AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Fuego purificador {Christopher Marlowe}
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Fuego purificador {Christopher Marlowe}
En el instante en el que el sol cayó en la ciudad de París, salí de mi inocuo sueño y me preparé para acudir al teatro. Sigfrido era la obra que se representaba por primera vez en la ciudad francesa. Se trataba de una cuidada producción rusa de la que yo había leído en los periódicos. La compañía era novel todavía, pero tenía figuras interesantes, como el músico Serguei Donalóvich y la primera bailarina Natalia Povaróvna. No era de extrañar que unos pocos años, ambos se convirtiesen en un fenómeno europeo.
Me arreglé el cabello en un sencillo moño y bajé al portal de mi edificio. Allí ya me esperaba el cochero, que me llevó veloz a la puerta del teatro La Gruchérie. El interior del recinto estaba ya casi abarrotado. La Gruchérie no era la Ópera de París pero también contaba con cierto encanto acogedor. Las luces y los colores que decoraban paredes y escenario apuntaban a que se trataba del tipo de teatro al que acudía la ahora cada vez más acuciante burguesía, entre la que yo me encontraba. Únicamente contaba con dos plantas. Subí las escaleras hasta ocupar mi palco en el asiento número cinco, y me senté cómodamente a esperar a que se abriese el telón. Me detuve unos instantes en la figura que se hallaba en frente mío, separada por una distancia considerable.
Cuando por fin los primeros acordes de violonchelo resonaron en la acondicionada sala, todos los espectadores se sumieron en un mutismo perfecto, dejando paso tan sólo a la música y a la bella danza que tenía lugar sobre el escenario.
Estaba tan concentrada en la representación que no me di cuenta de cómo el tiempo pasaba. Mi vista, únicamente fija en el escenario. Hasta que el rostro de la bailarina principal se tensó y cambió por un muestra de puro horror que, a todas luces, no figuraba en el guión. Natalia Povaróvna señaló a algún lugar entre el público y ahogó un grito. Minutos después de un gran estruendo. La función se paralizó y los asistentes comenzaron a empujarse unos a otros para salir de allí, presas del puro pánico.
Desde mi posición en lo alto del palco, intenté visualizar qué estaba ocurriendo. Había estallado fuego. Y, por muy irracional que sonase, lo primero que pensé fue que ese fuego no había sido accidental. Alguien lo había provocado.
El terror inundó entonces mi rostro también. Por un instante, el estupor me paralizó como una estatua de mármol, haciéndome recordar el día de la muerte de Friedrich. El fuego era mortal para los de nuestra especie. Cuando por fin reaccioné, traté de abrir la puerta de mi palco a golpes hasta que, finalmente y con una fuerza brutal, cedió. El humo cegaba mis ojos. La ansiedad se hacía presa de todo el mundo allí.
Yo sólo podía pensar en escapar.
Me arreglé el cabello en un sencillo moño y bajé al portal de mi edificio. Allí ya me esperaba el cochero, que me llevó veloz a la puerta del teatro La Gruchérie. El interior del recinto estaba ya casi abarrotado. La Gruchérie no era la Ópera de París pero también contaba con cierto encanto acogedor. Las luces y los colores que decoraban paredes y escenario apuntaban a que se trataba del tipo de teatro al que acudía la ahora cada vez más acuciante burguesía, entre la que yo me encontraba. Únicamente contaba con dos plantas. Subí las escaleras hasta ocupar mi palco en el asiento número cinco, y me senté cómodamente a esperar a que se abriese el telón. Me detuve unos instantes en la figura que se hallaba en frente mío, separada por una distancia considerable.
Cuando por fin los primeros acordes de violonchelo resonaron en la acondicionada sala, todos los espectadores se sumieron en un mutismo perfecto, dejando paso tan sólo a la música y a la bella danza que tenía lugar sobre el escenario.
Estaba tan concentrada en la representación que no me di cuenta de cómo el tiempo pasaba. Mi vista, únicamente fija en el escenario. Hasta que el rostro de la bailarina principal se tensó y cambió por un muestra de puro horror que, a todas luces, no figuraba en el guión. Natalia Povaróvna señaló a algún lugar entre el público y ahogó un grito. Minutos después de un gran estruendo. La función se paralizó y los asistentes comenzaron a empujarse unos a otros para salir de allí, presas del puro pánico.
Desde mi posición en lo alto del palco, intenté visualizar qué estaba ocurriendo. Había estallado fuego. Y, por muy irracional que sonase, lo primero que pensé fue que ese fuego no había sido accidental. Alguien lo había provocado.
El terror inundó entonces mi rostro también. Por un instante, el estupor me paralizó como una estatua de mármol, haciéndome recordar el día de la muerte de Friedrich. El fuego era mortal para los de nuestra especie. Cuando por fin reaccioné, traté de abrir la puerta de mi palco a golpes hasta que, finalmente y con una fuerza brutal, cedió. El humo cegaba mis ojos. La ansiedad se hacía presa de todo el mundo allí.
Yo sólo podía pensar en escapar.
Carolina Van de Valley- Vampiro Clase Media
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Re: Fuego purificador {Christopher Marlowe}
Sarah Bernhardt, la traidora. Lady Macbeth, Cleopatra, Cordelia… incluso el mismísimo Hamlet. El lado oscuro del teatro la llamaba y ésta atendía gustosa el toque de atención. Shakespeare, ni más ni menos. Lejos de casualidad, destino buscado. Uno de sus dulces caramelos –Tosca, de Victorien Sardou- y Sarah Bernhardt como protagonista. ¿Cuántos crímenes sin castigo? se preguntaba el enamorado.
París en 1887 y Christopher Marlowe volvía a estar con un pie en la tumba. Tras asistir a la representación de Tosca y vislumbrar el rostro de la traición, Bernhardt entró en su lista negra con más motivos que nunca. Su carrera no había sido escogida al azar y parecía que El Bardo no sólo guiaba los actos de la actriz, sino que aplaudía desde su tumba, riendo a carcajada limpia -no de Tosca, pues se trataba de una tragedia, sino del mismísimo Marlowe-.
El nombre de la obra cobró todo el sentido del mundo y no pudo más que decirle adiós. Adiós a Tosca, adiós a Caravadossi y sobre todo adiós a Scarpia.
Por suerte, años más tarde conseguiría recuperar el amor perdido gracias a la versión operística de Giacomo Puccini, su salvador.
¿Qué decir de aquella noche? No podía admitir la belleza de la ópera –salvo que algún día llegara a escribir para ella-, pues lo suyo era el teatro y ambos competían tras el escenario. Fue por ese motivo que no acudió a la susodicha representación por mero placer, simplemente para visionar el espectáculo. Sarah Bernhardt, sí, la traidora. Sentada en un palco que no le pertenecía –la mujer no tenía derecho a nada tras haberse puesto de lado del que fuera su amante en una vida pasada-, a punto de recibir su merecido.
Christopher Marlowe -valiéndose por aquel entonces de otro de sus nombres: Carlisle Monaghan-, optó por acudir al palco en el cual la señorita Bernhardt acomodó sus posaderas minutos atrás. Con actitud maliciosa, pero intenciones bondadosas –no se lo creía ni él-, pretendía conocer a aquella actriz y esperaba descubrir que realmente detestaba al otro escritor, el isabelino. Arreglando en adelante una amistad con la que compartir un odio mutuo. La fantasía más irreal posible.
- Creo que la ópera es el futuro. ¿El teatro? Carne de populacho.
El dramaturgo escuchó, atento y sonriente.
- Por favor. ¿Dónde va a parar? No tenemos más que comparar una ópera como esta con una obrilla de tres al cuarto.
- ¿Cómo Fausto? –preguntó raudo el creador de dicha obrilla.
