AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Cioccolato con Fragole [Privado]
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Cioccolato con Fragole [Privado]
Tarta de chocolate. Una mezcla de cacao, leche y azúcar.
Observé mi obra culinaria decorada con fresas y almendras, y bostecé de aburrimiento; no quedaría perfecto, otra vez. Eso me fastidiaba, pero continuaba porque quería distraerme del vacío de estar tan viva, del horror de lo cotidiano, de la extrema estabilidad.
Comería un bocado de lo que había preparado y ya, nada más para comprobar que supiera bien. En cuanto a mi abuela, la misma historia: era su mala costumbre engullir únicamente un pedazo y dejar el resto de la tarta porque ya no está fresca. ¡Lo hacía a propósito! aun siendo plenamente consciente de cuánto odiaba que se desperdiciara la comida por la que habían sangrado nuestros antepasados. Para qué decir que tampoco contaba con amigos a quienes convidar.
Con la última fresa ubicada en su lugar, me alejé unos pasos hacia atrás para examinar el resultado final. Fruncí la boca, arrepentida. Había desperdiciado tiempo y dinero en una terapia sin sentido. Me tomé la cabeza con ambas manos y maldije a los culpables: A mi abuela, por ser en exceso fría y boba como para soportar cruzar más de cinco palabras con ella; a aquel soldado portugués, que no conocía de constancia para escribirme cartas; y a mí misma, la mayor culpable, por dejar que esos sentimientos de frustración me dominasen.
Conté hasta diez, restringiendo mi amargura a ese margen de tiempo. Si dejaba pasar más, la magia podía actuar por sí sola. Mas cuando hubieran transcurrido los segundos, estaría nuevamente compuesta.
— Ya pasó. Es todo. — me dije a mí misma levantando la mirada hacia el frente e inhalando hondo.
Todavía reposaba una delicia sobre la mesa. De pronto, ya sabía qué hacer con ella. Fui dedicada en propiciarle a la tarta un transporte adecuado y salí a la calle. Me preocupé de no llevar nada de valor conmigo. Incluso las ropas que vestía eran las más sencillas de mi armario, las mismas que utilizaba para el jardín. Porque la comensal principal no sería yo, sino ellos.
— A su señoría, con alegría y cortesía — una anciana sentada en el camino fue la primera en recibir un trozo de pastel de mi parte. Le siguieron jóvenes y niños. Si alguien preguntaba por qué regalaba mi comida, yo contestaba que Dios quería bendecirlos a través de mí.
Me daba tranquilidad ver a los vagabundos comer, aunque no hubiera sido mi intención al preparar la golosina. Sentía que, de esa forma, la vida seguía su curso. Aunque rogaba en mis adentros que, si lograban salir de la pobreza, Dios no los hiciera ni tan ricos ni tan inteligentes, para que continuaran siendo felices.
— Dinero… he visto lo que es el dinero, y son sólo problemas. — reflexioné observando la fresa más brillante de mi pastel — Apuesto a que si se acabara el dinero, no tendríamos ningún problema.
Observé mi obra culinaria decorada con fresas y almendras, y bostecé de aburrimiento; no quedaría perfecto, otra vez. Eso me fastidiaba, pero continuaba porque quería distraerme del vacío de estar tan viva, del horror de lo cotidiano, de la extrema estabilidad.
Comería un bocado de lo que había preparado y ya, nada más para comprobar que supiera bien. En cuanto a mi abuela, la misma historia: era su mala costumbre engullir únicamente un pedazo y dejar el resto de la tarta porque ya no está fresca. ¡Lo hacía a propósito! aun siendo plenamente consciente de cuánto odiaba que se desperdiciara la comida por la que habían sangrado nuestros antepasados. Para qué decir que tampoco contaba con amigos a quienes convidar.
Con la última fresa ubicada en su lugar, me alejé unos pasos hacia atrás para examinar el resultado final. Fruncí la boca, arrepentida. Había desperdiciado tiempo y dinero en una terapia sin sentido. Me tomé la cabeza con ambas manos y maldije a los culpables: A mi abuela, por ser en exceso fría y boba como para soportar cruzar más de cinco palabras con ella; a aquel soldado portugués, que no conocía de constancia para escribirme cartas; y a mí misma, la mayor culpable, por dejar que esos sentimientos de frustración me dominasen.
Conté hasta diez, restringiendo mi amargura a ese margen de tiempo. Si dejaba pasar más, la magia podía actuar por sí sola. Mas cuando hubieran transcurrido los segundos, estaría nuevamente compuesta.
— Ya pasó. Es todo. — me dije a mí misma levantando la mirada hacia el frente e inhalando hondo.
Todavía reposaba una delicia sobre la mesa. De pronto, ya sabía qué hacer con ella. Fui dedicada en propiciarle a la tarta un transporte adecuado y salí a la calle. Me preocupé de no llevar nada de valor conmigo. Incluso las ropas que vestía eran las más sencillas de mi armario, las mismas que utilizaba para el jardín. Porque la comensal principal no sería yo, sino ellos.
— A su señoría, con alegría y cortesía — una anciana sentada en el camino fue la primera en recibir un trozo de pastel de mi parte. Le siguieron jóvenes y niños. Si alguien preguntaba por qué regalaba mi comida, yo contestaba que Dios quería bendecirlos a través de mí.
Me daba tranquilidad ver a los vagabundos comer, aunque no hubiera sido mi intención al preparar la golosina. Sentía que, de esa forma, la vida seguía su curso. Aunque rogaba en mis adentros que, si lograban salir de la pobreza, Dios no los hiciera ni tan ricos ni tan inteligentes, para que continuaran siendo felices.
— Dinero… he visto lo que es el dinero, y son sólo problemas. — reflexioné observando la fresa más brillante de mi pastel — Apuesto a que si se acabara el dinero, no tendríamos ningún problema.
Última edición por Simonetta Vespucci el Lun Oct 19, 2015 6:36 am, editado 1 vez
Simonetta Vespucci- Hechicero Clase Media
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Re: Cioccolato con Fragole [Privado]
El día había empezado fatal, pero era mejor que la semana pasada. Era uno de esos días en los que la bondad que me quedaba lograba salir a flote, y no es que me considerara necesariamente podrido por dentro, sino que era uno de esos días en los que trataba de ignorar mi propia desgracia para ayudar a la gente y así, recordarme a mí mismo que aún seguía siendo un ser humano, que mi vida aún podía valer algo y que no era una escoria de la sociedad. Pero, como siempre, todo me salió al revés.
A una mujer de al menos cuarenta años la estaba acosando un sujeto que ya conocía demasiado bien. Harry se hacía llamar (aunque ese no era su verdadero nombre), su presencia me daba asco, era un pervertido y había aprovechado la soledad de aquella dama para molestarla. Al ver la escena bufé y me acerqué a los dos. Al hacerlo comencé a quitar a empujones al hombre de mal aroma (no es como si yo oliera exactamente a rosas). Después de lograr mi cometido hice una sencilla pregunta a la damisela en apuros. -¿Está usted bien? - y lo que recibí en realidad fue un bofetón del supuesto marido. Al parecer, aquella mujer había gritado por auxilio, alegando que un hombre trataba de aprovecharse de ella y... bueno... cuando su cónyuge llegó, yo era el único hombre. No fue eso lo malo, ya estaba acostumbrado a las bofetadas, tirones de pelo y puntapiés. Pero aún así no daba crédito al hecho de que la mujer no aclaró que yo había echado al verdadero culpable, ni un gracias, ni una mirada culposa. Nada. Tras el golpe salí huyendo a mi oscuro escondrijo en el callejón.
Eso, me recordó la fragilidad de las cosas. Recordé que en la vida yo sería visto como un maleante sin importar qué. Así eran las cosas y yo no podía hacer nada para cambiarlo. Me quedé sentado en el suelo, sobándome la mejilla cuando escuché unos pasos suaves pasando cerca de ahí. Ignoré el sonido pues seguramente era un peatón que pasaba por ahí por casualidad. Pero pronto me di cuenta de que tal no era el caso pues aquellos pies cambiaron de dirección y se adentraban en el callejón. Mi mirada seguía gacha como la de cualquier vagabundo que se había resignado a la vida en la calle y fue por eso mismo que me encontré mirando un par de zapatos femeninos, algo pequeños para los de una mujer, eran como los de una joven. Alcé la vista y me encontré con una niña, bueno, una adolescente en realidad. -¿Qué haces en este callejón tu sola? -Pregunté inquieto, mi lado protector saliendo a flote. -Es peligroso vagar por estas calles.
Cailen Gowan- Humano Clase Baja
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Re: Cioccolato con Fragole [Privado]
¿Que era peligroso? Le quise contestar “no me diga, babieca” con el mayor sarcasmo que me permitiera la voz, pero la reflexión me frenó en el instante, y me hizo ver que si del rey de los idiotas se trataba, la corona me la llevaba yo, por ser tan condenadamente irreflexiva y más encima a conciencia. Porque sí estaba siendo temeraria, porque estaba abusando de mi suerte, pero lo asumía con la frente en alto, pues temía más a los trasgos dentro de mí que a los maleantes que tras las esquinas debían esperarme.
Pasé por alto que el joven me tratara de “tú”, porque transmitía verdadera preocupación y no el insoportable ego de quien rogaba para que le dijeran “tiene toda la razón, qué boba soy”. Así que le contesté lo que tanto quería saber, tratando de no arrugar la nariz por el peculiar aroma que a mí llegaba producto de su cercanía.
— Lo que ve, señor. Reparto este pastel a quienes se les apetezca. Nada más que lo que está ante sus ojos. Es lo más valioso que llevo a cuestas, a menos que los lazos para el cabello hayan comenzado a ser objetos codiciados y yo no me haya enterado antes de salir de casa.
Siendo realista, de haber estado en el lugar de aquel hombre, no me hubiera creído, o por lo menos hubiera sospechado segundas intenciones, porque nadie podía hacer algo tan tonto transmitiendo tamaña confianza en lo que hacía. Consciente de esto, corté la punta de uno de los trozos de mi comida y lo mastiqué sin prisa frente al desconocido. Quería probarle algo.
— ¿Ve? No está envenenado. Y no voy a pedir a ninguno de ustedes que cometa un ilícito a cambio de llevarse comida a la boca, antes de que pregunte.
¿A la defensiva? Así era yo, porque no faltaba el lloroncito que empezaba a ver sombras en las luces y disparaba a diestra y siniestra sólo a lo que le parecía amenazante, es decir, a todo. No pensaba que ese mancebo de ojos de cielo fuera uno de ellos, pero podía serlo. Yo no lo sabía. Mejor prevenir, porque me reventaba lamentar.
— ¿Se le ofrece? Está bueno. No es como los que se exhiben afuera de la pastelería, pero en una de esas el sabor mitiga la deficiencia de la presentación.
Pasé por alto que el joven me tratara de “tú”, porque transmitía verdadera preocupación y no el insoportable ego de quien rogaba para que le dijeran “tiene toda la razón, qué boba soy”. Así que le contesté lo que tanto quería saber, tratando de no arrugar la nariz por el peculiar aroma que a mí llegaba producto de su cercanía.
