AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Satisfacción → Christopher Marlowe
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Satisfacción → Christopher Marlowe
“La lujuria merece tratarse con piedad y
disculpa cuando se ejerce para aprender a amar”.
Dante Alighieri.
disculpa cuando se ejerce para aprender a amar”.
Dante Alighieri.
Y observó, lo hizo durante mucho tiempo, contempló el sol por detrás de las cortinas gruesas que cubrían los ventanales de su casa. Eran amplios, por eso se trataba de un gran riesgo, uno que le gustaba correr, porque era la única forma de poder sentir algo que no fuera dolor, sino temor. No importaba que tanto dolor estuviera experimentando, lo disfrutaba de alguna manera masoquista.
Así se quedaba todos los días, dejando que el tiempo transcurriera, que los segundos se volvieran eternidades, y que el aburrimiento ya no existiera. Hilda había aprendido a poner su mente en blanco, supo cómo desconectar sus sentidos y volverse un muerto más que un ser con vida. Pasaba su encierro de miles de soledades para recordar porque su existencia era maravillosa si jodía la de los demás. Era tan infeliz que su dolor parecía que lo disfrutaba. Era una desgracia que sólo avanzaba por inercia, aún no encontraba el motivo; su motivo.
Llegó la noche. Silenciosa y sigilosa como los pasos de un inmortal, esperando ser discreta para poder esconder sus peores secretos. Llegó la noche para dejar a la vampiresa andar y poder disfrutar de la infelicidad que ocasionaba en los demás.
Hilda avanzó por las calles parisinas. Disfrutó de los diversos olores que llegaban a sus fosas nasales y degustaba de uno que otro cuello que se quería pasar de chistoso con ella. Esa era una de las grandes ventajas de ser vampiro y mujer: los riesgos ya no existen. ¿Cómo cambiar la monotonía de la vida eterna? Ella llevaba un tiempo repitiendo la rutina, muy en el fondo creía que algún día eso le llevaría a un milagro divino, aunque no lo mereciera. Terminó por converse que no estaba para esperar, que lo necesario era dar un giro por ella misma. Disfrutaba haciendo daño, infringiendo sufrimiento, sí, pero no era ni su motivo, ni su propósito, ¿Por qué no cambiar una noche? Claro que se podía.
¿Dónde sería casi imposible encontrar a una mujer abnegada y decidida de tener un bebé dentro de su barriga? Lo pensó por mucho tiempo, pero al final decidió. El burdel era un lugar fuera de lo común. Quizá recordar el placer sexual no le caería nada mal. Llevaba un par de décadas sin recordar el goce de la penetración. ¿Y si buscaba otras alternativas de distracción?
Sedienta de algo más para su eternidad, se adentró al recinto del placer. Recibió ofertas, algunas más generosas que otras, y en diversas ocasiones las palabras resultaban más escandalosas. Curiosa prefirió sentarse a observar. Analizó el comportamiento de todos, pero fue uno el que la llevó a sentir una mayor necesidad. La curiosidad la estaba traicionando.
Hilda sintió el olor a muerte y se acercó. Escuchó el melodramático relató y refunfuñó. Le dio pena, vergüenza y ganas de desaparecer su patética existencia. Cuando aquella criatura creyó que el control se encontraba de su parte, fue cuando avanzó e interrumpió.
– Vete de aquí – Ordenó a la jovencita que se encontraba en aquel regazo – Ni un par de francos merece que te dejes engatusar así – Señaló. ¿Acaso creía que podía engañar a todos los demás? – A ti debería de darte vergüenza. – Se burló pero al instante se sentó a su lado.
Así se quedaba todos los días, dejando que el tiempo transcurriera, que los segundos se volvieran eternidades, y que el aburrimiento ya no existiera. Hilda había aprendido a poner su mente en blanco, supo cómo desconectar sus sentidos y volverse un muerto más que un ser con vida. Pasaba su encierro de miles de soledades para recordar porque su existencia era maravillosa si jodía la de los demás. Era tan infeliz que su dolor parecía que lo disfrutaba. Era una desgracia que sólo avanzaba por inercia, aún no encontraba el motivo; su motivo.
