AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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God save the Kings of England [Rania- Milenka- Danna]
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God save the Kings of England [Rania- Milenka- Danna]
La abadía de Westminster y el país inglés se llenó de júbilo y gran alegría por la llegada de los nuevos Reyes, a pesar de que su nueva reina fuera francesa, algo que no todos compartían con alegría, pronto se demostró que antes que ser francesa era leal a su rey y a sus súbditos. Tenía el corazón tan noble como risueño, capaz de calmar a cualquiera que se pusiera en su camino. Adorable y risueña no le faltaba nada en su vida, una mujer dada a su familia. Pues así tenía que ser, devota y religiosa también. Era joven y parecía que paridora, tenían ya un heredero que sería reconocido como príncipe inglés en el momento que James fuera coronado.
El rey sin embargo era mestizo escocés e inglés, sus raíces parecían ser suficientes para los súbditos pues siempre fue un buen dirigente, estricto y justo en cuanto a tomar las mejores decisiones, por encima de sus intereses. Sin embargo un secreto rondaba a aquel hombre, un secreto que pocos sabían y muchos sospechaban, pero a él parecía importarle poco. Era joven en apariencia pero sabio en experiencia. Así que cuando le llegó al salón el basto contingente de emisarios ingleses para hacerle consciente de que, según la línea de sucesión él era el futuro rey de Inglaterra. James se quedó en su sitio cuando todos se arrodillaron frente a él. Sin embargo Rania, que recordaba haber bajado por las escaleras tan rápido como escuchó el ruido, se quedó más petrificada que él. Con rapidez y sin despedirse tuvieron que abandonar la residencia de parís y dirigirse a Inglaterra con bravura. Abel iba con ellos, en silencio , como siempre había demostrado aquel niño, sano y fuerte. Una Rania ya recuperada infundía ánimos a su marido pero este sabía el pesar de su corazón al encontrarse de repente con esa responsabilidad, en otro país en otra cultura.
James cerró los ojos y no mostró ni júbilo ni alegría, pues el también perdía amigos por el camino y unos súbditos que le habían acompañado en noches enteras para salvaguardar su seguridad. Sin embargo Escocia se encontraba en una circunstancia económica que iba descendiendo, las hambrunas diezmaban a la población por el grano que había sido contaminado, y eso provocaba una alta tasa de mortalidad, pues el cereral era la base de la alimentación de esa sociedad. James suspiró y miró a Rania a los ojos- Mi reina- dijo mirándola a los ojos, mientras el traqueteo del viaje zarandeaba a Abel en brazos de su mujer- Es el príncipe de gales- dijo sonriendo y alargando el dedo índice, que tenía en su haber el anillo de su casta con el rubí rojo. Y el pequeño alargó la manita hasta coger una falange de su padre. Por primera vez miró a los ojos de su mujer y confesó- Te quiero- dijo acercando sus labios a los de ella con algo de nerviosismo y temor.
La ceremonia de coronación se haría en la Abadía de Westminster, como siempre era habitual para la recepción de los monarcas. James había sido vestido con todo lo característico de la corona inglesa en la coronación. El traje carmesí debajo de todo lo demás incluido la túnica de armiño y al última túnica púrpura que se pone al final de la coronación. Rania también estaba en el altar, mientras James se arrodillaba frente al altar de la Abadía el arzobispo de Canterbury, se dispone a reclamar el reconocimiento del soberano con las siguientes palabras- Señores, les presento a James Ruthven, su rey indiscutido. Por tanto, todos los que han venido este día a prestarle vasallaje y servicio ¿están dispuestos a hacerlo?- Después de que los asistentes aclaman al soberano, el arzobispo toma juramento al futuro monarca.
El arzobispo se dirigió al monarca que seguía arrodillado, con la cabeza agachada mientras procedía a su juramento. James agachado, por primera vez en su vida, cierra los ojos, los nervios empiezan a apoderarse de su templanza pero se mantiene estático y busca la mirada de su mujer de reojo para infundirle fuerza.
-¿Promete y jura gobernar los pueblos del Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda, así como sus posesiones y demás territorios pertenecientes a cualquiera de ellos de acuerdo con sus respectivas leyes y costumbres?
James elevó la mirada ahora hacia el arzobispo y alzó la voz firme y fuerte que pudo- Lo juro solemnemente.-respondió este con fuerza-¿Y procurar, en la extensión de su poder, que todos sus juicios estén presididos por la Ley, la Justicia y la Misericordia?- Preguntó el arzobispo de nuevo, ante el testigo de los estamentos y de Dios en el altar. A lo que James después respondió- Si, lo juro. -
El arzobispo entonces recalcó- ¿Mantendrá con todo su poder las leyes de Dios y la verdadera profesión del Evangelio? ¿Mantendrá en el Reino Unido la religión protestante reformada establecida por la ley? ¿Mantendrá y preservará la Iglesia de Inglaterra, su doctrina, culto, disciplina y gobierno tal como establece la ley? ¿Y preservará a los obispos y clérigos de Inglaterra y a las iglesias a su cargo todos los derechos y privilegios que por ley les están reconocidos?-
Y fue cuando James sonrió y concluyó- Lo prometo. Todo lo que hasta aquí he prometido lo cumpliré y guardaré –Y una vez se terminó el juramento del nuevo Monarca se levantó en silencio y recogió en su haber todos los presentes, así como el anillo en señal de compromiso con la nación y el país. Sujetó los dos cetros y el arzobispo colocó la corona de Eduardo el Confesor sobre su cabeza. Por último, todos los asistentes exclaman «Dios salve al rey», mientras vuelven a cubrirse sus cabezas, cosa que todos se habían descubierto al entrar en zona santa y los cañones de la Torre de Londres empezaron a disparar salvas de honor.
Se quedó estático, tan solemne como nunca lo había sido, henchido de orgullo y tanta satisfacción. Buscó el trono que había a un lado de la catedral preparado para él y comenzó ahora la coronación de Rania como consorte del rey. Que fue igualmente grandiosa, pero en la que no debía jurar todo lo que el monarca juró, sino su vasallaje al rey, la promesa de la religión y ser coronada para posicionarse y ser reconocida como mujer, y consorte de James.
El nuevo monarca se levantó del trono cuando Rania se arrodilló, se dirigió frente a ella y le ofreció su anillo en señal de vasallaje para que lo besara una vez hecho, el rey le ayudó a levantarse y tomó su mano para besarla- Dios salve a la reina- susurró James mirando a los ojos de su mujer, en bajo. Mientras todos los presentes se levantaron el júbilo vitoreando y gritando. Cuando las campanas de la abadía sonaron y la salva de cañones terminó. El carruaje real les esperaba en la entrada de la abadía. El pueblo alargaba los brazos a los nuevos reyes con gritos.
James pasó a su lado y saludó a todos con la mano, sin soltar la de Rania. Pues aquello no solo infundía valor a su joven mujer, sino que también le servía de apoyo a él. El clero iba detrás de ellos con las cruces, los nobles con las banderas y siguiendo a los monarcas hasta la corte donde daría lugar la celebración. Aunque la abadía estuviera vetada para casi todos los presentes que no fueran británicos, en la corte y en la celebración de coronación podían asistir todos los nobles que quisieran, siempre y cuando no estuvieran enemistados con la monarquía y fuera fieles vasallos.
El rey sin embargo era mestizo escocés e inglés, sus raíces parecían ser suficientes para los súbditos pues siempre fue un buen dirigente, estricto y justo en cuanto a tomar las mejores decisiones, por encima de sus intereses. Sin embargo un secreto rondaba a aquel hombre, un secreto que pocos sabían y muchos sospechaban, pero a él parecía importarle poco. Era joven en apariencia pero sabio en experiencia. Así que cuando le llegó al salón el basto contingente de emisarios ingleses para hacerle consciente de que, según la línea de sucesión él era el futuro rey de Inglaterra. James se quedó en su sitio cuando todos se arrodillaron frente a él. Sin embargo Rania, que recordaba haber bajado por las escaleras tan rápido como escuchó el ruido, se quedó más petrificada que él. Con rapidez y sin despedirse tuvieron que abandonar la residencia de parís y dirigirse a Inglaterra con bravura. Abel iba con ellos, en silencio , como siempre había demostrado aquel niño, sano y fuerte. Una Rania ya recuperada infundía ánimos a su marido pero este sabía el pesar de su corazón al encontrarse de repente con esa responsabilidad, en otro país en otra cultura.
James cerró los ojos y no mostró ni júbilo ni alegría, pues el también perdía amigos por el camino y unos súbditos que le habían acompañado en noches enteras para salvaguardar su seguridad. Sin embargo Escocia se encontraba en una circunstancia económica que iba descendiendo, las hambrunas diezmaban a la población por el grano que había sido contaminado, y eso provocaba una alta tasa de mortalidad, pues el cereral era la base de la alimentación de esa sociedad. James suspiró y miró a Rania a los ojos- Mi reina- dijo mirándola a los ojos, mientras el traqueteo del viaje zarandeaba a Abel en brazos de su mujer- Es el príncipe de gales- dijo sonriendo y alargando el dedo índice, que tenía en su haber el anillo de su casta con el rubí rojo. Y el pequeño alargó la manita hasta coger una falange de su padre. Por primera vez miró a los ojos de su mujer y confesó- Te quiero- dijo acercando sus labios a los de ella con algo de nerviosismo y temor.
La ceremonia de coronación se haría en la Abadía de Westminster, como siempre era habitual para la recepción de los monarcas. James había sido vestido con todo lo característico de la corona inglesa en la coronación. El traje carmesí debajo de todo lo demás incluido la túnica de armiño y al última túnica púrpura que se pone al final de la coronación. Rania también estaba en el altar, mientras James se arrodillaba frente al altar de la Abadía el arzobispo de Canterbury, se dispone a reclamar el reconocimiento del soberano con las siguientes palabras- Señores, les presento a James Ruthven, su rey indiscutido. Por tanto, todos los que han venido este día a prestarle vasallaje y servicio ¿están dispuestos a hacerlo?- Después de que los asistentes aclaman al soberano, el arzobispo toma juramento al futuro monarca.
El arzobispo se dirigió al monarca que seguía arrodillado, con la cabeza agachada mientras procedía a su juramento. James agachado, por primera vez en su vida, cierra los ojos, los nervios empiezan a apoderarse de su templanza pero se mantiene estático y busca la mirada de su mujer de reojo para infundirle fuerza.
