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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

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Mensaje por James Ruthven Lun Oct 26, 2015 1:34 am

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El suplicio y el destierro de los sentimientos de James fueron algo tormentoso en el trayecto de vuelta. Había dejado su tierra natal por asuntos personales tan graves, que la hambruna y el contrabando eran algo totalmente secundario. Pasaban los días en el barco, pasaban las semanas y por fin, el aire nocturno de Francia llenó sus pulmones de gracia y algo más de optimismo.

La vida de James había cambiado vertiginosamente, su amor por Rania se había detenido en el momento en el que decidió marcharse, huir sin él. Dejándole atrás, solo, sin su familia. Por primera vez en la vida, se encontró con muchos sentimientos que se encontraban en su corazón y su cabeza luchaba por entenderlos y ponerlos en orden. Podía entender el miedo que sentía Rania por alguien como él, pero no contemplaba la posibilidad de conociéndole, no se esperara lo peor como demonio nocturno. Si bien el incidente de la taberna tenía explicación, no es algo que fuera en mitad de su noviazgo, sino cuando se conocían y tampoco podía eludir la influencia que su Sire ejercía sobre él. Eso era algo que Rania jamás comprendería.

Tampoco lo haría con la sed de sangre, que especialmente se caracterizaba en James. Siempre destacó por su fetichismo y su parafilia en cuanto al ámbito sexual, pero la sed era algo más dramático. Como si hubieras puesto a un hombre cada día en el desierto, bajo un sol abrasador, rodeado de dunas y a varios kilómetros ciertos oasis tan paradisiacos como necesarios. Para James sucedía lo mismo, tenía sed insaciable por mucho que bebiera si no lo hacía bajo unas circunstancias, la sed adquiere un sabor especial, capaz de saciarle si el miedo o la excitación se apodera de ella. Así que esos Oasis, eran las mujeres que James conseguía embaucar en sus mazmorras. Rania tampoco conocía eso de James, pero si sabía lo mucho que tuvo que cambiar para saciar, prometió no volver a matar por placer y él mismo, después de destrozar casi todo Gran Bretaña junto a Milenka se puso la norma de beber cada tres días. Incluso si eso significa debilitamiento, pero esas cosas a Rania no le importaban. Se había vuelto una tirana impasible frente a James, le había culpado de los asesinatos y sobre todo, había descubierto el miedo. Al igual que James el desamor, los celos y la ira de haber perdido a alguien.

Su matrimonio se estancó, estaban unidos por Dios, algo que no pensaba romper, vengativo y haciendo a su demonio interior con las riendas de su cuerpo se precipitó a un vacío sentimental agudo. Clamaba venganza en su interior, proyectaba en la mente de James, la imagen de Rania, desnuda atada, recibiendo a sus manos, con las mejillas sonrojadas y las lágrimas cayendo por su rostro. La veía encerrada en un torreón, como una princesa suspirando por la libertad que había decidido asesinar por querer alejarse, por miedo. Otro ser humano compasivo, le hubiera dejado recorrer el puente de plata, pero James no era así.

En primer lugar tenía una reputación que mantener, no podía dejar que su mujer se fuera con su hijo. Porque a pesar de lo que dijeran la culparían a ella, y una mujer casada con un bebé no podía estar en la calle, ni volver con sus padres. Sería despreciada y desgraciada para el resto de su vida y la del bebé. Y al igual que Rania, James también aguantaría todo por Abel.

Llegaron a París, a la residencia en las afueras de la ciudad. Junto a los bosques y entre las demás villas de la gente adinerada, el coche de caballos oscuro, entraba al trote con Rania y el bebé dentro. James prefería no estar con ella en la misma habitación, pues no sabía cómo reaccionaría al verla. Llegó antes, montado a caballo presto, como entraba la noche. Dios instrucciones al servicio y les dijo que prepararan una habitación independiente a Rania, pues no quería verla, y que el servicio se ocupara de que no se vieran, salvo si James así lo dispusiera- No podrá abandonar esta finca, ni recibir visitas sin que yo lo permita, ni cartas ni correspondencia- indicó en voz alta para que ella escuchara desde donde quiera que estuviera- Si esto sucediera, que lo sabré, el participe será sometido a mi juicio y ya sabéis lo que pasa si alguien me  miente- advirtió retirándose escaleras arriba, con gesto lúgubre. El demonio había vuelto, oscuro, cruel y sin piedad.

Pasaron las noches, los días y empezaban a acostumbrarse a la distancia entre ambos, James controlaba con ojo de halcón a la gente de la casa, y pasa la mayor parte de su tiempo o en las caballerizas o en la biblioteca, sabiendo que para Rania el jardín era el único Oasis que tenía en aquella casa. James masoquista se levantaban y paseaba por la habitación con las manos detrás de la espalda y más de una vez se encontró mirando por la ventana a la que había sido su mujer, deseándola y echando de menos todo lo que era ella. Pero eso le servía de lección, como decía Milenka. “al fin y al cabo su vida acaba” Y era evidente. No podía volver a involucrarse de manera sentimental con ella, pero los deseos del demonio ya no estaban bajo su potestad, sino bajo sus apetencias.






Última edición por James Ruthven el Jue Oct 29, 2015 6:38 am, editado 1 vez


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Mensaje por Rania de Valois1 Lun Oct 26, 2015 7:43 am

Había perdido todo. Ese podría ser el titular de la vida de Rania en ese preciso momento de su vida, nada de lo que una vez anheló estaba ya en su poder. El matrimonio se había truncado en una cárcel, así como la casa en la que antes disfrutaba de las atenciones de su marido; su marido ya no ejercía como tal sino más bien como un carcelero celoso de que nadie supiera de ella. Cada miembro del servicio fue amenazado si ayudaban a Rania a salir o simplemente a tener contacto con el exterior de aquella finca, pareciera a ojos del vampiro que quien hubiera fallado a la pareja hubiese sido ella y no él. La joven no confiaba en nadie, por lo tanto no hablaba con el servicio con el que antes bromeaba y era incluso cariñosa y benevolente, se estaba convirtiendo en una sombra de sí misma. Tan solo tenía relación con la nodriza de Abel con quien compartía las horas en el cuarto del pequeño. Esa era su fuente de luz, lo único a lo que se agarraba para no caer en las tinieblas que rogaban por su alma. No sabía si podría haber mujer más infeliz que ella en París, posiblemente sí… pero no soportaba ese trato vejatorio, esa manera de hacerla ver como una mala mujer y peor esposa. Toda su vida se había comportado correcta y sumisa, toda su vida había antepuesto los deseos de los demás a los suyos propios y ahora entendía que esa era la mejor manera de sobrevivir en una sociedad así. Los paseos con Abel arrancaban las únicas sonrisas de una joven condesa condenada a la soledad de vivir aislada de todo el mundo, ¿qué estarían pensando de ella sus padres? Hacía semanas que no tenían noticias, así como Danna… la había inmerso en esa guerra particular del matrimonio cuando no se merecía tal cosa. El pequeño parecía crecer a pasos agigantados, no hacía otra cosa que sonreír en presencia de su madre cuando esta lo colmaba de atenciones y le señalaba los pájaros en el jardín. Apenas tenía unos meses pero sus ganas de explorar le hacían ya dar señales de querer conocer todo lo que le rodeaba, abría y cerraba las manos en cuanto Rania le acercaba una flor, teniendo esta especial cuidado pues todo se lo llevaba a la boca…

Dentro de esa cárcel improvisada, agradecía que hubiera cierta piedad en el corazón de James por lo haberla privado de su bebé. Lo más seguro si eso hubiera pasado es que Rania no habría vivido mucho más tiempo. Desde que habían llegado a París no había coincidido con James ni una sola vez en esa casa, lo cierto es que lo agradecía pero su desconocimiento de todo lo que pasaba fuera de los muros era un tormento para ella. A veces se sorprendía mirando por las ventanas más altas las centelleantes luces de la capital, como si esperara que alguien descubriera lo que estaba pasando y la ayudara. Sin embargo, pasaban los días y parecía que nadie reclamaba a la joven que deambulaba por los pasillos siempre seguida de cerca por algún miembro del servicio de James. Era imposible para ella volver a huir, y no se lo planteaba, no sabía qué se le podría llegar a pasar por la cabeza si repetía aquella acción fortuita.

Una de las mañanas que se despertó, notando cada rincón de la casa en silencio, aprovechó para sin hacer un solo ruido salir de la habitación que había sido acondicionada para ella y el bebé. Los pasillos aún estaban fríos y en penumbra por la falta de luz que entraba por las ventanas, no se escuchaba nada ni en la cocina, que era el lugar donde antes comenzaba la vida. Descalza, con el camisón y el pelo suelto, pasó ante lo que antes era su dormitorio esperando no despertar al demonio. Su corazón era el motivo por el que temía que James la escuchara, pues sonaba mucho más que las leves pisadas por la mullida alfombra del pasillo. Su destino era la biblioteca, no es que tuviera vetada la entrada a esa habitación pero siempre era James quien la ocupaba y no quería estar en el mismo lugar que él, sería tentar demasiado a su suerte. Con delicadeza cerró la puerta por dentro una vez se encontró allí, la luz que entraba por las ventanas dejaba ver el polvo que flotaba en el ambiente, casi parecía que las pequeñas motas bailaban entre ellas una música inexistente. A Rania siempre le había gustado esa habitación, ahí es donde comenzó a pasar tiempo con James cuando se conocían e iba a visitarle… Ahí se besaban y jugaban a ser felices, hacían tan poco tiempo de eso y parecía que había pasado una eternidad. Su figura estática mirando el sofá y luego las baldas de libros bien hubiera asustado a cualquier si pudiese entrar, la palidez de la joven era cada día más pronunciada y lo cierto es que no podía ser por falta de luz pues se pasaba días enteros en el jardín, algo en ella no iba como debía y era consciente, cada día más. Pero ni una palabra saldría de su boca, nadie debía enterarse de que estaba enfermando.

Sus manos vagaron entre las baldas en busca de libros que le pudieran indicar cuál era el motivo de su malestar y sin embargo se encontró con uno en el que los dibujos llenaban las páginas, sonrió sin poder evitarlo al imaginarse leyendo esos cuentos a Abel cuando fuera algo más mayor. Pero algo estaba empeorando en su interior, de repente se notaba débil y extremadamente mareada, apoyó como pudo la espalda en la pared pero aun así acabó cayendo en el suelo sintiendo como sus ojos eran totalmente incapaces de centrarse en un punto fijo. Y así acabó por perder la consciencia cayendo al suelo.


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Mensaje por James Ruthven Jue Oct 29, 2015 6:35 am

Nada pasaba inadvertido ante el oído de un vampiro, por muy leve que fuera el paso o suave la respiración él lo escucharía. El palacio en el que vivían era de piedra y madera, las ventanas tenían cristales gruesos y translúcidos salvo algunas ventanas en los torreones en los pasillos que tenían vidrio pintado. Y todos esos elementos tenían un sonido para James. La bisagra de las puertas, el viento que corría entre las ventanas. El crujir de la madera de roble y cerezo en las escaleras y los muebles. Así como el corazón y la respiración de cada habitante de la casa. Eso era la vida y un vampiro solo podía contemplarla. Así que James lo hacía en silencio, esperando que cada uno cumpliera lo que tenía que hacer.

Rania en cambio estaba dotada de una vitalidad inquebrantable, quizás fuera eso lo que hizo que aquel demonio se fijara en ella, y el deseo de destrucción y sangre se viera eclipsado por aquella gracilidad y delicadeza al tratar las cosas. El atesorar el momento y desfrutar de las cosas pequeñas, cosas que James había olvidado por completo. Pero el tiempo pasaba por encima de todas las cosas mundanas y terrenales, como un degradado de luz en la vitalidad de las personas, excepto en la de James. Muchas veces el vampiro se encontraba meditando nostálgico por tener miedo de algo, sentir algo de vitalidad que no fuera por medio de la destrucción. Pero en vano. No podía ni oprimir su naturaleza, lo que le costó su matrimonio y tampoco podía vivir a través ni de su hijo ni de su mujer. James era avaricioso y prepotente, pretendía tenerlo todo bajo su mano, ir un paso por delante. Pero una vez más, la parca, tenía una mejor mano y los ases siempre ganaron a los reyes.

La sombra se cernía sobre la propiedad del conde, con un manto negro, un frío sepulcral y en silencio. Como siempre solía actuar, si no era por heraldos como James, hoy pretendía cobrarse la vida de alguien del lugar.
Acongojado entre la situación carcelaria que tenía sobre su mujer, James empezó a estar ausente de todas las estancias a excepción de su habitación y de la biblioteca. En cuyo panel escondido tras la lujosa estantería se encontraba un pasadizo secreto, de piedra hacia la galería prohibida del conde. Todo con James eran secretos pero este no se le había revelado a nadie. Era una galería oscura, no apta para el mundo. La única luz incipiente era la de las velas que hacían del cuarto aún más tétrico. La planta del lugar era semicircular y en el centro de ella se encontraba un trono de piedra grande, decorado con oro. Se cree que había pertenecido a Carlomagno pero era de una belleza y una prepotencia casi ofensiva. Ahí el conde se quedaba contemplando el horror de aquellas pinturas. El Saturno devorando a su hijo de Goya**. Todos los grabados de William Blake* y demás obras lúgubres, tenebrosas o inquietantes que pueda imaginarse. La pequeña sala de los errores ahora estaba en auge, donde el creciente y arcaico objeto de Daguerre permitía con la luz hacer una captura de un momento concreto, el precursor de la fotografía que con su prototipo empezaban a adornar los pequeños álbumes de fotos, entre las cuales había grabados también que un amigo suyo hacia sobre las autopsias de los cuerpos en su trabajo. – Jack tiene un gran futuro por delante- susurró el vampiro. Mientras pasaba la yema de sus gélidas manos por el papiro egipcio donde estaban colocadas con mimo estas aberrantes ilustraciones. Pero en ese momento, elevó el rostro al descubrir un ruido seco en la biblioteca. ¿Quién osa a esas horas de la noche entrar en la biblioteca? Se suponía que él siendo Vampiro era el único deambulante a esas horas de la noche, salvo su ayuda de cámara que velaba por servirle. Abel dormía en dos habitaciones más allá de la biblioteca,tranquilo, al igual que el ama de llaves. Se levantó y se dirigió a la salida para cerciorarse de que todo iba bien. ¿Quizás fuera una visita nocturna de Milenka? Se preguntó así mismo mientras empujaba la puerta secreta y se encontraba con el cuerpo de Rania en el suelo -¿RANIA?- se abalanzó sobre ella, consciente de que no podía escucharle. Su piel se había tornado pálida y con un sudor frío característico de una fiebre altísima. La levantó en brazos y dio una patada seca a la puerta de la biblioteca voceando-¡UN MÉDICO! ¡YA!- gritó mientras llevaba a Rania al dormitorio principal y la dejaba tendida en ella.