- Desde luego. Además, monsieur, siempre he pensado que donde se encuentre el teatro de Shakespeare y sus personajes, tan bien definidos todos, que se quite lo demás. Es por eso que me he prestado en más de una ocasión a salir a escena y meterme en la piel de alguno de ellos. Siempre un placer.
Y mientras el resto de conversadores del palco atendían a la mujer, Marlowe no pudo quedarse de brazos cruzados. Su semblante borró por completo emoción y fingiendo esperar la representación, perdiendo así la mirada en el escenario, su mano derecha buscó en el bolsillo de su abrigo. Tras abrir una caja de fósforos, encendió uno que pronto se hundiría en el vestido de la señorita Sarah odioelteatro Bernhardt.
La llama se tomó su tiempo. Abrazó lentamente los tejidos de la prenda y antes de que su rastro comenzara a ser perceptible a través del olfato, Marlowe se levantó y abandonó el recinto, sin levantar consigo sospecha alguna.
No pretendía hacer arder el lugar hasta los cimientos, desde luego. Sólo tomó en mente la idea de que quizás la señorita que le acompañaba luciría mejor dejando entrever algo de fulgor en su mirada. Esa chispa ardiente de la cual carecía su personalidad.
Fin del primer acto.
Christopher Marlowe- Vampiro Clase Alta
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Re: Fuego purificador {Christopher Marlowe}
Se me antojó haber caído en uno de esos círculos dantescos de fuego y humo. El pequeño teatro burgués se había transformado en caos y ni siquiera con mi ágil vista vampírica alcancé a discernir más de lo que podía tocar, oler o escuchar. La gente avanzaba en estampida veloz con el lema de Sálvese quien pueda por bandera, y yo, una vez sobrepasada la estupefacción inicial, quise hacer lo mismo.
Podía escuchar con dolorosa claridad cada pensamiento humano de terror. El fuego era, después de todo, una de las pocas cosas que igualaban a mortales y vampiros. O, mejor dicho, eso era la Muerte y su guadaña infernal, que aquella vez había tomado la forma de ígnea riada.
Bajé las escaleras de tres en tres sin permitirme mirar atrás. Hombres y mujeres caían al suelo víctimas de la cruel marabunta. Traté de evitar codos y hombros, mas fue completamente en vano. Traicionada por el ímpetu de una muchacha que corría a mi lado, fui empujada hacia un hueco de la escalera.
En medio de la confusión perdí mi sombrero, pero eso no me importó en aquel instante. Recuperé un poco la cordura y me di cuenta de que me hallaba encajonada en el corredor de un palco de la segunda planta. El olor a humo penetraba por doquier y cada rostro escandalizado poseía el claro reflejo anaranjado de las llamas inminentes.
Quise salir de allí cuando antes mas la visión de una figura entre los escombros me retuvo. Se trataba de un hombre que se encontraba de pie, inmóvil en medio del puro desorden. Supe en ese instante, por el olor ancestral, muerto y rancio, que era uno de los míos. ¿Qué hacía allí? ¿Acaso pretendía suicidarse?
-¡Disculpe! ¡Disculpe, monsieur! -me vi en la moral de llamarlo, aún arriesgándome yo-¡Hay que salir de aquí, es muy peligroso! -insté, mirándolo al rostro de redondos ojos negros. Vi entonces cierto ardor en ellos que invitaba a la locura. Postrada frente a él, tumbado bajo la forma de sus cenizas, había una tercera persona. O lo que había sido una tercera persona.
Podía escuchar con dolorosa claridad cada pensamiento humano de terror. El fuego era, después de todo, una de las pocas cosas que igualaban a mortales y vampiros. O, mejor dicho, eso era la Muerte y su guadaña infernal, que aquella vez había tomado la forma de ígnea riada.
Bajé las escaleras de tres en tres sin permitirme mirar atrás. Hombres y mujeres caían al suelo víctimas de la cruel marabunta. Traté de evitar codos y hombros, mas fue completamente en vano. Traicionada por el ímpetu de una muchacha que corría a mi lado, fui empujada hacia un hueco de la escalera.
En medio de la confusión perdí mi sombrero, pero eso no me importó en aquel instante. Recuperé un poco la cordura y me di cuenta de que me hallaba encajonada en el corredor de un palco de la segunda planta. El olor a humo penetraba por doquier y cada rostro escandalizado poseía el claro reflejo anaranjado de las llamas inminentes.
Quise salir de allí cuando antes mas la visión de una figura entre los escombros me retuvo. Se trataba de un hombre que se encontraba de pie, inmóvil en medio del puro desorden. Supe en ese instante, por el olor ancestral, muerto y rancio, que era uno de los míos. ¿Qué hacía allí? ¿Acaso pretendía suicidarse?
-¡Disculpe! ¡Disculpe, monsieur! -me vi en la moral de llamarlo, aún arriesgándome yo-¡Hay que salir de aquí, es muy peligroso! -insté, mirándolo al rostro de redondos ojos negros. Vi entonces cierto ardor en ellos que invitaba a la locura. Postrada frente a él, tumbado bajo la forma de sus cenizas, había una tercera persona. O lo que había sido una tercera persona.
- off:
- ¡Por fin contesté! Espero que esté todo bien y si quieres que modifique cualquier cosa tan sólo mándame un MP y sin problemas :3
Carolina Van de Valley- Vampiro Clase Media
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Re: Fuego purificador {Christopher Marlowe}
Sabía que aquello era más que improbable. El lugar siendo pasto de las llamas y los músicos tocando. Comprendió entonces que aquella cantinela no provenía de otro rincón más que de su propia cabecita. Cerró los ojos y una sonrisa se dibujó en su rostro. ¿Quién hizo compañía a nuestro amigo, causante de incendios y compañero de malos humos? Muchos hubieran asegurado que se trataba de Beethoven y su Para Elisa, melodía inexistente por aquel entonces. Sin embargo, pasados los años, el vampiro volvería a escuchar esta cancioncilla, pensando únicamente en este momento y las palabras: Para Sarah.
¿Es acaso imaginable tal escena? Un rostro lleno de paz –toda la paz que un demonio puede mostrar en su rostro, claro está-, haciendo danzar su cuello y con él su cabeza de un lado al otro, siendo seguidos por su mano derecha. También la izquierda. El director de aquella orquesta que parecía, ardía.
Una visita inesperada interrumpió el espectáculo. Una mujer, al menos en apariencia. El vampiro abrió los ojos y la observó. No recordaba donde se encontraba.
Vas a morir –sentenció esa pequeña voz interna que no pocas veces se colaba en su pensamiento-.
Ya estoy muerto -se dijo para si, para el isabelino y todos aquellos que quisieran escuchar en el anfiteatro de su mente-. Aún así, no te daré tal satisfacción.
Un chasquido de dedos –inexistente- y el dramaturgo se olvidó de Bernhardt para prestar atención a la tragedia griega que parecía rodearle. Hades le reclamaba a golpe de llama pero, por suerte para él, una sirena había hecho acto de presencia a tiempo.
- ¡Vamos! –gritó sujetándola por el brazo, la mano, la cintura… no sé, por algún sitio. Ni siquiera él se había fijado.
La situación se hubo complicado desde que aquel vestido comenzara a echar humo. Parecía casi imposible hacerse paso entre los escombros y el fuego que prometía devorar todo y a todos. ¿Qué hizo Marlowe entonces? Insensato, corrió dirección al escenario e hizo visible un escondrijo tras éste. El suyo propio. Una trampilla que desembocaba en las alcantarillas y el lugar idóneo para acceder al teatro cuando el sol amenazaba con convertirle en poco más que los desperdicios de un cenicero. Al fin y al cabo, era escritor tanto para el teatro en el que se encontraban como para aquel dedicado únicamente a muertos en vida.
