Découvrir la toxicomanie [John]

por **Gaspard A. Bethancourt** Dom Ago 30, 2015 7:15 pm

Decir que Brigitte era una chica de ciudad estaba completamente errado, claro que podía parecerlo, a decir verdad, se manejaba muy bien en París, sabia cada calle, cada corredor sin salida, conocía cada nombre que le era de interés profesional. Y eso es porque el arte que ella expresaba era mucho más fuerte que cualquier otro que haya visto. Sí, los artistas tenían lo suyo, irradiaban algo poético y amoroso. Pero la periodista se basaba en mucho más que eso. Ella expresaba conocimientos verdaderos y de ahí venía su fama. “B.B” es como la llamaban los seguidores, una mujer sin tapujos, que se podía meter en cualquier clase de líos solo para tener la preliminar de cualquier noticia y es por eso que no resultaba ser exactamente “de ciudad”, insoluble y amable; elegante y sumisa como todas esas mujeres que se paseaban en vestidos ajustados y cabellos pomposos por la calle. Ella había llegado incluso a escalar muros, cuidando de respetar la propiedad privada, pero aun así usando la reciente libertad de expresión para valuar cualquier cosa que no estuviese abalada por la ley. Nada aceleraba el corazón de Brigitte más que meterse en situaciones paranormales. Y era esa semana cuando los rumores del hospital llegaron a sus oídos. Aunque le iba muy bien en noticias más bien normales, su fanatismo estaba completamente ligado a lo sobrenatural. Incontables veces eran las que se había encontrado con gente que podía usar la metamorfosis hacía animales, quizá humanos brujos o sino cambiaformas que tenían una naturaleza salvaje en su interior. Pero era claro que su afán por los vampiros era lo más impresionante. Jamás había sido mordida, quizá debido a su gran carisma para llevar las situaciones límites a su favor. O quizá se debía a la suerte. Sí, la muchacha contaba con mucho de eso. También era su coraje y la forma que tenía de nunca dejarse vencer por las adversidades, daba todo de sí para poder ganar en todo momento. Incluso aunque había sido criada en un orfanato y que muchos le habían dicho que terminaría como una prostituta o como una triste mendiga. Ella había superado las barreras.

Y ahora, en la extrema noche y con sus atuendos cómodos para las “misiones”, como ella así los llamaba, se dirigía al hospital que tan bien ubicado estaba. Con su libreta en la mano y una pluma nueva que había sido recientemente comprada, ideal para aquellos momentos pues tenía un fácil recargo en la tinta que podía durar más de una hoja. Necesitaba saberlo, ¿era real que había un vampiro como médico en el lugar? ¿Qué siempre atendía de noche y que resultaba ser extrañamente amistoso? ¡Brigitte temblaba de la emoción! A paso firme ingresó con sus cabellos pavorosamente atados, recorriendo los pasillos con un barbijo sobre el rostro. Las razones eran varias, no ser reconocida, no infectarse de ningún virus y claro, llamar la atención de quien quería encontrar. — ¿Hay alguien aquí? — Impetuosa hablaba; ella era astuta, pero en momentos como esos, donde estaba implicado un ser de extraña naturaleza, no podía más que lanzarse a la expedición. Y abrió todas las puertas que estaban a su alcance. Haciendo poco ruido al ingresar, no pretendía levantar a los hospitalizados. Solo buscaba la presencia de aquel ser, le habían dicho que era de sexo femenino, pero eso seguro que era mentira, siempre confundían a los inmortales con mujeres extremadamente pálidas. Corrió entonces al piso superior y emocionada fue que se dirigió hacia una de las habitaciones de donde un extraño sonido salía. Parecía que era alguien que estaba sufriendo y fue por eso que la muchacha se escondió en un costado y comenzó a caminar tan silenciosamente como en las demás expediciones que hacía para recaudar información. Y comenzó a escribir en su libreta, la hora estaba en su reloj de bolsillo y la miró al instante, anotándola para así explicar paso a paso lo que estaba sucediendo en tanto quedó frente a la puerta de donde los pequeños chirridos salían. Parecía una especie de sonido ratono, seco y algo áspero y no dudó en mirar por el rabillo. Ella no tenía miedo, sí a morir, pero ¿qué cosas buenas podría encontrar en la vida si no ponía todo en juego? Y observó una imagen extraña, indescifrable a decir verdad. Y esperó, con los orbes de color miel abiertos y expectantes como ningún otro.

por **John W. Halsted** Mar Sep 08, 2015 1:09 am

Tu mano me busca, porque me cubre todo y no es
transparente.

