AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Nuit de sang {Rivaille}
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Nuit de sang {Rivaille}
Ayashe ya había provisionado su cueva para aquella noche de luna llena. Por su naturaleza y la de su compañero, la noche era uno de los momentos favoritos de ambos donde salían a corretear por ahí y cazar algún animal de vez en cuando. Durante mucho tiempo pudieron hacerlo a diario sin importar la fase en la que se encontrara la luna. De vez en cuando escuchaban aullidos provenientes de bestias distintas a ellos, pero siempre lejos de su zona. La cambiante nunca sintió el peligro como hasta hacía un par de lunas, cuando un grupo de licántropos se adentró más de lo normal y llegó cerca de su cueva. No hubo heridas que lamentar, pero desde entonces se había vuelto extremadamente precavida.
Aquellos seres tenían cierto parecido con ella, pero a la vez eran completamente distintos. Sólo los había visto de lejos y en un par de ocasiones contadas, pero eran bestias enormes y francamente fuertes. Ella también lo era, pero perdía ventaja en su tamaño. Su aspecto animal era el mismo que el de una loba corriente; la diferencia sólo residía en su fuerza y su inteligencia.
Preparó una especie de pared juntando tablones que había recogido en una vieja cabaña abandonada no lejos de allí. Parecía un refugio de cazadores, puesto que dentro había material suficiente que permitió unir los tablones entre sí. Ayudándose de ramas más flexibles, las ató en unos orificios de la roca y probó la resistencia que ofrecía. «Servirá» se dijo a sí misma, convencida.
Pasó el resto del día al aire libre paseando junto al lobo y cosechando pequeños frutos que iba encontrando. Aquella noche tendrían que pasarla escondidos y con las provisiones justas que tuvieran almacenadas. Cuando el Sol se ocultó en el horizonte y antes de que se echara la noche, silbó para llamar al can y cerró la protección de su cueva. Apenas entraba luz, pero a ella no le importaba. En su tribu siempre había sido la que más facilidad tenía para ver en la oscuridad. El lobo la siguió con el olfato hasta que la mujer se sentó, y él la imitó colocándose a su lado.
Los aullidos no tardaron en sonar, y, tras ellos, los sonidos de las ramas rompiéndose bajo las zarpas. Ayashe estaba tranquila y confiaba en su recién estrenada muralla de madera. El lobo, por el contrario, estaba inquieto, lloriqueaba y buscaba sin cesar una salida para huir de allí. La joven le pasó el brazo por el cuello y lo atrajo hacia su cuerpo, transmitiéndole la tranquilidad que ella tenía. El animal se calmó, pero no dejó de llorar. Los ruidos se acercaban cada vez más, las ramas de los árboles cercanos comenzaron a crujir y se pudo escuchar una pelea. Golpes, rugidos y de pronto el sonido hueco de un cuerpo cayendo al suelo. Tras eso todo se calmó durante minutos. Ayashe se mantenía alerta intentando captar cualquier cambio tras la pared. El aire se empezó a viciar con el olor de la sangre y, llegado un momento, no pudo aguantar más.
Salió de su refugio seguida siempre por el lobo, tan asustado que no podía apartarse de ella. Respiró el aire puro de la noche a pesar de que aquellas bestias podían seguir por allí. El animal correteó un poco y empezó a olfatear el suelo siguiendo lo que parecía un rastro. Se paró tras unos arbustos y gimoteó. La mujer, que ya sabía lo que aquello significaba, se acercó hasta él, curiosa. En el suelo había un cuerpo ensangrentado y malherido, pero parecía que seguía con vida. La cambiante se agachó y lo azuzó.
—Eh —susurró—. ¿Puedes oírme?
Aquellos seres tenían cierto parecido con ella, pero a la vez eran completamente distintos. Sólo los había visto de lejos y en un par de ocasiones contadas, pero eran bestias enormes y francamente fuertes. Ella también lo era, pero perdía ventaja en su tamaño. Su aspecto animal era el mismo que el de una loba corriente; la diferencia sólo residía en su fuerza y su inteligencia.
Preparó una especie de pared juntando tablones que había recogido en una vieja cabaña abandonada no lejos de allí. Parecía un refugio de cazadores, puesto que dentro había material suficiente que permitió unir los tablones entre sí. Ayudándose de ramas más flexibles, las ató en unos orificios de la roca y probó la resistencia que ofrecía. «Servirá» se dijo a sí misma, convencida.
Pasó el resto del día al aire libre paseando junto al lobo y cosechando pequeños frutos que iba encontrando. Aquella noche tendrían que pasarla escondidos y con las provisiones justas que tuvieran almacenadas. Cuando el Sol se ocultó en el horizonte y antes de que se echara la noche, silbó para llamar al can y cerró la protección de su cueva. Apenas entraba luz, pero a ella no le importaba. En su tribu siempre había sido la que más facilidad tenía para ver en la oscuridad. El lobo la siguió con el olfato hasta que la mujer se sentó, y él la imitó colocándose a su lado.
Los aullidos no tardaron en sonar, y, tras ellos, los sonidos de las ramas rompiéndose bajo las zarpas. Ayashe estaba tranquila y confiaba en su recién estrenada muralla de madera. El lobo, por el contrario, estaba inquieto, lloriqueaba y buscaba sin cesar una salida para huir de allí. La joven le pasó el brazo por el cuello y lo atrajo hacia su cuerpo, transmitiéndole la tranquilidad que ella tenía. El animal se calmó, pero no dejó de llorar. Los ruidos se acercaban cada vez más, las ramas de los árboles cercanos comenzaron a crujir y se pudo escuchar una pelea. Golpes, rugidos y de pronto el sonido hueco de un cuerpo cayendo al suelo. Tras eso todo se calmó durante minutos. Ayashe se mantenía alerta intentando captar cualquier cambio tras la pared. El aire se empezó a viciar con el olor de la sangre y, llegado un momento, no pudo aguantar más.
Salió de su refugio seguida siempre por el lobo, tan asustado que no podía apartarse de ella. Respiró el aire puro de la noche a pesar de que aquellas bestias podían seguir por allí. El animal correteó un poco y empezó a olfatear el suelo siguiendo lo que parecía un rastro. Se paró tras unos arbustos y gimoteó. La mujer, que ya sabía lo que aquello significaba, se acercó hasta él, curiosa. En el suelo había un cuerpo ensangrentado y malherido, pero parecía que seguía con vida. La cambiante se agachó y lo azuzó.
—Eh —susurró—. ¿Puedes oírme?
Ayashe- Cambiante Clase Baja
- Mensajes : 53
Fecha de inscripción : 12/09/2015
Re: Nuit de sang {Rivaille}
Las circunstancias en las que se había convertido en cazador no tenían ya importancia; ser cazador ahora tenía un significado y un motivo que iban mucho más allá de haberlo hecho por el dinero como en un principio. Ahora era Conde, podía dejar de hacerlo porque ya no necesita siquiera trabajar pues rebosaba en riqueza, pero en ello había encontrado más que un trabajo, sino una vocación. Él había surgido desde las calles, a diferencia de tantos otros que en las calles habían nacido y perecido. Aquella siempre había sido su realidad y, ahora que era Conde, tenía las herramientas para cambiar aquella situación. Podía pelear por aquellos que no podían, podía hacer el esfuerzo de proteger y cambiar cientos de vidas.
Por eso era que cada luna llena, desplegaba a todos sus oficiales a patrullar las áreas más vulnerables de París, incluyendo también aquellas que estuviesen en la periferia, con el propósito de evitar pérdidas que lamentar luego. Así, cabalgando por las afueras de París, fue que se encontró con el licántropo de turno con quien iba a luchar. La bestia se encontraba atacando y creando alboroto en un campamento de indigentes, por lo que no pensó dos veces en hacer avanzar su caballo por entre las carpas, quedándose al centro del campamento mientras que usaba la ballesta para dispararle una de sus flechas con punta de plata. Con lo que se movía la bestia, tuvo suerte de haberle dado en un hombro, casi inmovilizando su brazo, pero lo más importante era que ahora tenía la atención de la bestia en él y no en las personas que estaba por lastimar.
De forma rauda y hábil, alejó al caballo de allí para que la bestia lo siguiera, no sin antes dar órdenes a los habitantes de aquel campamento a que huyeran adentrándose en la ciudad, donde era menos probable un incidente como aquel. De esa forma se adentró en los bosques, con su caballo galopando a lo más rápido que daba mientras que el lican lo seguía de cerca, hasta el punto en que alcanzó a arañar las partes traseras del equino. Aquello hizo que el animal cayera hacia un costado, haciendo que Rivaille rodara por el pastizal, incorporándose apenas lo suficiente para disparar la otra flecha de punta de plata que había alcanzado a reponer en la ballesta justo antes de que se le cayera el resto, dándole esta vez en un ojo a la bestia. Se puso de pie y retrocedió un poco, sin perder al licántropo de vista mientras que escaneaba el entorno. Su caballo se había puesto de pie y huido, ahora no había forma de seguir evadiendo al sobrenatural.
Abandonó entonces la ballesta, que ya de nada le servía, y sacó sus espadas que eran ligeramente más cortas y ligeras que una espada normal, con el propósito de ser entonces manejables de forma dual. Aunque debilitada, la bestia a la que se enfrentaba aún era letal y la posibilidad de que le mordiera e infectara seguía latente, por lo que su siguiente movimiento fue comenzar a retroceder hacia la parte más frondosa del bosque, aprovechando su baja estatura para escabullirse entre ramas y de este modo hacer que el lican se hiciera paso entre ellas a la fuerza, abriéndose de este modo un par de heridas más y gastando energía extra. Así se mantuvo entre rugidos y golpes que esquivaba y que acababan en los troncos de los árboles, hasta que a la vuelta de una gran roca, logró encontrar el momento exacto para alzar las espada y decapitarlo en un corte limpio.