En un abrir y cerrar de ojos, James se quedaba con los brazos cruzados viendo como la habitación se llenaba de gente. El médico Lafrenire, era bastante conocido y muy caro, se comentaba que asistía a los reyes del palacio, y puesto que James era algo Snob, decidió no reparar en gastos. Lo último que quería es que Rania muriera y dejara solo a Abel. No podía permitirse eso, así que utilizó todos los recursos que tenía al alcance de su mano para echar a la muerte de esa casa.

El médico tenía las patillas largas, conectadas con el bigote canoso. Llevaba lentes y solo tenía pelo en los lados de la cabeza. Vestía ropa oscura pero elegante, un chaleco granate de seda y un reloj de bolsillo de plata - ¿Qué ha pasado?- preguntó James, mientras el doctor tomaba su pulso y procedía a examinar su cuello y abdomen- Parece ser un caso de Tuberculosis. ¿Han viajado recientemente?¿Han estado en contacto con alguien que lo padezca?- preguntó el doctor, mientras una enfermera a su lado escribía lo que el médico decía y en esta ocasión James respondía- Hemos viajado a Escocia en Barco, Mi Lord- dijo mordiéndose el labio al constatar su perdición. No sólo había causado el destierro del amor en su vida, sino que además era el causante de una enfermedad a la que era su mujer. Llevaba la muerte a donde iba y de eso estaba seguro. Mientras pensaba en su desdicha escuchó la voz del Médico- ¿Me ha escuchado?¿Se encuentra usted bien? Está pálido.- James abrió los ojos de inmediato- Viajamos con nuestro hijo- se giró y como si el ama de llaves leyera su pensamiento apareció en la sala la nodriza con el bebé en brazos- No, no. Sáquelo de aquí lo estudiaré en otra habitación. A la Srta. De Valois, tendrán que lavarla cada día y mañana vendré a hacerle una sangría- dijo el médico lavando sus manos y dirigiéndose hasta la habitación donde se encontraba el bebé- Quédese con ella y avíseme cuando se despierte. Es conveniente que el menor número de personas entren en esta habitación por riesgo de contagio.

Pasaron las horas, y por suerte para todos, el bebé se encontraba sano y fuerte. Pero restringieron el acceso de Rania con él, algo que James sabía que lamentaría. Si antes estaba encerrada en su palacio, ahora lo estaría en una habitación. Se sentía culpable de su desdicha y un ataque de ira e impotencia asoló su corazón.

Se dirigió al jardín, de noche. Apretándo la mandíbula de importencia y rompiendo lo que encontraba a su paso. A la escultura de mármol más bonita le dejó sin medio rostro dándole un aspecto más demoníaco que grácil. Se sentó en el banco donde había estado antes con Katharina y elevó el rostro al cielo. Justo en ese momento una doncella, corriendo y sujetándose la cofia se dirigió hasta él exasperada- Señor, la señora Rania está despierta- informó. James elevó el rostro hacia ella y se levantó dispuesto a encontrarse con la persona a la que no quería ver, a la persona que había condenado. El heraldo del infierno se dirigía a encontrarse con el ángel al que arrancó las alas y casi había devorado su alma.


*William Blake (1757- 1827)
Grabados William:
**Francisco de Goya (1746 - 1828)
Época Oscura (Saturno devorando a sus hijos):


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Mensaje por Rania de Valois1 Vie Oct 30, 2015 11:41 am

Nada tenía sentido cuando al fin abrió los ojos. Se encontraba en el dormitorio de James, el suyo hasta no hacía más de unas semanas. Reconocía los labrados del techo y el olor de su aún marido en la estancia, pero había demasiado movimiento y demasiados cambios como para su mente pudiera procesarlo correctamente. Una mujer estaba dormida en una butaca junto a ella, una mujer del servicio, ¿qué hacía allí? Trató de sentarse en la cama pero a lo máximo que alcanzó fue a erguirse levemente apoyada en los cojines que hacían las veces de almohada. Una tras otra las preguntas se agolpaban en su mente, no sabía por qué estaba allí y mucho menos como había llegado a dormirse. James no se encontraba en la estancia y no había rastro alguno de él salvo su olor. Cerró los ojos mareada haciendo un esfuerzo sobrehumano por recordar. Tenía constancia de que había salido de su actual cuarto para ir a la biblioteca, recordaba haber llegado allí, incluso ojear los libros pero después de eso… nada. Todo en blanco. Necesitaba respuestas y la única persona que podía dárselas en ese momento era la mujer que descansaba junto a ella. Extendió uno de sus temblorosos brazos hacia ella con la intención de despertarla, dios… se encontraba tan débil que sentía que iba a desfallecer. - Por favor… despierta - no había suerte, la poca fuerza con que alcanzaba a tocarla era insuficiente para hacer que abandonara el mundo de los sueños, y la sensación de malestar impedía que tratara de hablar demasiado alto. Estaba enferma, eso debía ser lo que había causado ese cambio de escenario en la casa.

¡Abel! El corazón literalmente se congeló en su pecho. James no podía enfermar pero su hijo sí, era con quien más horas pasaba a lo largo del día y si ella estaba enferma él podría estarlo. Con rapidez los latidos en su pecho se aceleraron, forzando el fluir de su sangre y así su propia energía. Tenía que avisar a alguien, tenía que mandar a alguien a verle, sacó las piernas de la cama hasta posarlas en el suelo y así poder avanzar los pasos que la distanciaban de la criada. - ¡Despierta! - sollozó de pánico, temía a la muerte, pero en ese momento solo ansiaba conocer el estado de su hijo, - ¿Dónde está Abel? ¿Cómo está? - En silencio y siguiendo las instrucciones del doctor y del propio James la sirvienta devolvió a Rania a la cama. La lucha era en vano, no tenía la condesa la fuerza necesaria para evitarlo y sin embargo ¡plas! su diestra fue derecha a la mejilla de la pobre mujer sin darle tiempo a cubrirse.  El día que adoptó a ese bebé había jurado amarle y protegerle por encima de todo, incluso de sí misma y nadie iba a conseguir que se separara de él. La poca energía que había conseguido acumular en ese rato de sueño la estaba perdiendo por el estado de nervios al que estaba viendo sometida. Nunca había puesto la mano encima a nadie, en toda su vida y el susto se veía reflejado en el rostro de las dos mujeres. La criada aún conmocionada con la mano sobre el golpe tratando de evitar que las lágrimas escaparan por sus ojos y mantener la compostura; Rania agitada y notando de nuevo esos mareos que la llevaron a aferrarse a las sábanas con ambas manos.

Estaba claro que tenía órdenes directas de no hablar con ella, de no informarla sobre lo que pasaba. Por lo que sacando fuerzas de donde no tenía, volvió a ponerse en pie, dedicando una mirada de aviso a quien ya había golpeado para que no se cruzara de nuevo en su camino. Necesitaba respuestas y las encontraría en donde fuera. Para cuando hubo alcanzado la puerta de la habitación, la sirvienta había salido corriendo por la contigua, supuso que para avisar de su estado. La mirada de la condesa se detuvo ante el espejo que tenía delante y no pudo reprimir un jadeo. Su aspecto distaba mucho de ser el de siempre, ¿cuánto llevaba enferma...? las ojeras se marcaban prominentes bajo sus ojos, el tono de su piel era casi como el de su marido y la debilidad que sentía hacía que su cuerpo entero temblara tan solo por tenerse en pie. Estaba condenada.

Fue el recuerdo de su hijo, la necesidad de saber cómo estaba lo que la hizo despegar la vista del espejo. Ya en el pasillo, buscó con la mirada el rastro de alguien que le indicara de una maldita vez dónde y cómo estaba. No quería ir a su habitación, no sin la certeza de que todo iba bien, sin saber si lo que ella padecía era contagioso. Pero no había presencia alguna en el pasillo, estaba desierto, por lo que se dirigió al último lugar donde recordaba haber estado, la biblioteca. Con paso lento, y ayudándose de las paredes para avanzar, llegó a la sala también vacía. Se estaba quedando sin fuerzas, la respiración parecía más un jadeo que otra cosa y el sudor comenzaba a perlar su frente. Fue la visión del jardín lo que le preocupó aún más. No había visto semejante escena nunca, las esculturas rotas, los pedazos de mármol y piedra esparcidos por el suelo y James impasible entre todo ello. Abrió las puertas de la terraza y se asomó al balcón, la criada como era lógico había conseguido llegar antes hasta él pero fue Rania quien reclamó su atención. - James, ¿dónde está? - estaba agotada, apenas le salía voz pero él siempre la escuchaba, siempre la encontraba, bendición y maldición iban de la mano con su marido. Por la cara de terror de James supo que no solo ella se había dado miedo en el espejo, él también veía la muerte acechando en su rostro. No tardó ni medio minuto en aparecer a su lado y cogerla en brazos, nada de lo ocurrido en Escocia tenía importancia ni sentido ya. Era el único a quien quería tener cerca, a él y a su hijo. El único que la respetaba lo suficiente como para decirla qué estaba pasando.

Ambos habían actuado mal pero no estaba dispuesta a morir sin perdonar y sin conseguir su perdón. Hablarían de lo sucedido, de sus miedos y su precipitada fuga, así como del encarcelamiento que ella estaba sufriendo desde su llegada a París. Había tiempo, aún les quedaba algo de tiempo, así lo sentía. De vuelta en la cama, aguantó las ganas de cerrar los ojos y volver a dormir, soportó la mirada cargada de dolor y sufrimiento de James y esperó a que comenzara a hablar. Suspiró tranquila en cuanto supo de la buena salud de Abel e incluso llegó a sonreír con los ojos llorosos por la tensión. - ¿Y a mí qué me pasa? - no estaba segura de ver a James con la predisposición y la capacidad de explicarle cual era la enfermedad que acercaba la muerte a su cama, de hecho nunca creía haberle visto tan callado y abatido. Esa explicación podía esperar porque realmente qué más daba saber el nombre de su aflicción, decirlo en voz alta no la libraría de ello.


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Mensaje por James Ruthven Dom Nov 29, 2015 4:27 am

Se había dejado caer derrotado sobre un banco de piedra y sumido en pensamientos descorazonadores. Pensó en la fragilidad de los humanos, las enfermedades que los asolaban siendo una lotería incansable donde la muerte era la ganadora, y su dedo acusador el único que decidía si debía vivir o morir. Pero James cayó en la cuenta de que, a pesar de despreciarla, el era un heraldo de la muerte. Necesitaba causar la muerte de otros para poder vivir, necesitaba absorber el hilo de vida, preferiblemente sanas, vírgenes y cuánto más jóvenes mejor. Pero así era él y no podía evitarlo a no ser que se quitara la vida, cosa que no iba a pasar, pues James. Se enamoró aún más de la vida y su fragilidad siendo un vampiro y no siendo humano.

El conde empezó a pensar en su condición y cual era su papel en el mundo y poderlo evitar pensó en Milenka. Ella atesoraba cada minuto y disfrutaba sin importarle las consecuencias, ella estaba cómoda con su poder, pero el radicalismo de sus ideas le lleva a pensar que está por encima de todas las criaturas de la tierra. Sin temor a ser destruída y sin temor a ser condenada por una jauría de lobos voraces por ejemplo. James comprendía el equilibrio, por eso su naturaleza siempre estaba oculta. Pero además de enamorarse de la vida humana, se enamoró de Rania. Por primera vez en su vida, su corazón que estaba muerto parecía sentir algo tan metafórico como platónico. Aquella mujer había conseguido despejarle de la crueldad y la sangre, conseguía sacar lo mejor de él a pesar de que su orgullo y su personalidad dominante fuera más una carga para Rania en muchas ocasiones que una bendición. Pero las cosas se volvieron negras, en primer lugar porque James mantenía un vínculo con su Sire, Milenka, la cual no sólo sacaba lo peor de él, sino que devolvía al demonio su trabajo de segador de almas y voluntades. Comprendió el problema en un abrir y cerrar de ojos. El había ocultado su naturaleza, ella a pesar de que la conocía tuvo miedo y huyó para protegerse y para proteger al niño y finalmente cayó enferma. Cerró los ojos por el dolor al recordar la vacía habitación y el perfume de Rania diluyéndose en la estancia. Apretó la mandíbula siendo consciente de lo que le costaba perdonar y sin saber si alguna vez podría dejar de guardarle rencor. James se levantó del bando dispuesto a volver al castillo, cuando desde el balcón, la voz tenue y débil de Rania habló. Como si fuera un fantasma morador del castillo, tan lúgubre y gótica fue la escena que por la espalda del vampiro circuló un escalofrío arrollador que le hizo perder el equilibrio un momento. En otra ocasión podría ser hasta romántico, al estilo Shakespeariano y James subiría por el balcón a por ella. Sin embargo el panoraba asolador se cernía sobre ellos con un manto desolador y oscuro, la dama negra con su reloj hace presencia.

