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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

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Mensaje por Katharina Von Hammersmark Lun Oct 26, 2015 12:05 pm

R E N A C I M I E N T O


Meses habían pasado ya desde la desaparición de la que fuera su pareja. El orgullo sustituyó al sentimiento de desdicha y la coraza que antaño tuviera que ponerse volvió a situarse sobre su pecho. No fue otra cosa lo que la rescató de ese vacío existencial que los problemas de James con su esposa, no por el simple “mal de muchos consuelo de tontos” sino porque sus desdichas matrimoniales le mostraron que cada ser sobre la faz de la tierra sufre, todos y cada uno de los miembros de esa enorme sociedad tenían problemas, ya fueran sentimentales, económicos, familiares… Había salido de situaciones mucho más difíciles de afrontar que un abandono, se había visto sola en una ciudad desconocida, privada de sus bienes y su posición, ¡de su familia! Y aun así había sobrevivido. Por lo tanto no permitiría que su alma fuera destrozada por un suceso que ella no había generado. Le debía literalmente la vida a ese maldito vampiro y sin duda sería su más fiel amiga en todo momento en que este requiriera su apoyo o ayuda. Pocas personas podían presumir de conocerle como ella lo hacía, ninguno de los dos juzgaba al contrario y eso era lo que les hacía tan fuertes juntos. Cada cual con sus defectos y sus demonios, en esa relación que muchos tildarían de anormal, eran dos seres malditos que habían aprendido a convivir en una sociedad de falsedad y mugre. Una vez más el vampiro le tenía preparada una sorpresa a Katharina, la que fuera duquesa debía acudir a la puerta central cuando dieran las cinco de la tarde pues allí le esperaría un encuentro que esperaba fuera de gusto, esas fueron más o menos las palabras escuetas y concisas de James para indicar a Katharina otro de sus juegos.

Sonrió al dejar la carta sobre el escritorio y se miró en el espejo, la mejora era notable. Sus pómulos, aún pronunciados, estaban rellenos de carne donde antes solo se apreciaba hueso, el color de su piel aunque pálida de nacimiento había perdido ese tono grisáceo que cubría el manto de una muerte inminente, sus ojos poco a poco recuperaban el brillo que antaño tuvieron. De nuevo la apetecía arreglarse y salir a pasear, irse de museos, de hecho había comentado y apoyado fervientemente la idea de James de abrir un nuevo museo pues sabía de la calidad que poseían las obras que tenía en su poder. Permitió a sus ahora animadas criadas que la aseasen y preparan para la visita, suponía del conde. Una vez lista, antes de tiempo, bajó hasta la biblioteca donde había aprendido a pasar el tiempo sin que notara el corazón resquebrajarse. Lo cierto es que junto a la azotea era la pieza más hermosa de toda la casa, se notaba el mimo con que había sido diseñada y por supuesto lo enormes ventanales de suelo a techo con vistas al jardín le otorgaban un aire de cuento irresistible a quien pasaba por allí. Se entretuvo con uno de los libros de jardinería a los que empezaba a ser aficionada hasta que escuchó al mayordomo acudir a la puerta cuando esta sonó. Ahí estaba su cita de las cinco. Con calma, tras ser requerida en el salón principal, acudió a dicho espacio de la casa para encontrarse –para su sorpresa-  a un total desconocido.

Parecía que James encontraba divertido jugar a las adivinanzas por no daba la imagen de ser nadie que ella hubiera visto antes. Su aspecto no era en absoluto el de nadie de su posición o la del conde y su mirada gacha cuando la pelirroja hizo acto de presencia le aventuraron a pensar que era alguna clase de sirviente. ¿Para qué iba a necesitar ella a otro? Tenía la casa llena de ellos. Al encontrarse tan contrariada fue el desconocido quien tomó el control de la situación entregándola una carta y presentándose como Samuel Oak. Vale, al menos tenía nombre. La cambiante, con todos los sentidos centrados en él y lo que podría representar tomó la carta de manos –trabajadoras y curtidas- de Samuel. La caligrafía de James clamaba a gritos por ser leída y así lo hizo Katharina, ávida por conocer los detalles de tal inusual encuentro en su hogar. Todo estaba relatado al dedillo por el vampiro, ese hombre había trabajado para él en Escocia y en París pero creía deducir que el jardín de Katharina, su finca en general necesitaba de alguien como él para recobrar su majestuosidad y poder… y así podía ser. Las referencias era magníficas y eso era muy a tener en cuenta viniendo de un hombre al que no le era fácil felicitar a los demás o tenerlos en cuenta. - Veo que ha agradado en demasía al conde Ruthven señor Oak… Sea pues bienvenido, será un placer enseñarle su nuevo hogar  - extendió una mano hacía él con elegancia felina y una sonrisa que achinaba aún más sus ojos azules.