— Lo que ve, señor. Reparto este pastel a quienes se les apetezca. Nada más que lo que está ante sus ojos. Es lo más valioso que llevo a cuestas, a menos que los lazos para el cabello hayan comenzado a ser objetos codiciados y yo no me haya enterado antes de salir de casa.
Siendo realista, de haber estado en el lugar de aquel hombre, no me hubiera creído, o por lo menos hubiera sospechado segundas intenciones, porque nadie podía hacer algo tan tonto transmitiendo tamaña confianza en lo que hacía. Consciente de esto, corté la punta de uno de los trozos de mi comida y lo mastiqué sin prisa frente al desconocido. Quería probarle algo.
— ¿Ve? No está envenenado. Y no voy a pedir a ninguno de ustedes que cometa un ilícito a cambio de llevarse comida a la boca, antes de que pregunte.
¿A la defensiva? Así era yo, porque no faltaba el lloroncito que empezaba a ver sombras en las luces y disparaba a diestra y siniestra sólo a lo que le parecía amenazante, es decir, a todo. No pensaba que ese mancebo de ojos de cielo fuera uno de ellos, pero podía serlo. Yo no lo sabía. Mejor prevenir, porque me reventaba lamentar.
— ¿Se le ofrece? Está bueno. No es como los que se exhiben afuera de la pastelería, pero en una de esas el sabor mitiga la deficiencia de la presentación.
Simonetta Vespucci- Hechicero Clase Media
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Re: Cioccolato con Fragole [Privado]
El rostro de la joven me hizo darme una idea de los pensamientos que pasaban por su cabeza en aquél momento y negué levemente. Esta pequeña me recordaba a mí mismo ¿por qué? ¿por lo impulsiva tal vez? era posible. -Muy noble lo que hace usted. -Dije, recordando que aún vagabundo, había que demostrar que tenía humanidad. -No es mi intención sermonearle, puesto que seguramente ya lo hacen en casa y le parece irritante. -Contesté calmadamente, recordando así mi propia juventud para poder acercarme a ella y que, esperaba, hiciera caso a mi consejo. -Pero quiero recordarle que algunos maleantes no se limitan tan solo a los bienes materiales y no me gustaría que algo le pasase. -Algo tenía que hacer yo para que entendiera que estaba en peligro considerable con solo estar paseando sin compañía y sin dinero. Había visto yo muchas veces a mujeres perder la dignidad entre la penumbra de la noche, habiendo sido suficiente una pequeña limosna para evitar aquello. No desconfiaba de las intenciones de la pequeña pues tenía rato observándola, además, los pasteles siempre habían sido mi debilidad.
Ignoré el tono en el que hablaba, había recibido peores palabras y en tonos de voz más agresivos. Eso en una parte, por otra, prefería que estuviese a la defensiva, eso demostraba que estaba alerta. -Sí, me gustaría probarlo. Estoy seguro que sabrá delicioso. -Respondí con una leve sonrisa mientras me dedicaba a tomar el pastel con cuidado. El sabor dulce me embriagó por completo, tenía bastante tiempo sin comer algo tan delicioso como aquello. -Exquisita. -Comenté sin borrar esa sonrisa de mi rostro. -Cuando era un niño, comía uno de estos al menos una vez a la semana...
Cailen Gowan- Humano Clase Baja
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Re: Cioccolato con Fragole [Privado]
Qué lástima; no me hacía sentir orgullosa ser arisca con las buenas personas, pero tampoco sabía cómo tratarlas. Ser honesta podía ser una buena alternativa.
— No es nobleza, sino ocio lo que me trajo aquí. — hubiera deseado que no sonara tan horrible — La cocina es mi terapia cuando las ansias me alcanzan, y eso que no soy una fanática de la comida, pero como no me gusta que se desperdicien los alimentos, aunque sean golosinas, pensé que tal vez a ustedes les gustaría probar un bocado. — también, me habían dicho que la gente pobre era la más agradecida. Debía ser así, porque no quería saber qué clase de chocolate había usado o si estaba de hace más de un día.
Me alegró sinceramente que al vagabundo le gustase mi intento de pastel, en parte porque quería decir que no había desperdiciado mi tiempo y que aportaría a otros, y en otra porque, viendo las cosas como son, satisfacía a mi ego que alguien hallara placer en una preparación mía. Mas lo que estuvo ad portas de enternecerme fue que el sabor del cacao dulcificado llevara al susodicho a pastos más verdes de su vida.
— ¿Usted… no siempre ha vivido aquí? — debí imaginarlo; me miraba a los ojos, no a mis prendas.
Tampoco era como si me gustara escuchar a otros, pero estaba convencida que después de oír lo que el hombre tenía para hablar, mi espíritu y mi mente se enriquecerían. ¿Por qué? Porque no hacía falta acercarse en exceso para notar que éramos abismantemente diferentes. Como siempre decía: es entretenido tener la razón, y vaya que es frecuente con personas iguales o muy parecidas a ti, pero ninguno te enseñará tanto como aquel que luce y piensa distinto.
— ¿Le importaría contarme más de ello? Todavía queda pastel, y las fresas siguen turgentes.
— No es nobleza, sino ocio lo que me trajo aquí. — hubiera deseado que no sonara tan horrible — La cocina es mi terapia cuando las ansias me alcanzan, y eso que no soy una fanática de la comida, pero como no me gusta que se desperdicien los alimentos, aunque sean golosinas, pensé que tal vez a ustedes les gustaría probar un bocado. — también, me habían dicho que la gente pobre era la más agradecida. Debía ser así, porque no quería saber qué clase de chocolate había usado o si estaba de hace más de un día.
Me alegró sinceramente que al vagabundo le gustase mi intento de pastel, en parte porque quería decir que no había desperdiciado mi tiempo y que aportaría a otros, y en otra porque, viendo las cosas como son, satisfacía a mi ego que alguien hallara placer en una preparación mía. Mas lo que estuvo ad portas de enternecerme fue que el sabor del cacao dulcificado llevara al susodicho a pastos más verdes de su vida.
— ¿Usted… no siempre ha vivido aquí? — debí imaginarlo; me miraba a los ojos, no a mis prendas.
Tampoco era como si me gustara escuchar a otros, pero estaba convencida que después de oír lo que el hombre tenía para hablar, mi espíritu y mi mente se enriquecerían. ¿Por qué? Porque no hacía falta acercarse en exceso para notar que éramos abismantemente diferentes. Como siempre decía: es entretenido tener la razón, y vaya que es frecuente con personas iguales o muy parecidas a ti, pero ninguno te enseñará tanto como aquel que luce y piensa distinto.
— ¿Le importaría contarme más de ello? Todavía queda pastel, y las fresas siguen turgentes.
Simonetta Vespucci- Hechicero Clase Media
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Re: Cioccolato con Fragole [Privado]
-De todas formas, fue noble de su parte haber tomado la decisión de compartirlo con los que menos tienen, te garantizo que a cualquier otra persona se le hubiese hecho sencillo tirarlo a la basura. Eso dice mucho de usted señorita. -Contesté calmado antes de proseguir comiendo, no podía describir la sensación que sentía en mi paladar, tenía tantos años sin comer nada como aquello, quería que nunca se acabase pero el hambre podía más y terminé dejando el plato limpio. -No, cuando era más joven yo en realidad tenía la vida resuelta, iba a tener un trabajo que me aseguraba una buena posición social. -Hice una pausa para que la pequeña pudiese contemplar el contraste de lo que era mi realidad con lo que pudo haber sido. -Pero fueron las decisiones que tomé las que me han traído aquí. El trabajo que pude haber tenido iba en contra de todo en lo que yo creía, no quería terminar de esa forma y huí de mi casa. -Di otra pausa para poder contemplar a la joven frente a mí. -Creo que tenía tu edad cuando ocurrió. Yo soy de Glasgow. -Añadí. -Por eso es que trato de prevenirla, no se debe de confiar en lo que tiene en este momento porque en cualquier momento, sin previo aviso, todo eso puede cambiar.
Cailen Gowan- Humano Clase Baja
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Re: Cioccolato con Fragole [Privado]
¿Decía mucho de mí? Ah sí, pero el errante no debía imaginarlo. No hubiese tirado ni una fresa a la basura, porque detrás de mi padre y de mí, había una cadena de sangre y sudor. Si yo vivía en una mediana prosperidad, se lo debía a mis antecesores. No nací en cuna de oro, ni menos de linaje, pero ambos valían el mundo para mí. Eso me hacía apreciar y agradecer aún más lo que tenía. ¿Cómo desperdiciarlo? ¿Qué clase de mal agradecida sería? Porque podía muchas cosas, como egoísta y apática, pero ingrata nunca.
— Extraño; mi padre pudo haber corrido su suerte. No habla de su pasado a menudo, pero sí me ha dicho que el riesgo de escalar desde donde uno está es alto. No lo he vivido, como usted, pero si lo dice quien me ama y además alguien que me previene de los peligros de transitar sola, algo de verdad tiene que haber.
Fue triste en cierta medida saber que sus esperanzas construidas sobre piedra se marchitaron a mi edad. Por un instante, pude verme a mí misma con el rostro sucio, demacrado, y las manos duras y ennegrecidas por el esfuerzo desmedido, sólo para obtener migajas. ¿Y para qué? ¿Para deparar en dónde? ¿Qué me podría motivar a seguir en esta vida agonizante de por sí? Pensé en mi padre, en qué haría si lo perdiera. Ahí, mis fuerzas se molerían sin piedad, y las vería partir junto con mis ganas de vivir. Me olvidaría de Simonetta, y me olvidaría que alguna vez un ente místico me dio el nombre de Ánima.
No creía que él quisiera asustarme; de haber querido eso, le hubiera bastado con enseñarme una navaja. ¿Qué más guardaban esos ojos melancólicos?
—Si es así, no sirve de nada prepararse. Es más, yo me pregunto, ¿cómo logra usted sobrevivir? Y no me refiero a la comida y el sueño. ¿Qué hay de la frustración? Es que moralmente yo estaría devastada en su lugar. Es más doloroso pasar de la estabilidad al desconcierto que haber nacido y permanecido de por vida en un estado de incertidumbre.
¿Y su padre… su madre?
— Extraño; mi padre pudo haber corrido su suerte. No habla de su pasado a menudo, pero sí me ha dicho que el riesgo de escalar desde donde uno está es alto. No lo he vivido, como usted, pero si lo dice quien me ama y además alguien que me previene de los peligros de transitar sola, algo de verdad tiene que haber.
Fue triste en cierta medida saber que sus esperanzas construidas sobre piedra se marchitaron a mi edad. Por un instante, pude verme a mí misma con el rostro sucio, demacrado, y las manos duras y ennegrecidas por el esfuerzo desmedido, sólo para obtener migajas. ¿Y para qué? ¿Para deparar en dónde? ¿Qué me podría motivar a seguir en esta vida agonizante de por sí? Pensé en mi padre, en qué haría si lo perdiera. Ahí, mis fuerzas se molerían sin piedad, y las vería partir junto con mis ganas de vivir. Me olvidaría de Simonetta, y me olvidaría que alguna vez un ente místico me dio el nombre de Ánima.
