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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Jade McLeod Jue Jul 30, 2015 10:42 am

"El hombre es menos él mismo
cuando habla en su propia persona.
Dale una máscara
y te dirá la verdad."
Oscar Wilde


La mirada inquisitiva de Megan recorría constantemente el exterior del ventanal en el que se encontraba apoyada. Sus ojos fríos, verdes y helados, contrastaban con el reflejo de la esbelta y delicada figura que se reflejaba en el opaco cristal. Su busto era coronado por un elegante corsé. Sus manos enguantadas por finos guantes y su figura en medio de aquel mar de telas se escondía ceñida, arrebatadora y brillante, bajo un vestido de ensueño. Quien por la noche podía albergar a una oscura criatura en su cuerpo, ahora solo era una imitación, un mero disfraz de lo que la sociedad tomaba erróneamente por dama. Su cuerpo ahora se hallaba embutido en uno de los nuevos trajes de la nueva firma parisiense; de Donovan’s y a pesar del agrado de aquella tela y de cómo se veía en ella, la cambiante odiaba lo que aquello significaba. Solo se vestía tan elegantemente cuando debía de asistir a reuniones sociales y lo que era peor; los bailes de apertura y cierre de temporada. Lo que para ella sencillamente constituían la farsa de la sociedad, el interés soberano sobre lo demás. Sin embargo, a pesar de su opinión sobre aquellos actos sociales, como mercante y miembro de clase de la alta burguesía francesa era su deber hacer acto de presencia. Sus ojos fríos brillaron un instante, en la lejanía sus lobos empezaron a salir de sus escondites llamándola. Bajo la luz de la mansión los lobos salieron y entre carantoñas de uno a otros, el líder aulló al cielo buscándola. Megan apretó los puños contenida ante la llamada y sombría, alejándose de la ventana negó antes de encadenar su instinto animal bajo su humanidad. Ahora no era tiempo de correr, tampoco de asumir su otra forma. Tenían una actuación por delante. Debían de ser perfectas; Animal y bestia unidas en una sola.

Adelaida —Llamó a una de sus doncellas con voz ausente y un rostro carente de expresión. Los pasos de la joven se acercaron y en un ademán de su mano esta le depositó el ultimo complemento restante que faltaba por completar su indumentaria de la noche. Una máscara plateada y brillante con un coronado de pequeñas piedras fue depositada en su mano. Aquella sería su máscara, la máscara que contendría al animal; Su protección y también sin saberlo, su ruina. Tomándola firmemente entre sus dedos, se la colocó y con la ayuda de la joven esta se ciñó a la sombra de sus ojos, ocultándola. Rápidamente la  doncella se apresuró a añadir color a sus mejillas. Espolvoreó los polvos y con dedos suaves y firmes los esparció sobre sus rasgos, suavizándolos considerablemente. La cambiante sonrío al verse de reojo en uno de los espejos y satisfecha con su máscara detuvo a la joven de seguir al verla dirigirse hacia su cabellera. Su cabello caería en suaves ondas sobre su espalda y no había marcha atrás posible en su decisión. Al menos que una parte de mi sea libre de las cadenas, pensó dirigiendo sus pasos hacia la escalera y de allí a la entrada principal donde un carruaje ya la esperaba para llevarla a su destino. Ya era hora de marchar, la hora se acercaba.

La doncella quedó tras de su señora con la despedida en sus labios sin molestarse a pronunciar esas palabras. Todos conocían a Megan desde que llegó afectada y débil a las puertas de la gran mansión y conociendo también el cambio que se produjo años después de su llegada habían dejado de intentar hablarle, acercarse. La cambiante para salir adelante se impuso una barrera para superar el dolor de su familia. La perdida y el miedo que gobernó su corazón fue sentenciado conforme creció y empezó a alejarse de los compañerismos, del cariño. Para Megan el cariño era una de las peores debilidades del ser humano. Era mejor ser fría y realista con la mente, que dejar mover los hilos del corazón, por ello apartaba a todos cuantos estaban a su lado. Solo sus lobos la comprendían, aunque al paso del tiempo sus sirvientes parecía empezaban a comprenderla. Ya no esperaban ninguna palabra de ella, más que las necesarias y Megan lo agradecía, así no debía responder preguntas absurdas.