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Mensaje por Samuel Oak Dom Nov 08, 2015 2:25 pm

Había pasado bastante tiempo desde la última vez que decidió dejar de ser un nómada en busca de trabajo y pasar a vivir en una gran finca. Si bien cuando llegó a París, su primer trabajo fue en la finca de un vampiro, era conde y para Samuel tenía todo lo necesario para no caerse en gracia. Pero se limitó a hacer lo que le mandaban sin rechistar, cuanto más tiempo trabajara y mejor, más posibilidades tendría después para encontrar otro trabajo.  Se dedicó al cuidado de la finca, al pastoreo y al mantenimiento. También a preservar la seguridad y a ocuparse de que sus compañeros hicieran un buen trabajo.

Sin embargo cuando su trayectoria profesional acabó en la finca de Von Hammersmark no tenía ni idea de lo que se encontraría allí. Además de una gran parcela de varias hectáreas, también se encontró con una muralla casi desplomada, un enorme jardín y una vista que encogería cualquier corazón. Se enamoró en el primer momento que subió la pequeña pendiente de gravilla hasta la entrada principal y desde, que en el oeste, con el atardecer se veían los campos de la finca. Sin duda algo precioso digno de ser capturado en un lienzo por algún paisajista. El olor a hierba fresca recién podada. Los caballos tan limpios y de crin suelta así como su pelo corto tan brillante. La sonrisa de las jóvenes al verle y los cuchicheos de las más mayores sobre su presencia- ¿Viene por el Puesto de Capataz?- preguntó el ama de llaves desde la puerta, cosa que le sorprendió y con una tímida sonrisa, Samuel, se quitó la boina que llevaba y descubrió su rostro, mostrando  una barba dejada, una sonrisa perfecta con los caninos un poco afilados y una mirada lobuna.

Cuando el ama de llaves le condujo al interior del palacete le sobrecogió el aroma femenino de la estancia, los ventanales abiertos y la luz que entraba por ellos, al contrario que en la casa del conde, casi siempre a oscuras, tétrica y tenebrosa.  Se quedó callado y fue llevado a la sala donde se hacían las recepciones. Siguió al ama de llaves con la carta de recomendación en la mano y mirando hacia atrás con la esperanza de no perder su pequeño macuto con efectos personales y su valioso violín. Miró las alfombras a sus pies, empezaba a ponerse nervioso mientras seguía al ama intentado recordar el camino. Cuando llegó al salón principal, se estiró la chaqueta para adecuarse. El ama de llaves se acercó hacia él y empezó a sacudir la solapa de su chaqueta y ajustarla a los hombros- Sea cortés y educado con la Srta. Hammersmark. No le gusta que le miren a los ojos directamente- le advirtió como su una madre reprendiera a un niño, la primera vez que debía presentarse en sociedad. Cuando de repente, por la puerta más alejada entró la ex-duquesa. Con aire elegante suave y las cejas elevadas, consciente de no esperar su visita. Cuando se acercó poco a poco Samuel apuró su vista y empezó a descifrar cada parte de su cuerpo, además de que el consejo del ama de llaves, se lo llevó el viento y Samuel, hizo caso omiso a sus palabras. Tenía unos labios finos, una cara alargada y afilada. Su andar era elegante, casi sin ruido y cruzaba las piernas lo que la hacía mover la cadera. Samuel embobado por semejante despliegue de elegancia y feminidad, se quedó boquiabierto y después carraspeó para tomar la mano que esta le ofrecía a modo de saludo. No se sentía para nada  digno de poder tocarla, pero si que fue educado y con una sonrisa abierta, feliz de estar ahí y de encontrar a semejante  diosa perdida del olimpo se presentó-Soy Samuel Oak- dijo con un tono lo más humilde posible- Es un placer servirla…-dijo mientras las palabras “su nuevo hogar” resonaban en su cabeza. <<Qué bien suena eso de su boca>> pensó para sí mismo mientras los diminutos y silenciosos pies de Katharina paseaban a su lado dispuesto a enseñarle el palacete.

