El despertar de mis demonios [+18]

27 años antes.

Las sábanas de seda rodeaban el pequeño cuerpo rechoncho de la niña que tan solo tenía unos meses. La luz rozaba con suavidad su piel suave y ajena a todo lo que sucedía a su alrededor metía su mano en su boca chupándola con esmero pues tenía hambre.

Al final del pasillo, George Hammond y su esposa Adeleide conversaban acaloradamente sobre algo que concernía más a aquella niña de lo que ella nunca podría sospechar.

- 200 francos -dijo observando a su esposa con severidad. Desabrochó el botón de su chaqueta y después se sentó en el acolchado sofá frunciendo sus labios en los que posó su dedo índice.

- Sigo diciendo que es demasiado poco para una niña como ella -respondió Adeleide haciendo números para averiguar el precio de su nueva hija.

- No tendremos más por una niña -alzó una ceja inquisitivo por las pocas miras que tenía su esposa.- Aquellos por los que se paga más dinero son por los varones y no venderemos jamás a Philip.

- Lo sé, lo sé... -espetó la mujer colocando sus manos en sus caderas tamborileando con sus dedos sobre su cinturilla.

Respiró con profundidad una y otra vez mientras que su marido sacaba un puro abano. Lo encendió. Saboreó su gran adicción y esperó a que su esposa dijera algo más mientras la observaba caminando de un lado al otro. Sus rasgos estaban tan tensos que podía sentir en sus propias carnes la batalla monetaria interna.

Si existía alguien con más ansias de dinero era ella, Adeleide. Sus miradas se cruzaron y supieron que habían llegado a un acuerdo, venderían a la niña por el dinero que le habían ofrecido. ¿Y su destino con aquel hombre que la compraría? Ni tan siquiera les importaba.

Como si la niña hubiese entendido el futuro que tendría, sus ojos azules intensos comenzaron a llorar y aquel querubín comenzó a vivir su gran pesadilla sin poder evitarlo.

Hace un año...

El fruncido de las telas en las costuras, los colores tan exquisitos, tocados delirantes y música armoniosa creada por aquellas risas tan refinadas tras años de pulcritud.

Una de aquellas mujeres la vio y moviendo su abanico con elegancia hizo que la niña se sonrojara. Bajó su mirada hasta sus manos jugando con sus pequeños dedos esperando no interrumpir la burbuja de clase alta con su sola presencia.

- ¡Largo de aquí! -le espetó un hombre al ver sus ropajes.

La niña miró por última vez a la doncella y se giró sobre sus talones corriendo de regreso hasta donde la esperaban.

- ¡Lorelleine!

El grito de la señora Devonshire la despertó de su ensoñación. Siempre la ocurría lo mismo cuando las muchachas refinadas hacían acto de presencia en el orfanato para recibir las clases de francés y buenos modales de su directora.

Sus cabellos rubios cayeron por sus mejillas dado que estaban decididos a no permanecer en el recogido que ella intentaba hacerse cada mañana con esmero.

- ¡Lorelleine!

Se levantó de encima del tablón de la cocina escapando de la mirada de aquellas chicas a través del sucio cristal que por la grasa de los asados tenía que repasar una y otra vez durante el día.

Agarró sus faldas y echó una carrera tras los pasillos consiguiendo que la madera bajo sus pies crujiese.
Une, deux, trois... Siempre contaba los peldaños de las escaleras en francés para recordar lo que había aprendido desde que tenía uso de memoria.

A medida que ascendía los rizos dorados se posaban sobre sus pómulos enmarañándose en sus pestañas evitando que pudiese ver con claridad.

- ¡Lorelleine!

Aquel grito indicaba que si llegaba al siguiente tendría castigo seguro y aún le dolía la espalda del último. Mordió su labio inferior para no jadear por su carrera dado que debía haber estado limpiando el piso de arriba y no observando a las señoritas.

Elizabeth Devonshire elevó sus cejas en el instante que observó como Lorelleine entraba dando trompicones a su despacho. Se levantó de su asiento dejando al descubierto aquella figura con forma de botijo y carraspeó mientras fingía no darse cuenta del rojizo matiz que iban tomando las mejillas de la huérfana.

- ¿Otra vez soñando despierta?

Lorelleine agradeció que el tono de su voz fuese mucho menos duro. Sabía que la directora le tenía un afecto especial que no le sucedía con los demás puesto que prácticamente era la única que quedaba de tantos niños como habían pasado por aquel orfanato.