No creía que él quisiera asustarme; de haber querido eso, le hubiera bastado con enseñarme una navaja. ¿Qué más guardaban esos ojos melancólicos?
—Si es así, no sirve de nada prepararse. Es más, yo me pregunto, ¿cómo logra usted sobrevivir? Y no me refiero a la comida y el sueño. ¿Qué hay de la frustración? Es que moralmente yo estaría devastada en su lugar. Es más doloroso pasar de la estabilidad al desconcierto que haber nacido y permanecido de por vida en un estado de incertidumbre.
¿Y su padre… su madre?
Simonetta Vespucci- Hechicero Clase Media
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Re: Cioccolato con Fragole [Privado]
-En verdad espero yo que tome muy en cuenta este consejo que le doy. -Dije acomodándome en el suelo. -Yo no me considero ningún sabio, mucho menos alguna especie de maestro espiritual, pero así como su padre, algo he aprendido de la vida. Los días en las calles dan mucho tiempo para pensar y así lo he hecho. Sé que es difícil prestar atención a esta edad, mucho más obedecer, ser paciente. Pero le ruego que no pase por alto las palabras que le digo. Todo lo que usted es ahora no será de esa forma eternamente, aprenda lo que pueda, de las personas, de la vida misma, de la escuela a la que yo no tuve la oportunidad de asistir. Porque lo que aprenda, le servirá de mucho en la vida.
Mi intención no era traumatizar a la pequeña de por vida pero desde el día en el que caí en la cuenta de lo que sería mi vida, me juré a mí mismo de que si yo pudiese evitarlo, si yo pudiese impartir lo que había aprendido lo haría, para que las personas comenzaran a valorar lo que tenían, que no se perdieran en el ahora porque nadie nunca sabe si al día siguiente todo sería igual, yo lo sabía, cuando yo tenía 16 mi vida cambió de un segundo a otro, todo por detenerme frente a la habitación de mis padres, porque había escuchado una conversación no dirigida a mí.
-Si yo hubiese aprendido a hacer algo de utilidad en mi juventud, posiblemente no me hubiese conocido pues yo tendría algún empleo, sin embargo aquí me ve y aquí me oye. La razón por la que sigo cuerdo, si es que puedo usar el término es porque a pesar de la necesidad, no soy egoísta ¿y cómo puede ser esa contradicción?- Me aclaré la garganta y pensé entonces un buen ejemplo. -A dos cuadras de aquí, hay dos sujetos que se dedican a robar bienes sin importarles si alguien sale herido o no, siendo yo el caso contrario me atrevo a decir. Aquí estoy yo narrando mis desventuras a usted jovencita ¿para qué? para que no cometa mis errores ni los de nadie.
Mi intención no era traumatizar a la pequeña de por vida pero desde el día en el que caí en la cuenta de lo que sería mi vida, me juré a mí mismo de que si yo pudiese evitarlo, si yo pudiese impartir lo que había aprendido lo haría, para que las personas comenzaran a valorar lo que tenían, que no se perdieran en el ahora porque nadie nunca sabe si al día siguiente todo sería igual, yo lo sabía, cuando yo tenía 16 mi vida cambió de un segundo a otro, todo por detenerme frente a la habitación de mis padres, porque había escuchado una conversación no dirigida a mí.
-Si yo hubiese aprendido a hacer algo de utilidad en mi juventud, posiblemente no me hubiese conocido pues yo tendría algún empleo, sin embargo aquí me ve y aquí me oye. La razón por la que sigo cuerdo, si es que puedo usar el término es porque a pesar de la necesidad, no soy egoísta ¿y cómo puede ser esa contradicción?- Me aclaré la garganta y pensé entonces un buen ejemplo. -A dos cuadras de aquí, hay dos sujetos que se dedican a robar bienes sin importarles si alguien sale herido o no, siendo yo el caso contrario me atrevo a decir. Aquí estoy yo narrando mis desventuras a usted jovencita ¿para qué? para que no cometa mis errores ni los de nadie.
Cailen Gowan- Humano Clase Baja
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Re: Cioccolato con Fragole [Privado]
¿Pero qué estaba queriendo decirme? ¿Que algún día dejaría de tener la seguridad de un techo y que tendría que defender mi comida con garras y dientes? Odié que me dijera eso, no porque no existiera una real posibilidad, sino porque la incertidumbre era mi veneno; me tornaba amarga, displicente, una víbora incolora e indeseable. ¿Qué se suponía que hiciera si nada dependía de mí, entonces? ¿Tejer esperando el desenlace fatal de mi vida?
Suspiré al tiempo que miraba hacia el suelo, contando hasta diez. Tal vez, él había querido darme un consejo con la mejor de sus intenciones y no había pretexto alguno para que me pusiera irritable.
— Es diferente en su caso — lo miré de pies a cabeza, como diciendo algo obvio, que curiosamente el parecía no haber notado — Existen algunas prisiones, señor. El sexo y la clase social son algunas de ellas. Y nosotros estamos unidos a ambas. Si llegase el día en que mi padre decidiera casarme, me transformaría apenas en un bulto y en un nombre, porque hasta mi apellido se perdería. Así es el ocaso de una mente concebida en cuerpo de mujer. Pero usted… usted cabalga con una pierna de cada lado, y como no responde a casta conocida, no puede difamar a nadie con su conducta. Está más a salvo de la maledicencia, de la envidia, y de las falsos amores.
O quizás de la envidia no se salvaba tanto; no un par veces, sino cientos de ellas me daban ganas de haber nacido macho, haber podido cortejar sin comprometer mi honra, corretear por los llanos sin sujetar mis enaguas, y ensuciarme en el fango sin dañar mi femineidad. Y esos sólo eran detalles.
— Pero ya, dígame. Asumiendo que hay una forma de prevenir los azares, ¿qué error puedo evitar, si no está en mis manos? ¿Esperar demasiado, tal vez? No me diga que es eso. Las esperanzas pueden ser peligrosas, pero soy moza, y es propio de la mocedad tener ilusiones.
Suspiré al tiempo que miraba hacia el suelo, contando hasta diez. Tal vez, él había querido darme un consejo con la mejor de sus intenciones y no había pretexto alguno para que me pusiera irritable.
— Es diferente en su caso — lo miré de pies a cabeza, como diciendo algo obvio, que curiosamente el parecía no haber notado — Existen algunas prisiones, señor. El sexo y la clase social son algunas de ellas. Y nosotros estamos unidos a ambas. Si llegase el día en que mi padre decidiera casarme, me transformaría apenas en un bulto y en un nombre, porque hasta mi apellido se perdería. Así es el ocaso de una mente concebida en cuerpo de mujer. Pero usted… usted cabalga con una pierna de cada lado, y como no responde a casta conocida, no puede difamar a nadie con su conducta. Está más a salvo de la maledicencia, de la envidia, y de las falsos amores.
O quizás de la envidia no se salvaba tanto; no un par veces, sino cientos de ellas me daban ganas de haber nacido macho, haber podido cortejar sin comprometer mi honra, corretear por los llanos sin sujetar mis enaguas, y ensuciarme en el fango sin dañar mi femineidad. Y esos sólo eran detalles.
— Pero ya, dígame. Asumiendo que hay una forma de prevenir los azares, ¿qué error puedo evitar, si no está en mis manos? ¿Esperar demasiado, tal vez? No me diga que es eso. Las esperanzas pueden ser peligrosas, pero soy moza, y es propio de la mocedad tener ilusiones.
Simonetta Vespucci- Hechicero Clase Media
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Re: Cioccolato con Fragole [Privado]
-Al contrario de lo que opina usted, no estoy tan a salvo como parece. Yo por ser hombre sin educación, los únicos trabajos que puedo tener son como una mula de carga humana, en los mercados, en restaurantes. Sin embargo yo no poseo dichos atributos y por ello no tengo tal dicha. En cambio, una mujer puede conseguir empleo por su belleza física, no necesariamente recurriendo a los pecados carnales. Es su atractivo el que hace que muchos hombres dueños de negocios no puedan rechazarlas. En cambio, aquí estoy yo, dispuesto a trabajar pero sin oportunidad para hacerlo ¿por qué? porque de inmediato soy tachado de inútil por todo lo que le he mencionado.
Me detuve un momento recordando la crueldad con la que era comúnmente rechazado, repasando en mi memoria la última vez que me atreví a pedir empleo, siendo echado a patadas del local.
-Sobre el amor, yo no conozco tal cosa, ni siquiera el que debí de haber recibido a manos de mis padres, espero yo que usted tenga al menos eso. O alguna vez lo haya sentido porque parece ser que mi vida será privada de tal emoción, tan intensa, tan pura.
Tomé una pausa para aclararme la garganta y así aprovechar que el silencio lo usara para que mis palabras penetraran su mente, claro que no esperaba que lo hiciesen todas, me acordaba a mí mismo de joven, que ignoraba a propósito las palabras de mis mayores, pero aquello no me impedía de tratar de hablarle. Quería hacer que me prestara atención mencionando también aquellas cualidades que tiene uno al ser tan joven, y así darle una idea a la pequeña, la idea de aprovechar aquellas virtudes si es que no lo había hecho aún. -Lo único que quiero decirle es que para lograr el éxito, desde mi punto de vista, se debe hacer lo siguiente... En primer lugar, aprender todo lo que se pueda, pues el conocimiento en sí mismo es algo bello. Segundo, aprovechar los momentos gratos y a los seres queridos ¿momentos gratos? su edad por ejemplo, es tan confusa, tan rebelde, pero tan bella. Para mí es un recuerdo lejano, hasta me cuesta creer que fue en verdad mí vida y no una ajena; tercero, mantener las ilusiones pues éstas conducen a las metas y dan un sentido a nuestra vida, nos mantiene alertas. -Respondí para aclarar que el soñar no era malo, en absoluto, los soñadores eran a menudo los que sobrevivían en este cruel mundo, pero no aquellos que se limitan a soñar, sino los que tenían valentía para llevarlos a cabo. -Y en último lugar, tener en cuenta siempre de esto, que es una verdad irrefutable. La vida es impredecible.
Me detuve un momento recordando la crueldad con la que era comúnmente rechazado, repasando en mi memoria la última vez que me atreví a pedir empleo, siendo echado a patadas del local.
-Sobre el amor, yo no conozco tal cosa, ni siquiera el que debí de haber recibido a manos de mis padres, espero yo que usted tenga al menos eso. O alguna vez lo haya sentido porque parece ser que mi vida será privada de tal emoción, tan intensa, tan pura.
