AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Conspiraciones y otros demonios internos || Soren
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Conspiraciones y otros demonios internos || Soren
N/A: Los paréntesis tienden a ser parte de su voz interior, confundiéndole más de lo que ya está.
PD. Satanás debería prohibirme escribir tras dormir tres horas. *depreda el barril de café*
George silbó y tarareó con su grueso acento norteamericano el inicio de la composición No.1 de Nocturne, aunque, siendo sinceros (o algo por el estilo), en realidad él no tenía ni pista del paradero de la melodía. Nombres, notas, títulos: todo se traspapelaba detrás de su cabeza como las fechas de un libro de historia (¿continúo con los altos, los bajos? ¿Las guerras, la revolución?), pese a saber que interpretaba algún tipo de piano: mas la confusión que él mismo se ejercía le nublaba su ya irreconocible lucidez (¿lunes, domingo? Está oscuro…). Al menos sabía que era de noche, pues su piel no estaba consumida bajo brasas ardientes (o al menos no que él se percatara).
Efectivamente, el cielo desprovisto de estrellas era vasto y abismal (como su corazón), contagiándose como una especie de peste negra.
Aunque nadie más que él pareció haber dado cuenta de ello.
Los coches, las luces cegadoras, la algarabía de personas y disfraces danzaban junto a las fogatas clandestinas que se armaban por aquí y por allá, acompañadas de una alegría que obligó al joven vampiro a arrugar la nariz con aberración (¿por qué ustedes sonríen y yo no?). Y, aún así, tratando de ser indiferente al bullicio, George siguió rotando la mirada desde el lío que eran sus pinturas de carboncillo hasta lo más alto del cielo raso, cuestionándose si aquellas fuerzas del más allá le estaban devolviendo la mirada desde sus sofisticadas naves voladoras.
La gente lo consideraba un lunático: pese a la existencia de criaturas de talante excéntrico como lo eran los vampiros, hechiceros, licántropos y hasta fantasmas, nadie valoraba la posibilidad de que existiera un ser superior alienígena. A veces, cuando desde sus temblorosos labios se resbalaba una que otra teoría, sólo ganaba el que lo juzgaran, lo insultaran, o simplemente provocaba la explosión de un sopetón de risas aceitosas y crueles. Pero él sabía que estaban ahí; los observaba en sus sueños, entre los harapos que colgaba como cortinas sobre sus ventanas, con la basta desarmada y desperdigada. Se colaban a su habitación, traspasaban su pared mental y sabían cosas acerca de su persona que hasta él desconocía.
Mas aquí se hallaba: vendiendo trozos de pergamino salpicados con su locura; diseños de las energías espaciales que superaban la razón, ojos de galaxias que le escrutaban impasibles, caras consumidas en la agonía. Retratos de personas a las que asesinó cuando necesitó de alimento. Ese era su diseño de arte.
Y él de pie, promocionando con murmullos incómodos aquellas expresiones traídas del mismísimo infierno mental que le rasguñaban el cráneo, mientras madres y niños esperaban con una avidez infantil a que el circo abriese sus puertas.
Y George, deseando huir de aquellas energías invisibles que le acosaban y sintiendo cómo el hambre se deslizaba como una serpiente a través de sus tripas, simplemente siguió con aquel extraño acto en el que fingía ser normal, repentinamente saboreando cómo él se convertía en el espectáculo principal: y cómo todas las risas de expectación iban dirigidas a su patético ser.
De pronto, sintió la irrevocable tentación de gritar como el paranoico que era.
PD. Satanás debería prohibirme escribir tras dormir tres horas. *depreda el barril de café*
- Nocturne No.1 Op.9:
George silbó y tarareó con su grueso acento norteamericano el inicio de la composición No.1 de Nocturne, aunque, siendo sinceros (o algo por el estilo), en realidad él no tenía ni pista del paradero de la melodía. Nombres, notas, títulos: todo se traspapelaba detrás de su cabeza como las fechas de un libro de historia (¿continúo con los altos, los bajos? ¿Las guerras, la revolución?), pese a saber que interpretaba algún tipo de piano: mas la confusión que él mismo se ejercía le nublaba su ya irreconocible lucidez (¿lunes, domingo? Está oscuro…). Al menos sabía que era de noche, pues su piel no estaba consumida bajo brasas ardientes (o al menos no que él se percatara).
Efectivamente, el cielo desprovisto de estrellas era vasto y abismal (
Aunque nadie más que él pareció haber dado cuenta de ello.