Elizabeth era una mujer muy inteligente. Nunca tenían ayudas suficientes por parte del pueblo o la corona. Había aprovechado sus conocimientos en lenguas y modales que pocas mujeres tenían en aquella parte de Escocia, creando una escuela al lado del orfanato donde dar clases para ganarse así el dinero suficiente con el que sustentar su buena obra. Lorelleine la admiraba por eso.

Avergonzada, asintió a la pregunta de Elizabeth y ésta sonrió conociendo a la perfección el carácter de aquella muchacha que tanto adoraba.

- Recuerda que tienes quehaceres mientras esté dando clases -frunció su ceño intentando ser firme pero aquella intención no se reflejaba en sus ojos- ¿de acuerdo?

La muchacha asintió sabiendo que sus deberes sería limpiar todo lo que estuviese alrededor de la sala en la que se encerraban pues no se quería perder ni una sola lección más de comportamiento, francés o lo que tocase hoy. Tan solo esperaba que nadie la pillase mientras bailaba cuando las jovencitas tocasen el viejo piano del aula.

Las notas casaban las unas con las otras hasta volverse una melodía romántica de aquellas que roban el alma, lo elevan y muestra la manera en el que existe una verdadera pasión, un único e inigualable amor.

Flotaba. Se sentía absorta en el sentimiento del autor, la gracilidad de sus dedos, el impulso de su necesidad por la mujer amada, el camino de rosas llenas de espinas por las que pisa ahora hasta volverse loco por ser el único culpable de la agonía ante la ausencia del objeto de su deseo.

Giró sobre si misma tomando sus faldas con ambas manos mientras sus pies grácilmente remarcaban los acordes y los silencios de aquellas partituras que no leía.

Lorelleine sonreía al aire, a aquella pareja invisible que la guiaba en medio de la improvisada pista de baile en el pasillo con suelos desgastados que en su imaginación estaba pulido y repleto de la majestuosidad del dueño de sus ilusiones inventadas.

Mientras su falda se llenaba del aire que propiciaba por sus giros podía ver como se transformaba en las más hermosas telas, con bordados exquisitos elaborados por alguna que otra mujer que había dedicado toda su existencia a aprender el uso de la aguja y el hilo.

París, Milán, Moscú... ¿quién sabe donde las habrían comprado y donde estaban bailando si para ella estaba viviendo un sueño que parecía hecho realidad?

La música cesó y con ella el baile de Lorelleine quien alzó una mano hasta su invisible acompañante esperando que la dejase sola de nuevo. A pesar de sus más silenciosos ruegos, él no cedió pero sus ojos azules la sonrieron pronunciando un "hasta la próxima" que solamente pudieron escuchar sus oídos.

Los brazos de Lorelleine cayeron en sus costados mientras sentía como nuevamente volvía a quedarse en la realidad que no deseaba. Sonrió por las palabras que una voz varonil que ella también había imaginado habían susurrado.

- Hasta la próxima -repitió para sí.

Sonriente volvió a sus quehaceres. Se remangó para evitar ensuciarse demasiado los puños de su vestido y se arrodilló en el suelo. Tomó entre sus dedos el cepillo y prosiguió su trabajo limpiando aquella maravillosa pista de baile que tantas veces había compartido con su amor inventado de ojos azules.

- Très bien.

La señora Devonshire acaba de corregir a alguna de sus alumnas. Lorelleine no pudo evitar alegrarse por ella. A pesar de ser muy buena en muchas ocasiones con ella, la directora del orfanato tenía muy mal carácter cuando se le cruzaban los cables.

- Très bien -repitió la huérfana pasando con fuerza el cepillo por una de las rendijas más grandes que había visto en su vida.

- Meredithe, commence! -ordenó con aquel tono autoritario que solo usaba cuando sabía que tenía que poner un castigo.

Todas las cicatrices de las reprimendas que había recibido la huérfana comenzaron a quemarle cuando llegó a ella el eco de la voz de Elizabeth.

Si cerraba los ojos era capaz de escuchar el latigazo que la regla le daba sobre las yemas de los dedos por lo que el cepillo se escapó de entre sus manos haciendo un ruido sordo al caer sobre la falda de su vestido.

No dejó que el recuerdo de aquellos golpes la arrastrara y una vez terminado el suelo del pasillo, se dispuso a pasar un trapo con sus pies para secarlo y así las señoritas en el caso que debiesen salir del aula, no terminarían rompiéndose la crisma.

