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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

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Mensaje por Corradine Grimaldi Jue Oct 08, 2015 7:54 pm

Toda la noche Chiara había dormido de forma interrumpida, como si supiera que algo no estaba bien. Cuando las primera luces de la mañana comenzaron a clarear el cuarto, una dulce voz la despertó,-¿Mamá? –  había dicho aquella tierna voz. La italiana, había abierto sus ojos cargados de sorpresa, pues conocía perfectamente de quien era esa melodiosa vocecilla,  Chiara se incorporó, sentándose en el pequeño lecho. Su mirada  aún nublada por la sorpresa, no le permitían entender completamente si lo que había vivido era parte de su imaginación, la realidad o una alucinación.

Recorrió cada milímetro de la pequeña habitación, buscando a su pequeña hija, -¿Mely? – susurró, llevando su mano al pecho, arrugando su camisón. Intentó encontrar una explicación a ese llamado, pero nada tenía sentido. Su bebé no podía llamarla, ¿acaso no había muerto hacía casi un año atrás?  En la noche de Navidad, allí en el castillo escoces, a consecuencia de un trágico incendio, ¿y en el que perdiera la vida también su hermano?  Cerró los ojos, porque prefería no pensar, no recordar, pues si eso era real, ¿de que valía seguir viviendo?, más si  su hija estaba aún con vida, podía ser que el eterno lazo que une a las madres con sus hijos, la hiciera poder escuchar sus suplicas, tal vez, solo era cuestión de volver a buscarla. En ese lugar del que había tratado de evitar de mil maneras, por miedo de darse con la terrible realidad. Pero ya era tiempo de enfrentar sus más aterradores pensamientos.

Debía ser fuerte,  por sus hijos, y buscarlos en el único lugar que jamás lo hiciera desde su vuelta a Paris, iría a la mansión Rosso, y se enfrentaría con Estela y le pediría que le deje ver a sus hijos, aunque el inquisidor no lo quisiera. Porque debía ser eso lo que provocaba que aún no pudiera encontrarlos, él estaba intentando quitarle a sus pequeños. Aun no entendía el porqué, pero ya no le importaba, así como lo amaba, jamás le perdonaría que le hubiera alejado de sus hijos, que no la buscara. En su afiebrada cabeza, Ruggero era el responsable de que la familia estuviera separada, y ya no se lo permitiría, iría a esa mansión, se plantaría en la puerta y golpearía y golpearía, hasta que él mismo bajara a atenderla, ni todo el poder del cielo o el infierno podría separarla más tiempo de sus hijos.

Se movió por el lecho,  corriendo las sabanas debía levantarse,  había mucho que hacer antes de enfrentar al inquisidor, debía vestirse, escribir una carta a los señores Burgess, quienes le habían acogido durante éstos meses, desde su llegada a Paris, pero aunque no deseara dejarlos así, tan imprevistamente, no podía demorarse un minuto más.

Cuando terminó de prepararse, se sentó frente al  pequeño escritorio, que en un rincón de la habitación, era iluminada por una diminuta ventana.  En pocos minutos redactó la escueta nota en la que se despedía, les daba las gracias por la paciencia que habían tenido hacia ella y por considerarla su amiga, en especial el señor Burgess, pero debía hacer frente a sus miedos, no servía de nada quedarse allí, mientras sus hijos la estaban esperando. Cuando terminó de escribir,  secó la tinta  espolvoreando un poco de  secante, para luego  doblar  meticulosamente la esquela y guardarla en un  sobre, el que con una  hermosa y elegante caligrafía escribió los nombres y el apellido de los señores Burgess, sonrió pensando en aquella pareja, tan hermosa y dulce, aunque él intentara mostrar un carácter que en verdad no poseía, - ojalá que al final descubra que el rencor, los malentendidos y la búsqueda de venganza no sirven de nada, solo alejan a quienes nos  aman –.