Su agitada respiración era lo único que se escuchaba ahora, aunque no pretendía quedarse allí para averiguar si algún otro sonido iría a hacerse presente. Habían ido más lejos de lo que solía aislar a aquellas bestias para enfrentarlas, por lo que de inmediato comenzó a caminar de vuelta, sintiendo cómo la adrenalina comenzaba a bajar en dosis. Sin embargo, pronto se dio cuenta de que estaba malherido en el abdomen, ¿y cómo se dio cuenta? Pues cuando le vino el mareo por la pérdida de sangre, cayó hacia un lado y recién entonces comenzó a sentir el dolor punzante de la herida. Soltó las armas mientras se acomodó boca arriba, llevando una mano a tantear la herida. Habían sido las garras, seguro. Cerró los ojos y se quedó allí, quieto mientras presionaba la herida y hacía lo posible por calmar su respiración. Sabía que si lograba aquello entonces la velocidad del latir de su corazón bajaría y, entonces, perdería sangre más lento y le daría unas horas más de vida hasta que alguien le encuentre cuando llegara el día.
Pensaba en aquel plan cuando sintió que alguien más estaba a su lado y le azuzaba. Su ceño se frunció ante el dolor, más no emitió queja alguna, nada más abrió los ojos levemente para ver a la joven a su lado.- Sí, puedo oírte. -Susurró débil. No solo había tenido la suerte de salir vivo y sin mordedura de la pelea, sino también de que alguien le encontrara a tiempo para ayudarle a sobrevivir. Aunque, si sobrevivía o si le ayudaba, aún estaba por verse.- De casualidad, no has visto un caballo pasar por aquí, ¿verdad? -Agregó luego entre susurros débiles.
Por eso era que cada luna llena, desplegaba a todos sus oficiales a patrullar las áreas más vulnerables de París, incluyendo también aquellas que estuviesen en la periferia, con el propósito de evitar pérdidas que lamentar luego. Así, cabalgando por las afueras de París, fue que se encontró con el licántropo de turno con quien iba a luchar. La bestia se encontraba atacando y creando alboroto en un campamento de indigentes, por lo que no pensó dos veces en hacer avanzar su caballo por entre las carpas, quedándose al centro del campamento mientras que usaba la ballesta para dispararle una de sus flechas con punta de plata. Con lo que se movía la bestia, tuvo suerte de haberle dado en un hombro, casi inmovilizando su brazo, pero lo más importante era que ahora tenía la atención de la bestia en él y no en las personas que estaba por lastimar.
De forma rauda y hábil, alejó al caballo de allí para que la bestia lo siguiera, no sin antes dar órdenes a los habitantes de aquel campamento a que huyeran adentrándose en la ciudad, donde era menos probable un incidente como aquel. De esa forma se adentró en los bosques, con su caballo galopando a lo más rápido que daba mientras que el lican lo seguía de cerca, hasta el punto en que alcanzó a arañar las partes traseras del equino. Aquello hizo que el animal cayera hacia un costado, haciendo que Rivaille rodara por el pastizal, incorporándose apenas lo suficiente para disparar la otra flecha de punta de plata que había alcanzado a reponer en la ballesta justo antes de que se le cayera el resto, dándole esta vez en un ojo a la bestia. Se puso de pie y retrocedió un poco, sin perder al licántropo de vista mientras que escaneaba el entorno. Su caballo se había puesto de pie y huido, ahora no había forma de seguir evadiendo al sobrenatural.
Abandonó entonces la ballesta, que ya de nada le servía, y sacó sus espadas que eran ligeramente más cortas y ligeras que una espada normal, con el propósito de ser entonces manejables de forma dual. Aunque debilitada, la bestia a la que se enfrentaba aún era letal y la posibilidad de que le mordiera e infectara seguía latente, por lo que su siguiente movimiento fue comenzar a retroceder hacia la parte más frondosa del bosque, aprovechando su baja estatura para escabullirse entre ramas y de este modo hacer que el lican se hiciera paso entre ellas a la fuerza, abriéndose de este modo un par de heridas más y gastando energía extra. Así se mantuvo entre rugidos y golpes que esquivaba y que acababan en los troncos de los árboles, hasta que a la vuelta de una gran roca, logró encontrar el momento exacto para alzar las espada y decapitarlo en un corte limpio.
Su agitada respiración era lo único que se escuchaba ahora, aunque no pretendía quedarse allí para averiguar si algún otro sonido iría a hacerse presente. Habían ido más lejos de lo que solía aislar a aquellas bestias para enfrentarlas, por lo que de inmediato comenzó a caminar de vuelta, sintiendo cómo la adrenalina comenzaba a bajar en dosis. Sin embargo, pronto se dio cuenta de que estaba malherido en el abdomen, ¿y cómo se dio cuenta? Pues cuando le vino el mareo por la pérdida de sangre, cayó hacia un lado y recién entonces comenzó a sentir el dolor punzante de la herida. Soltó las armas mientras se acomodó boca arriba, llevando una mano a tantear la herida. Habían sido las garras, seguro. Cerró los ojos y se quedó allí, quieto mientras presionaba la herida y hacía lo posible por calmar su respiración. Sabía que si lograba aquello entonces la velocidad del latir de su corazón bajaría y, entonces, perdería sangre más lento y le daría unas horas más de vida hasta que alguien le encuentre cuando llegara el día.
Pensaba en aquel plan cuando sintió que alguien más estaba a su lado y le azuzaba. Su ceño se frunció ante el dolor, más no emitió queja alguna, nada más abrió los ojos levemente para ver a la joven a su lado.- Sí, puedo oírte. -Susurró débil. No solo había tenido la suerte de salir vivo y sin mordedura de la pelea, sino también de que alguien le encontrara a tiempo para ayudarle a sobrevivir. Aunque, si sobrevivía o si le ayudaba, aún estaba por verse.- De casualidad, no has visto un caballo pasar por aquí, ¿verdad? -Agregó luego entre susurros débiles.
Rivaille- Realeza Francesa
- Mensajes : 46
Fecha de inscripción : 22/01/2015
Re: Nuit de sang {Rivaille}
Seguía con la mano sobre el cuerpo del hombre caído hasta que vio la expresión de dolor que le surcó el rostro cuando le azuzó. Retiró el brazo y se apartó un poco, sentándose de rodillas sobre sus talones. Su respuesta apenas fue un murmullo lejano y Ayashe sintió que le costaba verdadero esfuerzo hablar.
—No —contestó de manera escueta—. Pero creo que, ahora mismo, un caballo es el menor de tus problemas.
Observó de reojo los rasgones de la camisa y se atrevió a levantar los trozos de tela para observar la piel arañada. Su ceño se frunció al ver el aspecto de las heridas. Podían no haber sido producidas por los dientes de un licántropo, pero sus garras eran igual de letales e infecciosas. Volvió a dejar la camisa sobre el cuerpo evitando las heridas y observó al joven, intentando discernir su papel en aquella noche. Nadie en su sano juicio se adentraría tan profundo en el bosque a esas horas, supieran de la existencia de aquellas bestias o no. El lobo seguía husmeando a su alrededor, nervioso por el olor de la sangre. Ayashe no le prestaba atención, pero un gruñido que soltó cerca de ella hizo que la cambiante girara el rostro hacia él. En el suelo había algo brillante y alargado manchado de algo que parecía oscuro, aunque la joven sabía bien qué era. Más sangre, pero no del humano.
Se levantó sigilosa y cogió una de las espadas por la empuñadura, poniéndola frente a ella. La giró para observarla desde varios puntos, fascinada y asustada a partes iguales. La tiró al suelo junto a la otra y ladeo la cabeza mirando al conde.
—Es una noche un tanto peligrosa para entrar al bosque, ¿no crees? —comentó, como si nunca hubiera visto las espadas—. ¿Qué andabas buscando?
Aunque parecía segura de sí misma, no volvió a acercarse a él. De hecho, de haber visto las espadas antes que al cazador ni siquiera se hubiera molestado en saber si seguía con vida. No los odiaba especialmente, pero no quería tenerlos cerca. Había estado cerca de sufrir sus emboscadas en varias ocasiones y, a pesar de haber salido airosa en todas ellas, había aprendido a mantenerse fuera de sus radares.
Un aullido ensordecedor cruzó el aire y obligó a la cambiante a taparse los oídos. Se agachó y se acurrucó hecha un ovillo durante todo el tiempo que duró el grito, manteniendo los ojos cerrados con fuerza. El lobo lloriqueó de dolor y se acercó a ella en un intento por tranquilizarse, metiendo la cabeza bajo el brazo de su compañera. Minutos después de que el aullido terminara, se levantó y se acercó al joven tendido en el suelo.
—Vienen —le advirtió, aunque supuso que ya lo sabría—. Suerte.
Se marchó por el mismo sitio por el que había llegado, seguida por el cánido. Otro aullido, esta vez más cercano, la obligó a pararse en seco. Se giró y miró el arbusto junto al que había dejado al hombre. Después miró al lobo, que, con las orejas en punta, esperaba alguna orden de parte de ella. Podía sentir como se acercaban las bestias destrozándolo todo a su paso y, aunque su instinto le decía que corriese a guarecerse, su cuerpo se empeñaba en dar la vuelta en busca del joven. Dio un grito de rabia y corrió hasta él de nuevo.