- Commence, commence -repitió Lorelleine un par de veces antes de escuchar una nueva melodía que hizo aparecer ante sus ojos al hermoso caballero de ojos azules.

- Mademoiselle Lorelleine -dijo en un perfecto francés.- Es un placer que volvamos a encontrarnos en nuestro improvisado mundo.

- Lo que es un placer es que siempre acuda a mí para bailar -susurró ella sonrojada por la intensidad de la mirada del joven inexistente.

Y allí con el paño bajo sus desgastados zapatos bailó nuevamente hasta que la melodía terminó, imaginándose la amada de algún joven apuesto que si pudiera viviría con ella entre sus brazos.

El frío de Escocia calaban mis huesos. Me puse bien el chal sobre mis hombros. Tenía que llegar pronto o cerrarían las puertas del orfanato. Mrs. Devonshire no daba para ello segundas oportunidades.

El viento siseaba arrancándome grandes escalofríos que por unos momentos conseguían que mis músculos agarrotados despertaran. Me acurruqué todo lo que pude bajo el pequeño chal observando a mi alrededor, sintiéndome observada.

Elevé mi mirada sobre mi hombro y solté un chillido cuando una figura oscura se acercó a mí tan rápido que pensé que no tendría tiempo alguno para librarme de ese cuerpo.

Agarré como pude mi falda con mi mano y comencé a correr sin importarme que alguno de los trozos de tronco que había comprado para pasar aquella noche todas pegadas a la chimenea, se cayera.

El frío viento se introducía por mis orificios nasales arañando todo a su paso como si tuviese cuchillos con la hoja más afilada del mundo y al llegar a los pulmones los clavaban hasta que estos conseguían paliar el dolor.

El vaho blanco me tapaba la vista en ocasiones y cometí el error de introducirme en un oscuro callejón. Me agarré con fuerza a la pared suplicando porque aquella sombra no fuese más que una horrible mala jugada causada por mi vista cansada.

- ¡Aquí estás!

Una voz rasposa se deslizaba por mis oídos y me apretaba contra su cuerpo mientras tapaba mi boca. Sin duda alguna no tenía que pronunciar palabra. Estaba a punto de vivir el momento más horroroso de mi vida.

Pude escuchar como unas dulces notas de piano rompían el silencio de la oscuridad. Notaba sin temor como cada una de ellas rozaba profundamente cada milímetro de mis terminaciones nerviosas.

Aquella melodía me recordaba a tantos momentos vividos gracias a la sra. Devonshire por lo que una pequeña sonrisa se extendió en mi maltrecho rostro.

Mi cabeza se apoyó contra la fría roca que tenía tras de mí y al intentar mover mis pies, los grilletes tintinearon recordándome lo sucedido la noche anterior.

Un golpe me hizo perder el equilibrio. Pude sentir cada hueso de mi cuerpo golpear contra el suelo duro como el mismo demonio.

Aprovechose unas manos de mi dolor, para ser esposada cual reo contra unas duras e hirientes cadenas que rápidamente se clavaron en mis muñecas en cuanto intenté librarme de su atadura.

Su risa. Esa oscura risa proviniendo de toda la estancia mientras con algún objeto afilado iba despojándome de mis vestiduras...

Las lágrimas se deslizaron por mis mejillas mientras el recuerdo, los embistes y el malestar se iba haciendo más fuerte en mi cuerpo y mente.

Las ganas de vomitar y el continuo intento por no ponerme a gritar eran una batalla que debía luchar a cada segundo.

Respiré profundamente aquel olor a humedad y moho al que ya me había acostumbrado pero que no pudo evitar que vomitara lo poco que quedaba en mi cuerpo contra el suelo donde había sido golpeada y manchada.

- Ya has despertado...

El vómito se cortó de golpe en cuanto su voz resonó en la estancia. Busqué sin éxito en la oscuridad para separarme cuanto pudiera, así tuviera que dejar mis brazos en las cadenas, como mis pies, y huir sin ellos reptando cual serpiente.

- Tranquila... -sus manos tomaron mi rostro y pude sentir su aliento golpeando contra mi rostro.- Voy a ocuparme ahora mismo de ti.

Un sudor frío me recorrió entera y como si fuese de alguna forma posible, aquel ser pareció brillar frente a mí para que contemplase su rostro demoníaco en medio de la oscuridad gobernante.