Acomodó en una  percha, detrás de la puerta del cuarto,  el traje de ama de llaves y con su único vestido dominguero, se dirigió al estudio del señor, dudó de entrar, pues hacerlo le recordaba un lugar parecido, tan masculino como ése, y que su esposo, el ser que más había amado, pero que  en esos momentos le parecía  un completo extraño. Inspiró profundamente intentando sacar fuerzas de flaquezas.  Caminó hasta depositar el pequeño sobre en la superficie del escritorio, sonrió mientras se giraba para retirarse, - espero en verdad, que seáis inmensamente felices – susurró, como si se lo pudiera decir a su amigo, más se apresuró a salir al pasillo, caminando decidida  hasta la puerta de servicio. Tomó su abrigo que colgaba del perchero y se despidió con un breve gesto de la doncella que comenzaba sus tareas de la mañana, -¿sale al mercado? – preguntó la joven, pero Chiara no le contestó, solo le sonrió, - cuida bien de los señores – le pidió, mientras abría la puerta y se apresuraba a tomar el camino que la llevaría de nuevo a la mansión Rosso, Chiara había vuelto, solo que ésta vez, para rescatar aquello que creía perdido, o morir en el intento.
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Mensaje por Priscila Catrice Lun Oct 19, 2015 11:38 pm

El invierno había llegado y junto a el, las hermosas festividades que traían felicidad a todos los habitantes de la ciudad, ya fueran pobres o ricos. Para la cambiante Priscila aquella era una época perfecta para desarrollar sus talentos al máximo; las funciones en los teatros estaban plagadas de puestas en escena navideñas y en más de una se presentaría la bailarina quien en los últimos tiempos se había dedicado de lleno a los ensayos, además de que la nieve y la felicidad que se veían en cada rincón de París le llenaban de inspiración para escribir sus poemas. Definitivamente aquella era una navidad fuera de lo común para ella pues además, era la primera que pasaba en aquel hermoso país que con su gente y sus posibilidades infinitas le habían robado el corazón a la italiana.

Aquella hermosa mañana, Priscila se había levantado más temprano de lo habitual todo debido a que era uno de esos escasos días completamente libres para ella de los que ahora podía gozar y usando un vestido acorde a la época del año en color crema, así como llevando una pequeña libreta y algo para escribir, la cambiante salió de su humilde hogar para buscar inspiración. En su andanza, la italiana se topo con un grupo de chiquillos que jugueteaban felices, parejas que se declaraban su amor en cada mirada que se dirigían, señoritas hablando alegremente sobre los bailes venideros y muchas otras cosas que le provocaron una enorme sonrisa en el rostro. La época del año era después de todo la adecuada para soñar cualquier cosa, para creer que todo era posible y que los tiempos oscuros que habían azotado en los últimos meses París eran únicamente un mal sueño; guiada entonces por la idea de un mejor mañana, al igual que del positivismo del ambiente, la italiana se decidió por primera vez desde que llegara a París, a recorrer las calles donde se halaban las enormes mansiones de las personas ricas. Aquellas construcciones la hacían sentir tan pequeña e insignificante la mayor parte del tiempo, sin embargo, la cubierta blanquecina que dejaba la nieve las volvía mucho más cálidas, como si fuesen hogares salidos de cuentos de hadas, lugares donde nada malo podía suceder.

Con entusiasmo casi infantil, la cambiante se acercaba tanto como podía para ver las diferentes construcciones y los enormes jardines pintados del blanco de la pureza y la bondad. Sus ojos recorrían con asombro el poder de las fiestas navideñas y si bien la cambiante se encontraba distraída en la belleza de las mansiones, no le paso por desapercibido que un poco más allá de donde ella se encontraba, una mujer se encontrara sumamente desesperada frente al portón de una de las mansiones. Aquella quizás no era una escena fuera de lo común, pero existía en ello un detalle que llamaba la atención de la italiana. En más de una ocasión había atestiguado esa clase de escenas por parte tanto de mujeres y hombres, en cada ocasión que fue testigo pudo notar como la servidumbre de las mansiones se apresuraban por alejarles, sin embargo, en aquella mansión donde la desesperada joven se encontraba, no había ninguna clase de respuesta. Ese hecho llevo a Priscila a suspirar y con paso calmo caminar hasta donde se hallaba la mujer.
Disculpa, ¿Te encuentras bien?, ¿Puedo ayudarte en algo? – para fortuna o infortunio de la mujer, Priscila era demasiado sentimental y buena como para abandonar a alguien que creía que le necesitaba, así que haría todo lo que estuviese a su alcance por ayudar.
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Mensaje por Corradine Grimaldi Jue Oct 22, 2015 8:08 pm

Había llegado a la mansión, pero en el momento de querer entrar, descubrió que las rejas de hierro forjado se encontraban cerradas. Observó el interior, colocando su delicado rostro entre las rejas, como si fuera un niño que intenta saber porque el juego de la plaza no podía ser usado.

