Un nuevo comienzo | Privado

por **Violante** Mar Jul 21, 2015 7:34 pm

1807

Aún se encontraba débil. No habían pasado muchas noches desde el choque con Tiare. Pero sí el tiempo suficiente para que estuviera sanado. Por supuesto, no se apartó de Aidara en ningún momento, no la alejó o le hizo sentir mal siendo indiferente. Procuraba tenerla contenta, alegre. Verla sonreír le hacía bien, teniéndola en sus brazos o amándola en la cama esa algo que añoró por mucho tiempo. Así que ahora, en todo momento, pese a que ya no existía la amenaza de Tiare, estaba junto a ella, sin importar que en algún momento la sofocara. Como sea, Violante ya estaba con Aidara.

E príncipe se despertó primero, siempre que eso sucedía se sentía humano. La contemplaba con una sonrisa. En ocasiones le despejaba el rostro de uno que otro cabello y ese día no fue la excepción. —¡Te amo! —susurró besándole la frente. Sintiendo esa piel que era más dura que la suya. Aidara había bebido tanta sangre de Tirabeque no solamente no era más poderosa que Violante; quizás, también que el propio Dragos, de Amanda no podía decir nada, desconocía su edad, pero por su piel supuso siempre que era una hija de los milenios. El príncipe comenzó a acariciar ese rostro que era más pálido y evocó el recuerdo de cuando Aidara era mortal. Cuando sus mejillas se volvían rojas cuando se sonrojaba. Esa calidez corporal que ya no tenía; y sin embargo, no le importaba que Aidara no tuviera el calor de la vida. Ya no.

Besó su frente y esperó hasta que abriera a sus ojos. Ya no evocaba los vagos recuerdos con Benelope o con Crystall, no volvieron a visitar a Derek y la idea de la familia no existía más en su mente. Mucho menos pensaba en Tiare. Cada noche salían a cazar, no porque Aidara lo necesitara, más bien por él mismo. Violante se negaba a beber du su esposa pese a saber que de esa forma podría sanar más pronto. Tal parecía que él era el neófito, pues en ocasiones no controlaba la sed de sangre y llegaba a matar a sus víctimas. A veces tenía que intervenir Aidara. El maestro se convirtió en alumno. Quizás, en otros tiempos no lo hubiera permitido, aunque no podía descanse el hecho de que Tiare había hecho de la mente del príncipe un desastre. Era una fortuna que tuviera conciencia todavía de sí y que reconociera a su princesa.

La pregunta era, ¿ella se había ya dado cuenta?, lo más probable, era que sí; lo que con levaba a la segunda pregunta, ¿ella estaba haciendo algo al respecto?, así como una tercera, ¿estaba incomoda con la situación? Fue entonces cuando Aidara abrió sus ojos. —Buenas noches mi princesa —y la besó.

por **Aidara Dupont** Miér Jul 22, 2015 7:16 pm

Y ahí estaba,
parecia un sueño
Una fantasia
y una invención.
Pero por cada beso suyo
él me hacia tocar las estrellas.

¿Quién iba a creer que tras dos años de penuria y descontrol, todo habría vuelto a su cauce? La princesa en aquel tiempo, muchos días había desechado de su cabeza aquel sueño de regresar a la vida de antaño, a la vida que había perdido con lo supuesta muerte de su esposo. Por suerte, todo definitivamente; todo había terminado. Muerta Tiare, las vidas de ambos príncipes habían vuelto a la normalidad. Y aunque no todo era igual a antaño, el sentimiento que los unía era igual o incluso superior al de los inicios y ahora el miedo más fuerte que sentía la princesa no era ni por Tiare, ni por sus nuevos poderes, ni su fuerza, sino porque alguien volviera a separarlos. Por suerte por cada noche que pasaba en brazos de su amado, un poco de aquellos miedos se desvanecían. Ahora ella era más fuerte y capaz. Ya no era una neófita pérdida y sola en el mundo de la noche, todo lo contrario, ahora confiaba en poder protegerlos, en resguardar su eterna familia de las manos maliciosas de aquellos que solo desean y hacen el mal, por ello es que ya no era la misma. Ahora confiaba en sí misma como nunca antes y confiaría de nuevo en ella mil veces y una más, si con ello salvaba a Violante.