—Ni siquiera una escoria como tú merece que esas bestias le coman vivo —le susurró mientras le agarraba de las axilas. Silbó un par de veces para que el lobo la ayudara a cargar con él y, entre los dos, llevaron al hombre hasta la cueva de la cambiante—. Y ahora, no hables, o seré yo la que termine contigo —le advirtió.
Se acercó a la entrada y se mantuvo alerta. El lobo, por el contrario, se sentó cerca del cazador sin quitarle la vista de encima, vigilándolo.
—No —contestó de manera escueta—. Pero creo que, ahora mismo, un caballo es el menor de tus problemas.
Observó de reojo los rasgones de la camisa y se atrevió a levantar los trozos de tela para observar la piel arañada. Su ceño se frunció al ver el aspecto de las heridas. Podían no haber sido producidas por los dientes de un licántropo, pero sus garras eran igual de letales e infecciosas. Volvió a dejar la camisa sobre el cuerpo evitando las heridas y observó al joven, intentando discernir su papel en aquella noche. Nadie en su sano juicio se adentraría tan profundo en el bosque a esas horas, supieran de la existencia de aquellas bestias o no. El lobo seguía husmeando a su alrededor, nervioso por el olor de la sangre. Ayashe no le prestaba atención, pero un gruñido que soltó cerca de ella hizo que la cambiante girara el rostro hacia él. En el suelo había algo brillante y alargado manchado de algo que parecía oscuro, aunque la joven sabía bien qué era. Más sangre, pero no del humano.
Se levantó sigilosa y cogió una de las espadas por la empuñadura, poniéndola frente a ella. La giró para observarla desde varios puntos, fascinada y asustada a partes iguales. La tiró al suelo junto a la otra y ladeo la cabeza mirando al conde.
—Es una noche un tanto peligrosa para entrar al bosque, ¿no crees? —comentó, como si nunca hubiera visto las espadas—. ¿Qué andabas buscando?
Aunque parecía segura de sí misma, no volvió a acercarse a él. De hecho, de haber visto las espadas antes que al cazador ni siquiera se hubiera molestado en saber si seguía con vida. No los odiaba especialmente, pero no quería tenerlos cerca. Había estado cerca de sufrir sus emboscadas en varias ocasiones y, a pesar de haber salido airosa en todas ellas, había aprendido a mantenerse fuera de sus radares.
Un aullido ensordecedor cruzó el aire y obligó a la cambiante a taparse los oídos. Se agachó y se acurrucó hecha un ovillo durante todo el tiempo que duró el grito, manteniendo los ojos cerrados con fuerza. El lobo lloriqueó de dolor y se acercó a ella en un intento por tranquilizarse, metiendo la cabeza bajo el brazo de su compañera. Minutos después de que el aullido terminara, se levantó y se acercó al joven tendido en el suelo.
—Vienen —le advirtió, aunque supuso que ya lo sabría—. Suerte.
Se marchó por el mismo sitio por el que había llegado, seguida por el cánido. Otro aullido, esta vez más cercano, la obligó a pararse en seco. Se giró y miró el arbusto junto al que había dejado al hombre. Después miró al lobo, que, con las orejas en punta, esperaba alguna orden de parte de ella. Podía sentir como se acercaban las bestias destrozándolo todo a su paso y, aunque su instinto le decía que corriese a guarecerse, su cuerpo se empeñaba en dar la vuelta en busca del joven. Dio un grito de rabia y corrió hasta él de nuevo.
—Ni siquiera una escoria como tú merece que esas bestias le coman vivo —le susurró mientras le agarraba de las axilas. Silbó un par de veces para que el lobo la ayudara a cargar con él y, entre los dos, llevaron al hombre hasta la cueva de la cambiante—. Y ahora, no hables, o seré yo la que termine contigo —le advirtió.
Se acercó a la entrada y se mantuvo alerta. El lobo, por el contrario, se sentó cerca del cazador sin quitarle la vista de encima, vigilándolo.
Ayashe- Cambiante Clase Baja
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Fecha de inscripción : 12/09/2015
Re: Nuit de sang {Rivaille}
Que la muchacha levantara sus ropas para observar la herida hizo que un par de escalofríos remecieran su cuerpo con dolor, haciendo que un suspiro adolorido escapara sus labios. Cerró los ojos y volteó el rostro hacia un lado, descansando y volviendo a intentar apretar la herida para disminuir el sangrado. Poco a poco sus sentidos comenzaron a sentirse difusos, distantes. Se daba cuenta de que estaba débil y que pronto ya perdería el conocimiento; sin embargo, que la muchacha le mantuviese conversación estimulaba a su cerebro a mantenerse despierto.- Iba a atacar unas familias… -Susurró con esfuerzo, tosiendo un poco al final pues se atoró con un poco de saliba debido a la posición en la que estaba, tomándose entonces una pausa para continuar pues el dolor no le dejaba siquiera concentrarse.- Así que lo atraje de vuelta al bosque. -Ignoraba completamente que la muchacha había estado ya inspeccionando sus espadas, por lo que su respuesta era honesta, no así como la pregunta.
Entonces vino el aullido. Sin importar el dolor de sus heridas, sus manos se fueron rápidamente a sus oídos y su cuerpo se retorció de costado, acurrucándose casi en posición fetal si no fuese porque aún mantenía las piernas estiradas y manteniéndose así sin moverse ya cuando el aullido acabó. Entonces, el comentario de la muchacha le causó gracia suficiente como para soltar una risa suave y débil, levantando el rostro para poder verla nuevamente.- Suerte. -Susurró en respuesta antes de que ella se fuera, quedándose viendo hacia donde se le había desaparecido. Con otra risa y un suspiro, bajó entonces la mirada, volteándose para quedar de espaldas nuevamente; aquel era su fin, seguro, lo había asumido ya desde que la muchacha le deseó suerte. No la juzgaba ni le resentía por no ayudarle, es más, comprendía que de haberlo hecho, ella incluso estaría en riesgo. Total, quien tomó la desición de enfrentarse a aquellas bestias era él; ella no tenía nada que ver. Cerró los ojos entonces, relajándose, casi como si se dispusiese a esperar su muerte, tan tranquilo como pudiese. Entonces vino el siguiente aullido y, seguido, la muchacha nuevamente, sintiendo cómo le llevaba por las axilas con ayuda del lobo.
¡No, no, no, ah! -Alcanzó a alegar antes de que un dolor más fuerte le arrebatase el aire de los pulmones, habiendo incluso pataleado un poco para resistirse, dándose cuenta de esta forma que era mejor dejar de moverse. No tuvo opción entonces, tuvo que dejarse llevar por la mujer y ya cuando estuvieron los tres resguardados, simplemente no pudo mantener la boca cerrada aunque se lo ordenaran.- Debiste dejarme; mi sangre atraerá su olfato. -Reclamó con la voz hecha un hilo, colocándose de nuevo una mano en la herida que nuevamente sangraba a borbotones; y pues como era de esperarse, dicho y hecho, los licántropos que tanto aullaban estuvieron dándose vueltas por fuera de la cueva, olfateando alrededor como si buscaran algo; y claro, pues su sangre había estado goteando cuando se resguardaron y había dejado un rastro, el mismo que los trajo hasta allí. Tuvo las ganas de decir «Te lo dije», pero mantuvo silencio, no vaya a ser que sus palabras atrayeran a las bestias que aún no notaban su escondite. Lo único que podía hacer era controlar su respiración y sus dolores, esperando por lo mejor.
Sin embargo, un rugido fuerte en la entrada de la cueva le dio a entender de que en realidad las cosas no iban a ser tan fáciles, pues ahora había un licántropo rasgando las tablas que prevenían su entrada. Pronto atraería a los otros.- Tsk... -Se quejó, tanto por el malestar como por la pésima situación en la que se encontraban.- ¿Qué tan buena eres cargando un arma? -Preguntó mientras hacía otro esfuerzo.- Tengo una pistola y balas de plata, a menos que tengas una mejor idea… -Susurró entonces, volteándose para quedar de costado, de modo que la muchacha pudiese sacar el arma de la canana que llevaba a su costado contrario. Hasta ese entonces no había utilizado esa arma más temprano porque sabía que el ruido atraería más bestias, pero, ¿qué otra opción tenían ahora? Las tablas no iban a aguantar toda la noche; o al menos eso sospechaba. Y sus sospechas se hicieron aún más certeras cuando de pronto un par de garras atravesaron por entre las tablas y las ramas, intentando a ciegas atrapar algo dentro de la cueva. Aquello le hizo dar un respingo ante o repentino que fue, al mismo tiempo que le hizo mirar a la cambiante con ojos espectantes. Él no podía hacer mucho, apenas y lograba acomodarse de costado y apretarse la herida para detener el sangrado y sus sentidos estaban respondiéndole a medias. Tenía suerte de no haber perdido ya la conciencia, pero si no hacía algo ella, estaban los dos jodidos y ya no habría ninguna conciencia que salvar para otro día.
Entonces vino el aullido. Sin importar el dolor de sus heridas, sus manos se fueron rápidamente a sus oídos y su cuerpo se retorció de costado, acurrucándose casi en posición fetal si no fuese porque aún mantenía las piernas estiradas y manteniéndose así sin moverse ya cuando el aullido acabó. Entonces, el comentario de la muchacha le causó gracia suficiente como para soltar una risa suave y débil, levantando el rostro para poder verla nuevamente.- Suerte. -Susurró en respuesta antes de que ella se fuera, quedándose viendo hacia donde se le había desaparecido. Con otra risa y un suspiro, bajó entonces la mirada, volteándose para quedar de espaldas nuevamente; aquel era su fin, seguro, lo había asumido ya desde que la muchacha le deseó suerte. No la juzgaba ni le resentía por no ayudarle, es más, comprendía que de haberlo hecho, ella incluso estaría en riesgo. Total, quien tomó la desición de enfrentarse a aquellas bestias era él; ella no tenía nada que ver. Cerró los ojos entonces, relajándose, casi como si se dispusiese a esperar su muerte, tan tranquilo como pudiese. Entonces vino el siguiente aullido y, seguido, la muchacha nuevamente, sintiendo cómo le llevaba por las axilas con ayuda del lobo.
