AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Navidad en Inverness - Privado
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Navidad en Inverness - Privado
Inverness, Escocia, primeros días de Diciembre
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Las primeras nieves habían caído, la época más triste del año, en la vida de la loba, se acercaba lentamente. Inverness se veía hermosa bajo el manto níveo, los cristales de la ventana se encontraban encharcados y la nieve se amontonaba en el alfeizar. Mai, que parada al lado de la ventana observaba el jardín, los abetos que engalanaban el camino de entrada a la nueva mansión Fraser, le hicieron sentir una profunda punzada en el pecho. A pesar de las décadas pasadas, de las navidades que se sucedían una tras otra como pequeñas postales en un manojo de recuerdos, la última navidad que pasara junto a Jaime había sido la que nunca olvidaría. Recordó que aquella temporada la habían pasado en la mansión de los Cambells, en las afueras de Inverness. Podía cerrar los ojos y recordar con lujo de detalles la fachada de la construcción, realizada en piedra, de tres plantas con ventanas partidas y puerta principal de dos hojas, con la enorme corona de Navidad y el muérdago en el dintel. Sonrió al recordar como al llegar al umbral, había tironeado del brazo de su hermano, señalándole insistentemente el muérdago. Sus dedos rosaron la comisura de sus labios, sus parpados se entornaron para ocultar el recuerdo. Su hermano indiferente como siempre, en ese instante había girado su cabeza y antes que ella se diera cuenta le había besado en la comisura de sus labios y en parte de su boca. Aun, después de mas de cuatro décadas, al solo recordarle, el calor de esos labios se hacían presente en su piel.
No fue ilógico que comprara esa propiedad, cuando descubrió que sus dueños habían muerto y todos los que alguna vez la habían conocido ya no estaban en la ciudad. Fue entonces que decidió llegar a Inverness, comprar la mansión y recorrer algunos lugares que le recordaron su infancia y juventud, antes que la vida le quitara lo que verdaderamente importaba. Las lágrimas brotaron de sus orbes, mezcladas con suaves risas. Le pareció que podía verse junto a Jaime, allí en ese mismo jardín, teniendo una campal batalla de nieve y tras correr para que no la atrapara, caer en la nieve entre risas, abrazos y miradas risueñas, -¿ porque no me anime, porque no le dije lo que sentía? – acarició con las yemas de los dedos el frio cristal, la ilusión de los hermanos jugando afuera se desvaneció, - que me hubiera dicho… que era una locura… preferí ocultar mis sentimientos antes de perderlo – se secó las lágrimas con el dorso de la mano, - vamos, de nada sirve llorar por lo que no nos atrevimos a hacer – inspiró con fuerza, llenando sus pulmones y dejando que un grito de frustración fuera liberado. En unos segundos la puerta fue golpeada suavemente y la voz de su doncella se escuchó tras ésta – señorita Mai, ¿se encuentra bien? – Caminó hasta la puerta, pero no podía abrirla, su rostro estaba desencajado por la tristeza, sus lágrimas corrían libres por sus mejillas, su corazón se desgarraba dejando que el dolor que había conservado durante tanto tiempo saliera a la luz. Apoyó su espalda en la puerta, inspiró profundamente y cuando sintió que su voz no saldría quebrada, habló, - Marie, todo está bien… solo necesito estar a solas – a lo que la doncella luego de un suave – sí, madame – se retiró.
Mai, caminó hasta sentarse en uno de los elegantes sillones, que colocados frente al hogar, ocupaban el lugar principal de la estancia. Allí, en hogar los leños crepitaban junto a pequeñas piñas de abeto que despedían un agradable aroma a madera de pino tostado. Estallaban haciendo elevarse lenguas de fuego de diferentes colores, se dejó arrastrar por los recuerdos. En especial por aquel, en que unos días antes de la navidad, descubrió con sorpresa y temor, que amaba un imposible, a un hombre que jamás podría corresponderle por estar prohibido para ella, - aunque feliz hubiera ido al infierno de saber que me querías… que tus sentimientos eran iguales a los míos… pero no… los tuyos siempre fueron castos… los propios al simple afecto de familia – susurró, a unas llamas rojizas que parecían ondas del cabello de aquel que su corazón había amado. Sus manos apretaron el pequeño objeto, aquel que desde encontrarlo en el altillo de aquella mansión, no había podido separarse de él. Guardado en la misma bolsa de terciopelo rojo, anudado con cinta dorada, se encontraba intacto, como aquella mañana de vísperas de navidad cuando despertó y lo contempló parado a los pies de su cama, con aquel presente en sus manos. Ese había sido el último regalo de navidad que recibiera en su vida. Si, el único que siempre extraño, haber dejado abandonado en esa mansión y no poder abrazarse a él, como si en ese insignificante acto, abrazara a su querido hermano, en cada navidad que vivió después de Cullodem. Pero allí estaba, en Escocia, en su amada Inverness, recordando aquel sueño imposible, a ese ser que jamás borró de su memoria, ni de su corazón.
