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Encontronazos y confesiones [Castiel] 2WJvCGs


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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

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Mensaje por Jules Jouvet Jue Nov 26, 2015 11:19 am

Era ya bien entrada la noche, hacía un frío que, aunque no tenía nada que ver con el que haría en unas horas más, seguía picando en la piel. Me revolví el pelo, enfadado conmigo mismo después de haber tenido otra pista falsa sobre el paradero de Lydia. ¿En qué pensaba esa enana, primero acostándose con una bestia, y después huyendo de mí? Aceptaba que durante dos segundos pensé en acabar con su vida, pero recapacité y me di cuenta de que el problema era el ser que llevaba en su vientre, no mi pequeña hermana.
En fin… –Murmuré, empujando la puerta de la taberna. Obviamente a esas horas de la noche un sábado el lugar estaba lleno, pero no de las personas que esperarías encontrar en una de las fiestas de mi familia, sino en una cueva oscura practicando ritos de herejes. Probablemente se me notó la cara de enfado al pensarlo por las expresiones que algunos tenían al mirarme, pero bueno, era parte de mi día a día. No fue hasta que me adentré un poco que vi una figura que me resultó familiar.
¡Castiel! –Grité, abriendo los brazos hacia mi mejor amigo, el único hombre que podía entender lo que era tener una doble vida–. ¿Cómo tú por aquí, monsieur Beaulieu? ¿Has acabado una larga jornada laboral como yo? –Se me escapó una sonrisa al ver las expresiones de sorpresa en los rostros de los pobres desgraciados que nos observaban, nadie diría que dos hombres como nosotros cazábamos seres del Inframundo, pero así era.

El pensamiento de lo que acababa de pasar hacía unos veinte minutos me inflamó de ira, me senté junto a mi viejo amigo, cayendo en la cuenta del tiempo que hacía que nos conocíamos y cómo de rápido pasaba. Ni siquiera recordaba bien cómo este hombre tan apacible en apariencia había llegado a convertirse en mi mejor amigo, confidente y compañero de armas. Pero bueno, pensé negando con la cabeza, eso no era lo importante ahora. Me incliné sobre la mesa un poco, aunque dudaba que alguien pudiera escucharnos con todo el bullicio que nos rodeaba.
¿Te acuerdas de que iba en busca de Lydia y que un hombre la había visto en compañía de una joven hace unos meses? Pues no, no la había visto. Cuando llegué el hombre estaba tan borracho que me confesó que en realidad lo había dicho para ver si yo le daba dinero. ¡El muy…! –Ni siquiera me salieron los insultos tan poco decorosos que me imaginaba. Miré a Castiel, a él siempre le había hablado sobre mi hermana, era el único que sabía que la echaba de menos, que la buscaba pero no para matarla, sino porque, al fin y al cabo, era mi Lydia, debía protegerla.– A veces ya no sé ni qué hago, amigo mío… Me duele en el alma y… –Noté que mis mejillas se volvían rojas por la vergüenza pero en el fondo sabía que Castiel no me juzgaría, así que lo dije tan rápido como pude.- ¡Llevo dos semanas yendo al bosque por las noches y entreno hasta que me duele cada parte de mi cuerpo!

Sabía que él, como Cazador, entendería que eso no era bueno en ningún sentido. No puedes pretender perseguir al Mal si no estás en pleno rendimiento, pero…
No puedo pensar con claridad, me nublo, no lo entiendo. Es como si me agarraran el corazón y lo estrujaran así y así y luego así y... -No podía evitar hacer gestos, golpeando mis manos, chocando los puños como si estuviera machacando a alguien.
De repente me di cuenta de lo patético (y ridículo) que debí estar sonando, encargué literalmente lo más fuerte que tuvieran y me lo bebí de un trago, notando la quemazón de la garganta. Sonreí inocentemente a mi mejor amigo, diciendo:
No significa que por entregarle mi vida a Dios vaya a quedarme sin algunas diversiones mundanas –decidí cambiar de tema dado que había ciertos “placeres” que nunca conseguiría disfrutar–. Pero bueno, háblame de ti, Cast, ¿cómo ha ido tu trabajo? –Le miré de arriba a abajo, cuando noté algo en su mirada que me hizo pensar.– Tienes toda la pinta de que hay una mujer que te está volviendo loco. O, bueno, la falta de una –reí con estrépito de mi propio chiste, e incluso me atreví a lanzarle un beso a un idiota que me miraba mal desde la otra mesa.- Hacía tiempo que no me reía así, amigo. Te he echado de menos -una sonrisa de nuevo.
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Mensaje por Castiel Beaulieu Jue Nov 26, 2015 7:13 pm

Se podría decir que en numerosos casos, las personas están en contra de todo lo que hacen o de todo lo que representan. Que a veces, sienten que están fuera de ese lugar en el mundo que se supone que es para ellas, y se dedican a buscarlo con tanto ahínco que pierden la noción del tiempo y el rumbo de sus vidas. Pierden su norte particular, y rara vez es fácil encauzar una vida que ya está prácticamente perdida o, incluso, malograda. No obstante, en ocasiones, se producían esos pequeños milagros que hacen sentir a alguien verdaderamente útil. Como que se está forjando un nuevo destino y cavando un nuevo lugar en ese periodo que muchos llaman vida y que, como bien Castiel sabía, no tenía por qué acabar con la muerte.

Al inicio de aquella noche había entrado en un nido de vampiros. Aún se hallaban despertándose de su letargo, pero Castiel no dio muchas oportunidades para la lucha. Mató a dos casi sin pelear, y a un tercero que ofreció más resistencia, pero cuyo final fue el mismo que aquellos que murieron casi sin enterarse. Y, por primera vez en mucho tiempo, no supo qué hacer en toda la noche. Se resignó a ir a una taberna de esas de mala muerte a la que iban los hombres poco honorables de la ciudad, pues es lo único que habría abierto por ahí, se sentó en una de las últimas mesas y pidió una bebida.

Ensimismado, sacó las balas de su pistola a escondidas, las contó y las fue guardando de nuevo una a una. Apenas había tenido que usarlas. No obstante, había doblado una de las dagas en su intento de abatir a un vampiro, y se estrelló contra una costilla de mala manera, lo que provocó su ligera malformación, la cual probablemente le costaría arreglar. Resopló, resignado.

La gente entraba y salía de aquel lugar. Los hombres bebían, jugaban, apostaban y lanzaban improperios a la tabernera que, a decir verdad, aguantaba bastante bien el tipo. Castiel sonrió ante tan divertida situación, pero no dijo nada. Observó su ropa. Su gabardina negra estaba en perfecto estado, y la sangre que probablemente habría saltado a ella no se notaba nada. Bebió las últimas gotas de su bebida antes de decidirse ir a casa y dormir, aunque una voz familiar llamó su atención.

