AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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No hay princesas en la cama [Privado]
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No hay princesas en la cama [Privado]
“A mi no me gusta resucitar amores que murieron”
R.M.A.C
Solitario, vació y sin aquella mujer que le daba la fuerza para continuar; así era como se sentía diariamente Karl Redfield al abrir los ojos por la mañana. Día tras día se cuestionaba sobre cómo sería la vida si es que su esposa aun viviera pero aquellos cuestionamientos no eran más que meras ideas que le llenaban de una enorme culpabilidad. Él había puesto su trabajo por encima de su familia en muchas ocasiones y ese hecho le paso la factura llevándose a la madre de su hija y él había terminado por alejarse de la niña en busca de aquellos que le arrebataron la única mujer que había sido capaz de penetrar la coraza en la que había vuelto su corazón. Ya bastante tiempo era el transcurrido desde que aquel incidente le cambiase la vida y aún así, Karl se negaba a aceptar que necesitaba continuar con su vida, pero sobre todo se negaba a si mismo el hecho de que necesitaba más que nunca a una mujer a su lado; una mujer que le escuchase y ayudara a satisfacer los deseos que cualquier ser vivo poseía, los que él evitaba sobre esforzando su cuerpo hasta que no diera más y evitando pasar cerca de centros del placer como lo eran burdeles o sitios donde muchas mujeres que conociera y fueran antiguas acompañantes suyas estuviesen.
Redfield podía considerar que sus intentos por evitar cualquier clase de contacto con mujeres eran un éxito, pero todo había llegado a su final algunas semanas atrás cuando en una jugarreta del destino, una pista respecto a los asesinos de su esposa le llevo directamente al burdel. Si bien aquel día Karl había sido capaz de entrar y salir sin mayores dificultades (solo la tentación de la cercanía de algunas mujeres), la visita a aquel sitió había acabado con la fortaleza mental que poseía, lo que le llevaba a pensar muy continuamente en las mujeres que trabajaban en aquel lugar y en como era necesario también para su cuerpo llevar un encuentro con alguna mujer de aquel sitio. Varios fueron los días en los que se encontró analizando los pros y los contras de una visita a aquel lugar, optando finalmente por ir a buscar alguien con quien compartir una noche placentera, al menos una, después de todo él no estaba en busca de volverse cliente frecuente de alguna y mucho menos planeaba buscar a alguna de sus antiguas amantes ya que sabía de antemano que se volverían pesadas a la larga. Fue así, después de un largo proceso para el antiguo inquisidor que decidió llegar aquella noche al burdel.
Entrar en aquel sitio después de tiempo siendo fiel a una mujer le resulto de lo más complicado que debiera hacer, pero logro hacerlo después de pasar cerca de media hora en las afueras del burdel y apenas había sido capaz de poner un pie dentro, algunas de las mujeres que trabajaban ahí se lanzaron sobre él. Pese a que su intención era conseguir una compañera para esa noche, rechazo a todas y cada una de ellas con palabras amables, solo para después dirigirse a donde se encontraba el hombre encargado de aquel sitio y las trabajadoras. Karl saludo cordialmente a aquel individuo, antes de comenzar a explicarle que era lo que estaba buscando ahí. El cazador no planeaba conformarse con cualquier mujer, estaba buscando una que resultara especial, única y que quizás de cierta manera le recordase a su difunta esposa; y tras dar los detalles al hombre aquel, le observo sonreír antes de terminarle enviando a una habitación donde según se le dijo “llegaría justo lo que necesitaba”.
Con decisión pero cierto nerviosismo, dirigió su andar hasta una de las pequeñas habitaciones dispuestas en el burdel; cuarto que no era la gran cosa, de hecho, era de los peores cuartos que había visto en la vida pero seguramente eso se debía al tiempo que tenía sin visitar uno de esos lugares. Estar ahí le generaba una enorme culpabilidad, así que termino por darse ánimos a si mismo.
– Ya estas aquí, no puedes simplemente largarte – dio entonces un suspiro y observo a cualquier sitio menos a la puerta, por donde seguramente no tardaría en llegar su acompañante.
R.M.A.C
Solitario, vació y sin aquella mujer que le daba la fuerza para continuar; así era como se sentía diariamente Karl Redfield al abrir los ojos por la mañana. Día tras día se cuestionaba sobre cómo sería la vida si es que su esposa aun viviera pero aquellos cuestionamientos no eran más que meras ideas que le llenaban de una enorme culpabilidad. Él había puesto su trabajo por encima de su familia en muchas ocasiones y ese hecho le paso la factura llevándose a la madre de su hija y él había terminado por alejarse de la niña en busca de aquellos que le arrebataron la única mujer que había sido capaz de penetrar la coraza en la que había vuelto su corazón. Ya bastante tiempo era el transcurrido desde que aquel incidente le cambiase la vida y aún así, Karl se negaba a aceptar que necesitaba continuar con su vida, pero sobre todo se negaba a si mismo el hecho de que necesitaba más que nunca a una mujer a su lado; una mujer que le escuchase y ayudara a satisfacer los deseos que cualquier ser vivo poseía, los que él evitaba sobre esforzando su cuerpo hasta que no diera más y evitando pasar cerca de centros del placer como lo eran burdeles o sitios donde muchas mujeres que conociera y fueran antiguas acompañantes suyas estuviesen.
Redfield podía considerar que sus intentos por evitar cualquier clase de contacto con mujeres eran un éxito, pero todo había llegado a su final algunas semanas atrás cuando en una jugarreta del destino, una pista respecto a los asesinos de su esposa le llevo directamente al burdel. Si bien aquel día Karl había sido capaz de entrar y salir sin mayores dificultades (solo la tentación de la cercanía de algunas mujeres), la visita a aquel sitió había acabado con la fortaleza mental que poseía, lo que le llevaba a pensar muy continuamente en las mujeres que trabajaban en aquel lugar y en como era necesario también para su cuerpo llevar un encuentro con alguna mujer de aquel sitio. Varios fueron los días en los que se encontró analizando los pros y los contras de una visita a aquel lugar, optando finalmente por ir a buscar alguien con quien compartir una noche placentera, al menos una, después de todo él no estaba en busca de volverse cliente frecuente de alguna y mucho menos planeaba buscar a alguna de sus antiguas amantes ya que sabía de antemano que se volverían pesadas a la larga. Fue así, después de un largo proceso para el antiguo inquisidor que decidió llegar aquella noche al burdel.