Como un relámpago o una sombra moradora, James utilizó su habilidad para situarse junto a ella, con una rapidez sobrehumana. Notaba los pómulos marcados en su rostro, los huesos de la clavícula y su estado casi de descomposición. Era un cuadro, si antes a James le parecía frágil y menuda, ahora Rania estaba cerca del viento del este. La llevó con suavidad hasta la cama y la depositó en ella recostada para que se relajara. Después de responder por Abel pues como buena madre que era, era también lo que más le importaba en el mundo. James procedió a explicarle su situación- Según el médico, tienes una enfermedad llamada Tuberculosis. Es un problema que puede ir colapsando tus pulmones de sangre hasta causarte la muerte-se cruzó de brazos, con una actitud más defensiva que otra y la miró a los ojos- No tiene cura-dijo la última frase lapidaria y al ser consciente de la gravedad de la situación James derrotado, como había estado antes, se dejó caer en el sillón junto a la cama y hundió el rostro en las manos. Jamás su cerebro fue tan rápido buscando soluciones, los manuales de medicina que había leído y otros estudios en lo respectivo, todo con el fin de encontrar una solución a su muerte. Su raciocinio tardó en repasar todo lo que había leído y de repente recordó algo tan simple como lógico, para un vampiro y sin saber como la voz de Milenka resonó en su cabeza cuando pensó en : La sangre es vida. Elevó la cabeza con los ojos abiertos como platos, sabiendo que esa solución sería plausible- ¡Cómo no se me había ocurrido antes!-dijo poniéndose de pie en el instante y acercándose hasta el lecho donde reposaba su moribunda mujer- Tengo lo necesario para salvarte. Pero necesito tu consentimiento, pues las consecuencias pueden ser tu pérdida de voluntad momentánea. O tu completa desdicha- dijo mirándole a los ojos- Existe la posibilidad de que te de beber de mi sangre, en pequeñas dosis puede alargar tu vida y por supuesto eliminar las enfermedades de tu cuerpo. Pero al hacerlo, tendremos que hacerlo en pequeñas dosis a lo largo de varios días. Eso es un método antinatural, pero es la única solución que queda para que mantengas tu mortalidad- hizo una pausa y miró por la ventana- o también podría convertirte. Pero ni tu quieres y yo estaría quebrantando una de las leyes de mi casta y de mi familia vampírica- refiriéndose claramente a Los cuatro hijos de Adán. James cogió una pequeña copa, hincó los dientes en su muñeca y dejó que un pequeño hijo de sangre se vertiera dentro ofreciéndose a Rania- Tu decides.


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Mensaje por Rania de Valois1 Lun Dic 07, 2015 8:44 am

No se resistió a ser acogida en los brazos ajenos, ni podía ni quería. En su estado ya poca cabida quedaba para el orgullo, estar en contacto con James le hacía más bien que mal y el breve trayecto hasta la habitación disfruto de él y su olor. De nuevo recostada en la cama atendió a sus palabras sin llegar a sorprenderse de la cercanía de su propio final. Conocía la enfermedad, sabía lo letal que era y por tanto sólo quedaba aceptar el destino que la esperaba y tratar de vivir lo máximo posible, aunque en su estado eso podía ser tan solo unos días. La fachada fría y distante de su marido no podía engañarla, era consciente del dolor que esa situación provocaba en él. James desde el principio había sido consciente de lo efímera que sería la vida de casado junto a Rania; pero ninguno de los podía haber previsto ese final tan prematuro. Ahora tendría que hacerse cargo de un bebé, que muy probablemente repudiaría por haberla perdido a ella y tendría que soportar el dolor de perder lo único que había llegado a amar en su vida. Rania no temía por ella, por duro que fuera podía aceptar lo que estaba pasando pero James no estaba preparado para ello. Demasiados años sin temer a la muerte y ahora podía darle la mano pues yacía ante él. Quiso tender la mano hacia él pero lo mismo hubiera dado visto que no levantaba la cabeza de entre sus manos, perdido en sus pensamientos. Estaba comenzando a quedarse dormida cuando la voz de James llenó la habitación por completo haciendo que Rania se sobresaltase levemente. Los ojos se clavaron en los del vampiro y su corazón galopó al ver el nerviosismo que este mostraba junto a ella en la cama, hacía tiempo que no compartían lecho; podría parecer un detalle carente de importancia dada su situación pero incluso enferma no dejaba de ser una mujer, no dejaba de estar enamorada y James siempre sería su debilidad. Dejó de estar tumbada para pasar a sentarse contra los almohadones que llenaban el cabecero de la cama. El vampiro parecía fuera de sí, como si rogase que esta accediera a lo que fuera que se le había ocurrido para atajar su enfermedad.

 

Rania abrió los ojos sin poder creerse lo que estaba sugiriendo. El riesgo de que muriera con sangre de James en el organismo era muy elevada y en ese caso acabaría siendo como él. Pasaría la inmortalidad dependiendo de la vida de los demás para sobrevivir, no lo soportaría; estaba segura de ello. Pero esa era la mejor opción que tenía y ambos eran conscientes de ello. Se mantuvo en silencio mirando la copa que este le había servido. -Lo haré sólo con una condición- aclaró su voz rasposa tomó la copa a la vez que buscaba la mirada de su esposo, -si muero con tu sangre en el organismo se lo que me pasará y si eso llega a ocurrir… prométeme que me matarás.- Era una petición dura para ambos, y Rania -aunque James aceptara- no podría estar segura de su palabra. Para él la idea de la inmortalidad siempre había estado presente y si llegaba el caso en que su mujer se transformara en un vampiro, nadie podría frenarle ante el intento de prolongar su no-vida. -No podría vivir con la carga de asesinar gente por mi propio beneficio, acabaría suicidándome y no quiero llegar a eso.- No dejaba de ser una persona creyente en ciertos aspectos y al igual que había esperado a casarse para entregarse pura, el suicidio nunca había sido una opción. Pero si este la obligaba, acabaría por hacerlo.

 

Acercó la copa a la nariz notando el olor a hierro, aquello era del todo desagradable pero debía hacerlo. La mirada del vampiro, aún en silencio, estaba clavada en ella esperando a que siguiera adelante con esa idea. Acabó por llevarse el vidrio a los labios y tragar un sorbo de aquel líquido que le dio arcadas. La sensación de beber sangre ya era de por sí repugnante pero si a eso le añadías la sensación de quemazón que invadió su garganta se hacía insoportable. Pareciera que ardiese por dentro, como si en vez de ayudarla a vivir estuviera matándola. Retiró la copa a un lado y limpió los restos de sangre de sus labios con uno de los pañuelos que tenía en la mesilla de noche. No iba a protestar ante él, sería una falta de consideración por su parte y una protesta a la única ayuda real que estaba teniendo; pero cada vez que este acudiese a darle más sangre sufriría. Era tan antinatural que se sentía mal consigo misma por estar haciéndolo, estaba dando la espalda a la decisión de su dios de que su vida cesara por mero egoísmo de seguir adelante con su familia. -¿Esto me hará depender de ti, verdad?- Esa era otra de las partes que no le gustaba del plan. Había personas que se acostumbraban a tomar sangre de vampiro, ya lo habían hablado más veces, eso alargaba sus vidas; pero les hacía dependientes de la voluntad del ser que les alimentaba. La sangre acababa rigiendo sus vidas, Rania estaba salvando su vida usando la peor droga de todas. Y eso le daba un poder total a James sobre su voluntad. La sensación en su interior era abrumadora. Si hubiera bebido una copa de fuego no podría quemarla más que la sangre de su esposo. Las lágrimas luchaban por salir cargando sus ojos por el esfuerzo que esta estaba haciendo por lo derramarlas. -Me quema…- fue lo único que salió de sus labios en protesta a aquella tortura que él habría debido experimentar cuando fue convertido.

 

Debido a ese dolor, a esa sensación de perder el control de su propio cuerpo, más aún que ante la mera idea de morir tuvo la necesidad de despedirse. -Si esto no sale bien, James escúchame- reclamó la atención ante la mueca de desagrado del vampiro ante sus palabras, -tienes que saber que huir fue un error, del que me arrepiento, pero estaba aterrada y la vida de Abel pesó más que el amor que siento por ti. No he dejado nunca de quererte y alejarme de ti fue lo más difícil que he tenido que hacer en mi vida.- Soltó ahora la mano que había conseguido sujetar de su marido, liberándole de permanecer por más tiempo a su lado. Bastante había hecho ofreciéndola una opción para vivir teniendo en cuenta la personalidad de James y lo que le iba a costar perdonar su fuga aunque él se hubiera equivocado también.


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Mensaje por James Ruthven Vie Dic 11, 2015 6:35 am

La idea había sembrado en la mente de Rania la incertidumbre y James lo sabía desde que aquella idea se le pasó por la cabeza. Debería explicarle la situación pero antes de hacerlo Rania había hecho sus conjeturas y decidió aceptar sólo con una condición. Le pidió a James, al hombre que yacía a su lado, mirándole a los ojos y el cual le había ofrecido su propia sangre como la elixir de resurrección- No vas a morir- cortó James el esfuerzo de la mujer moribunda en la cama- No vas a morir porque la enfermedad no está tan avanzada como para que mueras, aun puedo escuchar tus latidos, aunque débiles, intentar luchar contra ello. Pero si esa es tu condición para que bebas, la acepto y te doy mi palabra de que si llegas a ser inmortal, te mataré- cuando acabó de decir la ira irracional de James se apoderó de su mente, le había ofendido cada palabra que había salido de su boca, pero con la compostura solemne que siempre parecía tener, James añadió algo más después de esa respuesta- No vuelvas a pedirme nada- sentenció. Quizás podía parecer cruel y frío en aquella circunstancia, pero Rania lo había pedido de forma egoísta, había pedido al que era su marido, al hombre que se enamoró de ella, que con sus propias manos la matara. Si bien como demonio voraz podía haberlo hecho sin ton ni son, pero que ella se lo pidiera. No. Que ella lo prefiera a compartir su inmortalidad con él, era un grado de desprecio por su vida, por su alma, que el orgullo vampírico de James no supo asimilar.

El olor férreo en la copa y el vino se entremezclaban, había decidido ofrecérselo así con la intención de camuflar el sabor de la sangre. Era lógico pues la ingesta de sangre entre los mortales no era común y mucho menos la ingesta de sangre vampírica. Cuando lo hizo James tomó la copa y la retiró a un lado viendo como Rania hacía todos los esfuerzos posibles por asimilarla- Dependerás de mí. Pero es una adicción. Tu ciclo menstrual se parará, tus sentidos aumentarán y por supuesto la enfermedad mitigará. Serás vulnerable ante mí-hizo una pausa de efecto y prosiguió-Tu cuerpo y tu mente será sugestionable por mis deseos y apetencias. Esto es una relación de dependencia, entre yo que soy quien te va a suministrar esa sangre- elevó una ceja y la miró de arriba abajo-Sólo yo puedo hacerlo. No estaremos mucho, lo justo y necesario para eliminar cualquier enfermedad. Tampoco te afectará el paso del tiempo en ese momento. Te doy mi palabra de que pararé y no te utilizaré en mi propio beneficio y que sólo durará hasta que tu enfermedad haya desaparecido- dijo llevándose la mano libre sobre su pecho dando sensación de solemnidad. Es cierto que James podría ser un tirano, cruel y desprovisco de moral o decencia. Pero nunca había faltado a su palabra como caballero, ni como noble. El honor era algo distintivo de la nobleza y James siempre había hecho alarde de ello. Esperó de verdad que su palabra y explicación fueran suficientes para Rania. Cuando empezó a experimentar el ardor.

Había dos cosas que un vampiro no olvidaba por muchos años y siglos que pasaran. En primer lugar su resurrección como inmortal, la ingesta y el dolor de que su cuerpo se muriera para transformarse en un recipiente nocturno que debía alimentarse de la vitalidad de otros. Y otro recuerdo es cuando la sed es cada vez más insaciable. Hasta el punto en que, con los años debes buscar otra forma de saciar las apetencias. Por eso James era tan sádico, no porque necesitaba tener todo bajo control, sino porque la sangre llevada a ese punto de dolor o de excitación era la única ambrosía que le saciaba por completo- Lo sé. Es un recuerdo que todos los inmortales tenemos grabado en nuestra memoria- respondió a Rania al quejarse por lo que quemaba- Tu cuerpo está asimilándolo, empezarás a notar mejoría instantáneamente- le informó y cuando Rania sintió que su cuerpo se abandonaba a aquella nueva sensación, su boca se abrió para pedirle algo más a James. Algo que en su interior le encolerizó mucho más que antes, no porque le enfadara, sino porque le ofendía que la muerte se atreviera a acercarse a su familia. La muerte, que no era más que una sombra fría, se había apoderado del corazón de Rania, un corazón que antes le pertenecía a él. Pero de nuevo las palabras de Rania salieron como un bálsamo que reclamó el perdón y el afecto de James. Le dijo que había sido lo más duro y el error que había cometido en su vida, que tenía miedo. Todo lo que James ya sabía pero aquella nueva situación entre ambos quizás le valiera a Rania para darse cuenta de lo que James pasaba. Cuando se deshizo del contacto, el demonio de irguió triunfante frente a la sombra de la muerte, aquel frío desgarrador se iba alejando de la casa y miró a Rania – Acepto tus disculpas. Por la situación, Rania. Me has hecho daño, me destrozaste el corazón. Te lo había dado todo, había cambiado contigo y con Abel- apretó la mandíbula, su gesto era volcánico- Pero quizás ahora, sepas lo que es. Ahora sabrás lo que es la sed insaciable y la dependencia por algo como la sangre. Mi sangre. Podrás comprender a que me enfrento cada día y cada noche. Sabrás que lo que te pasará a ti, me pasa a mí con mi creadora- le explicó- Ahora sabrás lo complejo que es ser inmortal en un mundo vivo. Cómo tus sentidos se disparan y eres capaz de sentir hasta las motas de polvo caer sobre la madera. El tránsito de mi sangre, el olor insaciable y por supuesto la sed al probar mi sangre de nuevo- dijo apretando los puños- Quizás tu recuperación sea buena, para comprender lo que pasa tu marido. Para saber cuáles son los límites entre lo que puedo elegir y lo que no- la dio la espalda ahora y se acercó al escritorio apoyando las manos en él agachando la cabeza- Bienvenida a mi mundo- dijo con un susurró al notar que el corazón de Rania se iba ralentizando, dando unas pulsaciones calmadas al asimilar su sangre.

James se sentía como Dios en la biblia, cuando se acercó a Lázaro y le dio el poder necesario para andar. ¿Qué eran los vampiros sino dioses? Eran los únicos que habían resucitado y andaban entre los vivos, siendo jueces y verdugos, creados a imagen y semejanza de los humanos y de Dios. Suspiró al acercarse a Rania y ver en sus mejillas aquel tono rosado que la caracterizaba. James llamó a las sirvientas, al equipo de cama de Rania- Que la aseen, que la vistan y la peinen- mandó- Y preparar la cena para esta noche- se quedó en el umbral de la puerta antes de que la desvistieran- Ella podrá elegir lo que quiere y lo que no gusta- informó a las doncellas de que Rania se estaba recuperando, poco a poco, pero ya empezaba a notar el apetito y debía ganar las libras que había perdido en su cuerpo. Antes de salir por aquella puerta dedicó una mirada de reojo a Rania a la que hizo una reverencia con la cabeza en señal de disculpa y aceptación.