Al salir y bajar los escalones el chofer encargada de llevarla y regresarla le abrió la puerta antes de siquiera tuviera que pedirlo. Ella sonrío agradecida y antes de entrar a la calesa que le llevaría al palacio Royal fue consciente como uno de sus lobos seguía esperándola acostado bajo la calesa. Los ojos de la cambiante fueron a los del lobo y permitiéndose relajarse al entrar en su asiento lo llamó sabiendo que este lo obedecería al instante. El lobo gruñó al chofer cuando este fue a cerrar la portezuela antes de que él entrase y colocándose a los pies de su señora, finalmente se pusieron en marcha. — ¿A dónde, mi señora? —Preguntó el joven al dejar atrás los jardines de la mansión y su entrada metálica que pronto dejaron atrás.

Al palacio Royal señor Lethret—dijo con una ligera sonrisa mirando por la ventana el paisaje en lo que su mano acariciaba distraída la cabeza del animal que viajaba con ella.— Tenemos una función que protagonizar.
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Mensaje por Alec Windsor Miér Ago 26, 2015 5:46 am

Una máscara nos dice más que una cara.
-Oscar Wilde-



En muchas ocasiones detestaba haber sido tan listo. Hace dos años, a Gerarld se le planteo una posibilidad interesante: poder acercarse a las altas cotas de poder sobrenatural y humano. Los nobles siempre habían tenido un doble rasero, se les juzgaba y apreciaba de manera diferente a la de los plebeyos. Precisamente por eso se había comprado un título. Evidentemente era una herramienta útil, pues le permitía acceso a lugares donde no habría podido pisar en sueños y rastrear a sus murientes con muchísima más facilidad. Por no mencionar que los contratos ofrecidos para matar a gente más poderosa habían aumentado, y ellos sus tarifas claro. No obstante, por cada ventaja que el título de barón representaba había dos tediosas obligaciones que le hacían perder un tiempo precioso. Entre ellas estaban las recepciones. Por Dios y Odín como las odiaba, un grupo de petimetres sin fundamento ni concepto con tantas joyas encima que apenas podían andar y que solo venían para rendir pleitesía a un rey que sería capaz de comérselos a todos, literalmente hablando. No le sorprendió que el rey Nigel fuese vampiro, destacaba bastante y solo así se explicaba que un noble menor como él hubiese acabado ciñéndose una corona. ¿Lo sabría su esposa? No era algo que le preocupase, pues de momento nadie le había intentado contratar para matarle a él, o a ambos. En cualquier caso resultaba tremendamente aburrido oír siempre las mismas palabras y las mismas conversaciones. Que si parecía que empezaba una época imperialista, que si Estados Unidos se hacía demasiado poderoso añadiendo territorios. Lo cierto es que se preocupaban por temas que no les concernían y de los que, realmente, no tenían ni la mas mínima idea. No solía pedirle mucho mas a los nobles, solo procuraba hacer las apariciones necesarias y hablar lo bastante como para mantener su tapadera de barón inconformista que no parecía dispuesto a casarse con nadie. Ese era otro de los problemas: la cantidad de mujeres que se empeñaban en invitarle a tomar el té para que conociese a sus hijas…

Gerarld aparto la mirada del espejo donde se estaba mirando, un fiel reflejo de la persona que no era y que, para bien o para mal, debía aparentar ser. Marcus siempre le dijo que un ejecutor no debía conformarse con saber matar, tenía que saber dónde meterse, adaptarse y camuflarse entre cualquier tipo de gentío, aunque este fuese uno que despreciase. La clave era ser interesante, pero no vistoso, ser la clase de hombre con la que alguien habla y nunca lleguen a la conclusión de que cinco minutos después estará envenenando su copa. Cuadro los hombros y altero el rostro, dibujando una sonrisa encantadora, estaba feliz de estar allí, de poder codearse con invitados tan distinguidos. Su chaqueta color azul francés estaba a la moda, aunque no era tan llamativa, propia de un noble menor que intentaba hacerse un hueco entre la vieja sangre azul. El pantalón color hueso y las botas negras, junto con un cinturón y botones de plata concluían el atuendo. La plata era útil, le ayudaba casi siempre a distinguir a sobrenaturales, aunque no siempre. Si no fuese porque era imposible, empezaría a pensar que algunos seres se estaban volviendo inmunes. A modo de sello personal, se colocó las hojas ocultas que siempre llevaba en las mangas. Una cosa era pasar desapercibido y otra muy distinta ser estúpido. Cuando por fin dio por bueno el aspecto salió de su casa vacía. Nunca había tenido criados ni pensaba tenerlos, solo era una forma de tener testigos donde no eran necesarios. En la puerta ya esperaba un carruaje alquilado, tampoco tenía uno propio pues no solía necesitarlo, y partió hacia el palacio Royal.

