Libera a mis demonios [Priv. Rania de Valois]

Había caído el sol, lo suficiente para que se ocultara tras el pequeño monte parisino. James terminó de firmar los papeles de adquisición y venta de unas tierras, el arrendamiento de otras y la donación de una tierra comunal en el condado para que los ganaderos pudiera aprovechar esas tierras que no habían sido reclamadas por nadie. Como conde era bueno administrando su jurisdicción, respondía a todas las cartas que le llegaban y si hiciera falta se presentaría en Escocia lo antes posible para dictaminar una rápida resolución. La gente estaba contenta, apenas habían motines en las factorías que tenía a su nombre y si las había era por el salario, el cual Ruthven no dudada en aumentárselo. La gente lo respetaba allí y estaba claro que su amistad sincera estaba más cercana a la gente de clases más bajas que a la de la realeza o a la alta.

Suspiró mientras tapaba el tintero y apagaba la vela que tenía a un lado. Había suficiente luz en su estudio, pero siempre tenía que tener la vela encendida, ya fuera por lo vigorizante que le parecía su calidez o porque le servía para derretir el lacre rojo para sellar la carta oficial. Una vez depositado el lacre, utilizaba el sello de su anillo, que llevaba en el corazón para dejar impreso el escudo de su familia, siendo la mejor firma que podía poner en un documento real.

Se levantó de su silla y arreglándose el pañuelo de su cuello, bajó las grandes escaleras de su mansión hacia la puerta doble. El mayordomo las abrió dejando paso a su señor, con la cabeza agachada por sumisión. Subió a su calesa y se encaminó a la casa de Valois. Frunció el ceño al pensar en aquella mujer y las intenciones que tenía para ella. Realmente su amor eterno correspondía a Milenka, pues era con la única mujer que conocía su lado más oscuro, sus ambiciones y sus deseos más controvertidos. Pero Rania... Si hubiera conocido a Rania hacía dos siglos sería diferente y no sabía que pensar al respecto. Conoció a Rania como una lluvia refrescante después de una dura jornada de trabajo. Su aura era pura, brillante y sincera. La veía tan menuda, pequeña y dulce que se derretía el oscuro corazón de James. Siempre pensó que no lo tenía, pero su lado humano florecía cada vez que firmaba un cheque, cada vez que su carácter altruista salía de paseo. Esa era la única muestra humana que James tenía con el mundo. Al contrario que su mentora y compañera, Milenka. James aún no había roto con su horizonte humano, quizás fuera un débil o quizás no podría hacerlo, el problema era que siempre había explotado aquella faceta sádica de James, pero ahora su faceta humana se había despertado encadenando a sus demonios y todo era por Rania.

Sin darse cuenta y sumido en sus pensamientos, el coche se detuvo frente a la pequeña y acomodada casa de los Valois. Miró por la ventanilla la casa de varios pisos, típicamente victoriana y las luces que estaban encendidas. Salió de la calesa y levantó la mirada aspirando el aire que chocaba contra su rostro. Cerró la puerta acto seguido y se aproximó hasta la entrada de la residencia, donde el servicio lo recibió y atendió.

- Monsieur De Valois, está en su despacho. Le recibirá allí- dijo una sirvienta recogiendo la chaqueta de James e indicándole el camino con educación. Este se había dejado llevar y cuando entró allí se topó con el olor a puro fino, el olor del Coñac y a un hombre que abrió los brazos a modo de bienvenida. Le estrechó la mano y se hicieron las presentaciones oportunas, mientras Monsiur De Valois hizo una reverencia al escuchar el título de conde y se tensó- ¿A qué debemos el honor de su vista en nuestra casa?- Preguntó mientras ofrecía un asiento y un coñac a James- Whisky por favor- dijo levantado la mano a modo de negación y disculpa por cambiar el menú de su bebida- Vengo a pedirle, la mano de su hija- dijo sin dilación al tomar la copa. El semblante de monsieur Da Valois se había roto ligeramente, lo normal cuando un padre tenía que responder a semejante oferta- No creo que sea razonable hablar de dotes, puesto que a usted y su mujer no le faltará de nada. Y Rania tendrá todo lo que pida y quiera- ofreció su oferta a su padre- Sin embargo, a modo de excepción, quisiera pedírselo a ella. Todo correría a mi cargo, la boda, y todo. Pero solo si ella acepta y sin que usted la coaccione para hacerlo. En vista de que se trata de un matrimonio ventajoso para usted, lo que realmente me interesa es lo que quiera su hija- clavó su mirada en la del hombre desafiándolo- No la de usted. ¿Le parece razonable, monsieur de Valois?

Cuando el señor de Valois abandonó la estancia, también lo hizo la calidez de la habitación. El señor le había dado su bendición, algo irrechazable aunque James sospechó que el hecho de que ella decidiera no le gustó ni por asomo. Sin duda era un ultraje superponer la decisión de una joven a la del cabeza de familia pero, James era en sí un ultraje- Buenas noches, lady Rania- dijo inclinando la cabeza a modo de reverencia en un saludo cortés y una sonrisa que se vio rápidamente dilapidada por la expresión y el tono conque Rania lo atacó. James se quedó estupefacto ante tal acusación y no pudo hacer que una mueca en el rostro mostrando su descontento- Me temo que ya he hablado lo que debía con su familia, y depende de usted no tener que volver a hacerlo. Porque espero que a partir de ahora, todos los aspectos que tenga que tratar con usted y no con su padre- dijo intentando apaciguar el infierno ante la falta de delicadeza de sus palabras. Pero en ese momento los Señores de Valois, abrió la puerta llevándose todo ese momento intimo por la puerta. Rania se giró ante ellos y se quedó estupefacta sin comprender, a lo que James tenía que ilustrarla nuevamente.

- He venido aquí, a pedir su mano en matrimonio- dijo sacando de su bolsillo una caja de terciopelo negro, donde aparecía la firma de la mejor joyería parisina y relucía un anillo de oro blanco. Era brillante y en él sobrasalían tres piedras por encima de las demás. En el centro había dos diamantes de tamaño medio y uno central más grande. Todos ellos recogidos por el metal con una galería de diamantes más pequeños.

James dejó la caja abierta esperando la contestación de la mujer a la que había decidido- En cuanto a la dote, no habrá problema y el de venir de su familia tampoco, recibirán tierras y rentas de mi condado en Escocia- explicó en tono afable y solemne- Pero quiero que tú, seas quien decida si quiere o no pasar el resto de su vida conmigo- dijo mirando a sus padres con desafío- La amo y estoy prendado de usted- le dijo ofreciendo en ese anillo, su fidelidad y su corazón.