-¿Promete y jura gobernar los pueblos del Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda, así como sus posesiones y demás territorios pertenecientes a cualquiera de ellos de acuerdo con sus respectivas leyes y costumbres?
James elevó la mirada ahora hacia el arzobispo y alzó la voz firme y fuerte que pudo- Lo juro solemnemente.-respondió este con fuerza-¿Y procurar, en la extensión de su poder, que todos sus juicios estén presididos por la Ley, la Justicia y la Misericordia?- Preguntó el arzobispo de nuevo, ante el testigo de los estamentos y de Dios en el altar. A lo que James después respondió- Si, lo juro. -
El arzobispo entonces recalcó- ¿Mantendrá con todo su poder las leyes de Dios y la verdadera profesión del Evangelio? ¿Mantendrá en el Reino Unido la religión protestante reformada establecida por la ley? ¿Mantendrá y preservará la Iglesia de Inglaterra, su doctrina, culto, disciplina y gobierno tal como establece la ley? ¿Y preservará a los obispos y clérigos de Inglaterra y a las iglesias a su cargo todos los derechos y privilegios que por ley les están reconocidos?-
Y fue cuando James sonrió y concluyó- Lo prometo. Todo lo que hasta aquí he prometido lo cumpliré y guardaré –Y una vez se terminó el juramento del nuevo Monarca se levantó en silencio y recogió en su haber todos los presentes, así como el anillo en señal de compromiso con la nación y el país. Sujetó los dos cetros y el arzobispo colocó la corona de Eduardo el Confesor sobre su cabeza. Por último, todos los asistentes exclaman «Dios salve al rey», mientras vuelven a cubrirse sus cabezas, cosa que todos se habían descubierto al entrar en zona santa y los cañones de la Torre de Londres empezaron a disparar salvas de honor.
Se quedó estático, tan solemne como nunca lo había sido, henchido de orgullo y tanta satisfacción. Buscó el trono que había a un lado de la catedral preparado para él y comenzó ahora la coronación de Rania como consorte del rey. Que fue igualmente grandiosa, pero en la que no debía jurar todo lo que el monarca juró, sino su vasallaje al rey, la promesa de la religión y ser coronada para posicionarse y ser reconocida como mujer, y consorte de James.
El nuevo monarca se levantó del trono cuando Rania se arrodilló, se dirigió frente a ella y le ofreció su anillo en señal de vasallaje para que lo besara una vez hecho, el rey le ayudó a levantarse y tomó su mano para besarla- Dios salve a la reina- susurró James mirando a los ojos de su mujer, en bajo. Mientras todos los presentes se levantaron el júbilo vitoreando y gritando. Cuando las campanas de la abadía sonaron y la salva de cañones terminó. El carruaje real les esperaba en la entrada de la abadía. El pueblo alargaba los brazos a los nuevos reyes con gritos.
James pasó a su lado y saludó a todos con la mano, sin soltar la de Rania. Pues aquello no solo infundía valor a su joven mujer, sino que también le servía de apoyo a él. El clero iba detrás de ellos con las cruces, los nobles con las banderas y siguiendo a los monarcas hasta la corte donde daría lugar la celebración. Aunque la abadía estuviera vetada para casi todos los presentes que no fueran británicos, en la corte y en la celebración de coronación podían asistir todos los nobles que quisieran, siempre y cuando no estuvieran enemistados con la monarquía y fuera fieles vasallos.
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Última edición por James Ruthven el Miér Ene 27, 2016 5:20 am, editado 2 veces
James Ruthven- Vampiro/Realeza
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Localización : París - Buckingham Palace
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Re: God save the Kings of England [Rania- Milenka- Danna]
Nada en aquella mañana podría haber predicho lo que les esperaría a partir de ese día. Como siempre que sonaba la campana de las visitas, bajó las escaleras principales dispuesta a atender a quien fuera que estaba en su casa, pero parecía que James controlaba la situación. Se mantuvo en el marco de la puerta del gran salón tratando de descubrir quién era aquel emisario sin interrumpir el encuentro entre él y su marido hasta que la imagen de todos los lacayos de la casa y el mismo hombre desconocido nubló la mente de la joven que solo pudo fijar su mirada en la de James en busca de una explicación a aquella situación. Apenas tuvo tiempo para reaccionar cuando la presencia de ambos era reclamada en Inglaterra con tal presura. Fue en el viaje en barco cuando escribió unas breves cartas para su familia, quien cuidaba de su tienda de cosméticos y sus compañeros del orfanato explicando el motivo de su inesperada partida. No sabía cómo debía sentirse, pero sí cómo se sentía y no era precisamente agradable. Siempre había luchado por marcar sus pasos por si misma, por conseguir sus sueños y ahora, de golpe se veía obligada a estar en un lugar lejano a su hogar y ejerciendo un cargo para el que no había sido preparada. La relación entre Inglaterra y Francia había sido tensa durante muchos años y eso la colocaba en una situación comprometida. Debería aprender a desenvolverse -en ese pequeño mundo de traiciones y alianzas- a la mayor brevedad posible, o los lobos se la comerían viva. James sin embargo parecía encantado con su nuevo cargo como rey, en realidad no la sorprendía pues poseía todas las cualidades de un buen gobernante y el carácter lo suficientemente fuerte como para alejar a los enemigos de sí mismo. No obstante ninguno de los pensamientos pesarosos de la mente de Rania escaparon de sus labios, pues en ese momento contar a James el yugo que era para ella ser reina sólo conseguiría
Tan sólo los movimientos de Abel, y en momentos muy precisos los de James, lograban sacarla del trance en que se encontraba desde que subió a bordo de aquel barco. Verles interactuar era el mayor de sus placeres y no podía esperar a que el niño creciera y James le lanzara por el aire o le enseñara a leer entre los montones de libros que poseía. Arrugó el ceño por esa nueva forma de referirse a ella, en cierta manera tan similar a su propio nombre, pero tan distinta. Yo os quiero a ambos, sois mi vida respondió a esas palabras que tanto tiempo llevaba esperando. Los besos del vampiro se sentían como un bálsamo en el alma de Rania, ávida de contacto con él.
Y el primer fin de semana tras su llegada a tierras británicas se celebró la ansiada coronación. Todo estaba dispuesto para la pareja y el pequeño, ni siquiera la ropa de este le fue permitido a Rania escogerlo. Mantuvo la templanza que ya había demostrado en otras ocasiones y prometió ocuparse de esos temas una vez fuera coronada. Bastante había pasado a lo largo de su juventud como para dejar que siendo una mujer madura, casada, madre y reina alguien le dijera lo que tenía que hacer sin razón alguna.. Siempre un paso por detrás, acompañó a su marido a lo largo del pasillo de la abadía de Westminster hasta llegar al altar. La mayoría de las familias de clase alta del reino estaban allí congregadas expectantes de conocer a la joven pareja a la que desde ese mismo día deberían lealtad. Mientras Rania esperaba sentada en el trono de la consorte, James juraba ante el arzobispo su protección y justicia para con Inglaterra. Las miradas furtivas de este a punto estuvieron de hacerla reír pues no entraban en absoluto en el protocolo que les habían indicado debían seguir a rajatabla. Atendió las palabras del religioso cuando fue ella quien debió jurar su fidelidad al rey y al país que ahora iba a servir y gobernar como consorte, besó el anillo de James y se aguantó las ganas de hacer lo mismo en otras partes de su cuerpo aunque supo que pudo leer el deseo en sus ojos como conseguía hacer siempre.
No controlar el paradero de Abel le causaba ansiedad a Rania, una de las que serían las nodrizas del pequeño se estaban encargando de llevarle tras los recién coronados reyes de Inglaterra pero esta aún no estaba acostumbrada a separarse del bebé y menos dejarlo en brazos de alguien desconocido. Las constantes miradas de la reina hacia el pequeño acabaron por hacer que este le fuera entregado cuando subió junto a James en el carruaje. Hizo un mohín al vampiro para que la disculpara la falta de paciencia y acomodó al pequeño en el regazo mientras comenzaba el paseo de los monarcas ante su actual pueblo. Por primera vez Rania sintió el cariño de aquella gente y supo que se entregaría en cuerpo y alma para asegurar su bienestar, siendo -en parte- el corazón que en ocasiones le faltaba a James. Todo en aquel país era distinto al que ella tan bien conocía y sentía como propio, comenzando por el clima que para su gusto era demasiado húmedo con el cielo teñido de gris casi siempre. La moda parecía ir un paso por detrás de la parisina sin tanta pomposidad y lujo, los tocados eran mucho más discretos y le pareció que donde cada mujer demostraba su estilo y poder era realmente en las joyas que usaba. El carácter de los londinenses era así mismo mucho más reservado y distante, sin dar apenas pie a entablar conversación o iniciar amistades. Era consciente la consorte de que le iba a costar adaptarse a la nueva cultura aunque esperaba y deseaba poder contar con la presencia y apoyo de James en todo ese periodo de adaptación.
La llegada al castillo no fue tan rápida como ambos hubieran deseado, el cansancio se notaba al menos en Rania, y Abel comenzaba a removerse ya en los brazos de su madre. Por el pasillo abierto por la guardia real, pasearon hasta las puertas y perderse en el interior del edificio de piedra.. Solo quedaba saludar desde el balcón dando la imagen de familia unida y feliz, por un momento la joven apoyó la frente en el pecho de su marido buscando la energía que le faltaba. Como ya habían demostrado en otras ocasiones el protocolo entre ellos no parecía del todo respetable y las muestras de cariño que tan inoportunas parecían a ojos de los eclesiásticos nacían de manera natural entre la pareja. Con calma y sonrientes saludaron a la plebe durante el tiempo que les indicaron, acabando por despedirse y entrar de nuevo al interior. Ahora tendrían un breve momento a solas antes de la recepción de las casas reales y familias importantes del país. Tras enviar a una de las matronas a dejar descansando al bebé, la pareja se quedó por fin a solas en aquel cuarto tras la sala de recepción y ojalá así hubiera sido para el resto de la noche. La cercanía de ambos se hizo aún más patente en un abrazo que llevó las manos de Rania a rodear el cuello del vampiro y las de este a hacer lo propio en el talle de su esposa. Disfrutaron de esos escasos minutos de intimidad entre besos y caricias furtivas buscando uno en el otro el apoyo necesario para seguir con aquella tarea que les había sido encomendada. -Más te vale compensarme por este lío en que me has metido-, bromeo en un susurro que tal solo escuchó él cuando uno de los lacayos les indicó que debían salir ya..