Al llegar allí, la atmosfera era la que se imaginaba: todo el mundo con su máscara dentro de sus conversaciones triviales.  Gerarld había escogido para la ocasión una máscara color plateado, con dibujos sencillos con hilos espiralizados sobre la nariz y alrededor de los ojos. Saludo a varios de los invitados con el entusiasmo debido de un hombre que ha coincidido con ellos en otras fiestas y trata de ser cortes. Como había pensado desde el principio: aquello era un sufrimiento. Camino hacia una de las mesas donde se podían tomar las bebidas. Los camareros siempre llevaban champan pero ahora mismo el cazador necesitaba algo más fuerte. Por desgracia, su paz duro poco. – Oh, lord Steiner. Como me alegro de verle. – Gerarld maldijo para sus adentros y se volvió con una sonrisa. – Condesa Du Contrue, el placer es mío. ¿Todo bien en Orleans? – Una de las más “nobles” de la ciudad francesa, siempre había abordado a Gerarld en las fiestas con la intención de comprometerlo con su hija pequeña, una niña de catorce años que aún se limpiaba los mocos y, claro está, era raro el hecho de que un barón de treinta años no hubiese estado casado nunca. Por no decir inaudito. – Dominique lleva semanas queriendo conocerle, pero usted haciéndose de rogar. – Dijo mientras se reía y le daba un leve pellizco en la mejilla. Le habrían dado ganas de matarla en el acto. A ver como se libraba de esta ahora.

- Le pido mil disculpas, condesa. Me temo que los negocios han reclamado mi atención últimamente. – Como era posible que supiese como matar a cinco hombres a la vez sin que nadie se diese cuenta pero no pudiese librarse de una simple vieja insufrible… esto era el colmo. No obstante, vio una posibilidad, pues justo en ese momento entraba una nueva invitada a la sala principal, una joven con mascara al igual que el resto de invitados, pero que no parecía nada ansiosa por la celebración. – Si, me disculpáis mi lady, bebo atender un asunto urgente. – Dijo antes de marcharse sin esperar replicas y llegando hasta la joven de cabellos castaños. – Por fin llegáis, mi señora. Temía que me abandonaseis. – Dijo haciendo un gesto medio reverencial.  La miro a los ojos mientras le ofrecía el brazo, era la única excusa que se le había presentado para librarse. – Pero sin duda estáis preciosa esta noche. – Eso significaba básicamente: “ayudame”.
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Mensaje por Jade McLeod Lun Oct 05, 2015 4:47 pm

"Cubre la memoria de tu cara
con la máscara de la que serás
y asusta a la niña que fuiste."
Alejandra Pizarnik


El camino a la fiesta para mala suerte de la cambiante, no fue nada accidentado y a pesar de encontrarse distraída observando por la ventana y en ocasiones, acariciando al lobo que la acompañaba aquella noche, juró que aquel palacio se encontraba más lejos de lo que en realidad era. Por lo que no únicamente llegó antes de lo esperado al evento, con lo que quería decir que debería de quedarse más rato en la tan esperada velada, si no que tuvo que tragarse sus propias palabras en tanto lo lejos o cerca que quedaba el palacio de su mansión, y no había nada más que no odiase tanto como tener que morderse la lengua. La cambiante no era ninguna joven ingenua, sino todo lo contrario, solía mantener bien anclados sus pies en la tierra y el equivocarse o errar no iba con ella, ni su filosofía. Era la alfa de su manada, la alfa de su propia vida y como tal actuaba. Podía ser fría, distante pero si algo solía ser era directa. Únicamente se controlaba la lengua cuando debía de socializar y si para entonces podía, mandaba a otra de sus empleadas a hablar con los clientes y así, dejaba de fingir quien no era y debía de ser para contentar a otros. Una vil costumbre de las cumbres más altas del poder en esas tierras.