Como cada noche en aquellos días por norma general él despertaba primero y ella sintiendo el movimiento y despertándose perezosamente, era consciente de cada una de sus caricias, de cada uno de sus besos… hasta que finalmente decidía abrir los ojos y darle las buenas noches a su amado. Esa noche tampoco fue diferente y a pesar de encontrarse aún dormida en el sueño de los inmortales, sonrío mentalmente al sentir el beso en la frente y oír aquellas palabras que jamás se cansaría de escuchar de sus labios. No importaba cuan encima lo tuviera y/o cuantas veces le mostrara su afecto, para Aidara él jamás le molestaría. No cuando todo fuera por demostrar el amor que se tenían ya fuera entre ellos en la privacidad e intimidad de su alcoba o ante los demás, quienes los habían recibido con los brazos abiertos. Yo también os amo, pensó luchando con la neblina que cubría su cabeza para así despertarse y poder admirar aquellos ojos que tanto amaba.

Le bastó unas pocas respiraciones para entreabrir los parpados y encontrarse con el rostro de su esposo a quien antes de besar, dedicó una de sus más dulces sonrisas, antes claro que esta desapareciera bajo las demandas de sus besos y del placer de sus labios y río feliz al cabo de unos segundos sin lograr contenerse. Cada vez que él la besaba la dicha corría por su cuerpo, y entonces con él al lado y sintiéndose en sus brazos olvidaba todo y más. Olvidaba su gran temor de que los poderes de Tiare en algún momento actuasen en su contra, de que de pronto nuevamente Violante perdiera la memoria y la que siempre había sufrido en silencio; el dolor por creer poder perderle y no ser capaz de recuperarle. Ahora se habían recuperado y de nuevo se encontraban juntos, pero siempre existiría aquel futuro incierto y la princesa, entrelazada en su cuerpo y bebiendo de los besos de sus labios renegó de ese futuro, pues su primordial deseo era estar con él. Disfrutar de aquel presente que de regreso los había unido y que apenas ahora empezaban a recorrer juntos.

—Nunca me cansaré de decirte lo largo que se me hacen los días cuando no yaces despierto conmigo. — Susurró contra sus labios besándoselos de nuevo tras sus palabras. Sus manos recorrieron los brazos y hombros hasta llegar a su rostro, donde acariciaron sus mejillas deleitándose con aquel tacto que por mucho tiempo había anhelado sentir y se separó de sus labios. No lo bastante para romper el contacto íntimo que sus cuerpos presentaban, pero si para poder ver bien su rostro y cuerpo pegado al suyo. Violante dolía verlo y aunque ahora ella fuera adquiriendo un color distinto al de él, él siempre sería y con él su condición, la debilidad y perdición de ella. Su adonis, su Dios. — ¿Deseáis ir a beber? Lo necesitáis y no desearía que te vieras obligado a probar a tu bella esposa, de encontrarte en la necesidad. Qué horror representaría aquello… ¿verdad?—Ironizó sonriendole con amor y devoción en la mirada, haciéndole ver que aunque su negación de beber de ella al principio pudieron haberle provocado dudas y algunos que otros problemas personales al no entender los motivos de aquella negación, podía entenderlo. Ella también había tenido y seguía teniendo sus propios demonios personales, y a pesar de extrañar el beso sangriento y dulce de su príncipe en su cuerpo, nada de aquello cambiaría por la paz que ahora tenían el uno siempre junto al otro. Rodó con él por la cama y subiéndose encima besó aquel cuello de granito que tanto la enloquecía, terminando por besar sus labios de nuevo, allí donde todo había empezado a partir del primer beso de ambos, cuando aún su corazón frenetico impulsaba la vida mortal que una vez había tenido. —Yo también os amo y jamás… jamás dudéis de ello. Siempre, seréis mi príncipe, pero aún más importante; siempre seréis mi esposo. Mi bello y amado esposo.

por **Violante** Jue Jul 23, 2015 1:33 pm

—Hummm —acarició también el rostro de ella antes de que se montara encima de él. Por supuesto que lo necesitaba, la ironía de Aidara no era lo suficientemente irritante para abstenerse de verla un tiempo. Pero no podía negar que le dolía; pues, ¿cómo podía un hombre, en este caso ser, que tenía todo el poder y control sobre sus féminas, ser él el sumiso, el débil? Por mucho que la amara siempre estaba presente esa idea de inferioridad que no lo abandonaba. Rozó los labios de su esposa una vez terminó de hablar—. La realidad es que quisiera quedarme aquí contigo —dijo y desplazó lentamente sus manos hacía la espalda desnuda, acercando esa desnudez a la de él. Besó el cuello de su princesa, sus hombros y como lo hacía un mortal simuló respirar sobre esa gruesa piel igual al mármol—. Pero tienes razón mi amada princesa… —hizo una pausa para continuar besando su cuello y subir a la barbilla para concluir en sus labios— tengo que alimentarme.