Llegó la noche. Silenciosa y sigilosa como los pasos de un inmortal, esperando ser discreta para poder esconder sus peores secretos. Llegó la noche para dejar a la vampiresa andar y poder disfrutar de la infelicidad que ocasionaba en los demás.
Hilda avanzó por las calles parisinas. Disfrutó de los diversos olores que llegaban a sus fosas nasales y degustaba de uno que otro cuello que se quería pasar de chistoso con ella. Esa era una de las grandes ventajas de ser vampiro y mujer: los riesgos ya no existen. ¿Cómo cambiar la monotonía de la vida eterna? Ella llevaba un tiempo repitiendo la rutina, muy en el fondo creía que algún día eso le llevaría a un milagro divino, aunque no lo mereciera. Terminó por converse que no estaba para esperar, que lo necesario era dar un giro por ella misma. Disfrutaba haciendo daño, infringiendo sufrimiento, sí, pero no era ni su motivo, ni su propósito, ¿Por qué no cambiar una noche? Claro que se podía.
¿Dónde sería casi imposible encontrar a una mujer abnegada y decidida de tener un bebé dentro de su barriga? Lo pensó por mucho tiempo, pero al final decidió. El burdel era un lugar fuera de lo común. Quizá recordar el placer sexual no le caería nada mal. Llevaba un par de décadas sin recordar el goce de la penetración. ¿Y si buscaba otras alternativas de distracción?
Sedienta de algo más para su eternidad, se adentró al recinto del placer. Recibió ofertas, algunas más generosas que otras, y en diversas ocasiones las palabras resultaban más escandalosas. Curiosa prefirió sentarse a observar. Analizó el comportamiento de todos, pero fue uno el que la llevó a sentir una mayor necesidad. La curiosidad la estaba traicionando.
Hilda sintió el olor a muerte y se acercó. Escuchó el melodramático relató y refunfuñó. Le dio pena, vergüenza y ganas de desaparecer su patética existencia. Cuando aquella criatura creyó que el control se encontraba de su parte, fue cuando avanzó e interrumpió.
– Vete de aquí – Ordenó a la jovencita que se encontraba en aquel regazo – Ni un par de francos merece que te dejes engatusar así – Señaló. ¿Acaso creía que podía engañar a todos los demás? – A ti debería de darte vergüenza. – Se burló pero al instante se sentó a su lado.
Última edición por Hilda Eddowes el Sáb Feb 10, 2018 12:28 pm, editado 1 vez
Hilda Eddowes- Vampiro Clase Media
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Re: Satisfacción → Christopher Marlowe
El hombre ha nacido para vivir entre las convulsiones de la
inquietud o en la letargia del aburrimiento.
Voltaire
inquietud o en la letargia del aburrimiento.
Voltaire
La buhardilla de Christopher Marlowe tenía pocas posibilidades de convertirse de la noche a la mañana en el lugar más confortable o espacioso con el que alguien pudiera toparse en la ciudad gala. Resultaba en no pocas ocasiones el lugar más frío y solitario de cuantos se podían visitar. Al margen del poco espacio y la estancia de madera, sin contar tampoco con el fervor de la chimenea encendida que más de una vez helaba de forma incoherente los pies del escritor.
Si existía un espacio más solitario que aquella ratonera era el corazón del propio dramaturgo. Lugar de paso para muchos pero donde nadie buscaba nunca el calor del sedentarismo. Hombres, mujeres, da igual que fueran ratas de alcantarilla o acaudalados señores de nobleza más que evidente. Todo resultaba tan efímero en las relaciones personales como le prometía su propia y nueva naturaleza. Ellos se van y yo sigo aquí -pensaba el vampiro a diario-. ¿No es lo que habías pedido? ¿No es lo que clamaste a un Dios que resultó ser el mismísimo Diablo? La dulce y trémula inmortalidad con el fin de que tu obra nunca muriera -reprendía a diario también ese quebradero de cabeza que se había hecho llamar poeta en una ocasión-. Sí, eso estaba claro. Marlowe nunca estaría completamente sólo. Siempre tendría en su mente la voz de aquel que fuera discípulo y profesor, amante y enemigo: su coetáneo, William Shakespeare.
