La joven que se quedo en tinta y pergamino.

El sencillo carruaje se detiene antes una modesta casona en los prados de Dinamarca, es bonita, dos plantas con un puente antes de llegar y un jardín delantero, tiene un encanto de calidez y hogar como lo describirían los humanos. Doce inviernos no bastan, no alcanzan para adaptarme y actuare como una chica humana, sencilla y huérfana- dudo- puede que a lo ultimo este consiente pero no acostumbrada. Los segundos pasan, la puerta se abre y la manos del cochero me ayuda a bajar. -Gracias -sonrió al chico y camino hacia la puerta admirando mi nueva vivienda, mis pasos continúan mientras la brizna de la llovizna toca mi piel.

Me siento nerviosa, me siento algo perdida, pero mas que nada me siento sola e incluso un poco deprimida, es fuerte dentro de mi el sentimiento que los humanos llaman tristeza.

El elegantes y diestros paso hacen eco en los escalones de la majestuosa e imponente mansión que visita aquella mañana en honor a la fiesta de té, como le encanta llamar a sus "almuerzos" la joven anfitriona, siendo invitada un par de semanas atrás de parte de su intima amiga Renata O. D´Souza. Era inminente expresar que la joven de noble cuna no tenia deseo alguno de presentarse a tal acto social, sin embargo entre cotilleo de la alta clase y puede que un poco de discreta manipulación de su cercana amiga se enterase de quien era la invitada de honor: La duquesa de Northumberland y su hija, la Condesa Lanarkshire & Vizcondesa de Arbuthnott por derecho de cuna, ambas provenientes de Escocia. Siendo asi que la curiosidad puede mas que su tedio por asistir a un desayuno mas de aquellos que terminan al anochecer y con ella completamente hastiada de las mujeres de la alta clase que no saben hacer mas que revolotee encima cada que la ven llegar.

–Bienvenida baronesa– exclama un lacayo al abrir la puerta con la mirada baja reverenciando.

El gesto en respuesta es levantar su delicado cuello adquiriendo el porte majestuoso y expendido que la caracteriza. La mujer hace un ademan y el hombre sonríe. El andar es hermoso, delicado y elegante, meciendo el filo de su fino y exquisito vestido de seda color champagne.

–Gretel– exclama la joven de propietaria de tan expendida recepción caminando hacia la baronesa recibiéndola con un beso en ambas mejillas.
--Cielo, lamento la tardanza-- se disculpa con cálida y suave voz, sonriendo a aquellas que se acercan a saludarle por igual. --Y bien ¿Quien es "ella"?-- cuestiona algunos minutos después de repetidas reverencias y exquisitos cumplidos, en su mayoría falsos, Renata toma la mano de su recién llegada invitada, susurrando algo que provoca una sonrisa curiosa y enigmática en la rubia.

No había nada de malo en lo que se mostraba pero aun así cada uno de los finos pergaminos como invitaciones era arrojado a que lo devore el fuego, uno a uno luego de ser leído por la Baronesa; el chirrido de la puerta abriéndose lentamente apremia a todos esos documentos a morir en la hoguera bárbara rápidamente mientras la voz masculina se filtra a la habitación. La dama se ha vuelto a su asiento como si no hiciera nada, con la inocencia reflejada en su culpable rostro.

–Querida baronesa ¿en qué puedo ayudarle en este día?– las pesadas botas resuenan con fuerza por la madera pulida.

Los ojos y la cercanía del hombre al depositar un beso en la frente de la Noble así como en el dorso de la mano, es opacada por la sonrisa falsa que en su rostro de porcelana se va dibujando.

–Mi querido Duque he venido a visitarlo ya que usted no se digna a hacerlo, digame, ¿Qué debe hacer una baronesa, su hermana, hacer para que usted siquiera se digne a pasar a verme?– exclama la joven con la fina ceja levantada, enarcada.

El hombre se aleja a su asiento en aquel estudio lleno de libros y asuntos de estado para tomar entre sus manos uno de los pergaminos que se han salvado, maldice por lo bajo la mujer, pero disimula acercándose por detrás con sus dedos acercándose al pequeño papel, sin importancia.

–Si la Baronesa no quemara cada invitación que me llega de las bellas nobles podría ir, ya que de por sí tendría que presentar mis respetos por las molestias de la invitación– aleja el papel y la voz que suelta una risa frente a ellos se hace visible a medida que los pies sobre el escritorio se muestran –Al parecer nuestra hermanita ha sacado el gen malvado de la familia. Excitante– los tres se quedan observando con algo de rivalidad pero más que nada celos y pasión.

Apenas despertó, su primer pensamiento fue "hoy es el día", y ésa sola idea la hizo sonreír. Se estiró en su cama y se sentó en ella, mirando a su alrededor. Hacía varios días que se había asentado en un pequeño lugar a las afueras de silicia, un lugar que logró decorar con lo poco que tenía. Ya lograría darle su toque, cuando terminara de desempacar las cajas que le quedaban, llenas de utensilios y rarezas que había logrado juntar durante años. Entre ellos no faltaban los regalos de los amigos que había hecho y de su hermano, a quien vería en un rato más. Nuevamente quería gritar de la emoción. Estuvo esperando que llegara este día desde que acordó con ellos, aunque practicamente ellos los obligó juntarse, después de años sin vernos; pero en ningún momento pensaba que, apenas al despertar hoy, se sentiría con ganas de bailar y reír.