Ambos monarcas avanzaron entre la gente que allí se había reunido hasta ocupar sus respectivos tronos. Ahora cada una de las familias se presentaría y harían regalos a la pareja esperando seguramente el beneplácito y favor de la nueva corona y dinastía Ruthven. Si hubo algo que le hizo poca gracia a la reina fue el empeño con que cada uno de los padres de familia en presentar a sus hijas. Lo normal es que muchas de ellas se quedaran en la corte viviendo, ya fuera como damas de compañía de la reina o simplemente disfrutando de las diversiones que esta proporcionaba gracias a las fortunas familiares.. Con el rostro impasible fue viendo como una a una, las jóvenes exhibían sus encantos ante el rey esperando ser elegidas como concubinas, hasta que la paciencia se le iba agotando y el repiqueteo de sus uñas en el apoyabrazos del trono se hizo más que evidente al menos para James. Nunca le había dado motivos para estar celosa, salvo en ese periodo de tiempo en que se hirieron mutuamente, pero no podía evitar repudiar a todas esas mujeres que parecían entregarse a él solo por ser el rey. Aprovechando que una de las familias se retiraba de su presencia se inclinó hacia su marido, -Si no detienes esto no respondo-. Rania, era una mujer calmada y poco dada a las discusiones y enfrentamientos pero estaba siendo superada por la situación y la presión a la que se había visto sometida.
Tan sólo los movimientos de Abel, y en momentos muy precisos los de James, lograban sacarla del trance en que se encontraba desde que subió a bordo de aquel barco. Verles interactuar era el mayor de sus placeres y no podía esperar a que el niño creciera y James le lanzara por el aire o le enseñara a leer entre los montones de libros que poseía. Arrugó el ceño por esa nueva forma de referirse a ella, en cierta manera tan similar a su propio nombre, pero tan distinta. Yo os quiero a ambos, sois mi vida respondió a esas palabras que tanto tiempo llevaba esperando. Los besos del vampiro se sentían como un bálsamo en el alma de Rania, ávida de contacto con él.
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Y el primer fin de semana tras su llegada a tierras británicas se celebró la ansiada coronación. Todo estaba dispuesto para la pareja y el pequeño, ni siquiera la ropa de este le fue permitido a Rania escogerlo. Mantuvo la templanza que ya había demostrado en otras ocasiones y prometió ocuparse de esos temas una vez fuera coronada. Bastante había pasado a lo largo de su juventud como para dejar que siendo una mujer madura, casada, madre y reina alguien le dijera lo que tenía que hacer sin razón alguna.. Siempre un paso por detrás, acompañó a su marido a lo largo del pasillo de la abadía de Westminster hasta llegar al altar. La mayoría de las familias de clase alta del reino estaban allí congregadas expectantes de conocer a la joven pareja a la que desde ese mismo día deberían lealtad. Mientras Rania esperaba sentada en el trono de la consorte, James juraba ante el arzobispo su protección y justicia para con Inglaterra. Las miradas furtivas de este a punto estuvieron de hacerla reír pues no entraban en absoluto en el protocolo que les habían indicado debían seguir a rajatabla. Atendió las palabras del religioso cuando fue ella quien debió jurar su fidelidad al rey y al país que ahora iba a servir y gobernar como consorte, besó el anillo de James y se aguantó las ganas de hacer lo mismo en otras partes de su cuerpo aunque supo que pudo leer el deseo en sus ojos como conseguía hacer siempre.
No controlar el paradero de Abel le causaba ansiedad a Rania, una de las que serían las nodrizas del pequeño se estaban encargando de llevarle tras los recién coronados reyes de Inglaterra pero esta aún no estaba acostumbrada a separarse del bebé y menos dejarlo en brazos de alguien desconocido. Las constantes miradas de la reina hacia el pequeño acabaron por hacer que este le fuera entregado cuando subió junto a James en el carruaje. Hizo un mohín al vampiro para que la disculpara la falta de paciencia y acomodó al pequeño en el regazo mientras comenzaba el paseo de los monarcas ante su actual pueblo. Por primera vez Rania sintió el cariño de aquella gente y supo que se entregaría en cuerpo y alma para asegurar su bienestar, siendo -en parte- el corazón que en ocasiones le faltaba a James. Todo en aquel país era distinto al que ella tan bien conocía y sentía como propio, comenzando por el clima que para su gusto era demasiado húmedo con el cielo teñido de gris casi siempre. La moda parecía ir un paso por detrás de la parisina sin tanta pomposidad y lujo, los tocados eran mucho más discretos y le pareció que donde cada mujer demostraba su estilo y poder era realmente en las joyas que usaba. El carácter de los londinenses era así mismo mucho más reservado y distante, sin dar apenas pie a entablar conversación o iniciar amistades. Era consciente la consorte de que le iba a costar adaptarse a la nueva cultura aunque esperaba y deseaba poder contar con la presencia y apoyo de James en todo ese periodo de adaptación.
La llegada al castillo no fue tan rápida como ambos hubieran deseado, el cansancio se notaba al menos en Rania, y Abel comenzaba a removerse ya en los brazos de su madre. Por el pasillo abierto por la guardia real, pasearon hasta las puertas y perderse en el interior del edificio de piedra.. Solo quedaba saludar desde el balcón dando la imagen de familia unida y feliz, por un momento la joven apoyó la frente en el pecho de su marido buscando la energía que le faltaba. Como ya habían demostrado en otras ocasiones el protocolo entre ellos no parecía del todo respetable y las muestras de cariño que tan inoportunas parecían a ojos de los eclesiásticos nacían de manera natural entre la pareja. Con calma y sonrientes saludaron a la plebe durante el tiempo que les indicaron, acabando por despedirse y entrar de nuevo al interior. Ahora tendrían un breve momento a solas antes de la recepción de las casas reales y familias importantes del país. Tras enviar a una de las matronas a dejar descansando al bebé, la pareja se quedó por fin a solas en aquel cuarto tras la sala de recepción y ojalá así hubiera sido para el resto de la noche. La cercanía de ambos se hizo aún más patente en un abrazo que llevó las manos de Rania a rodear el cuello del vampiro y las de este a hacer lo propio en el talle de su esposa. Disfrutaron de esos escasos minutos de intimidad entre besos y caricias furtivas buscando uno en el otro el apoyo necesario para seguir con aquella tarea que les había sido encomendada. -Más te vale compensarme por este lío en que me has metido-, bromeo en un susurro que tal solo escuchó él cuando uno de los lacayos les indicó que debían salir ya..
Ambos monarcas avanzaron entre la gente que allí se había reunido hasta ocupar sus respectivos tronos. Ahora cada una de las familias se presentaría y harían regalos a la pareja esperando seguramente el beneplácito y favor de la nueva corona y dinastía Ruthven. Si hubo algo que le hizo poca gracia a la reina fue el empeño con que cada uno de los padres de familia en presentar a sus hijas. Lo normal es que muchas de ellas se quedaran en la corte viviendo, ya fuera como damas de compañía de la reina o simplemente disfrutando de las diversiones que esta proporcionaba gracias a las fortunas familiares.. Con el rostro impasible fue viendo como una a una, las jóvenes exhibían sus encantos ante el rey esperando ser elegidas como concubinas, hasta que la paciencia se le iba agotando y el repiqueteo de sus uñas en el apoyabrazos del trono se hizo más que evidente al menos para James. Nunca le había dado motivos para estar celosa, salvo en ese periodo de tiempo en que se hirieron mutuamente, pero no podía evitar repudiar a todas esas mujeres que parecían entregarse a él solo por ser el rey. Aprovechando que una de las familias se retiraba de su presencia se inclinó hacia su marido, -Si no detienes esto no respondo-. Rania, era una mujer calmada y poco dada a las discusiones y enfrentamientos pero estaba siendo superada por la situación y la presión a la que se había visto sometida.
Rania de Valois1- Realeza Inglesa
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Re: God save the Kings of England [Rania- Milenka- Danna]
Así que aquel era el paradero de su retoño, el pequeño y fiero James había volado del nido sin avisar a su sire. Ciertos comportamientos debían ser corregidos de inmediato, sonrió para sí misma disfrutando del castigo que sería para su creación la visita de la milenaria. No tardó en repartir órdenes en su mansión de las afueras de París para organizar tan pronto como fuera posible un viaje a la capital inglesa. James y la que ejercía las funciones de su esposa le llevaban tan solo un día de ventaja por lo que para desgracia ajena, estaría presente en la coronación de la pareja. Con el tiempo, los sirvientes que habían sobrevivido a su ira, acabaron por comprender que le gustaba que las órdenes se cumplieran con rapidez, certeras y sin hacer preguntas; por lo que todo el viaje estuvo preparado en escasas horas. Mientras el viaje se preparaba ella acudió a la inmensa pajarera de su jardín sacando de ella el regalo que supo desde que lo vio que sería perfecto para James. El cuervo había sido criado por ella misma desde que lo encontró, recibiendo las atenciones de Milenka única y exclusivamente. Tan solo le enseño a respetar a los de su especie, haciendo a algunos de sus sirvientes maltratarlo hasta que memorizó las diferencias entre vampiros y humanos para que picara a estos últimos. Así mismo dedicó horas a hablar con él repitiendo siempre las mismas palabras, Milenka, James, comida y sangre; le enseñço también a encontrarla allá donde estuviera, dando igual lo lejos que le dejara acababa siempre por encontrarla y eso tan solo lo enseñó para uso de James en un futuro. Larga era la vida de muerto que le esperaba y acabaría por necesitarla, si ese maldito cuervo estaba vivo y lo mantenía con él con decir el nombre de la vampira la encontraría y esta a su vez a su pupilo.
En cuanto a Rania, el regalo no fue menos personal. Conocía cada detalle de la vida de la joven así como de su familia y eso era lo que quería transmitirla cuando la tuviera delante. Milenka era la que permitía que James y Rania continuaran jugando a papás y mamás, el vampiro lo sabía, la humana no. La visita a la tienda del señor de Valois fue deliciosa, disfrutó de cada segundo de conversación con él y sobre todo de la cara de sorpresa que puso este cuando la vampira le informó de que su hija no estaba ya en París sino camino de Inglaterra. Fue sencillo presentarse como una amiga de la familia de su marido y al ostentar el cargo de realeza que dejó claro desde un principio que poseía, todo fueron halagos y charlas amenas sobre la pequeña reina. Cual actriz de un grandioso teatro, Milenka fingió candidez y dulzura hasta el momento en que abandonó la tienda con un paquete cargado de productos de belleza. De nuevo esa sonrisa exasperante cubrió sus labios.