En su oficina, detrás de un biombo, estaba una habitación similar a la que tenían las salas de operaciones en la que los cirujanos se aseaban antes y después de un procedimiento. La construcción de esta habitación fue una de las condiciones que John le había dado al director del hospital para aceptar trabajar ahí. Para muchos la existencia de aquella habitación fue por un tiempo de lo único que se hablaba, los rumores sobre su utilidad no cesaban y cada uno de ellos era tan descabellado como el anterior. La explicación más razonable, según los psicólogos del hospital, era una especie de trastorno de personalidad, veían a John como un singular y misterioso hombre que seguramente no apreciaba la interacción con sus semejantes, quizá mucho menos con sus colegas. La verdadera razón de aquella habitación era mucho más difícil de comprender que el mismo misterio.

John se encontraba en aquella misma habitación esa noche. Había pasado casi dos horas ahí, inmóvil. Sus manos estaban apoyadas sobre el lavamanos mientras que el resto de su cuerpo estaba ligeramente inclinado hacía enfrente. Aquella imagen era recurrente pues sucedía cada vez que él participaba en un procedimiento, lo cual ya era en sí raro pues él sólo lo hacía en casos especiales o para mostrar un nuevo procedimiento. Aquella noche le había mostrado a un grupo selecto de colegas un nuevo procedimiento para la extracción de la apéndice que en realidad se trataba de un nuevo método para encontrar el punto exacto de corte que le permitiera hallar el órganos fácilmente y al que denomino “el punto Halsted”. Toda la demostración no había durado más de 15 minutos, él ni siquiera había suturado al paciente, tampoco había contestado peguntas ni se había quedado a charlar con sus colegas, justo al momento de terminar su demostración y de despedirse había casi corrido hasta su oficina y entrado después hasta la habitación en la que se encontraba, aunque jamás, después de todas la veces que lo había hecho, había demorado tanto tiempo en quitarse la sangre de sus manos.

Frente a un gran espejo miraba su reflejo sin mostrar ningún tipo de expresión. Sus manos, cubiertas de sangre hasta la mitad del antebrazo había disparado en él un estado único del cual no podía salir. Desde que su participación en aquella operación había terminado lo único que podido atinar a hacer era llegar hasta ahí y apoyar sus manos contra la fría porcelana. Nada, de él no se vería ningún tipo de manifestación que demostrase que no se había convertido en una estatua hecha del mismo material del que estaba construido el lavamanos. Si de alguna forma John pudiese exteriorizar, como un humano, lo que estaba pasando con él en ese momento, seguramente sería muy similar a un hombre en estado de shock emocional mostraría, las pupilas dilatadas, su cuerpo cubierto de sudor, sus manos no dejarían de temblar, su respiración sería muy baja y probablemente no estaría ahí después de todo es tiempo. En su lugar, John mostraba nada. Su lucha era más bien interna pues su cuerpo ya no era capaz de expulsar todo aquello que estaba ocurriendo con él. Este se había convertido en un mero cascaron de lo que alguna vez fue, sólo que aquello que lo hacía humano después de todo nunca se había ido, no aún. Nunca en toda su vida inmortal había deseado poder llorar tanto como ahora.

Fue en ese momento de mayor debilidad que escucho a alguien muy cerca de él. No sabía quién era pues sus sentidos apenas le habían permitido percibir a ese alguien. Pensó en una enfermera, una enfermera nueva, alguien que había entrado recién y que no conocía las reglas del lugar las cuales incluían nunca, bajo ninguna circunstancia, entrar a su oficina. Debes de ser nueva por aquí, le dijo con su mejor tono, con el mejor que pudo lograr a pesar de la falta de aliento. Usualmente esto sería una grave falta, sin embargo, no podría decir que de alguna forma me alegra que estés aquí. Le dijo.