La sujetó y ahora él fue quien rodó quedando encima de ella. Pasó su mano por los hombros de ella, descendió por los pechos y masaje el vientre. —Tengo apetito de ti, de tu cuerpo —soltó una pequeña risa pícara y de inmediato se sentó en el borde de la cama, mostrando la mitad de su cuerpo desnudo al no estar en vuelto en la sábana—. Percibo tu miedo Aidara, pero ambos lo vimos, vimos como ardió en la Plaza Tertre. Su muerte… —no se atrevió a decir su nombre, prefería tratarla como la innombrable, antiguamente se creía que mencionar a una persona era recordarla y él no quería darle a Tiare ese privilegio— me ha quitado la venda de mis ojos, no temas amor, no temas a que olvide quien eres. Porque no sucederá —el príncipe se giró a su esposa y le cogió de la mano mientras sonreía con alegría.

—No quisiera ir muy lejos, quiero regresar y que estemos juntos, quizás leyendo, o tal vez te lea algo que escribí. Ay, pero ya hay tantas muertes en las cercanías que eso no será posible. No recuerdo haber matado a tanta gente como neófito —sus gestos se entristecieron, su propio comentario lo abatió y dejó caer la cabeza al frente decepcionado consigo mismo—. Pero ay algo que me hace muy feliz mi hermosa princesa —su semblante cambió rápidamente y con una sonrisa la miró directamente a los ojos—, me alegra que ya no tengas que matar, que controles tu sed de sangre —dijo con apremió mientras se levantaba mostrando su desnudez a las lamparas, los jarrones con alcatraces, las pinturas al óleo, el espejo, el tocador, la cama y su misma esposa. Caminó a un perchero y se cubrió con su bata, luego, se dirigió a los ventanales que daban al balcón pero no salió.

—A donde ir, a donde ir esta noche —susurró con unos ojos apagados.

por **Aidara Dupont** Jue Jul 23, 2015 5:47 pm

Pienso en ti; y ahí estás.
Te veo siempre sin verte
Durmiendo me veo en ti
Y ahora que estás aquí;
Pareces ausente,
Lejos de mi alcance.
Como una golondrina perdida
de su amable primavera.
Como un corazón
Fuera de su pecho.

¿Cómo podía el simple roce, crear tantas sensaciones en la neófita? Le había dicho años atrás cuando aún era mortal, que su deseo de él, el deseo carnal se vería eclipsado por la sed de sangre, la necesidad animal de alimentarse y sin embargo, jamás había sido así. Ni aún con la locura que había padecido se creía capaz de anteponer a sus deseos, la sed de sangre que la había manipulado por aquellas eternas horas sin él. Por cada día que sucedía y concluía, aún crecía más aquel amor y aquella necesidad. Ambos eran uno y ni la sombra de Tiare, ni nadie más podría interponerse ante esa verdad. Por eso cuando sus besos y sus caricias fueron contestadas sonrío cautivada por aquella perfección que sentía al estar con él. Río suavemente al sentirle con sus labios recorriendo su cuello y en parte se tensó al sentir su aliento sobre su carótida, anhelando sentir aquel beso ahora prohibido, que él se negaba.

Pasó las manos por sus hombros y dibujo con la yema de los dedos formas incomplexas sobre su piel mientras sus labios bebían como una muerta de sed, de sus fríos besos. Ella también se despertaba con ganas de él y siempre las tendría. Él era el único que podía hacerle sentir su corazón muerto bajo su pecho y sentirse volar a su lado. Sonrío ante sus palabras y besándolo nuevamente se unió a él hasta que separándose de ella, se sentó en la cama y ella le miró expectante, hasta entender al verle que esa noche no habría uno de aquellos instantes de pasión y amor. Hoy era día de descubrir las pesadillas de ambos y luchar juntos contra ellas.