Se encargó personalmente de llenar la bodega del barco de suficientes humanos como para no pasar hambre durante el viaje y por supuesto no acabar con la tripulación que se ocuparía de llevarla hasta su destino. Como condesa que era, le sería fácil acceder a la coronación y posterior recepción por lo que el mayor problema sería mantenerse alejada de James hasta el momento oportuno. Tal y como había predicho con facilitar su nombre y presentarse como condesa las puertas de la abadía se abrieron para ella, que ocupó un puesto lejano a la pareja pero sin problemas para tener controlado a James durante toda la coronación. Ciertamente se sentía orgullosa de él, de lo que lograba a cada paso que daba, pero seguía siendo como una astilla en el ojo en muchas ocasiones y para qué hablar de la niña que en ese momento estaban coronando. Demasiado insulsa para su gusto, innecesaria. Antes de que su presencia fuera descubierta se retiró a los aposentos que le habían sido otorgados en el castillo para los días que decidiera quedarse, aunque solo sería esa noche. Desde allí podía escuchar a las familias presentarse ante los monarcas y ofrecer los regalos y lealtad con respeto. Empezaba a aburrirse sola por lo que ordenó a un sirviente que recogiera la jaula, la cesta para Rania y una pequeña bolsa de terciopelo.
Sus pasos la situaron con rapidez frente a la pareja que no parecía estar en su mejor momento. Sus orbes azules se clavaron en el vampiro hasta que se tuvo que sentir incómodo y dejar de prestar atención a su esposa para descubrir la figura de su sire. -Majestades- susurró avanzando hasta ellos para arrodillarse sin ocultar el brillo divertido de su mirada, -tiempo que no estábamos en esta… posición-susurró lo bastante bajo para que solo fuera audible para los reyes, pero tan solo mirándole a él. No desvelaría aún su nombre y sabía que no saldría de los labios de James que ya tenía todos los sentidos alerta por la imprevisibilidad de Milenka. Extendió la mano para que los regalos fueran depositados a los pies de ambos. Con destreza sacó al cuervo de la jaula acariciando las plumas negras con la mano que no lo sostenía, -este presente es para el rey- anunció cediéndole al que ella había bautizado como Poe. Explicó las habilidades que este había aprendido y por supuesto que con decir su nombre el pájaro la encontraría. Rania torció el gesto al escuchar aquel detalle pero no dijo nada, alargó la mano para acariciar –como estaba haciendo su esposo- las plumas del animal, llevándose el primer picotazo de este. La tensión entre las dos féminas estaba para ese momento ya flotando en el ambiente aunque solo era perceptible para ellos tres. A continuación la bolsa de terciopelo del tamaño de una mano fue también entregada a James, -tu manjar favorito-, fue la única explicación que dio, conteniendo el frasco de cristal del interior su propia sangre, sangre que hacía mucho no le permitía tomar.
Y ahora venía la parte divertida de la noche. La reina no era capaz de disimular el desconcierto por la complicidad de ambos, y James no podía reprochar nada en la actitud de Milenka como para pedir que se fuera o que la guardia se la llevara; teniendo en cuenta además que cualquier paso en falso con ella pondría en peligro su naturaleza vampírica y la vida de Rania. Entregó la cesta de mimbre con todos los productos de la tienda de su padre en el interior perfectamente colocados, -se me ocurrió que le gustaría tener un pedazo de París y su familia aquí tan lejos de todo cuanto ha amado siempre- comentó con una sonrisa que ahora ya dejaba ver los colmillos a la joven. Era el momento de retirarse y como había sobornado al lacayo que anunciaba a quien se presentaba ante los reyes, solo había dicho su cargo y no su nombre como era normal. -Creo que no me conoce, aunque como ha visto yo lo sé todo de usted- recogió la mano de la reina entre las propias, lanzando una mirada de advertencia a James por si se le ocurría apartarla de su esposa. -soy Milenka Mayfair-. Y tras ello, tras disfrutar del odio y del miedo en los ojos de la morena, abandonó la sala con el mismo paso majestuoso y armonioso que siempre.
En cuanto a Rania, el regalo no fue menos personal. Conocía cada detalle de la vida de la joven así como de su familia y eso era lo que quería transmitirla cuando la tuviera delante. Milenka era la que permitía que James y Rania continuaran jugando a papás y mamás, el vampiro lo sabía, la humana no. La visita a la tienda del señor de Valois fue deliciosa, disfrutó de cada segundo de conversación con él y sobre todo de la cara de sorpresa que puso este cuando la vampira le informó de que su hija no estaba ya en París sino camino de Inglaterra. Fue sencillo presentarse como una amiga de la familia de su marido y al ostentar el cargo de realeza que dejó claro desde un principio que poseía, todo fueron halagos y charlas amenas sobre la pequeña reina. Cual actriz de un grandioso teatro, Milenka fingió candidez y dulzura hasta el momento en que abandonó la tienda con un paquete cargado de productos de belleza. De nuevo esa sonrisa exasperante cubrió sus labios.
Se encargó personalmente de llenar la bodega del barco de suficientes humanos como para no pasar hambre durante el viaje y por supuesto no acabar con la tripulación que se ocuparía de llevarla hasta su destino. Como condesa que era, le sería fácil acceder a la coronación y posterior recepción por lo que el mayor problema sería mantenerse alejada de James hasta el momento oportuno. Tal y como había predicho con facilitar su nombre y presentarse como condesa las puertas de la abadía se abrieron para ella, que ocupó un puesto lejano a la pareja pero sin problemas para tener controlado a James durante toda la coronación. Ciertamente se sentía orgullosa de él, de lo que lograba a cada paso que daba, pero seguía siendo como una astilla en el ojo en muchas ocasiones y para qué hablar de la niña que en ese momento estaban coronando. Demasiado insulsa para su gusto, innecesaria. Antes de que su presencia fuera descubierta se retiró a los aposentos que le habían sido otorgados en el castillo para los días que decidiera quedarse, aunque solo sería esa noche. Desde allí podía escuchar a las familias presentarse ante los monarcas y ofrecer los regalos y lealtad con respeto. Empezaba a aburrirse sola por lo que ordenó a un sirviente que recogiera la jaula, la cesta para Rania y una pequeña bolsa de terciopelo.
Sus pasos la situaron con rapidez frente a la pareja que no parecía estar en su mejor momento. Sus orbes azules se clavaron en el vampiro hasta que se tuvo que sentir incómodo y dejar de prestar atención a su esposa para descubrir la figura de su sire. -Majestades- susurró avanzando hasta ellos para arrodillarse sin ocultar el brillo divertido de su mirada, -tiempo que no estábamos en esta… posición-susurró lo bastante bajo para que solo fuera audible para los reyes, pero tan solo mirándole a él. No desvelaría aún su nombre y sabía que no saldría de los labios de James que ya tenía todos los sentidos alerta por la imprevisibilidad de Milenka. Extendió la mano para que los regalos fueran depositados a los pies de ambos. Con destreza sacó al cuervo de la jaula acariciando las plumas negras con la mano que no lo sostenía, -este presente es para el rey- anunció cediéndole al que ella había bautizado como Poe. Explicó las habilidades que este había aprendido y por supuesto que con decir su nombre el pájaro la encontraría. Rania torció el gesto al escuchar aquel detalle pero no dijo nada, alargó la mano para acariciar –como estaba haciendo su esposo- las plumas del animal, llevándose el primer picotazo de este. La tensión entre las dos féminas estaba para ese momento ya flotando en el ambiente aunque solo era perceptible para ellos tres. A continuación la bolsa de terciopelo del tamaño de una mano fue también entregada a James, -tu manjar favorito-, fue la única explicación que dio, conteniendo el frasco de cristal del interior su propia sangre, sangre que hacía mucho no le permitía tomar.
Y ahora venía la parte divertida de la noche. La reina no era capaz de disimular el desconcierto por la complicidad de ambos, y James no podía reprochar nada en la actitud de Milenka como para pedir que se fuera o que la guardia se la llevara; teniendo en cuenta además que cualquier paso en falso con ella pondría en peligro su naturaleza vampírica y la vida de Rania. Entregó la cesta de mimbre con todos los productos de la tienda de su padre en el interior perfectamente colocados, -se me ocurrió que le gustaría tener un pedazo de París y su familia aquí tan lejos de todo cuanto ha amado siempre- comentó con una sonrisa que ahora ya dejaba ver los colmillos a la joven. Era el momento de retirarse y como había sobornado al lacayo que anunciaba a quien se presentaba ante los reyes, solo había dicho su cargo y no su nombre como era normal. -Creo que no me conoce, aunque como ha visto yo lo sé todo de usted- recogió la mano de la reina entre las propias, lanzando una mirada de advertencia a James por si se le ocurría apartarla de su esposa. -soy Milenka Mayfair-. Y tras ello, tras disfrutar del odio y del miedo en los ojos de la morena, abandonó la sala con el mismo paso majestuoso y armonioso que siempre.
Milenka Mayfair- Vampiro Clase Alta
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Fecha de inscripción : 11/06/2015
Re: God save the Kings of England [Rania- Milenka- Danna]
Cuando parecía que la pareja empezaba a recomponerse de los ataques de celos que Rania tenía sobre todas aquellas jóvenes mujeres que se presentaban ante ambos, James respiró tranquilo, por haber evitado la tentación. Salió airoso y dedicó la atención y sus caricias a su mujer, con la que estaba casado y era la reina, sentada en ese trono con aquella tiara tan majestuosa como exquisita. Rania había nacido para llevar toda esa elegancia, su cuello, sus labios y su porte, sus modales y su sonrisa, se habían ganado el favor de toda la corte, toro el clero y todas las mujeres, pues no la veían como una amenaza sino como una reina dispuesta a su rey y ahora a Inglaterra.