Marlowe nadaba en hipocresía. No quería seguir viendo los fantasmas de su pasado recordándole lo triste que era. Se movía de un lugar a otro, buscando siempre un sitio en el que fuera bien recibido y donde alguien, una décima de segundo, le hiciera sentir que no se encontraba solo en aquel mundo de lunas interminables.
Tarde o temprano sus pasos le llevarían a un lugar donde un par de francos podían conseguir objetivo tan fatigoso. Nunca había recurrido a la prostitución y no tenía intención de hacerlo tampoco. Tal vez el sector más triste de un lugar como aquel, el de los que sólo van para hablar y que les den el abrazo que su madre nunca les dio.
Aún con todo, el vampiro siempre llevaba consigo el método más efectivo a la hora de no plantarse frente a los reveladores primeros rayos del sol de la mañana: el humor. Empapado de él hasta ahogarse, bañaba a los que le rodeaban casi sin buscarlo. Es por ello que más de una de las compañías femeninas de aquel lugar estaban encantadas de cruzar algunas palabras con el escritor, que siempre tenía nuevas historias que contarles y con las que amenizar las noches de almohadas y rodillas doloridas.
Fue extraño entonces que dado el peculiar trato del británico, una mujer a la que nunca había visto antes y que se atrevió a acercarse y sentarse a su lado, le recriminara dicho comportamiento.
- De lo único de lo que me atrevo a avergonzarme es de no llevar ropa interior tanto como debería. ¿Pero de ser de los pocos caballeros que tratan a la pobre Catarina como a una dama? No, de eso no me avergüenzo.
Aquella actitud resultaba cuanto menos curiosa y no tardó en despertar el interés del no-vivo.
- ¿Sabes qué? Hieres a celos -bromeó-, pero si hay algo a lo que hueles más todavía es a muerte. Y aquí viene mi siguiente pregunta: ¿qué hace una mujer que no parece ser prostituta y que bebe de la luna llena tanto como yo en un sitio como este? Podría asumir que puedes perfectamente (y pecaminosamente) mantener relaciones con jóvenes mujeres como estas, pero entonces no me habrías recriminado nada. A no ser que bebas tanto de la hipocresía como de la luna -finalizó acomodándose hacia su interlocutora para facilitar la conversación-.
Una chispa se había encendido en aquel instante. La que brillaba en los ojos del dramaturgo y prometía fundir la nada y el desdén en busca de algo que ni siquiera tenía nombre todavía.
Christopher Marlowe- Vampiro Clase Alta
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Re: Satisfacción → Christopher Marlowe
¿Celos? La interpretación de los celos variaba en cada cabeza, sin embargo la gran mayoría lo relacionaba con las relaciones amorosas o sexuales; aquello no era su caso. Hilda no extrañaba el contacto físico, no lo recordaba y mucho menos pensaba en él, aquella acción se esfumó en el momento en que pasó a la inmortalidad y que no pudo ver a su hijo crecer. No había sentido para vivir, tampoco un motivo para morir. ¿Por qué se complicaba tanto y seguía lamentando un pasado que nunca más pasaría? Si tan sólo fuera humana otra cosa sería de ella. Podría rehacer sus sueños y plasmarlos, podría embarazarse y encontrar motivos para luchar, pero no podía, tristemente ya nada era una opción. ¿Celos? Sí, tenía celos de la humanidad de aquellas prostitutas apestosas que dormían con cuanto hombre pagara por ellas en aquel burdel. Él tenía razón.
¿Qué hacía Hilda aquella noche fría en aquel burdel? Su miserable existencia se volvía nada cuando conocía las historias de vida que danzaban entre las mesas. Más de una puta lloraba mientras era profanada, muchos hombres perdían la conciencia y el estatus después de tres copas de alcohol y en algunos casos la verdadera preferencia sexual resaltaba; era un lugar de olvido y al mismo tiempo de verdades, donde creían que solamente desnudaban la piel pero en realidad corrían para tener la posibilidad de desnudar su alma. Por eso iba, para mostrar parte de lo que era y poder sentir alivio de sus penas.