Al llegar dejó de acariciar al lobo, y acomodándose los guantes blancos, esperó que le abrieran la portezuela y con una sonrisa fingida aceptó el brazo que un lacayo le ofrecía para ayudarla a bajar del carruaje. Descendió con el antifaz ya cubriendo su joven rostro. Solo sus rosados labios y verde mirada quedaban expuestos. Suficiente quizás para reconocerla sus más allegados. Insuficiente para aquellos que no sabían de su procedencia ni de su nombre. Para suerte de ella, no muchos la reconocerían y allí mismo era donde encontraría la perfecta actuación que esa noche protagonizaría. Con una suave sonrisa se volvió hacia el carruaje donde se hallaba el lobo que la acompañaba. Acarició la cabeza del animal una última vez antes de cerrar la puerta, dejándolo dentro hasta su regreso y con las mismas habló con su chofer. Apenas fueron más de cuatro palabras las que intercambiaron, Megan no se encontraba de humor para hablar de más, no cuando lo único que deseaba era habiendo llegado en ese momento, irse de aquel inmundo lugar de falsedades e hipocresías. Cuando se aseguró de que el carruaje iba a quedarse allí mismo esperándola, fue que se encaminó hacia la entrada del palacio. Sus pasos fueron lentos, comedidos. Por un lado no quería llegar y enfrascarse en aquel divertimiento tan poco querido por ella, no obstante, por otra parte necesitaba de socialización y nuevos contactos. Futuras clientas y futuros clientes o incluso quizás alguien con quien poder pasar ese rato más ameno. Unos pasos más y le abrieron la puerta de entrada dándole una bienvenida cordial al interior del lujoso lugar.

La fiesta se encontraba en el inicio de su esplendor, la gente empezaba a llegar en grupos y con risas se unían a la fiesta. El ambiente se llenaba de colores de los elegantes vestidos de las féminas, mientras que en los hombres podías observar diferencias en los antifaces, los que llegaban a cubrir a más de uno el rostro por completo. Encontrándose con que no conocía a nadie, o no por lo menos a simple vista, entró finalmente en el palacio Royal y distraídamente bajó las escaleras que la llevarían hacia el gallinero de las clases adineradas parisienses. Tras bajar las quince escaleras rápidamente su mirada fue a los camareros que empezaron a servir champan francés. Con deseos de ir hacia uno de ellos y tomar una de esas copas para solventar y animar esa noche que por lo mínimo se presentaba como nimia y aburrida, se encontró con un giro de los acontecimientos que la llevaron a encontrarse con un joven caballero. Detuvo sus pasos frente a él y mirándole tras una breve inspección a sus alrededores, sonrío. No hacía falta hacer caso a sus instintos para saber que aquel joven parecía huir de alguien y que ese alguien, se encontraba en ese instante perforando su espalda con su mirada preguntándose seguramente quien podría ser aquella chica que le había robado la atención masculina. Conocía a la señora susodicha, la condesa du Contrue era una las pocas que aún no eran de las habituales de su comercio. Una señora repelente y de rostro arrugado, que simulaba ser más joven gracias a las cremas y polvos que compraba del extranjero a un alto precio. Lo que ella desconocía es que incluso con toda esa artimaña de productos y con el antifaz actual, seguía siendo fácilmente reconocida. Ni con un saco ocultando su rostro conseguiría no ser reconocida.

Me causa un inmenso placer encontraros. —Sonrío bajo el antifaz que la cubría y allí empezó la función de aquella noche, al aceptar ayudarle.— Pensé que esta noche me dejaríais sin vuestra agradable compañía al ver a tan bonitas féminas en la entrada. —Enseguida correspondió con una ligera reverencia a la masculina y aceptó sin dudar aquel brazo que le ofrecía. Su mano delicadamente pasó a agarrarse de su brazo y en tanto él dio un paso, ella hizo lo mismo, siguiéndole los pasos recostando su fina figura contra la de él. — Me halagáis, pero como siempre, vos sois quien está más arrebatador de los dos, mi señor.