Sin embargo se tenía más reparo hacia su marido, el cual tenía una actitud pulcra y equilibrada dentro de lo que parecía. La corona en su cabeza aplastaba el pelo indómito que tenía y descansaba plácidamente recostado en el reposabrazos del trono más próximo a la reina. Todo parecía ir bien hasta que, como no podía ser de otra forma, el destino volvió a poner una piedra en su camino. Una bruja de pelo moreno, manos perfectas y talante soberbio que había logrado por sus artes, que no eran pocas, colarse no sólo en la coronación sino en el salón de la corte donde se recibían a todos los súbditos que se presentaban y rendían vasallaje a los reyes entre la celebración de música y festín. James se tensó al ver a la mujer que fue presentada como la condesa, pero más bien podía haber sido presentada a secas como “La mujer”. Aquella vedma vikinga era una mala hierba o como el agua que siempre logra escaparse. Dotada de elegancia y melodrama se postró ante los reyes y si fuera poco soltó una lindeza que era típica de ella, pero que sabía que a haría que a Rania chirriara los dientes. Aun sin conocerla, su belleza era sobrehumana y sus artes también lo eran. La condesa mostró los presentes con la intención de agradar a los reyes. Cuando James recibió el cuervo negro, amaestrado, alargó la mano con la única intención de comprobar la suavidad de sus plumas, al igual que haría Rania, pero esta con un desenlace peor. Pues picó los delicados dedos de la reina al tiempo que James lo alejaba de ella y lo devolvía a su jaula. Mientras la sonrisa imperceptible para los presentes se dibujaba en el rostro de Milenka, James le dedicó una furtiva y condenable mirada cargada de reproche y deseó en sus adentros que Lilith estuviera en sus cabales y por una vez fuera una mujer racional y no un demonio sanguinario.
Pero con Milenka nunca se puede aventurar el futuro y las cosas siempre pueden ir a peor. No solo había amaestrado un cuervo para que atacara a Rania y no a James, sino que el presente a la reina era aún peor. Dando a entender que su tela de araña había llegado hasta la familia de Rania en París, había entablado contacto y había hablado con ellos. Controlaba todo aquella mujer y James respiró profundamente intentando aguantar las ganas irrefrenables de despedazar a esa mujer. Pero en público todo debía ser protocolario y tranquilo. Una vez había hecho alarde de tu prepotencia y ponzoña influencia, Milenka se presentó como quien era para después retirarse.
En ese momento James contempló a Rania impasible, la mandíbula se marcaba con fuerza en sus mejillas sonrojadas. Era una situación inevitable, era amiga de la familia, era parte de su Casta y por encima de todo era su creadora. Así que por mucho que pusiera un muro de altura descomunal, Milenka no podría separarse de ellos, pues encontraría la forma de alcanzarlos. James era consciente de todo ello, pero Rania no. Miró a su mujer y respiró sin mostrar atisbo de alegría sino de incredulidad. Se levantó del trono y pidió que anunciaran un descanso. Así ambos fueron al salón de atrás y James cerró la puerta una vez salieron- Antes de que digas nada. Tienes que comprender dos cosas. La primera es que es imposible zafarse de ella, la única forma es que te alejes de mi. Y que si los dos seguimos juntos es porque ella no ha querido hacer nada para evitarlo. Le gusta jugar y lo está haciendo con los dos pero sobre todo contigo Rania- dijo intentando hacerle ver el halo de manipulación de Milenka- No se la puede reprender su comportamiento, ni echar del reino- aventuró las posibilidades que podrían pasarle por la cabeza a Rania- Entiende que eres tú la que está a mi lado, la que tiene un anillo de compromiso en su dedo. La madre de mi hijo y sobre todo, que quizás es lo que más le molesta, que seas reina. Ella te debe lealtad, a ti y a mí. No te pido que la toleres, te pido que la ignores. Porque todos los esfuerzos y su vida dependen de hacerse notar y de molestar, en este caso es a ti y a mí.
Una vez terminaron de hablar James supo que no era el momento ni el lugar, pero se quedó mirándola en el umbral de la puerta- Sé que te llevará tiempo, pero es un sacrificio que hay que correr, por Abel- dijo antes de disponerse a salir de la estancia.
Lo que Rania no sabía es que James había tenido más de un encontronazo y discusión con Milenka precisamente por su matrimonio y por su familia. James había dejado claro la posición que tomaría si Milenka se excedía en su comportamiento y sus placeres hedonistas, maquiavélicos o incluso perversos entre ellos. Existían millares de personas en el mundo y tenía que joderles a ellos.
James sentía una atracción irracional por aquella mujer, por su sangre que ahora era un manjar a guardar bajo llave en su arcón particular. Y por todo. Estaba hecha para embaucar a los hombres y más a él por ser su creación. Pero nada más lejos James aventuraba que Milenka también le quería para ella, sentía cierta atracción y obsesión por James. Pues se estaba convirtiendo a grandes rasgos no solo en su creación más perfecta, sino en un vampiro con éxito y poder. Aquel triángulo amoroso era un campo de batalla, cubierto de minas escondidas en las que cualquiera de los tres, que diera un paso en falso, devastaría el fuego del infierno y estaba claro que alguno de los tres moriría o desaparecería, sino los tres, de la faz de la tierra. James quería a Rania y estaba obsesionado con Milenka, más allá de lo racional. Rania quería a James pero odiaba a Milenka, y Milenka odiaba a Rania y no admitía que quería a James. Milenka solo se quería a ella misma y todo es prescindible o intercambiable.
Tras aquella conversación, deseó que la tensión se hubiera disipado y buscó la mano de Rania para infundir valor y afianzar sus sentimientos y lealtad.
Sin embargo se tenía más reparo hacia su marido, el cual tenía una actitud pulcra y equilibrada dentro de lo que parecía. La corona en su cabeza aplastaba el pelo indómito que tenía y descansaba plácidamente recostado en el reposabrazos del trono más próximo a la reina. Todo parecía ir bien hasta que, como no podía ser de otra forma, el destino volvió a poner una piedra en su camino. Una bruja de pelo moreno, manos perfectas y talante soberbio que había logrado por sus artes, que no eran pocas, colarse no sólo en la coronación sino en el salón de la corte donde se recibían a todos los súbditos que se presentaban y rendían vasallaje a los reyes entre la celebración de música y festín. James se tensó al ver a la mujer que fue presentada como la condesa, pero más bien podía haber sido presentada a secas como “La mujer”. Aquella vedma vikinga era una mala hierba o como el agua que siempre logra escaparse. Dotada de elegancia y melodrama se postró ante los reyes y si fuera poco soltó una lindeza que era típica de ella, pero que sabía que a haría que a Rania chirriara los dientes. Aun sin conocerla, su belleza era sobrehumana y sus artes también lo eran. La condesa mostró los presentes con la intención de agradar a los reyes. Cuando James recibió el cuervo negro, amaestrado, alargó la mano con la única intención de comprobar la suavidad de sus plumas, al igual que haría Rania, pero esta con un desenlace peor. Pues picó los delicados dedos de la reina al tiempo que James lo alejaba de ella y lo devolvía a su jaula. Mientras la sonrisa imperceptible para los presentes se dibujaba en el rostro de Milenka, James le dedicó una furtiva y condenable mirada cargada de reproche y deseó en sus adentros que Lilith estuviera en sus cabales y por una vez fuera una mujer racional y no un demonio sanguinario.
Pero con Milenka nunca se puede aventurar el futuro y las cosas siempre pueden ir a peor. No solo había amaestrado un cuervo para que atacara a Rania y no a James, sino que el presente a la reina era aún peor. Dando a entender que su tela de araña había llegado hasta la familia de Rania en París, había entablado contacto y había hablado con ellos. Controlaba todo aquella mujer y James respiró profundamente intentando aguantar las ganas irrefrenables de despedazar a esa mujer. Pero en público todo debía ser protocolario y tranquilo. Una vez había hecho alarde de tu prepotencia y ponzoña influencia, Milenka se presentó como quien era para después retirarse.
En ese momento James contempló a Rania impasible, la mandíbula se marcaba con fuerza en sus mejillas sonrojadas. Era una situación inevitable, era amiga de la familia, era parte de su Casta y por encima de todo era su creadora. Así que por mucho que pusiera un muro de altura descomunal, Milenka no podría separarse de ellos, pues encontraría la forma de alcanzarlos. James era consciente de todo ello, pero Rania no. Miró a su mujer y respiró sin mostrar atisbo de alegría sino de incredulidad. Se levantó del trono y pidió que anunciaran un descanso. Así ambos fueron al salón de atrás y James cerró la puerta una vez salieron- Antes de que digas nada. Tienes que comprender dos cosas. La primera es que es imposible zafarse de ella, la única forma es que te alejes de mi. Y que si los dos seguimos juntos es porque ella no ha querido hacer nada para evitarlo. Le gusta jugar y lo está haciendo con los dos pero sobre todo contigo Rania- dijo intentando hacerle ver el halo de manipulación de Milenka- No se la puede reprender su comportamiento, ni echar del reino- aventuró las posibilidades que podrían pasarle por la cabeza a Rania- Entiende que eres tú la que está a mi lado, la que tiene un anillo de compromiso en su dedo. La madre de mi hijo y sobre todo, que quizás es lo que más le molesta, que seas reina. Ella te debe lealtad, a ti y a mí. No te pido que la toleres, te pido que la ignores. Porque todos los esfuerzos y su vida dependen de hacerse notar y de molestar, en este caso es a ti y a mí.
Una vez terminaron de hablar James supo que no era el momento ni el lugar, pero se quedó mirándola en el umbral de la puerta- Sé que te llevará tiempo, pero es un sacrificio que hay que correr, por Abel- dijo antes de disponerse a salir de la estancia.
Lo que Rania no sabía es que James había tenido más de un encontronazo y discusión con Milenka precisamente por su matrimonio y por su familia. James había dejado claro la posición que tomaría si Milenka se excedía en su comportamiento y sus placeres hedonistas, maquiavélicos o incluso perversos entre ellos. Existían millares de personas en el mundo y tenía que joderles a ellos.
James sentía una atracción irracional por aquella mujer, por su sangre que ahora era un manjar a guardar bajo llave en su arcón particular. Y por todo. Estaba hecha para embaucar a los hombres y más a él por ser su creación. Pero nada más lejos James aventuraba que Milenka también le quería para ella, sentía cierta atracción y obsesión por James. Pues se estaba convirtiendo a grandes rasgos no solo en su creación más perfecta, sino en un vampiro con éxito y poder. Aquel triángulo amoroso era un campo de batalla, cubierto de minas escondidas en las que cualquiera de los tres, que diera un paso en falso, devastaría el fuego del infierno y estaba claro que alguno de los tres moriría o desaparecería, sino los tres, de la faz de la tierra. James quería a Rania y estaba obsesionado con Milenka, más allá de lo racional. Rania quería a James pero odiaba a Milenka, y Milenka odiaba a Rania y no admitía que quería a James. Milenka solo se quería a ella misma y todo es prescindible o intercambiable.
