Sombras entrelazadas IV [Libre]

“Frente al espejo... una imagen... dos lagrimas, un día triste y oscuro.... como el silencio que había en su corazón.”
“Se vistió con ropas negras, su rostro parecía esculpido en piedra, su tez aniñada denotaba que su alma se había partido en dos.” “No podía creerlo, mamá estaba muerta...”

Con ayuda de mis tías, organicé el velorio, una especie de último adiós... Su ataúd precioso, blanco con detalles en oro, sería colocado en el gran mausoleo de la ciudad. Estaba totalmente ida, mi rostro no mostraba expresión alguna... me quedé frente al sitio, sentada en el suelo, con la mirada perdida, mientras la gente entraba para darle un último adiós. No sentía ni padecía, simplemente estaba allí.

Afueras de París - 22:00h.

“Ya no lucía luto, aquella noche se decidió a llevar un vestido azulado, su rostro parecía esculpido en piedra, su tez aniñada convertida en una hermosa mujer de a penas 24 años.”

Observó desde la ventana del carruaje como se iba acercando poco a poco a aquella ciudad que la cambiaría de una forma que ni ella misma sabría predecir. Sus ojos, brillantes cual niña ilusionada o llorosos como alguien que aguantaba sus lágrimas por mucho tiempo, observaban aquellas tierras las cuales serían motivo de disputas e incluso puede que gracias a ella hubiese una encrucijada contra los herejes, contra los brujos de aquella ciudad o una simple carnicería que daría más tranquilidad a aquella ciudad. Era investigadora, sabía de libros, escritos y demás información que quizás la gente necesitase. Su trabajo era informar, y claro… por un precio. Su pasión era la música, el arte en sí, tanto como el silencio de las calles a media noche, las cuales sin ningún por qué llegaban a escucharse gritos sordos en mitad de la nada.
La mujer abrió los ojos, se había quedado dormida durante el camino, sudaba debido a una mala pesadilla la cual eran sus únicas debilidades reconocidas.

- Earnest, dirígete hacia el teatro.

- Si, mi señora. – Añadió el cochero que paró a los negros caballos y esperó las nuevas indicaciones.

Jessica, esperó con el rostro sumido en recuerdos que no sabía que recordaba, allí a lo lejos en el cristal supo que tendría que ir a aquel lugar, pues hoy no sabía realmente si se encontraba cerrado o no, tan solo probaría con aquello a lo que las personas llamaban un golpe de suerte. Tan solo esperaba poder llegar cuanto antes y bajar ya de aquel carruaje y disfrutar de la noche como cualquier mortal, dejando a un lado la vida como inquisidora que ocupaba sus días y sus pensamientos en totalidad.

No era un secreto que ella prefiriese rodearse de todo aquello que suponía algo en su vida, tal y como era su propia naturaleza. Sí, pertenecía a la inquisición, pero estaba más alejada de ésta de lo que podría considerarse viendo el estatus que poseía ahí dentro. Por ello era que se sintió como si se quitara un peso de encima al notar que algo iba a interrumpir su plan para aquella noche; se asomó por la ventanilla del carruaje, un suspiro brotó de sus labios a la vez que el capellán que le acompañaba le lanzaba una miradae bien podía igualarse a la de una madre sonriente  cuando deja salir a su hijo a jugar después de un largo día en casa. Sabdía que no estaba en la naturaleza de Jessica el participar en galas ni acudir a bailes; lo que mejor podría dársele era seguir lo que sus instintos creyesen oportuno, siempre fríamente, aunque esto significase meterse en la boca del lobo... literalmente.

Jessica bajó del carruaje aún cuando éste no había parado del todo para acudir al socorro del otro carro.

- Earnest, ayuda al capellán a trasladarlos a la capital. - Dijo con voz segura, como si aquello estuviera acostumbrado a ocurrirle a diario. rocosas peores en realidad. El cochero era uno más de aquella "familia" que habían formado, por lo que entendía a la muchacha aun cuando ésta le proporcionase pocos detalles. Él asintió y entre ambos sacaron sin molestia alguna a la mujer que se hallaba dentro del carruaje volcado. Mientras que cargaban al otro cochero, Jessica se acercó a la muchacha, ya que veía obvio socorrer primero a las víctimas que conversar con los que salieron ilesos.

