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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Philippo Stagiakos Vie Nov 20, 2015 2:07 pm

El silencio había terminado de asentarse de manera tan férrea a su alrededor que el vampiro se preguntó cuando aparecería la mismísima muerte. Había dejado que sus pasos le arrastraran sin propósito, abandonando la búsqueda frustrada de Émile y esa parte latente de si mismo que juraba encontrarle. Sabía que no había pasado tanto tiempo como otras veces, había llegado a aguantar más de tres siglos entre vez y vez que lo viera, pero comenzaba a flaquear y no sabía cuantos meses más las tendría consigo antes de dejarse llevar por un instinto monstruoso; que si bien era autor de grandes masacres, le permitía no sentir.

Sus ojos seguían las acciones del párroco conforme daba por terminada la misa, despedía a los presentes y procedía a limpiar la copa de vino. Philip se preguntaba cuantas de ellas necesitaría el cura, cuantas misas para caer ebrio, tanto como para poder llegar a creerse su papel de emisario de la gracia divina. Observó sus gestos conforme éste terminó de acondicionar la sala y salió por la puerta, no sin antes mirar hacia atrás, hacia el vampiro, con una curiosidad más que evidente. Lip no le culpaba. Casi podía oírle cuestionar en esa cabecita suya. ¿Porqué se quedaría alguien hasta tan tarde?

Philippo no se levantó, en el banco tras seguir de una manera casi mecánica las partes de una ceremonia en la que no creía. Por suerte o desgracia, todos esos años por el mundo le permitían saberse ya todos los versos. Deslizó las yemas de los dedos por la superficie de ébano, acariciando la madera del respaldo del asiento frente a si con un ademán que casi despertaba en él nostalgia. Habían pasado 800 años desde la última vez que pisó una iglesia para oír la misa, y le hacía reir recordar que la había tenido que pasar a regañadientes. En aquel entonces, era Émile quien le arrastraba a pasar por semejante calvario, y 8 siglos después, su recuerdo no había abandonado los más hondos pensamientos del griego.

-Hijo, deberías salir, vamos a cerrar, ¿o es que deseas confesarte? - El vampiro alzó la vista, sin esperar la interrupción, y sostuvo la mirada sobre el hombre, en sus 50, un adulto, o mejor dicho un niño a ojos de Lip. -Confesarme. -Contestó, tras una pausa, de manera ausente, y tras pensarlo de nuevo, y sabiendo lo larga que se haría tarea como aquella, recapacitó. -No, pensándolo mejor, ¿me traería la botella de vino que guarda? -Cambió la entonación de cara al final, dejando claro que su pregunta no admitía réplicas o negativas, y se valió de aquella habilidad, aquella persuasión innata en un ramalazo de egoísmo. No le importó en aquel momento que usara al humano para su interés, observándole asentir antes de alejarse, y se echó hacia delante, pasándose las manos por el rostro. ¡Cuanto odiaba estar sobrio!, y dioses, ¡qué aburrido estaba!

Se sirvió una copa cuando el párroco volvió con la botella, alejándose después de manera casi mecánica, y el vampiro ignoró al títere, acomodándose en el banco con la nuca apoyada en el respaldo, mirando al techo. Su vista vagó por los frescos, atestado de mosaicos y escenas bíblicas, solo para encontrar mil errores, dentro de su meticuloso estudio. Eran pobres, desgastados por el tiempo, propios de un tipo de arte muy antiguo, 5 siglos por lo menos. -Padre, ¿cuando fue la última vez que se restauró este antro? - El humano se giró, extrañado por la pregunta.- Nunca... lleva así desde que se construyó. ¿Porqué?