Entrar en aquel sitio después de tiempo siendo fiel a una mujer le resulto de lo más complicado que debiera hacer, pero logro hacerlo después de pasar cerca de media hora en las afueras del burdel y apenas había sido capaz de poner un pie dentro, algunas de las mujeres que trabajaban ahí se lanzaron sobre él. Pese a que su intención era conseguir una compañera para esa noche, rechazo a todas y cada una de ellas con palabras amables, solo para después dirigirse a donde se encontraba el hombre encargado de aquel sitio y las trabajadoras. Karl saludo cordialmente a aquel individuo, antes de comenzar a explicarle que era lo que estaba buscando ahí. El cazador no planeaba conformarse con cualquier mujer, estaba buscando una que resultara especial, única y que quizás de cierta manera le recordase a su difunta esposa; y tras dar los detalles al hombre aquel, le observo sonreír antes de terminarle enviando a una habitación donde según se le dijo “llegaría justo lo que necesitaba”.
Con decisión pero cierto nerviosismo, dirigió su andar hasta una de las pequeñas habitaciones dispuestas en el burdel; cuarto que no era la gran cosa, de hecho, era de los peores cuartos que había visto en la vida pero seguramente eso se debía al tiempo que tenía sin visitar uno de esos lugares. Estar ahí le generaba una enorme culpabilidad, así que termino por darse ánimos a si mismo.
– Ya estas aquí, no puedes simplemente largarte – dio entonces un suspiro y observo a cualquier sitio menos a la puerta, por donde seguramente no tardaría en llegar su acompañante.
Karl Redfield- Cazador Clase Alta
- Mensajes : 31
Fecha de inscripción : 26/08/2014
Re: No hay princesas en la cama [Privado]
“Flotaba entre nubes erráticas y hablaba conmigo mismo ante el espejo con la vana ilusión de averiguar quién soy.”
Gabriel García Márquez
Gabriel García Márquez
Inspiró una y otra vez, profundo, llenándose los pulmones del aire viciado del lugar, y exhaló lentamente, sintiendo cómo sus órganos se vaciaban. No lloraría. Amparo tenía un orgullo incólume que era lo único que la mantenía entre las paredes de esa pequeña habitación escasamente iluminada, rodeada de mujeres de mala vida, que la tocaban en sus partes pudentas como si fuese una puta. Corrección. Ya era una puta, era una más de ellas. La habían torturado quitándole el vello púbico, el de las piernas y el de las axilas, con una cera que parecía caramelo. Le habían dejado la piel enrojecida y luego la habían frotado con un aceite que olía a lavanda, mismo con el que habían perfumado esa zona íntima que ella jamás se había atrevido a tocar sin un camisón cubriéndola. La habían desnudado y resaltado todas y cada una de las partes de su cuerpo, para luego encorsetarla hasta el asfixie. Las ballenas del corsé se le clavaban en las costillas, le afinaban la cintura y resaltaban sus pequeños pechos. Le habían colocado unos bombachones que lejos estaban de ser de la muselina fina que ella usaba en su antigua vida, y le habían colocado una colonia barata. Luego, le habían recogido el cabello con un peinado complejo y elegante, y la habían maquillado destacando sus labios, labios que más de una elogió. Elogios que Amparo no aceptó ni rechazó.
—No temas —le había dicho una de las rameras una vez que estaba lista y la veía observarse en el espejo. — ¿Eres virgen? —La española no le había respondido, y la mujer lo tomó como un sí. —Ruega que no te toque un patán como a mí, y agradece que no te violaron una y otra vez hasta traerte aquí. Eres una muchacha fina, pero olvídate de eso, ahora esa vida anterior ya no te pertenece. Acostúmbrate a esto o no sobrevivirás.
A pesar de que Amparo simulaba no escucharla, aquellas frases se le habían clavado en la mente. Se retorcía los dedos de los nervios y el miedo, ¡ni siquiera sabía bien lo que esperaban de ella! Nadie le había explicado jamás lo que las prostitutas hacían, y a pesar de que hacía pocos días que estaba ahí, no entendía bien su labor. Tampoco comprendía por qué le había tenido que tocar a ella esa desgracia, sólo quería volver junto a su familia, abrazar a sus hermanas y olvidarse de todo lo que le estaba pasando. Pero parecía que la situación empeoraría. Más de uno le dijo que le habían tenido paciencia y que por eso le habían permitido mantenerse encerrada masticando su angustia, pero que ya había llegado el fin de eso, que era hora de trabajar. ¿Trabajar? Ni siquiera sabía que iban a pagarle por lo que se suponía debía hacer. Se puso de pie de un salto cuando un hombre fornido –que nunca antes había visto- entró y la tomó de un brazo, llevándola casi a las rastras hacia la puerta de otra habitación. No se atrevía a preguntar nada, y agachó la cabeza, siguiendo las instrucciones del tipo. Abrir la puerta lentamente, no besar en los labios, y hacer todo lo que el cliente quisiera.
—Buenas noches —saludó con timidez una vez que la puerta se cerró a sus espaldas. Se sentía incómoda con su atuendo, se sentía espantosa y vulgar. Al alzar la vista, podría haber prestado atención al cuartucho que la acogía, a sus cortinas oscuras, al catre que simulaba ser una cama, demasiado bajo, con pocos almohadones, con sábanas claras; también podría haberse percatado del gran espejo a su derecha y de la pequeña mesa con un jarrón que contenía flores marchitas y una botella de vino. Sin embargo, a lo único que le prestó atención fue al caballero que estaba parado a escasos metros. Mucho más alto que ella, tenía en su mirada una tristeza que caló hondo en su alma, pero lo que más le llamó la atención era su abundante cabellera rojiza; los mechones refulgían como cobre a la luz de las velas, y su barba abundante pero pareja acompañaba la tonalidad. Era el hombre más hermoso que había visto en su vida, y quizá por eso es que le temió. Al que se suponía su marido, lo había adorado desde el primer instante porque su belleza le había arrebatado la respiración, y por su culpa, estaba en esa situación, lejos de sus seres amados y convertida en algo que no debía ser. Quiso salir corriendo, pero sabía que estaban esperándola, y que si no cumplía con lo que se esperaba de ella, las consecuencias serían terribles. Ya se lo habían advertido. —Mi…nombre es Amparo. ¿Vuestra merced es...? —seguía las reglas de la etiqueta como si se encontrase en una fiesta de la alta sociedad. No sabía manejarse de otra manera, además, sus pies estaban estaqueados al suelo, y le era imposible moverse. Sólo restaba esperar, espera lo peor.