Los coches, las luces cegadoras, la algarabía de personas y disfraces danzaban junto a las fogatas clandestinas que se armaban por aquí y por allá, acompañadas de una alegría que obligó al joven vampiro a arrugar la nariz con aberración (¿por qué ustedes sonríen y yo no?). Y, aún así, tratando de ser indiferente al bullicio, George siguió rotando la mirada desde el lío que eran sus pinturas de carboncillo hasta lo más alto del cielo raso, cuestionándose si aquellas fuerzas del más allá le estaban devolviendo la mirada desde sus sofisticadas naves voladoras.
La gente lo consideraba un lunático: pese a la existencia de criaturas de talante excéntrico como lo eran los vampiros, hechiceros, licántropos y hasta fantasmas, nadie valoraba la posibilidad de que existiera un ser superior alienígena. A veces, cuando desde sus temblorosos labios se resbalaba una que otra teoría, sólo ganaba el que lo juzgaran, lo insultaran, o simplemente provocaba la explosión de un sopetón de risas aceitosas y crueles. Pero él sabía que estaban ahí; los observaba en sus sueños, entre los harapos que colgaba como cortinas sobre sus ventanas, con la basta desarmada y desperdigada. Se colaban a su habitación, traspasaban su pared mental y sabían cosas acerca de su persona que hasta él desconocía.
Mas aquí se hallaba: vendiendo trozos de pergamino salpicados con su locura; diseños de las energías espaciales que superaban la razón, ojos de galaxias que le escrutaban impasibles, caras consumidas en la agonía. Retratos de personas a las que asesinó cuando necesitó de alimento. Ese era su diseño de arte.
Y él de pie, promocionando con murmullos incómodos aquellas expresiones traídas del mismísimo infierno mental que le rasguñaban el cráneo, mientras madres y niños esperaban con una avidez infantil a que el circo abriese sus puertas.
Y George, deseando huir de aquellas energías invisibles que le acosaban y sintiendo cómo el hambre se deslizaba como una serpiente a través de sus tripas, simplemente siguió con aquel extraño acto en el que fingía ser normal, repentinamente saboreando cómo él se convertía en el espectáculo principal: y cómo todas las risas de expectación iban dirigidas a su patético ser.
De pronto, sintió la irrevocable tentación de gritar como el paranoico que era.
George A. Cole- Vampiro Clase Baja
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Re: Conspiraciones y otros demonios internos || Soren
Una fría noche más en la capital Francesa, Soren se despertó temprano como acostumbraba hacer, apenas si el sol se había escondido tras el horizonte cuando sus ojos claros se abrieron de par en par, le gustaba 'madrugar' porqué creía aunque había sido maldecido con la inmortalidad, eso no significara que se iba a pasar la eternidad malgastando su tiempo. Seguía viviendo en esa improvisada cabaña abandonada en las profundidades del bosque que rodeaba a la ciudad debido a que su antigua casa había sido rentada a unos nuevos inquilinos luego de su desapareció. Y es que cuando uno se metía por 3 años bajo la tierra y decidía volver al mundo de los vivos, se encontraba con que muchas cosas habían cambiado drásticamente. Ya no tenía casa y su tienda, había sido saqueada en su mayoría, aunque él había tenido la precaución de guardar ciertas reliquias para evitar que todo se perdiera.
La cabaña era pequeña y habían partes del techo que le faltaban por lo que cuando nevaba fuertemente, era inevitable que la nieve se entrara hasta la sala de estar. El frío por supuesto no le molestaba en lo absoluto, de hecho era el verano lo que más odiaba, por lo que no se había preocupado por reparar el techo, lo que si era un poco alarmante era su refugio, por ahora se estaba escondiendo durante el día dentro de un baúl de manera enorme que había encontrado, pues la luz entraba fácilmente por los agujeros del techo y las ventanas desprovistas de vidrios. Aquella era una solución temporal, debía conseguir un trabajo como profesor en la Universidad para poder ganar un salario decente y lentamente comenzar a recuperar las cosas perdidas.
Entonces ¿Por qué se encontró caminando rumbo al circo gitano al cabo de unas horas?, el sitio le traía recuerdos gratos de un pasado que estaba tan sepultado como sus propios familiares, en el circo había experimentado el amor por primera vez en mucho tiempo, había asistido a un espectáculo acompañado por la persona que había robado su corazón y que ahora ya no se encontraba en su vida. ¿Podían los muertos como él sentir nostalgia por el pasado? Por supuesto que si. Soren añoraba ese calidez que llenaba sus entrañas cuando estaba con esa persona, aunque era consciente de que debía seguir adelante y que ese pasado había quedado por siempre atrás.