—¡Jules! —dijo Castiel —Digamos que hoy todo ha acabado antes de lo previsto. Siéntate.

A decir verdad, Jules era uno de los pocos amigos que Castiel había hecho, aunque no le gustara mucho su procedencia. Bien era sabido por todos que su padre, un reputado inquisidor, lo enseñó con todas las artes que enseñaban en la organización, y que llamar la atención solo valdría para ganarse un buen susto. No quería ingresar en la orden, pues le gustaba ir por libre, y tampoco quería tener nada que ver con ellos. Pero el caso de Jules era diferente. Hacía ya muchos años, siendo apenas un muchacho de 17 años, Castiel quiso enfrentarse solo a un cambiaformas bastante sanguinario y peligroso, y todo a espaldas de su padre. Fue Jules quien salvó su vida de aquel monstruo que lo humilló. Jules no había dicho nada a nadie jamás, y él aún se lo agradecía.

—Menudo bastardo —mencionó Castiel, serio ante lo que su amigo había dicho de su hermana —. Jules, entiendo todo lo que estás pasando… no creas que no lo tengo presente. Cada noche en la que salgo a… “cazar”, pienso: “¿Será hoy el día en el que pueda ver a Lydia y llevarla con Jules?” Pero por mucho que queramos, no vas a encontrarla si te sobreexplotas. Por no hablar de tus deberes para con la Inquisición —pronunció la palabra con algo de recelo. No quería que se notara demasiado, pero no podía evitarlo. La odiaba.

El cazador sonrió cuando su amigo empezó a dar sus motivos y rió cuando empezó a gesticular. A pesar de la edad de Jules, había veces en las que Castiel lo veía como un niño pequeño cuya educación no terminaba de ser forjada. Se preguntaba cómo se lo tomarían sus superiores… pero sobre todo, tenía curiosidad de verlo entrenar a los novicios.

—Cuidado —rió Cass cuando lo vio beberse de un solo trago la copa —, no pienso llevarte a cuestas de nuevo.

No obstante, su respuesta lo hizo sonreír aún más, si eso era posible. Era cierto que la mayoría de los inquisidores que conocía eran demasiado… estirados. Jules no. Jules seguía cayendo ante los placeres de la carne. Esas pequeñas cosas que hacían “malvada” a la humanidad y que, en realidad, hace a todo el mundo humanos. Aunque algo que no se esperaba fue el comentario que formuló. Se quedó completamente paralizado.

—Bueno… yo…

No dijo nada más. No le salían las palabras. Mientras él bromeaba con el hombre de otra mesa, el rojo subió a la cara de Castiel como si fuera una mala enfermedad. Se encargó muy bien de que nadie se enterara de lo de Angelo, y desde su muerte, no había podido establecer ninguna relación. Había pasado alguna que otra vez por el prostíbulo, pues tenían mercancía del gusto de Castiel. Un gusto penado por la Inquisición. Por todos, en general.

Él también había echado de menos a Jules en muchas de las maneras. Quiso abrazarlo en la muerte de su padre. Quiso llorar, como aquella noche en la que casi muere, en su hombro cuando murió Angelo. Quiso escribirle cada noche en la que se sentía solo y perdido. Pero no sabía cómo iba a reaccionar, y estaba claro que se seguían necesitando el uno al otro… como antaño.

—Jules… —empezó —tengo algo que decirte.

Su voz empezó a temblar. Castiel, el de los nervios de acero, reflejos felinos y cuya rapidez de reacción eran legendarias, no podía con las palabras. Sus ojos mostraban cierto miedo, y se mostraban algo esquivos con su amigo. No quería soltárselo de forma brusca, pero no sabía qué otra forma podía haber. Se lamentó por las mil y una cosas que no le dijo antes, y que harían mucho más fácil todo aquello.

—Verás —siguió como pudo —. Sabes que respeto las leyes de Dios, y que, como hijo de Inquisidor, siempre he estado muy cercano a la Iglesia y a su ética y moralidad. Pero hay algo que no sabes de mí.

Frotó sus manos contra sus pantalones para limpiar el sudor. A pesar del frío de invierno, el calor subió a su rostro y a todos los rincones de su cuerpo. Intentó ponerse firme, resistirse a la tentación de volver a engañarle para hacerlo todo más fácil, y lo miró, determinado.

—Sin embargo, no hay mujer en mi vida, Jules. La última persona que calentó mi corazón y con la que quise pasar el resto de mi vida, murió a manos de esos chupasangres. Su nombre… su nombre… se llamaba… —respiró hondo —. Angelo. Eso… eso soy yo…

Pese a todo, no paraba de temblar. Se quedó casi petrificado, observando el rostro de su amigo… esperando el veredicto como si de un condenado que fuera a ser ejecutado se tratase. El miedo era casi palpable… pero quería saber lo que su mejor amigo tenía que decirle al respecto… le debía eso, al menos.
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Mensaje por Jules Jouvet Vie Nov 27, 2015 5:57 pm

Solté un bufido que parecía más una risa cuando mi amigo mencionó a la Inquisición, recordando los penosos momentos de entrenamiento que había tenido gracias a ella. Bueno, hasta donde yo sabía, Dios tenía esa habilidad especial para apoderarse de ti lentamente, como una dulce amante de esas que tanto presumían los demás empresarios durante nuestras borracheras de los viernes. Tenía la capacidad de hacerte creer en él sin que siquiera lo entendieras. Podías pretender adivinar cuál iba a ser su próxima jugada, pero él era el mejor enemigo que tendrías, daría la vuelta a todo lo que entendieras correcto y te despertarías una mañana confiando absolutamente en él. Era como tropezarse cien mil veces contra una pared de sólida roca hasta que aparecía una puerta, algo que te lo hacía más llevadero. Al fin y al cabo, ¿quién quería estar solo en este mundo?
Lo sé, confío en ti como en nadie más, Cast —mi sonrisa se ensanchó aún más al pronunciar el apodo con el que solo yo le llamaba, la mayoría usaban Cass, pero mi mente no lo asimilaba, parecía casi como si se cerrase en banda ante ese sobrenombre tan parecido a un nombre femenino como era Cassandra.— Si hubieses encontrado ya a Lydia seguro que la hubiésemos traído a este tugurio de mala muerte y habrías disfrutado viendo a una Jouvet borracha. Esa chica era horrible cantando, ¡pero si le dabas un buen vino sonaba como los ángeles! —Mi risa se volvió estridente, casi nerviosa, pero no quería evitarlo. Bien, todos los hombres sufrían, no podíamos evitar alejarnos de los sentimientos que nos hacían humanos, no quería fingir por más tiempo que todo lo que llevaba dentro no existía. Tenía un serio problema de fe, pero aún no estaba listo para asimilarlo, ni siquiera para pensarlo, así que lo dejé correr, riendo mientras el pensamiento se evaporaba de mi mente.