El griego no contestó, nadando en los recuerdos de nuevo, en otras épocas, en otros tiempos, y negó con la cabeza sin hablar. A aquellas alturas, confundido, el párraco no volvió a insistir en el cierre, abandonando la estancia para dejar a un ausente Philip solo con sus voces. ¿Y cuando volvería a toparse con Émile? Maldijo, queriendo arrancarse aquello de la cabeza. Sus manos se crisparon alrededor del vino, y el estruendo que hizo el vidrio de la botella al chocar contra el fresco de la pared más cercana resonó, haciéndole negar. Ahora, con el mural mojado, casi parecía que el ángel en este lloraba.
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Mensaje por Castiel Beaulieu Sáb Nov 21, 2015 9:23 am

Los pasos inseguros del hombre pos las calles nocturnas de París dejaban algunas gotas de sangre que, de seguro, la lluvia se llevaría. Aún no había empezado a llover, pero estaba seguro, por la cantidad de nubes y el olor del ambiente, de que no tardaría mucho. Con suerte, el agua borraría la sangre de las calles, aunque no podría borrar la cicatriz que se le quedaría en el abdomen o en el brazo izquierdo con forma de mordisco. Tampoco le importaba demasiado, pues tiempo atrás había dejado de preocuparse por las marcas de su cuerpo y, aunque se cuidaba mucho para que no fueran perennes, algunas eran inevitables.

Conforme iba acercándose al centro, se iba sintiendo mejor. Guardó su daga de plata en la manga de su gabardina, donde tenía un pequeño enganche que, con un ágil gesto, se desabrochaba y hacía caer el arma hasta la palma de su mano. Un sencillo mecanismo para mantenerse en guardia en todo momento. La otra daga la llevaba en su bota, escondida también. No pudo esconder las manchas de sangre de su camisa blanca, por lo que la rajó en un callejón, improvisó un vendaje sobre sus heridas, y tiró el resto.

Tapó su cuerpo con la gabardina, que aunque no tapaba su pecho enteramente, lo mantenía a salvo del frío lo suficiente como para llegar a casa sin coger una pulmonía. Sin embargo, pasando al lado de una de las iglesias que estaba de camino a su casa, se quedó parado. La miraba con lástima y, en cierta manera, con añoranza. Castiel había pasado toda su niñez prácticamente criado y guiado por un Inquisidor y las leyes de la iglesia. Aquella era la que él, acompañado por su padre y su madrastra, solía frecuentar.

Sus ojos azules se posaron en la magnificencia de la arquitectura, así como en la decadencia que hacía que el tiempo intentara derribarla. Pero ahí se mantenía, fuerte, solemne. Inmortal. Imperecedera. Al darse cuenta de que la puerta estaba abierta, Castiel subió los peldaños a paso casi procesional, y empujó levemente el portón de madera que daba al interior.

La misa ya había pasado, desde luego, y aunque el párroco solía cerrar después de esta, hoy se había saltado su rutina. El joven meditó sobre si entrar o no. Llevaba casi cinco años sin asistir a misa. ¿Qué le diría el hombre? ¿Pensaría que se había salido del camino? El francés mejor que nadie sabía cuán desviado estaba del camino, y cómo de peligroso era ponerse ante los ojos de la Inquisición si supieran todos los secretos que Castiel sabía gracias a su padre. Aún así, entró.

El interior, apenas iluminado por las velas que encendían los feligreses para pedir a Dios por sus almas o las almas de sus seres queridos, rezumaba un ambiente extraño. No vio al párroco por ninguna parte. No obstante, se fijó que había una figura sentada en un banco. De espaldas, parecía un hombre. Sus ojos lo llevaron hasta una de las paredes cercanas, donde pudo atisbar una botella rota de vino, que al parecer se había estrellado contra un fresco y hacía que una de las figuras llorara algo parecido a la sangre. Castiel se estremeció ante la imagen.

Volvió a posar su mirada sobre el extraño. Por algún motivo, su instinto volvió a activarse. La caza del vampiro de esa noche lo había llevado hasta la extenuación, por lo que sabía que no saldría victorioso de una nueva pelea. No obstante, decidió acercarse, como quien no quería la cosa, y se sentó al lado del desconocido. Suspiró y miró al Cristo, cuya crucifixión estaba representada en el fondo, detrás del altar.