En una situación normal no habría dicho jamás esas palabras. Encontraba innecesarios los halagos, y jamás le había gustado hablar solo por hablar o corresponder con las normas sociales que le correspondían por educación. En toda esa situación inesperada, no obstante, poca obligación había y por primera vez si no había olvidado lo que le disgustaba estar allí, por lo menos veía un atisbo en aquel joven de que esa noche podría ser de todo, excepto lo aburrido que pensó sería. Su fina forma de caminar, y el vestido que adornaba su figura resaltaba cada uno de sus pasos. De no ser por el vivaz color de su mirada y la intensidad de la misma, habría sido posible hacerla pasar por una de las tantas jóvenes que allí se lucían, sumisas y jóvenes para sus pretendientes, pero había algo en su forma de mirar que siempre acechaba, preparada y alerta. Su loba siempre estaba allí, incluso cuando no lo parecía como en aquel momento, ella allí permanecía dormida en alguna parte recóndita de su ser. Buscando los ojos masculinos, la cambiante delineó una sonrisa en sus labios y dándose cuenta de que se acercaban a la joven que no dejaba de agujerearla con su mirada airada, la miró al pasar por su lado.

Condesa, espero esté siendo una bella velada. — Le dijo a modo de saludo cortándola antes de que pudiese decir cualquier cosa, lo cúal seguro se había encontrado a punto de hacer por la forma en que sus labios se habían quedado y por como miraba al joven que la acompañaba. Megan no supo si fue por la sorpresa o el hecho de que no pudiese reconocer a la propietaria de aquella voz lo que la distrajo sabiendola quizás como una contrincante para su preciada hija, lo que la dejó con el habla en la boca, pero sin distraerse pasaron por el lado de la mujer tras una ligera reverencia de su parte como despedida. Era más seguro para todos alejarse de las nobles damas que como aquella, solo buscaba poder y fama para los suyos. Aún más si hablabamos de sangre de su sangre, tal como hijas. Por ellas estaba segura eran capaces de venderse hasta al diablo por conseguirles un matrimonio y posición ventajosa.—Estoy segura, que lo que tengáis que contarme esta noche monsieur, será más interesante que esta fiesta ¿verdad?— Afirmó casi como en un ronroneo junto a su oído una vez sus pasos los alejaron de los oídos de indeseados cotilleos y sonrío contra la curva del cuello masculino. El juego de los farsantes había empezado.
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Mensaje por Alec Windsor Jue Oct 29, 2015 2:30 pm

De vez en cuando di la verdad para que te crean cuando mientes.
- Jules Renard. -

Marcus ya se lo había avisado. Desde el momento en que ambos ejecutores habían acordado que no Londres se les había quedado demasiado pequeño para los dos, Gerarld supo que nada sacaría al viejo cazador de su ciudad natal, por lo que le tocaba a él asumir el riesgo de una nueva vida en otro de los países europeos. Obviamente eso traía muchas consecuencias y riesgos, puesto que hacerse con un nombre y con un territorio/coto de caza no era nada fácil. Fue precisamente ahí donde el cazador vio la posibilidad: la nobleza. No es que sintiese apego por la vida en las grandes cortes del mundo, más bien las aborrecía. No obstante, no podía negar que una posición como miembro de la alta sociedad le permitiría acercarse a los clientes humanos potenciales casi tanto como a los blancos sobrenaturales. En los últimos años, muchas de las criaturas que cazaba habían optado por ocultase a simple vista, dejando que los títulos y las fiestas, así como sus inmensas fortunas, mantuviesen a la gente al margen de ellos. No siempre funcionaba, véase a la duquesa de Escocia, pero por lo general, tener esa clase de posición suponía una ventaja que les permitía pasar desapercibidos, o como mínimo tener una seguridad decente. Paris era, con toda probabilidad, el país en el que esto se hacía mas evidente. Cuando comento sus planes a su mentor, con el objetivo de que viese todos los aspectos positivos de su plan, no tardo en alabarle casi tanto como en criticarle. Era cierto que aquello le permitía acercase a los contratos ostentados por la gente mas poderosa, pero también le ponía a él en una posición en la que seria observado con detenimiento. La principal ventaja de un ejecutor era su anonimato, la capacidad de pasar inadvertido porque, simplemente, fingía ser algo que no era. Gerarld no era noble, y no solía comportarse como ninguno de ellos. Sin embargo, para llevar a cabo este plan había debido de adaptarse, comportarse como algo que siempre había odiado. Al menos en público. No le resultaba fácil, pero ese era su trabajo. Llevaba tanto tiempo fingiendo ser alguien en función de la situación que, en cierto modo, ya no tenía nada claro quién era él por sí mismo. Una imagen que podía ser desalentadora, sin duda, pero que seguía siendo útil. Cuando uno era nadie; nada le importaba, nada suponía un problema, nada era su debilidad.