¡No, no, no, ah! -Alcanzó a alegar antes de que un dolor más fuerte le arrebatase el aire de los pulmones, habiendo incluso pataleado un poco para resistirse, dándose cuenta de esta forma que era mejor dejar de moverse. No tuvo opción entonces, tuvo que dejarse llevar por la mujer y ya cuando estuvieron los tres resguardados, simplemente no pudo mantener la boca cerrada aunque se lo ordenaran.- Debiste dejarme; mi sangre atraerá su olfato. -Reclamó con la voz hecha un hilo, colocándose de nuevo una mano en la herida que nuevamente sangraba a borbotones; y pues como era de esperarse, dicho y hecho, los licántropos que tanto aullaban estuvieron dándose vueltas por fuera de la cueva, olfateando alrededor como si buscaran algo; y claro, pues su sangre había estado goteando cuando se resguardaron y había dejado un rastro, el mismo que los trajo hasta allí. Tuvo las ganas de decir «Te lo dije», pero mantuvo silencio, no vaya a ser que sus palabras atrayeran a las bestias que aún no notaban su escondite. Lo único que podía hacer era controlar su respiración y sus dolores, esperando por lo mejor.
Sin embargo, un rugido fuerte en la entrada de la cueva le dio a entender de que en realidad las cosas no iban a ser tan fáciles, pues ahora había un licántropo rasgando las tablas que prevenían su entrada. Pronto atraería a los otros.- Tsk... -Se quejó, tanto por el malestar como por la pésima situación en la que se encontraban.- ¿Qué tan buena eres cargando un arma? -Preguntó mientras hacía otro esfuerzo.- Tengo una pistola y balas de plata, a menos que tengas una mejor idea… -Susurró entonces, volteándose para quedar de costado, de modo que la muchacha pudiese sacar el arma de la canana que llevaba a su costado contrario. Hasta ese entonces no había utilizado esa arma más temprano porque sabía que el ruido atraería más bestias, pero, ¿qué otra opción tenían ahora? Las tablas no iban a aguantar toda la noche; o al menos eso sospechaba. Y sus sospechas se hicieron aún más certeras cuando de pronto un par de garras atravesaron por entre las tablas y las ramas, intentando a ciegas atrapar algo dentro de la cueva. Aquello le hizo dar un respingo ante o repentino que fue, al mismo tiempo que le hizo mirar a la cambiante con ojos espectantes. Él no podía hacer mucho, apenas y lograba acomodarse de costado y apretarse la herida para detener el sangrado y sus sentidos estaban respondiéndole a medias. Tenía suerte de no haber perdido ya la conciencia, pero si no hacía algo ella, estaban los dos jodidos y ya no habría ninguna conciencia que salvar para otro día.
Rivaille- Realeza Francesa
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Re: Nuit de sang {Rivaille}
—Chsss —chistó para hacerle callar, aunque no ignoró sus palabras del todo.
Con la cabeza apoyada sobre las maderas, escuchaba atentamente los sonidos que indicaban el camino que estaban tomando las bestias de fuera. Aguantaba la respiración sin darse cuenta, silenciosa como nunca, esperando que el conde no tuviera razón. El lobo había dejado de vigilar al hombre para mirar atentamente los movimientos de la cambiante. Sus orejas puntiagudas apuntaban hacia la entrada y de vez en cuando enseñaba los colmillos a la oscuridad. Su instinto animal le hacía percibir el peligro sin necesidad de entender lo que los dos humanos hablaban.
Ayashe se separó de las maderas que hacían de puerta y se giró un segundo para observar el interior de la cueva. Mientras miraba hacia atrás, una de las bestias rugió y se lanzó contra las tablas, clavando las garras y atravesando los maderos. La cambiante dio un salto hacia atrás, cayendo al suelo de espaldas. Las garras desaparecieron durante unos segundos para volver a clavarse en la pared improvisada, más hondo esta vez. El lobo dio un salto por encima del cazador y se colocó al lado de su compañera, gruñendo y ladrando a la puerta. La mujer, al contrario, giró el cuerpo y se levantó tan rápido como su cuerpo se lo permitió. Miró al hombre, que se había girado ligeramente dejando a la vista el arma que portaba a la cintura, pero, nada ver la pistola su cuerpo se paralizó por completo. Una sola de esas balas podía acabar con ella en menos de lo que tardaba en expirar, y la propuesta de él no era otra que fuera ella quien cargara el arma y, por supuesto, disparara.
—Yo no sé —comenzó a decir, pero fue interrumpida por un nuevo rugido y una puerta cada vez más destrozada— cargarla, pero creo que puedo intentarlo —decidió con un hilo de voz.
Se agachó junto al conde y sacó el arma y las balas. Con cada cosa en una mano, las miraba de manera alternativa sin tener siquiera una ligera idea de lo que debía hacer con ello. Dejó las balas en el suelo y examinó la pistola con mano temblorosa; no sabía cómo demonios cargarla. Abrió la bolsa de las balas y sacó una para observarla junto al arma. Por primera vez en su vida no sabía qué hacer. Desvió la mirada hacia el cazador buscando ayuda, alguna guía sobre los pasos que debía seguir.
La puerta empezó a ceder de nuevo, y el agujero que la bestia estaba haciendo se hizo lo suficientemente grande como para ver el hocico del animal. El lobo ladraba y gruñía desde dentro de la cueva, dando saltos y mordiscos al aire. Ayashe, sin embargo, dejó todo lo que tenía en las manos y corrió hacia la esquina de la guarida donde guardaba su arco. Las flechas no eran de plata, pero era la única arma en la que la cambiante confiaba. Sentir la madera y la tensión de la cuerda en las manos la tranquilizó hasta el punto de poder apuntar al ojo del licántropo.
No falló.
Del carcaj sacó una segunda flecha antes de que la bestia se diera cuenta de lo que pasaba y la disparó, acertándole en la garganta. Entre gruñidos y quejidos de dolor se hizo a un lado para intentar quitarse las flechas del cuerpo. Mientras tanto, la cambiante volvió al lugar donde había dejado caer el arma de fuego, colgándose el arco y el carcaj de la espalda. Un poco más decidida esta vez, consiguió finalmente cargar la pistola cuando la bestia arrollaba las maderas de la entrada con toda la furia de la que era capaz. Silbó para alertar a su lobo y disparó sin apuntar. Le acertó en el cuerpo, pero no en el corazón. El licántropo se tambaleó un momento y terminó saliendo de allí, aullando y pidiendo ayuda.
—Tenemos que salir de aquí. —Su voz sonaba inquieta, asustada—. Intenta no gritar.
Con un trozo de cuero grueso le rodeó la zona del abdomen donde tenía los arañazos y la apretó fuerte. Seguramente le dolería, pero era muy probable que aquello parara la hemorragia lo suficiente para sacarle de allí. Además, ya no dejaría aquel rastro de sangre que los había delatado. Anudó el cuero, cogió su piel de lobo y levantó al hombre, pasando uno de los brazos de él por detrás de su cuello y sujetándolo por la cintura.
Seguidos por el lobo, los tres cruzaron el claro del bosque frente a la cueva. Ayashe caminó cargando el cuerpo del hombre hasta llegar junto a unas rocas y lo dejó apoyado contra ellas. Se detuvo sólo un instante para comprobar si seguía consciente.
—¿Estás bien? —preguntó, mirándole a la cara y dándole un par de palmadas en las mejillas—. Vengo enseguida. Tú —señaló al lobo— quédate aquí.
Cubrió al conde con la piel de lobo, no sólo para mantenerlo caliente, sino para que el olor de su cuerpo se camuflara. Después se desnudó en un abrir y cerrar de ojos y echó a correr, convertida en lobo, en busca de los licántropos. Con un poco de suerte quizá podía alejarlos de allí sin resultar herida. Y, si era afortunada, el hombre seguiría vivo cuando volviera a por él.
Con la cabeza apoyada sobre las maderas, escuchaba atentamente los sonidos que indicaban el camino que estaban tomando las bestias de fuera. Aguantaba la respiración sin darse cuenta, silenciosa como nunca, esperando que el conde no tuviera razón. El lobo había dejado de vigilar al hombre para mirar atentamente los movimientos de la cambiante. Sus orejas puntiagudas apuntaban hacia la entrada y de vez en cuando enseñaba los colmillos a la oscuridad. Su instinto animal le hacía percibir el peligro sin necesidad de entender lo que los dos humanos hablaban.
Ayashe se separó de las maderas que hacían de puerta y se giró un segundo para observar el interior de la cueva. Mientras miraba hacia atrás, una de las bestias rugió y se lanzó contra las tablas, clavando las garras y atravesando los maderos. La cambiante dio un salto hacia atrás, cayendo al suelo de espaldas. Las garras desaparecieron durante unos segundos para volver a clavarse en la pared improvisada, más hondo esta vez. El lobo dio un salto por encima del cazador y se colocó al lado de su compañera, gruñendo y ladrando a la puerta. La mujer, al contrario, giró el cuerpo y se levantó tan rápido como su cuerpo se lo permitió. Miró al hombre, que se había girado ligeramente dejando a la vista el arma que portaba a la cintura, pero, nada ver la pistola su cuerpo se paralizó por completo. Una sola de esas balas podía acabar con ella en menos de lo que tardaba en expirar, y la propuesta de él no era otra que fuera ella quien cargara el arma y, por supuesto, disparara.