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Las primeras nieves habían caído, la época más triste del año, en la vida de la loba, se acercaba lentamente. Inverness se veía hermosa bajo el manto níveo, los cristales de la ventana se encontraban encharcados y la nieve se amontonaba en el alfeizar. Mai, que parada al lado de la ventana observaba el jardín, los abetos que engalanaban el camino de entrada a la nueva mansión Fraser, le hicieron sentir una profunda punzada en el pecho. A pesar de las décadas pasadas, de las navidades que se sucedían una tras otra como pequeñas postales en un manojo de recuerdos, la última navidad que pasara junto a Jaime había sido la que nunca olvidaría. Recordó que aquella temporada la habían pasado en la mansión de los Cambells, en las afueras de Inverness. Podía cerrar los ojos y recordar con lujo de detalles la fachada de la construcción, realizada en piedra, de tres plantas con ventanas partidas y puerta principal de dos hojas, con la enorme corona de Navidad y el muérdago en el dintel. Sonrió al recordar como al llegar al umbral, había tironeado del brazo de su hermano, señalándole insistentemente el muérdago. Sus dedos rosaron la comisura de sus labios, sus parpados se entornaron para ocultar el recuerdo. Su hermano indiferente como siempre, en ese instante había girado su cabeza y antes que ella se diera cuenta le había besado en la comisura de sus labios y en parte de su boca. Aun, después de mas de cuatro décadas, al solo recordarle, el calor de esos labios se hacían presente en su piel.
No fue ilógico que comprara esa propiedad, cuando descubrió que sus dueños habían muerto y todos los que alguna vez la habían conocido ya no estaban en la ciudad. Fue entonces que decidió llegar a Inverness, comprar la mansión y recorrer algunos lugares que le recordaron su infancia y juventud, antes que la vida le quitara lo que verdaderamente importaba. Las lágrimas brotaron de sus orbes, mezcladas con suaves risas. Le pareció que podía verse junto a Jaime, allí en ese mismo jardín, teniendo una campal batalla de nieve y tras correr para que no la atrapara, caer en la nieve entre risas, abrazos y miradas risueñas, -¿ porque no me anime, porque no le dije lo que sentía? – acarició con las yemas de los dedos el frio cristal, la ilusión de los hermanos jugando afuera se desvaneció, - que me hubiera dicho… que era una locura… preferí ocultar mis sentimientos antes de perderlo – se secó las lágrimas con el dorso de la mano, - vamos, de nada sirve llorar por lo que no nos atrevimos a hacer – inspiró con fuerza, llenando sus pulmones y dejando que un grito de frustración fuera liberado. En unos segundos la puerta fue golpeada suavemente y la voz de su doncella se escuchó tras ésta – señorita Mai, ¿se encuentra bien? – Caminó hasta la puerta, pero no podía abrirla, su rostro estaba desencajado por la tristeza, sus lágrimas corrían libres por sus mejillas, su corazón se desgarraba dejando que el dolor que había conservado durante tanto tiempo saliera a la luz. Apoyó su espalda en la puerta, inspiró profundamente y cuando sintió que su voz no saldría quebrada, habló, - Marie, todo está bien… solo necesito estar a solas – a lo que la doncella luego de un suave – sí, madame – se retiró.
Mai, caminó hasta sentarse en uno de los elegantes sillones, que colocados frente al hogar, ocupaban el lugar principal de la estancia. Allí, en hogar los leños crepitaban junto a pequeñas piñas de abeto que despedían un agradable aroma a madera de pino tostado. Estallaban haciendo elevarse lenguas de fuego de diferentes colores, se dejó arrastrar por los recuerdos. En especial por aquel, en que unos días antes de la navidad, descubrió con sorpresa y temor, que amaba un imposible, a un hombre que jamás podría corresponderle por estar prohibido para ella, - aunque feliz hubiera ido al infierno de saber que me querías… que tus sentimientos eran iguales a los míos… pero no… los tuyos siempre fueron castos… los propios al simple afecto de familia – susurró, a unas llamas rojizas que parecían ondas del cabello de aquel que su corazón había amado. Sus manos apretaron el pequeño objeto, aquel que desde encontrarlo en el altillo de aquella mansión, no había podido separarse de él. Guardado en la misma bolsa de terciopelo rojo, anudado con cinta dorada, se encontraba intacto, como aquella mañana de vísperas de navidad cuando despertó y lo contempló parado a los pies de su cama, con aquel presente en sus manos. Ese había sido el último regalo de navidad que recibiera en su vida. Si, el único que siempre extraño, haber dejado abandonado en esa mansión y no poder abrazarse a él, como si en ese insignificante acto, abrazara a su querido hermano, en cada navidad que vivió después de Cullodem. Pero allí estaba, en Escocia, en su amada Inverness, recordando aquel sueño imposible, a ese ser que jamás borró de su memoria, ni de su corazón.
