Flèche sort [Rivaille]

por **Aaya Maciej** Sáb Ago 01, 2015 5:29 pm

La llegada a la ciudad había sido tediosa, los primeros días mi cuerpo quedó devastado con aquella fiesta a la que había tenido que asistir. Para mi desgracia, en ella no había encontrado ninguna realeza que fuese sobrenatural. Sí algunos hechiceros, podía notarlos con solo verlos caminar, emanaban auras de todos los colores. Pero no eran mi fuerte, mi familia, cazadora por herencia, jamás había ido detrás de ellos. Nos concentrábamos más en vampiros o licántropos que usaran sus dotas para la maldad. Así como partes de la monarquía que gobernaban eternamente gracias a la capacidad de vivir por siempre que tenían. En conclusión, una pérdida de tiempo. Había pasado un largo y horrible momento junto a personas que olían de formas desagradable, que comían de cualquier plato y bebían de quien sabe qué clase de utensilios. Pensarlo aún me daba dolor de cabeza; mas esa tarde tenía algo más importante para hacer. Debía reunirme con el conde de Francia, mi padre me había exigido que no podía llevar velo que cubra mi rostro ni las extremidades que solía ponerme cuando de andar en la calle se tratara. La explicación había sido tan larga que terminé por creerle solo para hacerlo callar. Si mal no había interpretado, el conde era un cazador lo suficientemente locuaz para ayudarme con la misión que tenía: darle muerte a los grandes inmortales que estaban dentro de los puestos altos del mundo. No estaba seguro si él conocía exactamente eso que venía a hacer, pero al menos me habían asegurado que no querría matarme y para mí, era más que suficiente. No estaba interesada en tener que ser perseguida y si con darle un poco de mi ayuda podía llegar a un trato justo, quizá mi estancia en parís se hiciera más llevadera.

Terminé de asearme luego de arduo trabajo, tomar duchas todos los días en esa ciudad parecía cosa de locos y no podía entenderlo; no podía creer que fuesen tan sucios y no murieran a la mediana edad. Y eran todas las cuadras en donde quería llorar al ver mi vestido tocar el asqueroso empedrado parisino. Sin embargo tenía que estar compuesta para cuando llegara a aquella residencia. Mis ojos grandes y celestes iluminaban miedo y curiosidad, había espolvoreado muy suavemente mi rostro con un maquillaje hecho a mano, para poder pasar como una mujer más. No quería levantar sospechas, ni de aquella toxica enfermedad que acarreaba, ni del hecho de que no me importaba en absoluto la moda textil. Mi cabello sutilmente recogido cubría mi nuca y mis orejas. Una larga bufanda de terciopelo estaba escondiendo mi pecho y parte de mi cuello. Era ropa de clase media, pero cuidada y lustrada a tal punto que daba una buena impresión a cualquiera. Los guantes llegaban hasta casi rozando el hombro y con delicadeza fue que me acerqué a tocar la gran campana de la mansión en la que se suponía que estaban al tanto de mi presencia. ¿No había confundido el día ni el horario? Empecé a sentir sudor frío en mi frente. El temblor acudió a mis piernas junto con una vergüenza y timidez que odiaba en mí. Mordí apenas el interior de mis labios, intentando no dejar caer mis lágrimas allí mismo. — Buenas tardes, soy la señorita Aaya, de la casa Maciej, Sir Rivaille… me invitó. — Un mayordomo parecía ser el que había venido a verme detrás de las rejas, mi rostro parecía haber tomado colores de diferentes gamas y pronto escuché como el metal daba paso para que me adentrara al lugar. Caminé lentamente, con la guardia en alto y así mismo la pena que sentía. Mis brazos se habían acurrucado bajo mi menudo busto y mis dedos se apretaban unos contra otros. El lugar parecía limpio, casi tan limpio como mi propia casa. Aun así no podía tomarme ninguna libertad y menos ahora que no podía cubrirme el rostro y cualquier bacteria podía entrar directo a mi garganta. Tomé una bocanada de aire y seguí al hombre mayor; sabía que tenía que encontrarme con un hombre de leves ojos rasgados; lo que no estaba segura de saber, es qué es lo que tenía que hacer y por qué.