Un momento pensó. Acababa de comprender lo que había hecho. Había prendido fuego a su lugar de trabajo, no sólo de ocio. Alzó los hombros y se dijo a si mismo: Todavía puedo escribir para el otro, será por teatros.
- ¿No me da las gracias? -y haciendo gala de su carácter descarado, intentó besar a una mujer que no parecía ser de esas a las que los actos repentinos e irrespetuosos como aquel la agradaran en exceso. De esas que no permiten que un desconocido las toque. Mucho menos un loco. Pero ¿quién sabía? A lo mejor era todo lo contrario.
- Off rol:
- Estaba perfecto, no te preocupes
Christopher Marlowe- Vampiro Clase Alta
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Re: Fuego purificador {Christopher Marlowe}
Tal pareció que mis palabras habían devuelto cierta estela de juicio a la sombra erguida en medio de la vorágine de llamas. Gritó haciendo caso omiso del ya carbonizado cadáver del que todavía se podía apreciar lo que habían sido las magníficas telas de un vestido caro. Algunas finas hebras doradas habían sobrevivido al escrutinio del fuego. No obstante, no me di el lujo de fijarme más detenidamente en la pobre desafortunada, pues mis ojos, mis manos y mi cuerpo únicamente seguían la estela trajeada de chaqué negro. Supe, por la seguridad en las pisadas de aquel extraño -y excéntrico, mas todavía no lo conocía lo suficiente para apelar a tal adjetivo- compañero de colmillos, que se conocía La Gruchérie como la palma de su propia mano y no tardó en conducirnos hasta un escondrijo bien oculto tras los camerinos, ya abandonados, del teatro.
No sabía si perseguía a un loco o a mi salvador, pero cierto era que en esos momentos me importaba poco. Si las llamas llegasen a rozar mi pálida piel estaría muerta, al igual que la desgraciada del cabello de oro. ¡Inmortales, nos llamaban algunos! ¡Já! Al final, daba lo mismo si mortal o espectro, todos desertamos temerosos del fuego purificador.
Descendí no sé cuántos pasos, había perdido la cuenta. Empecé a sentir cierta humedad en el rostro y un intenso olor putrefacto. El sonido del agua llegó a mis oídos antes que pudiera darme cuenta del reflejo de las ondas líquidas sobre los muros abovedados de piedra.
Agua. Oscuridad. No podía estar en otro lugar que no fueran las catacumbas de París.
Aspiré un aire que no necesitaba, ya fuera por humana costumbre o porque necesitaba descargar la presión que había llevado en todo el cuerpo desde que el incendio se inició. Mi compañero vampiro habló, mas antes de poder darle una respuesta, se abalanzó sobre mi con la clara intención de presionar sus labios contra los míos.
Lo esquivé con un manotazo directo hacia la mejilla, que evitó el -¡descarado!- movimiento.
-Gracias. -Me apresuré a reconocer mi agradecimiento. Después de todo, había sido mi salvador (un salvador que, comenzaba a sospechar, era más ligero de cascos que Sebastian Bach en sus mejores años). Luego añadí:-Siento lo de la bofetada, pero no me gustan los afectos de desconocidos.
No sabía si perseguía a un loco o a mi salvador, pero cierto era que en esos momentos me importaba poco. Si las llamas llegasen a rozar mi pálida piel estaría muerta, al igual que la desgraciada del cabello de oro. ¡Inmortales, nos llamaban algunos! ¡Já! Al final, daba lo mismo si mortal o espectro, todos desertamos temerosos del fuego purificador.
Descendí no sé cuántos pasos, había perdido la cuenta. Empecé a sentir cierta humedad en el rostro y un intenso olor putrefacto. El sonido del agua llegó a mis oídos antes que pudiera darme cuenta del reflejo de las ondas líquidas sobre los muros abovedados de piedra.
Agua. Oscuridad. No podía estar en otro lugar que no fueran las catacumbas de París.
Aspiré un aire que no necesitaba, ya fuera por humana costumbre o porque necesitaba descargar la presión que había llevado en todo el cuerpo desde que el incendio se inició. Mi compañero vampiro habló, mas antes de poder darle una respuesta, se abalanzó sobre mi con la clara intención de presionar sus labios contra los míos.
Lo esquivé con un manotazo directo hacia la mejilla, que evitó el -¡descarado!- movimiento.
-Gracias. -Me apresuré a reconocer mi agradecimiento. Después de todo, había sido mi salvador (un salvador que, comenzaba a sospechar, era más ligero de cascos que Sebastian Bach en sus mejores años). Luego añadí:-Siento lo de la bofetada, pero no me gustan los afectos de desconocidos.
Carolina Van de Valley- Vampiro Clase Media
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Re: Fuego purificador {Christopher Marlowe}
Gotas de agua precipitándose en el eco de aquel sitio de todo menos glamuroso. La metáfora idónea: la podredumbre a los pies del teatro. Libros inservibles, cadáveres de escritores, incluso viejas glorias ocultas en las sombras como lo era Marlowe, bajo el manto de otra esencia desligada completamente de la humana y, sin embargo, con retazos de ésta. Mentiras, traiciones, todo valía en el teatro. El más desvergonzado de los lupanares engalanado con ropajes de seda, la hipocresía impregnando cada pared… hogar, dulce hogar,se burlaba el vampiro.
No podía culpar a la mujer de su reacción y es que, en el caso del vampiro, suele ser lo normal en situaciones de similar índole. ¿Quién, sino Marlowe, lo sabe mejor que nadie? Pocos -y pocas- realmente han sucumbido ante acciones tan vacías de cortesía de aquel caballero de todo menos caballeroso.
- No se preocupe, casi lo prefiero -sin el casi, curiosamente-. Sé que estamos aquí y no estamos siendo pasto de las llamas, pero preferiría continuar caminando hasta poder salir de aquí. La humedad no es buena para este chaqué.
Fue entonces que Don Quijote y Sancho Panza comenzaron sus andanzas por aquellas terribles catacumbas que retumbaban bajo el desplome del teatro, recordando a éstos que no debían detenerse porque el fuego… el fuego siempre busca más. Se desliza bailando, hambriento y arrasa con todo a su paso. Un balls escarlata al que todos temen, sobre todo los vampiros, más polvo que persona.
- ¿Sabe? Estoy algo quemado con esta situación. ¿Comprende? ¡Quemado! Exacto, porque acabamos de escapar de... -bromeó ruidosamente, sin comprender cuan inoportunas eran sus mofas-. Bah, déjelo. No entiendo la filosofía del vampiro -comprensible para alguien carente de sangre como él, descubrir la naturaleza de su compañera a penas olisqueándola y poder compartir así determinados temas que atañen a ambos-. Ya estás muerto, ¿por qué no reírte de ello y tomarte el resto de tu vida… bueno, tú no vida, como un chiste? En mi caso -consiguió hasta parecer pensativo, preocupado, profundo. Y su mente, en aquel momento, sólo era recorrida por un nombre: William Shakespeare- una cruel broma del destino que no deja títere con cabeza.
Un alto en el camino. El regusto de un olor desconocido para el no muerto. Un licántropo, pensó. Ésto no huele nada bien, prosiguió mientras su rostro dejaba atrás su risueñez para adoptar la rudeza y temple del que no sólo debe cuidar de si mismo en una situación como aquella, sino de la dama que le acompañaba.
- ¿Cómo te llamas? -preguntó dejando a un lado las formas- Da igual, escucha -rogó posando sus manos en los hombros de la mujer-, mantente detrás de mi en todo momento, ¿de acuerdo?