—No temas —le había dicho una de las rameras una vez que estaba lista y la veía observarse en el espejo. — ¿Eres virgen? —La española no le había respondido, y la mujer lo tomó como un sí. —Ruega que no te toque un patán como a mí, y agradece que no te violaron una y otra vez hasta traerte aquí. Eres una muchacha fina, pero olvídate de eso, ahora esa vida anterior ya no te pertenece. Acostúmbrate a esto o no sobrevivirás.
A pesar de que Amparo simulaba no escucharla, aquellas frases se le habían clavado en la mente. Se retorcía los dedos de los nervios y el miedo, ¡ni siquiera sabía bien lo que esperaban de ella! Nadie le había explicado jamás lo que las prostitutas hacían, y a pesar de que hacía pocos días que estaba ahí, no entendía bien su labor. Tampoco comprendía por qué le había tenido que tocar a ella esa desgracia, sólo quería volver junto a su familia, abrazar a sus hermanas y olvidarse de todo lo que le estaba pasando. Pero parecía que la situación empeoraría. Más de uno le dijo que le habían tenido paciencia y que por eso le habían permitido mantenerse encerrada masticando su angustia, pero que ya había llegado el fin de eso, que era hora de trabajar. ¿Trabajar? Ni siquiera sabía que iban a pagarle por lo que se suponía debía hacer. Se puso de pie de un salto cuando un hombre fornido –que nunca antes había visto- entró y la tomó de un brazo, llevándola casi a las rastras hacia la puerta de otra habitación. No se atrevía a preguntar nada, y agachó la cabeza, siguiendo las instrucciones del tipo. Abrir la puerta lentamente, no besar en los labios, y hacer todo lo que el cliente quisiera.
—Buenas noches —saludó con timidez una vez que la puerta se cerró a sus espaldas. Se sentía incómoda con su atuendo, se sentía espantosa y vulgar. Al alzar la vista, podría haber prestado atención al cuartucho que la acogía, a sus cortinas oscuras, al catre que simulaba ser una cama, demasiado bajo, con pocos almohadones, con sábanas claras; también podría haberse percatado del gran espejo a su derecha y de la pequeña mesa con un jarrón que contenía flores marchitas y una botella de vino. Sin embargo, a lo único que le prestó atención fue al caballero que estaba parado a escasos metros. Mucho más alto que ella, tenía en su mirada una tristeza que caló hondo en su alma, pero lo que más le llamó la atención era su abundante cabellera rojiza; los mechones refulgían como cobre a la luz de las velas, y su barba abundante pero pareja acompañaba la tonalidad. Era el hombre más hermoso que había visto en su vida, y quizá por eso es que le temió. Al que se suponía su marido, lo había adorado desde el primer instante porque su belleza le había arrebatado la respiración, y por su culpa, estaba en esa situación, lejos de sus seres amados y convertida en algo que no debía ser. Quiso salir corriendo, pero sabía que estaban esperándola, y que si no cumplía con lo que se esperaba de ella, las consecuencias serían terribles. Ya se lo habían advertido. —Mi…nombre es Amparo. ¿Vuestra merced es...? —seguía las reglas de la etiqueta como si se encontrase en una fiesta de la alta sociedad. No sabía manejarse de otra manera, además, sus pies estaban estaqueados al suelo, y le era imposible moverse. Sólo restaba esperar, espera lo peor.
Amparo Federighi- Prostituta Clase Baja
- Mensajes : 19
Fecha de inscripción : 21/07/2015
Re: No hay princesas en la cama [Privado]
El mundo se redujo a la superficie de su piel, y el interior quedó a salvo de toda amargura.
Gabriel García Márquez
Con la mirada recorriendo el terrible empapelado de la habitación y todo cuanto le rodeaba, Karl continuaba preguntándose cómo es que pensó que aquella era una buena idea; en qué momento había realmente pensado que en aquel lugar de perdición encontraría lo que estaba buscando. Se decía a si mismo que aquello no sería nada, solo tendría sexo con la puta que le enviaran y entonces podría irse para decidir días más tarde si regresaba o lo dejaba de una vez por todas, después de todo, esforzarse hasta caer exhausto no era la peor manera de enfrentarse a sus necesidades. En determinado momento cerró los ojos y se reprendió a si mismo en voz alta al percatarse de que la idea de salir de aquel lugar le cruzaba la mente, acto seguido, abrió los ojos para contemplar aquel cuarto, poniendo especial atención a la cama que estaba muy lejos de ser decente pero que estaba arreglada de la mejor manera en que podía pedirse. Si bien no planeaba mirar en dirección a la puerta, fue el sonido de ella al abrirse lo que termino por hacer que los ojos de Karl se enfocaran por completo ahí. Apareció entonces en aquella habitación una joven de cabellos castaños, voz suave y los labios más llamativos que alguna vez hubiera visto.
La culpabilidad que momentos antes tratara de espantar de su mente, incremento drásticamente ante la visión de la prostituta que resultaba “perfecta” para él. Karl se había imaginado a un montón de mujeres en aquellas circunstancias, ninguna desagradable a la vista pero tampoco hermosas como aquella que precisamente le enviaban. ¿Qué pensaría su esposa si aún viviera? ¿Se sentiría celosa de que Karl pensara que existía quizás una mujer más hermosa que ella?