Tomé una pausa para aclararme la garganta y así aprovechar que el silencio lo usara para que mis palabras penetraran su mente, claro que no esperaba que lo hiciesen todas, me acordaba a mí mismo de joven, que ignoraba a propósito las palabras de mis mayores, pero aquello no me impedía de tratar de hablarle. Quería hacer que me prestara atención mencionando también aquellas cualidades que tiene uno al ser tan joven, y así darle una idea a la pequeña, la idea de aprovechar aquellas virtudes si es que no lo había hecho aún. -Lo único que quiero decirle es que para lograr el éxito, desde mi punto de vista, se debe hacer lo siguiente... En primer lugar, aprender todo lo que se pueda, pues el conocimiento en sí mismo es algo bello. Segundo, aprovechar los momentos gratos y a los seres queridos ¿momentos gratos? su edad por ejemplo, es tan confusa, tan rebelde, pero tan bella. Para mí es un recuerdo lejano, hasta me cuesta creer que fue en verdad mí vida y no una ajena; tercero, mantener las ilusiones pues éstas conducen a las metas y dan un sentido a nuestra vida, nos mantiene alertas. -Respondí para aclarar que el soñar no era malo, en absoluto, los soñadores eran a menudo los que sobrevivían en este cruel mundo, pero no aquellos que se limitan a soñar, sino los que tenían valentía para llevarlos a cabo. -Y en último lugar, tener en cuenta siempre de esto, que es una verdad irrefutable. La vida es impredecible.
Cailen Gowan- Humano Clase Baja
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Re: Cioccolato con Fragole [Privado]
Papá sabía cuánto me fascinaba tener la razón, decir la última palabra en las conversaciones y debates sin importar la naturaleza de éstos. Por esta faceta mía sentí el impulso de interrumpir y hablar con una jerga paradigmática, utilizar palabras elegantes para demostrar cultura y superioridad. Mas a tiempo hizo eco en mi cabeza lo que anteriormente había dicho el caballero, su apelación a mi impaciencia debido a la falta de experiencia en la vida. Podía defenderme, citar a los autores más rebuscados de mis estantes, pero eso no me haría crecer ni aprender. A veces valía más escuchar a conciencia el otro punto de vista, en vez de solamente maquinar qué contestarle a la otra persona para quedar de vanidosa intelectual.
“Cuidado, Simonetta. Él vive en la calle y no tú. Préstale atención” me dije, apartando los textos aprendidos de mi cosmovisión unos minutos. Un día fuera de la teoría no me haría daño. En cambio, un agujero en los conceptos entrantes sí lo haría; un saber sin la práctica era un saber incompleto, y no precisaba de más asuntos pendientes.
— Es un mundo que desconozco. Yo no lo sabré. Es cómodo que hable de lo que imagino, leo o deduzco, pero usted se manifiesta a través de lo que ha visto. Podría sugerirle que se esforzase en volverse más fuerte para cargar cosas, pero es sencillo soltar palabras sin medirse frente a la realidad, en la cual se lucha a diario por la comida. Sin comida no hay fuerzas. Sin fuerzas, no hay trabajo. Sin trabajo no hay dinero, y podría seguir. Me gustaría darle una solución, pero para eso tendría que haber una explicación razonable, y no la hay.
Únicamente la jungla humana, quizás. A él le había tocado formar parte de la parte más ingrata, nadar en el fango espeso, alzar la cabeza para respirar solamente para persistir en el ahogamiento. Si por lo menos fuese rico en amor... pero como carecía de él, desgraciadamente aquello lo condecoraba como el hombre más pobre del mundo.
Me hinqué junto a él como si estuviésemos compartiendo secretos en lugar de puntos de vista. Estaba entrando en terreno peligroso tratando materias tan profundas, porque colindaban con mis emociones más turbias, pero una vez ahí, poco había que hacer para frenarme, cual bola de nieve.
— Que me diga que la vida es impredecible es la mejor y la peor noticia a la vez, porque derrumba todo lo que me ha dicho anteriormente. Me da la fórmula para el éxito, suponiendo que estamos hablando de la felicidad, pero el resultado es azaroso, una crueldad. Hasta ahora he tratado de cumplir con el itinerario, pero… las ilusiones sólo han traído lágrimas a mi vida; las ambiciones me han funcionado más, porque no hay más que afanes egoístas ahí. La gente dice que todavía soy joven, que me queda por vivir. Yo no lo sé, es posible, pero no importa. Mamá fue más honesta conmigo cuando le pregunté; dijo que deseaba poder prometerme que con el pasar de los años las ilusiones me traerían alegría, que se cumplirían y que la anterior sequía de sonrisas se transformaría en un jardín de maravillas. — tomé un respiro. Estaba hablando como un loro y no me cansaba, porque la verdad lastimaba — Pero ella no pudo. Hizo por mí lo que su madre no, y fue honesta. Terminó diciendo que el dolor no se iría y yo lo creo así. No se detiene. ¿No es eso lo que me dicen sus ojos en este preciso instante, que el suplicio no tiene fin?
“Cuidado, Simonetta. Él vive en la calle y no tú. Préstale atención” me dije, apartando los textos aprendidos de mi cosmovisión unos minutos. Un día fuera de la teoría no me haría daño. En cambio, un agujero en los conceptos entrantes sí lo haría; un saber sin la práctica era un saber incompleto, y no precisaba de más asuntos pendientes.
— Es un mundo que desconozco. Yo no lo sabré. Es cómodo que hable de lo que imagino, leo o deduzco, pero usted se manifiesta a través de lo que ha visto. Podría sugerirle que se esforzase en volverse más fuerte para cargar cosas, pero es sencillo soltar palabras sin medirse frente a la realidad, en la cual se lucha a diario por la comida. Sin comida no hay fuerzas. Sin fuerzas, no hay trabajo. Sin trabajo no hay dinero, y podría seguir. Me gustaría darle una solución, pero para eso tendría que haber una explicación razonable, y no la hay.
Únicamente la jungla humana, quizás. A él le había tocado formar parte de la parte más ingrata, nadar en el fango espeso, alzar la cabeza para respirar solamente para persistir en el ahogamiento. Si por lo menos fuese rico en amor... pero como carecía de él, desgraciadamente aquello lo condecoraba como el hombre más pobre del mundo.
Me hinqué junto a él como si estuviésemos compartiendo secretos en lugar de puntos de vista. Estaba entrando en terreno peligroso tratando materias tan profundas, porque colindaban con mis emociones más turbias, pero una vez ahí, poco había que hacer para frenarme, cual bola de nieve.
— Que me diga que la vida es impredecible es la mejor y la peor noticia a la vez, porque derrumba todo lo que me ha dicho anteriormente. Me da la fórmula para el éxito, suponiendo que estamos hablando de la felicidad, pero el resultado es azaroso, una crueldad. Hasta ahora he tratado de cumplir con el itinerario, pero… las ilusiones sólo han traído lágrimas a mi vida; las ambiciones me han funcionado más, porque no hay más que afanes egoístas ahí. La gente dice que todavía soy joven, que me queda por vivir. Yo no lo sé, es posible, pero no importa. Mamá fue más honesta conmigo cuando le pregunté; dijo que deseaba poder prometerme que con el pasar de los años las ilusiones me traerían alegría, que se cumplirían y que la anterior sequía de sonrisas se transformaría en un jardín de maravillas. — tomé un respiro. Estaba hablando como un loro y no me cansaba, porque la verdad lastimaba — Pero ella no pudo. Hizo por mí lo que su madre no, y fue honesta. Terminó diciendo que el dolor no se iría y yo lo creo así. No se detiene. ¿No es eso lo que me dicen sus ojos en este preciso instante, que el suplicio no tiene fin?
Simonetta Vespucci- Hechicero Clase Media
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Re: Cioccolato con Fragole [Privado]
-Lo ha entendido. -Respondí sereno. -Vivo en un círculo vicioso, constante, hasta pareciese que no tiene fin, pero debe de tenerlo, todo acaba eventualmente eso dicen, vivo con la esperanza de que así sea, pero, por mientras trato de esforzarme en lo que pueda, hago frente a mi vida pues no tengo de otra. Es eso o caer en un vacío mental así como muchos otros como yo, me niego a terminar de esa forma. Y creo yo que eso también me ha hecho posible aún saber el quién soy. Puede ser que las cosas jamás cambien o puede que sí, supongo que lo sabré cuando suceda.
Observé cómo tomaba otra posición, quedando a mi altura. Lo cual me inundó de alegría puesto que significaba que tomaba en serio mis palabras y no afirmaba a cada cosa que yo dijiese con tal de que parara de hablar. De igual forma traté de no demostrar la dicha que tenía por dentro al ser escuchado, sobre todo en temas tan profundos como aquellos, me sorprendía a mí mismo pues no me había dado cuenta de cuán reflexivo el tiempo y la calle me habían puesto. De alguna forma indescriptible, la chica me llenaba de orgullo, la valentía con la que ella salía al mundo siendo tan joven, su forma de verlo y también su misma conducta. Existían en estas calles almas llenas de coraje...
-La verdad suele ser de esa forma, cruel e insensible, no es fácil de asimilar por lo que requiere tiempo que ni usted ni yo sabemos si tenemos. El resultado final de una vida depende de muchas cosas tales como el individuo y, suerte. La última influye mucho en este que es mi mundo.
Di otra pausa, esta vez bajando la mirada, reflexionando lo siguiente que iba a decir, si lo tomaba de otra forma podía tirarme de a loco, alejarse y olvidar todo lo que le había comentado anteriormente pues pensaría que mis palabras eran vacías. Lo medité un instante, pensando si en verdad debería confiarle tanto a una persona, sobre todo a una tan joven. Pensé y pensé pero no encontraba otra forma de explicarle (más bien de ejemplificarle) que las contradicciones podían llevar a más de un resultado, éste mismo, a su vez, con un final bueno, y al mismo tiempo lamentable. Dejé escapar un suspiro para proseguir.
-La vida puede ser vista de muchas formas, inclusive con varios puntos de vista encima de otros. Le contaré pues una historia, que fue la vida de alguien, trataré de hacerla breve. Existió un chiquillo como cualquier otro, su cabeza tenía las mismas preguntas que cualquier otro, era curioso como cualquier niño. ¿Cree usted acaso en seres sobrenaturales? ¿Fatasmas, cambiaformas, vampiros, licántropos... hechiceros? Pues este pequeño sí, no solo creía en ellos, sabía distinguirlos gracias a las enseñanzas de sus padres. -Me detuve un instante, suspirando nuevamente, tratando de que el peso de tales memorias no me dominara. -Ellos dos eran unos inquisidores, desde su punto de vista eran los buenos, pero para ese niño eran aún más crueles que los supuestos seres malvados que asesinaban y que obligaron a su hijo a estar presente. Ahí es cuando toco un punto importante ¿ve como la misma acción parece diferente? Todo depende de quién es el que observa. El chico creció y una noche, como cualquier otra, una casualidad de la vida, escuchó a sus padres hablando sobre cómo planeaban para el joven su futuro como inquisidor.
La miré a los ojos, recordando instantáneamente cómo en aquellos días, la vida para mí no me importaba demasiado, de joven solo vivía el momento, no me preocupaba por mi futuro, no como si no me importase en absoluto, sino que mi mente estaba ocupada soñando.