Christopher Marlowe- Vampiro Clase Alta
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Re: Fuego purificador {Christopher Marlowe}
No había juzgado mal del todo a mi curioso compañero de noche -y digo curioso, pues tacharlo de raro sería una mojigatería digna de elogio contra mi persona y mi raza-, y aunque al principio desconfiaba, toda presión en mis músculos se relajaron un tanto al comprobar que su locura no excedía los límites de la sinrazón. O eso creía yo por aquellos momentos en los que avanzábamos, sinuosos, por los bajos de La Gruchérie.
El diálogo del otro vampiro calibraba entre lo jocoso y lo filosófico de una condición que, desde luego, yo no me tomaba a risa. ¡Cómo hacerlo si mi carácter intrínseco de austríaca me pedía mirarlo todo desde la estoica y metafísica perspectiva de los que viven en frías llanuras! Y aún así, tuve que reconocer que el del ensortijado cabello guardaba razón en una de sus conjeturas; ¡si era verdad que estábamos muertos! ¿Quién mejor que nosotros para hacer un chiste de ello?
Nada emborronaba nuestra ágil vista sobrenatural y caminábamos como dos templados cazadores en busca, no de una presa, sino de la libertad, que parecía no llegar a pesar de que ya habíamos recorrido unos cuantos kilómetros de las famosísimas catacumbas parisinas. No sé por qué, se me vino a la memoria esas leyendas y fábulas galas, dónde las criaturas más temibles -y más bellas también- guardaban su refugio en ese mismo laberinto. Y pensar que éramos ahora nosotros los monstruos de esas funciones escritas.
-No se ofenda si le digo que se me antoja usted un ser peculiar. -arqueé una ceja, divertida-Así que debo deducir, pues, que vive su no vida como un chiste, ¿no es así? -dejé escapar una sonrisa de lado, a la par que me sujetaba los faldones de mi ya desgarrado vestido para poder acertar en mi pisada y no resbalar en el escurridizo sendero.
De pronto, mi interlocutor mudó la expresión de su inhumanamente blanquecino rostro. Supe de inmediato qué era lo que lo había percibido, pues el repugnante olor a perro mojado también había llegado a mis fosas nasales.
-Carolina Van de Valley. -contesté a su pregunta, con una dignidad inherente cada vez que pronunciaba mi nombre y de la que yo ni siquiera me hacía cuenta. Como si aquello fuera a redimirme ante un padre que ya no existía- Se lo agradezco, pero, ¿he de recordarle que yo también tengo un par de colmillos y unas habilidades que sé cómo usar, señor...? -dejé la pregunta al aire. No sabría calcular exactamente cuántos años de vida vampírica, y por tanto de experiencia, tendría mi compañero, pero no era muy difícil que tuviera más que yo. Igualmente, no pude evitar dejar constancia del rechazo que me provocaba aceptar ayuda de cualquiera, fuese hombre, mujer, vampiro o leprechaun. Eran los efectos colaterales de haber sido criada en una familia con una madre sobreprotectora.
El ruido de los charcos, aunque disimulado y bien producido, había penetrado en mis agudos sentidos de nuevo. Seguí el sonido con la mirada, tratando de averiguar de dónde procedía.
-¿Lo oye? -pregunté al caballero en voz baja, una pregunta retórica, pues él lo habría escuchado tan claramente como yo- Parece que el sonido va en dirección oeste. -alcé un poco el rostro, el agua reflejada en una mejilla, pues no estaba del todo segura. En aquel lugar los ruidos se percibían distorsionados.-¿Se conoce este lugar? -volví a formular otra cuestión, deseando una respuesta afirmativa, pues si había sido él quien me había conducido a tal escondrijo, tal vez fuera posible que tuviera un mapa mental del lugar.
El diálogo del otro vampiro calibraba entre lo jocoso y lo filosófico de una condición que, desde luego, yo no me tomaba a risa. ¡Cómo hacerlo si mi carácter intrínseco de austríaca me pedía mirarlo todo desde la estoica y metafísica perspectiva de los que viven en frías llanuras! Y aún así, tuve que reconocer que el del ensortijado cabello guardaba razón en una de sus conjeturas; ¡si era verdad que estábamos muertos! ¿Quién mejor que nosotros para hacer un chiste de ello?
Nada emborronaba nuestra ágil vista sobrenatural y caminábamos como dos templados cazadores en busca, no de una presa, sino de la libertad, que parecía no llegar a pesar de que ya habíamos recorrido unos cuantos kilómetros de las famosísimas catacumbas parisinas. No sé por qué, se me vino a la memoria esas leyendas y fábulas galas, dónde las criaturas más temibles -y más bellas también- guardaban su refugio en ese mismo laberinto. Y pensar que éramos ahora nosotros los monstruos de esas funciones escritas.
-No se ofenda si le digo que se me antoja usted un ser peculiar. -arqueé una ceja, divertida-Así que debo deducir, pues, que vive su no vida como un chiste, ¿no es así? -dejé escapar una sonrisa de lado, a la par que me sujetaba los faldones de mi ya desgarrado vestido para poder acertar en mi pisada y no resbalar en el escurridizo sendero.
De pronto, mi interlocutor mudó la expresión de su inhumanamente blanquecino rostro. Supe de inmediato qué era lo que lo había percibido, pues el repugnante olor a perro mojado también había llegado a mis fosas nasales.
-Carolina Van de Valley. -contesté a su pregunta, con una dignidad inherente cada vez que pronunciaba mi nombre y de la que yo ni siquiera me hacía cuenta. Como si aquello fuera a redimirme ante un padre que ya no existía- Se lo agradezco, pero, ¿he de recordarle que yo también tengo un par de colmillos y unas habilidades que sé cómo usar, señor...? -dejé la pregunta al aire. No sabría calcular exactamente cuántos años de vida vampírica, y por tanto de experiencia, tendría mi compañero, pero no era muy difícil que tuviera más que yo. Igualmente, no pude evitar dejar constancia del rechazo que me provocaba aceptar ayuda de cualquiera, fuese hombre, mujer, vampiro o leprechaun. Eran los efectos colaterales de haber sido criada en una familia con una madre sobreprotectora.
El ruido de los charcos, aunque disimulado y bien producido, había penetrado en mis agudos sentidos de nuevo. Seguí el sonido con la mirada, tratando de averiguar de dónde procedía.
-¿Lo oye? -pregunté al caballero en voz baja, una pregunta retórica, pues él lo habría escuchado tan claramente como yo- Parece que el sonido va en dirección oeste. -alcé un poco el rostro, el agua reflejada en una mejilla, pues no estaba del todo segura. En aquel lugar los ruidos se percibían distorsionados.-¿Se conoce este lugar? -volví a formular otra cuestión, deseando una respuesta afirmativa, pues si había sido él quien me había conducido a tal escondrijo, tal vez fuera posible que tuviera un mapa mental del lugar.
Carolina Van de Valley- Vampiro Clase Media
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Re: Fuego purificador {Christopher Marlowe}
- ¿Van de Valley? –preguntó el vampiro dejando a un lado lo peligroso de la situación- ¿Cómo puede ser que estemos en Francia y me haya topado con todo menos franceses en el tiempo que llevo aquí? –dijo el inglés, volviendo a ignorar a la criatura que parecía estar a punto de abalanzarse sobre ellos- ¿Un par de colmillos? Si, claro. Disculpe, pero soy algo antiguo. Más o menos del siglo XVI.
¿Qué si Marlowe conocía aquellas catacumbas? ¿El lugar por el que acostumbraba a acceder prácticamente todos los días no sólo a teatros, sino a otra clase de establecimientos pudiendo evitar a su archienemigo Helios? Quizás, sólo un poco.
- No tengo ni idea. Nunca había estado aquí. El traerla fue sólo… una corazonada. Algo bastante absurdo, ahora que esas palabras han abandonado mi boca, pues carezco de corazón. ¿Alguna vez se ha topado con una mala bestia?