— Tal parece que eres una criatura inteligente y que sabe utilizar el verbo de manera espléndida — Sus ojos carmesí se tomaron con la mirada oscura y profunda de aquel vampiro. Le agradaban los de su raza, al menos los que sacaban ventaja para inyectarse conocimientos y experiencias, no aquellos que simplemente se dejaban llevar por sus instintos. — Te ves triste y miserable, tanto como yo, por eso venimos a buscar consuelo en medio de jadeos, lagrimas y desconcierto. ¿No es así? — Ella deseaba poder salir del circulo vicioso en el que sola se metió, la decisión la tenía, por eso con pasos lentos pero firmes, comenzaba a hacerlo. El burdel en muchas ocasiones podía resultar terapéutico. Al menos para ambas criaturas.
— Extrañamente esta noche somos solo dos vampiros visitando un lugar que debería encerrarnos en cubículos para retozar y ninguno tiene la mínima intención — Le sonrió con mediana complicidad. — No estamos tan solos en este mundo como parece. ¿No lo cree? — Parecía que se estaba burlando, sin embargo no lo hacía, quizá de ella sí, pero de la criatura no. Hilda odiaba al ajeno simplemente por podía y se le daba la gana, sí, pero tampoco iba caminando por la inmortalidad haciendo añicos a los demás. Estaba infeliz y amargada, creyendo que los demás merecían tragos de tanto sufrimiento; últimamente no lo deseaba tanto para quien la acompañaba intermitentemente al andar. ¿Estaba cambiando? ¿Era el momento? Sí.
— Catarina es una buena chica — Sí, las conocía a todas, en ocasiones las ayudaba a poder seguir viviendo y llevarse alimento a la boca, siempre y cuando no llegaran a embarazarse. — Así como casi todas las que trabajan aquí, tus historias pueden ilusionarlas y creerse cuentos que no sucederán, ellas son frágiles humanas — ¿Hipocresía? Los dos podían serlo aunque la perspectiva fuera completamente distinta. — Me llamaban Hilda y me siguen llamando así — Se presentó sin protocolo, ¿para que utilizarlos? Ellos no pertenecían a esa sociedad estricta y mucho menos estaban en el lugar para tener que fingirlo. Giró su cuerpo e hizo una seña hacía el tabernero. Se conocían también, era cliente frecuente de unos preparados especiales que ese hombre elaboraba, aunque debía reconocer que no tenía idea a que sabía. Llegó a los minutos con bebidas. — Por una buena velada — Sonrió alzando aquel vaso barato con alcohol de mediana calidad. ¿Qué podía esperar tener en un lugar así? Unas bolsas de sangre serían ideales. ¡Qué escándalo para el dueño!
— No seré una de esas jovencitas pero puede contarme su historia real — Si hablaban de hipocresía, ¿Por qué no la dejaban a un lado y se hablaban sin tapujos y con la verdad?
¿Qué hacía Hilda aquella noche fría en aquel burdel? Su miserable existencia se volvía nada cuando conocía las historias de vida que danzaban entre las mesas. Más de una puta lloraba mientras era profanada, muchos hombres perdían la conciencia y el estatus después de tres copas de alcohol y en algunos casos la verdadera preferencia sexual resaltaba; era un lugar de olvido y al mismo tiempo de verdades, donde creían que solamente desnudaban la piel pero en realidad corrían para tener la posibilidad de desnudar su alma. Por eso iba, para mostrar parte de lo que era y poder sentir alivio de sus penas.
— Tal parece que eres una criatura inteligente y que sabe utilizar el verbo de manera espléndida — Sus ojos carmesí se tomaron con la mirada oscura y profunda de aquel vampiro. Le agradaban los de su raza, al menos los que sacaban ventaja para inyectarse conocimientos y experiencias, no aquellos que simplemente se dejaban llevar por sus instintos. — Te ves triste y miserable, tanto como yo, por eso venimos a buscar consuelo en medio de jadeos, lagrimas y desconcierto. ¿No es así? — Ella deseaba poder salir del circulo vicioso en el que sola se metió, la decisión la tenía, por eso con pasos lentos pero firmes, comenzaba a hacerlo. El burdel en muchas ocasiones podía resultar terapéutico. Al menos para ambas criaturas.