Armado con esa coraza, había ido a la fiesta por simple necesidad de recoger su siguiente contrato. Nadie sabía que aspecto tenia, obviamente, y el sistema de entrega siempre había sido discreto. El cliente ponía la información del muriente en la base de la réplica de la Venus en los jardines del palacio, desde allí, pasaban dos días y Gerarld colocaba la información sobre el precio en el mismo lugar. Si el cliente aceptaba las condiciones, realizaba la primera mitad del pago de manera anónima en un consorcio naval dirigido por un nombre fantasma que pertenecía a Gerarld. Si no, simplemente era cuestión de buscar al próximo cliente. Era un sistema que había demostrado ser efectivo en los últimos años, y por supuesto seguía practicándolo. El único problema era precisamente que le obligaba a hacer actos sociales. De ahí, a las más que insistentes aspiraciones de las mujeres de alta alcurnia medio decrepitas con una tonelada de perfume había muy poca distancia. Era un pequeño precio a pagar por mantener el perfil bajo en su trabajo. No obstante, en esta ocasión parecía que podía librarse relativamente de tener que estar siempre huyendo. La condesa du Contrue era sin duda la mayor ampolla de la sala y el cazador no había dudado en presentar de excusa a la joven que ahora tenía en frente con tal de poder esquivarla. Fue ahí precisamente cuando supo que tenía la manera de hacer las cosas de manera precisa y sin tener que socializar más que con una persona. Gwinvere, la madame que le había acogido de niño, siempre decía que no había nada que desalentase mas a una mujer que ver a otra más joven y guapa con el objetivo de sus persecuciones. Era como si las alarmas de sus cerebros se disparasen diciendo: “Hasta aquí llegaste, date media vuelta y márchate con la poca dignidad que te queda.” Por eso, iba a hacer lo que Gwinvere tanto le había enseñado: aprovecharse de la intensa necesidad femenina de ser el centro de atención.

Por suerte, la joven a la que había escogido le había seguido la corriente nada más empezar a hablar con ella. No reconocía su cara, pues la máscara dificultaba el proceso, por no mencionar que además no pertenecía a la nobleza, de eso estaba seguro. Gerarld había invertido mucho tiempo en conocer a la mayor parte de nobles que frecuentaban la corte francesa, con la esperanza de mantener a todos vigilados y esa mujer, fuese quien fuese, no figuraba como tal. – El placer es todo mío, madmoiselle. Sobre todo por la expectativa de encontrarme sin vuestra belleza en este momento. – Aquello le salió un poco forzar y hasta con ligera sorna. Sobre todo porque había percatado la mirada de la mujer sobre la condesa a su espalda. Nada la disuadiría mas de abordarle que ver que mostraba interés en la belleza de la mujer, pero también quería que su ahora acompañante improvisada entendiese sus comentarios. – ¿Con este trapo? – Dijo señalando sus ropajes. – Tonterías, es solo una modesta vestimenta en comparación a vos. – Aquello resultaría hasta divertido si no fuese porque no tenía ni idea de quien era la persona con la que hablaba. Pero eso no importaba, solamente debía mantener las apariencias por el momento. Ofreció su brazo cortésmente, todo mientras salía de la escena lo antes posible. Su acompañante, llevada por algún tipo de hostilidad que Gerarld no entendía, miro salvajemente a la condesa. Aquella mujer daba hasta miedo.