– Buenas noches – respondió de manera educada al saludo, pero sin ser capaz aún de despegar la mirada de ella. Era evidente a simple vista que aquella prostituta no solo era demasiado joven para el bien de Karl, sino que además era una novata y para confirmarlo simplemente era necesario recordar que al entrar, un montón de mujeres se abalanzaban sobre él; todo lo contrario a lo que la joven inmóvil cerca de la puerta hacía – Karl… – únicamente menciono su nombre y antes de darse cuenta ya estaba caminando en dirección a ella.
Redfield no tardó mucho en verdaderamente saber que se lazó directamente a la boca del lobo. Si la joven que decía llamarse Amparo le pareció hermosa a la distancia, de cerca era simplemente perfecta. Poseía los labios más tentadores que alguna vez viera en alguna mujer, su cuerpo tenía lo necesario y su piel invitaba a ser tocada una y otra vez, sin embargo, los ojos femeninos transmitían un temor tan tangible que Karl opto por no ir tan rápido como en un principio se había dispuesto. Un suspiro salió de los labios del cazador antes de que estirase su mano en dirección a la prostituta, esperando que ella la tomara para poder hacerle caminar más al centro de la habitación.
– Amparo, ¿Cuántas veces has hecho esto antes? Respóndeme con sinceridad – Le cuestiono respecto a eso porque el miedo en su mirada era algo que no podía pasar por alto. Karl quería pensar que al menos había pasado ella por un par de experiencias ya o que quizás usaba la timidez como un truco; la realidad estaba claro muy lejos de esas suposiciones.
Gabriel García Márquez
Con la mirada recorriendo el terrible empapelado de la habitación y todo cuanto le rodeaba, Karl continuaba preguntándose cómo es que pensó que aquella era una buena idea; en qué momento había realmente pensado que en aquel lugar de perdición encontraría lo que estaba buscando. Se decía a si mismo que aquello no sería nada, solo tendría sexo con la puta que le enviaran y entonces podría irse para decidir días más tarde si regresaba o lo dejaba de una vez por todas, después de todo, esforzarse hasta caer exhausto no era la peor manera de enfrentarse a sus necesidades. En determinado momento cerró los ojos y se reprendió a si mismo en voz alta al percatarse de que la idea de salir de aquel lugar le cruzaba la mente, acto seguido, abrió los ojos para contemplar aquel cuarto, poniendo especial atención a la cama que estaba muy lejos de ser decente pero que estaba arreglada de la mejor manera en que podía pedirse. Si bien no planeaba mirar en dirección a la puerta, fue el sonido de ella al abrirse lo que termino por hacer que los ojos de Karl se enfocaran por completo ahí. Apareció entonces en aquella habitación una joven de cabellos castaños, voz suave y los labios más llamativos que alguna vez hubiera visto.
La culpabilidad que momentos antes tratara de espantar de su mente, incremento drásticamente ante la visión de la prostituta que resultaba “perfecta” para él. Karl se había imaginado a un montón de mujeres en aquellas circunstancias, ninguna desagradable a la vista pero tampoco hermosas como aquella que precisamente le enviaban. ¿Qué pensaría su esposa si aún viviera? ¿Se sentiría celosa de que Karl pensara que existía quizás una mujer más hermosa que ella?
– Buenas noches – respondió de manera educada al saludo, pero sin ser capaz aún de despegar la mirada de ella. Era evidente a simple vista que aquella prostituta no solo era demasiado joven para el bien de Karl, sino que además era una novata y para confirmarlo simplemente era necesario recordar que al entrar, un montón de mujeres se abalanzaban sobre él; todo lo contrario a lo que la joven inmóvil cerca de la puerta hacía – Karl… – únicamente menciono su nombre y antes de darse cuenta ya estaba caminando en dirección a ella.
Redfield no tardó mucho en verdaderamente saber que se lazó directamente a la boca del lobo. Si la joven que decía llamarse Amparo le pareció hermosa a la distancia, de cerca era simplemente perfecta. Poseía los labios más tentadores que alguna vez viera en alguna mujer, su cuerpo tenía lo necesario y su piel invitaba a ser tocada una y otra vez, sin embargo, los ojos femeninos transmitían un temor tan tangible que Karl opto por no ir tan rápido como en un principio se había dispuesto. Un suspiro salió de los labios del cazador antes de que estirase su mano en dirección a la prostituta, esperando que ella la tomara para poder hacerle caminar más al centro de la habitación.
– Amparo, ¿Cuántas veces has hecho esto antes? Respóndeme con sinceridad – Le cuestiono respecto a eso porque el miedo en su mirada era algo que no podía pasar por alto. Karl quería pensar que al menos había pasado ella por un par de experiencias ya o que quizás usaba la timidez como un truco; la realidad estaba claro muy lejos de esas suposiciones.
Karl Redfield- Cazador Clase Alta
- Mensajes : 31
Fecha de inscripción : 26/08/2014
Re: No hay princesas en la cama [Privado]
Lo cierto era que, Amparo, no tenía ni la más mínima idea de qué debía hacer. Se preguntó cómo actuar, cómo moverse, cómo mirar. Se sentía incómoda con su atuendo barato. Su olfato delicado, acostumbrado a los dulces y elegantes aromas, no toleraba el olor de la habitación y el de su propio cuerpo. Quería correr, quería salir del escrutinio del caballero de cabellos de fuego, que no quitaba su mirada triste de su cuerpo, de su rostro. La agradó su voz, grave, profunda, y le temió porque la caricia de su sonido le provocó un leve vuelco en el estómago que no supo describir. No parecía un mal hombre, pero tampoco su supuesto marido había parecido el patán que terminó resultando ser. Desconfiaba de todo y todos, y no le sorprendería que la amabilidad que empleaba el visitante, fuese una fachada para luego darle un zarpazo en la yugular. Un movimiento que él hizo, ayudó a que la escasa luz le diera una mejor visión de sus facciones. ¡Era tan guapo! La mano le cosquilleó deseando pasar las yemas de sus dedos por su mandíbula cuadrada y esa incipiente barba que crecía derredor. La imagen que le surcó los pensamientos la volvió frágil, y se sintió sumamente débil ante el efecto del atractivo masculino del cliente.