La risa continuó dentro de mi ser aún más, me levanté un segundo de la mesa e hice un meneo de caderas nada decoroso hacia Castiel, sonriéndole con picardía al recordar los buenos tiempos.
¡Lo dices como si no te hubiera gustado emborracharte conmigo! ¡Y bailar juntos bajo la luz de la luna! ¡E incluso aquella vez en que...! —Me interrumpí de inmediato, serio.— Realmente ha pasado mucho tiempo desde entonces, ¿verdad, amigo mío? —Me senté de nuevo con tranquilidad, dejando que el alcohol bajara y se normalizara en mi sangre. Vaya dolor de cabeza me esperaba al día siguiente.— No sé si aún sabes hacer esa mezcla, pero te juro que necesitaré tu Remedio Casero anti-alcohol para Cazadores e Inquisidores. Espera, creo que no se llamaba así... —Definitivamente, o estaba borracho o estaba poniéndome muy borracho.

Pero, oh mon Dieu!, ahí estaba expresión en sus ojos. Mi mejor amigo desde hacía tanto tiempo que ya no recordaba todos los líos en los que nos habíamos metido por culpa mía y de los que Cast nos tuvo que sacar, las borracheras en las que maldecíamos nuestros pasados por ser demasiado complicados como para permitirnos encontrar nuestros futuros, el confidente que sabía todos mis secretos incluyendo el plan para seducir a la cambiaformas Harper Blackraven, el único que encontraba esa parte de mí mismo que llevaba escondida tanto tiempo... Mi mejor amigo, él, siempre con esos ojos que parecían decir: "Estoy tranquilo pero perturba mi paz y acabaré contigo, engendro", ahora se asemejaba más a un conejo asustado mirando a la boca del lobo.
Vamos, suéltalo ya, Cast, sabes que no me gusta esper...

"La primera vez que me pegaron un tiro, solo hacía un mes que te conocía y le juré a Dios que siempre estaría a tu lado porque quería que fueras mi mejor amigo".
Es curioso cómo funcionaba mi mente en momentos críticos. Lo único que pude pensar fue en lo mal que lo había pasado después de ayudar a Castiel hacía ya años, ya que al haber acabado con una abominación aquella noche el Cazador que me "educaba" decidió que bien podría ser mucho más difícil mi entrenamiento, así que habíamos jugado a Caza al novato. Fue la primera vez que mi maestro me había disparado, cuando yo trataba de huir, de esconderme de él muerto de miedo, atravesándome primero la pierna derecha y después el pecho con una bala. No lo había sabido hasta mucho tiempo después, pero si seguí sobreviviendo a ese tipo de sesiones con él fue a que una hechicera me curaba. Si lo veía desde el momento presente, lo verdaderamente estúpido era que lo único que pensaba en momentos así eran del tipo: "Debería haberme vestido mejor", "¿Cómo debe ser la vista desde la posición de la Luna?" o "Tal vez hay cambiaformas buenos que no pueden evitar atacarnos". Pero después de haber ayudado a Castiel, todas esas noches de entrenamiento no había estado solo, y mucho menos aquella. No había hecho lo que me mandaban porque sí, era porque tenía alguien a quien cubrirle las espaldas, alguien que podía salvarme a mí del mismo modo. Un igual. Un compañero. Un amigo. Mi mejor amigo.

Ahora miraba a los ojos del que había sido mi mejor amigo tratando de conectar las piezas. Angelo. Castiel había amado a Angelo. ¿Angelo no era nombre de chico? ¿Por eso había estado diciendo estupideces sobre respetar las leyes de la Iglesia y de Dios? Se me escapó un gruñido mientras alzaba la vista de sus manos inquietas para observarlo atento. Creí que mil emociones pasaron por mi rostro en apenas un minuto, pero no pude contar cuáles. No debió ser fácil contarme ese secreto que bien le merecería la horca a Castiel, así que yo le respondí con la misma sinceridad.
Eres el único hombre con el que me atrevo a ser una persona normal y no un Inquisidor —murmuré amenazadoramente mientras los imbéciles a nuestro alrededor se iban dispersando, como si supieran que se iba a desencadenar una tormenta—. Eres mi mejor amigo. Has estado a mi lado durante más peleas, líos y fiestas de las que puedo contar. Y hoy, cuando estoy frustrado por haber perdido el tiempo con una pista falsa, cuando la señorita Blackraven parece no tener más oscuros secretos que una niña de cinco años y encima he bebido, justo hoy, ¿te atreves a contarme eso?

Fue un movimiento brusco que ni siquiera pensé, probablemente debido a la gran cantidad de alcohol y frustración en sangre, pero en unos segundos me puse de pie y golpeé la mesa, tirándola con estrépito al suelo. Encaré a Castiel, éramos más o menos igual de altos así que no tuve problemas en volver a insistir mirándole directamente a los ojos.
¿Justo hoy tenía que ser? ¿Justo hoy tenías ganas de recibir una paliza?

Levanté la pierna para darle una patada en el costado, pero Cast siempre había sido más ágil que yo, era lo malo de tener un cuerpo tan grande como el mío, que a bajo el influyo de ciertas bebidas parecías un oso borracho más que un Espía de la Inquisición y un hombre entrenado por el ser más oscuro y retorcido de la Iglesia. Sabía que la estrategia de mi amigo iba a ser esquivarme hasta el cansancio, pero esa noche necesitaba un poco de sangre, de violencia que me permitiera despejar todo lo negativo que no iba a solucionar de ninguna otra manera. Mi cuerpo persiguió la figura escurridiza de Castiel, lanzando patadas, codazos, empujones y ganchos de derecha e izquierda mientras los gritos, el ruido y los muebles se rompían a mi paso.
Un puñetazo a la derecha se dirigió a su mandíbula justo después de tener uno de los pocos pensamientos racionales que mis neuronas generaban. Si Castiel es un Cazador, pensé, y yo soy un Inquisidor, ¿por qué no estamos usando nuestras armas?
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Mensaje por Castiel Beaulieu Vie Nov 27, 2015 8:01 pm

La espera no llevó más de cinco minutos. Los azules ojos de Castiel siguieron con la mirada el proceso evolutivo que descompuso su rostro de, antes feliz, a una mueca casi de odio. Eso fue lo que apuñaló al cazador como si de una daga de hielo se tratase. Se sentía solo muchas veces, sin una madre o un padre, arrebatados a edad prematura, sin un amigo al que poder contar eso, por lo que veía, sin esa persona especial que siempre estaba ahí, sin hermanos o familiares… completamente solo.