-El muchacho huyó de su hogar aterrorizado y las cosas se fueron dando y llegó a otro país. Al final los planes de los padres no se dieron como notará, lo cual fue mala suerte para ellos pero no para el joven pues decidió no asesinar a aquellos seres. Pero al mismo tiempo está pagando aquella decisión, tal vez esto no le sorprenda en lo absoluto pero ese niño de quien le hablé es nada más y nada menos que su servidor. Jovencita, en este momento podría yo ser un hombre con una posición social alta, respetado e incluso temido, pero decidí que no lo quería pues sería ceder mis propias convicciones. Es bien así que resultó ser de ambas formas, no he lastimado gente y me alegro por ello pues sigo siendo yo mismo, pero mire el precio que pago. Tuve suerte al lograr atravesar el mar sin que me descubriesen, si no hubiese sido así, o peor, que alguien me hubiese reconocido...
Tomé aire nuevamente, no sabiendo cómo sentirme al respecto tras haber contado lo que era mi vida. ¿Me habría dado a entender? No lo sabía. Pero esperaba que al menos tuviese una idea de lo que había tratado de decirle, la observé a los ojos nuevamente encontrándome con una chispa jovial. Sonreí de nuevo mientras preparaba mis siguientes palabras.
Observé cómo tomaba otra posición, quedando a mi altura. Lo cual me inundó de alegría puesto que significaba que tomaba en serio mis palabras y no afirmaba a cada cosa que yo dijiese con tal de que parara de hablar. De igual forma traté de no demostrar la dicha que tenía por dentro al ser escuchado, sobre todo en temas tan profundos como aquellos, me sorprendía a mí mismo pues no me había dado cuenta de cuán reflexivo el tiempo y la calle me habían puesto. De alguna forma indescriptible, la chica me llenaba de orgullo, la valentía con la que ella salía al mundo siendo tan joven, su forma de verlo y también su misma conducta. Existían en estas calles almas llenas de coraje...
-La verdad suele ser de esa forma, cruel e insensible, no es fácil de asimilar por lo que requiere tiempo que ni usted ni yo sabemos si tenemos. El resultado final de una vida depende de muchas cosas tales como el individuo y, suerte. La última influye mucho en este que es mi mundo.
Di otra pausa, esta vez bajando la mirada, reflexionando lo siguiente que iba a decir, si lo tomaba de otra forma podía tirarme de a loco, alejarse y olvidar todo lo que le había comentado anteriormente pues pensaría que mis palabras eran vacías. Lo medité un instante, pensando si en verdad debería confiarle tanto a una persona, sobre todo a una tan joven. Pensé y pensé pero no encontraba otra forma de explicarle (más bien de ejemplificarle) que las contradicciones podían llevar a más de un resultado, éste mismo, a su vez, con un final bueno, y al mismo tiempo lamentable. Dejé escapar un suspiro para proseguir.
-La vida puede ser vista de muchas formas, inclusive con varios puntos de vista encima de otros. Le contaré pues una historia, que fue la vida de alguien, trataré de hacerla breve. Existió un chiquillo como cualquier otro, su cabeza tenía las mismas preguntas que cualquier otro, era curioso como cualquier niño. ¿Cree usted acaso en seres sobrenaturales? ¿Fatasmas, cambiaformas, vampiros, licántropos... hechiceros? Pues este pequeño sí, no solo creía en ellos, sabía distinguirlos gracias a las enseñanzas de sus padres. -Me detuve un instante, suspirando nuevamente, tratando de que el peso de tales memorias no me dominara. -Ellos dos eran unos inquisidores, desde su punto de vista eran los buenos, pero para ese niño eran aún más crueles que los supuestos seres malvados que asesinaban y que obligaron a su hijo a estar presente. Ahí es cuando toco un punto importante ¿ve como la misma acción parece diferente? Todo depende de quién es el que observa. El chico creció y una noche, como cualquier otra, una casualidad de la vida, escuchó a sus padres hablando sobre cómo planeaban para el joven su futuro como inquisidor.
La miré a los ojos, recordando instantáneamente cómo en aquellos días, la vida para mí no me importaba demasiado, de joven solo vivía el momento, no me preocupaba por mi futuro, no como si no me importase en absoluto, sino que mi mente estaba ocupada soñando.
-El muchacho huyó de su hogar aterrorizado y las cosas se fueron dando y llegó a otro país. Al final los planes de los padres no se dieron como notará, lo cual fue mala suerte para ellos pero no para el joven pues decidió no asesinar a aquellos seres. Pero al mismo tiempo está pagando aquella decisión, tal vez esto no le sorprenda en lo absoluto pero ese niño de quien le hablé es nada más y nada menos que su servidor. Jovencita, en este momento podría yo ser un hombre con una posición social alta, respetado e incluso temido, pero decidí que no lo quería pues sería ceder mis propias convicciones. Es bien así que resultó ser de ambas formas, no he lastimado gente y me alegro por ello pues sigo siendo yo mismo, pero mire el precio que pago. Tuve suerte al lograr atravesar el mar sin que me descubriesen, si no hubiese sido así, o peor, que alguien me hubiese reconocido...
Tomé aire nuevamente, no sabiendo cómo sentirme al respecto tras haber contado lo que era mi vida. ¿Me habría dado a entender? No lo sabía. Pero esperaba que al menos tuviese una idea de lo que había tratado de decirle, la observé a los ojos nuevamente encontrándome con una chispa jovial. Sonreí de nuevo mientras preparaba mis siguientes palabras.
-Decidí no cometer las barbaries que mis padres pues me aterraba perderme a mí mismo ante la frialdad de aquellos actos, sería como vivir en una pesadilla. En este momento bien podría estar asesinando seres sobrenaturales... tales como usted.
Cailen Gowan- Humano Clase Baja
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Re: Cioccolato con Fragole [Privado]
Admirable, temerario, y hasta tonto a la vez. Pero supuse que el vagabundo no me estaba contando su vida para que yo entrase como la inmaculada jueza de la verdad y lo condenara por las decisiones que había tomado a lo largo de su existencia. Lo que estaba fuera de discusión era que poseía un valor inmenso, propio de leyendas y de próceres de románticas causas. Misma virtud que pocas veces se presenciaba, porque quienes la detentaban morían jóvenes. Lo más viejos eran los más ruines. Por eso, a pesar de que buscaba rodearme de la sabiduría de los más longevos, desconfiaba de los ancianos de la calle, porque nadie que hubiera vivir honorablemente llegaba a esa edad en medio de la carnicería que tenía lugar bajo las sombras de París.
Mientras oía al caballero, ya planeaba regresar al mismo sitio algún día, años más tarde, si Dios me lo permitía. Y si volvía a encontrarme con él, ya con el cabello canoso o con patas de gallo arañando los ojos, sabría entonces que lo habían corrompido.
— Ese niño tan valiente, ¿tiene nombre? — fue una indirecta bastante directa para saber el nombre de la persona con la que me encontraba platicando hacía ya un buen rato — No es mi intención ser invasiva, pero me parece que alguien que es capaz de resistirse al dogma de su medio y sobreponerse a las consecuencias de su temeridad merece ser recordado. Es lo menos que puedo hacer, considerando que la sociedad no llama así a quien toma elecciones de efectos tan radicales; se les cataloga de locos, enfermos, desadaptados. De haber sido mujer, lo hubieran llevado a un convento. Una “solución” menos severa a la que se le suele dar a los hombres, a quienes solamente encierran o aíslan con una enfermera que sale peor que la supuesta enfermedad. ¿Qué es enfermedad? Sólo lo que le pagues a un médico por probarla. Suena espantoso, pero he escuchado hablar a los colegas de mi padre. Esos adefesios existen.
Estaba pronta a pedirle que me diera una señal si llegaba a presentir que estábamos bajo posible amenaza por parte de terceros cuando llegó a mis oídos su alusión a mi condición. ¿Se habría dado cuenta? Imposible, a menos que mi percepción hubiera fracasado rotundamente. Yo no era ni sería nunca un ser sobrenatural, porque había aprendido que lo natural era este orden que por razones de supervivencia y recelo permanecía a oscuras. Lo sobrenatural no existía; sólo aquello que por conveniencia y negligente comodidad se desconocía como lo normal.
— ¿Yo? ¿Le parezco? — me hice la tonta; lo vi como lo más inteligente de hacer — Si hay alguien sobrenatural aquí es usted. ¿Cómo puede ser tan amable en sus condiciones extremas? Cualquier otro me hubiera linchado, despreciado o robado. Por eso entiendo cuando se preocupa. Pero usted está siendo hasta generoso compartiendo sus intimidades, como si me advirtiese. ¿Teme que algo me pase?
Mientras oía al caballero, ya planeaba regresar al mismo sitio algún día, años más tarde, si Dios me lo permitía. Y si volvía a encontrarme con él, ya con el cabello canoso o con patas de gallo arañando los ojos, sabría entonces que lo habían corrompido.
— Ese niño tan valiente, ¿tiene nombre? — fue una indirecta bastante directa para saber el nombre de la persona con la que me encontraba platicando hacía ya un buen rato — No es mi intención ser invasiva, pero me parece que alguien que es capaz de resistirse al dogma de su medio y sobreponerse a las consecuencias de su temeridad merece ser recordado. Es lo menos que puedo hacer, considerando que la sociedad no llama así a quien toma elecciones de efectos tan radicales; se les cataloga de locos, enfermos, desadaptados. De haber sido mujer, lo hubieran llevado a un convento. Una “solución” menos severa a la que se le suele dar a los hombres, a quienes solamente encierran o aíslan con una enfermera que sale peor que la supuesta enfermedad. ¿Qué es enfermedad? Sólo lo que le pagues a un médico por probarla. Suena espantoso, pero he escuchado hablar a los colegas de mi padre. Esos adefesios existen.
Estaba pronta a pedirle que me diera una señal si llegaba a presentir que estábamos bajo posible amenaza por parte de terceros cuando llegó a mis oídos su alusión a mi condición. ¿Se habría dado cuenta? Imposible, a menos que mi percepción hubiera fracasado rotundamente. Yo no era ni sería nunca un ser sobrenatural, porque había aprendido que lo natural era este orden que por razones de supervivencia y recelo permanecía a oscuras. Lo sobrenatural no existía; sólo aquello que por conveniencia y negligente comodidad se desconocía como lo normal.
— ¿Yo? ¿Le parezco? — me hice la tonta; lo vi como lo más inteligente de hacer — Si hay alguien sobrenatural aquí es usted. ¿Cómo puede ser tan amable en sus condiciones extremas? Cualquier otro me hubiera linchado, despreciado o robado. Por eso entiendo cuando se preocupa. Pero usted está siendo hasta generoso compartiendo sus intimidades, como si me advirtiese. ¿Teme que algo me pase?
Simonetta Vespucci- Hechicero Clase Media
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Re: Cioccolato con Fragole [Privado]
-Sí jovencita. -Dije sonriendo. -Me llamo Cailen y es todo un placer conocerla. -Prefería no decir mi apellido en voz alta, puesto que el rumor de que el hijo de los inquisidores Gowan había huido de casa, se había esparcido por al menos otros dos países, incluyendo Francia y, aunque en teoría solo los inquisidores debían de saber de aquello, no dudaba que algunos no pudiesen mantener la boca cerrada y también el rumor había recorrido las calles. Hasta la fecha tenía miedo de que alguien me reconociese por el apellido o por las vagas descripciones físicas y me llevase de vuelta a Glasgow a cumplir lo que ellos llamaban destino, misión divina, entre otras cosas; pero en mi mente era una sentencia. -¿Puedo saber su nombre? Para un vagabundo como yo, el que alguien le dirija la palabra es un tesoro mucho más valioso que el oro mismo, quisiera entonces saber el nombre de la muchacha que me recordó que sigo siendo un ser humano.