—Yo no sé —comenzó a decir, pero fue interrumpida por un nuevo rugido y una puerta cada vez más destrozada— cargarla, pero creo que puedo intentarlo —decidió con un hilo de voz.
Se agachó junto al conde y sacó el arma y las balas. Con cada cosa en una mano, las miraba de manera alternativa sin tener siquiera una ligera idea de lo que debía hacer con ello. Dejó las balas en el suelo y examinó la pistola con mano temblorosa; no sabía cómo demonios cargarla. Abrió la bolsa de las balas y sacó una para observarla junto al arma. Por primera vez en su vida no sabía qué hacer. Desvió la mirada hacia el cazador buscando ayuda, alguna guía sobre los pasos que debía seguir.
La puerta empezó a ceder de nuevo, y el agujero que la bestia estaba haciendo se hizo lo suficientemente grande como para ver el hocico del animal. El lobo ladraba y gruñía desde dentro de la cueva, dando saltos y mordiscos al aire. Ayashe, sin embargo, dejó todo lo que tenía en las manos y corrió hacia la esquina de la guarida donde guardaba su arco. Las flechas no eran de plata, pero era la única arma en la que la cambiante confiaba. Sentir la madera y la tensión de la cuerda en las manos la tranquilizó hasta el punto de poder apuntar al ojo del licántropo.
No falló.
Del carcaj sacó una segunda flecha antes de que la bestia se diera cuenta de lo que pasaba y la disparó, acertándole en la garganta. Entre gruñidos y quejidos de dolor se hizo a un lado para intentar quitarse las flechas del cuerpo. Mientras tanto, la cambiante volvió al lugar donde había dejado caer el arma de fuego, colgándose el arco y el carcaj de la espalda. Un poco más decidida esta vez, consiguió finalmente cargar la pistola cuando la bestia arrollaba las maderas de la entrada con toda la furia de la que era capaz. Silbó para alertar a su lobo y disparó sin apuntar. Le acertó en el cuerpo, pero no en el corazón. El licántropo se tambaleó un momento y terminó saliendo de allí, aullando y pidiendo ayuda.
—Tenemos que salir de aquí. —Su voz sonaba inquieta, asustada—. Intenta no gritar.
Con un trozo de cuero grueso le rodeó la zona del abdomen donde tenía los arañazos y la apretó fuerte. Seguramente le dolería, pero era muy probable que aquello parara la hemorragia lo suficiente para sacarle de allí. Además, ya no dejaría aquel rastro de sangre que los había delatado. Anudó el cuero, cogió su piel de lobo y levantó al hombre, pasando uno de los brazos de él por detrás de su cuello y sujetándolo por la cintura.
Seguidos por el lobo, los tres cruzaron el claro del bosque frente a la cueva. Ayashe caminó cargando el cuerpo del hombre hasta llegar junto a unas rocas y lo dejó apoyado contra ellas. Se detuvo sólo un instante para comprobar si seguía consciente.
—¿Estás bien? —preguntó, mirándole a la cara y dándole un par de palmadas en las mejillas—. Vengo enseguida. Tú —señaló al lobo— quédate aquí.
Cubrió al conde con la piel de lobo, no sólo para mantenerlo caliente, sino para que el olor de su cuerpo se camuflara. Después se desnudó en un abrir y cerrar de ojos y echó a correr, convertida en lobo, en busca de los licántropos. Con un poco de suerte quizá podía alejarlos de allí sin resultar herida. Y, si era afortunada, el hombre seguiría vivo cuando volviera a por él.
Ayashe- Cambiante Clase Baja
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Fecha de inscripción : 12/09/2015
Re: Nuit de sang {Rivaille}
Podía notar la inseguridad de la muchacha con respecto al arma, tanto en sus palabras como en sus expresiones y en aquella mirada de ayuda que se interpuso con su propia mirada justo antes de que un hocico de licántropo hiciera más crítica la situación. Aquello hizo que, en cuanto la muchacha se volteara en busca de su propia arma, él hiciera un esfuerzo más en acomodarse para poder tomar la pistola y abrir el pequeño compartimiento en el cual se cargaban las balas. Pretendía cargar la pistola él mismo cuando el tiro con arco de la cambiante le dio al ojo de la bestia, lo cual le distrajo y asombró al mismo tiempo.- Nada mal. -Comentó a modo de cumplido, recostándose nuevamente boca arriba puesto que haberse puesto de costado y apoyado sobre su codo le había causado más dolor aún del que ya tenía. Sus ojos se le cerraban lentamente de cansancio cuando el disparo de la pistola hizo despertar todos sus sentidos nuevamente, rellenándose el flujo sanguineo con adrenalina.
Entonces, las palabras de la cambiante le produjeron una sonrisa medio sarcástica.- No podría gritar a un volumen más fuerte que ese disparo. -Comentó a modo de broma, justo antes de soltar un gruñido grave y adolorido a causa del apretón con el cuero, apretando entonces fuertemente los dientes. Cuando la chica le levantó, lo primero que hizo fue estirar el brazo para recoger la pistola y la bolsa de las balas y, entonces, hizo lo posible por cooperar en ponerse de pie y caminar, aunque no podía evitar llevar su mano libre a su abdomen, reflejo del dolor. Ya sentado con la espalda apoyada en unas rocas, hizo un gesto de molestia ante las palmadas, moviendo el rostro hacia los lados para despavilarse.- Define "bien". -Fue lo que contestó, parpadeando pesadamente pues hacía un último acopio de energía para que no se le cerraran del todo. Nada más reaccionó cuando la muchacha anunció que volvería enseguida.- ¿Qué pretendes ha...? -Comenzó a preguntar al tiempo que abría los ojos de impresión, pues no todos los días una mujer desconocida se desnudaba frente a él en el bosque mientras estaban a riesgo de ser víctimas de un licántropo. Sin embargo, el propósito de aquello quedó claro cuando en lugar de ver alejarse a una mujer, vio desaparecer a una loba.
Ahora solo junto al lobo, chistó con molestia pues aquella situación no le agradaba para nada. Él no tenía problemas en arriesgar su vida en aquellas cacerías, pero poner en riesgo la de otros le resultaba imperdonable, incluso si se trataba de una cambiante. Con el ceño fruncido, miró hacia el costado donde se había quedado el lobo, tal y como le ordenaron.- ¿No cambias tú tambien, de casualidad? -Le habló en un susurro, dudando que lo hiciera pero nada más que por decir algo.- Nos vendría bien ahora, de todas formas. -Continuó, consciente de que hablaba solo, aunque más bien para él aquello era costumbre. Seguidamente, sus manos se entretuvieron en volver a cargar la pistola, dejándola lista en caso de que alguna otra bestia se les apareciera en la ausencia de la cambiante. Se quedó con el arma en su regazo, con ambas manos sobre esta pero cuidando no quitarle el seguro ni apretar el gatillo. Pronto el silencio, el cansancio y la pérdida de sangre le hicieron comenzar a cabecear, haciendo que cayera víctima del sueño y despertara alterado de forma repetitiva. Así se mantuvo mientras que los minutos comenzaban a pasar y los nervios se le comenzaban a acumular.
De pronto, un ruido entre los arbustos al rededor le puso en alerta tanto a él como al lobo que le cuidaba. Por un momento levantó la mirada esperando a que fuera la muchacha, pero al observar al lobo en posición de alerta también, supuso entonces que no sería ella. Levantó el arma y apuntó hacia donde veía las ramas moverse, con una gota de sudor frío que le caía por la cien y con el lobo que gruñía a su costado, hasta que de pronto, unos ojos grandes y redondos brillaron a la luz de la luna y u nrelincho se escuchó cerca. Era su caballo que deambulaba sin rumbo, por lo que llevó sus dedos a la boca para hacer el silbido con el que lo llamaba. El equino inmediatamente se apareció frente a ellos y se acercó a él, bajando la cabeza para olerle. Levantó entonces una mano para tomarle de las riendas, tirando de estas con fuerza para ayudarse así a ponerse de rodillas. Recogió las cosas a su alrededor, especialmente las de la muchacha y, aunque adolorido y con el riesgo de volver a provocarse una hemorragia, se puso de pie para guardar las cosas en los bolsos de los costados, colgando el arco y las flechas también. Con riendas aún en mano, subió un poco las rocas para estar a mayor altura y que no le fuera tan difícil montarse en el caballo.
Por más que le costó, lo logró, más se mantuvo echado hacia adelante unos minutos para pasar el dolor y, cuando se reincorporó, observó al lobo que le ladraba y ladraba sin parar.- ¿Crees que me iré sin asegurarme de que esté a salvo? Anda, búscala, guía tú el camino. -Le dijo al lobo, a lo que este demoró en contestar, pero finalmente partió tras el rastro de la cambiante, seguido de cerca por el conde, quien bien podría haber escapado hacia París en su caballo, pero dejar a sus aliados atrás no era su estilo. La única opción viable para él era salvarse todos juntos o morir en el intento de proteger a los otros. Estaba loco, quizá, pero tal era su dedicación a la vida de servicio. No tardaron en encontrarla, afortunadamente sin licántropos que la persiguieran ya, aunque se escuchaban a los alrededores.- ¿Estás bien? Sube, nos vamos. -Le dijo casi sin aire. Ciertamente, necesitaba que ahora manejara ella las riendas.