Después de andar más de veinte minutos vislumbrando la vivienda Samuel por fin pudo reunir el valor de decirla- No pretendo ofenderla, pero no soy sirviente de cámara. Me dedico al cuidado de la finca, no tendrá que verme como sirviente- le aseguró sin saber aún si su presencia había tenido el mismo impacto en ella que en él- Pero debería estar usted orgullosa de tener una casa como esta- dijo cubierto por lo ostentoso y el lujo- Pocas residencias están tan bien decoradas y son tan bonitas como la suya- respondió con un elogio que sonaría común, pero lo cierto es que pocas residencias tenían ese aspecto. Los muebles de madera pintados y decorados con mimo. El papel de las paredes relucía nuevo. Las obras de arte casaban sus colores con los de las estancias y todo olía a perfume femenino. Samuel sonrió de nuevo hacia Katharina intentando tranquilizarla, por si aquel tour por su palacete le había parecido una pérdida de tiempo. Mientras en su cabeza la voz de Katharina resonaba, como si fuera un canto de sirena dispuesto a evadirse de toda objetividad aunque nunca lo pronunciara.

El amor a primera vista existía, pero las posibilidades de acabar con una mujer como ella, eran tan remotas o insignificantes como las de que Samuel se convirtiera en un príncipe. Era la criatura más hermosa que había visto en su vida, todo a su lado parecía responder con vitalidad, pero lo cierto es que el rasgo felino de su rostro le dijeron algo que podría ser poco advertido por las demás personas. Aquella mujer había sufrido, no sabía cómo ni por qué. Pero estaba demasiado delgada para ser de cuna alta, normalmente cuando escaseaba la comida las mujeres eran más esbeltas. Después también estaba el hecho de sus pómulos marcados y las ojeras de no conciliar bien el sueño o de simplemente no dormir. No lucía sana, más bien tenía un aspecto enfermizo, pero cuando la joven sonreía, Samuel le devolvía una de las mayores sonrisas que podía sintiendo que solo con eso podía ayudarla.

Cuando acabó la visita residencial, pasaron a dar un paseo por la finca. El jardín ornamental que rodeaba la vivienda estaba en perfectas condiciones. Verde, segado al milímetro y sano.  Pero a medida que se iban introduciendo en las tierras, más deficiencias y problemas había. La muralla tenía grietas de argamasa que tenían que sustituir. Para lo que Samuel se aproximó y palpó el muro con la mano. Se giró para mirar a Katharina- Es un buen muro, sería conveniente arreglarlo y sustituir las piezas que están rotas…- se agachó y señaló con el índice la argamasa agrietada-¿Lo ve?- empujó con sus dedos, y su fuerza sobrehumana hizo que la piedra se moviera fácilmente- Acérquese-la invitó de nuevo con la sonrisa-Es solo piedra, no le morderá. Si fuera un lobo, quizás no se lo recomendaría- intentó bromear, aunque no tuviera gracia, quizás aquello les serviría para romper el hielo.

Cuando acabaron de ver la fachada, Katharina le enseñó orgullosa todo el terreno que dedicaban al cultivo para la venta de grano. Los segadores se movían en una fila perfecta al mismo tiempo, casi parecían marionetas conectadas por los mismos hilos. Samuel se cruzó de brazos y disfrutó del aroma- ¿Es solo para usted, lo reparte con los empleados o lo vende todo?- preguntó para saber el funcionamiento de la siega.  A veces pensaba que las preguntas que se le pasaban por la cabeza eran absurdas, pero solo por poder centrarse en el rostro y los gestos de Katharina valía la pena abrir el hocico. Para él era una diosa, con voz de sirena por la que valdría la pena naufragar. Pero mientras ella hablaba, Samuel fijó su vista en esos labios que se convertirían en una tortura para él. Cada vez que aquella mujer hablaba, sus labios le hacían perderse más y más. Era un canto de sirena que no podía ni quería dejar de escuchar.

Le molestaba que hubiera sufrido, no por nada, sino porque en el momento que la vio, adquirió el compromiso personal de intentar proteger a esa criatura. El canto de sirena le había cegado y sus ojos, su mente y las ganas de trabajar eran por ella. No quería que cesara el momento de hablar con ella, no quería que recogiera y se fuera a su habitación en el palacete. Quería verla, estar pendiente y deleitarse con cada gesto, hasta cuando elevaba una ceja o cuando juntaba las manos delante, en actitud relajada eran un regalo para los sentidos, ahora embrujados por Katharina.