-No tengo palabras para expresar lo agradecido que estoy. Tal vez para usted sea una pequeñez, puesto que es algo cotidiano en su vida, pero créame, esto significa mucho más de lo que se imagina.
Me di cuenta de lo que la pequeña intentaba hacer. Desviar el tema (o más bien, el sujeto) de lo que hablábamos, y me pareció ver en sus ojos una chispa de miedo, seguramente de que me había dado cuenta de su condición. Dejé soltar una risa tenue, sincera ante el instinto de supervivencia que repentinamente se dejó ver en la joven tan valiente. -Muy lista. -Murmuré. -No se lo diré a nadie, le doy mi palabra. -E hice un ademán con la mano que expresaba un "lo juro", bueno, además ¿a quién le podía contar? Cierto, tenía un par de personas que conocía, que vivían dispersas por París, pero al menos la mayoría de ellos tampoco eran del todo humanos- Quisiera poder responderle pero en realidad no lo sé. Supongo que es porque aún tengo algo que dar, aún soy capaz de soñar despierto ¿sabía usted que mi nombre significa "niño"? Apropiado ¿no le parece?. -Después de terminar aquello, mi rostro se tornó un tanto sombrío, a mi mente acudían reminiscencias de los horrores que vi en mi infancia. -Sí. Tengo miedo de que la persigan, solo por ser usted misma, que la lastimen. Solo porque tienen miedo a lo que desconocen. .
-No tengo palabras para expresar lo agradecido que estoy. Tal vez para usted sea una pequeñez, puesto que es algo cotidiano en su vida, pero créame, esto significa mucho más de lo que se imagina.
Me di cuenta de lo que la pequeña intentaba hacer. Desviar el tema (o más bien, el sujeto) de lo que hablábamos, y me pareció ver en sus ojos una chispa de miedo, seguramente de que me había dado cuenta de su condición. Dejé soltar una risa tenue, sincera ante el instinto de supervivencia que repentinamente se dejó ver en la joven tan valiente. -Muy lista. -Murmuré. -No se lo diré a nadie, le doy mi palabra. -E hice un ademán con la mano que expresaba un "lo juro", bueno, además ¿a quién le podía contar? Cierto, tenía un par de personas que conocía, que vivían dispersas por París, pero al menos la mayoría de ellos tampoco eran del todo humanos- Quisiera poder responderle pero en realidad no lo sé. Supongo que es porque aún tengo algo que dar, aún soy capaz de soñar despierto ¿sabía usted que mi nombre significa "niño"? Apropiado ¿no le parece?. -Después de terminar aquello, mi rostro se tornó un tanto sombrío, a mi mente acudían reminiscencias de los horrores que vi en mi infancia. -Sí. Tengo miedo de que la persigan, solo por ser usted misma, que la lastimen. Solo porque tienen miedo a lo que desconocen. .
Cailen Gowan- Humano Clase Baja
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Re: Cioccolato con Fragole [Privado]
— Cailen; no debo olvidarlo — establecí un recordatorio en voz alta y recompensé su confianza de inmediato — Puede llamarme Simonetta, caballero.
Y que él me tratara casi como una igual era más de lo que una boba descuidada podía soñar. Cailen se llamaba. Me costaría aprender a pronunciarlo bien, pero con el paso del tiempo se me aflojaría la lengua. ¿Con el paso del tiempo? Sí. Valía la pena cultivar las palabras con alguien así. Tendría que luchar contra mi pereza social, pero de otra forma no crecería como persona, y la única que perdería sería yo. Por eso le di mi nombre, reservándome únicamente el apellido, por seguridad suya y mía.
— No, señor. No se denigre. Soy yo la que debe levantar la mirada para hablar con usted. Puede que en mi casa sea yo la princesa, pero mire a su alrededor. Aquí estamos en su reino, y yo cumple el papel de la indeseada extranjera, que además ha venido sin nombre ni dinero para protegerse. Ha venido usted como el buen samaritano que en sus ojos puedo ver para advertirme de los peligros de mi impulsiva mocedad, aun cuando más de un provecho podría sacarme. Merece mis respetos, y de todos aquellos que nunca se enterarán de esta historia, porque somos humanos imperfectos, y por ende nuestra comunicabilidad también lo es. Pero a mí no se me olvidará, a pesar de lo frágil que es la memoria humana. Así, cuando usted pase por su reino, será recibido como el más honorable de mis invitados.
Lo prometí sin temor. Poco probable era que apareciera por mi casa en algún momento de mi vida, pero si llegaba a hacerlo, le devolvería la mano, porque era lo correcto, y porque la gente buena merecía que le pasaran cosas buenas. Cailen era un buen hombre; eso podía verlo. Y si mi intuición fallaba, la magia no. Magia que debía proteger, hasta de los rostro amigables como el de él.
— Si usted no lo diría, menos lo haría yo. — murmuré cómplice, y hasta ahí llegué. Él no lo entendería de inmediato, pero quizás algún día sabría que si hice lo que hice fue para protegerlo más a él que a mí. Nada le hubiera costado a un inquisidor condenado indagar en sus pensamientos para matarlo antes de hallarme a mí. Mejor ahorrar víctimas. — Siento una sana envidia de usted, Cailen, por conservar parte de su infancia. Es mejor que ser un anciano en miniatura, desilusionado, sólo esperando que pasen los días hasta que éstos acaben por extinguirnos. ¿Añora algo, Cailen? ¿Además de que no me lastimen como lo hicieron con usted?
Para cuando me di cuenta de que mi pregunta había rebasado el límite de la impertinencia, fue demasiado tarde. No podía devolver a mi garganta las palabras evocadas. Únicamente esperaba que si se ofendía, me lo dijera. Mejor que me reprochara que no tenía derecho a meterme en la intimidad de sus recuerdos, o que no tenía idea de nada. Los “está bien” compasivos, con tono de funeral, sin autenticidad, me mataban.
Se acababa el pastel, pero el gusto agridulce se volvía cada vez más intenso en el paladar.
Y que él me tratara casi como una igual era más de lo que una boba descuidada podía soñar. Cailen se llamaba. Me costaría aprender a pronunciarlo bien, pero con el paso del tiempo se me aflojaría la lengua. ¿Con el paso del tiempo? Sí. Valía la pena cultivar las palabras con alguien así. Tendría que luchar contra mi pereza social, pero de otra forma no crecería como persona, y la única que perdería sería yo. Por eso le di mi nombre, reservándome únicamente el apellido, por seguridad suya y mía.
— No, señor. No se denigre. Soy yo la que debe levantar la mirada para hablar con usted. Puede que en mi casa sea yo la princesa, pero mire a su alrededor. Aquí estamos en su reino, y yo cumple el papel de la indeseada extranjera, que además ha venido sin nombre ni dinero para protegerse. Ha venido usted como el buen samaritano que en sus ojos puedo ver para advertirme de los peligros de mi impulsiva mocedad, aun cuando más de un provecho podría sacarme. Merece mis respetos, y de todos aquellos que nunca se enterarán de esta historia, porque somos humanos imperfectos, y por ende nuestra comunicabilidad también lo es. Pero a mí no se me olvidará, a pesar de lo frágil que es la memoria humana. Así, cuando usted pase por su reino, será recibido como el más honorable de mis invitados.
Lo prometí sin temor. Poco probable era que apareciera por mi casa en algún momento de mi vida, pero si llegaba a hacerlo, le devolvería la mano, porque era lo correcto, y porque la gente buena merecía que le pasaran cosas buenas. Cailen era un buen hombre; eso podía verlo. Y si mi intuición fallaba, la magia no. Magia que debía proteger, hasta de los rostro amigables como el de él.
— Si usted no lo diría, menos lo haría yo. — murmuré cómplice, y hasta ahí llegué. Él no lo entendería de inmediato, pero quizás algún día sabría que si hice lo que hice fue para protegerlo más a él que a mí. Nada le hubiera costado a un inquisidor condenado indagar en sus pensamientos para matarlo antes de hallarme a mí. Mejor ahorrar víctimas. — Siento una sana envidia de usted, Cailen, por conservar parte de su infancia. Es mejor que ser un anciano en miniatura, desilusionado, sólo esperando que pasen los días hasta que éstos acaben por extinguirnos. ¿Añora algo, Cailen? ¿Además de que no me lastimen como lo hicieron con usted?
Para cuando me di cuenta de que mi pregunta había rebasado el límite de la impertinencia, fue demasiado tarde. No podía devolver a mi garganta las palabras evocadas. Únicamente esperaba que si se ofendía, me lo dijera. Mejor que me reprochara que no tenía derecho a meterme en la intimidad de sus recuerdos, o que no tenía idea de nada. Los “está bien” compasivos, con tono de funeral, sin autenticidad, me mataban.
Se acababa el pastel, pero el gusto agridulce se volvía cada vez más intenso en el paladar.
Simonetta Vespucci- Hechicero Clase Media
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Re: Cioccolato con Fragole [Privado]
Esbocé una sonrisa al escuchar que pronunciaba mi nombre. -Tenía ya un buen tiempo sin escuchar que alguien dijera mi nombre. Gracias. -E hice una pequeña inclinación con la cabeza para agradecerle y así demostrar que en verdad me había dado mucha alegría. -Simonetta. -Repetí en voz alta para que así el nombre se quedara grabado en mi memoria. -Mucho gusto joven Simonetta. -Extendí la mano para que la estrechara, de alguna manera sentía que hacía oficial el hecho de que ya no éramos extraños sino conocidos, buenos conocidos.
El vocabulario de la joven me dejaba boquiabierto. Pudiendo haber escogido utilizar un lenguaje y orden de palabras para que yo no le entendiese, decidió no hacerlo, por alguna razón porque era más que obvio que poseía suficiente conocimiento como para utilizarlo de haber querido, pero no fue así, la joven tenía buenas intenciones. Me pregunté entonces si eso había sido algo planeado o tan solo había surgido en el momento, de cualquier forma, me llenaba de alegría que así fuera. De esa forma nos colocaba a ambos al mismo nivel. Hacía ya muchos años que no tenía una conversación con nadie y el que me proporcionara algo tan simple como una charla me daba un aliento de vida que creía que estaba cerca de extinguirse.
