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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Ciel Manon-Geróux Mar Sep 15, 2015 8:45 am

Chrystelle se tambaleó un par de veces antes de perder totalmente el equilibrio, cayendo de bruces contra el suelo. Tras pasar toda la noche deambulando entre lecho y lecho, entre taberna y taberna, la única sensación que ocupaba su cuerpo en aquellos instantes era la del más absoluto y auténtico cansancio. Estaba exhausta, agotada, apenas si era capaz de mantenerse en pie el tiempo suficiente para ir a la barra y pedir otra botella de vino. Del más barato que tenían. Por enésima vez se repetiría que esa sería la última, aunque tanto el camarero como ella misma tenían bastante claro que era mentira. ¡Ah! Mentiras. Como si no fuera suficientemente exasperante ya vivir en una realidad, en una verdad como la suya, no tenía nada mejor que hacer que seguir mintiéndose a sí misma pese a todo. Claro que era más fácil eso que asumir que el ritmo de vida que llevaba la estaba conduciendo a un callejón sin salida. Claro que era más sencillo engañarse que aceptar que estaba cometiendo un error tras otro, y que iba sin frenos pendiente abajo, rodando sin parar. ¡Claro que era más fácil fingir que no le importaba estar estancada! Más fácil era, sin duda, pero no más lógico. Pero claro, Chrystelle, lógica, lo que se dice lógica, no lo había sido jamás. Muestra de ello era su errática forma de ser, siempre abocada a la destrucción más absoluta. Pero, ¿qué iba a hacer ahora? Una vida de fallos no se soluciona ni en diez minutos ni en tres años. Y sí, evidentemente necesitaba un cambio pero... ¿pelear contra marea para conseguirlo? No. Eso tenía pinta de ser demasiado difícil.

Y para dura ya tenía su vida. No necesitaba una carga más, ni quería esforzarse por más tiempo. Se limitaba a sobrevivir. Y mientras el alcohol le siguiera permitiendo evadirse, estaría bien. Bueno, puede que bien no, pero por lo menos sí estaría estable. Lo suficientemente anestesiada para que las barbas canosas de ese tipo que pagaba tanta suma por ella semanalmente no le dieran tanto repelús como para salir corriendo sin mirar atrás. No es que necesitara mucho más. Siempre había sido una mujer de gustos sencillos, y aunque precisamente ser prostituta no estuviera entre sus cosas favoritas, al menos le permitía vivir algo mejor que una rata de alcantarilla. Con los tiempos que corrían, debía sentirse más que afortunada. O eso era lo que solía decirle la dueña del burdel, cuando la joven se hacía preguntas demasiado trascendentales, justo antes de comunicarle que otro nuevo cliente la estaba esperando. Chrystelle siempre pensó que bajo aquellas gafas oscuras y aquellas uñas siempre pintadas de rojo se escondía una mujer profundamente frustrada con su vida privada, por lo que gustaba de maltratar a sus trabajadoras continuamente para sentirse mejor consigo misma. Y quizá no iba demasiado desencaminada. Pero era eso o nada. Ningún otro burdel aceptaba a más jóvenes, y menos, cuando ella ni siquiera tenía una identificación a su nombre.

Cuando la última de las tabernas acabó por cerrar, la joven tenía, además de aquel cansancio que la perseguía desde hacía rato, una borrachera bastante llamativa, que la llevó a dar tumbos por toda la ciudad, aferrada a la última botella de vino que le quedaba. Cada noche lo mismo. Parecía que la única manera que conocía para poder conciliar el sueño, era acabando tan cansada -y ebria- para no poder mantenerse en pie. Y así era, ciertamente. Había descubierto que si se iba a la cama cuando aún estaba lo suficientemente "consciente", era incapaz de conciliar el sueño. Las pesadillas la asaltaban. Por el contrario, si ahogaba todas y cada una de sus penas en alcohol, además de quedarse despierta hasta altas horas de la madrugaba, cuando llegaba a su frío y minúsculo lecho, sus fantasmas decidían dejarla en paz. O por lo menos, no los escuchaba. ¿Cómo faltar a aquella tradición, entonces? La vida diaria la hastiaba, la consumía, y si la única manera que tenía de descansar del día a día era esa, no renunciaría a ello tan fácilmente. Y poco le importaba la opinión de los demás al respecto. Aquella noche, sin embargo, tuvo algo de diferente.