—Buenas noches, Monsieur —murmuró Castiel, mirando los ojos de la imagen —. Una noche fría, ¿no cree?

Apretaba tan fuerte el mango de la daga que estaba oculta en su manga que los nudillos se le pusieron blancos y la palma empezó a dolerle. Fuera lo que fuese, solo esperaba que no hubiera hecho daño al párroco, o lo iba a lamentar.
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Mensaje por Philippo Stagiakos Miér Nov 25, 2015 7:12 pm

Se mantuvo de esa manera, completamente ausente, con las manos enterradas en el cabello tras unos instantes, y fue entonces cuando lo oyó: el sonido de los pasos del recién llegado. Captó la duda y la incertidumbre a la hora de avanzar, el andar que pretendía ser silencioso. Supo por la posición que no se trataba del párroco, preguntándose quien podría ser, pero no hizo nada al respecto. En otras circunstancias se habría girado, de no ser porque lo supo humano, inofensivo, irrelevante salvo por el aroma dulzón de la sangre que le abordó de improvisto. Lejos de ser uno de aquellos neófitos, desesperado por probar gota, Lipp se mantuvo sereno en el banco, sin moverse, y negó, riendo la temeridad del humano al adentrarse allí así. Por supuesto, el otro no lo sabría.

-Si buscas el perdón de Dios eliges mala hora para venir a ver al cura. -Mencionó entonces, con la vista perdida en el fresco manchado, en los cristales y el vino tiñendo las baldosas.- ¿Es tuya la sangre? ¿O de un tercero? -Dejó ir la pregunta, importándole poco que se sobresaltara (si es que lo hacía), y lamentó entonces despedir la botella de vino. Estaba lejos de encontrarse ebrio y deseó estarlo.

-La iglesia está cerrada. -Esperó que el contrario se marchara, creyendo ir a oír los pasos más lejos, y al no hacerlo, se volvió, solo para encontrarle frente a su banco, tomando asiento al lado de donde se encontraba sin anunciarse siquiera. El griego no reaccionó inmediatamente, sin esperar la confianza, y negó con la cabeza, preguntándose si es que el humano esperaba algo.- Deberías pensarte dos veces eso de pasear por la ciudad como vas. Me sorprende que no hayan criaturas esperándote a la salida para darse un festín contigo. -Mencionó tranquilo, planteándose si debiera volver a casa, o quedarse, o a saber. No tenía motivo para estar allí, un fantasma del pasado o dos, y la probabilidad de que se encontraran allí era muy nimia si estudiaba como había sido todas las veces anteriores.

No pudo seguir dándole vueltas, interrumpido por la pregunta del otro, y allí apareció de nuevo, esa añoranza por la mortalidad, por esos tiempos en los que podía sentir realmente el frío, el calor, valores térmicos que ahora ignoraba; como la necesidad de respirar.

Fue consciente por primera vez de lo que llevaba puesto, una camisa blanca y una chaqueta fina de vestir, ambas finas: nada apropiado para los tiempos que caían sobre la ciudad francesa si quería aparentar ser un humano corriente. Se preguntó si el otro lo notó. -No sabría decirte si fría exactamente, pero por supuesto, depende de con quien hables. -Hizo un gesto hacia él, haciendo mención a la chaqueta entreabierta que llevaba, y a la falta de ropa debajo.

Si el humano creyó que no se había percatado, estaba equivocado. Era observador, eso era innegable, lo suficiente como para detectar la tensión en el cuerpo ajeno. - Si te preguntara, diría que opinas como yo, y el frío no te es inconveniente. ¿O acaso dejaste de sentirlo?-Hizo una pausa, jugando con sus manos distraidamente, acariciandose una de las muñecas, sin pulso, recordando a aquellos humanos esclavos de sangre, y los otros tantos desesperados por toparse con vampiros para implorar la inmortalidad. - Cualquiera diría que lo buscas... -Habló, aun con el doble sentido detrás, y dejó que el contrario sacara sus propias conclusiones, para que lo acusara de lo que quisiera. - Philippo Stagiakos. Un placer.
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Mensaje por Castiel Beaulieu Jue Nov 26, 2015 7:32 pm

