en su sano juicio daría terapias a una mujer sin remordimientos? ¿Quién la ayudaría a cometer actos de asesinato para verla mejorar? Nadie, porque estarían condenados al infierno.
Su caso llamaba mucho la atención, incluso un par de vampiros quisieron tomarla de esclava de sangre, y aunque ella bebió un par de veces, su estado carente de emociones terminó por lograr que nunca se prendará de una criatura sobrenatural. Al menos hasta el momento. ¿Tendría cura? Quizás no, y en realidad ella no perdía el sueño por encontrarla, creía que era normal, que los demás simplemente no la entendían porque era distinta. Tampoco le hacía sentir mal, simplemente seguí existiendo.
— Puedes decir todo lo que quieras, siempre y cuando no estropees las cosas que sucedan está noche, necesitamos dinero — Le gustaba la vida de lujos, la comodidad. Eso también era otro signo de su humanidad, sin embargo para poder aparentar que no era una asesina nata, era mejor cuidar a ancianos que le dieran la apariencia de noble e intachable, por eso hacía esas recaudaciones, para manipular la mente del asistente, y poder seguir haciendo de las suyas.
Atenea sentía algo extraño en el pecho al pensar que podrían descubrir los cuerpos en putrefacción del jardín, pues todos en ese momento los pisaban al asistir al evento. ¡Todo la ponía en riesgo! Nada le importaba en realidad.
— Nunca le digo demasiado a la gente de mi — Según su psicólogo, (al que por supuesto, había matado para que no revelara después sus secretos), decir mucho sobre una persona, era información que daba armas para poder destruir a alguien, ella no quería ser destruida, le faltaban cuerpos por esconder, personas por asesinar, tener que escoger quien será el siguiente — Y no tengo porque empezar contigo, sólo conformarte con saber que sé de tu naturaleza, que ayudo a esta gente que no me interesa, y que me llamo Atenea — Para cualquier podría ser dura, pero ella simplemente mostraba su verdadera cara; una cruda realidad — Pero si quieres hablarme de ti, puedes hacerlo, quizá sea emocionante — ¿Emocionante? Otra palabra que mostraba mentira, porque en realidad no le importaba nada proveniente de él.
Aún.
Las acciones que realizaban iban a la par de sus impulsos. Dado que no conocía la sensación del amor, la bondad o la felicidad, porque nunca la practicó, para ella era más fácil demostrar que la maldad era más sencilla de llevar a cabo, y que por supuesto, había logrado que despertara en ella alguna especie de emoción, pues el interés estaba claro. Ver sufrir a alguien distinto a ella le resultaba satisfactorio, pero sólo eso, no se podía esperar nada más.
La jovencita se dio cuenta de su padecimiento cuando era muy joven, sus abuelos notaron que nada de lo que hacían le hacía sonreír, a veces sólo peinaba muñecas para pasar el tiempo, y podían pasar horas sin comer, porque las sensaciones físicas no le robaban el sueño. Quizás por eso estaba tan flaca, porque comía poco, y cuando lo hacía su cuerpo no sentía ningún estrago negativo o malo. Estaba enferma de muchas maneras.
Su “enfermedad” fue tratada durante mucho tiempo, en una ocasión sus abuelos, y el medico en turno creyeron que estaba progresando, pero a la chica le sentaba bien manipular, eso era lo que hacía, y por eso ellos llegaban a creer que iba mejorando, pero todo lo contrario. Conforme los años pasaban, Atenea perdía más el interés, el deseo, las emociones y el gusto por hacer las cosas, hasta que un día por accidente asesinó por vez primera, la euforia se apoderó de ella, y se dio cuenta que quizás por ahí iba a venir su cura, aunque a un alto precio, matando personas. ¿Quién en su sano juicio daría terapias a una mujer sin remordimientos? ¿Quién la ayudaría a cometer actos de asesinato para verla mejorar? Nadie, porque estarían condenados al infierno.
Su caso llamaba mucho la atención, incluso un par de vampiros quisieron tomarla de esclava de sangre, y aunque ella bebió un par de veces, su estado carente de emociones terminó por lograr que nunca se prendará de una criatura sobrenatural. Al menos hasta el momento. ¿Tendría cura? Quizás no, y en realidad ella no perdía el sueño por encontrarla, creía que era normal, que los demás simplemente no la entendían porque era distinta. Tampoco le hacía sentir mal, simplemente seguí existiendo.
— Puedes decir todo lo que quieras, siempre y cuando no estropees las cosas que sucedan está noche, necesitamos dinero — Le gustaba la vida de lujos, la comodidad. Eso también era otro signo de su humanidad, sin embargo para poder aparentar que no era una asesina nata, era mejor cuidar a ancianos que le dieran la apariencia de noble e intachable, por eso hacía esas recaudaciones, para manipular la mente del asistente, y poder seguir haciendo de las suyas.
Atenea sentía algo extraño en el pecho al pensar que podrían descubrir los cuerpos en putrefacción del jardín, pues todos en ese momento los pisaban al asistir al evento. ¡Todo la ponía en riesgo! Nada le importaba en realidad.
— Nunca le digo demasiado a la gente de mi — Según su psicólogo, (al que por supuesto, había matado para que no revelara después sus secretos), decir mucho sobre una persona, era información que daba armas para poder destruir a alguien, ella no quería ser destruida, le faltaban cuerpos por esconder, personas por asesinar, tener que escoger quien será el siguiente — Y no tengo porque empezar contigo, sólo conformarte con saber que sé de tu naturaleza, que ayudo a esta gente que no me interesa, y que me llamo Atenea — Para cualquier podría ser dura, pero ella simplemente mostraba su verdadera cara; una cruda realidad — Pero si quieres hablarme de ti, puedes hacerlo, quizá sea emocionante — ¿Emocionante? Otra palabra que mostraba mentira, porque en realidad no le importaba nada proveniente de él.
Aún.
Atenea Onisse- Humano Clase Alta
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