— Acércate. Detrás de la cortina. Necesito que me ayudes con algo. ¡No! Espera. Antes de venir. Segundo cajo a la izquierda. Toma el pequeño frasco y el artefacto brillante y tráelos contigo. Vamos, no te quedes ahí. Hazlo, ahora. Por favor - Cada palabra sonó en aquel momento como una súplica y como una orden también.

por **Gaspard A. Bethancourt** Jue Sep 24, 2015 2:22 pm

Misterios sin descubrir era una de las debilidades de la fémina y ondear su nariz hasta las profundidades de los enigmas era lo que mejor se le daba. Su pecho se achicharró del temor, pues era una humana y como tal, las emociones podían acorralarla con gravedad. Mordiendo su labio inferior anotó en su libreta los pasos que había dado. Cómo había llegado, el tipo de ruido extraño que salía del lugar y la breve sombra de un hombre inmutablemente quieto. ¿Estaba respirando? La verdad es que Brigitte no estaba segura de eso, no tenía las habilidades para saber algo así. Claro que anotó aquella anomalía, esperando poder sacar alguna información de utilidad. ¡Sin duda eso sería un boom en el periódico semanal! Era la primera vez que tenía una historia que de verdad fuese misteriosa y de suspenso. Y de verdad pensó que estaría encantada, pero fue una voz gruesa y vil la que la sacó de su ensoñación. Los ojos se le abrieron y tragando saliva se dedicó a pasar a donde el masculino le indicaba. ¿Estaba feliz de verla? ¿A qué se refería? Sin duda ella tenía miles de preguntas en la lengua que quería soltar, no obstante no sería tan tonta como para darse a conocer así como así. Usaría sus habilidades actorales y teatreras para coger un poco de tiempo y al mismo tiempo jugosa información. — Sí, estaba pasando a acomodar las habitaciones. Ah… Lo siento, enseguida. — Bramó la muchacha con rápidas acciones, metiéndose en el lugar que olía a sangre, sí, lo sabía porque tenía un sabor metálico y podía recordarlo. Jamás se habían borrado las imágenes cuando había buscado vampiros y solo se había encontrado con cadáveres humanos corrompidos en los cuellos. Eran situaciones que nunca podría olvidar y que contrariamente también le gustaba mucho recordar, eso le daba experiencia y fuerzas para seguir adelante.

Y entonces buscó lo que tal individuo le indicaba, tenía una barba de época en el rostro, los cabellos algo cortos. Una lástima no haber podido notar la expresión que llevaba, las mamparas los esperaban, pero se podía notar los ínfimos movimientos que él hacía. Y entonces Brigitte tomó lo que parecía ser una especie de pistola muy muy finita y pequeña, era de metal y pesaba bastante para los delgados dedos que tenía. El frasco era de tamaño promedio, de unos cinco centímetros de diámetro. ¿Para qué los necesitaría? — Aquí tiene. ¿Se siente bien? ¿Necesita que le traiga algo? — Consultó con completa sinceridad, la verdad es que ese ser parecía estar muy pálido, aunque no así nervioso. ¡Qué tonta eres B.B! Se dijo para sí misma la muchacha al dar cuenta que lo más probable era que él fuese el inmortal. Sus piernas temblaron con absoluta emoción y sus faroles brillaron como el mismo sol en verano. Tragó saliva y con cuidado se acercó, dejando los elementos pedidos al lado de una larga mesa de mármol. El ambiente estaba tenso, el aroma era dulce, fuerte y profundo, como si todo estuviese a un paso de romperse. — ¿Usted es doctor? No lo había visto nunca. ¿A-acaba de tener una cirugía, no es cierto? Puedo ayudarlo en lo que precise. — Susurraba con extrema cautela, mirando alrededor, esperando que su espléndido cerebro pudiese recordar cada palabra e incluso cada cosa que hubiese en ese lugar. ¡No quería dejar que nada se le salga de las manos! Aunque no sabía que en realidad se estaba metiendo en lugares problemáticos, donde podría salir herida lo suficiente como para que incluso sus iniciales fuesen perturbadas. Pero claro, ella tenía profundos sueños, mucho más importantes que su propia vida e incluso que su propia sangre. — Soy Belrose, ¿Podría saber su nombre? — Las preguntas de la muchacha salían capciosas y suaves, intentando controlar su agitado tórax que podría llegar a delatarla aunque, ¿por qué se hacía tantos problemas? Si acaso aquel era un vampiro la descubriría tarde o temprano, aunque ella esperaba que fuese lo suficientemente tarde como para salir con vida. No obstante había algo que le llamaba demasiado la atención, ¿qué estaba haciendo allí realmente y qué es lo que haría con esos elementos tan extraños que le había hecho buscar? No se le ocurría algo bueno.

por **John W. Halsted** Sáb Oct 24, 2015 3:20 am

¿Cómo se sentía? ¿Necesitaba algo? Para esas preguntas siquiera él tenía una respuesta. Los efectos de las diferentes combinaciones que probaba nunca eran los mismos. Antes de entrar en la sala de cirugía había inyectado en su cuerpo una nueva combinación del compuesto. Había sido descuidado, impulsivo, nunca antes había probado los efectos que esta nueva substancia le podía causar y estaba pagando el precio por ello.