No pudo ver nada fuera de lo común, la hierba parecía estar recién cortada, las flores de estación, aunque pocas, se encontraban bien cuidadas. Debían estar en casa, solo que tal vez había llegado antes de tiempo. Recapacitó las semanas y los meses que le había costado tomar la decisión de volver a su hogar. Suspiró frustrada, cerrando los ojos y apretando sus manos a las barras de la reja en la que se afirmara, - ¿donde están, Estela? - se preguntó en voz alta, - de seguro fueron a Lion, a la casa de sus padres... claro, es que Ruggero está en alguna misión y los niños con Giulia y Hayden - Caviló, tranquilizándose, encontrando el porqué ella se encontraba sola y ni su esposo, ni sus hijos, estaban con ella. Su mente, hacía días que tenía esos arrebatos en los que se olvidaba de lo que había vivido durante los últimos tres años de su vida, como una forma de ayudarle  a sobrevivir a tanta tragedia. Llevó su mano a la barbilla, algo no encajaba para ella, - aún así... es extraño que no quedara algún sirviente en la propiedad.  Juan, jamás saldría sin decírmelo, o esperar que regresara de mi viaje a Italia -, a pesar de intentar comprender aquella extraña situación, de una cosa la italiana estaba segura, no podía volver a la mansión de su hermana, Venecia se encontraba muy lejos y ella acababa de regresar, - que una no decide irse para volver a las horas, ademas tengo cosas que hacer aquí en París, ya vendrán ellos para que celebremos la navidad todos juntos -  Sonrió, pensando en la hermosa festividad que pensaba vivir al lado de su amado y sus hijos, los adoraba.

Volvió a suspirar, dándose  la vuelta y llevando sus brazos al rededor de su cintura, como si intentara abrazarse, es que depronto se había dado cuenta que la ropa que llevaba puesta, no era lo suficiente abrigada, ¿como no se había dado cuenta que estaba nevando? Pensando en como lograría entrar en la mansión, recordó que Juan, le había revelado un escondite en el que solía esconder una llave de auxilio, que Ruggero usaba cuando por alguna razón perdía las suyas, en especial cuando Estela y juan se ausentaban de la ciudad. Ese conveniente escondite, estaba formado por una piedra que ocultaba una cavidad, en la cual guardaban la llave. Juan se lo había revelado luego de que  le confiara el peligro que corría Girolamo, quien le pidiera al inquisidor, lo acogiera en sus dominios, en ocasión de ser perseguido por enemigos que, tanto Ruggero como Giro, se negaron en contarle.

Así pues, eufórica por haber recordado tan importante dato, se dispuso a buscar la piedra que ocultaba la llave, mas después de media hora buscándola, se encontró con la triste realidad que le sería casi imposible descubrir cual era la roca que ocultara su tesoro.

ensimismada en su búsqueda, no se dio cuenta que una mujer se acercaba hasta donde se encontraba. Fue la dulce voz de la joven, la que hizo que levantara su vista y buscara el origen de esa melodiosa voz. Sus orbes se posaron en las claras pupilas de aquella extraña, que no le causaron miedo, muy por el contrario, como si la conociera de toda la vida, le sonrió, - es que no me acuerdo donde era que Juan me dijo que ocultaría la llave - suspiró, mientras se acomodaba unos cabellos rebeldes, - se suponía que ellos deberían estar en casa, pero de seguro han ido a casa de sus padres y mi esposo no esta... - como si se hubiera dado cuenta de lo poco cortes que había sido, extendió su mano y se presentó, - oh, disculpa, mi nombre es Chiara... Chiara Rosso -.
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