Tras aquella conversación, deseó que la tensión se hubiera disipado y buscó la mano de Rania para infundir valor y afianzar sus sentimientos y lealtad.
James Ruthven- Vampiro/Realeza
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Re: God save the Kings of England [Rania- Milenka- Danna]
Esa figura oscura, perfectamente vestida y enjoyada le pareció de entrada demasiado agresiva como para tratarse de una mujer de la corte o de alguna casa real; no obstante fue presentada como condesa del Sacro Imperio Romano y Germánico.. La mayoría de las miradas de la fémina iban dirigidas a su marido –cosa que empezaba a tener como algo normal- pero un brillo en sus ojos le alertó de que algo no iba bien. La tensión de James era también evidente, sin mover un solo músculo en su trono y sin soltar su mano. Él sabía de quién se trataba, había algo detrás de esa fachada autoritaria y cínica que Rania no alcanzaba a descubrir. No obstante, el silencio de la joven reina se hizo presente dejando a la morena explayarse en su explicación sobre el pájaro de mal agüero que estaba entregando al rey. Claramente prefería otra clase de animal pero la tentación de, como James, alargar la mano para acariciarlo fue mayor que el desagrado por la vampira. El picotazo del cuervo hizo que sacudiera la mano en el aire junto a un quejido de dolor, por suerte no había sido demasiado fuerte pero algunas gotas de sangre resbalaron por el índice hasta que fueron recogidas por paño que acercó uno de los sirvientes. No hizo mención alguna al segundo regalo de Milenka para él, ya le preguntaría más tarde de qué se trataba.
Se centró la atención entonces en ella, Rania que siempre se había caracterizado por su temperamento calmo y dulce, estaba con cada sentido activado y centrado en la vampira que le ofrecía un nuevo presente. Todas las alarmas saltaban en su mente avisando de que no estaba segura junto a la condesa y realmente lo único que la tranquilizaba era la presencia y contacto de James. Una vez hubo desenvuelto el regalo, pudo comprobar que todo pertenecía a la tienda de su padre. Fijó la mirada en los iris azules de quien parecía tener el control total del matrimonio y no hubiera necesitado escuchar su nombre para saberle.
Pareciera que la reina estuviera abandonando el salón y los que eran verdaderamente reyes de Inglaterra fuesen de su propiedad. Rania no podía apartar la vista de la puerta por la que había desaparecido Milenka, aún con la respiración agitada y los dientes tan apretados que le dolía la mandíbula. Notaba los ojos de James clavados en ella pero en ese momento no quería verle, ni tocarle, no quería nada. El enfado y la rabia que sentía en su interior eran tan solo comparable a la época en que su relación se tornó tóxica y enfermiza. No podía evitar sentirse vendida por él, poco protegida pues no había movido un solo músculo para frenar aquel juego cruel por su parte..
Acompañó a este hasta la sala trasera y sin mediar palabra escuchó lo que tenía que decirla. Era impresionante el poder que tenía sobre la mente de su marido y este parecía no darse cuenta o serle más cómodo todo si fingía no saberlo. Después de hacer ese alarde de poder y falta de respeto hacia ella, la respuesta de James era que no podía hacerse nada más que consentir esos ataques de protagonismo por parte de Milenka. Él era el único que podría haberla dicho que parase, que dejase de molestar, al menos un intento de frenar el espectáculo; pero en vez de eso prefirió dejar que ella lo pasara bien y su mujer sufriera. -Yo no tengo que comprender nada-, comenzó una vez que había atendido en silencio a todo lo expresado y argumentado por James. -Creo que quienes tenéis que entender algo sois vosotros dos. Tú que esa mujer no va a estar en mi presencia ni una sola vez más o contrataré a todos los cazadores posibles para que acaben con ella-, ese tema le podía, era quizás el que más le hizo sufrir en su breve periodo separados y no iba a dar su brazo a torcer jamás. Llegado el caso en que James no tuviera las prioridades claras esa relación se rompería, lo que no iba a permitir es que la mujer que le controlaba, la que se había reído de ella y sido testigo de la infidelidad de James estuviera en sus vidas. Por encima de su cadáver. -Y ella que aquí la reina soy yo, que tu mujer soy yo y que la que tiene el poder de cortar su cabeza soy yo-. Había pecado muchos años de sumisa, de poco carácter y de tratar de agradar a los demás, estaba cansada de ser la buena del cuento y de buena, tonta.
Le señaló con el índice cuando mentó a Abel, -no te atrevas a decirme que haga nada por él, he demostrado que soy capaz de morir encerrada en un maldito castillo si así le salvo la vida-. Recriminó recordándole que había sido capaz de huir de él estando enamorada al creer que su vida corría peligro. Sería capaz de cualquier cosa por asegurar la protección del bebé, sentía incluso ganas de que James la transformara, de poder enfrentarse a ese engendro del mal, de acabar con ella y sus ramificaciones venenosas; pero eso se lo calló, no era un tema que hablar a la ligera y menos con su marido queriendo este pasar la eternidad con ella –o al menos eso decía-. Soltó la mano de James pasando a su lado de vuelta a la sala en la que reposaban sus respectivos asientos, estando aún cerradas las puertas que daban acceso a quienes querían ser recibidos por los monarcas. Por suerte para ella no podía quedar mucho más, llevaban horas atendiendo a los presentes y pronto sería la hora de retirarse a algún lugar más privado del castillo; aunque después de ese enfrentamiento Rania no tenía nada claro que durmieran juntos. James no era bueno permitiendo que se dirigieran a él con esas formas y una de dos, o discutían más tarde cuando estuvieran solos o trataría de ponerse en la piel de su mujer y entender el sufrimiento que suponía para ella sentirse inferior a alguien que le había hecho tanto daño como Milenka. Y en ese estado de tensión dieron la orden de que las puertas volvieran a abrirse para recibir a los pocos que quedaban.
Se centró la atención entonces en ella, Rania que siempre se había caracterizado por su temperamento calmo y dulce, estaba con cada sentido activado y centrado en la vampira que le ofrecía un nuevo presente. Todas las alarmas saltaban en su mente avisando de que no estaba segura junto a la condesa y realmente lo único que la tranquilizaba era la presencia y contacto de James. Una vez hubo desenvuelto el regalo, pudo comprobar que todo pertenecía a la tienda de su padre. Fijó la mirada en los iris azules de quien parecía tener el control total del matrimonio y no hubiera necesitado escuchar su nombre para saberle.
Pareciera que la reina estuviera abandonando el salón y los que eran verdaderamente reyes de Inglaterra fuesen de su propiedad. Rania no podía apartar la vista de la puerta por la que había desaparecido Milenka, aún con la respiración agitada y los dientes tan apretados que le dolía la mandíbula. Notaba los ojos de James clavados en ella pero en ese momento no quería verle, ni tocarle, no quería nada. El enfado y la rabia que sentía en su interior eran tan solo comparable a la época en que su relación se tornó tóxica y enfermiza. No podía evitar sentirse vendida por él, poco protegida pues no había movido un solo músculo para frenar aquel juego cruel por su parte..
Acompañó a este hasta la sala trasera y sin mediar palabra escuchó lo que tenía que decirla. Era impresionante el poder que tenía sobre la mente de su marido y este parecía no darse cuenta o serle más cómodo todo si fingía no saberlo. Después de hacer ese alarde de poder y falta de respeto hacia ella, la respuesta de James era que no podía hacerse nada más que consentir esos ataques de protagonismo por parte de Milenka. Él era el único que podría haberla dicho que parase, que dejase de molestar, al menos un intento de frenar el espectáculo; pero en vez de eso prefirió dejar que ella lo pasara bien y su mujer sufriera. -Yo no tengo que comprender nada-, comenzó una vez que había atendido en silencio a todo lo expresado y argumentado por James. -Creo que quienes tenéis que entender algo sois vosotros dos. Tú que esa mujer no va a estar en mi presencia ni una sola vez más o contrataré a todos los cazadores posibles para que acaben con ella-, ese tema le podía, era quizás el que más le hizo sufrir en su breve periodo separados y no iba a dar su brazo a torcer jamás. Llegado el caso en que James no tuviera las prioridades claras esa relación se rompería, lo que no iba a permitir es que la mujer que le controlaba, la que se había reído de ella y sido testigo de la infidelidad de James estuviera en sus vidas. Por encima de su cadáver. -Y ella que aquí la reina soy yo, que tu mujer soy yo y que la que tiene el poder de cortar su cabeza soy yo-. Había pecado muchos años de sumisa, de poco carácter y de tratar de agradar a los demás, estaba cansada de ser la buena del cuento y de buena, tonta.
Le señaló con el índice cuando mentó a Abel, -no te atrevas a decirme que haga nada por él, he demostrado que soy capaz de morir encerrada en un maldito castillo si así le salvo la vida-. Recriminó recordándole que había sido capaz de huir de él estando enamorada al creer que su vida corría peligro. Sería capaz de cualquier cosa por asegurar la protección del bebé, sentía incluso ganas de que James la transformara, de poder enfrentarse a ese engendro del mal, de acabar con ella y sus ramificaciones venenosas; pero eso se lo calló, no era un tema que hablar a la ligera y menos con su marido queriendo este pasar la eternidad con ella –o al menos eso decía-. Soltó la mano de James pasando a su lado de vuelta a la sala en la que reposaban sus respectivos asientos, estando aún cerradas las puertas que daban acceso a quienes querían ser recibidos por los monarcas. Por suerte para ella no podía quedar mucho más, llevaban horas atendiendo a los presentes y pronto sería la hora de retirarse a algún lugar más privado del castillo; aunque después de ese enfrentamiento Rania no tenía nada claro que durmieran juntos. James no era bueno permitiendo que se dirigieran a él con esas formas y una de dos, o discutían más tarde cuando estuvieran solos o trataría de ponerse en la piel de su mujer y entender el sufrimiento que suponía para ella sentirse inferior a alguien que le había hecho tanto daño como Milenka. Y en ese estado de tensión dieron la orden de que las puertas volvieran a abrirse para recibir a los pocos que quedaban.