Última edición por Mai Fraser el Jue Oct 23, 2014 6:15 pm, editado 1 vez
Mai Fraser- Licántropo Clase Alta
- Mensajes : 26
Fecha de inscripción : 30/04/2014
Re: Navidad en Inverness - Privado
Iba a integrarse con los Highlandres, Jamie II se había echo llamar y nadie objetaba que fuera idéntico a su padre, así como pensar que él fuera el mismo; después de todo ya habían pasado casi veinte años y era imposible que se presentara igual de joven. Como fuere, estaba al servicio de la corona inglesa e igualmente estaba decidido a morir por la única causa que consideraba digna, defender su Escocia, aunque con un método poco convencional.
Ya se acercaba la navidad en Inverness y él se había recluido en las cercanías de la casa donde vivió su niñez en compañía de la única mujer que ha amado con todo su corazón y quien ya no existiera en este mundo; la hermosa Mai. Pero todo iba a cambiar y sus sueños parecían anticipárselo.
La noche anterior soñó con ella, la vio bailar, cantar y jugar en la nieve, era ya una mujer, y sin embargo, tan pura, tan hermosa, tan jovial. Y él corrió a ella, la tomó de la cintura, la cargó y dio vueltas con ella en el aire. Ambos reían y antes de que despertara besó sus labios, la besó como en antaño no lo hizo y que después de su muerte añoró tanto; despertó con los ojos bañados en lágrimas. Se puso de pie y desnudo caminó hasta la ventana de su pequeña casa. Para ese momento ya hacía mucho frío aunque su cuerpo no lo percibía. Suspiró, de pronto había pensado mucho en su hermana y no se podía explicar el por qué.
En la brevedad creyó en la posibilidad de que aquel día se conmemorara su muerte, pero no tardó en descartar esa posibilidad. «Mai, ¿por qué ahora?» no había respuesta. Sólo un silencio suspendido en una agonía que sólo él podía resistir. Se dirigió a la bañera y así, con el agua helada sumergió su cuerpo. Por quince minutos permaneció allí, fantaseando con tener en sus brazos a su hermana, decirle que la amaba no como su hermana sino como su mujer y volvió a reprocharse como se reprochó una vez muerta. «Debí haberme escapado con ella, seríamos unos ancianos para esta fecha, juntos y criando a hijos con sus ojos» pero después aquella sensación de que no eran correctos sus pensamientos, era su hermana y nunca podía darse una relación así.
Salió para vestirse con su kilt de los Fraser, se colocó una hombreras de plata y una capa azul, luego, se hizo de su cinto y cargó su espada. Estaba listo para reportarse, sólo quedaba una cosa antes de abandonar Inverness, visitar la casa que antes le pertenecía, fue así que tomó su caballo e hizo el viaje. Mas su sorpresa fue grande cuando vio vida en aquella morada. En un principio se enfado, «¿quién osó comprarla?» era algo que no podía perdonar, fue así que cabalgó muy a prisa y de la misma manera tocó a la puerta, su semblante era serio y por ningún instante paso por la mente quién pudiera abrir la puerta, por eso, cuando la invasora abrió quedó petrificado.
Ya se acercaba la navidad en Inverness y él se había recluido en las cercanías de la casa donde vivió su niñez en compañía de la única mujer que ha amado con todo su corazón y quien ya no existiera en este mundo; la hermosa Mai. Pero todo iba a cambiar y sus sueños parecían anticipárselo.
La noche anterior soñó con ella, la vio bailar, cantar y jugar en la nieve, era ya una mujer, y sin embargo, tan pura, tan hermosa, tan jovial. Y él corrió a ella, la tomó de la cintura, la cargó y dio vueltas con ella en el aire. Ambos reían y antes de que despertara besó sus labios, la besó como en antaño no lo hizo y que después de su muerte añoró tanto; despertó con los ojos bañados en lágrimas. Se puso de pie y desnudo caminó hasta la ventana de su pequeña casa. Para ese momento ya hacía mucho frío aunque su cuerpo no lo percibía. Suspiró, de pronto había pensado mucho en su hermana y no se podía explicar el por qué.