-Muy al contrario, porque esto que ve aquí. -Extendí mis brazos enfatizando mi punto. -Es tierra de nadie, no solo el callejón o la acera, sino todas las calles. Yo, al igual que muchos otros pordioseros o timadores, nos hemos autoproclamado supremos gobernantes y definimos lo que consideramos nuestro territorio pero la realidad no es esa. Este pequeño callejón que ve aquí me lo he otorgado yo mismo, por el simple hecho de que me ha gustado el lugar para establecerme aquí, pero puedo perderlo de la misma forma y así seguiría. No hay reyes aquí, somos tan solo inhabitantes. - Mi mirada se dirigió a la calle en donde pude ver cómo pasaban los transeúntes ignorando por completo la escena que se estaba llevando a cabo. -Al salir de casa, tal vez sin darse cuenta, decidió formar parte de este círculo de discordia que nos rodea. Aunque el mismísimo rey asegure que este es su territorio, si se encontrase solo aquí, estaría a merced de nosotros o de cualquiera que estuviese fuera de la comodidad de su casa. Tan simple como eso, incluso primitivo.
A pesar de que entendía lo que conllevaba vivir en la calle, jamás me había puesto a reflexionar de manera tan profunda como lo acababa de hacer en ese momento, inclusive me costaba creer que esas palabras habían salido de mi boca. Me hacía acordarme de un anciano al que solía frecuentar de niño, un viejo que me daba algo de dinero para que le ayudara a barrer su librería impecable. Siempre que había algo de tiempo y privacidad aprovechaba para narrarme alguna aventura interesante de su vida o simplemente leerme algún pedazo de su numerosa colección, mis palabras que recordaban a los párrafos plasmados en esos escritos. Me pregunté entonces si el anciano aún vivía cuando las palabras de la joven de nombre Simonetta me trajeron de regreso.
No pude hacer menos más que soltar una carcajada. Ahí estaba aquello que caracterizaba a los aún muy jóvenes, el sarcasmo, la curiosidad y la impertinencia. Era justo lo que necesitaba oír, no encontraba sus palabras ofensivas en lo absoluto, de todas formas, había sido insultado por profesionales miles de veces finalmente logré recomponerme. -Sí, añoro algo, su edad. Es tan hermosa, ya lo he dicho. Prométame que la disfrutará mientras dure. - Y le miré a los ojos, sintiéndome de pronto culpable, por haberle escondido algo todo ese tiempo. -Deberá disculparme por no decirle toda la verdad. -Y dirigí mi mano a mi cinturón, hacia donde estaba la daga y la retiré de su lugar, mostrándola y girándola ágilmente entre mis dedos con tal de que la observara bien y luego de eso la arrojé a un lado mío para dejar en claro que mi intención no era la de lastimarla. En realidad jamás había salido herido alguien, tan solo la usaba para asustar. -Ahí lo tiene. No soy tan solo un simple vagabundo, robo cuando el hambre y el frío son demasiados para tolerar, le ruego que no se asuste pues le juro que no llevo en mis manos ni una gota de sangre. En efecto, tengo miedo, de que algún día se encuentre con alguien que no tenga misericordia pues el mundo abunda de ese tipo de personas. Si se va ahora lo entenderé...
El vocabulario de la joven me dejaba boquiabierto. Pudiendo haber escogido utilizar un lenguaje y orden de palabras para que yo no le entendiese, decidió no hacerlo, por alguna razón porque era más que obvio que poseía suficiente conocimiento como para utilizarlo de haber querido, pero no fue así, la joven tenía buenas intenciones. Me pregunté entonces si eso había sido algo planeado o tan solo había surgido en el momento, de cualquier forma, me llenaba de alegría que así fuera. De esa forma nos colocaba a ambos al mismo nivel. Hacía ya muchos años que no tenía una conversación con nadie y el que me proporcionara algo tan simple como una charla me daba un aliento de vida que creía que estaba cerca de extinguirse.
-Muy al contrario, porque esto que ve aquí. -Extendí mis brazos enfatizando mi punto. -Es tierra de nadie, no solo el callejón o la acera, sino todas las calles. Yo, al igual que muchos otros pordioseros o timadores, nos hemos autoproclamado supremos gobernantes y definimos lo que consideramos nuestro territorio pero la realidad no es esa. Este pequeño callejón que ve aquí me lo he otorgado yo mismo, por el simple hecho de que me ha gustado el lugar para establecerme aquí, pero puedo perderlo de la misma forma y así seguiría. No hay reyes aquí, somos tan solo inhabitantes. - Mi mirada se dirigió a la calle en donde pude ver cómo pasaban los transeúntes ignorando por completo la escena que se estaba llevando a cabo. -Al salir de casa, tal vez sin darse cuenta, decidió formar parte de este círculo de discordia que nos rodea. Aunque el mismísimo rey asegure que este es su territorio, si se encontrase solo aquí, estaría a merced de nosotros o de cualquiera que estuviese fuera de la comodidad de su casa. Tan simple como eso, incluso primitivo.
A pesar de que entendía lo que conllevaba vivir en la calle, jamás me había puesto a reflexionar de manera tan profunda como lo acababa de hacer en ese momento, inclusive me costaba creer que esas palabras habían salido de mi boca. Me hacía acordarme de un anciano al que solía frecuentar de niño, un viejo que me daba algo de dinero para que le ayudara a barrer su librería impecable. Siempre que había algo de tiempo y privacidad aprovechaba para narrarme alguna aventura interesante de su vida o simplemente leerme algún pedazo de su numerosa colección, mis palabras que recordaban a los párrafos plasmados en esos escritos. Me pregunté entonces si el anciano aún vivía cuando las palabras de la joven de nombre Simonetta me trajeron de regreso.
No pude hacer menos más que soltar una carcajada. Ahí estaba aquello que caracterizaba a los aún muy jóvenes, el sarcasmo, la curiosidad y la impertinencia. Era justo lo que necesitaba oír, no encontraba sus palabras ofensivas en lo absoluto, de todas formas, había sido insultado por profesionales miles de veces finalmente logré recomponerme. -Sí, añoro algo, su edad. Es tan hermosa, ya lo he dicho. Prométame que la disfrutará mientras dure. - Y le miré a los ojos, sintiéndome de pronto culpable, por haberle escondido algo todo ese tiempo. -Deberá disculparme por no decirle toda la verdad. -Y dirigí mi mano a mi cinturón, hacia donde estaba la daga y la retiré de su lugar, mostrándola y girándola ágilmente entre mis dedos con tal de que la observara bien y luego de eso la arrojé a un lado mío para dejar en claro que mi intención no era la de lastimarla. En realidad jamás había salido herido alguien, tan solo la usaba para asustar. -Ahí lo tiene. No soy tan solo un simple vagabundo, robo cuando el hambre y el frío son demasiados para tolerar, le ruego que no se asuste pues le juro que no llevo en mis manos ni una gota de sangre. En efecto, tengo miedo, de que algún día se encuentre con alguien que no tenga misericordia pues el mundo abunda de ese tipo de personas. Si se va ahora lo entenderé...
Cailen Gowan- Humano Clase Baja
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Re: Cioccolato con Fragole [Privado]
— Ay… — me dije. No estaba preparada para eso. Dar la mano.
Me gustaba dármelas de sabionda, pero en esos aspectos sociales era una retrasada de lo más absurda. Suponía que dar la mano era romper una barrera del hielo, avanzar en la confianza. Confianza… ¡ay, qué nervios! Tragué saliva y le di la mano con lentitud para estrechar la suya, más grande y rugosa que la mía, pero también tibia. No estuvo tan mal como pensé.
A pesar de que el señor no se consideraba Rey, yo sí. Se preocupaba de lo que pasaba a su alrededor y de los que transitaban cerca, aunque éstos no le devolviesen la mirada. Por la forma segura en que se expresaba, debía conocer el lugar como la palma de su mano. Y como si fuera poco, se quedaba cerca de mí para que no me robasen. Cuando menos debían respetarlo. Si no, ¿por qué no me atacarían?
Me sorprendió un poco que dijera que mi edad era hermosa. Yo que rogaba tan a menudo a Dios que los días pasaran rápido, para alejarme de los años de la indefensión. Así hasta convertirme en una solterona de treinta, hasta que nadie, ni siquiera mis padres, quisieran cargar conmigo. Me dejarían ir, libre, atormentada o en paz, hacia donde yo lo estimara conveniente. Estaba consciente de que no sería feliz de esa forma, pero ¿lo sería algún día?
— Los aprovecharé por usted, para que viva esos años dos veces, y venga ese adolescente a compartir la merienda, una tarta de fresas, charlas superfluas, y otras más profundas para las tardes largas. — lo dije como un anhelo más que como una promesa.
Fue ameno lo que surgió, tanto sus buenos deseos como la fluidez de las palabras. Parecíamos viejos amigos. Así fue hasta que sacó una daga de improviso y me cubrí el rostro instintivamente, como una cobarde. Y yo que creía estar a salvo. Me dije que estaba en peligro, que sería mi fin, que lo merecía por haber confiado. El propio Cailen me demostró que estaba equivocada, con sus palabras tranquilizadoras. Él sólo había pretendido mostrarse desarmado ante mí.
Tiritona bajé mis manos y enfoqué la vista que por instante perdí. Al principio me avergoncé, pero luego agradecí a los cielos de que me hubiera sacado un susto, y no lo que ningún par de ojos debía ver: la magia bajo mi piel. Yo no debía mostrarle mis armas, pero él lo hizo con la suya, como si hubiese hecho algo malo en ocultármelo. Me enterneció. Esa ternura se transformó en miedo.
— Estaría muerto si no hubiese robado, si me disculpa la franqueza. — no tuve el coraje para verlo a los ojos. Únicamente atiné a coger la daga y ubicarla nuevamente en sus manos con delicadeza — Es suya. No la pierda, ni deje que se la quiten. Tampoco pierda el miedo; si no lo salva la buena fortuna, tal vez él lo haga. Deseo de todo corazón que no tenga que usarla nunca. Ahora yo seré honesta con usted: no estoy acostumbrada a hablar con las personas. Es decir, no así. Sé de protocolo y de etiqueta. Esas cosas me mantienen a salvo de la espontaneidad. Me mantiene a salvo saber qué es lo que se espera que diga, pero no es comunicarse. Esto lo es. Me cuesta, pero usted me ha ayudado. Le diría que para la próxima será más sencillo hablar con usted, pero le mentiría. Ahora que hemos interactuado, nos reconoceremos de ahora en adelante. Y si el día de mañana no lo encuentro aquí y me dicen que no vendrá nunca más porque se ha ido, me pesará, a diferencia de la muerte de un desconocido. Es la responsabilidad de regar una semilla: se cuida desde que brota hasta su final.
Él no necesitaba de mis consejos, pero de todas formas se los di. Era lo que necesitaban mis emociones para hacer perdurar la paz en mí.
Me gustaba dármelas de sabionda, pero en esos aspectos sociales era una retrasada de lo más absurda. Suponía que dar la mano era romper una barrera del hielo, avanzar en la confianza. Confianza… ¡ay, qué nervios! Tragué saliva y le di la mano con lentitud para estrechar la suya, más grande y rugosa que la mía, pero también tibia. No estuvo tan mal como pensé.
A pesar de que el señor no se consideraba Rey, yo sí. Se preocupaba de lo que pasaba a su alrededor y de los que transitaban cerca, aunque éstos no le devolviesen la mirada. Por la forma segura en que se expresaba, debía conocer el lugar como la palma de su mano. Y como si fuera poco, se quedaba cerca de mí para que no me robasen. Cuando menos debían respetarlo. Si no, ¿por qué no me atacarían?