Las familias reían alegres a su alrededor, era el circo después de todo y aunque Soren no traía mucho dinero, pensaba pasarse por las tiendas traseras para contemplar los animales, no estaba tan interesado en ver el show principal que se llevaría a cabo dentro de la tienda principal. Giró hacía la derecha dirigiéndose hacía las tiendas, cuando vio un joven que tenía unas pinturas al parecer a la venta. Siendo todo un amante del arte, Soren se acercó rápidamente y se agachó para observarlas con detenimiento. La técnica no le pareció la mejor ni la más cuidada, pero el caos en el que estaban envueltas esas pinceladas transmitían mensajes complejos.
- Un trabajo bastante psicológico – Exclamó llevándose una mano al mentón, iba vestido con un enorme gabán viejo más no sucio, traía un sombrero negro de copa con un listón rojo - ¿Es usted el autor? - Le preguntó al muchacho - ¿A cuanto las está vendiendo? -
La cabaña era pequeña y habían partes del techo que le faltaban por lo que cuando nevaba fuertemente, era inevitable que la nieve se entrara hasta la sala de estar. El frío por supuesto no le molestaba en lo absoluto, de hecho era el verano lo que más odiaba, por lo que no se había preocupado por reparar el techo, lo que si era un poco alarmante era su refugio, por ahora se estaba escondiendo durante el día dentro de un baúl de manera enorme que había encontrado, pues la luz entraba fácilmente por los agujeros del techo y las ventanas desprovistas de vidrios. Aquella era una solución temporal, debía conseguir un trabajo como profesor en la Universidad para poder ganar un salario decente y lentamente comenzar a recuperar las cosas perdidas.
Entonces ¿Por qué se encontró caminando rumbo al circo gitano al cabo de unas horas?, el sitio le traía recuerdos gratos de un pasado que estaba tan sepultado como sus propios familiares, en el circo había experimentado el amor por primera vez en mucho tiempo, había asistido a un espectáculo acompañado por la persona que había robado su corazón y que ahora ya no se encontraba en su vida. ¿Podían los muertos como él sentir nostalgia por el pasado? Por supuesto que si. Soren añoraba ese calidez que llenaba sus entrañas cuando estaba con esa persona, aunque era consciente de que debía seguir adelante y que ese pasado había quedado por siempre atrás.
Las familias reían alegres a su alrededor, era el circo después de todo y aunque Soren no traía mucho dinero, pensaba pasarse por las tiendas traseras para contemplar los animales, no estaba tan interesado en ver el show principal que se llevaría a cabo dentro de la tienda principal. Giró hacía la derecha dirigiéndose hacía las tiendas, cuando vio un joven que tenía unas pinturas al parecer a la venta. Siendo todo un amante del arte, Soren se acercó rápidamente y se agachó para observarlas con detenimiento. La técnica no le pareció la mejor ni la más cuidada, pero el caos en el que estaban envueltas esas pinceladas transmitían mensajes complejos.
- Un trabajo bastante psicológico – Exclamó llevándose una mano al mentón, iba vestido con un enorme gabán viejo más no sucio, traía un sombrero negro de copa con un listón rojo - ¿Es usted el autor? - Le preguntó al muchacho - ¿A cuanto las está vendiendo? -
Soren Kaarkarogf- Vampiro Clase Baja
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Localización : Entre libros de historia y lienzos manchados.
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Re: Conspiraciones y otros demonios internos || Soren
George tenía la convicción de que había venido a hacer de bufón. Estaba convencido de que no vendería nada; y quizás, ese era su objetivo. Lo que fuera con tal de no estar obligado a sociabilizar con la inmunda sociedad que le asfixiaba con sus garras limadas y bien tratadas, a diferencia de sus dedos empapados en tabaco, cutículas arrancadas y uñas masticadas.
Lástima que necesitaba de francos, pues si no no podría seguir pagando sus cilindros de adicción, ni mucho menos costear los barriles de agua que adquiría cada semana para lavarse (aunque no es como si la higiene le importa mucho de todas formas). Además ansiaba con su diminuto corazón no latente el asistir a teatros trágicos y, por clase alta que sonara, también anhelaba ir con sus escasos ánimos a la ópera.
¿Cómo se vería el impotente de Beethoven en la vida real? George lo imaginaba con sus cabellos alborotados y plateados; rompiendo el piano que se cruzase en su camino, como una demoledora humana.