En la brevedad creyó en la posibilidad de que aquel día se conmemorara su muerte, pero no tardó en descartar esa posibilidad. «Mai, ¿por qué ahora?» no había respuesta. Sólo un silencio suspendido en una agonía que sólo él podía resistir. Se dirigió a la bañera y así, con el agua helada sumergió su cuerpo. Por quince minutos permaneció allí, fantaseando con tener en sus brazos a su hermana, decirle que la amaba no como su hermana sino como su mujer y volvió a reprocharse como se reprochó una vez muerta. «Debí haberme escapado con ella, seríamos unos ancianos para esta fecha, juntos y criando a hijos con sus ojos» pero después aquella sensación de que no eran correctos sus pensamientos, era su hermana y nunca podía darse una relación así.
Salió para vestirse con su kilt de los Fraser, se colocó una hombreras de plata y una capa azul, luego, se hizo de su cinto y cargó su espada. Estaba listo para reportarse, sólo quedaba una cosa antes de abandonar Inverness, visitar la casa que antes le pertenecía, fue así que tomó su caballo e hizo el viaje. Mas su sorpresa fue grande cuando vio vida en aquella morada. En un principio se enfado, «¿quién osó comprarla?» era algo que no podía perdonar, fue así que cabalgó muy a prisa y de la misma manera tocó a la puerta, su semblante era serio y por ningún instante paso por la mente quién pudiera abrir la puerta, por eso, cuando la invasora abrió quedó petrificado.
Jamie Fraser- Licántropo Clase Alta
- Mensajes : 11
Fecha de inscripción : 15/09/2014
Re: Navidad en Inverness - Privado
Mai, siguió contemplando aquel pequeño recuerdo, con suma delicadeza abrió la pequeña bolsa, extrajo una caja de madera tallada, en su tapa el grabado de una margarita y circundándole tres anillos entrelazados, un hermoso trabajo celta. Sonrió recordando que había sido Jamie quien grabara ese pequeño joyero, le había explicado que los círculos simbolizaban las almas unidas por el cariño, como el que ellos se tenían. Claro, eso no era del todo cierto, no en Mai, ella sentía mucho más que cariño, lo amaba con el alma. Si, sus almas estaban unidas para siempre, a pesar de que ella viviera, con una maldición y él hubiera muerto hacía tanto tiempo. Suspiró mientras gruesas lágrimas caían sobre la talla, mojándola.
Con la palma de su mano se intentó secar las lágrimas y sorbiendo por la nariz, como cuando era pequeña, he intentó dejar de llorar. Luego de acariciar el objeto, como si se tratara del rostro de su hermano, abrió la tapa, la pequeña llave giró en la cerradura, el mecanismo hizo un pequeño chasquido al ceder, dejando expuesto un hermoso collar, con un colgante de perlas – como mi nombre, como las lágrimas que han una a una desde tu muerte – susurró. Colocó el cofre en su regazo y extrajo el collar, lo tomó entre sus dedos, acarició las perlas, engarzadas en una base de oro, engalanaban aún más la pieza de orfebrería, zafiros – como tus ojos – recordó que le había susurrado al oído. Su cuerpo tembló, como si en ese mismo instante pudiera sentir el aliento cálido de Jaime en su oído y cuello, su piel se erizó, de sus labios se escapó el más triste y dulce suspiro – porque deje pasar aquel momento -.
Apoyó el pequeño cofre en la mesita de café, al lado del sillón, se encaminó hasta uno de los grandes espejos que decoraban el salón y observándose, con sus manos temblorosas, lo prendió tras de su largo cuello. Cerró los ojos rememorando como en esa noche, había sido Jaime, quien lo hiciera. Los dos terminaron contemplado, desde ese mismo espejo aquel regalo, demasiado ostentoso y fino, para ser regalado por un hermano a su hermana. Ella, le regaló un beso en su mentón y se alejó tras un simple, “gracias”. Aunque hubiera querido besar eso labios, la mirada inquisidora de su padre, no la dejaba en paz, estaba segura que él sospechaba de ella. Por eso y por vergüenza, no podía mostrar que su corazón latía desesperado por la cercanía de ese hombre al que amaba, amaría y seguiría amando toda su vida.