Me sorprendió un poco que dijera que mi edad era hermosa. Yo que rogaba tan a menudo a Dios que los días pasaran rápido, para alejarme de los años de la indefensión. Así hasta convertirme en una solterona de treinta, hasta que nadie, ni siquiera mis padres, quisieran cargar conmigo. Me dejarían ir, libre, atormentada o en paz, hacia donde yo lo estimara conveniente. Estaba consciente de que no sería feliz de esa forma, pero ¿lo sería algún día?
— Los aprovecharé por usted, para que viva esos años dos veces, y venga ese adolescente a compartir la merienda, una tarta de fresas, charlas superfluas, y otras más profundas para las tardes largas. — lo dije como un anhelo más que como una promesa.
Fue ameno lo que surgió, tanto sus buenos deseos como la fluidez de las palabras. Parecíamos viejos amigos. Así fue hasta que sacó una daga de improviso y me cubrí el rostro instintivamente, como una cobarde. Y yo que creía estar a salvo. Me dije que estaba en peligro, que sería mi fin, que lo merecía por haber confiado. El propio Cailen me demostró que estaba equivocada, con sus palabras tranquilizadoras. Él sólo había pretendido mostrarse desarmado ante mí.
Tiritona bajé mis manos y enfoqué la vista que por instante perdí. Al principio me avergoncé, pero luego agradecí a los cielos de que me hubiera sacado un susto, y no lo que ningún par de ojos debía ver: la magia bajo mi piel. Yo no debía mostrarle mis armas, pero él lo hizo con la suya, como si hubiese hecho algo malo en ocultármelo. Me enterneció. Esa ternura se transformó en miedo.
— Estaría muerto si no hubiese robado, si me disculpa la franqueza. — no tuve el coraje para verlo a los ojos. Únicamente atiné a coger la daga y ubicarla nuevamente en sus manos con delicadeza — Es suya. No la pierda, ni deje que se la quiten. Tampoco pierda el miedo; si no lo salva la buena fortuna, tal vez él lo haga. Deseo de todo corazón que no tenga que usarla nunca. Ahora yo seré honesta con usted: no estoy acostumbrada a hablar con las personas. Es decir, no así. Sé de protocolo y de etiqueta. Esas cosas me mantienen a salvo de la espontaneidad. Me mantiene a salvo saber qué es lo que se espera que diga, pero no es comunicarse. Esto lo es. Me cuesta, pero usted me ha ayudado. Le diría que para la próxima será más sencillo hablar con usted, pero le mentiría. Ahora que hemos interactuado, nos reconoceremos de ahora en adelante. Y si el día de mañana no lo encuentro aquí y me dicen que no vendrá nunca más porque se ha ido, me pesará, a diferencia de la muerte de un desconocido. Es la responsabilidad de regar una semilla: se cuida desde que brota hasta su final.
Él no necesitaba de mis consejos, pero de todas formas se los di. Era lo que necesitaban mis emociones para hacer perdurar la paz en mí.
Simonetta Vespucci- Hechicero Clase Media
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Re: Cioccolato con Fragole [Privado]
La vergüenza tenía un sabor espantoso que se quedó en mi boca a pesar de que ya había pasado un buen rato desde que saqué el arma que traía oculta, se sentía como morder una fruta ya pasada de tiempo, amarga, demasiado dulce o intolerable. Era la sensación que tenía. Había intentado hablarle a aquella joven sobre lo cruel y hermosa que era la vida, sobre las trampas que tendía la misma gente, las redes de engaños y mentiras que se venían tejiendo desde hacía siglos, y peor aún, sobre la moralidad de los hombres, palabras que ella creyó que salían de la boca de un hombre de bien, tal vez hasta inquebrantable, pero estaba consciente de que yo no tenía autoridad alguna para hablarle de aquellos temas, tal vez en ese momento hubiera estado en la posición de un vagabundo cualquiera, pero, tenía que recordar mi posición, lo bajo que había caído y el daño que las calles me habían hecho con el paso de los años, yo era un ladrón, así sin más. Me sentía en ese momento, peor que eso, como un traidor.
La palabra resonó en mi cabeza, era la mejor definición, traicioné la confianza de aquella bella joven. Era un hueco en el corazón sentirse de esa forma y que, a pesar de eso, sus palabras seguían siendo dulces, la miraba con mis orbes bien abiertas, más que nada por la sorpresa que eran sus acciones. Esperaba que saliera huyendo, gritando también y que fuese un adiós pero las cosas no ocurrieron así, se quedó ahí de frente, y más increíble aún, me devolvió la daga, con movimientos y voz temblorosa pero lo hizo. Y yo no me lo podía creer.
-Hasta la fecha no sé cómo he logrado sobrevivir hasta hoy. Mucho se lo debo a esto. -Señalé la daga que seguía en mi mano. -Era de mi padre, es lo único que tengo de mi hogar. El mango es de plata, ¿puede ver las figuras de osos?, todo fue hecho por la mano de un viejo artesano cerca de mi pueblo, que en paz descanse ese buen hombre. Pude haberla vendido hace años pero algo no me deja soltarla.
Bajé la mirada, la pena me consumía, por un momento me creyó noble de corazón, tal vez lo era, pero le oculté toda la verdad. No era tan vulnerable como había aparentado, si hubiese tenido, llámese valor, desesperación o temor, suficiente seguramente nunca hubiésemos cruzado palabras, la hubiera sorprendido por detrás para amenazarla de alguna forma, o tal vez hubiera usado mis manos bien entrenadas para estas empresas y retirado el brazalete de su muñeca. Pero por alguna razón escogí ponerme una máscara y ser solo un alma desamparada.
-Nunca quise usarla. -Admití mientras sus palabras avanzaban y podía sentir que tocaba mi alma, si es que algo humano me quedaba todavía. “Escoria de la humanidad, una futura cripta sin nombre” Era lo que escuchaba diario, y les daba la razón. Sin embargo, ahí estaba, la joven admitía que en algo beneficioso había impactado su conciencia. -Sus palabras me conmueven en verdad y no sé qué responder a una joven como usted. Por favor, entienda que mis intenciones al ocultarle la verdad no fueron fraudulentas, pero ahora que lo sabe, también entiende que siempre hay dos caras de la moneda. Sea observadora, amable pero no confiada -Dije en voz alto mientras le daba una sonrisa sincera que si uno observaba bien podía notar que se formaban unas lágrimas.
Quería que aquel momento fuese eterno, pero la vida nunca da lo que uno quiere, tal vez lo que es necesario solamente. Algo llamó mi atención, desviando mi mirada con agilidad hacia el final del callejón. Ni siquiera supe qué fue lo que captó mis sentidos, ¿un sonido? no, no escuché nada, simplemente volteé presintiendo algo que no sería nada placentero. Contuve la respiración por unos instantes hasta que el sonido de unas pesadas botas que avanzaban se hizo presente. Reconocería esos pasos donde fuera.
-Váyase señorita. -Murmuré sin poder ocultar el miedo en mi voz. -Huya ahora y no mire atrás. -Seguramente buscaría una explicación que no había tiempo de darle. Sin darme cuenta, una de mis manos buscó la daga en mi cinturón oculta por la tela de mi camisa.
Por fin se divisó una silueta humana, un hombre, corpulento, su rostro estaba oculto por la sombra de una gorra sobre su cabeza. -Te he pagado ayer. -Intentaba sonar desafiante pero la voz me temblaba, así como el resto del cuerpo. -No tengo deudas contigo así que por favor vete.
La palabra resonó en mi cabeza, era la mejor definición, traicioné la confianza de aquella bella joven. Era un hueco en el corazón sentirse de esa forma y que, a pesar de eso, sus palabras seguían siendo dulces, la miraba con mis orbes bien abiertas, más que nada por la sorpresa que eran sus acciones. Esperaba que saliera huyendo, gritando también y que fuese un adiós pero las cosas no ocurrieron así, se quedó ahí de frente, y más increíble aún, me devolvió la daga, con movimientos y voz temblorosa pero lo hizo. Y yo no me lo podía creer.
-Hasta la fecha no sé cómo he logrado sobrevivir hasta hoy. Mucho se lo debo a esto. -Señalé la daga que seguía en mi mano. -Era de mi padre, es lo único que tengo de mi hogar. El mango es de plata, ¿puede ver las figuras de osos?, todo fue hecho por la mano de un viejo artesano cerca de mi pueblo, que en paz descanse ese buen hombre. Pude haberla vendido hace años pero algo no me deja soltarla.
Bajé la mirada, la pena me consumía, por un momento me creyó noble de corazón, tal vez lo era, pero le oculté toda la verdad. No era tan vulnerable como había aparentado, si hubiese tenido, llámese valor, desesperación o temor, suficiente seguramente nunca hubiésemos cruzado palabras, la hubiera sorprendido por detrás para amenazarla de alguna forma, o tal vez hubiera usado mis manos bien entrenadas para estas empresas y retirado el brazalete de su muñeca. Pero por alguna razón escogí ponerme una máscara y ser solo un alma desamparada.
-Nunca quise usarla. -Admití mientras sus palabras avanzaban y podía sentir que tocaba mi alma, si es que algo humano me quedaba todavía. “Escoria de la humanidad, una futura cripta sin nombre” Era lo que escuchaba diario, y les daba la razón. Sin embargo, ahí estaba, la joven admitía que en algo beneficioso había impactado su conciencia. -Sus palabras me conmueven en verdad y no sé qué responder a una joven como usted. Por favor, entienda que mis intenciones al ocultarle la verdad no fueron fraudulentas, pero ahora que lo sabe, también entiende que siempre hay dos caras de la moneda. Sea observadora, amable pero no confiada -Dije en voz alto mientras le daba una sonrisa sincera que si uno observaba bien podía notar que se formaban unas lágrimas.
Quería que aquel momento fuese eterno, pero la vida nunca da lo que uno quiere, tal vez lo que es necesario solamente. Algo llamó mi atención, desviando mi mirada con agilidad hacia el final del callejón. Ni siquiera supe qué fue lo que captó mis sentidos, ¿un sonido? no, no escuché nada, simplemente volteé presintiendo algo que no sería nada placentero. Contuve la respiración por unos instantes hasta que el sonido de unas pesadas botas que avanzaban se hizo presente. Reconocería esos pasos donde fuera.
-Váyase señorita. -Murmuré sin poder ocultar el miedo en mi voz. -Huya ahora y no mire atrás. -Seguramente buscaría una explicación que no había tiempo de darle. Sin darme cuenta, una de mis manos buscó la daga en mi cinturón oculta por la tela de mi camisa.
Por fin se divisó una silueta humana, un hombre, corpulento, su rostro estaba oculto por la sombra de una gorra sobre su cabeza. -Te he pagado ayer. -Intentaba sonar desafiante pero la voz me temblaba, así como el resto del cuerpo. -No tengo deudas contigo así que por favor vete.
Cailen Gowan- Humano Clase Baja
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