— Ya no temo por quien no deseas nombrar. Mis miedos van mucho más allá de ella. No le temo; ya no, pero aun así, no te alegres. Aún es temprano para ello. —Repuso ella mirándole alejarse de ella y de la cama que compartían con un deje de tristeza en su cristalina mirada celeste. — Solo soy capaz de controlar la sed de tenerte a mi lado, de no ser así, temo volver a ser aquella muñeca perdida. Y esta vez, por bien o por mal, costaría mucho más terminar con mi vida, por lo que no puedo permitirme volver a caer; no podemos permitirnos caer. —Lo último fue susurrado en una voz apenas perceptible incluso para oídos inmortales como los de ellos.

Sus miedos eran muchos y a pesar de aquella certeza de que habían visto morir a Tiare, Aidara ya había visto morir a Violante también y aun así, él estaba allí con ella, completamente vivo si en su condición eterna su existencia podía llamarse así. ¿Y si, Tiare los había incluso a las puertas de la muerte, engañado? Ante aquellos pensamientos se mordió el labio inferior buscando una escapatoria de aquellos fúnebres recuerdos. Todos aquellos dos años los intentaba dejar atrás, alejándose de ellos lo conseguiría, por ello no podía permitirse el pensar más de la cuenta en ellos o toda su fuerza se derrumbaría frente a su príncipe, quien aunque no lo supiera, ahora más que nunca la necesitaba fuerte a su lado; sosteniéndolo.

Se dañó por la ligera mordida una de las capas superficiales de piel del labio que pronto sanó en cuestión de segundos y relamiéndose el labio, borrando toda huella de su sangre que pudiese haber caído se levantó de la cama y como Violante antes de ella, se dirigió a uno de sus percheros en donde descansaba su bata. Rebuscó y al encontrar su bata predilecta —una de las más finas que nadie antes le había regalado y que Violante en sus primeras noches de esposos, le obsequió con todo su amor— se envolvió con ella y acudió allí donde su esposo cavilaba.

— Podríamos recorrer el mundo. No atraeríamos la atención y veríamos las mil y una maravillas que esconde la noche. Piénsalo; ¿No te agradaría? —Preguntó acercándose a él con la bata abrochada por debajo el pecho. No necesitaba taparse en compañía de él, y lo último que deseaba al despertar era negarle a su esposo el privilegio de su cuerpo, no obstante, así como él, ella parecía siguiendo ciertas costumbres anteriores a la inmortalidad y la bata era una de ellas, el decoro. —Incluso, podrías entablar nuevas relaciones comerciales y en cuanto a mí, conversar con otras princesas y quizás; conocer algún día a nuestros grandes reyes— Sugirió besando su hombro por su espalda antes de posarse a su lado contemplando como él, el exterior de la ventana que daba a los jardines reales y a lo lejos, su ciudad. Las luces de la noche alargaban las sombras de los edificios y desde tan lejos, era capaz de oír como los jóvenes ebrios salían de las tabernas más alejadas de los callejones y la zona pobre de la gran urbe. Presas siempre fáciles, como fáciles de esconder. Solían ser jóvenes mercantes o navegantes sin un lugar fijo, ni hogar al que regresar. De allí habían sido sus primeras víctimas antes de que su sed de sangre se desatase al creerse años atrás, la muerte de su príncipe— Lo superaremos, ten fe. Quizás te vaya bien un cambio de aires, un viaje por donde el destino nos lleve y sino, simplemente Violante, déjame ayudarte. — Le llamó por su nombre, esperando así crear el efecto esperado sobre él, nada acostumbrado a que lo llamase por su nombre de pila, aquella era la forma más directa de que toda la atención se centrase en ella. Y solo en ella. — Escúchame. Déjame ser tu cura; como tú fuiste el remedio de mi locura. Te lo ruego esposo, por favor… me mata tener la solución y no poder ofrecértela. —Y aquel iba a ser su ultimo ruego, casi desesperado pues el corazón de tenerlo latiendo este habría desfallecido de tristeza por ver la mirada apagada de su amado. Y aunque simulase no verle, el reflejo del espejo no la engañaba; su esposo a pesar de la felicidad al estar juntos y sus sonrisas predicadas todas aquellas noches al amarla en cuerpo y alma, en su interior; seguía sufriendo en silencio.

por Contenido patrocinado

Un nuevo comienzo | Privado

Un nuevo comienzo | Privado

Re: Un nuevo comienzo | Privado

Re: Un nuevo comienzo | Privado

Re: Un nuevo comienzo | Privado

Re: Un nuevo comienzo | Privado