Rania de Valois1- Realeza Inglesa
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Fecha de inscripción : 20/06/2015
Re: God save the Kings of England [Rania- Milenka- Danna]
Tras la coronación de Irina años atrás, Danna no había acudido a ningún evento de tanta importancia y poder, hacia al que ahora acudían sus pies. El mejor vestido de su colección era ahora su segunda piel y mientras a cada paso que daba hacia el palacio las antorchas y velas creaban una luz iridiscente sobre su vestido, de colores dorados y rojos; de su mano, una pequeña jovencita la acompañaba entusiasmada. Había sido imposible hacer que Diana se quedase en el barco mientras ella acudía al encuentro. Por suerte para ellas la invitación real había llegado horas antes de partir hacia París donde debían encontrarse con los tíos respectivos de la pequeña, el duque de Ballester y el duque de Steiner. Allí se dirigían con las buenas nuevas de su compromiso con Scott Whitte, más cuando a última hora los planes cambiaron, la duquesa se alegró, casualmente de camino a París debían de pasar cerca de Inglaterra, así que apenas costó más que unos minutos para convencer al capitán que las acercase a puerto al pasar a Inglaterra y con suerte, siendo la travesía apacible y tranquila, llegaron a destino sana y salvas. Y lo más importante; llegaron a tiempo para verlos. Danna no habría esperado otra cosa que la solemnidad en la que James, antiguo conde de Escocia, había tomado el trono. En lo poco que llevaba en la corte extranjera, ya muchos hablaban de su entereza, su ilustre comportamiento y de su nobleza, actitudes que todo monarca debía de poseer y que sin duda, estaba segura que James tenía. No obstante, no era él por el que sentía tanto nerviosismo, sino por su amiga… a la que ahora debería llamar majestad por más que en sus fueros internos se muriese de ganas de ir y abrazarla, consolarla para darle fuerzas en estas horas que sabía le debían de ser difíciles.
Mirando a su hija, pendiente de ella en todo momento de aquella velada a la espera de que los reyes pudiesen atenderla, miró de reojo como una vampiresa abandonaba el palacio justo cuando ellas entraban. Clavó la mirada en aquella sombra que rápidamente se fundió entre las sombras del exterior y sonriendo a su hija, dejando de sentir aquella inquietud que había sentido al toparse con la vampiresa, finalmente entraron al salón donde los ya actuales reyes, la recibirían. Apenas bastó una rápida mirada para saber que no era la única extranjera que acudía a la coronación. Tanto nobles de los alrededores, como de Escocia habían acudido a la cita, seguramente, muchos con el deseo de hacerse con la gracia de la confianza del monarca, e incluso, su apoyo. Danna por el contrario, solo había ido a mostrar sus respetos y por encima de todo, para poder ver a Rania, aunque ahora fuese de una forma lejana y fría, como una vasalla a su reina. La había extrañado, y aunque James pudiera sentirse receloso con ella, ella aún tras actuar como le dictó su consciencia y auxiliar a Rania aquella noche, jamás podría perdonarse de haberles pasado algo. A fin de cuentas, quizás si había sido ella la que había mencionado la idea de tomar un barco y alejarse de aquel mal que había trastocado y roto el corazón de su dulce amiga. Diana suspiró cansada a su lado y enseguida la mirada de la duquesa reparó en su milagro; su hija. Su pequeño cuerpo ahora se abrazaba al de su madre, así Danna era la que cargaba con parte de su peso. —Ya entramos pequeña, ya verás. En breves la veremos y le daremos tu regalo para Abel. —Le susurró agachándose a besarle la frente. Pocos minutos después los reyes salieron de nuevo a recibir a los últimos invitados que quedaban y mirando atrás hacia los sirvientes que cargaban con sus obsequios y ver que todo estaba en orden, dio un paso al frente.
— Mis majestades. — Enseguida avanzó unos pasos más se arrodilló frente a los monarcas con una pequeña imitándola en todo momento y en cuanto la mirada de la duquesa se alzó, sonrío a la reina con complicidad. Apenas ese intercambio de miradas duró unos segundos y tragando duro, al alzarse fijó la mirada en James. —Os felicito por tan celebre nombramiento y celebro esta coronación. —Miró de nuevo a Rania y sus ojos brillaron. Quería decirle tantas cosas… sentía tales deseos de ir y abrazarla que sus manos quemaban, pero también se sentía orgullosa de ella. Inglaterra no habría podido tener una reina más misericordiosa, ni más bella. —No podrían haber unos reyes mejores que vosotros, majestades. Inglaterra entera está de celebración. —dijo con una sonrisa, y apretando la mano de su pequeña que se había quedado mirando a Rania sin saber que decirle, dio paso a los sirvientes que dejaron un cofre, un cuadro y una cajita a los pies de los monarcas. — Este presente es para el rey— dijo señalando el cofre que en ese momento depositaron a sus pies y lo abrieron. En él se encontraban documentos, mapas y todo tipo de reliquias antiguas de un valor indescriptible. Era una parte de la herencia militar y territorial que los primeros Dianceths llegados de Inglaterra trajeron consigo a Escocia y que ahora, devolvía a la tierra de donde eran. Explicó el valor de todas aquellas reliquias que traían con ellas recuerdos de las mayores victorias de Inglaterra y enseguida terminó, entregó el siguiente regalo, este para Rania. —Es una joya especial majestad, —mencionó cuando abrieron la caja y de ella resplandeció un collar de diamantes, bañado en oro blanco. —Únicamente existe en todo el mundo, uno como este y ese es el suyo. — Y ahora si llegó el ultimo regalo, el cual llevó Diana hacia los mismos pies de Rania y se lo entregó con sumo cuidado.
— Es un cuadro para el príncipe Abel de Inglaterra, nuestra reina. — habló con una voz un poco temblorosa, de los nervios al no poder hablarle dentro de la normalidad a Rania. Se enderezó y destapando el cuadro, reveló el cuadro de un joven Abel montado a caballo. La duquesa jamás supo cómo pudo pintarlo con aquella exactitud, cuando apenas el pequeño no tendría un año, pero como ella decía, se fiaba de sus sueños y en sus premoniciones lo había visto. Él sería ese joven audaz, valiente y hermoso y aquel sería el color de su primer caballo. Y Danna que no tenía aquella facultad de ver lo que veía su hija, simplemente lo aceptó esperando que aquel retrato le gustase a Rania, a James e inclusive, a su hijo cuando este creciera y se viera en aquel retrato calcada en su divina perfección. —Espero sea de vuestro agrado, lo pintó para el príncipe mi propia hija, altezas. — y junto una última mirada a la reina, y unas reverencias, se marchó con el corazón triste mientras otros invitados agasajaban a los reyes, pero feliz al mismo tiempo encaminaba sus pasos de nuevo al barco que la llevarían a la mañana siguiente a París. Rania, su amiga se había convertido en reina y estaba bien, radiante y más hermosa que nunca. La visita había merecido la pena, ya solo podía pensar en el día en que fuera invitada y finalmente, pudiese abrazar a su amiga como hermanas reencontradas tras el paso lento del tiempo. Por ahora, ese era el tiempo de ella con su amor; el tiempo de los reyes ingleses.
Mirando a su hija, pendiente de ella en todo momento de aquella velada a la espera de que los reyes pudiesen atenderla, miró de reojo como una vampiresa abandonaba el palacio justo cuando ellas entraban. Clavó la mirada en aquella sombra que rápidamente se fundió entre las sombras del exterior y sonriendo a su hija, dejando de sentir aquella inquietud que había sentido al toparse con la vampiresa, finalmente entraron al salón donde los ya actuales reyes, la recibirían. Apenas bastó una rápida mirada para saber que no era la única extranjera que acudía a la coronación. Tanto nobles de los alrededores, como de Escocia habían acudido a la cita, seguramente, muchos con el deseo de hacerse con la gracia de la confianza del monarca, e incluso, su apoyo. Danna por el contrario, solo había ido a mostrar sus respetos y por encima de todo, para poder ver a Rania, aunque ahora fuese de una forma lejana y fría, como una vasalla a su reina. La había extrañado, y aunque James pudiera sentirse receloso con ella, ella aún tras actuar como le dictó su consciencia y auxiliar a Rania aquella noche, jamás podría perdonarse de haberles pasado algo. A fin de cuentas, quizás si había sido ella la que había mencionado la idea de tomar un barco y alejarse de aquel mal que había trastocado y roto el corazón de su dulce amiga. Diana suspiró cansada a su lado y enseguida la mirada de la duquesa reparó en su milagro; su hija. Su pequeño cuerpo ahora se abrazaba al de su madre, así Danna era la que cargaba con parte de su peso. —Ya entramos pequeña, ya verás. En breves la veremos y le daremos tu regalo para Abel. —Le susurró agachándose a besarle la frente. Pocos minutos después los reyes salieron de nuevo a recibir a los últimos invitados que quedaban y mirando atrás hacia los sirvientes que cargaban con sus obsequios y ver que todo estaba en orden, dio un paso al frente.
— Mis majestades. — Enseguida avanzó unos pasos más se arrodilló frente a los monarcas con una pequeña imitándola en todo momento y en cuanto la mirada de la duquesa se alzó, sonrío a la reina con complicidad. Apenas ese intercambio de miradas duró unos segundos y tragando duro, al alzarse fijó la mirada en James. —Os felicito por tan celebre nombramiento y celebro esta coronación. —Miró de nuevo a Rania y sus ojos brillaron. Quería decirle tantas cosas… sentía tales deseos de ir y abrazarla que sus manos quemaban, pero también se sentía orgullosa de ella. Inglaterra no habría podido tener una reina más misericordiosa, ni más bella. —No podrían haber unos reyes mejores que vosotros, majestades. Inglaterra entera está de celebración. —dijo con una sonrisa, y apretando la mano de su pequeña que se había quedado mirando a Rania sin saber que decirle, dio paso a los sirvientes que dejaron un cofre, un cuadro y una cajita a los pies de los monarcas. — Este presente es para el rey— dijo señalando el cofre que en ese momento depositaron a sus pies y lo abrieron. En él se encontraban documentos, mapas y todo tipo de reliquias antiguas de un valor indescriptible. Era una parte de la herencia militar y territorial que los primeros Dianceths llegados de Inglaterra trajeron consigo a Escocia y que ahora, devolvía a la tierra de donde eran. Explicó el valor de todas aquellas reliquias que traían con ellas recuerdos de las mayores victorias de Inglaterra y enseguida terminó, entregó el siguiente regalo, este para Rania. —Es una joya especial majestad, —mencionó cuando abrieron la caja y de ella resplandeció un collar de diamantes, bañado en oro blanco. —Únicamente existe en todo el mundo, uno como este y ese es el suyo. — Y ahora si llegó el ultimo regalo, el cual llevó Diana hacia los mismos pies de Rania y se lo entregó con sumo cuidado.