Sus recuerdos volaron cuando escuchó los cascos de un caballo que se acercaba por el camino que conducía hasta la entrada de la mansión. Se asomó para contemplar de quien se trataba. La nieve hacía que aquel cabello rojo, se destacara aun mas, la forma en que estaba vestido, el tartán con los colores y diseño de su familia, la gallardía con que se movía al cabalgar. Todo aquello le decían que aquel jinete era su hermano, - pero no puede ser… él está muerto – quiso gritarlo, pero su voz solo fue un susurro, sus lágrimas se agolparon en su garganta y estallaron en sus ojos. Corrió por el pasillo, casi atropellando a la doncella que iba a abrir la puerta, tras escuchar unos golpes fuertes e insistentes.
Se detuvo en seco frente a la puerta, intentó serenarse, pero no pudo, su pecho se elevaba y bajaba intentando conseguir más oxígeno para sus pulmones, apretados por un corsé que marcaba su diminuta cintura. Respiró profundo y abrió la puerta. Allí, frente a ella, con sus cabellos revueltos, su mirada seria, sus ojos profundamente azules, la miraba atónito, tan estupefacto como lo hacía ella. Solo que Mai, gritó entre sollozos su nombre y se echó a su cuello, aferrada a ese espejismo, tal vez solo fuera un hombre parecido, tal vez era un fantasma. No le importó, lo había estado esperando por tanto tiempo, que si la paga de su atrevimiento debía ser la muerte, que venía a buscarla, feliz iría a su encuentro.
Con la palma de su mano se intentó secar las lágrimas y sorbiendo por la nariz, como cuando era pequeña, he intentó dejar de llorar. Luego de acariciar el objeto, como si se tratara del rostro de su hermano, abrió la tapa, la pequeña llave giró en la cerradura, el mecanismo hizo un pequeño chasquido al ceder, dejando expuesto un hermoso collar, con un colgante de perlas – como mi nombre, como las lágrimas que han una a una desde tu muerte – susurró. Colocó el cofre en su regazo y extrajo el collar, lo tomó entre sus dedos, acarició las perlas, engarzadas en una base de oro, engalanaban aún más la pieza de orfebrería, zafiros – como tus ojos – recordó que le había susurrado al oído. Su cuerpo tembló, como si en ese mismo instante pudiera sentir el aliento cálido de Jaime en su oído y cuello, su piel se erizó, de sus labios se escapó el más triste y dulce suspiro – porque deje pasar aquel momento -.
Apoyó el pequeño cofre en la mesita de café, al lado del sillón, se encaminó hasta uno de los grandes espejos que decoraban el salón y observándose, con sus manos temblorosas, lo prendió tras de su largo cuello. Cerró los ojos rememorando como en esa noche, había sido Jaime, quien lo hiciera. Los dos terminaron contemplado, desde ese mismo espejo aquel regalo, demasiado ostentoso y fino, para ser regalado por un hermano a su hermana. Ella, le regaló un beso en su mentón y se alejó tras un simple, “gracias”. Aunque hubiera querido besar eso labios, la mirada inquisidora de su padre, no la dejaba en paz, estaba segura que él sospechaba de ella. Por eso y por vergüenza, no podía mostrar que su corazón latía desesperado por la cercanía de ese hombre al que amaba, amaría y seguiría amando toda su vida.
Sus recuerdos volaron cuando escuchó los cascos de un caballo que se acercaba por el camino que conducía hasta la entrada de la mansión. Se asomó para contemplar de quien se trataba. La nieve hacía que aquel cabello rojo, se destacara aun mas, la forma en que estaba vestido, el tartán con los colores y diseño de su familia, la gallardía con que se movía al cabalgar. Todo aquello le decían que aquel jinete era su hermano, - pero no puede ser… él está muerto – quiso gritarlo, pero su voz solo fue un susurro, sus lágrimas se agolparon en su garganta y estallaron en sus ojos. Corrió por el pasillo, casi atropellando a la doncella que iba a abrir la puerta, tras escuchar unos golpes fuertes e insistentes.
Se detuvo en seco frente a la puerta, intentó serenarse, pero no pudo, su pecho se elevaba y bajaba intentando conseguir más oxígeno para sus pulmones, apretados por un corsé que marcaba su diminuta cintura. Respiró profundo y abrió la puerta. Allí, frente a ella, con sus cabellos revueltos, su mirada seria, sus ojos profundamente azules, la miraba atónito, tan estupefacto como lo hacía ella. Solo que Mai, gritó entre sollozos su nombre y se echó a su cuello, aferrada a ese espejismo, tal vez solo fuera un hombre parecido, tal vez era un fantasma. No le importó, lo había estado esperando por tanto tiempo, que si la paga de su atrevimiento debía ser la muerte, que venía a buscarla, feliz iría a su encuentro.
Mai Fraser- Licántropo Clase Alta
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