El isabelino cambiaba el registro de su trato de forma intermitente. Por un lado, era lo suficientemente estúpido y campechano como para referirse a una mujer a la que acababa de conocer y a la que comenzaba a incomodar –algo común cuando se trata del vampiro- con un trato cercano. Por el otro, no dejaba de ser un caballero añejo y cortés que sabía la clase de trato de que gustaba el género femenino.
- Hagamos algo –introdujo su mano derecha en el bolsillo y de su interior extrajo una moneda-. Cara, vamos por la izquierda, y cruz, por la derecha. ¿Y el túnel de en medio? se preguntará. Iremos por ahí si cae de canto. ¿Le parece?
Al instante lanzó la moneda y la atrapó entre sus manos. Fingió mirarla, de tal forma que ella no pudiera.
- ¡Cruz! –alzó la voz dentro del bajo tono que habían adoptado dada la peluda amenaza que les acechaba, y tras aferrar la mano de su compañera a la suya propia, comenzó a correr en dirección al atajo que se les presentaba a su derecha, de forma cuestionablemente silenciosa-.
Parecía el lugar menos indicado al que dirigirse. La respiración de la bestia se apreciaba cada vez más cercana, pero el vampiro seguía insistiendo en aquel camino.
- No pareces muy segura de haber tomado la decisión de acompañarme. Tranquila. He intentado quitarme la vida tantas veces que ya ni lo recuerdo, y te puedo decir con toda confianza que el destino no debe querer verme hecho polvo, así que eso nos asegura que vayamos por donde vayamos nos salvaremos –una perorata imposible de creer-.
Fue entonces cuando sombra y aliento tomaron forma. El lobo del que tanto habían buscado escapar se presentó por fin delante de ellos. Parecía que aquel camino no había sido el más dichoso a la hora de elegir. Al menos en apariencia.
Marlowe no sólo evitó soltar a la mujer, sino que le dirigió una mirada cómplice.
- Prepárate –masculló entre sonrisas-.
En contra de todo pronóstico, éste comenzó a correr en dirección al lobo, obligando a la mujer a ir tras él. Segundos antes de que se produjera el encontronazo con aquel licántropo que de igual forma se había abalanzado sobre lo que pretendía fueran sus futuras víctimas, el no-muerto tuvo la consideración de empujar a la mujer por un hueco provisto en la parte inferior de una de las paredes que cada vez parecían cernirse más sobre ellos. Desde luego, el vampiro no haría las veces de héroe y se precipitó por el mismo sitio antes de que el licántropo pudiera siquiera tocarle. Una rendija que parecía espaciosa para dos personas de complexión humana, pero que resultaba imposible de atravesar para aquel peludo amigo del cual acababan de despedirse.
¿Dónde desembocaba dicho pasadizo? Ni más ni menos que en un barrizal de lodo que auguraba no sólo un olor terrible en la ropa de la mujer, sino una salida próxima, donde el agua de lluvia llegaba con facilidad a través de alguna clase de rendija.
- Menudo parque de atracciones, ¿eh?
Christopher Marlowe- Vampiro Clase Alta
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Re: Fuego purificador {Christopher Marlowe}
Os juro que la particularidad de mi compañero me tenía cada vez más y más perpleja. ¿Cómo no iba, pues, a extrañarme que decidiera nuestro destino a cara o cruz? De haber tenido un momento para reflexionar en aquella situación, lo hubiese encontrado paradójicamente poético. Claro que por aquel entonces yo sólo tenía cabeza para una cosa. La apresurada huida del teatro en llamas no era nada comparado con el peligro acechante de las poderosas garras caninas que nos perseguían. ¡Incierta era mi suerte, ligada esa noche a la de tamaño personaje! Empero, y a pesar de la acelerada imprudencia de su voz, había en sus gestos una elegancia verosímil y nata.
-¿Más o menos del siglo XVI? -me vi obligada a parafrasear sus propias palabras, recalcando dudosamente aquel descuidado más o menos. ¿Acaso aquel majadero no recordaba la fecha de su nacimiento mortal? Me crucé de brazos y mi expresión no dejaba de denotar la sorpresa que me invadía con cada nueva frase que pronunciaba. Aquel hombre -y lo llamo así quizá por debilidad, por añoranza o por un defecto de fábrica irreparable que Friedrich nunca supo cómo arreglar, aunque bien que lo intentó- improvisaba con su vida inmortal a cada paso que dábamos. ¡El muy loco estaba improvisando sobre la marcha, con aquella bestia cuadrúpeda pisándonos los talones!
-No. No me parece. Para nada. Creo que lo más sensato sería... -demasiado tarde. Mis palabras quedaron ahogadas por el grito triunfal de mi acompañante. ”¡Cruz!”. Su mano, tan helada como la mía propia, me aferró para indicarme el camino. Con delicadeza (una delicadeza que no sé si conseguí, siendo sinceros) traté de zafarme. Porque ni siquiera merecía un demonio verse acunado por las zarpas de otro. Porque eran manos frías, muertas. Porque a mi hermano Hans le habían resultado horribles e insultantes. ”¡Quítame las manos de encima, perniciosa serpiente!”, me había ladrado a la cara, la última vez que lo vi.
Volví en mi de nuevo. De nada servía recordar a los muertos ahora mismo, incluso cuando estos aún hacían daño. Había asuntos más importantes que acatar.
-¡Oh! ¿Entonces debemos confiar en que tu ventura nos sea propicia una vez más? ¡Qué consuelo! -ironicé. Dudaba del destino, dudaba de la suerte, y, por supuesto, también dudaba de mi camarada chupasangres- Creo que hay que tener alma de escritor para creer en la fortuna. Por desgracia, no es un don que se me haya concedido. -murmuré, más para mi misma. Por supuesto, nunca he sido muy ducha en las palabras, pues todo lo expreso mejor con notas musicales, sobre un pentagrama.
Casi podía acertar a oler el aliento llameante de nuestro enemigo, expulsando un vaho de su húmedo hocico como un dragón a punto de arrasar con una gran fortificación medieval. Mi mente, usualmente boyante de ideas, pensamientos, reacciones, quedó inmovilizada, paralizada por un veneno imaginario. Cuando pude volver a responder de mis acciones y a punto estaba de instar a aquel loco filósofo de que corrieramos (pues, para ser francos, nosotros los vampiros teníamos una capacidad muy por encima de los licántropos y, sin duda, por encima de los mortales), ocurrió algo inesperado. El golpe me mandó despedida hacia un rincón, caí de espaldas sin nada donde apoyarme. Observé la escena con la percepción óptica privilegiada de los nuestros. El metálico chasquido de la verja de metal nos anunciaba que estábamos a salvo. Por fin. O debería decir, de momento.
Ante su despreocupado comentario únicamente pude fruncir mucho las cejas. Balbucí unos pocos interrogantes sin sentido, no pudiendo encontrar las palabras que quería decirle, entre cabreada, sorprendida y estupefacta.
-¿Quién diablos es usted? -”¿Y qué le pasa en la cabeza?”, me gustaría haber preguntado también, más la educación me lo impidió-Ha sido el plan más descabellado, estúpido y ridículo de todos los tiempos. ¡Y ha funcionado! -manifesté, pasando de un tono de voz iracundo a uno de total y absoluto asombro.
Había olvidado el fétido olor de las catacumbas, del agua estancada. Los bajos de mi falda se estaban pringando de fango, y yo ni siquiera me había molestado.
-Sí que sabe a dónde dirigen estos pasillos. -dije, de pronto, como un flashazo de realidad. O quizá es que no podía creer la maldita suerte que estábamos teniendo.-Debe saberlo, de no ser así, no se hubiese arriesgado. -entrecerré los ojos, esperando una respuesta verdadera.