A sabiendas de que el que estaba allí no era una criatura del todo inocente, Castiel se mantuvo en calma, esperando el momento en el que el otro diera un paso en falso y, después, atacar. La tranquilidad del hombre empezaba a molestarle. Normalmente, ya habrían entrado en combate o algo parecido. Pero no, allí estaban, siendo contemplados por decenas de rostros representadas en las paredes, atentas a los movimientos casi inexistentes de ambos. No dijo nada sobre su sangre, puesto que no creía que esa información fuera a beneficiarle. Respiraba con algo de dificultad debido a sus heridas, pero intentó disimularlo con todo su afán.

Por sus gestos, su manera de hablar y, sobre todo, por lo que decía, el joven cazador tenía cada vez más claro que estaba ante un vampiro. Uno mucho más misterioso y paciente que los que se había cruzado hasta ahora. Pero un vampiro, al fin y al cabo. Apretó más su daga cuando su acompañante empezó a moverse, mientras entrecerraba sus ojos, entendiendo en gran parte el doble sentido que imprimía a sus palabras.

—Ni por asomo busco no sentir el frío. Me gusta notar cada una de las partes de mi cuerpo siendo afectada por la ausencia de calor, a veces tan extrema que duele —lo miró directamente —. Me gusta sentirme… vivo.

Le lanzó una sonrisa de medio lado, mitad amigable y mitad expectante. La herida empezaba a dolerle con fuerza. Sabía que necesitaría coserla en cuanto llegara a casa… si es que llegaba a casa. No obstante, intentó mantenerse frío, inmóvil e intimidante.

—Castiel Beaulieu —estrechó su mano. Su mano, fría como el mármol, confirmó a Castiel lo que sospechaba — ¿Has hecho algún daño al párroco?

En realidad se sentía en parte algo hipócrita. Llevaba sin verlo mucho tiempo. Tanto que apenas lo recordaba. Sin embargo, le tenía cierto aprecio, y empezaba a sentir cierta culpabilidad, pues muchas veces se sentía responsable en gran parte de las personas con las que trataba o trató en algún momento.

—¿Qué buscas, Philippo? —Preguntó directamente. A Castiel no le gustaba jugar con fuego, y esa tea ya estaba ardiendo demasiado como para seguir sujetándola. Si tenía que luchar, prefería hacerlo antes de desmayarse por el dolor.
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Mensaje por Philippo Stagiakos Jue Dic 10, 2015 4:53 pm

Antes de nada, mil perdones, estamos a final de trimestre en la universidad antes del puente de navidad, y tenía que entregar muchas cosas. De verdad que lo siento ;w; -le hace una ofrenda de dulces como compensación- (?)

Sonrió con suavidad al oír la contestación del otro, diciéndose que no le había entendido cuando el vampiro le había insinuado que a lo mejor buscaba la inmortalidad tras el frío que caracterizaba a criaturas como el griego. Le hizo gracia a pesar de ello, y por eso no insistió, soltando solo un comentario al respecto, jugando distraído con la manga del traje que traía. - Me has dado la razón sin darte cuenta. -Murmuró, alzando la vista después para mirarlo, y se obligó a dejar de jugar con el pobre humano, pese a tentarle el hecho de que tenía hambre, y el maldito olía demasiado bien.

-Vivo es algo que no me siento desde hace mucho. -Confesó, con aquel frío saludo, antes de soltarle la mano y reacomodarse en el banco. No le importó delatarse al contrario, si es que ya sospechaba de él, y si no lo hacía, siempre podía tomarle por un humano cualquiera frustrado con la vida, buscando ¿respuestas? en la casa del señor. Se rió interiormente ante la idea, escondiendo una sonrisa, y negó con suavidad. No, hacía mucho que dejó de ser creyente, hasta de sus dioses. Ah... pobre Zeus y Afrodita, confesaba que sus conceptos, mirados en retrospectiva, eran curiosos.