Le gustó, también, su nombre. Tenía personalidad, había salido áspero de su garganta, y ella estuvo a punto de repetirlo, como si se le hubiese clavado en la memoria. Relajó los hombros, segura de que la rigidez de su cuerpo en nada la ayudaría a enfrentar lo incierto que debía suceder entre esas cuatro paredes. Una vez más, se preguntó qué debía hacer. ¿Debía acercarse a él? Supuso que sí, que debía acortar la distancia de algunos pasos que los separaba, pero como si Karl hubiese leído su mente, fue quien tomó la iniciativa. Por un instante, cesó de respirar ante su cercanía. Nuevamente, el cosquilleo en las manos… Se relamió los labios, nerviosa; él no dejaba de mirar su boca, que ella sabía exótica, pero que detestaba. Cuando era niña la molestaban por la turgencia y la generosidad de sus labios, y a pesar de que su madre le decía que parecía un corazón, a ella se le antojaba espantosa. Siempre la había disimulado intentando no utilizar carmín, pero en ese lugar en el que se encontraba, más de una prostituta se la había elogiado. No sólo la descolocó la pregunta, sino que él estirase su mano; estaba claro que debía tomarla, y eso hizo, un leve roce, que luego se convirtió en un suave apretón. “Olvídate de quién eras…” pensó por un instante. “Eso nunca” sentenció, rápidamente.
—Muchas más de las que puedo recordar —mintió vilmente, en especial, porque no sabía a qué se refería. Si era a tomar la mano de un hombre, eso había ocurrido en más de una ocasión, no sólo de su padre, sino del que se decía su marido y de algunos muchachos con los cuales gustaba de bailar en los eventos sociales. — ¿Usted...? —se interrumpió para corregirse. — ¿Tú lo has hecho muchas veces? —no se había dado cuenta de que le acariciaba los dedos, y en ese contacto, percibió un anillo. “Es casado” reflexionó con una sorpresiva decepción. ¿Qué haría un hombre comprometido en un lugar así? —Pero imagino que no has venido a conversar —dijo, de pronto impulsada por una oleada de celos que no se atrevió a admitir. Lo mejor era finiquitar aquel asunto rápidamente.
Le gustó, también, su nombre. Tenía personalidad, había salido áspero de su garganta, y ella estuvo a punto de repetirlo, como si se le hubiese clavado en la memoria. Relajó los hombros, segura de que la rigidez de su cuerpo en nada la ayudaría a enfrentar lo incierto que debía suceder entre esas cuatro paredes. Una vez más, se preguntó qué debía hacer. ¿Debía acercarse a él? Supuso que sí, que debía acortar la distancia de algunos pasos que los separaba, pero como si Karl hubiese leído su mente, fue quien tomó la iniciativa. Por un instante, cesó de respirar ante su cercanía. Nuevamente, el cosquilleo en las manos… Se relamió los labios, nerviosa; él no dejaba de mirar su boca, que ella sabía exótica, pero que detestaba. Cuando era niña la molestaban por la turgencia y la generosidad de sus labios, y a pesar de que su madre le decía que parecía un corazón, a ella se le antojaba espantosa. Siempre la había disimulado intentando no utilizar carmín, pero en ese lugar en el que se encontraba, más de una prostituta se la había elogiado. No sólo la descolocó la pregunta, sino que él estirase su mano; estaba claro que debía tomarla, y eso hizo, un leve roce, que luego se convirtió en un suave apretón. “Olvídate de quién eras…” pensó por un instante. “Eso nunca” sentenció, rápidamente.
—Muchas más de las que puedo recordar —mintió vilmente, en especial, porque no sabía a qué se refería. Si era a tomar la mano de un hombre, eso había ocurrido en más de una ocasión, no sólo de su padre, sino del que se decía su marido y de algunos muchachos con los cuales gustaba de bailar en los eventos sociales. — ¿Usted...? —se interrumpió para corregirse. — ¿Tú lo has hecho muchas veces? —no se había dado cuenta de que le acariciaba los dedos, y en ese contacto, percibió un anillo. “Es casado” reflexionó con una sorpresiva decepción. ¿Qué haría un hombre comprometido en un lugar así? —Pero imagino que no has venido a conversar —dijo, de pronto impulsada por una oleada de celos que no se atrevió a admitir. Lo mejor era finiquitar aquel asunto rápidamente.
Amparo Federighi- Prostituta Clase Baja
- Mensajes : 19
Fecha de inscripción : 21/07/2015
Re: No hay princesas en la cama [Privado]
La incomodidad que sintiera al estar en aquella habitación de aspecto precario paso a convertirse en otra clase de incomodidad, una que se debía exclusivamente a la presencia femenina. La prostituta se mantenía pues, inmovil cerca de la puerta y los ojos de Karl no se despegaban ni un segundo de ella, devorando cada parte de su cuerpo donde se posaban; aun así las dudas continuaban surcando su mente, al igual que la culpabilidad de estar con otra mujer que no fuese su difunta esposa, pero para ese punto, Karl sabía que la huida ya era algo completamente imposible y no precisamente porque no pudiera hacerlo, sino porque ya no quería hacerlo. Redfield se encontraba aturdido por en encuentro con aquella prostituta de nombre Amparo, quien provocaba en él ese instinto protector, sobre todo debido a que era sumamente detectable la incomodidad y el desconcierto en ella.
En un intento por disminuir la tensión en el ambiente, el cazador se acercó a Amparo, ofreciendo de manera atenta su mano, como ella no fuera simplemente una mujer contratada para satisfacer sus deseos sino una mujer que le atraía. Los ojos del Redfield se enfocaron entonces en las facciones de la prostituta y sobre todo en aquellos carnosos labios que resaltaban debido al color, de ahí, la mirada del cazador descendió por el cuello y a otras partes de la anatomía femenina, provocando en él ese deseo de recorrer todo su cuerpo lentamente. Ante esos pensamientos carraspeo, desviando la mirada a la cama, algo que únicamente incremento esos pensamientos. ¿Por qué debió ser tan exigente al pedir una mujer? ¿Por qué no se conformo con tener a cualquiera en su cama? ¿Por qué debió ser Amparo la que llegará a él? Las coincidencias sin duda no existían en aquel mundo, así que como siempre en la vida, Karl debía enfrentar las consecuencias de sus decisiones, con todo y la posibilidad de que esa consecuencia fuera a volverlo adicto a contemplar tanta perfección en cuerpo de mujer.