Las cosas habían cambiado, Rania le sacaba de sus casillas en muchas ocasiones pero desde luego ella saldría de esta. Su sangre era el antídoto que necesitaba su cuerpo y lo había asimilado a las mil maravillas. La tez blanquecina de su piel empezaba a tornarse más rosada, con vitalidad y calor. James lo notaba todo en su cuerpo. Y más en su mujer que en ninguna otra. Le había salvado la vida a la mujer que huyó con su hijo dejándole solo. Se sintió algo descorazonado y perdido, así que sus pasos le llevaron a la sala principal donde se sirvió un Whisky Escocés. Necesitaba ordenar sus pensamientos. Tenía la responsabilidad de su familia encima, además de la voluntad y la vida de Rania en una mano. Las cosas habían dado tantos giros que no sabía cómo solventar aquellas dificultades. Pero así era la vida de un padre de familia. Debía preocuparse por su familia, desde el primer momento en el que se casó con Rania, juró que la protegería de todo, y todo incluía que la protegería incluso de él mismo.


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Mensaje por Rania de Valois1 Vie Dic 11, 2015 12:19 pm

Las palabras del vampiro hicieron que la joven se tuviera que concentrar en comprender el significado que tenía para él entregarla su propia sangre, sería un vínculo más entre ambos; una muestra de amor aunque de una forma peculiar por parte de este. James aún no estaba en condiciones de hablar sobre lo ocurrido, al menos no de disculparse por sus culpas, pero esos gestos eran los que hablaban en su nombre. Si de verdad quisiera causar dolor a su esposa o bien la dejaría morir, o bien usaría el control que la sangre le otorgaba para humillarla; y ninguna de las dos había sido la opción escogida por este. Es decir, que tomando la sangre de James llegaría a sanar y se mantendría en una especie de limbo en el que el tiempo no pasaría por ella -al menos de la misma manera- y como contrapartida estaría más vulnerable que nunca a los deseos de su esposo. Solo pudo asentir ante tanta información. Se había negado en repetidas ocasiones a ese ofrecimiento y el destino, caprichoso como era, había llegado a enrevesarse de manera que se viera obligada a hacerlo. La sensación de vació llenó por completo el aun débil cuerpo de Rania. Incluso en momentos como aquel el vampiro lograba mantenerse frío y distante, debería acostumbrarse a esa sensación de desnudez constante ante él. Por mucho que le conociera nunca dejaría que viera en su interior como él era capaz de hacer con ella. Su respuesta llegó a ser hiriente para ella, a pesar de lo mal que lo había pasado, del miedo que había sentido para salir corriendo de Escocia, a pesar del trato vejatorio que había recibido por parte de James siendo encerrada en París… a pesar de todo había sacado fuerzas para disculparse por el dolor que le había generado a él, y sin embargo este seguía siendo una fortaleza a la que era imposible acceder. Los ojos de Rania cayeron evitando la mirada ajena para que no viera la decepción en estos. -No la nombres en esta casa- dijo posiblemente en el tono más frío que había usado en toda su vida. La mera existencia de aquella mujer era como un insulto para Rania. No soportaba cómo hablaba su marido de ella, la cantidad de veces que la mencionaba y la relación que parecían tener. El sentimiento de engaño por su parte era constante y tener que escucharlo era más de lo que podía aguantar para permanecer allí por muy enferma que estuviese. Con ese tema había llegado al límite, más aun sabiendo que mientras la había dejado encerrada los encuentros entre ambos no habían sido pocos precisamente. Muy ciega tenía que estar para no saber lo que pasaba entre ellos cada vez que estaban juntos. Algo que ella jamás podría darle a James, una relación sin límites. Jugaba en desventaja frente a su creadora y él además parecía no ponerla barreras.

Las fuerzas, lentamente, regresaban a su cuerpo. Era portentoso el poder que la sangre tenía. Lo que no habían podido hacer los medicamentos ni las sangrías lo había conseguido James en escasos cinco minutos. Casi podía apreciar la temperatura de su cuerpo regularse de nuevo, aun estando débil, las ganas de moverse aumentaban, así como el poder de hacerlo. Dejó que dos de sus sirvientas le ayudaran a salir de la cama y caminar hasta el baño aunque estaba casi convencida de que hubiera podido hacerlo ella sola. Desde allí miró a James en el marco de la puerta. Sus órdenes eran claras, esa noche tendría que cenar en el gran salón con él. En el salón donde antaño fueran felices y compartieran besos, bailes y promesas… Qué poco tiempo había pasado y sin embargo se le antojaba una eternidad… Las jóvenes ayudantes de cámara se preocuparon de ayudar a la condesa a asearse debidamente. Por primera vez desde que enfermó se sintió limpia al salir de la ducha. No había, de momento, rastro de la tos cargada de sangre que se había convertido en fiel acompañante de Rania; ni de los sudores fríos que siempre la obligaban a tumbarse en la cama cuando caía rendida de cansancio y agobio. Las capas de ropa fueron depositadas una a una sobre su cuerpo. Los vestidos que antes le quedaban perfectos ahora tenían tela sobrante por los kilos que había perdido en ese tiempo. Aun así la visión de sí misma en el espejo del tocador no era tan demacrada como lo podía haber sido una sola hora antes. Los retoques que las chicas hicieron tanto en su pelo como en el rostro, y el adorno que suponían algunas de las joyas que James le había regalado robaron una ligera sonrisa de los labios de las dos sirvientas, que sinceramente se alegraban de poder verla así de recuperada. Rania no era como el señor del castillo, él se hacía respetar y temer mientras que ella era más dulce y generosa con toda la servidumbre.

Una vez estuvo lista y le informaron que la cena no tardaría en servirse comenzó el descenso a la planta baja de la casa. Tiempo había pasado desde la última vez que pudo pasear por los pasillos, desde que pudo cenar en el gran comedor o leer un libro en el salón. Suspiró antes de asentir para que abrieran para ella las puertas del comedor. James estaba ya sentado presidiendo la larga mesa de madera maciza. Los candelabros sobre esta, así como en las paredes alumbraban la estancia por completo. Podía notar su corazón latiendo más rápido de lo normal sin poder evitarlo y para entonces James ya sería consciente de los nervios que sentía por esa situación. Seguramente él estaría parecido a ella, pero tenía la capacidad de que ninguno de sus sentimientos se viera reflejado en sus expresiones, por lo que simplemente caminó hasta él y tomó asiento a su derecha. -Buenas noches- frotó las manos contra la tela del vestido esperando que el momento incómodo cesara en algún momento. Ella había abierto su corazón, y a pesar de saber que el orgullo de su marido era demasiado potente como para hacer lo mismo, no podía hablar más sobre lo ocurrido. Los encargados de servirles la cena no tardaron en entran con las bandejas de plata, cosa que agradeció. Extrañamente el plato de James fue servido al igual que el suyo, no recordaba que eso pasase en el pasado a no ser que salieran a cenar a algún restaurante del centro de la ciudad. El apetito había aumentado considerablemente y todo lo que tenía ante ella era más que apetecible para la condesa. La sopa primero, la verdura con carne después, el sabor del vino… todo le parecía especialmente sabroso. Ya no estaba segura de si era por lo poco que había comido esos días o por el despertar de sus sentidos tal y como había dicho James. A pesar del aviso de precaución de este por el poder que tendría la ingesta de su sangre, Rania no pensaba en ella, no le apetecía tomar más aunque igual era por haberla tomado solo una vez… Demasiadas incógnitas.

La imagen de Abel llenó su mente. El pequeño había tenido que pasar los días al cuidado de la nodriza bajo la única supervisión de James, de un James enfadado con el mundo. ¿Sería posible verle ahora que había mejorado? Aún si no corría peligro con ella cabía la posibilidad de que James no consintiera en que Rania fuera a la habitación del bebé. Si fuera otra petición se hubiera abstenido de realizarla pero cuando se trataba de su hijo… Rania había demostrado ser capaz de enfrentarse al mundo por lo que, -¿cómo está Abel?¿cuándo podré verle?- de nuevo la mirada gélida de James se posó en la más cálida de ella. Rezaba mentalmente por que tuviera piedad, que entendiera lo que ese niño era para su esposa. Había renunciado a James por creer que era lo que salvaría al pequeño, había renunciado a verle cuando era lo que más deseaba porque no hubiera riesgo de contagiarle la enfermedad. Y renunciaría, si llegara el momento, a su propia vida eterna -entre otras cosas- por el miedo de dañarle al no poder contener esos impulsos de los que James hablaba. Se fijó en que había estado cenando con vino, ¿cuándo había tomado ella alcohol durante la cena? Dejó la copa algo contrariada. Es como si su cuerpo de formas que no entendía, marcara el ritmo y las normas de sus actuaciones. -Quiero música…-, quizás no había un motivo para ello pero le apetecía escuchar música, necesitaba oír algo que no fueran las voces de la gente que habitaba en aquel lugar. Quería cerrar los ojos y ser capaz de sentir. Las órdenes de cualquiera de los dos miembros del matrimonio se cumplían en el instante en que estos solicitaban algo por lo que uno de los sirvientes voló para conseguir la asistencia de algún músico de la ciudad.

Con la elegancia que la caracterizaba, e incluso haciendo un leve esfuerzo por caminar como antaño, Rania puso el salón como destino de sus pasos. James la acompañaba sin tener que ofrecerle ir con ella por lo que la conversación era exigua. Los sirvientes no sabían realmente en qué punto se encontraba la relación después de todos los vaivenes que había sufrido por lo que el silencio reinaba en cada una de las habitaciones. No llegaron en tardar los jóvenes músicos, colocándose en el medio del salón. Rania escogió una de las ventanas para apoyarse después de haber pedido que la abrieran para ella. James, por el contrario, tomó asiento en el sillón individual donde acostumbraba a tomar su whisky. La música comenzó a llenar la estancia como un bálsamo para el corazón resquebrajado de Rania que tuvo que cerrar los ojos para evitar que esto se viera reflejado en las lágrimas que luchaban silenciosas por rodar por sus mejillas.


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Mensaje por James Ruthven Sáb Dic 12, 2015 4:06 pm

Sentado en la mesa con gesto solemne y más propio de un retrato que de una cena conyugal, James presidía la mesa, con los antebrazos apoyados en el borde de la mesa. Vestía tonos sobrios y oscuros, al contrario que la camisa, la cual procuraba llevar siempre blanca, a juego del pañuelo envuelto por el cuello que caía sobre su pecho, como si se tratara de una corbata. Era también oscuro el pañuelo y al contrario que otras ocasiones, las doncellas y los lacayos habían sacado a relucir la cubertería cubierta de oro y la porcelana sobra y limpia, con unos motivos adorando los bordes. Las copas disponían de agua y vino, que tenía la luz de las velas dando la sensación de sangre. Sin duda la estancia se predisponía a una cena entre ambos, como si aquella noche, después de lo sucedido, ambos hubieran decidido sacar la bandera blanca en señal de tregua o rendición. Cuando se abrieron las puertas James, aún con los ojos cerrados sintió el perfume y el olor corporal de Rania al entrar en la estancia, así como el aroma del lacayo al abrir y cerrar las puertas. Inhaló su aroma, el que otras muchas veces había conseguido doblegar al demonio como si fueran unas cadenas sobre su cuello. Llevó su índice al cuello e intentó aflojarse el pañuelo, pues notaba algo de claustrofobia, al ver que el perfume de Rania se difuminaba por toda la estancia, sin parangón. Cuando abrió los ojos pocos segundos después, respondió al saludo que le dio su mujer al tomar asiento a su lado. El festín se abría como un abanico de posibilidades degustativas para los dos, aunque primariamente para su mujer, la cual lo necesitaba y seguramente lo disfrutaría mucho más que él. Notó el latido acelerado de Rania, la miraba de reojo y sentía cada respiración y no podía evitar acordarse de la sensación que tuvo la primera vez que cenó con ella. Sabía que ella estaba nerviosa, lo notaba y estaba claro que él no lo estaba por la cena, sino porque hacía tiempo que no compartía una habitación por tanto tiempo con su mujer como se estaba dando el caso.

Cuando el silencio se rompió por la pregunta de Abel, James se detuvo lentamente y por primera vez clavó su mirada en la de ella- Está bien, ahora está durmiendo. Le gusta la música clásica para dormir y el segundo lacayo- refiriéndose al más joven de todos-  juega con unas marionetas de tela para que se entretenga cuando se echa a llorar- informó para que se quedara tranquila. Quizás no estuviera con él todo el tiempo que acostumbraba a estar Rania, pero no era mal padre, ni era mal cabeza de familia. Tenía en cuenta las necesidades de su hijo, pero por aquel momento, James estaba pasando por un torbellino sentimental devastador para cualquier hombre del mundo. Su vida, desde hacía bastantes siglos consistía en disfrutar de los placeres de la vida, que antaño no pudo disfrutar por temor a la muerte, a las habladurías o a no controlar la situación. Pero desde que llegó a París, todo en su vida había cambiado. Uno de los cambios más importantes de su vida, fue el conocer a Rania. No es que no conociera a otras mujeres, de hecho estaba versado en lo referente a las artes venusianas, pero Rania tenía algo que ninguna otra tenía. Ella era la que sacaba lo mejor de James. Y después de pensar y darle vueltas a todas las incógnitas que se le aparecían por la cabeza, llegó a la conclusión de que el demonio es cierto que había decido a su deseo de tener a esa mujer, pero lo hizo conociendo las consecuencias de hacerlo. Dejando de lado aquella naturaleza devoradora de vitalidad, decidió conocer a Rania, entregarse como su marido y propinarla una familia y un heredero para su linaje- Podrás verlo dentro de poco, cuando considere que no eres un peligro para él. Lo primero es tu recuperación- dijo sin darle pie a una posible negociación- Se que quieres verlo y tenerlo junto a ti. En cuando puedas, mandaré la cuna junto a tu cama, para que veles por él. Pero cuando estés plena de salud o fuera de riego de contagio. Y ahora. Come- casi le ordenó intentando dar por zanjado el tema de Abel y dejando paso al tema de la animación de la velada.