— Es un cuadro para el príncipe Abel de Inglaterra, nuestra reina. — habló con una voz un poco temblorosa, de los nervios al no poder hablarle dentro de la normalidad a Rania. Se enderezó y destapando el cuadro, reveló el cuadro de un joven Abel montado a caballo. La duquesa jamás supo cómo pudo pintarlo con aquella exactitud, cuando apenas el pequeño no tendría un año, pero como ella decía, se fiaba de sus sueños y en sus premoniciones lo había visto. Él sería ese joven audaz, valiente y hermoso y aquel sería el color de su primer caballo. Y Danna que no tenía aquella facultad de ver lo que veía su hija, simplemente lo aceptó esperando que aquel retrato le gustase a Rania, a James e inclusive, a su hijo cuando este creciera y se viera en aquel retrato calcada en su divina perfección. —Espero sea de vuestro agrado, lo pintó para el príncipe mi propia hija, altezas. — y junto una última mirada a la reina, y unas reverencias, se marchó con el corazón triste mientras otros invitados agasajaban a los reyes, pero feliz al mismo tiempo encaminaba sus pasos de nuevo al barco que la llevarían a la mañana siguiente a París. Rania, su amiga se había convertido en reina y estaba bien, radiante y más hermosa que nunca. La visita había merecido la pena, ya solo podía pensar en el día en que fuera invitada y finalmente, pudiese abrazar a su amiga como hermanas reencontradas tras el paso lento del tiempo. Por ahora, ese era el tiempo de ella con su amor; el tiempo de los reyes ingleses.
Danna Dianceht- Licántropo/Realeza
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Fecha de inscripción : 27/05/2013
Edad : 32
Re: God save the Kings of England [Rania- Milenka- Danna]
La conversación con Rania había sido un drama puro y duro, digno de una novela shakesperiana. Y no le había dejado un buen sabor de boca entre otras cosas porque no podía describirse la relación y el vínculo que le unía a Milenka y mucho menos podía hacérselo entender a Rania. Así que como una estatua de piedra se quedó y absorbió la frustración y la ira de su mujer hacia la mujer que parecía un ave depredadora volando en círculos en busca de la carroña que quedara entre ambos. Aquello había sido un encuentro tenso, no la parte de Milenka, sino la discusión que James y Rania habían tenido. Y si fuera un poco perverso, aquella muestra de fuerza y celos le excitó a James haciendo que se mordiera la sonrisa antes de abandonar la estancia tras ellos. Retomaron el lugar que les correspondía en aquel recibidor para la nobleza que quisiera presentarle los respetos.
James se acomodó holgadamente en el trono, de manera relajada y tanto dejada hasta que el camarero* anunció la llegada de la última figura noble a recibir. De entre el gentío, apareció un olor que James reconoció al instante, era inconcebible para él que un licántropo estuviera cerca de él y más aún aquella mujer. A su lado había una niña pequeña, avergonzada menuda que se aferraba a su madre con temor a aquel lugar. James miró a Danna a los ojos y se inclinó hacia delante al ver que la mujer se arrodillaba ante ellos. Pero si Milenka no hubiera aparecido ese día, se hubiera puesto en pie, la habría señalado y la habría sacado del castillo proclamando entre otras cosas la conspiración hacia el rey de inglaterra. Y seguramente no volvería a verla por sus tierras. Pero aquella mujer endemoniada había cambiado las reglas del juego y James bien sabía que esto equilibraría la balanza entre él y su mujer. Cerró los ojos intentando obviar aquel nauseabundo olor que le transmitía la mujer, que les separó en su momento y con la más pulcra y fría de las indiferencias no medió palabra. Una vez analizó a Danna pasó la mirada a la pequeña que se encontraba con ella y sonrió ladinamente al ver que aquel manjar tan pequeño y suculento no solamente era una niña joven y fuerte, sino que se trataba del talón de Aquiles de la licántropo. James archivó aquel contenido, el olor de la niña y toda información entre ellas su rostro de mejillas sonrosadas y vivas. Se mordió y el labio y pasó la lengua por ellos notando la sequedad en ellos.
La atención entonces se dirigió a la duquesa de Inglaterra, que se aproximó y dejo los presentes ante los reyes y el príncipe. Aunque le costara admitirlo aquel regalo era excepcional, porque a James todo lo filantrópico le encantaba. Un erudito de las artes y la literatura que albergaba y recogía en su haber una de las mayores colecciones de Europa y aquello era una pizca directa de la historia de esos dos reinos. Hizo una reverencia con la cabeza en señal de gratitud por el presente y dejó a Rania que disfrutara de la compañía de la duquesa y los presentes para la Reina y el príncipe. James se quedó sentado en el trono viéndolas hacer, hablar y dejó que el dedo índice de su mano derecha se paseara por el mentón meditabundo. Se encontraba en una tesitura muy difícil. Por un lado quería matar a aquella mujer, pues era una enfermedad degenerativa en su relación. Apoyó a su mujer y la instó para que le abandonara dejándole solo y desprendiéndose de todo lo que quería. Pero por otro lado, aquella mujer era la amiga de Rania. Amiga y confidente. Una persona que le reconfortaba, aunque no apoyara su matrimonio, y quizás eso fuera lo que su mujer necesitaba para estar a gusto en aquel país tan lejos de su hogar. Suspiró y cerró los ojos barajando todas las posibilidades. Jamás había tenido que pensar entre su venganza y el enfrentamiento de una cruenta batalla de seres sobrenaturales y el amor que profesaba a su mujer. En otros tiempos la fuerza y la ira hubieran ganado pero en ese momento Rania era un bálsamo para el demonio en que se había convertido y no sabía que hacer. Seguramente después de ese encuentro Rania plantearía la posibilidad de que Danna se incorporara a la corte inglesa y debería de hacerlo como embajadora escocesa. Pero James sabía con certeza que no confiaría en esa mujer y tenía claras las condiciones que establecería si Rania se lo pidiera.
Al fin y al cabo, nunca solía negarle nada a Rania. Y no creo que ese fuera el momento, porque entre otras cosas, James sabía y el objetivo de su ira si volvía a repetirse el dramático incidente que sucedió meses atrás. Y en el infierno de James no existía la misericordia, ni el perdón. Exceptuando a la luz de su vida, que era Rania.
James se acomodó holgadamente en el trono, de manera relajada y tanto dejada hasta que el camarero* anunció la llegada de la última figura noble a recibir. De entre el gentío, apareció un olor que James reconoció al instante, era inconcebible para él que un licántropo estuviera cerca de él y más aún aquella mujer. A su lado había una niña pequeña, avergonzada menuda que se aferraba a su madre con temor a aquel lugar. James miró a Danna a los ojos y se inclinó hacia delante al ver que la mujer se arrodillaba ante ellos. Pero si Milenka no hubiera aparecido ese día, se hubiera puesto en pie, la habría señalado y la habría sacado del castillo proclamando entre otras cosas la conspiración hacia el rey de inglaterra. Y seguramente no volvería a verla por sus tierras. Pero aquella mujer endemoniada había cambiado las reglas del juego y James bien sabía que esto equilibraría la balanza entre él y su mujer. Cerró los ojos intentando obviar aquel nauseabundo olor que le transmitía la mujer, que les separó en su momento y con la más pulcra y fría de las indiferencias no medió palabra. Una vez analizó a Danna pasó la mirada a la pequeña que se encontraba con ella y sonrió ladinamente al ver que aquel manjar tan pequeño y suculento no solamente era una niña joven y fuerte, sino que se trataba del talón de Aquiles de la licántropo. James archivó aquel contenido, el olor de la niña y toda información entre ellas su rostro de mejillas sonrosadas y vivas. Se mordió y el labio y pasó la lengua por ellos notando la sequedad en ellos.
La atención entonces se dirigió a la duquesa de Inglaterra, que se aproximó y dejo los presentes ante los reyes y el príncipe. Aunque le costara admitirlo aquel regalo era excepcional, porque a James todo lo filantrópico le encantaba. Un erudito de las artes y la literatura que albergaba y recogía en su haber una de las mayores colecciones de Europa y aquello era una pizca directa de la historia de esos dos reinos. Hizo una reverencia con la cabeza en señal de gratitud por el presente y dejó a Rania que disfrutara de la compañía de la duquesa y los presentes para la Reina y el príncipe. James se quedó sentado en el trono viéndolas hacer, hablar y dejó que el dedo índice de su mano derecha se paseara por el mentón meditabundo. Se encontraba en una tesitura muy difícil. Por un lado quería matar a aquella mujer, pues era una enfermedad degenerativa en su relación. Apoyó a su mujer y la instó para que le abandonara dejándole solo y desprendiéndose de todo lo que quería. Pero por otro lado, aquella mujer era la amiga de Rania. Amiga y confidente. Una persona que le reconfortaba, aunque no apoyara su matrimonio, y quizás eso fuera lo que su mujer necesitaba para estar a gusto en aquel país tan lejos de su hogar. Suspiró y cerró los ojos barajando todas las posibilidades. Jamás había tenido que pensar entre su venganza y el enfrentamiento de una cruenta batalla de seres sobrenaturales y el amor que profesaba a su mujer. En otros tiempos la fuerza y la ira hubieran ganado pero en ese momento Rania era un bálsamo para el demonio en que se había convertido y no sabía que hacer. Seguramente después de ese encuentro Rania plantearía la posibilidad de que Danna se incorporara a la corte inglesa y debería de hacerlo como embajadora escocesa. Pero James sabía con certeza que no confiaría en esa mujer y tenía claras las condiciones que establecería si Rania se lo pidiera.
Al fin y al cabo, nunca solía negarle nada a Rania. Y no creo que ese fuera el momento, porque entre otras cosas, James sabía y el objetivo de su ira si volvía a repetirse el dramático incidente que sucedió meses atrás. Y en el infierno de James no existía la misericordia, ni el perdón. Exceptuando a la luz de su vida, que era Rania.
*Entender el Camarero como el jefe de la cámara del rey hasta que se introdujeron el estilo y los nombres de la casa de Borgoña.
James Ruthven- Vampiro/Realeza
- Mensajes : 185
Fecha de inscripción : 05/06/2015
Localización : París - Buckingham Palace
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