Esperen, el cabrón seguía con vida, ¿cierto?
El vampiro nunca sabrá la respuesta, mas parece que su extraña fantasía fue quebrada por el interés de un potencial cliente.
George no le miró a los ojos: eso estaba estipulado por nombre (los ojos son peligrosos DISTRACTORES), sino que se concentró en la zona inferior, admirando su vestimenta y entornando sus ojos rojizos sobre ésta. Aunque el abrigo del hombre (o lo que fuera esa cosa) no tenía facha de formar parte del estilo de una marca renombrada, era mucho más de lo que el vampiro podía costear. Él apenas sí calzaba unas botas militares negras con la suela desprendida, unos guantes deshilachados con los dedos cortados y un suéter de lana varias tallas más grande de lo que debería ser que halló una vez en un basurero, estampado en parches de distintas telas que rellenaban los huecos vacíos de la prenda (y su alma).
Escuchó al otro con una atención apta de un infante de siete años, y soltó una risa seca al atender el intento de adulación hacia su presunto trabajo. Podría decirse que el otro, hasta cierto punto, estaba en lo correcto: el arte de George pertenecía a un tipo de imaginación extraída directamente de su inestabilidad. Pero no por eso resultaba menos cómico, después de todo: ¿qué obra de arte no proviene del mismo psiquis del artista?
Decidió entripar la respuesta pedante, distrayéndose brevemente al contar la cantidad de hormigas que poblaban la cabeza de sus botas. Posteriormente el vampiro se mordió suavemente el labio inferior, evitando el contacto con sus maltratados colmillos, y se frotó las manos.
Odiaba tanto el tener que abrir la boca y hablar.
—Si preguntas si acaso soy el autor de la destrucción en la pobre tira de papel con lo que me quedaba de carboncillo, —respondió entre dientes, masticando las palabras con una pericia casi analfabeta, con la mirada baja y rotándola a través del suelo, admirando los insectos que trepaban su pequeño estante armado contra el pavimento (en realidad sólo era un trozo de tela cualquiera sobre el que disponía los dibujos)—, pues sí, ese definitivamente sería yo, junto con la colaboración de mi amigo brandy, te lo presento. —Continuó, apuntando a una botella de vino barato que se encontraba cómodamente sentada junto a la baratija de arte desperdigada en el asfalto.
Alzó la vista sólo un par de segundos, en un torpe movimiento fugaz; lo suficiente como para verle la cara al otro sujeto, abriendo los suyos propios al notar lo obvio: su cliente era un vampiro. No se necesitaban muchos dedos de frente para notarlo, incluso para un mal educado como George.
Un pequeño tic se asomó en sus orbes oscuros, pues no tenía buenos recuerdos con los de su propia especie (ah no me dejen no me recluyan), y, aunque él odiaba los estereotipos, ya tenía mal tachados a la mayoría de los vampiros.
—Dos francos cada pergamino. —Respondió en un tono no más alto que un murmullo, escrutando nuevamente el suelo. Las hormigas le sentaban TANTO más agradables en ese instante…
Al menos podía aplastarlas sin sentirse mal al respecto.
Lástima que necesitaba de francos, pues si no no podría seguir pagando sus cilindros de adicción, ni mucho menos costear los barriles de agua que adquiría cada semana para lavarse (aunque no es como si la higiene le importa mucho de todas formas). Además ansiaba con su diminuto corazón no latente el asistir a teatros trágicos y, por clase alta que sonara, también anhelaba ir con sus escasos ánimos a la ópera.
¿Cómo se vería el impotente de Beethoven en la vida real? George lo imaginaba con sus cabellos alborotados y plateados; rompiendo el piano que se cruzase en su camino, como una demoledora humana.
Esperen, el cabrón seguía con vida, ¿cierto?
El vampiro nunca sabrá la respuesta, mas parece que su extraña fantasía fue quebrada por el interés de un potencial cliente.
George no le miró a los ojos: eso estaba estipulado por nombre (los ojos son peligrosos DISTRACTORES), sino que se concentró en la zona inferior, admirando su vestimenta y entornando sus ojos rojizos sobre ésta. Aunque el abrigo del hombre (o lo que fuera esa cosa) no tenía facha de formar parte del estilo de una marca renombrada, era mucho más de lo que el vampiro podía costear. Él apenas sí calzaba unas botas militares negras con la suela desprendida, unos guantes deshilachados con los dedos cortados y un suéter de lana varias tallas más grande de lo que debería ser que halló una vez en un basurero, estampado en parches de distintas telas que rellenaban los huecos vacíos de la prenda (
Escuchó al otro con una atención apta de un infante de siete años, y soltó una risa seca al atender el intento de adulación hacia su presunto trabajo. Podría decirse que el otro, hasta cierto punto, estaba en lo correcto: el arte de George pertenecía a un tipo de imaginación extraída directamente de su inestabilidad. Pero no por eso resultaba menos cómico, después de todo: ¿qué obra de arte no proviene del mismo psiquis del artista?