La idea de Rania de poner música al ambiente no era mala, era un capricho fácil de complacer y los criados contentos de que la señora de la casa tuviera apetencias y vitalidad para la música, no tardaron en ir a buscar a dos músicos para alegrar el silencio de aquella noche entre el matrimonio. Además la música era rejuvenecedora para James, podía pasarse una noche entera escuchando a un buen músico tocar, una ópera o un ballet. Apreciaba el arte, como buen aristocrático y erudito, así que aplaudió mentalmente la petición de su mujer y cuando iniciaron el trayecto hasta el salón, el la siguió con pasos lentos, más pendiente de ver el esfuerzo que hacía por recuperarse. Era una mujer fuerte, de eso no había duda. Pero era aún mucho más sacrificada. Se sentó en el sillón con el vaso de Whisky que acostumbraba, siempre. Si no bebía sangre, era un buen vino. Si no era vino era un buen Whisky, esa era la pirámide nutricional del vampiro, que hacía apología de un ritmo de vida vampirismo y casi tétrico para ojos de cualquier mortal. Cuando la música empezó a tocar el violín empezó a vibrar en la estancia, junto a un violonchelo grave y dócil. Se compenetraban con el vaivén de los arcos de sus músicos, afinando y disfrutando de tocarlo de igual manera que James y Rania en escucharlo. En el momento que la canción empezaba su crescendo, James se levantó del sillón, absorto por como aquellos jóvenes tocaban. Una ligereza a la que no dudó en escuchar, de frente. Brindando toda su atención y escuchando absolutamente todas las notas perfectas que inundaban la sala. Cuando volteó la mirada a su alrededor descubrió la angustia de Rania. Sus ojos podían mentirle, pero se notaba que su cuello, hacía un gran esfuerzo por intentar mantener las lágrimas. James lo entendía , por muy tirano que fuera, sabía que Rania había pasado por mucho, había soportado aún mucho más de lo que cualquier mujer o mortal pudiera y ahora estaba renunciando a su voluntad para poder mantener aquella familia unida. Cuando comprendió el sacrificio que había y estaba haciendo su mujer, se acercó hasta ella en silencio. Se quedó frente a ella, muy cerca, tanto que alargó la mano y con su pulgar cogió las gotas silenciosas que caían por su mejilla. Se llevó el dedo mojado por las lágrimas a sus labios y las devoró. Después sacó del bolsillo de su pecho un pañuelo blanco de seda que usó para limpiar el resto de ellas, sin separarse de ella. Sin dejar de mirarla y una vez que la miró a los ojos, llevó las manos de ella hasta su boca para besar el dorso en señal de disculpa y reconocimiento de todo su sacrificio. Cogió con su mano derecha la izquierda de Rania, estiró el brazo y dejó su izquierda en la cintura de su vestido entallado, y contando el compás de la música la llevó por el gran salón en silencio, dando vueltas con gran soltura. Aún notaba a su mujer débil, pero él podía sostenerla y guiarla a lo largo de toda la pieza, en silencio.

Sabía que ambos se merecían una noche como esa, después de todo lo que habían pasado, quizás esa no era una noche de muerte, sino de resurrección.


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Mensaje por Rania de Valois1 Dom Dic 13, 2015 11:08 am

No pudo evitar sentir calma y desasosiego a partes iguales por la respuesta de James sobre Abel. Por un lado le tranquilizaba saber que el bebé se encontraba en perfecto estado y que el vampiro velaba por su cuidado de la manera en que había demostrado en que lo hacía, sin embargo, su negativa a que esta le pudiera visitar esa misma noche le causó de nuevo dolor en el pecho a Rania. Dudaba que nada le hiciera más feliz de poder reencontrarse con Abel, sujetarle entre sus brazos y mecerle, jugar con él de nuevo… Pero comprendía la preocupación de su marido por la salud del pequeño y no hubo réplica alguna por su parte. Inclinó la cabeza en señal de agradecimiento por la explicación y dejó el tema apartado, al menos por el momento.

Ya en el salón la tensión que había entre el matrimonio fue desapareciendo muy poco a poco. James como siempre atento a ella y todo lo que le rodeaba, no tardó en apreciar el esfuerzo que estaba haciendo por contener las lágrimas en su presencia. En un primer momento Rania tuvo la intención de separarse de él, aún no estaba segura del todo en su presencia y lo que pretendiera hacer tan cerca de ella como estaba era todo un misterio para la joven. No obstante, la mano de James fue gentil y delicada, dejando a su esposa sin palabras, sus ojos hablaban por ella así como los gestos de él. Limpió una a una las lágrimas que caían por las mejillas cálidas de esta, era el gesto más cariñoso que había tenido para con ella en semanas, ya no sabía si incluso meses. Había perdido la cuenta del tiempo que llevaban soportando esa crisis que había estado a punto de asolar la familia Ruthven de Valois. El silencio era solo sepultado por las notas que los músicos arrancaban a sus instrumentos, casi parecía que si se tratara de su mera banda sonora, como si estuvieran recreando el tema perfecto para que por fin ambos enterraran el hacha de guerra y pudieran empezar, no de cero, pero sí de nuevo a construir los pilares de una relación en la que siempre habían creído los dos.

El contacto, nulo por demasiado tiempo hasta ese momento, recordó a Rania lo que sentía cada vez que estaba cerca de él. Todas las primeras sensaciones de la relación se volvieron a formar en su interior, aquello era como si estuvieran rememorando su noviazgo. La cercanía de ambos cuerpos hacía latir el corazón de Rania de una manera desacompasada, sabía que a James el baile no le suponía un placer en sí mismo y que lo evitaba si podía, por lo que aquella acción –como siempre en él- era más de lo que parecía. La mejilla de la fémina acabó reposando en el hombro del vampiro dejando que este marcase el ritmo a seguir por ambos, de todas maneras ya lo hacía cargando parte del peso de esta sin problemas. El olor de James se apegó a ella como si de un abrazo se tratase, no quería volver a separase de él, ambos habían pasado por un tormento. Habían cometido errores, grandes fallos de dos novatos en el mundo en el que se habían inmiscuido sin tener la menor idea. -Dímelo, necesito oirlo.-, era todo lo que necesitaba en ese momento para poder seguir adelante, para volver a entregarse a él como antaño. Seguía sintiendo que le fallaban las fuerzas ante él, no por su enfermedad, sino porque había recobrado ese sentimiento de vulnerabilidad que siempre había tenido ante él. Estaba volviendo a ser Rania, la que él había conocido y de la que se había enamorado. Y él regresaba poco a poco a esos momentos en que sí parecía tener un corazón palpitante en el pecho, pero no era suficiente para ella, no llegados a ese punto. Necesitaba las palabras de James, el bálsamo de escuchar que aún la amaba. Una declaración como ella había hecho horas antes en la habitación.

Buscó la mano de James o más bien el anillo de casados. El baile se detuvo aunque la música siguiera llenando el ambiente. Ambos habían mantenido los anillos durante todo ese periodo fatídico de su relación. Eso significaba más que todas las necias palabras y actos que se habían dedicado. Necesitaba tiempo a solas con él, necesitaba aire… -Salgamos de aquí, me gustaría volver a pasear por el jardín-, era cierto que había pasado mucho tiempo “encerrada” en el jardín por orden de James, pero en ese momento era lo que más anhelaba. Acompañada por él y sin cortar el contacto con su cuerpo ni un instante, ambos salieron a la parte trasera de la casa. Aquel conjunto de setos podados de manera que se formara un laberinto era lo más cercano a la libertad para una mujer que había pasado días encamada. Apoyada en James se agachó hasta conseguir descalzarse, sentir la yerba bajo sus pies era un sueño que no tardó en tornarse realidad. Las explicaciones de James sobre la ingesta de sangre parecían ser ciertas, nunca jamás había experimentado esa sensación. Notaba las gotas del rocío bajo sus pies, notaba las hojas del verde doblegarse bajo sus pisadas, la brisa no era solo aire contra su cara, traía con ella olores del bosque y la ciudad… El oído también se había afinado, no llegaba a comprender lo que decían los criados pero sí escuchaba sus voces en el salón así como la música que aún estaba siendo tocada allí. ¿cómo era posible que con una sola ingesta de esa sangre no solo mejorara su salud sino que mejoraran sus sentidos? Jamás se había sentido tan viva y despierta como en ese momento y James debía ser consciente de su desconcierto pues permanecía a un lado sin interrumpir esa especie de descubrimiento por parte de Rania. -Está todo amplificado…- murmuró mirándose las manos, incluso su piel parecía diferente. La visión que tenía de su alrededor era mejor que buena y eso que era ya noche cerrada. Su interior clamaba por más, quería más sangre. No era un deseo irrefrenable pero sí algo difícil de controlar. Había comenzado la sensación de dependencia que James le explicaba y no era en absoluto agradable. Tenía que dar paso al raciocinio y dejar de lado su deseo de sangre para evitar acudir a su marido -como si de una niña se tratase- en busca de dulces. -¿Cuánto durará esto?-, se llevó la mano a la garganta irritada. Lo que la hacía sanar era también una maldición y deseaba ponerle fin. Nadie podría adelantar lo que tardaría la sangre de James en curarla del todo, pero si esas ingestas se alargaban en el tiempo estaba segura de que se haría totalmente dependiente de él. Tenía fuerza de voluntad pero había quedado claro que cuando se trataba de su marido estaba en inferioridad de condiciones por lo que solo le quedaba esperar a que este tuviese tiento y fuera capaz de medir las dosis que le ofrecía… Sólo quedaba confiar en él.


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Mensaje por James Ruthven Mar Dic 15, 2015 9:51 am

Notó aquel peso de pluma que caracterizaba a Rania, su mujer se había pegado aún más a su cuerpo, tomándose la libertad de eliminar cualquier distancia entre ambos y sentir el contacto de aquel hombre que la guiaba por el salón bailando. No bailaban juntos desde el día de su boda, y después de iniciar el baile los dos fueron a pasear juntos por el jardín. Sintiéndose dichosos, bajo aquel sauce en el que sucumbieron del amor a la pasión. Si bien era normal en aquellos tiempos no seguir a rajatabla las indicaciones del protocolo religioso, James y Rania habían optado por aquel conservadurismo propio de la ceremonia, ambos esperaron a la noche de boda y justo después de ese paseo Rania se entregó a él. Aquel viaje a la memoria del pasado había derretido el corazón de James y cuando Rania le pidió que le dijera que lo sentía se sintió acorralado. Si no era suficiente lo que había hecho ya para demostrárselo, ahora exigía aún más reconocimiento de su boca. El demonio cruel e insensible, el destructor de la vida, tenía que ser consciente de lo que sentía y sinceramente, lo sabía. Pero su orgullo, vanidoso y aún dolido le impedía abrir la boca, dejando que la frase “Te amo” se quedaba obstruyendo su garganta. Era un esfuerzo para James y después de todo lo que había hecho, era mucho lo que Rania le pedía. Se quedó en silencio y dejó un beso suave, pausado en el contacto contra sus labios, esperando que aquello le valiera. Tenía que entender que sus heridas aún estaban crudas, sangrantes y aún le dolía. Necesitaba tiempo para sanar y aquello iba por el camino correcto, se había ocupado de salvarla la vida, se había ocupado de pasar tiempo a su lado y le había dado una segunda oportunidad a volver a empezar. Todo eso, todas las cosas que implicaban un gran esfuerzo para James era la mayor declaración de amor que podía darle a Rania- Mis hechos hablan por si solos Rania, cuando esté preparado para decírtelo. Lo haré- susurró con el mayor tacto posible deseando que no se rompiera el contacto entre ambos. Siguieron juntos hasta que la pieza acabó y los pasos de aquella mujer les llevaron hasta el exterior, el patio trasero de la finca.

James tenía una finca bastante amplia y bien cuidada, incluso parecía describir al conde de manera certera. Los jardines tenían un suelo de hierba verde y fresca con unos pocos centímetros. En el contraste de la hierba siempre oscura de noche, se vislumbraban las esculturas marmóreas y pequeñas fuentes de agua y flores. También al fondo del jardín, se veía el muro que cerraba la finca y quizás un poco lejos, cerca de donde comenzaría el bosque, del coto privado de caza de James, estaría un mausoleo con pórtico de mármol blanco poroso y una pequeña cúpula en lo alto.  Era majestuoso, no tanto como los jardines de Versalles, pues aquello era casi una maravilla para la vista, pero James tenía un buen jardín del que sentirse orgulloso. Había rosales, a los pies de las escaleras anchas que bajaban desde el pequeño castillo, de piedra cálida y caliza. Rosas rojas, por supuesto de la variedad de Violet Carson, las cuales eran extremadamente difíciles de mantener y de cuidar.

Aquel jardín tenía algo mágico, algo que a todo el mundo le transmitía calma. A menudo a James le gustaba pasar las noches fuera, sobre todo las noches de lluvia. Desde el jardín se veía la balconada del salón principal y en el piso superior los balcones de las habitaciones, presidiendo en el centro el balcón donde momentos antes había visto a Rania. Aquella mujer había pasado mucho tiempo caminando por los jardines, sobre todo cuando James decidió castigarla sin salir de casa, por su huida y abandono. Aquel recuerdo aún estaba reciente en la memoria del vampiro, que no sabía si alguna vez tendría suficiente corazón como para perdonar y olvidar.