-¿Más o menos del siglo XVI? -me vi obligada a parafrasear sus propias palabras, recalcando dudosamente aquel descuidado más o menos. ¿Acaso aquel majadero no recordaba la fecha de su nacimiento mortal? Me crucé de brazos y mi expresión no dejaba de denotar la sorpresa que me invadía con cada nueva frase que pronunciaba. Aquel hombre -y lo llamo así quizá por debilidad, por añoranza o por un defecto de fábrica irreparable que Friedrich nunca supo cómo arreglar, aunque bien que lo intentó- improvisaba con su vida inmortal a cada paso que dábamos. ¡El muy loco estaba improvisando sobre la marcha, con aquella bestia cuadrúpeda pisándonos los talones!
-No. No me parece. Para nada. Creo que lo más sensato sería... -demasiado tarde. Mis palabras quedaron ahogadas por el grito triunfal de mi acompañante. ”¡Cruz!”. Su mano, tan helada como la mía propia, me aferró para indicarme el camino. Con delicadeza (una delicadeza que no sé si conseguí, siendo sinceros) traté de zafarme. Porque ni siquiera merecía un demonio verse acunado por las zarpas de otro. Porque eran manos frías, muertas. Porque a mi hermano Hans le habían resultado horribles e insultantes. ”¡Quítame las manos de encima, perniciosa serpiente!”, me había ladrado a la cara, la última vez que lo vi.
Volví en mi de nuevo. De nada servía recordar a los muertos ahora mismo, incluso cuando estos aún hacían daño. Había asuntos más importantes que acatar.
-¡Oh! ¿Entonces debemos confiar en que tu ventura nos sea propicia una vez más? ¡Qué consuelo! -ironicé. Dudaba del destino, dudaba de la suerte, y, por supuesto, también dudaba de mi camarada chupasangres- Creo que hay que tener alma de escritor para creer en la fortuna. Por desgracia, no es un don que se me haya concedido. -murmuré, más para mi misma. Por supuesto, nunca he sido muy ducha en las palabras, pues todo lo expreso mejor con notas musicales, sobre un pentagrama.
Casi podía acertar a oler el aliento llameante de nuestro enemigo, expulsando un vaho de su húmedo hocico como un dragón a punto de arrasar con una gran fortificación medieval. Mi mente, usualmente boyante de ideas, pensamientos, reacciones, quedó inmovilizada, paralizada por un veneno imaginario. Cuando pude volver a responder de mis acciones y a punto estaba de instar a aquel loco filósofo de que corrieramos (pues, para ser francos, nosotros los vampiros teníamos una capacidad muy por encima de los licántropos y, sin duda, por encima de los mortales), ocurrió algo inesperado. El golpe me mandó despedida hacia un rincón, caí de espaldas sin nada donde apoyarme. Observé la escena con la percepción óptica privilegiada de los nuestros. El metálico chasquido de la verja de metal nos anunciaba que estábamos a salvo. Por fin. O debería decir, de momento.
Ante su despreocupado comentario únicamente pude fruncir mucho las cejas. Balbucí unos pocos interrogantes sin sentido, no pudiendo encontrar las palabras que quería decirle, entre cabreada, sorprendida y estupefacta.
-¿Quién diablos es usted? -”¿Y qué le pasa en la cabeza?”, me gustaría haber preguntado también, más la educación me lo impidió-Ha sido el plan más descabellado, estúpido y ridículo de todos los tiempos. ¡Y ha funcionado! -manifesté, pasando de un tono de voz iracundo a uno de total y absoluto asombro.
Había olvidado el fétido olor de las catacumbas, del agua estancada. Los bajos de mi falda se estaban pringando de fango, y yo ni siquiera me había molestado.
-Sí que sabe a dónde dirigen estos pasillos. -dije, de pronto, como un flashazo de realidad. O quizá es que no podía creer la maldita suerte que estábamos teniendo.-Debe saberlo, de no ser así, no se hubiese arriesgado. -entrecerré los ojos, esperando una respuesta verdadera.
Carolina Van de Valley- Vampiro Clase Media
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Re: Fuego purificador {Christopher Marlowe}
"De nada servía recordar a los muertos ahora mismo,
incluso cuando estos aún hacían daño."
incluso cuando estos aún hacían daño."
Carolina Van de Valley no había dicho ninguna tontería. Su peculiar y descarriado acompañante, lógicamente, era poseedor de ese tipo de alma. Aquella ligada a las musas o la fortuna, tan necesaria en el oficio de mancha-hojas como insólita y ahogante cuando se trata de llevar una vida normal. Un don, señaló la diablesa. El mismo don que se estaba riendo de la pobre Van de Valley por llamarlo así y que convivía con el inglés de forma prácticamente imposible. Aquello que lo había empujado a buscar la vida eterna y el castigo atemporal.
- No se preocupe -afirmó el vampiro retomando la conversación que habían comenzado unos escasos metros más arriba, antes de que Van de Valley hubiera tenido tiempo a reaccionar-, a mi me sobra, le puedo prestar el mío -señaló el oscuro, asiendo de nuevo la mano de la mujer y colocándola en su propio pecho, como si fuera aquel don lo que hacía falsamente bombear su cenizo corazón-.
Algo no andaba bien. Sí, aquella bestia seguía merodeando, eso estaba claro. Pero no se trataba de eso. No negaremos que Christopher Marlowe es extremadamente peculiar en muchos sentidos. Tal vez también lo sea en cuanto a su humor hasta el punto de fingir que no conocía a aquella mujer de nada, si eso era lo que ella parecía buscar, por el motivo que fuera. Sin embargo, preguntar quién era él, romper la magia de ese rol tan divertido que habían comenzado con nombres falsos y falsas personalidades... algo empezaba a hacer aguas.
- ¿El plan más descabellado? Tal vez necesites hacer memoria -amenazó el inglés-.
Las pistas seguían llevando al escritor por el camino de la incomprensión, dejando en él un regusto de ofensa más que amargo. ¿Acaso no quería acordarse?
- Cuanto tienes que aprender sobre el nuevo Marlowe -declaró haciendo algo que prácticamente nunca recordaba haber hecho: proclamar su nombre a los cuatro vientos, aquel con el cual había sido bautizado y que arrastraba un legado que perduraría más que la longevidad que llevaría al propio vampiro hasta la última de sus épocas-.
Sus pasos comenzaron a sucederse, haciendo camino al andar. A sus espaldas, Christopher Marlowe escuchó un cristal romperse en pedazos. No era ningún espejo, no era ninguna ventana. Se trataba de la ignorancia de Carolina, del deseo de olvidar.
Christopher Marlowe- Vampiro Clase Alta
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Re: Fuego purificador {Christopher Marlowe}
De haber estado viva, viva realmente. De haber mi corazón bombeado, mis pulmones respirado y mi aliento expulsado por mis labios, todo ello se me hubiera parado allí mismo. Más pálida de lo que me había beneficiado por mi condición (oh, Dios santo, ¿era acaso posible eso, quedar tan blanquecina como las estatuas de mármol del camposanto?) al escuchar el nombre de mi acompañante. ¡Cómo se me había ocurrido olvidarme de tan sacrílego rostro! Quizá porque únicamente cubierto de sangre virgen era capaz de reconocerlo. Mal rayo me partiera a mi y a mis dos compañeros eternos, que durante mi infancia inmortal habían hecho de mi un monstruo verdadero.
De mis labios inconscientes salió su nombre una vez más. Marlowe. El Marlowe real, funesto, chiflado. Cuántas veces me había refugiado en sus hombros, junto con Friedrich Dvorak. Azorada de momento, un calor que en verdad no sentía comenzó a subirme por el cuerpo. Dios mío, así se siente una cuanto tiene delante un fantasma.