Al principio, la voz de Jules era un susurro. Cargado de odio y crispación, pero un susurro, al fin y al cabo. No obstante, estaba tan tenso como el león que va a cazar a su presa. Mirada amenazante, cuerpo encorvado y voz cada vez más iracunda. Todos los juerguistas empezaron a callar y apartarse. Jules era un hombre verdaderamente impresionante, alto, fuerte, armado y borracho. Por su parte, Castiel era calmado, ágil y rápido. No contestó a su pregunta. ¿Por qué justo hoy? Tal vez por la necesidad de que alguien lo comprendiera y aceptara tal y como era. Pensó que Jules sería esa persona… tal vez lo hubiese sido si no hubiera bebido, o hubiera buscado un momento o una situación más idónea. Pero tampoco quería esperar. Quería decir todo lo que sentía, sin tabúes.

Tan rápido como Jules había actuado, actuó Castiel. Algunos dirían que había leído la mente del Inquisidor, aunque nada más lejos de la realidad. Lo conocía tan bien que sabía que ese momento llegaría, aunque no esperaba que la tomara con la mesa, sino con la mesa. Le habló muy cerca, muy colérico y muy bebido. Jules era algo más alto que Castiel, dos o tres dedos, apenas imperceptible, y muchísimo más corpulento. Cualquiera hubiera dicho que si llegaban a un enfrentamiento, lo mataría. Tal vez en igualdad de condiciones fuera así, pero borracho, Cass tenía todas las de ganar.

—Podemos hablarlo en otro lugar, Jules…

El hombre no lo escuchó. Descargó su pierna sobre su costado con furia y determinación. El cazador dio una vuelta sobre sí mismo, en la misma dirección de la patada, y se apartó de ella sin mucha dificultad. Conocía cómo peleaba su amigo y por qué se había ganado varios títulos, como el de ser uno de los hombres más sanguinarios y mortíferos de la Inquisición. Pero no tenía miedo, pues ambos habían estado juntos durante su aprendizaje. No tenía nada nuevo que enseñar a Castiel.

Jules era como un toro salvaje y sediento de sangre. Lanzaba patadas, puñetazos y placajes con tanta fuerza que muchas de las mesas se partieron en dos como si estuvieran hechas de papel. Un pobre diablo intentó separarlos, por lo que se llevó tal patada por parte del Inquisidor que acabó volando hacia una esquina. Necesitaría puntos en la frente fijo. Cass esquivaba e interponía entre su cuerpo y el de Jules numerosas veces sus brazos y piernas, utilizando la propia fuerza del hombre para usarla contra él y desequilibrarlo. No quería hacerle daño.

—Jules, por favor, cálmate…

Su oratoria quedó entrecortada por un puñetazo que golpeó de lleno su mandíbula. El sabor a cobre subió con rapidez, y Castiel escupió un buen chorreón de sangre y que dejó un rastro en sus labios, su barbilla y parte de su cuello. Cansado de la situación y empezando a encolerizar con ella, el siguiente puño que descargó Jules fue a parar encerrado en una llave de Castiel, que se puso a la espalda de su amigo y levantó la pierna para golpear en la cara al Inquisidor. Después, lo soltó y golpeó de nuevo, ahora en su espalda. Mostró sus puños al rubio. Si quería pelea, la iba a tener.

—Te lo advierto…

Hubo un par de golpes más por parte de ambos. Cada golpe de Jules equivalía a cuatro o cinco de Castiel, pero el rubio estaba mucho más afectado por el alcohol, por lo que el otro podía mantener el tipo, al menos por el momento. La pelea empezó a tomar un cariz mucho más serio. Jules sacó una de sus armas escondidas, esas que todo Inquisidor debía de llevar para cualquier emergencia. Por su parte, Castiel dejó caer su daga escondida en la manga de la gabardina hasta su mano. En ningún momento parecía que quisieran matarse realmente, pero el baile era mucho más mortal, más intenso, más frío. Acero contra acero, ambos demostraban la maestría en el ámbito de las armas. Los ojos ajenos contemplaban con miedo la escena, temerosos de salir heridos.

No obstante, Castiel no lanzó ninguna estocada. Y entre las estocadas del otro, se veía una torpeza poco propia en él. No querían matarse. Lo único que Jules necesitaba era infligir dolor, desahogarse golpeando algo. Castiel, con ágiles movimientos, desarmó a su formidable adversario, tirando su arma lejos de él. Hizo lo propio con la suya.

—No voy a pelear más contra ti, Jules —dijo justo después de llevarse otro puñetazo que abriría una brecha en su ceja izquierda —. No es justo.

Esquivó dos o tres golpes más, pero cedió ante la furia imparable. Quiso hacerlo parar, esta vez golpeando con todas sus fuerzas a su agresor, pero bajar la guardia había tenido consecuencias devastadoras en el curso de la pelea. Fruto de la desesperación, Castiel golpeó la entrepierna de Jules con tal fuerza que se hizo daño en la rodilla. Apenas dio tregua al mastodonte. Lo giró y se puso a horcajadas sobre él para empezar a golpearlo en la cara con rabia.

— ¿¡Cómo te atreves a juzgarme!? —Vociferó Castiel — ¿Acaso no ves en qué estado me encuentro? —sus ojos se llenaron de lágrimas, y la sangre y el líquido ocular corrían por su faz al mismo tiempo, mezclándose como si fueran amantes perfectamente compenetrados —¡No sabes lo solo que estoy! —nuevo golpe —¡No sabes el miedo que tengo de perderme y que nadie quiera buscarme, como a Lydia! —agarrón del cuello de la chaqueta, acercando su cara a la de su amigo —¿¡quién va a acordarse del pobre Castiel cuando pase algo!? ¡TE NECESITO, JODER! ¡POR ESO TE LO HE DICHO ESTA NOCHE!

Se levantó a duras penas. Le dolía la pierna izquierda, así como el brazo del mismo lado. Su ojo había sido parcialmente inundado por la sangre, por lo que no podía abrirlo, y se tambaleaba sobre sí mismo para no perder el equilibrio. Volvió a escupir. Rojo, cómo no. Volvió a sacar los puños. Su cuerpo era una mezcla de destrozo y cazador que seguía dispuesto a pelear. Su rostro estaba descompuesto por la paliza y la tristeza, y que las lágrimas limpiaban parte de esa sangre y suciedad a su paso.

—Te necesito, Jules…

El sonido de su voz era apenas imperceptible. Su corazón latía con tanta fuerza que golpeaba incluso sus orejas. Las armas estaban por ahí tiradas, y Castiel les tenía la vista echada, por si tenía que actuar de nuevo y apartarlas o defenderse de ellas. Pero, sobre todo, estaba pendiente de Jules. Su amigo. Su casi hermano.