Cuando Rania caminó por el jardín libremente y se separó de James, este la vio disfrutar de sus sentidos aumentados, descubrió que su mente a pesar de perder voluntad, se abría a dejar paso a una nueva experiencia. James se quedó admirando a Rania, pues esta no estaba rechazando aquellos dones, sino que con la curiosidad femenina que por inercia poseía, se dedicaba a obtener la información antinatural de su alrededor. Cuando descubrió que el lazo de dependencia por su sangre había empezado, James hizo una mueca con la boca- Es normal, que se amplifiquen, pero supongo que será en un pequeño porcentaje a los sentidos completos que poseemos los vampiros. Los olores del bosque, el olor dulce de la hierba…-susurró para que entendiera los olores- Todo tiene su olor y algunos cambian dependiendo del viento, la luz o de la lluvia o el agua- James se volvió para agacharse y coger una rosa que había tras ellos, al coger el tallo y mover la rosa, el olor se sacudió en la atmósfera de forma delicada, como el pétalo. La arrancó y se la entregó a Rania mientras preguntaba por cuánto duraría aquello- Nunca he tenido a una “Esclava de Sangre”, entre los vampiros ese es el tipo de relación que tenemos ahora, de dependencia por la sangre- supongo que con dos tomas o tres, para asegurarnos estés completamente sana. Después tendrás que descansar, mucho y recuperar tu complexión. - al ver como tomaba la rosa y acariciaba los pétalos y después se la acercaba a la nariz- También he pensado que podrías aprovechar estos dones, para dedicarte un poco a tu trabajo en la perfumería. Así puedes salir a la calle, pasear y recorrer las calles. Disfrutar y al mismo tiempo aprovechar tus sentidos, creo que sería una buena idea y mantendrías tu mente ocupada. No centrada en la recuperación ni en la necesidad de Sangre. Es lo más importante, mantenerse ocupado- su boca dibujó una sonrisa ladina al pasar a su lado, con lentitud y las manos metidas en los bolsillos de los pantalones- Por eso paso mucho tiempo en la biblioteca- confesó en un suspiro- Espero que tú puedas encontrar tu entretenimiento. ¿Cómo te encuentras?- preguntó pero refiriéndose al estado anímico y físico. Un estado completo por saber si realmente notaba mejoría.

Siguieron caminando y hablando- En alguna ocasión me he dedicado a la pintura, se me daba bien el dibujo, tengo buena memoria, pero quizás prefiero adquirir obras de arte e ir a la ópera. Que dibujar yo, lo cual es por puro altruismo y amor al arte, antes que por vocación. Cuando descubres a los buenos artistas, ya sea una bailarina, un cantante de ópera o un pintor, aprendes a ver la pasión y su visión del mundo, aprendes a disfrutar de ese arte, porque son capaces de transmitírtelo. ¿Alguna vez has ido a la ópera o al Ballet, Rania?- terminó su monólogo artístico y se quedó quieto esperando su respuesta.

En todo el paseo que habían dado por el jardín, habían perdido la noción del tiempo o del rencor y estaban disfrutando de una conversación de intereses que podrían ser o no comunes entre ambos, pero era lo que tenía el matrimonio, el conocerse el uno al otro y el disfrutar de los intereses de uno y el otro y aprender. Si querían que aquello funcionara tenían que poner los dos- Podrás estar bajo la luz del sol, pero seguramente el sonido agudo y la luz blanca o la luz intensa podrían llegar a molestarte, lleva siempre sombrero o la sombrilla si sales por la mañana- apuntó aquel detalle- El sol nos quema, nos destruye. Quizás por eso es el fuego algo que los vampiros no toleran, y algo a lo que tememos. Aunque a mí particular mente me gusta, la sensación cálida que transmite, y su color. Su color me recuerda al sol. Algo que añoro y echo de menos desde el día en que me convirtieron- dijo con un tono más lúgubre que triste- se giró con intención de volver poco a poco al interior- Amanecerá dentro de poco y no puedo estar en el jardín. Mañana cuando el doctor vaya a verte, a primera hora de la mañana, tendrá que decirte si puedes o no ir a ver a Abel, iré a dormir un rato, y a primera hora de la tarde saldré para cenar- le dijo su plan para el día siguiente- Después si quieres y puedes, podemos ir a la ciudad y hacer algo ocioso para que te divierta. No creo que quieras pasear de nuevo por el jardín- dijo como quien daba permiso a alguien. Aquello era otro paso de James para retomar la química entre ellos, y supuso que no había nada mejor que presentarse en sociedad como una pareja unida.


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Mensaje por Rania de Valois1 Mar Dic 15, 2015 9:57 am

La realidad era dura, siempre daba lecciones a los crédulos y por desgracia Rania solía serlo. Salvo en contadas ocasiones siempre esperaba lo mejor de los demás, recibir lo mismo que ofrecía y así había sufrido tanto a lo largo de su corta vida. La negativa de James dolió en lo más hondo de su pecho pero no le resultó del todo extraño que no fuese capaz de pronunciar esas palabras, y quizás ella hubiera sido egoísta al pedirlas… Ya no sabía quién era peor de los dos. Al principio parecían combinar a la perfección, complementarse pues eran claros polos opuestos. Las dos caras de una moneda, cielo e infierno. Pero ahora la escala de grises aumentaba entre ellos y las cosas no eran tan sencillas aunque, ¿de eso trataba el matrimonio no? Todos a cuantos Rania conocía le advirtieron, nunca es lo que parece. Los inicios, tan bellos y cargados de magia, dejaban paso a las discusiones y el resentimiento. Los cuidados que había que dar al matrimonio eran grandes esfuerzos de sinceridad y confianza, ambas cosas habían fallado entre ellos. Justo en el momento en que iba a agachar la mirada y con ella el rostro, fue alcanzada por esos labios que tantas veces le habían quitado aliento y sueño. No fue un beso profundo pero sí sincero, el rápido roce de los labios ajenos sobre los propios hizo que se avivara la llama que tanto tiempo llevaba apagada. El poder que James tenía sobre ella solo Rania lo sabía, ni el propio vampiro sería capaz de acerarse a adivinar los sentimientos y estremecimientos que despertaba en ella cuando estaba cerca. Pensó en replicar, en decirle que también ella demostraba con hecho y que no por eso se había callado lo que sentía, pero al final decidió callar y evitar un nuevo enfrentamiento. Estaba cansada del ”y yo más.”


La simplicidad con que este le explicaba todo lo referente al cambio que estaba experimentando su cuerpo hizo que le recordase a la charla de su madre tras su primera menstruación. Ahora la manera en que percibía su alrededor era abrumador, pareciera que hubieses estado dormida hasta ese momento. Era como si todo fuera más nítido, más vivo… Los olores llegaban a su nariz en matices que antes era incapaz de identificar, flores que antes olía y recogía para colocar en el interior de la casa en jarrones ahora desprendían gamas ácidas o muy fuertes como para que le agradasen. No parecía el mismo mundo y a la vez nada había cambiado. La atención que puso a la clase magistral de James simulaba la de un niño cuando iba a la escuela por primera vez. Ni una palabra salió de sus labios mientras el vampiro hablaba. Acercó aquella rosa a su nariz y cerró los ojos, ese olor sí que le agradaba, siempre había sentido predilección por las Violet Carson y ahora sabía por qué. -¿Esclava de sangre?-, la expresión del vampiro parecía tranquila, como si aquellas palabras no tuvieran un significado relevante, pero para la joven condesa era demasiado duro escuchar cómo se estaba convirtiendo en un ser dependiente de la sangre de su esposo. Rania siempre había sido conocida por su educación, por no salirse de los parámetros establecidos de la sociedad y el respeto por su familia. Lo que pocos sabían es que tenía ese ramalazo de rebeldía que le llevaba a tener tareas como la elaboración de perfumes o trabajar en el orfanato sin el permiso de sus padres. Todo ese conjunto era el responsable de que James se hubiera enamorado de ella, y temía estar a punto de perderlo… Sabía que para él no era difícil leer su mente y adivinar todo lo que en ella daba vueltas y más vueltas, por lo que era más que posible que advirtiese cuál era su temor.


La idea sobre aprovechar esos dones pasajeros para impulsar el negocio que este le había regalado el día de su boda le pareció sobresaliente. Ahora podría elaborar toda clase de perfumes, jabones y cosméticos de un nivel claramente superior al del resto de la competencia. Tendrían un toque especial y de mejor calidad que nadie sería capaz de robar. Simplemente la sociedad caería rendida ante su marca. Una sonrisa se instaló en sus labios una vez más, tanto tiempo allí había hecho que se olvidara de las cosas que tan feliz le hacían. -Estoy mejor, me siento viva. Es más de lo que podía decir hace unas horas…-, admitió agradecida por la generosidad de James al entregar algo tan preciado como se suponía debía ser su propia sangre. En tanto años de inmortalidad como tenía James no le parecía extraño que hubieses explorado los mundos artísticos buscando su vocación. El don del dibujo era posiblemente uno de los que más envidiaba la joven, junto con el cante. Todos podían aprender a bailar ya fuera peor o mejor pero para esas dos doctrinas le parecían que solo había unas pocas personas instruidas. -Sí, claro que he ido.. Más a la ópera que al ballet he de admitir. Me emociona lo que son capaces de transmitir mediante la voz-, explicó para que entendiera el motivo de su predilección. Acto seguido la despedida. Habían pasado toda la noche juntos, la mayor cantidad de tiempo desde que estuvieron en Escocia, y el vampiro debía resguardarse en la seguridad que le procuraba la vivienda. De nuevo las palabras que salían de sus labios se asemejaban más a directrices que seguir que a una conversación tranquila, por lo que su esposa se limitó a asentir de camino al interior. Pareció darse cuenta pues sugirió ir al centro de la ciudad al día siguiente cosa que iluminó el interior de la joven. Sus caminos se separaron ya dentro de la casa, Rania se dirigió al dormitorio donde descansaría un rato hasta la llegada del médico; James seguramente a la biblioteca una vez más.


Las escasas horas de sueño que pudo conciliar se le hicieron eternas hasta la llegada del médico. Además de parecer claramente extrañado por su mejora, no tenía del todo claro que esta fuera a perdurar en el tiempo por lo que le denegó el permiso para ver al pequeño. Según el doctor debería ser paciente y dar tiempo a su cuerpo para librarse de la enfermedad del todo. Prometió valorar los avances en cuatro días y tomar una decisión dependiendo del estado en que la encontrara entonces. El tiempo que había pensado dedicar a estar con Abel, fue sustituido por un paseo hasta el centro. Tal y como le aconsejó James siempre cubierta por una sombrilla, solicitó que la acompañara una de las doncellas por si necesitaba ayuda en algún momento. Sus pasos las llevaron hasta la tienda De Valois, donde pasaron el resto del día hasta la hora de merendar. En ese tiempo pudo seleccionar diversas mezclas de flores para ordenar una elaboración cuidadosa y milimétrica. Estaba orgullosa del trabajo que había realizado en tan solo un día aunque en gran medida se debía a James. Durante el paseo de regreso a casa, la joven vislumbró un vaso ancho en un escaparate, un vaso que debía estar en la vitrina de su esposo. El cristal estaba labrado con filigranas de oro que dejaban ver la forma de un dragón alrededor. Si alguien se lo hubiera descrito jamás habría decidido comprarlo pero era una obra de arte delicada y elegante, que además le recordaba a él. Con la bolsa ya en su poder regresaron ambas féminas a la casa.


Ya era bien entrada la tarde y le comunicaron que James no estaba por lo que supuso que habría salido a conseguirse la cena. Solicitó que le sirvieran a ella algo rápido y lo subieran a la habitación, comería lo que fuera en el escritorio y se arreglaría a la mayor brevedad posible para estar lista antes de su llegada. Había oído durante su día por las calles, que estaban montando una feria en una de las plazas de la zona norte por lo que podrían ir a dar una vuelta por allí. Comió a toda prisa las patatas con carne y salsa de verduras mientras las sirvientas sacaban los vestidos del armario para que escogiera. -Ese, el carmesí-. Era un vestido que le habían regalado en una de las tiendas de ropa que frecuentaba por ser tan buena clienta. En realidad, no era para nada su estilo pues el corsé ceñía tanto la figura que hacia resaltar su escaso pecho, cosa que ella solía evitar en la medida de lo posible. Incluso el color era demasiado atrevido y fuerte para lo que Rania acostumbraba a vestir, pero ese color tan similar a la sangre le parecía el perfecto para hacer una pequeña ofrenda a James, así como el toque ligeramente sexual que tenía implícito. Tiempo de cambios.


Cuando le informaron de que el vampiro le estaba esperando en el hall de la entrada no tardó en dar los últimos retoques y bajar con él. El pelo recogido en un moño y un par de pendientes de ónix en forma de lágrima completaron el conjunto. Con el paquete en las manos se presentó ante él en una breve reverencia. -Buenas noches-, sonrió tímida por si aquel atrevimiento era demasiado, nada acostumbrada a usar su feminidad como arma y tendió nerviosa el regalo hacia él. -Espero que te guste…-, susurró dejando que lo desenvolviera, el whisky era una de sus bebidas favoritas y su colección de botellas y vasos ya era notable por lo que otro más que añadir a esta sería como regalar a una mujer otro collar de diamantes, nunca sobraban. Tras ello podrían ir al centro y pasar la noche juntos como tantas veces hicieron en el pasado. -Había pensado en ir a la feria-, comentó cuando entraban en el carruaje que les llevaría donde James indicara al cochero. Los nervios de la joven se intensificaban por momentos, el coche de caballos era un espacio demasiado reducido para estar en compañía del vampiro, más aún ahora que sus sentidos estaban disparados…


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Mensaje por James Ruthven Miér Dic 16, 2015 5:42 am

Estaba en el salón en el que solían recibir a las visitas, normalmente la chimenea estaba prendida. Aquella sala tenía unos ventanales demasiado altos, junto a unas cortinas tupidas y aterciopeladas de la misma altura, recogidas a un lado y a ras del suelo. Había una biblioteca de abedul empotrada en las paredes de piedra, la cabeza de un ciervo con las astas estaba presidiendo sobre la chimenea y tenía dos sillones individuales frente a ella. Ideal para tomarse un coñac y poder disfrutarlo con tiempo y sin prisa. En el caso de James, que odiaba cualquier licor que no fuera el Whisky, resultaba desagradable aquel sabor dulzón y más a aún la copa ancha y baja en la que debía servirse.