Decidió entripar la respuesta pedante, distrayéndose brevemente al contar la cantidad de hormigas que poblaban la cabeza de sus botas. Posteriormente el vampiro se mordió suavemente el labio inferior, evitando el contacto con sus maltratados colmillos, y se frotó las manos.
Odiaba tanto el tener que abrir la boca y hablar.
—Si preguntas si acaso soy el autor de la destrucción en la pobre tira de papel con lo que me quedaba de carboncillo, —respondió entre dientes, masticando las palabras con una pericia casi analfabeta, con la mirada baja y rotándola a través del suelo, admirando los insectos que trepaban su pequeño estante armado contra el pavimento (en realidad sólo era un trozo de tela cualquiera sobre el que disponía los dibujos)—, pues sí, ese definitivamente sería yo, junto con la colaboración de mi amigo brandy, te lo presento. —Continuó, apuntando a una botella de vino barato que se encontraba cómodamente sentada junto a la baratija de arte desperdigada en el asfalto.
Alzó la vista sólo un par de segundos, en un torpe movimiento fugaz; lo suficiente como para verle la cara al otro sujeto, abriendo los suyos propios al notar lo obvio: su cliente era un vampiro. No se necesitaban muchos dedos de frente para notarlo, incluso para un mal educado como George.
Un pequeño tic se asomó en sus orbes oscuros, pues no tenía buenos recuerdos con los de su propia especie (ah no me dejen no me recluyan), y, aunque él odiaba los estereotipos, ya tenía mal tachados a la mayoría de los vampiros.
—Dos francos cada pergamino. —Respondió en un tono no más alto que un murmullo, escrutando nuevamente el suelo. Las hormigas le sentaban TANTO más agradables en ese instante…
Al menos podía aplastarlas sin sentirse mal al respecto.
George A. Cole- Vampiro Clase Baja
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Fecha de inscripción : 18/09/2015
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Re: Conspiraciones y otros demonios internos || Soren
Había algo extraño en el hombre que tenía frente a suyo, no era la ropa raída y vieja que traía o las botas rotas, Soren había visto mucha gente pobre con ropajes similares en la corte de los milagros, sitio que frecuentaba, sino su actitud, parecía como si estuviera constantemente atemorizado de algo, parpadeó y se agachó para apreciar los pergaminos con más atención, si algo había aprendido estudiando historia del arte a lo largo de sus casi 300 años de vida era que con frecuencia los artistas eran personas atormentadas, eran gente que luchaba con demonios invisibles que el resto de mortales no podían ver y muchas veces esos demonios iban a parar a los pergaminos o lienzos.
Se llevó una mano enguantada para ocultar una risita suave cuando el chico había dicho que su compañero era el brandy, a Soren le incomodaba reír en público, principalmente porque temía que le vieran los colmillos así que se había vuelto una manía cubrirse la boca.
- A mi me ayuda el café - Le respondió, aunque para ser franco en su condición de vampiro cualquier cosa que no era sangre le sabía a cenizas, pero el olor penetrante del café era algo que le transportaba siempre a lugares mejores, alejó los ojos de los pergaminos para observar a su interlocutor quien le ponía un precio (bastante bajo por cierto) a su arte. Notó entonces su aura, era una aura grisácea y carente de vida, como si se tratase de un cadáver reanimado y no de un mortal.
- Dos francos es muy poco por una pieza de arte - Comentó llevándose una mano al mentón - Yo cobraría unos 10 francos por cada uno, aunque no creo que sean del gusto de todo el mundo, alguien que sepa un poco de arte podrá apreciar su originalidad - Le explicó y señaló con el dedo índice uno de sus dibujos - Si uno sabe apreciar lo diferente, encuentra la belleza hasta en lo más decadente - Concluyó - Creo que me quedo con este... - Agregó con expresión pensativa - Mi nombre es Soren Kaarkarogf ¿Y usted? - Preguntó con cierto interés en la mirada, no iba a comprar una obra sin saber quien era el autor.
Soren Kaarkarogf- Vampiro Clase Baja
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