-Si hubiera matado al párroco, te garantizo que el altar de ceremonias daría algo de miedo ahora mismo, como en una de esas ceremonias gráficas de culto que se trae la inquisición exorcizando "demonios". -Se encogió de hombros.- Ya sabes... sangre por todas partes, nuestro querido Padre muerto sobre la santa mesa y pentagramas por ahí solo para añadirle solemnidad al asunto... -Se dejó llevar, con la vista puesta en los frescos ahora, entretenido, y negó.- No soy un salvaje... así que tranquilo, el párroco está bien. Duerme. Le persuadí para que me dejara quedarme algo más aun así, y fue suficientemente amable como para permitírmelo.

No supo que decir a partir de ahí, cansado en cierto modo de la misma historia, de aquella existencia reducida a moverse de noche y a ser un mero expectador de un mundo que seguía moviéndose con o sin él. Se preguntó hasta que punto aquel humano se sentía parte de ese mundo y de nuevo tuvo ese golpe de nostalgia, ese deseo por la perdida mortalidad.

-No se que busco, Castiel, si te soy completamente sincero, pero supongo que eso no importa. -Desvió la vista hacia el contrario.- ¿Eres de París? -Preguntó, interesado en la naturaleza del contrario, y volvió a mirar al fresco de enfrente, de aspecto lloroso como instantes antes. Aun con todo el tiempo que llevaba en la tierra, el vampiro se preguntaba si es que era verdad que existía algo después. ¿Dioses? Quien sabe. Habían cosas que ni siquiera los suyos podían conocer.

-No tengo intención de matarte ni a ti ni a nadie de la iglesia. -Le contestó al final, sabiéndolo tenso aún.- Aunque si me permites decirlo, creo que necesitas un hospital. Como mínimo un paño y alcohol. -Chasqueó la lengua.- Es la última vez que lanzo así una botella de vino, todo son contras, y la sobriedad no es un pro bastante fuerte.
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Mensaje por Castiel Beaulieu Dom Dic 13, 2015 12:46 pm

Las palabras del hombre que le devolvían la mirada hicieron que Castiel abriera los ojos como platos, incrédulo. Su herida seguía manando sangre, y eso hizo que él mismo perdiera algo de temperatura corporal, así como también su compostura. No obstante, no parecía haber rastro de amenaza en el contrario, por lo que aflojó la daga, notando cómo sus entumecidas manos empezaban a dolerle por no cambiar de posición y haber estado tensas tanto tiempo.

—Sí, nací y me crié en París —dijo Castiel en apenas un susurro, notando el sabor a cobre, incluso, en la boca.

Sin apenas pensarlo, se llevó la mano a la herida para ejercer algo de presión mientras escuchaba a Philippo. Los dos sabían que si el vampiro lo atacaba, Castiel era una presa más que fácil, pero, de nuevo, se quedó algo bloqueado. Sabía de la existencia de cambiaformas que no eran especialmente malvados —pese a lo que su mejor amigo decía—, incluso licántropos. Pero un vampiro… ¿podía un muerto sentir algo?

—El vino y sus propiedades curativas —dijo Castiel con media sonrisa —. Supongo que tienes razón. Pero tengo un problema.

Se mordió el labio inferior, mirándolo de reojo de vez en cuando y a sabiendas de que, si confesaba lo que estaba a punto de confesar, tal vez era hombre muerto. Pero lo sería si no conseguía ayuda. Con un gesto de dolor, abrió su gabardina y dejó su torso al descubierto, enseñándole la herida al otro, que ya había empapado la venda en sangre.

—No sé si sería capaz de llegar en este estado al hospital —miró sus reacciones, como si fuera un cervatillo asustado que se encuentra herido ante un león —. Y desde luego no sé cómo explicar qué clase de herida es esta sin tener que explicar qué es un licántropo primero.