Su comentario no pasó desapercibido, ni tampoco la forma en la que los realizo. Se trataba de mentir, simplemente. Aquella joven había adoptado un papel digno de cualquier ejecutor, adaptándose a la situación y dejando que la mentira y el papel se adaptasen a ella como una segunda piel. Cosa curiosa, no parecía molesta lo más mínimo por el atrevimiento que había mostrado al dirigirse a ella con aquella confianza. – Me temo que no soy una persona tan interesante como pensáis, mi señora. – Dijo con evidente tono medio. Sabía que los nobles alardeaban de su posición y de sus más que eminentes conocimientos, aunque estos fuesen inexistentes, precisamente por eso era que Gerarld se molestaba en dejarse ver como alguien muy “noble”. – A no ser que el comercio y los negocios para mantener el buen nombre de la familia suponga algo de interés. – El tono pasó a ser algo petulante y también un poco alto, quería desviar la atención de su conversación. Solo era un barón de tercera queriendo impresionar a una joven hermosa. Aquella mujer estaba dispuesta a jugar a la mentira y los actores sin preguntarse siquiera donde residía la verdad. O por lo menos la que a ella se refería. – ¿Dónde estarán mis modales? – Dijo tomando una de sus manos y besándola cortésmente mientras miraba aquellos ojos, como alguien completamente perdido en una realidad paralela. – Gerarld, barón de Steiner. Un placer. ¿Puedo persuadiros para que toméis una copa conmigo?– Toda una historia de novela victoriana. Casual, extravagante y digna de ser la comidilla de toda la clase alta en aquella noche. Si por lo menos se hubiese dado cuenta de que la mujer rehuía sus botones de plata, quizás las cosas hubiesen sido de manera diferente. Gerarld había cometido dos errores en su trabajo desde que había llegado a Paris. Pero no darse cuenta de aquello sin duda acabaría siendo el peor de los dos.
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El teatro de los farsantes [Privado] Empty Re: El teatro de los farsantes [Privado]

Mensaje por Jade McLeod Jue Feb 25, 2016 10:46 am

"Hasta en la muerte de un pajarillo
interviene una providencia irresistible."
William Shakespeare


La noche no habría podido ser más interesante de lo que ahora era. Anteriormente había pensado que en aquel palacio sería prisionera como muchas otras veces le había pasado, de la máscara que llevaba y que la obligaría a abrirse socialmente en busca de nuevos clientes, o afianzar sus relaciones comerciales con sus antiguos y nuevos clientes. Las expectativas de la velada eran bajas y terriblemente aburridas, sabiendo lo poco que le gustaba participar en esos ambientes no era de extrañar que pudiera pensar así de las reuniones sociales de aquel calibre. Sin embargo, bajo su incredulidad, el destino parecía haberse propuesto cambiarle la idea de que esperar de aquella noche, y sin más; lo estaba consiguiendo. Su acompañante resultaba un enigma tan tentador como inesperado y a pesar de que este portase botones de plata, eso no representaba un problema real para la cambiante que acostumbrada a manipular piezas de ese material. No, el problema grave empezó cuando todos sus instintos empezaron por acercarle a él y ella aceptase a entrar en su juego, sin saber, lo que ese juego conllevaría más adelante para ella, e irremediablemente, también para él.

Ahora, únicamente podía escucharle atenta tanto o más, de lo que su loba interior esperaba ansiosa la llegada de la luna llena en los cielos y sonrío ante sus palabras. Un hombre que se tachase de no ser tan interesante como se creía o deberían de hacerse creer por las habladurías, era bien un fuerte reclamo femenino. ¿Qué mujer no sentiría respeto por conductas tan humildes, como la mostrada? ¿Y qué mujer, creería a pies juntillas sus palabras, evitandose así caer ante la tentación de indagar más en su persona? Lo interesante ahora era descubrirle, ningún noble podía ser menos interesante que lo que él decía ser y aun así, estaba segura que de todos los de allí reunidos, él era el ser más interesante. Si, la certeza de que de no haber sido el joven barón quien la tomase de aquella curiosa forma al entrar al palacio, hubiera sido ella en algún momento de la noche quien buscase intercambiar palabras e incluso, algún que otro baile, era ya irrevocable, embotó su cabeza. El porte que este poseía no le habría pasado desapercibido, como tampoco aquella aura fuerte e intrigante que le rodeaba. Además, no está de más reconocer que su profunda mirada también habría tirado de ella, buscando por primera vez la cercanía con el sexo contario, al que solía rehuir normalmente y del que curiosamente, hoy, no rehuía. No con él.

Megan, — Se presentó con una leve sonrisa al tiempo que agachaba la cabeza respetuosamente en una breve y delicada reverencia tras que los labios masculinos besaran su mano y se la quedase mirando como prendado. — Y será un placer tomar esa copa en su compañía, Monsieur Steiner.