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Encontronazos y confesiones [Castiel] Empty Re: Encontronazos y confesiones [Castiel]

Mensaje por Jules Jouvet Sáb Nov 28, 2015 5:37 am

Decir que en aquel momento estaba pensando y analizando cada movimiento de mi cuerpo habría sido una mentira. Una burda, sucia mentira. No era a Castiel a quien veía cuando empujaba mi puño con toda mi fuerza hacia su cara ni cada vez que lanzaba una patada hacia sus costillas, era mi hermano Marc que se había muerto siendo un amado hijo y respetado hombre de negocios sin tener ni idea de lo que yo hacía mientras él estaba en clase; era también Padre, quien no se había preocupado por nadie más que su hijo mayor y que había muerto unos meses después que Marc; la cara de mi madre, que como una buena sumisa había seguido a su esposo sin tenernos en cuenta a Lydia o a mí; era el Cazador, que aunque había sido mi maestro solo había desahogado sus instintos asesinos en mi cuerpo y mi alma; era, lo peor de todo, la cara de cada uno de los Blackraven que se habían confabulado para llevarse a mi pequeña y delicada hermana. No era a Castiel a quien yo pegaba, no. Eran todos los fantasmas que me seguían cuando cerraba los ojos cada noche.
Ni siquiera distinguía las palabras del que había sido mi compañero desde jóvenes, mi mente estaba ahogándose en un murmullo alto, fruto del ruido del local destrozándose bajo mis golpes, mis propios recuerdos hundiéndome y la voz del único ser racional que se había preocupado por mí alguna vez en mi patética vida.
Entonces, al mover el puño otra vez tratando de alejarlos a todos de mi interior y que me dejaran tranquilo de una vez por todas, sonó un crujido que silenció las voces, los recuerdos. Intenté centrarme y vi a Castiel sangrando, mis puños en carne viva pintados de rojo. Mi mejor amigo, al que había protegido y que había sido mi escudo en miles de ocasiones, ahora había sido herido por mí. El horror ocupó por completo el lugar de la confusión mientras me acercaba, levanté la mano de nuevo para disculparme, pero él me malinterpretó. En un segundo me encontré a mí mismo mareado de nuevo, un golpe fuerte me había dado de lleno en la cara y noté el reguero de sangre que caía cerca de mi ojo. Apenas tuve tiempo para pensar qué demonios había ocurrido cuando me postré de rodillas por un golpe en la espalda. Miré hacia arriba agarrándome con ambas manos el estómago, la sangre ahora me cubría la boca, la cara y los brazos. Ahí estaba Castiel, advirtiéndome. Me entró una risa nerviosa que hizo que la sangre que pugnaba por salir de entre mis labios fuera liberada, manchándome ya el torso.

¿Que me adviertes a ? ¿De qué? ¿De que mi culo está en peligro de lo guapo que soy? Tranquilo Cast, voy a hacerte todo un hombre...

Los recuerdos volvieron a mí como un torrente aún más intenso que la última vez, pensé en la sonrisa sádica que siempre tenía mi maestro al golpearme, cuando parecía que yo no estaba allí sino que personificaba a sus fantasmas. Bien, ahora le entendía, y sabía porque se había reído de mí cuando le pregunté la razón para convertirse en Inquisidor. “Dios no puede salvarte de los fantasmas, chico, pero tener una razón para pegarle a todo lo que ves es una buena manera de sentirte mejor”. No lo entendí en aquel momento, nunca lo había hecho, hasta ahora. Cuando mi cuerpo parecía poseído por esa parte de mí mismo que solo salía a relucir durante la caza. Quien me hubiera conocido en alguna de mis elegantes fiestas, vestido como el rey Quartermane y comportándome como él, ni me habría podido identificar ahora, lleno de sangre, sudor y posiblemente lágrimas, quién sabía.
Por cada golpe que rozaba mínimamente a mi amigo yo recibía más del doble, sabía que no estaba en mi mejor momento, pero podía defenderme de este pequeño diablillo, llevábamos tanto tiempo peleando juntos que esto era como un entrenamiento más. Quitando el pequeño detalle de que yo llevaba todas las de perder, claro. Justo después de haber esquivado por los pelos uno de sus puñetazos, me alejé tres pasos de él. Justicia, la daga que el Cazador me había regalado después de convertirme oficialmente en espía, salió de entre mis ropas húmedas por la sangre y se deslizó hasta mi mano. No era magia, claro, sino que incluso borracho, un Inquisidor nunca dejaba de ser eso, un asesino despiadado capaz de luchar bajo los efectos del peor alcohol en nombre de un Dios igual de despiadado que él.
Apenas sacamos cada uno nuestras armas, vi por el rabillo cómo el local se quedaba más y más vacío. Cuando ni siquiera el dueño se atrevió a quedarse, esa sonrisa siniestra apareció en mi rostro y me lancé a por él. Primera regla, nunca ataques a un enemigo más rápido que tú, lo sabía, maldita sea, pero no podía dejar de moverme como un novato, parando las estocadas, los empujones y los puñetazos que de vez en cuando me rozaban casi por los pelos. Recordaba cada regla de lucha y parecía dispuesto a contradecir cada una de ellas mientras bailábamos con nuestras armas, mientras la sangre empezaba a cubrirnos enteros y el cansancio hacía mella en ambos, sobre todo en mí. Tuve que usar la única parte de mi cerebro que se podría considerar racional para estar a la altura de Castiel, él era muy bueno con sus dagas, pero yo estaba jugando más y más sucio a medida que pasaba el tiempo. Le escuché hablar justo después de que otra marca apareciera en su cara y en mi puño, estaba mal no ser noble peleando contra mi amigo, pero seguía sin ser el rostro de Castiel el que veía.

Supe el momento exacto en el que había perdido cuando una oleada de golpes me invadió, haciéndome cerrar los ojos por el dolor. Sobre todo el dolor en mis partes nobles, que por lo que notaba ya no podría volver a usar. Dejé de respirar unos cuantos segundos, el aire había escapado de mis pulmones, Justicia ya no estaba en mi mano y no sabía si lo que tenía por todo el cuerpo era sudor, sangre o una mezcla de ambos.
Pero ni siquiera eso detuvo a Castiel. Ahora sí que era él, poniéndose encima de mí y pegándome como si no hubiera mañana, gritándome mientras yo apenas podía cubrirme con los brazos, mis fuerzas ya agotadas del todo. Durante un momento su rostro estuvo cerca del mío, pero mi expresión era imperturbable, había regresado esa parte de mí que podía pensar, reflexionar.