— Extrañamente esta noche somos solo dos vampiros visitando un lugar que debería encerrarnos en cubículos para retozar y ninguno tiene la mínima intención — Le sonrió con mediana complicidad. — No estamos tan solos en este mundo como parece. ¿No lo cree? — Parecía que se estaba burlando, sin embargo no lo hacía, quizá de ella sí, pero de la criatura no. Hilda odiaba al ajeno simplemente por podía y se le daba la gana, sí, pero tampoco iba caminando por la inmortalidad haciendo añicos a los demás. Estaba infeliz y amargada, creyendo que los demás merecían tragos de tanto sufrimiento; últimamente no lo deseaba tanto para quien la acompañaba intermitentemente al andar. ¿Estaba cambiando? ¿Era el momento? Sí.
— Catarina es una buena chica — Sí, las conocía a todas, en ocasiones las ayudaba a poder seguir viviendo y llevarse alimento a la boca, siempre y cuando no llegaran a embarazarse. — Así como casi todas las que trabajan aquí, tus historias pueden ilusionarlas y creerse cuentos que no sucederán, ellas son frágiles humanas — ¿Hipocresía? Los dos podían serlo aunque la perspectiva fuera completamente distinta. — Me llamaban Hilda y me siguen llamando así — Se presentó sin protocolo, ¿para que utilizarlos? Ellos no pertenecían a esa sociedad estricta y mucho menos estaban en el lugar para tener que fingirlo. Giró su cuerpo e hizo una seña hacía el tabernero. Se conocían también, era cliente frecuente de unos preparados especiales que ese hombre elaboraba, aunque debía reconocer que no tenía idea a que sabía. Llegó a los minutos con bebidas. — Por una buena velada — Sonrió alzando aquel vaso barato con alcohol de mediana calidad. ¿Qué podía esperar tener en un lugar así? Unas bolsas de sangre serían ideales. ¡Qué escándalo para el dueño!
— No seré una de esas jovencitas pero puede contarme su historia real — Si hablaban de hipocresía, ¿Por qué no la dejaban a un lado y se hablaban sin tapujos y con la verdad?
Hilda Eddowes- Vampiro Clase Media
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Re: Satisfacción → Christopher Marlowe
Era imposible no apreciar el aura de melancolía que perseguía a aquella mujer, obligándola a arrastrar los pies, a cuestas con algún tipo de penitencia que no se dejaba intuir.
- Espléndida es también tu capacidad de comprensión, si así me ves.
Marlowe no estaba acostumbrado al tuteo. Se regocijaba en los buenos modales por mucho que en ocasiones rompiera con ellos sin pudor alguno. Sin embargo, aquella diablesa le había atacado a base de confianzas y él no pensaba contestarle de otra manera.
- ¿Existe acaso alguno de los nuestros que no se sienta tan triste y miserable como nosotros ahora mismo? La inmortalidad es la peor de las amantes. Para que luego hablen de la frigidez de las inglesas.
Tal vez fuera el lugar. Tal vez la compañía. A lo mejor el rostro de Hilda le procuraba algún tipo de consuelo o simplemente se sentía en parte identificado con el color de su aura.
- Quizás entre las sombras se esconda algo más que tristeza y amargura, pero no sepamos verlo... – contestó el vampiro, sin dejar de mirar a Hilda a los ojos y sintiendo esa familiaridad del que comparte penitencia-. Tal vez haya una luz al final del túnel pero nosotros, ilusos, nos rindamos a medio camino.
Demasiados años de podredumbre para intuir luz alguna. Muerto ya de desesperanza, pocas eran las ilusiones que florecían en el corazón del dramaturgo. Promesas de obras donde las musas se rendían a medio terminar, amistades refulgentes que desaparecían con el final de cada acto, cuando el telón ocultaba el escenario de la vida.
- No te preocupes, mi intención al contar cualquier historia a cualquiera de estas mujeres sólo es la de poder ofrecerles un buen rato. Que por una vez alguien se lo ofrezca a ellas. Que por una vez sonrían escuchando las palabras de un hombre y no se sientan asqueadas por escuchar los rebuznos de otro.
