El Espíritu de la Navidad (Privado)

por **Anna Brullova** Vie Dic 01, 2017 11:57 am

Era cierto que desde la muerte de sus padres, la navidad, se había convertido en una fecha, sin sentido, mas que el estrictamente comercial, pues todo París se volcaba en la vorágine de comprar los novedosos arboles de navidad, pequeños pinos, en especial abetos, que eran plantados en macetas y adornados con velas y guirnaldas de papeles pintados, con colores llamativos, rojo, verde, blanco. Lo que llevaba a Annushka, a pasar gran parte del día en su negocio. Había descubierto que estar allí, preocuparse de lo que sus clientes deseaban obtener, le ayudaba a no pensar en esas ausencias que dolían en el alma, como si fueran filosos puñales que no dejaban de herir una y otra vez su espíritu, cada vez que pensaba en ellos. Era verdad que la compañía de Abel, lograba calmar sus demonios, pero, en fechas tan especiales como éstas, ni siquiera la compañía de aquel hombre que había logrado conquistar su corazón, podía hacer que la nostalgia y la tristeza llegaran a su corazón.

Sentada frente a su escritorio, dejó vagar su mirada por la habitación, su secretaria había decorado aquella estancia con esos adornos que estaban haciendo furor en los escaparates de las mas afamadas tiendas de la ciudad. Uno de sus mejores arboles de navidad, ocupaba una esquina de la habitación, junto a la chimenea que, encendida, proporcionaba una agradable calidez, ante un invierno que se presentaba mucho mas gélido que años anteriores, ¿o acaso sería su alma, la que le provocaba aquella sensación? Las guirnaldas de gasa bordada en hilos de oro, le daban una elegancia a la decoración del árbol, que solía arrancar una exclamación de parte de las damas y de los caballeros, cuando entraban en el despacho para hacer un encargo. Como era lógico, terminaban pidiendo que les mandaran a sus mansiones un ejemplar tan magnifico como ese que ella contemplaba. Mas para la rusa aquello solo servía para aumentar sus ventas y de esa forma, ayudar a los campesinos rusos que eran desplazados a las grandes urbes como París, pero que vivían en la pobreza mas absoluta y denigrante.

Suspiró, la tristeza le provocaba un desasosiego que no podía calmar, - Vamos pequeña, no debes llorar, ninguna tristeza debe ocultar la belleza de tu alma -, la frase que su padre soliera usar, cuando la sorprendía melancólica, la hizo estremecer. Podía entender que aquello era un trozo de sus recuerdos, pero le permitió salir de esa angustia que la estaba enloqueciendo. Sonrió tristemente, secando sus lagrimas, - Si, mi querido papá, no dejaré que la tristeza me impida volver a disfrutar de aquellas pequeñas alegrías que juntos solíamos disfrutar - dijo, mientras dejaba su sitio y se acercaba al árbol, - Abriré la tienda, para que quien desee, pueda acercarse a tomar una taza de ponche y comer una cena caliente -, sonrió pensando en que su padre habría estado de acuerdo con ella y luego se dijo que debería consultarlo con Abel, aunque en realidad la decisión estaba tomada, y nada le haría cambiar de idea.