No le contesté, seguí allí tumbado mientras veía cómo él cojeaba y se adecentaba aunque parecía que le hubiese pasado una manada de caballos por encima. Seguí mirándole incluso mientras me levantaba, haciendo acopio del poco orgullo que me quedaba. Si en aquel momento alguien me hubiese preparado una tumba, me habría recostado y me habría dejado morir, mi cuerpo entumecido por la soberana paliza que mi mejor amigo me había dado, no solo física, sino emocional. Sus palabras, y sobre todo sus lágrimas, parecían clavadas a fuego en mi mente, ya no escuchaba las voces de nadie excepto de Castiel.

Una vez que logré ponerme de pie, caminé a duras penas hasta los estantes detrás de lo poco que quedaba de la barra, agarré una botella de la cual ni leí el nombre, bebí un trago, respiré hondo después y me volví.
Me da exactamente igual con quién estés, a quién quieras o en qué tipos de agujeros vayas a meterte — comenté tranquilo, como si habláramos del tiempo—, me importa más bien nada qué opine o no Dios sobre ti, eres mi mejor amigo, siempre lo has sido —una sonrisa comenzó a formarse mientras me dirigía hacia él—, pero como le cuentes a alguien la paliza que me has dado, juro que te ataré a la cama y te haré ver el peor lado de los hombres.

Una risa se me escapó mientras soltaba la botella y lo atraía a mis brazos. Dios y la Inquisición podían pensar lo que quisieran, pero era mi amigo, mi confidente y mi compañero de armas, si alguno tenía un problema con él lo tendrían conmigo por ende. Lo sujeté fuerte, dejando que ambos nos consoláramos después de la pelea, del dolor no solo del cuerpo, sino del corazón.
Yo tengo una crisis de fe desde que despareció Lydia, no sé qué es correcto y qué no —murmuré, contándole algo que sabía que no saldría de estas cuatro paredes destrozadas—, ya no sé si creo o no, pero Castiel —le miré a los ojos, aunque los tuviera morados y medio cerrados por los golpes— tú eres mi mejor amigo y siempre lo serás.

Otra sonrisa sincera se formó en mi destrozado rostro mientras observaba su reacción. Estábamos locos los dos, un Inquisidor que no creía ya en Dios y un Cazador que amaba a los hombres como amigos, era perfectamente desastroso. Y le amaba. No como a un amante o como podría amar a una mujer, sino como solo a una persona que sabes que jamás te traicionará y que estará cada día durante el resto de tu vida para apoyarte se puede amar. Era mi mejor amigo, no había mucho más qué decir.
Excepto…

Pero eh, si en algún momento mi increíble belleza comienza a hacer mella en ti, avísame para que me mude —no lo pude evitar, la broma y la risa siguiente salieron como por arte de magia mientras frotaba mis nudillos en su cabello, notando el dolor de mi cuerpo entero como respuesta.— Y oye —miré a nuestro alrededor, todo destrozado y lleno de sangre— alguien tendría que hacer una reforma en este lugar, ¿no te parece? Qué descuidado el tabernero, todo sucio y manchado. Propongo no volver nunca jamás a este lugar —tratando de contener la risa, levanté una mano mientras miraba a mi amigo.

Justo después de echarme a reír con estrépito —nunca se me dio bien aguantar una buena risa si era con Castiel— me acerqué de nuevo a la única zona que quedaba en pie de la barra, busqué entre mis pantalones y dejé encima de allí una bolsa de francos manchada de sangre, y con mi propia mezcla de sudor y sangre escribí “Que Dios te lo pague”, riendo mientras lo hacía, como el niño que siempre soñaba haber sido.
Volvíamos a ser Castiel y yo.
"Ni retirada, ni rendición".
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Mensaje por Castiel Beaulieu Sáb Nov 28, 2015 8:57 am

Castiel dirigió su mirada hasta el hombre que estaba enfrente de él. Le dolía la cabeza y el estómago, amén de todo lo demás que había salido tan mal parado, como su rostro. Se limpió la sangre de la barbilla y murmuró una maldición cuando lo vio dirigirse hasta detrás de la barra, en busca de las botellas. ¿En serio? Castiel no sabía si podía aguantar un botellazo mal dado, y mucho menos con la fuerza que poseía Jules.

No obstante, sonrió casi de oreja a oreja cuando vio a su amigo beberse un buen trago de lo primero que pilló. Así era Jules. Se quedó mirando durante unos segundos, pero acabó avanzando, cojeando, para coger la botella él también y dio otro buen trago. Después, echó un poco del contenido en sus heridas abiertas. Apretó los dientes por el escozor y permaneció atento a su amigo, cuyo humor había cambiado de forma radical.

—Apuesto a que sí —respondió con una radiante sonrisa ante su amenaza —. Aunque te lo voy a recordar toda la vida.

Jules cogió de nuevo la botella, para dar unos tragos más. Después agarró a Castiel y lo abrazó. Al principio Castiel incluso se asustó, pero después enterró el rostro en el cuello del rubio y dejó escapar dos lágrimas de agradecimiento. Procuró no apretar demasiado, para no hacerle daño ni hacérselo él mismo. Por primera vez en mucho tiempo, se sintió realmente cómodo. Él era su amigo, su confidente, su medio hermano. La única persona por la que actualmente se preocupaba y a la que tenía en verdadera estima.

—No te lo tengas tan creído —dijo Castiel, sonriendo —. Contigo no tendría ni para empezar —rió ante la broma de su amigo. Sí que lo había visto siempre especialmente atractivo, pero nunca lo había visto como algo más que ese amigo al que querer con todo su corazón y al que conservar para siempre —Bueno… a mí no me gustaba desde nunca. Sobre todo cuando un desconsiderado empezó a redecorar el lugar a base de golpes.

Rió con solo el sonido de la risa de Jules. Le dolían las costillas por veinte sitios distintos, y sus brechas seguían sangrando. Castiel cogió una botella de whisky escocés, aún sin abrir y sonrió a Jules de forma radiante —todo lo radiante que una cara partida y un ojo cerrado le podía permitir —,y la metió en uno de los bolsillos de su gabardina.

—¿Qué? —se encogió de hombros y mostró las palmas de las manos — No me vas a negar que no la necesitamos…

Revolvió el pelo de Jules y salió por la puerta. El frío mordió a Castiel como miles de pirañas diminutas. Una vez hubo acabado el fragor de la batalla, el sudor y la sangre actuaban contra ellos en la intemperie nocturna que, por otro lado, no duraría más de tres horas. Anduvieron un rato en silencio. Castiel sonreía, pues a sabiendas de que a Jules le costaría terminar de aceptarlo por completo, aquello era una buena señal para recuperar lo que un día tuvieron y de hacerlo más fuerte, incluso.