Entonces, las palabras de la cambiante le produjeron una sonrisa medio sarcástica.- No podría gritar a un volumen más fuerte que ese disparo. -Comentó a modo de broma, justo antes de soltar un gruñido grave y adolorido a causa del apretón con el cuero, apretando entonces fuertemente los dientes. Cuando la chica le levantó, lo primero que hizo fue estirar el brazo para recoger la pistola y la bolsa de las balas y, entonces, hizo lo posible por cooperar en ponerse de pie y caminar, aunque no podía evitar llevar su mano libre a su abdomen, reflejo del dolor. Ya sentado con la espalda apoyada en unas rocas, hizo un gesto de molestia ante las palmadas, moviendo el rostro hacia los lados para despavilarse.- Define "bien". -Fue lo que contestó, parpadeando pesadamente pues hacía un último acopio de energía para que no se le cerraran del todo. Nada más reaccionó cuando la muchacha anunció que volvería enseguida.- ¿Qué pretendes ha...? -Comenzó a preguntar al tiempo que abría los ojos de impresión, pues no todos los días una mujer desconocida se desnudaba frente a él en el bosque mientras estaban a riesgo de ser víctimas de un licántropo. Sin embargo, el propósito de aquello quedó claro cuando en lugar de ver alejarse a una mujer, vio desaparecer a una loba.
Ahora solo junto al lobo, chistó con molestia pues aquella situación no le agradaba para nada. Él no tenía problemas en arriesgar su vida en aquellas cacerías, pero poner en riesgo la de otros le resultaba imperdonable, incluso si se trataba de una cambiante. Con el ceño fruncido, miró hacia el costado donde se había quedado el lobo, tal y como le ordenaron.- ¿No cambias tú tambien, de casualidad? -Le habló en un susurro, dudando que lo hiciera pero nada más que por decir algo.- Nos vendría bien ahora, de todas formas. -Continuó, consciente de que hablaba solo, aunque más bien para él aquello era costumbre. Seguidamente, sus manos se entretuvieron en volver a cargar la pistola, dejándola lista en caso de que alguna otra bestia se les apareciera en la ausencia de la cambiante. Se quedó con el arma en su regazo, con ambas manos sobre esta pero cuidando no quitarle el seguro ni apretar el gatillo. Pronto el silencio, el cansancio y la pérdida de sangre le hicieron comenzar a cabecear, haciendo que cayera víctima del sueño y despertara alterado de forma repetitiva. Así se mantuvo mientras que los minutos comenzaban a pasar y los nervios se le comenzaban a acumular.
De pronto, un ruido entre los arbustos al rededor le puso en alerta tanto a él como al lobo que le cuidaba. Por un momento levantó la mirada esperando a que fuera la muchacha, pero al observar al lobo en posición de alerta también, supuso entonces que no sería ella. Levantó el arma y apuntó hacia donde veía las ramas moverse, con una gota de sudor frío que le caía por la cien y con el lobo que gruñía a su costado, hasta que de pronto, unos ojos grandes y redondos brillaron a la luz de la luna y u nrelincho se escuchó cerca. Era su caballo que deambulaba sin rumbo, por lo que llevó sus dedos a la boca para hacer el silbido con el que lo llamaba. El equino inmediatamente se apareció frente a ellos y se acercó a él, bajando la cabeza para olerle. Levantó entonces una mano para tomarle de las riendas, tirando de estas con fuerza para ayudarse así a ponerse de rodillas. Recogió las cosas a su alrededor, especialmente las de la muchacha y, aunque adolorido y con el riesgo de volver a provocarse una hemorragia, se puso de pie para guardar las cosas en los bolsos de los costados, colgando el arco y las flechas también. Con riendas aún en mano, subió un poco las rocas para estar a mayor altura y que no le fuera tan difícil montarse en el caballo.
Por más que le costó, lo logró, más se mantuvo echado hacia adelante unos minutos para pasar el dolor y, cuando se reincorporó, observó al lobo que le ladraba y ladraba sin parar.- ¿Crees que me iré sin asegurarme de que esté a salvo? Anda, búscala, guía tú el camino. -Le dijo al lobo, a lo que este demoró en contestar, pero finalmente partió tras el rastro de la cambiante, seguido de cerca por el conde, quien bien podría haber escapado hacia París en su caballo, pero dejar a sus aliados atrás no era su estilo. La única opción viable para él era salvarse todos juntos o morir en el intento de proteger a los otros. Estaba loco, quizá, pero tal era su dedicación a la vida de servicio. No tardaron en encontrarla, afortunadamente sin licántropos que la persiguieran ya, aunque se escuchaban a los alrededores.- ¿Estás bien? Sube, nos vamos. -Le dijo casi sin aire. Ciertamente, necesitaba que ahora manejara ella las riendas.
Rivaille- Realeza Francesa
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Re: Nuit de sang {Rivaille}
Echó a correr sobre sus cuatro patas casi sin pensar, dejando atrás al hombre custodiado por el lobo. Ella sabía que el animal haría su trabajo, pero no podría protegerlo si los licántropos se acercaban a ellos. Esa era su objetivo, alejarlos lo máximo posible para que los tres pudieran salir de aquella zona del bosque. Pero, ¿adónde irían después? Él no estaba en condiciones de caminar, ni siquiera se atrevía a moverlo demasiado. Necesitaba reposo y medicinas pero, en una noche como aquella, sería imposible encontrar un sitio seguro. Si conseguía mantenerlo con vida hasta el amanecer podía tener una posibilidad.
El hocico iba a ras de suelo, olfateando el rastro de las bestias. No tardó en llegar a su cueva, donde el olor a sangre se acrecentaba. Unos gruñidos tras unos arbustos la alertaron. Irguió las orejas y gruñó; un hocico se asomó entre las hojas, devolviendo el gruñido. Ayashe ladró y azuzó a la bestia para que se lanzara a por ella y, cuando lo consiguió, se apartó en el último momento y empezó a correr. El licántropo la seguía de cerca, molesto por la mofa de la joven. Parecía que la situación estaba controlada cuando, sin esperarlo, otros dos lobos la asaltaron desde los lados. Uno de ellos consiguió arañarle el lomo, haciéndole cuatro grandes heridas que no tardaron en teñir su impoluto pelaje de rojo. El miedo y la adrenalina sirvieron de analgésico, porque la mujer corrió más que nunca.
No tardó en llegar a un río no demasiado profundo que cruzaba el bosque. Se metió en el agua sin dudarlo, haciendo que los lobos que la seguían perdieran su rastro. Se ocultó bajo las raíces de un árbol que había al borde del río y metió el cuerpo casi al completo dentro del agua. Con un poco de suerte, las bestias llegarían al agua por la parte alta del río, no viendo los rastros de sangre que se llevaba la corriente aguas abajo. Esperó y esperó escuchando cada gruñido, cada sonido que hacían. Ayashe maldijo en silencio por no haber seguido dejando rastro más allá, pero ya era demasiado tarde.
No supo si fueron los dioses o la misma Magena, pero un aullido lejano alertó a los lobos y salieron de allí. Se quedó bajo las raíces durante unos minutos, asegurándose de que ya estaban lejos como para que la oyeran. Después salió de allí, helada y dolorida. Miró las heridas: no eran demasiado profundas y habían empezado a sanar, pero todavía sangraban un poco y le escocían. Cojeando, comenzó el camino de vuelta atenta a todo lo que ocurría a su alrededor. Podía escuchar a los licántropos que aún rondaban por allí, y un sonido acompañado de un olor que era a la vez conocido y desconocido. Su lobo salió de un rincón, seguido de un caballo que, sobre su lomo, transportaba al hombre que la acompañaba en aquella batalla.
—Define “bien” —le contestó con media sonrisa.
El lobo se acercó a ella y le olfateó las heridas mientras Ayashe se subía al caballo, obedeciendo a las palabras de él. El animal se asustó cuando ella se encaramó sobre él, pero nada más coger las riendas entendió que debía obedecerla. Miró al conde para comprobar su estado: su piel estaba pálida y la piel se notaba fría. Clavó los talones en los flancos del animal y emprendió un trote suave. Sus heridas y las de él dolerían al galope. No sabía adónde guiar al caballo, así que, simplemente, se limitó a alejarse de la zona en la que se encontraban. De vez en cuando miraba preocupada al hombre sin decirle palabra, intentando descifrar su estado sólo por su aspecto.
Llegaron a un claro y detuvo al equino. El único sonido que podía apreciarse era el de su respiración, las riendas, los quejidos del lobo y el río que corría por el lado derecho. Ayashe bajó del caballo y ayudó a descender al cazador, medio inconsciente por aquel entonces. Lo tumbó en el suelo y le quitó el cuero que apretaba las heridas. Estaba completamente empapado de sangre, pero parecía que había funcionado relativamente. Aun así, la carne desprendía un olor un tanto nauseabundo para un olfato fino como el de ella. Se acercó al río y llevó un poco de agua hasta él usando las manos como recipiente. Después lo vertió con cuidado sobre las heridas; él se quejaría, si es que seguía consciente, pero le daba igual. Necesitaba limpiar la piel para ver hasta donde llegaban exactamente.
Se levantó y empezó a buscar algo en los alrededores. Minutos después llegó con un ramillete de plantas con unas hojas pequeñas y de un color verde intenso. Arrancó unas pocas y empezó a masticarlas hasta hacer unas pasta blanda y ligeramente espumosa, que metió en las heridas. Si no era demasiado tarde evitaría que se infectaran. Cada poco tiempo iba hasta el río para enjuagarse la boca; aquellas plantas dejaban un sabor amargo y le secaban la boca. Nada más terminar le cubrió con la piel de lobo, lavó el trozo de cuero y cuando volvió junto a él se dio cuenta de lo cansada que estaba. Volvió a vestirse y se sentó a su lado. El lobo no tardó en meter la cabeza bajo el brazo de ella, reconfortándose mutuamente.