Una ligera sonrisa apareció en su rostro y un peso se le cayó de encima cuando la prostituta aseguro que aquella no era su primera vez. Karl ante ese comentario dedujo que la primera impresión de joven tímida y novata de Amparo, era nada más que un truco (aunque por otro lado era probable que su personalidad fuera de esa manera tan extraña).
– Ya veo… – susurró por lo bajo, permitiendo que la mano de Amparo tomara entonces la suya y la recorriera con total libertad. Eso se sentía bien para él y le resultaba además, el inicio perfecto para lo que vendría después. La mirada del cazador fue a encontrarse con la ajena – Lo he hecho las veces suficientes – y eso era real. Redfield no se llamaba a si mismo un experto y nunca fue de esos hombres que se metían en la cama de cuanta mujer se los permitía, para él, solo existió una mujer y para recordarle eso en el momento menos oportuno, Amparo acarició su alianza. Con algo de incomodidad retiro la mano lo suficiente como para que los finos dedos de la prostituta no tocaran aquel anillo que usaba, únicamente para recordarse la misión que ahora tenía en la vida – En eso tienes razón, no vine a hablar… vine a olvidar – sentenció ante las ultimas palabras de parte de la fémina.
Sin despegar los ojos de ella, Karl alejó la mano y con sumo cuidado se retiro el anillo para después guardarlo dentro de sus ropas, en un pequeño bolsillo. Aquella alianza era un recordatorio de algo que ya no existía pero sobre todo de alguien que ya no podía reclamar nada, con todo y eso, no creyó conveniente usarlo mientras yacía con otra. Una vez que el anillo estuvo guardado y que Redfield no sentía que nada más le atara a la fidelidad, hizo lo que estuvo deseando desde que la viera entrar en aquella habitación (con todo y que eso pudiera ser algo que ella no permitiera de parte de sus clientes), besarla.
En un intento por disminuir la tensión en el ambiente, el cazador se acercó a Amparo, ofreciendo de manera atenta su mano, como ella no fuera simplemente una mujer contratada para satisfacer sus deseos sino una mujer que le atraía. Los ojos del Redfield se enfocaron entonces en las facciones de la prostituta y sobre todo en aquellos carnosos labios que resaltaban debido al color, de ahí, la mirada del cazador descendió por el cuello y a otras partes de la anatomía femenina, provocando en él ese deseo de recorrer todo su cuerpo lentamente. Ante esos pensamientos carraspeo, desviando la mirada a la cama, algo que únicamente incremento esos pensamientos. ¿Por qué debió ser tan exigente al pedir una mujer? ¿Por qué no se conformo con tener a cualquiera en su cama? ¿Por qué debió ser Amparo la que llegará a él? Las coincidencias sin duda no existían en aquel mundo, así que como siempre en la vida, Karl debía enfrentar las consecuencias de sus decisiones, con todo y la posibilidad de que esa consecuencia fuera a volverlo adicto a contemplar tanta perfección en cuerpo de mujer.
Una ligera sonrisa apareció en su rostro y un peso se le cayó de encima cuando la prostituta aseguro que aquella no era su primera vez. Karl ante ese comentario dedujo que la primera impresión de joven tímida y novata de Amparo, era nada más que un truco (aunque por otro lado era probable que su personalidad fuera de esa manera tan extraña).
– Ya veo… – susurró por lo bajo, permitiendo que la mano de Amparo tomara entonces la suya y la recorriera con total libertad. Eso se sentía bien para él y le resultaba además, el inicio perfecto para lo que vendría después. La mirada del cazador fue a encontrarse con la ajena – Lo he hecho las veces suficientes – y eso era real. Redfield no se llamaba a si mismo un experto y nunca fue de esos hombres que se metían en la cama de cuanta mujer se los permitía, para él, solo existió una mujer y para recordarle eso en el momento menos oportuno, Amparo acarició su alianza. Con algo de incomodidad retiro la mano lo suficiente como para que los finos dedos de la prostituta no tocaran aquel anillo que usaba, únicamente para recordarse la misión que ahora tenía en la vida – En eso tienes razón, no vine a hablar… vine a olvidar – sentenció ante las ultimas palabras de parte de la fémina.
Sin despegar los ojos de ella, Karl alejó la mano y con sumo cuidado se retiro el anillo para después guardarlo dentro de sus ropas, en un pequeño bolsillo. Aquella alianza era un recordatorio de algo que ya no existía pero sobre todo de alguien que ya no podía reclamar nada, con todo y eso, no creyó conveniente usarlo mientras yacía con otra. Una vez que el anillo estuvo guardado y que Redfield no sentía que nada más le atara a la fidelidad, hizo lo que estuvo deseando desde que la viera entrar en aquella habitación (con todo y que eso pudiera ser algo que ella no permitiera de parte de sus clientes), besarla.
Karl Redfield- Cazador Clase Alta
- Mensajes : 31
Fecha de inscripción : 26/08/2014
Re: No hay princesas en la cama [Privado]
Aunque lo hubiera deseado, no podría jamás apartar la mirada de aquellos ojos tristes. La melancolía que destilaban, la envolvían como la brisa fresca del otoño, enredándose en su cuerpo. No había visto jamás tamaña pena, y le habría gustado preguntar qué era lo que le partía el corazón, qué era tan profundo que no le permitía sonreír con sinceridad, qué dolor era ese que le había quitado el brillo, que lo había opacado para siempre. Porque Amparo sabía que, una vez que la luz de la esperanza se apagaba, ya nada la podía encender. Se veía a sí misma reflejada en el caballero, yendo por la vida como si ésta no le perteneciera, buscando el instante del olvido que le permitiera respirar; porque vivía ahogada, vivía con la opresión en su pecho, impidiéndole inhalar y exhalar como un ser humano. Se sentía como los peces cuando los sacan del agua, y dan sus últimas bocanadas de una forma lenta y desesperante, con sus ojos a punto de salirse de sus diminutos e indefensos cuerpos. Sí, así se sentía Amparo, como un animal que ha sido arrancado de su hogar, de forma violenta, mientras todos los cómplices la observan morir asfixiada.