-Dios mío, Marlowe. -volví a emplear el nombre de un señor que ya no era mío ni me pertenecía en vano- Tenía tantas cosas preparadas para decirte a la cara, en caso de que algún día los hados nos volvieran a juntar... Pero ya he hecho las paces con el pasado, por muy decepcionante y derrotador que pueda parecer.
Quería decirle cuánto lo odié en su momento por dejarnos, hasta que me di cuenta de que ese odio no era otra cosa que envidia. Él había podido liberarse de la garra de Dvorak que aprisionaba nuestro cuello hasta casi ahogarme. ¿Cómo lo había conseguido? ¿Cómo se había atrevido a conseguirlo sin mi?
-Supongo que ya no distingo tu rostro sin la sangre decorando sus facciones. -me apresuré a poner en voz alta mis anteriores pensamientos, con cierta acritud en el tono con el que confeccioné tal frase sentenciosa- Pero, qué digo. No tengo derecho. -negué con la cabeza. ¿Quién era yo para hablar así cuando mi aparente virgen semblante también estaba salpicado?- Al menos uno de los dos escapó de su influjo. Yo me quedé con sus malos espíritus hasta que le dieron la muerte verdadera. Y aún así su visión todavía me perturba.
No hacía falta que diera nombres, Christopher Marlowe ya sabía a la perfección a quien me refería.
De mis labios inconscientes salió su nombre una vez más. Marlowe. El Marlowe real, funesto, chiflado. Cuántas veces me había refugiado en sus hombros, junto con Friedrich Dvorak. Azorada de momento, un calor que en verdad no sentía comenzó a subirme por el cuerpo. Dios mío, así se siente una cuanto tiene delante un fantasma.
-Dios mío, Marlowe. -volví a emplear el nombre de un señor que ya no era mío ni me pertenecía en vano- Tenía tantas cosas preparadas para decirte a la cara, en caso de que algún día los hados nos volvieran a juntar... Pero ya he hecho las paces con el pasado, por muy decepcionante y derrotador que pueda parecer.
Quería decirle cuánto lo odié en su momento por dejarnos, hasta que me di cuenta de que ese odio no era otra cosa que envidia. Él había podido liberarse de la garra de Dvorak que aprisionaba nuestro cuello hasta casi ahogarme. ¿Cómo lo había conseguido? ¿Cómo se había atrevido a conseguirlo sin mi?
-Supongo que ya no distingo tu rostro sin la sangre decorando sus facciones. -me apresuré a poner en voz alta mis anteriores pensamientos, con cierta acritud en el tono con el que confeccioné tal frase sentenciosa- Pero, qué digo. No tengo derecho. -negué con la cabeza. ¿Quién era yo para hablar así cuando mi aparente virgen semblante también estaba salpicado?- Al menos uno de los dos escapó de su influjo. Yo me quedé con sus malos espíritus hasta que le dieron la muerte verdadera. Y aún así su visión todavía me perturba.
No hacía falta que diera nombres, Christopher Marlowe ya sabía a la perfección a quien me refería.
Carolina Van de Valley- Vampiro Clase Media
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Re: Fuego purificador {Christopher Marlowe}
Ansioso, Marlowe se interesó por descubrir la existencia del mundo del cual tanto hablaba Carolina. Aquel en el que el pasado realmente se queda atrás, aquel en el que las heridas se curan y no continúan abriéndose por mucho que las lamas y relamas. Convencido, sin embargo, de la inexistente aura que deja tras de si un universo como aquel, absolutamente ilusorio, pasó a convencerse de igual forma de que la paz interior de la que presumía su acompañante era asimismo también ficticia.
- Nunca creíste a las brujas de Macbeth pero ah, ellas son las que hoy por hoy han logrado unir nuestros caminos, predestinados al encuentro por la magia de la vida y la muerte.
No negaremos que existe un Marlowe algo avergonzado, que agacha la cabeza y esconde la mano con la cual tiró la primera piedra años ha. No negaremos que ese Marlowe ha pedido a su compañero más comunicativo y extrovertido que interceda por él en la noche que aquí nos atañe. La de los reencuentros.
- En esta nueva época me conocen más por poner la nota de humor en la celebración más absurdamente respetable. Todavía no sé si se ríen conmigo o de mi, pero supongo que es algo que nunca llegaré a saber. Aunque tampoco me importa.
Algo que, no obstante, parecía preocuparle más o menos parecía ser el tono de reproche de su acompañante, que más tarde terminaría por desvanecerse.
- El pasado puede ser la peor de las enredaderas. Una tela de araña -comenzó a pensar en voz alta- inexpugnable, una amante peligrosa de la que cuesta desprenderse. Si es que alguna vez lo consigues -manifestó demostrando que más de un fantasma todavía rondaba el vagabundear de Marlowe-.
Lo siento tanto, pensó finalmente. Siento no haber estado allí.
Christopher Marlowe- Vampiro Clase Alta
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Re: Fuego purificador {Christopher Marlowe}
Una pequeña sonrisa dulcificó mi rostro, en esos momentos enturbiado por las siniestras memorias, al escuchar al poeta referenciar la obra de quien había sido su mayor tormento en otra vida (¿lo seguiría siendo ahora?). Después de todos los influjos a los que Friedrich nos había hecho sucumbir, el poeta siempre había sido la piedra angular, el timón de mi barco perdido. Una vez zarpó, me agarré a Dvorak como a un clavo ardiendo, y una vez muerto él, solo me quedaba yo misma con mis fallas y temores; el peor de los castigos. Más terrible incluso que la muerte misma a la que había intentando superar convirtiéndome en el monstruo que soy ahora.
-Yo te recuerdo. Tu legado está a salvo. -traté de insuflarle algo de ánimo. Aquella cara no era la que Marlowe solía dar al público, pero yo la conocía. Las conocía todas y cada una de ellas. Permanecí en silencio unos minutos, interiorizando sus categóricas palabras. Era lo que más admiraba y a la misma vez odiaba de los escritores; su capacidad para embellecer hasta las más terribles verdades. Ni siquiera la música era capaz de eso.
Seguí caminando, agarrando las faldas de mi vestido en un estúpido intento de que no se manchasen, pues los bajos ya estaban embadurnados de barro y agua de cloaca. No se escuchaba al enemigo.
-Lo que has dicho antes del pasado... ¿Alguna vez pensaste en nosotros, después de irte? -interrogué tras un rato en silencio. No había acritud en mi voz, al contrario que antes. Era auténtica y genuina curiosidad- Friedrich te despreciaba. Escupía tu nombre y, al poco tiempo, ya ni siquiera quiso pronunciarlo. Era cruel con los demás (a veces, incluso conmigo), pero siempre nos tuvo en estima a los dos. -aspiré aire para luego volver a añadir:- Le dolió perderte; a su extraña y retorcida manera.
Esquivé un charco. Nuestras figuras se mimetizaban completamente con las sombras. No precisaba de artilugio ninguno para vislumbrar con cierta claridad lo que ojos humanos, menos agudos, serían incapaces de visualizar sin la ayuda de un par de antorchas.
-¿Qué hiciste después? ¿A dónde fuiste? ¿A quién conociste? ¿Qué sitios viste? -notaba como la sed de historias nuevas y fascinantes me jugaba una mala pasada en mi papel de compañera del alma dolida- Perdona, demasiadas preguntas.
-Yo te recuerdo. Tu legado está a salvo. -traté de insuflarle algo de ánimo. Aquella cara no era la que Marlowe solía dar al público, pero yo la conocía. Las conocía todas y cada una de ellas. Permanecí en silencio unos minutos, interiorizando sus categóricas palabras. Era lo que más admiraba y a la misma vez odiaba de los escritores; su capacidad para embellecer hasta las más terribles verdades. Ni siquiera la música era capaz de eso.