- ¿Que os ocurrió? - Pese a lo obvio del vuelque, no era común ver incidencias en aquel tramo, por lo que cualquier respuesta podría ayudar a esclarecer el problema... Aunque cualquiera que conociese su modo de actuar, la tacharía de escéptica; al acercarse a los caballos, estos parecían más alterados de lo normal... Ah, eso y el tajo que tenía uno de los anclajes que separaba a los animales del propio carro fué lo que hizo que su mente se aclarase.

Jessica desarmó a los caballos, tras señalar a su cochero que se dieran prisa en marchar.

- Mi carro no soportaría todo el peso de ustedes cuatro, por lo que usted debería ir hasta la ciudad en caballo. Tienes piernas fuertes, por lo que no te será muy difícil aprender a montar. - Pese a la situación, Jessica sonrió a la muchacha, a la cual podría adivinársele la figura a través del vestido roto. Ahora que había podido mirarla bien, había notado que no era mucho mayor que ella. - Deberías irte. - Le espetó, mirando a su alrededor, haciendo presión en una de las ruedas para romper un par de radios. Total, un roto más no se notaría. - Tranquila, correré con los gastos. En la capital te esperará mi cochero, dile de mi parte lo que necesites, pero ¡vete ya!-  La tensión se palpaba en el ambiente, los caballos estaban inquietos, algo estaba por aventárseles encima, pero aún no estaba segura de qué era lo que había causado el accidente; no hasta que mire a los ojos a la bestia.

No era de extrañar verla manejando cualquier o cosa, siempre pensativa, siempre en silencio, lo prefería a estar parada a la espera de que alguien la salvase; Lazarus sabía perfectamente que ella era de ese poco porcentaje que se sentía mejor cuando no necesita de nadie que la ayude, mucho menos un hombre. Pero debía estar completamente despistada cuando se quedó pensativa, viendo el hacer de la muchacha y el descaro que poseía a la hora de cortarse el vestido. No, no era de los suyos; lo supo en el momento en el que aún en la distancia, pudo sentir cómo ambos se retaban. No sabría explicarlo, pero de ahí la "magia" de haber nacido en el seno de la inquisición, que te permitía ver rasgos y formas de actuar que serían difíciles de captar por cualquier persona corriente. Jessica se anudó el vestido entre las piernas, como solía cuando le asaltaba un imprevisto; la escasez de equipo no le suponía un problema, ya que solía usar el entorno a su favor, tal y como hizo con aquel par de radios que sacó del carruaje siniestrado.

- No tengo nada en contra tuya, por el momento. - Comentó Jessica, haciendo referencia a su posible -y aún incierta- naturaleza, mirando hacia el mismo lugar, sin mostrar ese miedo que los animales bien podían olisquear desde lejos, sino más bien serenidad y mente fría, esa que necesitaba en momentos tan tensos como lo era aquel. - Pero no deberías centrarte en el animal, deberías... - el animal se acercaba de a pocos, por lo que Jessica retrocedió, no por miedo, sino por el simple hecho de que no le ganaría en carrera si tuviera que huir. - ... saber leer el entorno. - Murmuró en un tono amable, pero tenso, ya que si era cierto lo que ella había creído entender... ninguna de las dos saldría de allí a tiempo para ponerse a salvo.

- ¿No te diste cuenta de que todo está inmensamente en silencio? - Continuó con aquel mismo tono, esperando no alertar más al animal. - Él es sólo un señuelo.

Jessica giró veloz la cabeza, dándose cuenta de que ahora quedaba un solo caballo, del otro sólo quedabano las riendas ensangrentadas. - Merde! - Exclamó y jaló de la muchacha para montarse al caballo a la mayor velocidad posible, ya que el lobo comenzaba a correr hacia ellas. - Conozco un claro cercano, allí hay varios eucaliptos, así podremos disimular nuestro olor. - Comentó a su compañera con el frío aire azotándole el rostro, mientras cabalgaban a toda prisa. Una vez llegaron, Jessica golpeó fuertemente al caballo para que siguiera el camino y así pudieran esconderse. - Seas lo que seas... No mates al lobo, él es inocente. - Susurró, para después permanecer en un total silencio.