—No —sentenció cuando los labios de Karl tocaron los suyos. Recordó las palabras que la madame había pronunciado, y sabía que no tenía derecho a ser besada. La pequeña caricia que recibió antes de alejar el rostro, no imaginó jamás que tendría el poder de estremecerla. Amparo nunca había experimentado algo semejante, aquel cosquilleo en la boca del estómago y la urgencia por desobedecer a la encargada del lugar. Pero quizá, en algún rincón de su corazón maltrecho, albergaba el anhelo de encontrar un buen amor, y quería reservar para él aquel beneficio. —No puedes besarme —continuó, deseando no haber dicho aquellas palabras. Los labios del cliente le tocaron las mejillas cuando lo esquivó, y la sensación de arrepentimiento le generó desconcierto. ¡Sólo quería salir corriendo de allí! ¿Qué había hecho para merecer ese destino? ¿Realmente era la voluntad de Dios o el demonio se había metido en su vida para arruinarla? Estaba abrumada por las contradicciones, por aquellas que le dictaban lo que debía hacer y por aquellas que le recordaban la educación recibida. A ella la habían criado para los grandes salones, no para terminar como una ramera en un prostíbulo inmundo. “Sólo quiero que esto se termine pronto” pensó.
—Todos necesitamos olvidar… —susurró, continuando el hilo de las palabras que habían quedado suspendidas en el aire cuando Karl intentó besarla. Recordó a la prostituta que había observado mientras estaba escondida en un placard, además de aquellas ínfimas sugerencias que había recibido por parte de la única persona que había sido verdaderamente amable con ella. Soltó el cordón que ataba el corsé y expuso sus pequeños pechos, que en nada se parecían a los voluptuosos de muchas de las damas que allí trabajaban. Tomó las manos de Karl y las guió hasta ellos, para que los rodearan. Sintió cómo sus pezones se endurecían ante el tacto. —Sólo somos tu y yo ésta noche —aquella frase también la había escuchado escondida, pero eso era lo último que había podido captar, pues terminó quedándose dormida en su escondite, y ya no sabía cómo proceder. —No le temas al olvido, Karl —y aquello, lo dijo más para sí, que para él. Amparo hizo que las manos del hombre se movieran suavemente, y no sabría explicar por qué se le erizó la piel de aquella forma. Nuevamente, la contradicción. Quería salir corriendo y quería quedarse allí, sintiendo la vorágine de nuevas sensaciones, que nunca imaginó sería posible vivenciar.
—No —sentenció cuando los labios de Karl tocaron los suyos. Recordó las palabras que la madame había pronunciado, y sabía que no tenía derecho a ser besada. La pequeña caricia que recibió antes de alejar el rostro, no imaginó jamás que tendría el poder de estremecerla. Amparo nunca había experimentado algo semejante, aquel cosquilleo en la boca del estómago y la urgencia por desobedecer a la encargada del lugar. Pero quizá, en algún rincón de su corazón maltrecho, albergaba el anhelo de encontrar un buen amor, y quería reservar para él aquel beneficio. —No puedes besarme —continuó, deseando no haber dicho aquellas palabras. Los labios del cliente le tocaron las mejillas cuando lo esquivó, y la sensación de arrepentimiento le generó desconcierto. ¡Sólo quería salir corriendo de allí! ¿Qué había hecho para merecer ese destino? ¿Realmente era la voluntad de Dios o el demonio se había metido en su vida para arruinarla? Estaba abrumada por las contradicciones, por aquellas que le dictaban lo que debía hacer y por aquellas que le recordaban la educación recibida. A ella la habían criado para los grandes salones, no para terminar como una ramera en un prostíbulo inmundo. “Sólo quiero que esto se termine pronto” pensó.
—Todos necesitamos olvidar… —susurró, continuando el hilo de las palabras que habían quedado suspendidas en el aire cuando Karl intentó besarla. Recordó a la prostituta que había observado mientras estaba escondida en un placard, además de aquellas ínfimas sugerencias que había recibido por parte de la única persona que había sido verdaderamente amable con ella. Soltó el cordón que ataba el corsé y expuso sus pequeños pechos, que en nada se parecían a los voluptuosos de muchas de las damas que allí trabajaban. Tomó las manos de Karl y las guió hasta ellos, para que los rodearan. Sintió cómo sus pezones se endurecían ante el tacto. —Sólo somos tu y yo ésta noche —aquella frase también la había escuchado escondida, pero eso era lo último que había podido captar, pues terminó quedándose dormida en su escondite, y ya no sabía cómo proceder. —No le temas al olvido, Karl —y aquello, lo dijo más para sí, que para él. Amparo hizo que las manos del hombre se movieran suavemente, y no sabría explicar por qué se le erizó la piel de aquella forma. Nuevamente, la contradicción. Quería salir corriendo y quería quedarse allí, sintiendo la vorágine de nuevas sensaciones, que nunca imaginó sería posible vivenciar.
Amparo Federighi- Prostituta Clase Baja
- Mensajes : 19
Fecha de inscripción : 21/07/2015
Re: No hay princesas en la cama [Privado]
Sospecho que el beso estaría prohibido, aún así, era su deber intentar ver que tan firme era esa regla con Amparo. Le parecía además a Redfield una terrible injusticia que tan seductores labios estuviesen vetados para todos, pero, ¿Estarían vetados para todos? O existiría quien pudiera arrancar de aquellos labios un beso. Hasta ese momento no se le cruzó por la mente la posibilidad de que Amparo tuviera una persona especial en su vida, justo como él la tuvo hacía ya algo de tiempo. Dejando escapar un suspiro y asintiendo de manera ligera a lo que la prostituta le dijo, Karl se decidió a mantenerse alejado, aun en contra de su voluntad y deseos, de los labios femeninos.
