Lo que depare el destino - Libre

por Fergus* Dom Jul 19, 2015 10:18 am

Tenía que sacarse las ganas de estrangular a ese cretino que lo había tenido toda la tarde encerrado en el despacho. Se había gastado la paciencia y los nervios, intentando salvar a un preso de las cárceles Inquisitoriales, pero todo había sido en vano, al llegar a lo que parecía un acuerdo, el ensotanado le había comunicado que lamentablemente, su cliente había sido enjuiciado y condenado en un trámite inusualmente rápido y que por la gracia de Dios, ya se encontraba ante su gloria, - bueno, que lo han matado – había gritado, pero de nada le servía ya, ni a él, ni menos a los deudos de aquel desdichado. Brion, sabía que el único crimen que había cometido el infeliz, era el de no ser católico, - pobre diablo, intentar profesar una religión diferente a la que su Santidad desea – refunfuñó con sarcasmo. Odiaba a los inquisidores, por ser obtusos y ciegos en sus apreciaciones, pero mucho peor eran los clérigos, que ocultándose bajo un manto de misericordia, terminaban llevando a los supuestos culpables a las mazmorras o acabando con sus vidas en autos de fe, secretos y prohibidos. Porque les gustara o no, en la Francia del siglo XIX, no había espacio para tal comportamiento medieval. Pero no podía hacer nada contra una sociedad secreta, tanto o más peligrosa que la de los masones.

Apenas descender las escalinatas que lo alejaban de la Catedral, se acercó a la calzada y esperó que pasara un coche de alquiler. Pocos minutos después, se encontraba en su interior, dispuesto a ahogar sus penas y frustraciones, en algún lugar no muy santo, - No me vendría mal, un poco de cariño, de pecados de la carne, además de unos tragos de wisky -, pensó. Casi estaba decidido en ir a la taberna, pero cambió de idea, - porque mejor no doy un vistazo a ese nuevo lugar, donde dicen que puedes conseguir de todo, y con suerte lograré sacarme éste sabor amargo – dijo mientras, sacaba un poco su cabeza por la ventanilla y le informaba al cochero sus cambios de planes.

Minutos después, se encontraba frente a la entrada del Cabaret, - vamos a ver, que me depara el destino, en una noche tan aburrida como la de hoy -.

por **Mitsuko Serizawa** Vie Jul 24, 2015 1:34 pm

La asiática bajó de otro coche de alquiler poco después. Le había pedido al conductor que no fuera demasiado deprisa, que prefería disfrutar de las calles parisinas. El conductor le hizo caso, total: cobraba por horas. Al más puro estilo occidental, la mujer se despidió haciendo una inclinación de cabeza al conductor, y rápidamente le dio la espalda. El abogado aún no había entrado en el cabaret en aquel lapso de cinco minutos. Perfecto.

Brion Damhain había sido objetivo de la Inquisición desde sus primeros pinitos en contra de los acusados de la Inquisición. Los jueces inquisitoriales estaban hasta las narices de verle intentar defender a condenados a muerte, y los clérigos y obispos empezaban a calentarse la cabeza con todas las quejas que recibían de él. Sin embargo, Brion Damhain no tenía nada. En otras palabras, la Inquisición no tenía nada que pudiera usar contra él para procesarle. Y por esa estaba ella ahí. Mitsuko se recogió un poco la falda del vestido para no pisarsela. Hacía mucho tiempo que no vestía así, pero aquel vestido borgoña, de falda larga y con un corsé que marcaba la curva de la cintura, no era más que otro uniforme de trabajo. No estaba allí para matar al abogado. Quizá ese fuera el último de sus propósitos. Tan sólo necesitaba encontrar el motivo que la Inquisición buscaba. De todos modos, el final de la noche para ella iba a ser el mismo: el informa rutinario.

Se serenó y relajó los músculos de la cara, adelantándose al hombre y con la mano en el pomo de la puerta del cabaret. Giró el pomo, lentamente, pero antes de abrir se volvió a Damhain, con una sonrisa enmarcada en pintalabios granate, y procuró pronunciar cada palabra correctamente.

— ¿Va a entrar, monsieur?

por Fergus* Vie Ago 07, 2015 9:21 am

Distraído, pensando en los innumerables expedientes que le habían quedado sobre su escritorio, se dirigió a la puerta del cabaret. Cuando se disponía a entrar, una hermosa mujer oriental se adelantó a su movimiento y abrió la puerta, invitándole cortésmente a entrar. Brion sonrió, mientras estiraba su brazo para sujetar la puerta, - por favor, permítame ser un caballero, usted es la que debe entrar… si así lo desea – su sonrisa fue franca, pero con un cierto gesto de picardía.

Mantuvo la puerta abierta, inclinándose levemente cuando la joven se adelantó. Cuando hubo ingresado, dio por sentado que la mujer tendría alguna compañía esperándole, ya que no era un lugar en donde las jóvenes de buena familia asistieran, si no eran acompañadas por familiares y aun así, podría decirse que era todo un desafío a la ética y la moral de la sociedad parisina. Pero él no estaba allí para criticar o juzgar a nadie, así que luego de un gesto de despedida, tocándose el sombrero, se dispuso a buscar un lugar apartado de las miradas chismosas.

Pronto encontró ese lugar, apartado del público, cercano a la entrada de camerinos, donde las bailarinas y demás atracciones, entraban o salían sin dificultad. Además, era la vía de escape perfecta, ya que dicha entrada daba a un pasillo con una puerta que conectaba el local con un callejón, - si algún enemigo intenta arruinarme la noche… pues no le será tan fácil hacerme una encerrona -, caviló, volviendo a sonreír.

Luego de haber pedido una copa de coñac y encender su puro, Daimhain, se disponía a disfrutar del espectáculo. Pero como siempre le pasaba, no pudo dejar de hacer una inspección del lugar con la mirada, intentando encontrar algo que le dijese en donde podía ´surgir el peligro. Pronto comprobó satisfecho, que no lo había, pero frunció el entrecejo al encontrar a la joven asiática, parada, sola y sin compañía o quien la defendiera, en mitad del salón. Hizo un ademán rápido al dependiente que se acercó presuroso, - ves esa señorita, es mi invitada, pero no me ha podido encontrar… toma – dijo entregándole cien francos – has el favor de indicarle en camino… y… mantén la confidencialidad -, el muchacho asintió con un rápido gesto de cabeza y se alejó presuroso. Brión, se quedó con su mirada puesta en el rostro de la joven - ¿Qué escondes? - .

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