Castiel dirigió sus pasos hasta su casa. La mantenía limpia y ordenada. Miró a Jules, algo temeroso de que no quisiera entrar, pero no pareció tener problema para hacerlo. Una vez allí, destapó la botella y bebió directamente de ella. Su sabor era delicioso, fuerte, elegante, y con un ligero toque a madera de cedro quemado. Un buen barril y una buena cosecha. Sin duda, para los mejores clientes. Así estaba, sin abrir.

Dejó a Jules sentado en uno de los sillones mientras fue a por un poco de hilo de tripa y una aguja. Se acercó al rubio con una sonrisa radiante. Durante el entrenamiento del cazador, su padre le había enseñado nociones básicas sobre supervivencia y primeros auxilios, por lo que casi siempre se trataba él mismo. Por otro lado, ¿cómo iba a ir a un médico con marcas de colmillos, garras y otros mil tipos de heridas hechas por monstruos? ¿Qué iba a decir?

—No seas nenaza —mencionó Castiel con una sonrisa que más se asemejaba a la de un lobo que a la de un hombre —. Bebe un poco y muerde eso.

Cuando bebió, le quitó la botella y limpió con el contenido la herida de la ceja de Jules. Después, la cosió con cuidado. Hizo lo propio con las heridas más profundas que los cristales y maderos habían ocasionado en el cuerpo de su amigo, y luego, ayudado por él, hizo lo propio con su cuerpo. Bebieron casi hasta la mitad de la botella.

—Digas lo que digas, eres un blando —Cass lo apuntó con un dedo acusador —. Has parado cuando me has visto llorar. ¿Es que no tienes huevos a matar a una criatura que te llore un poco, tipo duro?

Lanzó un mordisquito a su amigo y luego le hizo un puchero. Él estaba sentado en la alfombra, con las piernas cruzadas, mirándolo. Pese a todo, ambos estaban mucho más calmados y animados. Poco a poco, iban desapareciendo las cicatrices sobre el cristal.

—Jules… muchísimas gracias por todo —las palabras fueron apenas un susurro. Se levantó —. Realmente te necesito. Seamos lo que seamos, lo que siempre me gustó de mi amistad contigo es esto. Pase lo que pase, siempre acabamos bebiendo, riendo y cuidando el uno del otro. Por eso te quiero, imbécil —golpeó con suavidad su pecho y luego lo abrazó —¿Quieres quedarte a dormir? Prometo no violarte brutalmente mientras duermes. Mañana podemos ir a la caza de lo que quieras, pero hoy es mejor que descansemos por razones obvias.

Soltó una divertida carcajada. Posó los ojos en los de su amigo. Por fin veía lo que vio hace tanto tiempo. Por fin había recuperado a su hermano de armas. Y solo le había costado una paliza y una borrachera legendarias.
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Mensaje por Jules Jouvet Sáb Nov 28, 2015 12:42 pm

Hacía tantos años que conocía a Castiel que no recordaba el momento en el que pasó de ser un niño asustado a la única persona en el planeta que me había visto en mis peores momentos. A pesar de todo el tiempo, seguía sorprendiéndome verle sonreír e incluso bromear. Todos veían en el Cazador a un hombre agradable, cálido y tranquilo, yo, que le había visto crecer, me lo imaginaba dando clases en alguna Academia, solía decirle que ojalá hubiese tenido un padre como él lo sería en un futuro. Él sonreía y me decía lo mismo, entonces yo me prometía a mí mismo que lo haría por él, tendría una familia, hijos a los que cuidaría con amor, a los que les enseñaría que la piedad y el amor no eran malos. En ese momento, con treinta y cinco años, solo y amargado, mi sueño de la infancia parecía más imposible que nunca. Pero al menos, pensé como consuelo, tengo a Cast. Él era ese tipo de persona al que contabas lo que fuera, que hacía todo por los suyos. Era mi ejemplo a seguir, aunque nunca se lo hubiera dicho.

Me reí de todas y cada una de las bromas que hizo Castiel, pero notaba que mi cuerpo estaba literalmente hecho polvo. Normalmente cuando cazaba mis músculos se estiraban hasta un punto doloroso, pero todo ello valía la pena porque tendría un premio, había una causa mayor para ser como y quien era. En aquel momento, después de haberme enfrentado a alguien que no solo estaba en igualdad de condiciones, sino que encima me conocía, sabía todos y cada uno de mis movimientos y habilidades. Y ahora encima era homosexual. A mi amigo Castiel le gustaban los hombres. ¡Me había visto desnudo miles de veces! Pero entonces, ¿por qué no me importaba? Decidí ignorar esa parte de mí que quería preocuparse por la Inquisición, Dios y las leyes de la Iglesia. Pasé directamente a disfrutar de saber que nuestra amistad era más fuerte que nunca después de nuestra discusión. Era lo bueno de ser amigos, saber que nos perdonaríamos pasara lo que pasara.

Fruncí el ceño al ver a Cast coger la botella, sonriendo después tras su explicación. Iba a comentar que le había visto beber y robar alcohol de sobra mucho antes, pero mi boca estaba llena de saliva y sangre, tal vez incluso algún diente, y decidí que lo mejor que podía hacer era sonreírle. Él lo entendería.

Cuando salimos del local, tuve que apretar tan fuerte los dientes que supe que algún problema en la mandíbula debía tener, mis músculos heridos por la pelea. No quise temblar, aunque mi cuerpo ignoró mis deseos. Quién iba a decir que el Inquisidor de la Facción Cuatro, formada por espías, que había conseguido encima el honor de cazar a los seres del Inframundo, iba a estar lleno de sudor y sangre caminando junto a un "invertido", un engendro al que se le condenaría igual que a las bestias que cazaba. Pero así era la vida. Y mi amigo seguía siendo la persona más maravillosa del mundo, fuese como fuese y amase a quien amase.

Mientras andábamos en silencio, no dejaba de analizar cada uno de mis movimientos durante la pelea, ¿de verdad había perdido contra mi mejor amigo? ¡Oh, mon Dieu! No iba a dejarme olvidarlo jamás. Juraría que incluso mientras caminábamos se me escapó un puchero infantil, yo era más viejo que Castiel, siempre le ganaba simplemente porque había peleado más tiempo, ¿y había perdido? Maldita sea, tendría que retarle otra vez, una revancha, sí.