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Mensaje por Katharina Von Hammersmark Lun Dic 07, 2015 9:02 am

Podía rozar la prepotencia cuando de respeto se trataba, no soportaba ser interrumpida cuando hablaba y por suerte para Samuel este parecía ser consciente de cuál era su lugar en aquella casa. No era lo normal que la señora del palacete fuera la encargada de mostrar la vivienda y los terrenos al que se estaba planteando nombrar nuevo capataz; en una situación normal de ello se hubiera encargado alguno de sus sirvientes. Pero por extraño que pudiera parecer, la presencia de ese hombre -de ese total desconocido- la tranquilizaba. Quizás fuera su sonrisa cada vez que hablaba o su silencio y clara atención al escuchar toda la información que Katharina le proporcionaba; no lo sabía pero la elección estaba clara, si podía pasaría tiempo con él. Sabía que  la visita por el interior de la vivienda no era necesaria en absoluto, pues él viviría en la casa del otro extremo de la finca junto a las personas que se dedicaban a trabajar los campos, pero compartir su hogar con alguien era de alguna manera reconfortante. -¿Debo entender en sus palabras que le agrada más mi hogar que el del Conde?- siguió su paseo sin esperar respuesta, era una pregunta demasiado retorcida como para que pudiera salir airoso de una manera rápida, por lo que simplemente lo dejó en el aire, como toque de atención para que midiera sus palabras. No sabía el motivo pero pareciera que necesitaba tenerle controlado en todo momento, casi era un temor a que algo escapara de su control. La ex-duquesa no estaba ciega y las miradas no escapaban ante ella. Sabía lo que había causado en Samuel y era algo que tenía que cortar de raíz, más aun teniendo en cuenta la atracción que notaba hacia él. Los ojos claros, su tez morena de trabajar en el campo, manos grandes y curtidas, cuerpo fibroso, su altura y sobre todo su olor. Todo en él clamaba por la atención de Katharina, se perdía por momentos en el rostro ajeno cuando era él quien hablaba y le daba ese instante para poder analizarle sin que fuera obvio el interés que despertaba en ella. Hacía ya tiempo que nadie despertaba su interés, no de esa manera al menos. Fue ya en el campo, viéndole en su hábitat natural donde se preguntó si las intenciones de James iban más allá de brindarle una ayuda con la finca -”maldito chupasangre.”-, aunque ciertamente dudaba que este hubiera enviado a un lobo esperando que le agradase.

 
¿Sería consciente Samuel de que Katharina sabía lo que era? El olor de los cambiantes era más tenue, como si se difuminara en el ambiente, pero el de lobos y vampiros era siempre inconfundible. Cada persona los apreciaba de una manera diferente y Katharina el olor de ambas especies los relacionaba con algo, los vampiros siempre se le habían antojado que olían a metal, mientras que los lobos tenían un sabor más a madera, más cálido y suave; como era el caso de Samuel. La seguridad de su gente estaría en peligro determinados días del mes por lo que más tarde acordaría un trato con él para que se alejara de la finca en luna llena.. Ella era perfectamente capaz de defenderse pero no así sus trabajadores y por tanto miraría por su seguridad tanto como pudiera. El paseo les llevó a uno de los muros posteriores de la finca, que como bien sabía necesitaban reparación. Era una de las zonas a las que menos atención había prestado al reformar aquel lugar y por tanto la ayuda de Samuel le vendría de perlas. Recogió el vestido para poder agacharse junto a él y comprobar así el estado de las piedras que cualquiera con un poco de fuerza podría tirar abajo. -Es una suerte que mi buen amigo le enviara vistos los conocimientos que tiene de la materia-. comentó segura de que era capaz de encargarse de todos esos arreglos pendientes, más tarde le presentaría y haría oficial la sustitución del anterior capataz nombrando a Samuel en su lugar. -Aunque parece desconocer la naturaleza de las mujeres-. Si el lobo pensaba que Katharina tenía miedo de un muro, de mancharse o de trabajar, es que no había sido capaz de ver la fuerza detrás de su imagen opulenta y fría.  No obstante, él no parecía tener problema en dejar migas que la llevaran a descubrir su condición lobuna, interesante.