– Perdona, pero no he podido contenerme y no lo hare de nuevo – sus labios no podían rozar los ajenos, pero aún así, Redfield movió su mano, para con el dedo índice rozar suavemente la zona prohibida. El color rojizo de la pintura de labios se quedó marcada en su dedo, pero no importaba, ya nada importaba.
“Todos necesitamos olvidar” Escuchó decir a la prostituta mientras que los ojos de ambos se encontraban. En los de ella podía ver decisión pero también veía temor, ¿Se sentirían todas las prostitutas de la misma manera? La realidad es que Karl no recordaba como era estar con una mujer que se dedicaba a vender su cuerpo por dinero. Durante el tiempo que recurrió a aquella practica, llevaba a cabo el acto sexual sin pensar mucho en su compañera, pues el ex inquisidor se enfocaba únicamente en saciar sus propias necesidades; aspecto que cambió cuando se enamoro de su esposa. Ella había hecho de Karl un mejor hombre y a cambio, él le falló. Ahora, acostumbrado a los hábitos adquiridos durante el matrimonio no solo pedía un tipo de mujer en especifico, sino que además, le prestaba quizás más atención de la que estaba acostumbrada a recibir por otros clientes.
Después de que Amparo le aseguraba la normalidad en su deseo de olvido, ante los ojos de Karl, ella comenzó a descubrirse. La mirada del cazador recorrió con lentitud la frágil figura femenina. Los pechos de Amparo eran pequeños pero firmes, sus manos eran capaces de cubrirlos con perfección y la manera en que reaccionaban ante el tacto masculino era en definitiva algo que encendía en Karl el deseo de tenerla en la cama de una buena vez. Con cada palabra y movimiento de Amparo, él se sentía no únicamente invitado, sino también tentado. De una manera inesperada, la joven prostituta era sumamente seductora. Sus manos, llevadas por ella misma hasta sus senos, comenzaron moverse a voluntad de Karl, quien buscaba guardar en su palma, la textura y tamaño pero al escuchar de los labios femeninos que no temiera al olvido, Redfield se deshizo de todo lo que le ataba y le contenía para con ella. Dejaba de lado su matrimonio, su esposa muerta, su hija abandonada por él y cualquier otra cosa que le bloqueaba los deseos; estaba dispuesto pues a estar con Amparo sin atadura alguna.
La mano izquierda del cazador abandono el pecho de Amparo, pasando entonces a rodearle la cintura y con agilidad la hizo girar, guiándola hasta la maltrecha cama de aquel lugar. Necesitaba con urgencia recorrer aquel cuerpo entero, marcarlo al menos durante una noche como completamente suyo aunque tal hecho fuera una mentira y Amparo perteneciera a muchos otros además de él. Soltando la cintura y el pecho de la prostituta, Karl la hizo caer en la cama situándose segundos después sobre ella. Los labios masculinos fueron de inmediato a besar el cuello de Amparo sin saber que la fémina no tenía la menor idea de cómo es que las cosas debían seguir.
– Perdona, pero no he podido contenerme y no lo hare de nuevo – sus labios no podían rozar los ajenos, pero aún así, Redfield movió su mano, para con el dedo índice rozar suavemente la zona prohibida. El color rojizo de la pintura de labios se quedó marcada en su dedo, pero no importaba, ya nada importaba.
“Todos necesitamos olvidar” Escuchó decir a la prostituta mientras que los ojos de ambos se encontraban. En los de ella podía ver decisión pero también veía temor, ¿Se sentirían todas las prostitutas de la misma manera? La realidad es que Karl no recordaba como era estar con una mujer que se dedicaba a vender su cuerpo por dinero. Durante el tiempo que recurrió a aquella practica, llevaba a cabo el acto sexual sin pensar mucho en su compañera, pues el ex inquisidor se enfocaba únicamente en saciar sus propias necesidades; aspecto que cambió cuando se enamoro de su esposa. Ella había hecho de Karl un mejor hombre y a cambio, él le falló. Ahora, acostumbrado a los hábitos adquiridos durante el matrimonio no solo pedía un tipo de mujer en especifico, sino que además, le prestaba quizás más atención de la que estaba acostumbrada a recibir por otros clientes.
Después de que Amparo le aseguraba la normalidad en su deseo de olvido, ante los ojos de Karl, ella comenzó a descubrirse. La mirada del cazador recorrió con lentitud la frágil figura femenina. Los pechos de Amparo eran pequeños pero firmes, sus manos eran capaces de cubrirlos con perfección y la manera en que reaccionaban ante el tacto masculino era en definitiva algo que encendía en Karl el deseo de tenerla en la cama de una buena vez. Con cada palabra y movimiento de Amparo, él se sentía no únicamente invitado, sino también tentado. De una manera inesperada, la joven prostituta era sumamente seductora. Sus manos, llevadas por ella misma hasta sus senos, comenzaron moverse a voluntad de Karl, quien buscaba guardar en su palma, la textura y tamaño pero al escuchar de los labios femeninos que no temiera al olvido, Redfield se deshizo de todo lo que le ataba y le contenía para con ella. Dejaba de lado su matrimonio, su esposa muerta, su hija abandonada por él y cualquier otra cosa que le bloqueaba los deseos; estaba dispuesto pues a estar con Amparo sin atadura alguna.
La mano izquierda del cazador abandono el pecho de Amparo, pasando entonces a rodearle la cintura y con agilidad la hizo girar, guiándola hasta la maltrecha cama de aquel lugar. Necesitaba con urgencia recorrer aquel cuerpo entero, marcarlo al menos durante una noche como completamente suyo aunque tal hecho fuera una mentira y Amparo perteneciera a muchos otros además de él. Soltando la cintura y el pecho de la prostituta, Karl la hizo caer en la cama situándose segundos después sobre ella. Los labios masculinos fueron de inmediato a besar el cuello de Amparo sin saber que la fémina no tenía la menor idea de cómo es que las cosas debían seguir.
Karl Redfield- Cazador Clase Alta
- Mensajes : 31
Fecha de inscripción : 26/08/2014
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