Se había labrado una buena cena en la periferia de los bosques, la neblina auguraba unas noches tranquilas y cálidas, algo sorprendentes dadas las calendas en las que empezaban a entrar. James apostó por la sangre de una joven jornalera que empezaba a tener un problema cardíaco irreversible, audible para su oído pero invisible para cualquier humano. Sabía estupendamente, de hecho a James le sorprendió lo diferente que resultaba la sangre femenina a la masculina y los diferentes tonos de piel o de clase. Sonrió al ver el reflejo del fuego en su vaso de Whisky, mientras pensaba que la expresión de “Lo que se come se cría”, pues esa hipótesis era cierta. Más aún lo era en los vampiros, pues absorbían la vitalidad de los demás para poder vivir ellos, mismos. Una vida egoísta, pero una vida al fin y al cabo. Para la noche que le deparaba no sabía si iban a ir a la ópera, esperaba que Rania eligiera, pues le había prometido la libertad que le robó días antes, y ahora no era más que un humilde marido saliendo con su mujer. Apostó por un traje oscuro, negro como casi siempre pues era lo elegido para la noche. Un chaleco de seda azúl grisáceo y un pañuelo gris en su cuello. Casi todo eran colores apagados, pero para la ópera y el teatro se exigía una vestimenta específica de frac blanco con pajarita blanca a juego, además de los guantes. Pero al notar el olor de Rania bajar la escaleras, dejó el vaso de cristal a un lado, estiró y colocó de forma pulcra su traje y la buscó por el umbral de la puerta, dispuesto a recibirla con una sonrisa. Aquella presentación le pillo por sorpresa, su mujer era una mujer bastante tímida en cuanto al tema sexual, vestía con colores pasteles o tonos claros, pero aquella noche, se había presentado con un vestido que sobresalía cualquier esquema de aquella mujer. El tono carmesí quedó aún más marcado por el fuego de la chimenea, era color rojo, como la sangre, algo que parecía estar de moda entre ellos dos. Al advertir la cintura y el corsé que ceñía cada parte de su cuerpo y acentuaba su busto, James se irguió aún más y se acercó a recibirla a ella y al presente que parecía tener para él.

Un regalo de su mujer significaba mucho para él y para cualquier otro hombre, es una señal de afecto, respeto y amor. Algo que ella había decidido comprar y regalarle porque había encontrado algo que le recordaba a él. Empezó pues a desenvolver el regalo que este le entregaba y al abrirlo, encontró una copa dorada, seguramente chapada en oro, con filigranas y un excelente trabajo orfebrería. Cuando James lo giró para verlo, sabía que era perfecto, a pesar de aquellos defectos que apuntaban que se trataba de un trabajo artesanal, era perfecto. Lo dio una vuelta en su mano y después sonriendo por falicidad, dejando que se vieran sus colmillos afilados, cosa que rara vez hacía. Así que lo dejó junto a su vaso de cristal y después besó sus labios- Por un momento no sabía si te referías al regalo o a esto- dijo tomando su mano y elevándolas para que diera una vuelta sobre sí misma y el vestido se volteara con ella- Jamás hubiera imaginado que tendrías un vestido como este en tu vestuario- elogió su atrevimiento, estaba hermosa, femenina y muy deseable. Casi podría decirse que sexy, aunque no era lo que solía hacer Rania, era una mujer y la coquetería y el deseo de sentirse deseable y guapa era algo intrínseco en su forma de ser. Ofreció su brazo para salir de allí- Gracias por el regalo, lo usaré mañana en la cena, es una pena tenerlo en la vitrina- cedió y reconoció el esfuerzo por querer retomar la relación que tenían. Juntos y sonriendo salieron en busca del coche, que les esperaba en la puerta del castillo.

La sugerencia de la feria era una gran propuesta, a él no se le habría ocurrido y normalmente, solía revisar los periódicos y las páginas de sociedad y eventos. Aquel día parecía que la ociosidad había pasado a su mujer y su decisión fue el ir a un ambiente festivo, rodeados de gente y alegría. James se acercó a la pequeña ventana que estaba a la espalda del cochero y le dio las instrucciones. El coche comenzó el trayecto y James, tomó la mano de Rania para acariciarla subconscientemente mientras miraba por la ventana.

Las luces aparecieron en unos minutos, el fuego y el sonido de la banda que empezaba a tocar, en la parte del parque, auguraba un olor a caramelo y azúcar. La risa y los gritos de los niños correteando, las almendras garrapiñadas y los diferentes espectáculos. Un ring de boxeo en tierra, improvisado atiborrado de hombres zarandeando los papeles de su apuesta. En el otro extremo había luchas de animales, como un oso encerrado esperando a pelear contra algún perro o en otros casos un hombre. Después las barracas tenían una serie de hombres con muñecas de porcelana y trapos, en los que tenían que lanzar una herradura y que cayera justo en el pico de madera o metal que tenía. James se bajó primero y ofreció su mano a Rania para que bajara los pequeños escalones hasta situarse junto a él. Ofreció su brazo y después miró a su alrededor, debía rebajar la percepción de sus sentidos, aquel estruendo de alegría y festividad era bastante para él- ¿qué te apetece hacer primero?- preguntó caminando a entre los hombres- ¿Probamos puntería en la herradura?- sugirió acercándose hasta la barraca donde un pequeño grupo de hombres y mujeres usaban el último intento de los tres que el tendero les había ofrecido. También había puestos de venta de fruta al lado que olían estupendamente. Cuando James se acercó al tendero dejó los francos en la superficie de madera y le ofreció a Rania las tres herraduras, mientras el tendero sonreía con galante y extroversión. James se quedó a su lado y acercó su boca al oído para susurrarle- Veamos que tal esos sentidos…-más que un susurro de complicidad, fue un susurro aterciopelado con la intención de seducirla y distraerla. Así que el karma se alió con el destino y lo justo fue que Ranai lanzara aquellas herraduras certeramente dejando que dieran un par de vueltas sobre el pivote y cayera la una encima de la otra. James elevó las cejas con incredulidad y el tendero hizo lo mismo, James se echó a reír con cuidado de que no se percibieran. Se quedó callado y el tendero le ofreció a Rania un premio a su elección, después de aquello tuvieron que alejarse, para no llamar la atención o vaciar todos los premios de aquella barraca. Pero el tendero no se dio por cencido y orgullo les llamó la atención para que volvieran a intentarlo, poco convencido de que una mujer pudiera tener ese grado de puntería. James se quedó cruzado de brazos, pues aquel hombre, decidió dar un paso sobre un terreno muy resbaladizo- Es usted mal perdedor para basar su vida y sustento en el juego. Sobre todo uno en el que la suerte no es tan importante como la destreza- y dijo eso, detuvo el arranque de Rania y la dejó a un lado. El tendero apretó la mandíbula y cerró los puños ofendido con la intención de atacarle, pero James retrocedió- No está bien que alguien de nuestra posición se moleste en rendir cuentas con alguien de la suya, Monsieur. Así que le sugiero que se olvide de esta querella- dijo James nuevamente cerrando los ojos, crispado su humor por aquel hombre. Dando por sentado la rendición del hombre, James y Rania se giraron dispuestos a alejarse de aquello. El hombre herido, cogió una herradura y la lanzó con fuerza a la pareja. Y fue Rania la que se apartó rápidamente para evitar el impacto con un pequeño grito de advertencia.

James petrificado en su sitio apretó los puños y se giró dispuesto a hacer justicia a aquella imprudencia- Era de esperar, la calaña de la clase alta no sabe pelear- gritó con afán de ridiculizar a James. Este buscó la aprobación de su mujer con la mirada, dispuesto a batirse con ese hombre en el rin de lucha.


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Mensaje por Rania de Valois1 Miér Dic 16, 2015 1:01 pm

La libertad de salir del coche de caballos consiguió que los pulmones de Rania aspiraran todo el aire posible ahora mezclado con otras fragancias y olores diferentes a la exclusividad marcada por James en el interior. Hacía años que no asistía a un evento de esas características, su padre no consideraba adecuada su presencia entre tanta mezcla y variedad de gente. Recordaba los juegos en los que participaba cuando de niña consentían en llevarla una vez al año. Sonrió con nostalgia al pensar en aquellas tardes montando en pony, lanzando herraduras, comiendo una manzana con caramelo… Había tenido una infancia feliz a pesar de lo estrictos que se habían mostrado sus padres con ella y ya no sería capaz de reprocharles nada, no después de saber la responsabilidad y el amor que uno sentía hacia sus propios vástagos. El brazo de James hacía las veces de soporte para ella, aunque cada vez se encontraba más fuerte, mientras daban la primera vuelta a todos los puestos. Aquello era una auténtica locura, la música y los gritos de victoria de quienes ganaban algún premio se mezclaban en el aire, no sabía cómo James era capaz de soportar tal cantidad de… todo. El puesto hasta el que se acercaron en primera estancia era más que conocido por Rania. Pasó horas de pequeña, en el jardín trasero de su casa, lanzando las dichosas herraduras hasta que aprendió a hacerlo correctamente. Uno de los feriantes siempre se reía de las niñas que fallaban, solo de las féminas, por lo que la rebeldía De Valois salió a flote cerrando la boca a aquel tipejo. Ahora era el momento de repetir la hazaña y resarcirse interiormente demostrando a James que no todo se le daría bien solo a él. Encogió el cuello por el susurro del vampiro y le miró de reojo maldiciendo sus juegos. Tuvo que respirar profundamente antes de disponerse a tirar, por culpa de James y por el tiempo que había pasado desde que aprendió a lanzar. Una a una las tres herraduras quedaron apiladas contra el hierro y una Rania sonriente se dio la vuelta para enfrentar al vampiro, -estás casado con una experta lanzadora de herraduras Conde Ruthven-, esa clase de momentos, esa complicidad era la que había conseguido unirlos una vez y la que hacía que ambos estuviera allí esa noche. Los premios a escoger eran tonterías para niños realmente pero ¿por qué no disfrutarlo? De entre todos los objetos sacó una corona hecha con ramitas y flores, con algún lazo cayendo por la parte de detrás y se lo colocó en el pelo. -Esta noche seré princesa, no condesa-. Informó con aire solemne a su marido.

Ya estaban alejándose del puesto cuando los gritos del tendero llamaron nuevamente su atención. La historia se repetía. Aquello era inaudito, ¿sería el hijo de aquel feriante de su infancia? No lo sabía ni iba a tratar de averiguarlo pero lo que estaba claro es que los hombres tenían un serio problema respecto a las destrezas físicas de las mujeres. Iba a contestar cuando James se le adelantó e impidió que esta se metiera en una discusión de ese tipo. Posiblemente mejor pues su ira había crecido, todo en ella estaba cambiando desde el día anterior y no sabía si controlarse sería posible. Con aquellas palabras parecía haber dejado claro que no entraría en conflictos ridículos con alguien que no tenía otra cosa que hacer que mantenerse en un puesto esperando a que la gente le diera sus francos, pero no era así. De nuevo se alejaban de allí cuando no fueron las voces del hombre sino una de sus herraduras lo que les hizo detenerse. Rania se cubrió la boca con ambas manos ahogando un grito por el susto y James se detuvo en seco. La gente se había parado a mirar, tan solo se oía ya la música pues cada una de las personas que allí estaban, esperaban la respuesta del conde a tal ofensa por parte de un plebeyo. Si tan solo se hubiera callado… Rania notó la mirada de James aún sin verla, valoró las opciones que tenían. James no dejaría que aquello se quedara así, ya fuese en ese momento o a la noche siguiente tendría un encuentro con el feriante por lo que sería mejor hacerlo allí. Asintió en su dirección de forma apenas perceptible para el gentío. -No le mates- susurró cuando el vampiro pasó junto a ella como única petición al haber accedido a que se enfrentara a él.

Ese tipo de cosas solo le podían pasar con James, hacía un instante disfrutaban ambos de una velada divertida y ahora tenía que asistir a un combate cuerpo a cuerpo entre su marido y un feriante que más parecía una masa de carne y grasa. Tomó asiento en lo que hacía las veces de palco junto a otras personas de clase alta que parecían encontrar aquello entretenido. Le recordó esa situación a las justas que se llevaban a cabo en la edad media cuando los caballeros luchaban por conservar su honor o por conseguir a una bella dama. Agradeció que James fuera el que tenía la balanza a su favor, no hubiera soportado verle sufrir, directamente no habría accedido a aquel combate. De hecho dudaba sobre cómo haría para que no fuera evidente su condición vampírica… ¿Se dejaría golpear? ¿Fingiría dolor? Si no era así aquello no duraría ni cinco minutos. Conociendo a James como lo hacía sabía que no dejaría pasar el momento para darle una cura de humildad a aquel pobre desgraciado, jugaría al gato y al ratón hasta agotarle y después le asestaría la puñalada final. Así dio comienzo a aquella peculiar danza entre ambos, con puños y patadas que volaban, no había normas a respetar para desgracia del rollizo contrincante. La rapidez y facilidad de movimiento del vampiro dejaron claro desde el principio del combate quien tenía las de ganar, cada dos por tres el orondo acababa en el suelo y cada vez le costaba más levantarse de él. Rania aun no disfrutando de esos eventos, comprendió que después de esa noche ese hombre no seguiría molestando a nadie con sus estúpidos reclamos. La mirada de la condesa se desvió hacia un lateral cuando los golpes se tornaron más fuertes, tanto que hasta el sonido le generaba repulsión. Fue la mano extendida de James ante ella, desde la parte baja del palco lo que anunció el final de esa parte de la noche. El pelo caía revuelto por su rostro y los ojos estaban más rojizos de lo que acostumbraba, tenía alguna mancha de sangre en el traje que al ser oscuro disimulaba a ojos del resto pero no de Rania. Asegurándose de que él estaba bien e ignorando los murmullos de quienes habían presenciado aquello fue alejándose.

Por extraño que fuera le había entrado apetito, tenía antojo de algo dulce y un olor en concreto había captado su atención. Paseando junto a James llegó a un puesto pequeño en el que se vendían toda clase de dulces, caramelos y chocolates. Pero lo que ella buscaba eran las almendras garrapiñadas, se le hacía la boca agua nada más ver el caramelo rodeando el fruto seco, tan crujiente y dulce. Esperó a que James diera lo que pedían por los paquetitos y cogió uno de ellos. La primera era la que mejor sabía, cuando las papilas gustativas aún no estaban acostumbradas al sabor de algo y de golpe toda la boca se llenaba por completo de ello. Tendió una de las almendras al vampiro, sabía que la comida se les convertía como en ceniza pero quizás si lo chupara recordara lo que era la comida humana, ya lo había hecho más veces en algún restaurante. Saboreó el primer bocado cerrando los ojos de puro placer -mmm… hacía siglos que no las comía-, susurró aun masticando los trocitos de azúcar que quedaban en su boca. -En el sentido figurado claro-, añadió al darse cuenta de que esa expresión para alguien como él podía ser empleada en un sentido literal. Continuaron así el paseo tranquilamente entre atracciones y diversos puestos a los que ya no se acercaron debido al recelo causado anteriormente. Fue cuando Rania vio aquella atracción cuando supo que debían montarse los dos, dudaba que hubiese algo que pudiera ser tan extraño como eso. “El tren de los horrores” señalaba un cartel en los mismos tonos que vestían James y Rania, la joven miró a su izquierda en busca de una señal por parte del conde en que aceptara subirse con ella. Tenía claro que sola no iba a montarse en uno de los asientos, pues aunque supiera que todo aquello eran marionetas o actores disfrazados acabaría gritando de los sustos. En cambio, ver aparecer a un vampiro ficticio en compañía del real tenía que ser una de las cosas más surrealistas que hubiera experimentado en toda su vida. -Seguro que ahí dentro tienes congéneres-, bromeó acercándose a la ventanilla para pedir dos entradas en el próximo trenecito que saliera de la entrada.