Lo que en ese momento sentía era una increíble repulsión por la sangre. Aquel líquido vital que le permitía seguir viviendo ahora mismo le resultaba inmundo. Nunca antes, siquiera las primeras veces que probo la sangre, antes de asimilar por completo que eso era ahora lo que debía beber para sobrevivir, mucho antes de aceptar la idea completa del vampirismo, la sangre le había causado tal repugnancia.

El estado en el la enfermera Belrose lo había encontrado era consecuencia directa de aquella situación. — Belrose, acérquese por favor. Mi nombre es William Halsted, soy doctor, cirujano. Pero ya habrá tiempo para presentaciones, ahora necesito que me ayude. — su voz era suave y sus palabras lentas. Ya no tenía necesidad de levantar la voz pues la enfermera se encontraba mucho más cerca, aunque hubiese deseado hacerlo, quizá de esa forma podría dejar salir algo de lo que estaba sintiendo a través de su boca como si se tratase de una válvula de escape — Puede que esto le parezca raro y quizá también difícil de comprender, sin embargo le ruego haga lo que le pido sin preguntar. Observe bien el artefacto que tan sólo algunos minutos antes sostenía en sus manos. ¿Dígame qué le parece? ¿Para qué cree que sirva? — John tenia bien claro que debía de hacer esto con sumo cuidado pues probablemente Belrose era ahora su única esperanza de recuperarse.

— Tómese su tiempo. Familiarícese con el objeto. Cuando lo haya hecho quiero que se acerque y… — en ese momento una sensación parecida a un rayo atravesó a Jonh de lado a lado de la cabeza. Aquella sensación no le era extraña pues era la misma que experimentaba cuando su sentido depredador se activaba. El hambre podía fácilmente disparar este estado en él, pero usualmente lograba disiparlo e incluso desaparecerlo con la correcta dosis de su droga, sin embargo parecía que la nueva sustancia estaba haciendo lo contrario pues había no sólo potenciado este estado sino que era probable que si él seguía expuesto a esta sustancia no tardaría mucho en perder la razón. Aun así logró contenerse, en ese momento el olor dulce de la sangre lo distrajo y le hizo girar la cabeza en dirección a ella. Belrose se había cortado la yema de uno de sus dedos con la aguja de la jeringa, y eso había sido en efecto lo que había desatado el estado de alerta en John.

En ese momento dos tipos de sensaciones se debatían la atención del vampiro. Una, la extrema repulsión que sentía por la sangre que cubría sus manos y la otra, el deseo casi enloquecedor que experimentaba por la sangre de aquella enfermera. — Enfermera Belrose, hágame un favor. Deje eso por un momento y acérquese. Quiero que haga algo por mí — Aquel ligero aroma, esa pequeña herida había bastado para que John logrará recuperar sus sentidos por completo y con ellos sus poderes. La atracción que comenzó a generar a través de su cuerpo era suficiente como para hacer que medio hospital corriese a sus pies en ese momento, por suerte la habitación en la que se encontraban ahora estaba lo suficientemente alejada de todo lo demás como para que aquel efecto sólo afectase con eficacia a la enfermera Belrose.

Lentamente, al tiempo que Belrose se acercaba inducida por el poder de John, él lograba recuperar algo del movimiento que había perdido minutos atrás. Cuando le tuvo frente a él levanto sus manos para acariciar su rostro. Belrose se encontraba ahora en un trance, la atracción que John había inducido en ella no le permitía a su cuerpo responder normalmente, incluso era probable que siquiera estuviese consiente de lo que pasaba. Por su parte John se acercaba cada vez más al éxtasis, siquiera el satisfacer su hambre era comparable a este momento., lentamente inclino la cabeza de Belrose exponiendo la ligereza de su cuello, pero justo en ese momento algo volvió a cambiar dentro de él. Las sensaciones que había sentido al principio y que lo habían condenado a permanecer inmóvil regresaron pero esta vez más potentes que antes. El dolor y el hastío lograron tumbarlo al suelo. Cualquiera que hubiese entrado en se momento fácilmente podía haber confundido aquella escena con una posesión demoniaca. John no podía hacer otra cosa que doblarse del dolor y apretar los dientes mientras sentía que su interior se quemaba. En ese momento no pudo hacer más que mirar en dirección al pequeño frasco y la jeringa.

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