—Si me oyes, será mejor que duermas. Lo necesitas —le dijo entre susurros, temerosa de romper el silencio que les rodeaba.
Después se tumbó en el suelo, soltando una queja por las heridas que seguían curándose, y miró al cielo. No había ni una nube, con lo que las estrellas brillaban con intensidad. El can se tumbó a su lado y notó el calor de su cuerpo de inmediato. Le rascó la cabeza y cerró los ojos. Ella también necesitaba descansar.
El hocico iba a ras de suelo, olfateando el rastro de las bestias. No tardó en llegar a su cueva, donde el olor a sangre se acrecentaba. Unos gruñidos tras unos arbustos la alertaron. Irguió las orejas y gruñó; un hocico se asomó entre las hojas, devolviendo el gruñido. Ayashe ladró y azuzó a la bestia para que se lanzara a por ella y, cuando lo consiguió, se apartó en el último momento y empezó a correr. El licántropo la seguía de cerca, molesto por la mofa de la joven. Parecía que la situación estaba controlada cuando, sin esperarlo, otros dos lobos la asaltaron desde los lados. Uno de ellos consiguió arañarle el lomo, haciéndole cuatro grandes heridas que no tardaron en teñir su impoluto pelaje de rojo. El miedo y la adrenalina sirvieron de analgésico, porque la mujer corrió más que nunca.
No tardó en llegar a un río no demasiado profundo que cruzaba el bosque. Se metió en el agua sin dudarlo, haciendo que los lobos que la seguían perdieran su rastro. Se ocultó bajo las raíces de un árbol que había al borde del río y metió el cuerpo casi al completo dentro del agua. Con un poco de suerte, las bestias llegarían al agua por la parte alta del río, no viendo los rastros de sangre que se llevaba la corriente aguas abajo. Esperó y esperó escuchando cada gruñido, cada sonido que hacían. Ayashe maldijo en silencio por no haber seguido dejando rastro más allá, pero ya era demasiado tarde.
No supo si fueron los dioses o la misma Magena, pero un aullido lejano alertó a los lobos y salieron de allí. Se quedó bajo las raíces durante unos minutos, asegurándose de que ya estaban lejos como para que la oyeran. Después salió de allí, helada y dolorida. Miró las heridas: no eran demasiado profundas y habían empezado a sanar, pero todavía sangraban un poco y le escocían. Cojeando, comenzó el camino de vuelta atenta a todo lo que ocurría a su alrededor. Podía escuchar a los licántropos que aún rondaban por allí, y un sonido acompañado de un olor que era a la vez conocido y desconocido. Su lobo salió de un rincón, seguido de un caballo que, sobre su lomo, transportaba al hombre que la acompañaba en aquella batalla.
—Define “bien” —le contestó con media sonrisa.
El lobo se acercó a ella y le olfateó las heridas mientras Ayashe se subía al caballo, obedeciendo a las palabras de él. El animal se asustó cuando ella se encaramó sobre él, pero nada más coger las riendas entendió que debía obedecerla. Miró al conde para comprobar su estado: su piel estaba pálida y la piel se notaba fría. Clavó los talones en los flancos del animal y emprendió un trote suave. Sus heridas y las de él dolerían al galope. No sabía adónde guiar al caballo, así que, simplemente, se limitó a alejarse de la zona en la que se encontraban. De vez en cuando miraba preocupada al hombre sin decirle palabra, intentando descifrar su estado sólo por su aspecto.
Llegaron a un claro y detuvo al equino. El único sonido que podía apreciarse era el de su respiración, las riendas, los quejidos del lobo y el río que corría por el lado derecho. Ayashe bajó del caballo y ayudó a descender al cazador, medio inconsciente por aquel entonces. Lo tumbó en el suelo y le quitó el cuero que apretaba las heridas. Estaba completamente empapado de sangre, pero parecía que había funcionado relativamente. Aun así, la carne desprendía un olor un tanto nauseabundo para un olfato fino como el de ella. Se acercó al río y llevó un poco de agua hasta él usando las manos como recipiente. Después lo vertió con cuidado sobre las heridas; él se quejaría, si es que seguía consciente, pero le daba igual. Necesitaba limpiar la piel para ver hasta donde llegaban exactamente.
Se levantó y empezó a buscar algo en los alrededores. Minutos después llegó con un ramillete de plantas con unas hojas pequeñas y de un color verde intenso. Arrancó unas pocas y empezó a masticarlas hasta hacer unas pasta blanda y ligeramente espumosa, que metió en las heridas. Si no era demasiado tarde evitaría que se infectaran. Cada poco tiempo iba hasta el río para enjuagarse la boca; aquellas plantas dejaban un sabor amargo y le secaban la boca. Nada más terminar le cubrió con la piel de lobo, lavó el trozo de cuero y cuando volvió junto a él se dio cuenta de lo cansada que estaba. Volvió a vestirse y se sentó a su lado. El lobo no tardó en meter la cabeza bajo el brazo de ella, reconfortándose mutuamente.
—Si me oyes, será mejor que duermas. Lo necesitas —le dijo entre susurros, temerosa de romper el silencio que les rodeaba.
Después se tumbó en el suelo, soltando una queja por las heridas que seguían curándose, y miró al cielo. No había ni una nube, con lo que las estrellas brillaban con intensidad. El can se tumbó a su lado y notó el calor de su cuerpo de inmediato. Le rascó la cabeza y cerró los ojos. Ella también necesitaba descansar.
Ayashe- Cambiante Clase Baja
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Fecha de inscripción : 12/09/2015
Re: Nuit de sang {Rivaille}
Si bien la muchacha se subió al equino y tomó el control, el conde simplemente ya llegó a su límite. Sabiendo que ahora ya estaban en menos riesgo y que, al mismo tiempo, sentía que estaba en buenas manos, ya simplemente cargó su peso sobre el cuerpo de la cambiante y cerró los ojos, relajándose dentro de lo que podía, pues cada galope le provocaba tanto dolor como el anterior. Cuando el caballo se detuvo, estaba tan cerca de perder la consciencia que no fue capaz de cooperar mucho cuando la muchacha le bajó del caballo, pues apenas y respondía ya a estímulos. Incluso, cuando estuvo en el suelo y la cambiante le vertió agua e hizo curaciones en sus heridas, las energías no le alcanzaron siquiera para removerse, sino que para apenas y fruncir el ceño y emitir algún sonido suave e ilegible. Lo que siguió luego ya simplemente se encontraba ajeno a sus sentidos, excepto aquel susurro que le indicaba dormir. Por un momento hizo un esfuerzo en no dormirse, temeroso de no despertar por la mañana pues estaba consciente de que estaba al filo entre la vida y la muerte, pero los ojos y el cuerpo le pesaban tanto que en realidad no pudo hacer nada más que dormir.
No supo en qué momento cayó en un sueño profundo, tan profundo que en la mañana cuando sintió el sol calentando sus mejillas, despertó alarmado, sintiendo que la brecha de tiempo entre la noche y aquel momento se habían sentido como que fueran cinco minutos. Con los ojos bien abiertos y el cuerpo entero que le dolía, movió la cabeza lenta y levemente para mirar de reojo hacia un costado, viendo allí a la cambiante aún dormida. Soltó un suspiro que luego se arrepintió, quejándose y haciendo que con ello despertara el lobo. Quería moverse, de alguna forma volver a la ciudad, pero se sentía un extraño dentro de su propio cuerpo pues con suerte y podía moverse siquiera un poco. Cerró los ojos nuevamente ante la molestia que le provocaban los rayos de sol matutinos, tragando algo de saliva y sintiendo una sed .- Agua… -Susurró en un intento de despertar a la muchacha, o de que por lo menos el lobo reaccionara a hacerlo.- ¿Puedes traerme agua? -Escuchaba el río cercano a ellos, por lo que pensaba en que podría hacerlo, aunque en realidad dudaba de que de verdad escuchara el agua o fuese nada más algo que soñaba o alucinaba.
Entonces, volvió a abrir los ojos para poder ver a aquella que le había salvado la vida, buscando cruzar mirada con ella para poder hablarle.- Si llego a salir vivo de esto… -Comenzó con susurros suaves, no por confidencialidad sino porque no le daban las fuerzas para alzar más la voz. Tenía suerte de que la muchacha fuera cambiante, pues de no ser así, no estarían vivos en primer lugar y, además, tendría que acercarse demasiado para poder escucharle.- Va a ser exclusivamente porque ustedes me han salvado. -Continuó, incluyendo las hazañas del lobo también como su salvador.- Si es que hubiese alguna forma, ¿cómo podría pagarles? -Mantuvo la vista en alto luego de preguntar aquello, ya que era casi lo único que podía hacer para hacerse pasar como alguien de palabras serias pues en aquellas condiciones, era poca la dignidad que demostraba.- Sé que has notado que soy un cazador, entendería si es que no quieres simpatizar conmigo después de esto pero, ¿puedo al menos saber tu nombre? El mío es Rivaille… -Agregó a sus susurros, acabando con un quejido y con gestos acordes.
De pronto, comenzaron a escucharse ladridos a lo lejos, seguidos por los sonidos de unas patas que se acercaban corriendo con rapidez y, al tiempo, un sabueso se asomó por entre los arbustos y matorrales, quien se mantuvo inquieto e indeciso a una distancia de ellos en cuanto vio al lobo. El can aulló entonces lo más fuerte que pudo, jadeando luego mientras que se daba vueltas en su lugar, mirando hacia el conde y luego hacia el bosque y viceversa.- Ya vienen por mi… -Anunció a la muchacha, sabiendo que aquel perro lo habían enviado sus soldados en su búsqueda.
