Aspira gotas de sangre [Libre]

por **Dalia E. Wellsh** Mar Nov 10, 2015 6:01 pm

Aspira gotas de sangre

No estaba en su momento más cuerdo.

Ella, sola en el interior de su habitación después de una noche llena de preparaciones estaba agotada pero solo observaba el exterior a través de la ventana, tumbada en las sabanas de su cama. No decía nada y Arthur gritaba su nombre una y otra vez. No quería seguir estando a su lado.

Deseaba poder ser una bruja oficial para poder coserle la boca de una vez. Solo que ahora posiblemente Arthur tenía en mente jugar con sus juguetes nuevos, mujeres morenas y de ojos claros que hace dos noches engatuso y ato en el sótano de la mansión en la que ambos vivían. Las desnudo a cada una mientras ellas no pudieron defenderse mientras Dalia les quitaba un poco de su vitae por obra de un cuchillo y un frasco de laboratorio, que eran guardados en un armario con el nombre de cada chica.

Ella le seguía a todas partes porque era quien le daba techo mientras aún estaba en proceso de conversión a una bruja oficial. Tenía que obedecer a su guardián entonces, este en cambio la protegería otorgándola cualquier capricho que ella quisiera. Hasta podía llevarse a hombres que a Arthur no le iba a importar en absoluto. Por una parte, si, le gustaba la compañía de Arthur porque tampoco la agobiaba en demasía, pero era evidente que Arthur no podía vivir sin las tortitas de miel azucaradas que hacía Dalia con sus poderes mágicos en la cocina.

Cuando se vistió y bajó a la cocina, preparo desayuno para ambos y estando los dos en pijama aun, llamaron a la puerta. Arthur corrió al sótano para esconder a sus putas moribundas mientras que Dalia, estaba en suspense por saber quién se escondía detrás de la puerta.

Mikae © Savage Themes

por **Sissel Aaren Mäkelä** Dom Feb 14, 2016 9:17 am

Eran dos corceles imponentes, fuertes, de aspecto mimado, capaces de dejar en vergüenza al resto de equinos hospedados en esa caballeriza. A todas luces, eran visitantes ocasiones, se los veía incomodos en sus pequeños cubiles, pero orgullosos, tal vez su dueño cambió de planes a medio de un paseo y debió dejarlos aquí, Sissel intentó rehacer su historia con la imaginación, pero nunca fue muy creativo.

Hizo amistad con esos dos corceles tan solo su trabajo le obligó a acercarse. Les sirvió un par de fardos de avena y se quedó con ellos, acariciando sus flancos y fuertísimas quijadas hasta que logró convencerles de probar la humilde comida. En la mañana, el patrón le encontró durmiendo sobre el lomo del más grande, de brillante y oscuro pelaje, y no lo pensó dos veces antes de encomendarle la tarea de regresarlos a casa de su dueño. Le dio un detallado instructivo para encontrar la casa, la clara orden de no montarlos ni pedir propina al entregar los animales, todos sus gastos ya habían sido pagados.

No tuvo tiempo de desayunar, se conformó con llevarse a la boca una espiga de avena para entretenerse mordisqueándola mientras vestía a los caballos con sus bridas y monturas. Los tomó de sus riendas y, amablemente, comenzó a andar por las callecitas de piedra siguiendo al pie de la letra las instrucciones del patrón.

No conocía la parte elegante de la ciudad, la mansión que encontró se le hizo desmesuradamente grande, no por ello se impresionó, en parte porque una casa siempre es una casa y en parte porque la arquitectura y sus maravillas nunca le interesaron, siempre prefirió la naturaleza.

Su humilde crianza y educación salió a relucir cuando se acercó a la puerta principal, llevando a los caballos, sin siquiera pensar en buscar una puerta de servicio en la parte de atrás. Tampoco bajó la mirada para enterarse de su propio estado casi harapiento, bastante sucio y descalzo cuando pisó los lujosos escalones de mármol y golpeo con los nudillos la elegante puerta de madera. Esperó ser atendido, simplemente, devolviéndose al caminito de piedra para que los caballos no se vieran en la tediosa obligación de subir los escalones.

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