Hacía días que se estaba recogiendo el grano para preparar su venta y si bien Katharina siempre estaba pendiente de sus cosechas, no acostumbraba a pasarse por el campo. La visión de todos aquellos hombres segando era casi como una representación de baile, todos sincronizados al sonido de las azadas. -Todo lo que se recoge aquí es de la finca, es decir mío. No reparto el producto-. Comenzó a explicar pues veía lógico que necesitara conocer el funcionamiento del lugar ahora que iba a vivir por, para y en él. -Una vez lo vendo, pago los salarios de cada una de las personas que trabajan aquí. Y por experiencia esta cosecha nos va a durar todo el invierno por lo que no faltará comida en sus platos-. La compra de aquella finca junto al palacete no era a fin de cuentas una mala inversión, y tener que controlar que cada fase del trabajo se realizara debidamente ayudaba a que su mente estuviera ocupada y sana. Avanzó colina abajo, con destino a la casona de dos plantas en la que tenían las habitaciones las familias que trabajaban los campos. -Prepárate, esto no va a ser fácil-, avisó antes de tomar asiento en la sala que hacía las veces de comedor y hacer llamar a todos. Una vez cada uno de los hombres y mujeres estuvo allí reunido comenzó el anuncio sobre los cambios a realizar. Las tareas que debían haberse realizado desde que ella había adquirido las fincas contiguas al palacete se estaban retrasando de una manera descarada y por tanto el que hasta ese momento había ostentado el puesto de capataz sería sustituido por Samuel. Así se lo hizo a saber a todos los presentes, con voz calma pero firme, con el lobo a su derecha. El que había sido relegado a un segundo puesto comenzó a protestar abiertamente alegando que llevaba trabajando en esas tierras desde pequeño y que por derecho le pertenecía el cargo que hasta ese día tuvo. -Los privilegios aquí se ganan y tú no has hecho esfuerzo alguno por mantener lo que en su día dejé que te perteneciera-, atajó con rapidez y sin miramientos. No era la primera vez que por ser una mujer se le restaba importancia a sus palabras y sabía que ese hombre no le tenía respeto alguno. -A partir de ahora seguiréis las indicaciones del señor Oak, será él quien me informará del trabajo que se realiza en mi finca y en base a ello tomaré las decisiones necesarias-, paseó la mirada entre todos deteniéndose en el desbancado capataz esperando que se callara. Una vez el silencio reinó en la sala se puso en pie junto a Samuel, de nuevo dejando aquel edificio para regresar al palacete.


Las fuerzas aún le fallaban cuando debía mostrarse tajante y dura. No se había recuperado del todo y mentalmente esas batallas le debilitaban, por lo que el regreso lo pasó en silencio y agradeció que Oak no dijera nada tampoco, aunque dudaba que estuviera callado por mero gusto. Posiblemente aquel golpe en la mesa de la que ahora era su patrona le había descolocado, las mujeres no se enfrentaban a los hombres de una manera tan abierta si es que no querían ser repudiadas y tildadas de locas. -Un té y unos dulces a la biblioteca, por favor-. El ama de llaves siempre acudía al encuentro de la joven cuando esta regresaba a casa, recogía su abrigo y atendía sus peticiones. Tan solo asintió y se quedó mirando a Samuel sin saber bien el por qué regresaba con ella si su lugar estaba junto al resto de sirvientes de menor rango. De nuevo acudieron a la biblioteca, ocupando ahora la mesa que hacía las veces de despacho, a la que no tardaron de llegar las dos tazas de té y las pastas de su pastelería favorita de París. -Bien señor Oak, como ha podido comprobar he depositado mi confianza en usted. Ahora es el momento de que me demuestre que no me he equivocado al hacerlo-, la necesidad de que así fuera la superaba por momentos, no quería librarse de su presencia pero no podía mostrarse más dulce con él que con el resto, no de momento al menos. -Se encargará de dirigir el trabajo de las personas que acaba de conocer. Usted verá a quién encarga qué trabajos y los turnos que deben realizar. Creo que los campos están bien organizados por lo que creo que deberá centrarse en las reparaciones de la finca, pero mientras me mantenga informada le daré un mes para que haga y deshaga a su antojo-, concedió esperando que en ese tiempo pudiera ver cómo trabajaba y si había avances con las obras pendientes de realizar.


Tras beber parte del contenido de su taza y esperar a que él acabara de comer una de las pastas continuó, -y por mi parte sólo queda un tema a tratar-, fijó la mirada en él y atacó el tema sin más miramientos, -tendrá que buscar un sitio donde vivir los días de luna llena. No pondré en peligro a esta gente. Confío en sus capacidades, así como temo su condición y lo que esta acarrea-, explicó. De alguna manera quería dejar claro que aun sabiendo lo que era, no suponía un problema para ella; pero la seguridad en un lugar repleto de humanos era fundamental y más todavía si dependían de ella. 



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