Tosió un poco y se volvió a tapar. Miró la salida y luego a Philippo. Posó su mano sobre la herida nuevamente, empapando del todo su gabardina que, desde luego, tiraría también a la basura o quemaría en el momento en el que llegara a casa. Al principio no se había dado cuenta de lo profunda que era la herida, si no, no habría entrado a la iglesia. Pero allí estaba, hablando con un “chupasangres” (o eso era lo que él creía durante todo el rato, claro) que podía vaciarlo enterito si quisiese. Y no tendría ni que morder. De hecho, era el blanco perfecto para un vampiro mellado. Maldijo su suerte.

Su mirada se clavó en la del otro hombre del banco, que estaba sentado en actitud serena y calmada. Sabía de ciertas habilidades que tenían esas criaturas, así como también el autocontrol. De hecho, cuanto más viejo era un vampiro, más difícil era de leer su mirada y saber o deducir en qué está pensando. Pero le dio igual, necesitaba ayuda verdaderamente.

—No me creo que te esté diciendo esto… —susurró — necesito que me ayudes a llegar a casa. Allí tengo utensilios para tratarme a mí mismo. Y también tengo whisky.

Volvió a toser y sonrió. No le hacía especial ilusión invitar a una criatura así a su casa. Y, desde luego, ni por asomo se fiaba de él. Pero era lo único que podía salvarlo en ese momento… y Castiel quería probar si esas criaturas podían llegar a sentir algo. Aunque fuera lástima… o algo de empatía. Algo. Sin más.

OFF: No te preocupes, todos tenemos cosas... yo de hecho estoy también liadillo con trabajos y tal, aunque empiezo fuerte dentro de dos semanas (puñeteros exámenes a primeros de enero T_T), así que no hay problema, de verdad ^^
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Mensaje por Philippo Stagiakos Mar Dic 22, 2015 6:37 pm

No necesitó que le enseñara la herida dos veces para saber que aquel humano estaba a un golpe certero de ser un cuerpo más en el cementerio de la capital francesa. El vampiro se preguntó cómo era que no se había dado cuenta de ese detalle antes, en vistas del aspecto cansado y algo pálido que mostraba su ahora compañero feligrés. Realmente estaba distraído, y el instinto lo traicionaba, pero eran muchos años a su vez, muchos años de tortuosa existencia como para haber aprendido a no parecer un vulgar desesperado, y prestar menos atención a la sangre, viniera de quien viniera. Philip rara vez necesitaba alimentarse con esas ansias que caracterizaban a los neófitos de su especie. Lo hacía a menudo, como había aprendido que era mejor, en pequeñas cantidades para evitar mayores estropicios a.k.a muertes.

-Es bonita… París. Algo mísera según que calles pero, ¿qué ciudad del mundo no lo es? –Sonrió brevemente, estudiando al otro, y por primera vez se lo preguntó, si debería ayudarle, si no sería tal vez más lógico que lo abandonara a su suerte, o que directamente se aprovechara de su cuerpo moribundo para saciarse. La lógica inmoral le decía que eso evitaría las molestias de más tarde: de perseguir a esa nueva presa, de aguantar las muecas aterradas, de tener que detenerse para no excederse. Por lo menos, Castiel sería una víctima silenciosa que le permitiría beber en paz, con el único inconveniente de que moriría, y Philippo, curiosamente, odiaba matar a nadie. Ya había cometido bastantes faltas de las que arrepentirse hacía siglos.

-Lo cierto es que tendrías una mayor oportunidad de sobrevivir en un hospital, los médicos son medianamente competentes. –Comentó, sin confesar que tal vez le despertara interés su estado y en cierta medida consiguiera preocuparle. Al fin y al cabo, esa era la belleza del ser humano, esa fragilidad, esa existencia efímera.