Su mirada bajó unos escasos segundos, desviándose de las cuencas masculinas que parecían haberle robado la atención completa y apenas sus hombros se fueron para abajo, se alzó de nuevo cautivándose de la mirada del hombre. Lo miró con intensidad preguntándose cómo demonios no le habría conocido nunca antes y desviándolos en cuanto los segundos se sobrepasaron de lo considerado “apropiado”, tomó el brazo que había estirado en invitación para ella y sin más ceremonias, prosiguieron su camino hacia la parte oeste en donde residían las mesas y en donde abundaban, la presencia de los serviciales camareros. A cada paso que daban, se alejaban más del centro de la pista de baile donde prontamente empezarían con los primeros valses oficiales de la noche, llenando en concreto esa zona más que nunca en toda la noche. Situación que esperaba evitar, si podía. Mirando en frente, todo a su alrededor se conformaba de colores brillantes, diferentes olores como perfumes caros y de todo tipo de sedas y vestidos. Alguna de sus joyas se lucía en los cuellos más elegantes de las damas, y de nuevo agradeció que fuera un baile de disfraces y por el momento nadie la reconociese.

Por suerte, el camino tomado por Gerarld había sido sino el más adecuado, el más seguro y el que más la alejaba de ser descubierta. Se trataba de un rodeo yendo por el lateral de la sala hasta llegar al destino, no obstante, como todas las parejas empezaban a dirigirse al centro de la pista, esa ruta en concreto quedaba más bien solitaria y apenas tuvieron ningún tipo de intercambio o encuentro más allá de lo necesario con ninguna de las otras parejas. Agarrada de su brazo, Megan no pudo contenerse de en alguna que otra ocasión, volver su mirada hacia la de él, deseosa sin saber muy bien el porqué de que él también en cierta forma, buscara su contacto visual. Su rostro visto desde su perfil, era tosco, de facciones y rasgos duros, muy masculinos, como también se adivinaba en su elegante caminar y en la forma de su cuerpo ataviado en un traje que más bien estorbaba en ese momento, un hombre luchador y fuerte. No era para nada parecido a aquellos nobles vagos y mujeriegos, aunque lo último bien no podría descartarlo aún, pero si algo no creía que fuera era el ser un hombre pagado de sí mismo, como los más adinerados de la región francesa. Cuando sus miradas finalmente coincidieron a pocos pasos del camarero más cercano, le sonrío y volviendo su mirada al frente estuvo a tiempo de ver el camarero mas próximo acercarse a ellos con dos copas preparadas en la bandeja.

No parecéis un noble cualquiera Gerarld, y si así fuera, podría llegar a entender la fascinación de las jóvenes de alta alcurnia y la de sus madres, por alguien como vos. —Explicó anteponiéndose a las palabras masculinas antes de que le preguntase el motivo de su mirada y dejándole, por un instante, adentrarse en su mente antes de que el camarero llegase hacia ellos, y con su interrupción, el barón tuviese que centrarse en otro que no fuera en ella y en aquellas palabras. — Tal parece que alguien os oyó desde la lejanía, anticipándose a vuestros deseos.— Agregó antes de que llegase el camarero a sus posiciones, con una suave sonrisa en sus finas facciones.

Señores, —Les interrumpió el joven ofreciendoles enseguida las copas que portaba en la bandeja. Megan esperando que Gerarld las tomase y le ofreciera una, se separó de su brazo y tomando la copa de su mano cuando este se la ofreció, se volvió completamente hacía el de frente. Inmediatamente, sus labios dibujaron una media sonrisa de satisfacción ante lo que veía y mirándole con picardía y curiosidad desde el secretismo de aquel antifaz que la ocultaba parcialmente de cualquier mirada, inclusive, la de su intrigante acompañante; sonrío y entreabriendo los labios se los humedeció sutilmente pasándose la lengua, mordiendose después el labio inferior. — Y decidme, ¿Por qué motivo brindamos esta noche, señor? —Preguntó alzando la copa al tiempo que detrás de sí, los músicos empezaron a tocar un vals. El primero de esa noche, y no el único seguro. De eso, se encontraba completamente segura.
Jade McLeod
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