Seguí caminando, agarrando las faldas de mi vestido en un estúpido intento de que no se manchasen, pues los bajos ya estaban embadurnados de barro y agua de cloaca. No se escuchaba al enemigo.
-Lo que has dicho antes del pasado... ¿Alguna vez pensaste en nosotros, después de irte? -interrogué tras un rato en silencio. No había acritud en mi voz, al contrario que antes. Era auténtica y genuina curiosidad- Friedrich te despreciaba. Escupía tu nombre y, al poco tiempo, ya ni siquiera quiso pronunciarlo. Era cruel con los demás (a veces, incluso conmigo), pero siempre nos tuvo en estima a los dos. -aspiré aire para luego volver a añadir:- Le dolió perderte; a su extraña y retorcida manera.
Esquivé un charco. Nuestras figuras se mimetizaban completamente con las sombras. No precisaba de artilugio ninguno para vislumbrar con cierta claridad lo que ojos humanos, menos agudos, serían incapaces de visualizar sin la ayuda de un par de antorchas.
-¿Qué hiciste después? ¿A dónde fuiste? ¿A quién conociste? ¿Qué sitios viste? -notaba como la sed de historias nuevas y fascinantes me jugaba una mala pasada en mi papel de compañera del alma dolida- Perdona, demasiadas preguntas.
Carolina Van de Valley- Vampiro Clase Media
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Re: Fuego purificador {Christopher Marlowe}
Si como ángel pudiera elevarse por encima de las nubes y como hijo del mismísimo Cronos sus capacidades le llevaran a surcar olas de tiempo, viviría tiempos pretéritos sin acceder o interferir en estos. Se sumaría al vulgo y juzgaría sus propias hazañas desde lejos. Pues no hubo triunvirato más peligroso o sanguinario que la historia no haya olvidado pero cuyos recuerdos de existencia tal permanecen todavía a fuego en la mente de quienes, desde dentro, lo hicieron posible. Y es que Europa no fue más que una débil dama que palideció ante monstruos de bello rostro pero dientes afilados.
Que si alguna vez había pensado en ellos, repitió el vampiro para si, lanzando desesperado una sonrisa inesperada pero de corta duración que matizaría lo que estaba a punto de decir.
- Hay cosas que es imposible olvidar -comenzó, pareciendo incluso que hablaba de los tiempos vividos con sus compañeros, donde parecía poder llegar a sentirse más completo que de costumbre. No obstante, ese no era el caso-. Supongo que cuando matas a cientos de personas o vuelves locos a otros cientos, la culpa nunca permite que te olvides de nada. ¿No te ha pasado? ¿O soy yo el único loco en este circo de payasos tristes?
Absorto en sus decaídas personales, ignoró el nombre de Friedrich, al cual regresaría más adelante.
- No me extraña que yo, calamidad entre calamidades, diera con alguien como Friedrich y que a pesar de las vejaciones ocasionales, permaneciera a su lado. ¿Nunca te ha ocurrido? ¿Haberte quedado embaucada por alguien con la carisma y habilidades suficientes para conseguir mantener en el tiempo ese hilo rojo que todavía tira de ti?
Si el vampiro no hubiera estado tan ocupado lamiéndose las heridas, seguramente estaría escuchando el jolgorio que su coetáneo parecía montar en su sesera, risueño siempre ante la idea de que el no vivo sufra, sin importar quién sea el causante de este dolor. Receloso también ante la idea de que otra persona pueda hacerle sufrir en grado similar al suyo.
- No creo que este sea el mejor lugar para algo así. Ni nosotros -pensó echando un vistazo de arriba hacia abajo a sus ropajes y los de su compañera, enfangados a más no poder- estemos en la mejor situación.
Sin embargo, la luz comenzaba a reflejarse al final de alguna clase de túnel. Física y metafóricamente. Hecho que hizo más ligero todavía el paso del inglés volviendo a asir la mano de la mujer, esperando que nunca más el tiempo volviera a separarlos.
Christopher Marlowe- Vampiro Clase Alta
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Re: Fuego purificador {Christopher Marlowe}
La culpa. Esa gran compañera de viaje. Todo lo hermoso que nos confería nuestro estado "inmortal" quedaba embarrado por las atrocidades de nuestros instintos. Instintos que cada noche luchaba por detener. ¿Cómo frenar lo que se es; algo que está tan encasquillado en las carcasas del putrefacto corazón de uno? Todas las noches. Todas las noches de la existencia. La guerra contra una misma se hacía agotadora y temía que algún día perdiera las fuerzas y, sencillamente, me dejara llevar. ¿Sería eso lo que le ocurrió al maestro?
Había cierto desahogo hipócrita el saber que no era la única del detestable trío a quien le pesaban los delitos. Compartir una carga tan pesada me había quitado, de pronto, un enorme peso del pecho. Desvié la vista, dando a entender que, efectivamente, ahora éramos dos locos en el circo de payasos tristes, como bien había dicho el poeta, embelleciendo la crueldad con líricas palabras.
-Cuando Dvorak me encontró tenía miedo a la muerte y soñaba con lo excéntrico. Friedrich inmortalizaba ambas cosas. Esos dos sentimientos fueron los que me llevaron hasta aquí. -confesé, sorprendida incluso yo misma de mi propia sinceridad abrupta. Pero, si no era yo misma con Marlowe, ¿con quién lo iba a ser? Él, de todos, era el que más derecho tenía a mi franqueza.
Agarré su mano cuando me la tendió, por primera vez en muchísimo tiempo, y una sensación familiar me invadió. Ahí, a pesar de todo, estaba con los míos.
-Tienes razón. Vayamos a otro sitio. -concordé, echando un vistazo a los bajos de mis faldas, sucios y enfangados- Necesito hablar, si es que aún quieres escuchar.
Sí. Necesitaba. Tenía que expulsar todo el veneno enquistado durante tantos años. Todo el mal. Quizá, a fin de cuentas, lo que quería era un amigo del pasado. Nadie, absolutamente nadie, mejor que Marlowe podría llegar a entender lo que me aplastaba el pecho y apagaba mis sentidos.
Había cierto desahogo hipócrita el saber que no era la única del detestable trío a quien le pesaban los delitos. Compartir una carga tan pesada me había quitado, de pronto, un enorme peso del pecho. Desvié la vista, dando a entender que, efectivamente, ahora éramos dos locos en el circo de payasos tristes, como bien había dicho el poeta, embelleciendo la crueldad con líricas palabras.
-Cuando Dvorak me encontró tenía miedo a la muerte y soñaba con lo excéntrico. Friedrich inmortalizaba ambas cosas. Esos dos sentimientos fueron los que me llevaron hasta aquí. -confesé, sorprendida incluso yo misma de mi propia sinceridad abrupta. Pero, si no era yo misma con Marlowe, ¿con quién lo iba a ser? Él, de todos, era el que más derecho tenía a mi franqueza.
Agarré su mano cuando me la tendió, por primera vez en muchísimo tiempo, y una sensación familiar me invadió. Ahí, a pesar de todo, estaba con los míos.
-Tienes razón. Vayamos a otro sitio. -concordé, echando un vistazo a los bajos de mis faldas, sucios y enfangados- Necesito hablar, si es que aún quieres escuchar.
Sí. Necesitaba. Tenía que expulsar todo el veneno enquistado durante tantos años. Todo el mal. Quizá, a fin de cuentas, lo que quería era un amigo del pasado. Nadie, absolutamente nadie, mejor que Marlowe podría llegar a entender lo que me aplastaba el pecho y apagaba mis sentidos.
Carolina Van de Valley- Vampiro Clase Media
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