Se incorporó, sin saber por qué exactamente, al 100%, y le tendió la mano, esperando a que la cogiera para alzarle y pasarse el brazo ajeno por los hombros. Aquella herida parecía demasiado real para ser una trampa, y para que negarlo, el instinto no mentía en situaciones como estas. -¿Puedo preguntar cuál es tu grupo sanguíneo? –Sonrió brevemente, en un ademán que él consideraba "romper el hielo", aun con la alarmante situación del humano. Una vez formulada la pregunta, se dijo que tal vez no era la mejor idea que pudiera haber tenido, y por ello aclaró:- No tengo intención de beber de ti. Si mueres debo ocuparme del cuerpo, y no es algo que quiera hacer, es una noche preciosa... para estar deshaciéndose de cadáveres.

Se encogió de hombros y mintió así, descaradamente, como si fuera esa la única razón, pero lo cierto es que el vampiro estaba cansado, tal vez decaído, y por mucho que no quisiera admitirlo frente al mortal, no le vendría mal hablar y distraerse. Tampoco se habría librado de él, echando en falta la existencia tan sencilla que ofrecía el no ser eterno. Lo supiera Castiel o no, el vampiro le envidiaba secretamente, y esa era una realidad que agotaba a Philippo hasta un punto inimaginable. – No se donde vives... así que si aun vas a llevarme a tu casa, quedo sujeto a tus indicaciones. –Esperó, y acto seguido fue a salir con él de la iglesia, admirando el cielo despejado.- Me compraste nada más mencionaste el whiskey, Castiel. -Sonrió.- Y por suerte para ti, soy bueno en lo que respecta a coser heridas.
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Mensaje por Castiel Beaulieu Jue Dic 24, 2015 6:50 am

A sabiendas de que el otro podía ser un perfecto actor, Castiel sabía que la posibilidad de llegar hasta su casa y tener la entereza suficiente para tratarse a sí mismo eran realmente escasas. No obstante, poco a poco iba perdiendo cierto miedo y ganando algo de confianza… y a lo mejor no era la suficiente como para meterlo en su casa, pero la necesidad era imperiosa, por lo que intentó pasar por alto todo lo demás.

Se dejó cargar parcialmente por el otro, echando su brazo por encima del cuello de Philippo. De todos modos, abrió mucho los ojos ante su pregunta. ¿Para qué querría su grupo sanguíneo? Al parecer había sido una broma, pero Castiel no le vio la gracia. Aun así sonrió, intentando parecer simpático.

—Cero negativo, Philippo —tosió —. Espero ser de tu gusto en caso de tener que echar un trago.

Salieron de la iglesia entonces, bajo un manto de estrellas y una luna plateaba que iluminaba bien las calles. No obstante, seguía haciendo un frío que calaba hasta los huesos, e hizo que el vello se le pusiera de punta. Se llevó la mano que le quedaba libre a la herida y se dejó apoyar aún más en Philippo, consciente de que los vampiros no eran precisamente débiles y que podía cargar gran parte de su peso, o todo, incluso.

—Entonces espero un bordado perfecto —esta vez sonrió con sinceridad —. O no habrá whisky.

Empezaba a sentirse un poco mareado, pero todavía podía andar hasta su casa. Poco a poco, fue indicándole el camino. Por suerte para ambos no estaban demasiado lejos de su domicilio, por lo que el viaje no se hizo especialmente pesado. No habló durante el camino, pues prefería ahorrar fuerzas de donde fuera para no caer redondo al suelo.

Cuando llegó a su casa, pasó él primero y mantuvo la puerta abierta, mirando a su acompañante y dándole a entender que realmente podía pasar. Ahora estaban en su terreno… aunque poco importaba, dado el estado de su herida. Lo guió hasta su salón, donde la chimenea no estaba del todo apagada, pues siempre la dejaba en ascuas para, al llegar, poder calentarse. Sacó de un pequeño armario una botella de ese prometido licor, dos vasos y un botiquín con los enseres necesarios para tratar su herida.