Se levantó y, después de colocar algo de buena música, se dirigió a tomar un baño sin parar de tararear, una fascinación que tenía desde que era una niña. Se tardó en salir de aquel baño embellecedor en medio de la humedad y se vistió con sus mejores galas, aunque los vestidos iban y venían volando par encontrar el adecuado hasta que aquel en tonos rojos apareció. Aún no se acostumbraba a vivir un invierno con unos 18 grados de promedio, y el día se veía soleado y prometedor, por lo que procuró ir no muy abrigada a su junta. Observó el reloj, notando que estaba en el tiempo justo, por lo que tomó sus cosas, junto a un paquete de regalo que tenía cerca de la puerta y salió de allí.

Gretel estaba de pie en el umbral del palco Rivington, en el Theatre Royal, incapaz de contener una sonrisa de satisfacción al mirar al público del teatro y notar los numerosos gemelos de ópera que apuntaban a la señorita Ariadne.
Si el grado de atención que suscitaba era una indicación, tuviera título o no, fuera hija de una marquesa descarriada o no, Ariadne sería una debutante digna de ser tenida en cuenta.
La ópera todavía no había comenzado y el palco ya estaba atestado de visitantes, pilares de la sociedad que se acercaban, evidentemente, a saludar a la duquesa viuda y, cómo no, a conocer a la joven y hermosa Ariadne. En el caso de los caballeros más jóvenes, la razón de la visita era todavía más clara, pues todos se afanaban por ser presentados lo antes posible a la muchacha.
La velada no podría haber estado mejor planificada, y Gretel era la responsable de aquel éxito.
Ariadne había llegado al estreno en el carruaje Döhler y, para deleite de Gretel, se había apeado con gracia y aplomo, como si exhibirse para ser juzgada por la aristocracia londinense fuera la cosa más natural del mundo. Una vez dentro del teatro, Ariadne se había quitado la capa para revelar un sensacional vestido de raso, que había sido entregado esa misma mañana en Ralston House; madame Hebert se había superado a sí misma y había realizado pequeños bordados con hilos de oro que serían la envidia de todas las mujeres.
Entonces había sido escoltada —en la noche más importante de la temporada teatral de Londres— al palco personal del duque de Rivington, donde fue recibida como invitada personal por la duquesa viuda, la futura duquesa y el propio duque.

Rie junto al mayor de sus hermanos, sabe sus juegos, sabe lo que le gusta pues fue precisamente, el mismo quien introdujo a la joven en los placeres carnales, a explorar los deseos mas recónditos y no dejarse opacar por la pena, disfrutar al máximo explorando el erotismo y sexualidad sin pena alguna, su perfecta aprendiz. —Theo… — susurra suave y delicada, con las mejillas rojas por el ajetreo. —Son malos hermanos… ah… pues esta pequeña… hermana suya… solo deseaba almorzar en familia… mientras ustedes deseaban almorzarse a su hermana— la queja es melosa, suplicante a sus hermanos que la torturan simultáneamente. Theo se mantiene los juego sucions mientras Die solo continua el juego.


—Lame y besa… ah… ah… muerde y acarisia… que tus manos no permanezcan alejadas de mi— susurra siendo acariciada por el duque. Sujetada mueve la cadera incesante sin percatarse de la jugarreta que harán. Al ser penetra por Diegue en un solo golpe separa los rojos labios permitiendo sin saberlo el simple y fácil ingreso del falo de su otro hermano. Abre bien las piernas, dejando que su hermano mire cuanto le apetesca la unión de sus cuerpos mientras toma al otro con sus labios, moviendo y entrando y saliendo, dejando tórridas carisias en entre lamidas y el delicado paso de sus labios y dientes. Palpita dentro de ella, esta llena por doquier y eso hace que desespere de tan exitada que esta. Pasa las manos al tracero de su consanguíneo aferrándose meciéndose al ritmo que le marcan hasta que este se separa.

Desea gritar cuanto le gusta moviendo la cadera en semicírculos mientras es penetrada con agresividad. Entra y sale una y otra y otra vez hasta que el falo de su hermano abandona su boca y es aprisionada contra la mesa. —Die … oh… si… Die… mas… mas... Ah... ah…— lloriquea al ser llevada contra el pecho de su hermano sentando a ambos dejando mucha movilidad para las dueras estocada que hace un solo momento sentía. —¿Te gusta follarme?... sentir lo humeda que me … pones…— se recuesta, abriendo bien las piernas dejando ver a su otro hermano como entra en ella, como la separa y la fuerza con que la mueve dejando escuchar la húmeda unión entre hermanos. —Esta tan… dura… ¿Así te la pongo? — se mueve con mucha mas fuerza dejando que sus pechos bincoteen entre cada cadensioso y sensual movimiento. Muerde la mandíbula de su hermano mirando al otro, están por correrse.

Deja el movimiento y parándose al duque con la clara expresión de desconcierto ella sonríe —Quieto Theodor— susurró hincándose besando el falo del duque que la mira con la respiración agitada —Voy a follarte duro hermanito— subiéndose a ahorcajadas de frente a el sosteniéndose de su hombro y una de las piernas. Comenzó a moverse arriba debajo un ritmo enloquecido, dejando caer las caderas sin salir y meciéndolas enfrente atrás por varios minutos hasta regresar con el primer movimiento. —Córrete Diegue… lléname con tu semilla… — mas manos de su hermano se aferran a sus caderas. Lo sabe, lo reconoce, no soportara por mucho tiempo en esa posición y eso le encanta… dejar que crean que tienen el control.