No supo si fue fruto de que estaba menos bebida que en otras ocasiones, o al revés, si se había pasado con el alcohol, pero cuando quiso darse cuenta sus pies estaban parcialmente hundidos en la arena. Hacía años que no pisaba una playa, por miedo a que la reconocieran, ¿o era vergüenza por su propio cuerpo? Y allí estaba. El océano, imponente, la miraba fijamente a los ojos. Y viceversa. Se dejó caer en la arena, sintiéndose de inmediato más calmada. Entornó los ojos y se concentró en su respiración. Agitada, siempre agitada, en aquel sitio parecía tranquilizarse. ¿Por qué? No lo sabía. Pero era una sensación agradable... Aunque no tanto como para mantener alejados por mucho tiempo aquellos pensamientos terribles que siempre intentaba aplacar con la botella. Bebió durante varios segundos seguidos sin detenerse. Parecía que la cabeza iba a estallarle en cualquier momento. Y quizá hubiese sido lo mejor.

- Mi vida es una maldita tragicomedia. -Dijo, de pronto, sin venir a cuento. Frunció el ceño, confusa. Realmente lo era.

- "Sí, lo es, aunque la parte cómica parece ser imaginaria. ¿O tú la has visto?" -Sentenció una voz hasta entonces desconocida, provocando que se sentase de golpe, con el consiguiente mareo. La sensación de que estaba volviéndose loca apareció súbitamente... Y ella se limitó a beber nuevamente de la botella. Esa era la respuesta a todas sus preguntas. O eso prefería pensar.
Ciel Manon-Geróux
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Le murmure du Diable {Yves} Empty Re: Le murmure du Diable {Yves}

Mensaje por Yves Poulenc Miér Sep 16, 2015 9:26 pm


Straasha. Ese era el nombre de un antiguo, olvidado demonio acuático. Sus últimas indagaciones lo habían conducido a él. Sin forma, no existía ilustración alguna, y con muy poca, pero contundente información. Le interesaba la empresa, pero aún no se la había comentado a su hermana. Quizá ella estaría interesada en algo más concreto, un demonio menos escurridizo. ¿Qué podía ofrecerles, después de todo, un ente del océano? Y aun así, estaba dispuesto a hacerle la propuesta esa misma noche. Esperó por ella, y esperó, y nunca llegó.

Enfurecido, y frustrado sobre todo, arrojó sus anotaciones a la chimenea, se consumieron rápido, devorados por las lenguas de fuego, alimentadas como él y su melliza alimentaban a los señores del inframundo. Se quedó mirando el fuego hasta que no hubo nada más que cenizas. Odiaba cuando ella salía y hacía eso, sobre todo porque sabía lo que iba a hacer. A enredarse con cualquier tipo indigno de ella. Sólo él, su igual, su otra parte, era merecedor de sus afectos.

Trató de calmarse, pero todos los demonios en el infierno sabían que no lo conseguiría, que sólo ella lograba hacerlo, entonces decidió salir, así como un tormenta que no se anuncia. Los sirvientes de la casa Poulenc eran temerosos de sus dos nuevos amos, su padre fue mucho más benevolente con ellos. Lástima, pensó, ser amable con la servidumbre no estaba en sus metas.

Vagó por un rato, aún con el nombre de aquella divinidad arcaica reverberando en su interior, como las olas que, según había leído, él producía. Y fue ese hilo conductor que lo llevó a un sitio y sólo a un sitio. Pronto la piedra del suelo fue sustituida por madera de un malecón y un muelle. Desde la baranda observó el mar enojado, rompiéndose contra la playa. Y ni eso, ni la furia nocturna del océano podía compararse con el enojo que él sentía. Avanzó hasta llegar a unas escaleras, mismas que descendió. En el último escalón que quitó los zapatos y los dejó detrás de un madero que servía de soporte.

Sus pies se hundieron en la arena, tibia debido a la hora. Avanzó con paso sereno, como una sombra, acentuando esa apariencia debido a su impecable ropa negra. Parecía un fantasma, un espectro que viene a atormentar a los vivos. Y…

Se detuvo. Sonrió de lado al ver una figura en la playa. Desde la distancia sólo pudo distinguir que se trataba de una chica, joven, rubia. Si era un espectro, ahí estaba la víctima de su martirio. Avanzó aún más despacio, conforme se fue acercando pudo notar más detalles: la botella en su mano, el estado en el que estaba. Se relamió los labios como si estuviera a punto de probar un manjar desconocido. La escuchó, y no pudo contenerse.

Sí, lo es, aunque la parte cómica parece ser imaginaria. ¿O tú la has visto? —Dijo ante las propias quejas de la rubia, quien se sobresaltó. Oh, pequeña, si eso te asusta, es que no estás prestando atención. Aguardó como un animal salvaje aguarda por su presa—. Si crees que puedes ahogar tus penas, éstas van a aprender a nadar —continuó cuando ella dio otro trago a la botella y dio un paso al frente. La tenue luz de la luna iluminó su blanco rostro.
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