—Aquí tienes tus utensilios de médico —se quitó poco a poco la venda hasta dejar ver la herida completamente —. Hazlo lo mejor que puedas.

Pese a todo, su voz no era imperante. Más bien, era cercana a un ruego. Pensó en ese momento cómo se tomaría Jules el hecho de que hubiera llevado un vampiro a su casa. Seguro que montaría en cólera y entraría a su casa rompiéndolo todo y buscando al “chupasangres” que podría acabar con su amigo. Miró la ventana. Estaba bien cerrada, pero eso a Jules nunca le había preocupado… gastaba más en ventanas que en comida.

Sirvió los dos vasos antes de que el otro empezara con su curación y se bebió el suyo de golpe. Después, en vista de que aún necesitaría un poco más, bebió de la botella un gran trago para, después, sentarse en el sillón.

—Estoy listo —dijo, colocándose de medio lado con el torso desnudo ya.
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Mensaje por Philippo Stagiakos Dom Ene 31, 2016 1:25 pm

Se quedó pensando respecto al grupo de sangre, y se sorprendió minimamente, ya que de todos los que el cazador podría haber tenido, había ido a situarse justamente con aquel que más agradaba al vampiro. No se lo dijo aun así, sin sentir esa necesidad de beber de él, al menos no hasta niveles insoportables, y aguantó su peso cuando salieron de la iglesia, dispuesto a ayudarlo a llegar a casa, sin saber exactamente porqué. No tendía a caer en aquel tipo de buenas acciones, en París morían cada noche decenas de personas, pero poco tenía que hacer, y la promesa del whisky era demasiado tentadora.

-Lo haré lo mejor que pueda. -Contestó, haciendo referencia al bordado y sonrió escuetamente, tratando de hacer memoria de cuando fue la ultima vez en su vida que tuvo que hacer algo así. Ser vampiro tenía sus ventajas, siendo la regeneración una de ellas. -Si el whisky está en juego te garantizo que será una obra maestra que envidiaría hasta Miguel Ángel.

Se perdió entre las calles con este, siguiendo sus indicaciones, y se permitió pensar si es que a lo mejor estaba siendo conducido a una trampa. Descartó esa idea a pesar de ello, viendo la gravedad de las heridas de su compañero, y se dejó guiar hasta el edificio adecuado, entrando dentro cuando fue finalmente invitado a pasar.

Desvió la vista alrededor, admirando los muebles que conformaban la casa del contrario, y tomó el botiquín que le tendió, examinandolo antes de sentarse al lado de este, y desviar la vista al vaso de whisky. Lo dejó estar, cogiendo una gasa y algo de alcohol y lo vertió en esta, dispuesto a limpiar la herida antes de hacer nada. -¿Cómo te la has hecho exactamente? -La examinó, retirando algún girón de piel con unas pinzas pequeñas y desinfectó correctamente, buscando aguja e hilo. -Tiene mala pinta pero sanará. Puedes esperarte alguna cicatriz, eso si.

Alzó la vista hacia este, hilvanando la aguja, y se mordió la cara interna de la mejilla, inseguro de que el otro fuera a dejarle trabajar una vez empezara. Era consciente de que no era precisamente agradable, pero el otro no estaba en posición de dejarla abierta. -No te muevas o será peor. -Comentó, dando el primer punto, y acomodó la piel, comenzando a coserla despacio. Dio por lo menos diez puntos, asegurandose de que quedara todo bien cerrado, y cruzó  el hilo al final para cortarlo y terminar. Admiró lo conseguido, siendo los puntos pequeños, ordenados en fila del mismo tamaño unos con otros, y desinfectó los utensilios devolviendolos al botiquín.

Se giró en el sofá, tomando el vaso de whisky, y le sonrió al otro brevemente, antes de darle un trago leve.- Eso debería bastar. Y ya sabes, lo de siempre. No te fuerces en estos dias, no hagas movimientos bruscos, y todas esas cosas que seguramente vas a hacer te diga lo que te diga. Yo tampoco escucharía.
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