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Mensaje por James Ruthven Sáb Ene 02, 2016 8:08 am

De todas las circunstancias posibles que existían en el mundo, aquella noche primaba la descortesía y el deshonor, que un hombre había intentado mancilla su nombre y el de su esposa públicamente, y para más desazón, aquella persona carcunda y soez había decidido batirse en duelo con el Conde Ruthven. Respiró profundamente y saboreó en su paladar el olor de aquella feria una vez más, haciéndose consciente de todo lo que estaba a su alrededor. Concretamente se hizo aún más plausible el contacto de Rania sobre su brazo, que tenía la intención de frenarlo y sacarlo del trance de ira que tenía su corazón en ese momento. Por mucho que pidiera aquella mujer a James que no le matara, para él la justicia hubiera sido la de desollarle. Pero entendía de decoro y de porte frente a los demás y siempre su posición estaba salvando su integridad por encima de su condición.

Acompañó al individuo hasta el rin de boxeo, sobre la tierra húmeda y levantada por el tumulto de otros luchadores antes. El Berserk se había quitado la chaqueta y se la entregó a su mujer. Se remangó con arte la camisa y se estiró lo que pudo, todo ello frente a una pelea inminente que no parecía importarle lo más mínimo. Aquella batalla pírrica había terminado antes de que empezara pues James no sólo era un vampiro con tres cientos años y algunos más. Se trataba de un guerrero, hábil y certero en todos sus movimientos, hasta el punto de llegar a encolerizarse como lo hacían los auténticos nórdicos varios siglos atrás. Sonrió a los insultos y la bravuconería de su adversario, jactándose de lo fuerte que era. Sin embargo James una vez preparado se acercó a él con paso lento, tan seguro de sí mismo como siempre. El ring sonó y ambos elevaron los puños para enfrentarse, el hombre alargó un gancho derecho que James consiguió esquivar con rapidez, se agachó y alejaba en cada ataque que el otro intentaba propinarle, hasta que cuando se zafó de un puñetazo directo a su púmulo, James le cogió el brazo extendido y le lanzó contra el borde del rin, lo cogió del cuello con la mano y lo apretó con fuerza mientras con el brazo izquierdo los puñetazos caían a plomo sobre el rostro ajeno. El hombre demasiado concentrado en zafarse de la mano de su garganta olvidó la mano que se proyectaba sobre su rostro y finalmente, sangrando se desmayó. Así acabó la pelea, James se acercó al pequeño palco donde se encontraba Rania y la hizo salir de allí, sin inmutarse de la testosterona que aún recorría su cuerpo y por supuesto, sin mirar atrás. El aroma de Rania calmó su sed de sangre que como una bestia se había levantado ávida de deseo, el demonio de su interior aplaudía ante el espectáculo brindado.

Después de pasar y que James se acicalara de nuevo, Rania sintió la punzada del hambre, que James también sintió al oler la sangre de aquel hombre. El olor dulce de las almendras dando vueltas entre el caramelo se le antojó perfumado y suave, pero cuando vio a Rania ofrecerle una, la sonrisa que se le despertó por el olor dulce, se desvaneció- Es un desperdicio dármela a mí, todas estas cosas en mi paladar saben a ceniza- dijo James rechazando su ofrecimiento- Si te gustan tanto, cómelas tú. Quizás te siente mejor que a mi- Y en ese momento Rania habló de lo delicosa que era aquella primera almendra y de cómo se le derretía en la boca. James cerró los ojos unos segundos para centrar todos sus sentidos en el aroma de Rania, el de su perfume nuevo sublime y el toque de olor dulce que la convertía en una maravilla del mundo- Siglos no, pero quizás décadas si- entró al ruedo la jovialidad y la diversión de aquella conversación, la perspectiva del tiempo entre ambos era algo de lo que reírse y eso le gustaba. No había que tomarse las cosas siempre de mal humor, como acostumbraba, Rania le había hecho cambiar aquel aspecto de su vida. Cuando abrió los ojos Rania se estaba dirigiendo a él para que que ambos subieran juntos a una pequeña atracción. Se trataba de una carpa de tela oscura que cubría una basta explanada, había una especie de railes engrasados y unos carritos pequeños en ellos con suficiente grasa para deslizarse, además de que el trayecto tenía pequeñas subidas y bajadas para acentuar la velocidad. Fruncio el ceño sin estar muy convencido de aquello- ¿De verdad la gente se molesta en parecerse a vampiros y otras bestias para dar miedo?- preguntó mientras rebuscaba en su bolsillo el dinero para pagar las entradas. Un hombre les llevó hasta su pequeño carrito y ambos se sentaron allí. Las velas iluminaban tenuemente la estancia y cuando el carrito comenzó a andar, a los lados de la atracción se escuchaba a la gente moverse, vestidos con máscaras hechas de cera y otros adornos para asustar a la gente. La pólvora algunas veces daba un fogonazo teatralesco que iluminaba la estancia escasos segundos. A medida que avanzaban aparecían criaturas enanas, hombres deformes, con deformaciones e incluso ilustraciones de leyendas. James contempló aquel espectáculo con infinita curiosidad, ese tipo de cosas que para él resultaban normales en muchos casos a la mayoría de la gente podría darle miedo. Las leyendas de las bestias en los bosques y el terror a la noche, habían hecho a la gente conspirar contra los inmortales y como cualquier interpretación, era una hipótesis errónea. James se giró al notar el brazo de Rania oprimiendo el suyo y con amor, le rodeó el brazo por el hombro para susurrarla- Yo mataré monstruos por ti- Dijo antes de besar su mejilla y apretarla contra él. Le parecía divertido ver el miedo ajeno y se sentía más útil protegiéndola que asustándola o siendo un tirano como había sido antes- Quizás deberías temer más por mí que por esos monstruos de ahí. Y más aún vestida como estás- con el brazo que rodeaba sus hombros la atrajo y la besó de forma ferviente y deseable, como lo hizo la noche de bodas, alimentándose del miedo de Rania en aquella atracción.

El trayecto terminó y un hombre se encargaba de parar el carrito ante la entrada, cuando James bajó ayudó a bajar a Rania ofreciéndole su mano y sacando de su chaqueta el pañuelo para quitarse el carmín de los labios ajenos, que le había robado con lascivia durante el trayecto. Antes de que Rania pudiera o pensara en continuar en la feria, James sin soltar su mano se dirigió hasta la salida del recinto y llamó al coche. Abrió la puerta y arrastro casi a Rania hasta la puerta, la cerró tras él y corrió las cortinas oscuras en el coche de caballos. Estaban en un cuarto oscuro, con una pequeña vela encendida en un cantil a un lado y James no pensó en nada más. El trayecto sería suficiente para ellos, alargó la mano hacia Rania y con su tacto de siempre, arrancó el vestido de Rania dejándole hecho girones. La besó con fuerza y la montó a horcajadas sobre su regazo. Después llevó sus manos a su pecho y comenzó a masajearlos a medida que besaba sus labios. Sentía que el pantalón le oprimía, por el roce y el calor del cuerpo de Rania sobre él, jadeaba contra sus labios deseoso de penetrar a su mujer en aquel carruaje de camino a casa.


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Mensaje por Rania de Valois1 Lun Ene 04, 2016 12:33 pm

La manera en que había sido recreado el mundo de los sobrenaturales en esa atracción era realmente grotesca. La mente de Rania, quizás demasiado libre de maldad, estaba tan fascinada como aterrada con todo lo que se exponía ante sus ojos. Las deformidades de ciertos de los personajes causaban en ella un desagrado primitivo del que para nada se sentía orgullosa. Por otro lado estaban las imitaciones de vampiros, eran los actores que más gracia e hicieron pues todo estaba exagerado hasta el ridículo. Conocer a un verdadero ser como James le evitaba temer precisamente a quienes representaban lo que tenía en casa. No obstante, cada fogonazo de luz y cada aparición de caras y personas disfrazadas ante ella hacían que saltara en el asiento y se apegara cada vez más a su marido. Era consciente de que nada de aquello era realidad, de que ninguna de esas personas era peligrosa ni lo que representaba era más que eso, un disfraz; pero no podía evitar sentir escalofríos a cada momento y lo único que conseguía calmar ese miedo era el contacto con el hombre que tenía al lado. Su presencia, por primera vez en mucho tiempo, lograba hacerla sentir segura. Nada estando con él podría pasarle, era un hecho. Sonrió al escuchar las palabras de James y aprovechó para juntarse más a su cuerpo apoyando la mejilla en su hombro sin soltar el agarre del brazo. -Ya te tuve miedo una vez y fue lo peor que pudo pasar…-, fue toda la respuesta que le dio tiempo a contestar a aquel comentario antes de recibir los labios del vampiro. Hacía tanto tiempo que no notaba esa sensación de vacío en el estómago que apenas pudo corresponderle. Dios, estaba claro que no eran una pareja al uso, que distaban mucho de ser perfectos y que se habían hecho un daño insano, pero ahí estaban. Ese beso no era de cariño ni de lástima, era uno de esos besos en los que entregas todo lo que tienes, esa era la declaración que Rania le había pedido en el jardín y no había podido darla. Ahí estaban de nuevo los sentimientos del vampiro por la única humana que le había hecho sentir lo que era amar.

Mareada por el momento y ayudada por la mano de James, la joven bajó del carrito con las mejillas enrojecidas tanto por el beso como por ver el estado de los labios ajenos. Con toda la discreción que pudo, se adecentó los propios suponiendo que estaría también el carmín esparcido por ellos. No parecía ser la primera vez que una pareja aprovechaba ese momento de intimidad para acaramelarse pues el dueño de la atracción tan solo rio al ver el estado del matrimonio, gesto que avergonzó aún más a Rania. De mano de James, a una velocidad que en nada asemejaba un paseo tranquilo, abandonaron el recinto de la feria. Desconocía  cuál era el motivo que podría llevar al vampiro a tales modales y sin dar ninguna explicación, más aún después del momento que acababan de vivir… En silencio entró en el coche de caballos, que hacía un rato les había llevado a ambos hasta allí, observando el rostro serio y casi enfadado de James. No tardó en dejar libre su asiento por el tirón de este, la liberó sin miramientos del vestido nuevo y pasó a estar sobre él. Aún esas escenas le costaban, la vergüenza y la mesura se apoderaba de ella en contraposición con la manera de actuar de él. Estaba claro que en la noche de bodas y alguno de sus posteriores encuentros conyugales, James se había cohibido y medido en demasía para no asustarla o dañarla; pero el tiempo que había pasado, todas las circunstancias de su alejamiento y ese último beso minutos atrás habían desencadenado aquello. La postura en la que se encontraba la dejaba totalmente expuesta ante él, aunque cada día que pasaba estaba más segura de que fuera como fuera se sentiría así con el vampiro. Sin capacidad para otra negarse a sus deseos correspondió cada uno de sus besos y se pegó a él suplicando por más atenciones de esas manos expertas ya en su cuerpo. No era un ambiente en el que Rania se sintiera del todo segura o cómoda, si alguien escuchaba o veía algo se hablaría de ello durante mucho tiempo en París. No importaría el título de James y el escándalo sería implacable, pero el tiempo que habían pasado el uno sin el otro era demasiado como para evitarse por más tiempo. Había tenido que ser James claro el que diera pie a esa escena pero no por ello su mujer tenía menos ganas de volver a sentirse completa. Su reciente vuelta al mundo de los vivos estaba siendo por la puerta grande, de eso no cabía duda alguna. Soltó como pudo el cinto de James y tiró del pantalón hacia abajo liberándole.

No tardaron apenas en terminar los dos agotados y tendidos en el interior del coche. Quedaba aún un pequeño trayecto hasta llegar a casa que aprovecharon ambos para tratar de adecentarse aunque en el caso de ella era caso perdido. El vestido rasgado era difícilmente disimulable por lo que se colocó el chal por encima esperando poder cubrir las partes más evidentes en las que la tela estaba hecha girones. Al llegar a casa comenzó a ponerse nerviosa, tanto por la mirada de James –la que ponía siempre que la deseaba o la había poseído- como por la duda que le causaba pensar en donde dormiría ahora cada uno. El servicio seguía extrañado por el repentino cambio en la actitud de ambos así como la mejora en la salud de su señora, pero nadie osaba decir nada y tan solo les recibieron con una reverencia y manos diligentes que les liberaron de sus abrigos. Ya en casa Rania no se sentía con la obligación de tener que cubrir el vestido pues nadie le pediría explicaciones y junto a James ascendió por las escaleras hasta la planta superior, -¿dormirás conmigo?-, tendió la mano hacia él. No quería forzarle, pero él había sido quien había dado antes el paso para un acercamiento por lo que al ocupar ahora ella la habitación principal se veía en la obligación de ser quien le invitara a pasar la noche con ella. Ese fue el punto y final a una etapa. Siempre se decía que los matrimonios pasaban por baches, que muchos no lo superaban y no lograban perdonarse las respectivas ofensas, pero ahí estaban ellos, la familia Ruthven de Valois. Solo había un tema que Rania era incapaz de perdonarle a su marido y ya se lo había dicho en su momento. No entendía cómo había sido capaz de engañarla con aquella mujer que prefería no mentar, no comprendía que unión tenía con ella como para no importarle el dolor que esto generaría en ella, cuando ella misma sería incapaz de tocar a otro hombre existiendo James en su vida. Pero así eran los hombres… Su madre le advirtió de ese detalle, podían estar enamorados y aun así buscar el calor en otra cama. Ese puñal quedaría clavado en su pecho de por vida pero era un tema enterrado y como tal lo mantendría.


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