A Christopher Marlowe le gustaban las mujeres. En términos humanos eso podría significar un sinfín de ecuaciones corrompidas por el deseo, la lujuria y la capacidad de posesión. El isabelino llevaba los suficientes años a sus espaldas y ya en su época resultó un hombre aventajado cuando escribió sin tapujos sobre un humanismo que comenzaba a dejar atrás a la Iglesia, como para tener otro concepto del gusto. A Christopher Marlowe le gustaban las mujeres. Las admiraba, las escuchaba.
- Que curioso. A mi me llaman Charles, pero he de confesarte que no siempre me han llamado así.
Tantos años con vida que si alguien le preguntaba qué nombre había dado a cada quien en cada época o ciudad, lo más probable es que contestara con uno nuevo. Nació como Christopher Marlowe y murió de igual forma. Jugó con nombres que consiguieron agradarle -Charles, Clayton, Carlisle, Constantine, Cornelius… - y coronó estos con sus correspondientes apellidos, todos nacidos de la letra M.
- Si hay algo que me gusta más que una mujer es una mujer que bebe. Salud – declaró finalmente engullendo aquel líquido del cual todavía creía recordar su sabor- Hagamos algo. Yo te contaré algo sobre mi si tú haces lo mismo. Y en el momento en que uno de los dos quiera preguntar algo, también podrá.
En un juego donde ninguna de las reglas requerían la verdad, todo valía.
Christopher Marlowe- Vampiro Clase Alta
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Re: Satisfacción → Christopher Marlowe
Aquella época definitivamente no era la suya, no correspondía a sus creencias y mucho menos a los deseos que llegó a tener en el paso y que ahora la gobernaban. Ser mujer no resultaba fácil, aunque ser vampiresa tenía grandes ventajas, aunque a la luz del sol no se llegaran a ver. Ella aborrecía tener que actuar una conducta que no se relacionaba meramente a su forma de ser; era educada, de eso no había duda, pero su forma de expresar y palabras no tenían que ver con falta de respeto, simplemente le gustaba hablarle a alguien con confianza y como si se trataran de un igual. Cuando la transformación llegaba a tu vida para volverte inmortal, resulta más complicado de lo que parecía, poder seguir llevando reglas sociales de humanos, al menos le resultaba un fastidio a ella. Sin importar con quien estuviera, no cambiaría esa forma de ser que tanto la caracterizaba y sumergía al mismo tiempo.
¿Acaso aquello era una indirecta? Ella sólo podía ser llamada mujer porque su anatomía lo dictaba, sin embargo, ya poco reconocía en su ser, elle término. Era un monstruo por donde se le viera, sin importar su belleza. ¿Y beber? Bueno, no es algo que le apeteciera demasiado. ¿Para qué? Ya no se tenía el mismo efecto que el pasado y el sabor no era de su agrado. Para fingir estaba bien, aunque con él no tenía porque hacerlo. Quizá solo necesitaba seguirse un poco la corriente. Jugaría un poco o al menos lo intentaría. Ya estaba dejando que la amargura la consumiera demasiado, era momento de buscar frescura. Por eso había llegado a ese lugar.
— No me da vergüenza contar mi historia — Dio un trago al vaso repleto de alcohol que poseía — Es una de muchas, igual a un par con ligeros detalles distintos, pero sigue siendo una historia más — Suspiró al mismo tiempo que giraba su cuerpo para observar aquel mágico panorama. Los burdeles le causaban repulsión, aunque reconocía que también eran fascinantes. Los humanos y diversas criaturas se dejaban llevar por sus instintos más que por la razón y esa era la esencia pura de un ser. ¿Por qué ella era tan tranquila en esos momentos? Porque la locura no invadía del todo su cabeza y sabía que su venganza a cualquiera, era una total ridiculez.
— Fui una heredera, me casé con el mejor prospecto, muy atractivo, por cierto. — Bromeó — Ese hombre tenía un buen corazón, por eso llegué a amarlo de verdad — Confesó mostrando melancolía en la sonrisa que se le había dibujado en el rostro. No extrañaba ser humana, solo había deseado una cosa en vida y no había nacido para eso. Estaba rota de la mitad para arriba. — Nos costó tener un bebé y al final lo perdimos, eso me causó un shock muy fuerte y cambié. ¿Cómo me convirtieron? Lo no recuerdo, o quizá sí, pero en ocasiones finjo que no recuerdo — Se burló — Ahora vago por vagar, aún no encuentro el propósito que necesito para seguir adelante. Y mato a quien tiene el privilegio de ser y tener lo que yo nunca más podré, porque eso me satisface — Giró el rostro lo suficiente para poder encontrarse con la mirada ajena y poder contemplar el pesar del hombre. Ambos se notaban afectados de sus historias pero parecía que no deseaban dejarla ir. Aún dolían, quizá siempre lo harían por el deseo tan fuerte que se tenía de tenerlas.