No supo en qué momento cayó en un sueño profundo, tan profundo que en la mañana cuando sintió el sol calentando sus mejillas, despertó alarmado, sintiendo que la brecha de tiempo entre la noche y aquel momento se habían sentido como que fueran cinco minutos. Con los ojos bien abiertos y el cuerpo entero que le dolía, movió la cabeza lenta y levemente para mirar de reojo hacia un costado, viendo allí a la cambiante aún dormida. Soltó un suspiro que luego se arrepintió, quejándose y haciendo que con ello despertara el lobo. Quería moverse, de alguna forma volver a la ciudad, pero se sentía un extraño dentro de su propio cuerpo pues con suerte y podía moverse siquiera un poco. Cerró los ojos nuevamente ante la molestia que le provocaban los rayos de sol matutinos, tragando algo de saliva y sintiendo una sed .- Agua… -Susurró en un intento de despertar a la muchacha, o de que por lo menos el lobo reaccionara a hacerlo.- ¿Puedes traerme agua? -Escuchaba el río cercano a ellos, por lo que pensaba en que podría hacerlo, aunque en realidad dudaba de que de verdad escuchara el agua o fuese nada más algo que soñaba o alucinaba.
Entonces, volvió a abrir los ojos para poder ver a aquella que le había salvado la vida, buscando cruzar mirada con ella para poder hablarle.- Si llego a salir vivo de esto… -Comenzó con susurros suaves, no por confidencialidad sino porque no le daban las fuerzas para alzar más la voz. Tenía suerte de que la muchacha fuera cambiante, pues de no ser así, no estarían vivos en primer lugar y, además, tendría que acercarse demasiado para poder escucharle.- Va a ser exclusivamente porque ustedes me han salvado. -Continuó, incluyendo las hazañas del lobo también como su salvador.- Si es que hubiese alguna forma, ¿cómo podría pagarles? -Mantuvo la vista en alto luego de preguntar aquello, ya que era casi lo único que podía hacer para hacerse pasar como alguien de palabras serias pues en aquellas condiciones, era poca la dignidad que demostraba.- Sé que has notado que soy un cazador, entendería si es que no quieres simpatizar conmigo después de esto pero, ¿puedo al menos saber tu nombre? El mío es Rivaille… -Agregó a sus susurros, acabando con un quejido y con gestos acordes.
De pronto, comenzaron a escucharse ladridos a lo lejos, seguidos por los sonidos de unas patas que se acercaban corriendo con rapidez y, al tiempo, un sabueso se asomó por entre los arbustos y matorrales, quien se mantuvo inquieto e indeciso a una distancia de ellos en cuanto vio al lobo. El can aulló entonces lo más fuerte que pudo, jadeando luego mientras que se daba vueltas en su lugar, mirando hacia el conde y luego hacia el bosque y viceversa.- Ya vienen por mi… -Anunció a la muchacha, sabiendo que aquel perro lo habían enviado sus soldados en su búsqueda.
Rivaille- Realeza Francesa
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Fecha de inscripción : 22/01/2015
Re: Nuit de sang {Rivaille}
Sintió como una cosa húmeda y blanda le estaba mojando la cara. Movió la cabeza para quitársela de encima, todavía dormida, pero la molestia seguía ahí. Era la lengua del lobo que, a base de lametones, intentaba despertarla. Seguía con los ojos cerrados, pero la luz le molestaba más de lo normal. En su cueva apenas entraba hasta la mitad, y ella dormía al fondo, bien cubierta. Cuando sus sentidos se fueron despertando a la vez que ella, sintió la hierba fresca en su rostro. El animal seguía insistiendo en que se despertara, más pesado de lo habitual. Le regaño en su lengua materna, a lo que él contestó con un gruñido. De pronto escuchó una voz y abrió los ojos. Se vio rodeada de árboles en un claro en medio del bosque, y el hombre que había encontrado la noche anterior estaba despierto a su lado. Se quedó mirándole durante leves segundos mientras organizaba sus ideas. Agua. Estaba pidiendo agua.
Ayashe se levantó y rebuscó en las alforjas del caballo algo con lo que poder llevársela. Encontró una especie de vaso metálico y se acercó al riachuelo. Con paso ligero volvió junto al conde y le ayudó a incorporar un poco el cuerpo para que pudiera beber.
—Ri-vai-lle —repitió mientras levantaba las pieles para dejar la herida al descubierto. Comenzó a quitar los restos de hierbas de los arañazos y después le miró por unos segundos—. Soy Ayashe —contestó antes de seguir.
La pasta de hierbas que le había puesto la noche anterior había hecho su función. Las heridas no olían tan mal y su aspecto era mejor de lo que lo había sido horas antes, aunque todavía les quedaban días para que sanaran del todo.
—Mantén tus armas lejos de nosotros, sobre todo la pistola. No me gusta —le contestó, callándose unos pocos segundos mientras una idea volaba por su mente—. Y… hay otra cosa. Si me pudieras traer... —siguió, bajando la mirada— un libro. Con eso será suficiente. Me encantaría tener uno, pero no… —dijo casi entre susurros, como si le diera vergüenza.
Ayashe nunca había visto un libro hasta que no llegó a la casa de la mujer que le enseñó a hablar francés. También comenzó a enseñarla a leer, pero, por desgracia, no llegó a aprender demasiado; la mujer murió antes de que ella aprendiera del todo, con lo que las palabras que sabía identificar eran muy limitadas. Aun así, la cambiante disfrutaba pasando las páginas y mirando los dibujos de los cuentos infantiles. Le perdía el olor de las hojas mezclado con el de la tinta, el sonido de las páginas le erizaba el vello, e incluso se reía cuando se cortaba con el filo. Los adoraba.
Un sonido entre los arbustos llamó su atención. No había oído llegar al sabueso y se sobresaltó cuando le vio aparecer. El lobo hizo lo propio, olisqueando desde donde estaba con las orejas en punta y gruñendo, contenido. Se levantó sin apartar la mirada del perro y comenzó a caminar hacia atrás, despacio, sin alterar al animal.
—Tengo que irme —dijo, asustada.
Dio unas cuantas órdenes en su lengua dirigidas al lobo. No quería silbarle, el sabueso podía darse por aludido y seguirles en su huida. Echó a correr por el bosque seguida del animal, que corría a cierta distancia sin perderla de vista. De pronto, uno de los perros que habían mandado en busca del conde se paró frente a ella, ladrándola y aullando. La joven se paró en seco; sabía que podía hacerle callar, pero no había tiempo. El lobo consiguió escabullirse y lo último que vio Ayashe antes de recibir un fuerte golpe en la nuca fue su cola desapareciendo entre unos arbustos.
Primero se hizo el silencio y, después, la oscuridad.
Ayashe se levantó y rebuscó en las alforjas del caballo algo con lo que poder llevársela. Encontró una especie de vaso metálico y se acercó al riachuelo. Con paso ligero volvió junto al conde y le ayudó a incorporar un poco el cuerpo para que pudiera beber.
—Ri-vai-lle —repitió mientras levantaba las pieles para dejar la herida al descubierto. Comenzó a quitar los restos de hierbas de los arañazos y después le miró por unos segundos—. Soy Ayashe —contestó antes de seguir.
La pasta de hierbas que le había puesto la noche anterior había hecho su función. Las heridas no olían tan mal y su aspecto era mejor de lo que lo había sido horas antes, aunque todavía les quedaban días para que sanaran del todo.
—Mantén tus armas lejos de nosotros, sobre todo la pistola. No me gusta —le contestó, callándose unos pocos segundos mientras una idea volaba por su mente—. Y… hay otra cosa. Si me pudieras traer... —siguió, bajando la mirada— un libro. Con eso será suficiente. Me encantaría tener uno, pero no… —dijo casi entre susurros, como si le diera vergüenza.
Ayashe nunca había visto un libro hasta que no llegó a la casa de la mujer que le enseñó a hablar francés. También comenzó a enseñarla a leer, pero, por desgracia, no llegó a aprender demasiado; la mujer murió antes de que ella aprendiera del todo, con lo que las palabras que sabía identificar eran muy limitadas. Aun así, la cambiante disfrutaba pasando las páginas y mirando los dibujos de los cuentos infantiles. Le perdía el olor de las hojas mezclado con el de la tinta, el sonido de las páginas le erizaba el vello, e incluso se reía cuando se cortaba con el filo. Los adoraba.
Un sonido entre los arbustos llamó su atención. No había oído llegar al sabueso y se sobresaltó cuando le vio aparecer. El lobo hizo lo propio, olisqueando desde donde estaba con las orejas en punta y gruñendo, contenido. Se levantó sin apartar la mirada del perro y comenzó a caminar hacia atrás, despacio, sin alterar al animal.
—Tengo que irme —dijo, asustada.
Dio unas cuantas órdenes en su lengua dirigidas al lobo. No quería silbarle, el sabueso podía darse por aludido y seguirles en su huida. Echó a correr por el bosque seguida del animal, que corría a cierta distancia sin perderla de vista. De pronto, uno de los perros que habían mandado en busca del conde se paró frente a ella, ladrándola y aullando. La joven se paró en seco; sabía que podía hacerle callar, pero no había tiempo. El lobo consiguió escabullirse y lo último que vio Ayashe antes de recibir un fuerte golpe en la nuca fue su cola desapareciendo entre unos arbustos.
Primero se hizo el silencio y, después, la oscuridad.
Ayashe- Cambiante Clase Baja
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