— ¿Acaso una vampiresa puede dar a luz a una criatura? — Se burló de ella misma — Ese era mi único deseo — Confesó con amargura. — Sí, es algo tan común y trivial. Lo sé. No me avergüenzo de decirlo, era un deseo como muchos otros que se quedan en eso, en deseo — Se acercó un poco más a él y recargó su rostro en su pecho — Ahora consuéleme o cuénteme un poco de usted para olvidar esta amargura — Se burló y aspiró el aroma del inmortal, de vez en cuando gustaba de beber de ellos.
¿Acaso aquello era una indirecta? Ella sólo podía ser llamada mujer porque su anatomía lo dictaba, sin embargo, ya poco reconocía en su ser, elle término. Era un monstruo por donde se le viera, sin importar su belleza. ¿Y beber? Bueno, no es algo que le apeteciera demasiado. ¿Para qué? Ya no se tenía el mismo efecto que el pasado y el sabor no era de su agrado. Para fingir estaba bien, aunque con él no tenía porque hacerlo. Quizá solo necesitaba seguirse un poco la corriente. Jugaría un poco o al menos lo intentaría. Ya estaba dejando que la amargura la consumiera demasiado, era momento de buscar frescura. Por eso había llegado a ese lugar.
— No me da vergüenza contar mi historia — Dio un trago al vaso repleto de alcohol que poseía — Es una de muchas, igual a un par con ligeros detalles distintos, pero sigue siendo una historia más — Suspiró al mismo tiempo que giraba su cuerpo para observar aquel mágico panorama. Los burdeles le causaban repulsión, aunque reconocía que también eran fascinantes. Los humanos y diversas criaturas se dejaban llevar por sus instintos más que por la razón y esa era la esencia pura de un ser. ¿Por qué ella era tan tranquila en esos momentos? Porque la locura no invadía del todo su cabeza y sabía que su venganza a cualquiera, era una total ridiculez.
— Fui una heredera, me casé con el mejor prospecto, muy atractivo, por cierto. — Bromeó — Ese hombre tenía un buen corazón, por eso llegué a amarlo de verdad — Confesó mostrando melancolía en la sonrisa que se le había dibujado en el rostro. No extrañaba ser humana, solo había deseado una cosa en vida y no había nacido para eso. Estaba rota de la mitad para arriba. — Nos costó tener un bebé y al final lo perdimos, eso me causó un shock muy fuerte y cambié. ¿Cómo me convirtieron? Lo no recuerdo, o quizá sí, pero en ocasiones finjo que no recuerdo — Se burló — Ahora vago por vagar, aún no encuentro el propósito que necesito para seguir adelante. Y mato a quien tiene el privilegio de ser y tener lo que yo nunca más podré, porque eso me satisface — Giró el rostro lo suficiente para poder encontrarse con la mirada ajena y poder contemplar el pesar del hombre. Ambos se notaban afectados de sus historias pero parecía que no deseaban dejarla ir. Aún dolían, quizá siempre lo harían por el deseo tan fuerte que se tenía de tenerlas.
— ¿Acaso una vampiresa puede dar a luz a una criatura? — Se burló de ella misma — Ese era mi único deseo — Confesó con amargura. — Sí, es algo tan común y trivial. Lo sé. No me avergüenzo de decirlo, era un deseo como muchos otros que se quedan en eso, en deseo — Se acercó un poco más a él y recargó su rostro en su pecho — Ahora consuéleme o cuénteme un poco de usted para olvidar esta amargura — Se burló y aspiró el aroma del inmortal, de vez en cuando gustaba de beber de ellos.
Hilda Eddowes- Vampiro Clase Media
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