Antes de darme cuenta estábamos frente a la casa de Cast. Sencilla y acogedora, mi amigo no podría haber elegido un hogar más acorde a su personalidad. No me costaba imaginármelo leyendo en su salón, la verdad.
Vi que Cast bebía de la botella y quise sonreírle para que me la pasara, pero no quería abrir la boca. Conociéndole, se preocuparía por mis heridas y toda la sangre que seguramente estaba acumulando. Sin poder oponer resistencia, mi amigo me indicó que me sentara con aquella mirada que no permitía réplicas. Me senté, sintiendo que mis piernas estaban en la gloria después de haber tenido que soportar mi enorme peso tras la pelea. Si había un paraíso, tenía que ser aquella casa tan grande y cómoda, después de haber bebido y peleado hasta desahogarme del todo. Sí, en ese momento estaba en la Gloria.

¿Sabes qué le hace falta a tu casa? Niños –comenté, medio adormilado debido a la hora–. Cuando nació mi hermana me di cuenta de lo mucho que necesitaba el ruido de una pequeñaja correteando por cada rincón, ¿sabes? Iluminan la casa, y los corazones.

Decidí morderme la lengua, pues al hablar había salido toda la sangre (¡y un diente!) de mi boca. Maldita sea, parecía un muerto viviente.

No fue hasta que vi a Castiel acercándose con todos los utensilios de tortura que según él eran "para curar" y una sonrisa casi malévola que caí en la cuenta de que esto no era el paraíso, sino el mismísimo Averno.

No, de verdad, no lo necesito, en serio, no, odio las agujas, no las acerques a mí, no... –Me quejé ya casi sin energías, me dolía tanto cada pobre centímetro que acabé rindiéndome. Obedecí cuando me dijo que bebiera, sencillamente no quería discutir, no tenía fuerzas. Ni siquiera para quejarme o morderme el puño como habría hecho normalmente si él me cosiera, aquella vez solo apreté los dientes y cerré los ojos, esperando que acabara pronto.

Notaba cómo poco a poco Cast cuidaba cada pequeña parte herida de mí, era ese tipo de persona que anteponía las necesidades de los demás a las suyas propias. Cuando terminó me levanté sin decir nada, empujándole despacio para sanarle yo a él. Le sonreí de vez en cuando, qué envidia me daba la gente que no entraba en un estado de pánico total cuando aparecía una aguja ante sus ojos. Al acabar, y aunque no quería hablar por lo mucho que me dolía la boca –y el cuerpo entero– le repliqué:

Tengo huevos para matar a un ser del Inframundo que pretende acabar con un humano inocente, pero no para asesinar a mi mejor amigo. Pardon, quería decir que nunca heriría a una doncella dulce como tú –me reí al verle morderme y hacerme un puchero, aunque todo mi cuerpo estaba quejándose por el esfuerzo.

Me senté en la alfombra, cruzando las piernas por costumbre aunque todo mi ser parecía gritarme vete a dormir, estudiando a mi amigo, esperando que algo cambiara, verle de manera diferente. Pero no, él era Castiel, confidente, compañero, mejor amigo. Alcé las cejas notando el efecto del alcohol, relajante y tranquilo después de la pelea, cuando me dio las gracias.

¿Por qué me las das? Para mí no has cambiado, sigues siendo el idiota al que tengo que soportar porque no había más amigos en la tienda de Mejores Amigos, no te creas especial –y como esperaba, una sonrisa traicionó mi tono neutral.– Oye, chico, yo también necesito nuestros momentos de pelea y alcohol y destrucción de tabernas, siempre vas a ser el único hombre con los huevos suficientes como para aguantarme –dejé que mi cuerpo fuera rodeado por el suyo, y reí cuando me robó el chiste–. ¡Claro que me quedaré! Pero recuerda tu promesa, no quiero despertarme con algo incrustado en mi ano, ¿estamos?

No pude dejar de reír, incluso mientras notaba una mirada intensa por parte de mi amigo. Me centré en sus ojos cuando acabé de carcajearse y murmuré:
¿Inseparables hasta la muerte? –Esa era su promesa.

Su eterna promesa.

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Mensaje por Castiel Beaulieu Dom Nov 29, 2015 11:30 am

Los ojos de Castiel observaron cómo el vasto cuerpo de Jules se levantaba con algo de torpeza, y lo ayudó. Ambos estaban doloridos por la pelea, y aunque no iban a admitirlo, necesitaban pasar al menos un día entero para poder andar con normalidad. Las miles de peleas que tenían a sus espaldas hacían que sus cuerpos estuvieran entrenados y fueran prácticamente inmunes al dolor pasadas las horas. Los moratones desaparecían más rápido que los de cualquiera, y la sangre era un complemento más en sus ropajes de caza.

—La promesa la mantengo en pie de momento. Solo espero que te controles tú ante mi irresistible encanto, ahora que sabes quién soy realmente.

Las carcajadas resonaban en todos los rincones de la casa. Nuestros ojos se volvieron a detener en los del otro. Ambos sabían casi a la perfección lo que el otro estaba pensando y sintiendo, pues los años no pasaban en vano. A pesar del tiempo en el que estuvieron separados por diversas razones, Castiel jamás dejó de sentir ese amor fraternal por Jules y, al parecer, él tampoco había dejado de hacerlo.

Puso a Justicia encima de la mesa. No se había olvidado de ella tampoco, y sabía que su amigo la querría recuperar cuando recobrara la consciencia plenamente. También dejó su propia daga al lado. No le había dado nombre por la sencilla razón de que no se le había ocurrido nunca uno, así que simplemente la mantenía como el arma fría y peligrosa que era. Sus ojos volvieron a los de Jules cuando formuló la pregunta que calentaría el corazón de Castiel aquella noche.

—No, Jules —sonrió él negando levemente con la cabeza —. Ni siquiera la muerte nos va a separar. Te lo prometo… hermano.

Lo acompañó hasta la habitación de Castiel. El cazador cedió su cama al grandullón, pues la que tenía en el cuarto de invitados no era incómoda, pero tampoco era grande. Lo ayudó a desvestirse, entre algunas bromas poco decorosas por parte de ambos, y lo arropó para coronar ese cachondeo que habían empezado. Hablaron un rato más. No supo cuanto, pero el sol empezó a despuntar por la ventana. Castiel cerró las cortinas para que pudiera descansar y se fue a la habitación de invitados.

Apenas durmió. Las heridas eran como aguijonazos, y los recuerdos invadieron a Castiel. Durante la pelea, muchísimos recuerdos habían aflorado en su mente, y ahora no podía dormir pensando en su padre, en su madre, en su madrastra… todo lo que acontecía a su alrededor era un desastre. Y luego estaba lo que Jules había dicho. Niños. El cazador jamás habría negado que el hecho de que le hubiera gustado en algún momento de su vida tener niños, pero sabía que, dada su condición sexual, iba a estar complicado. Para más índole, también tenía miedo de empezar una relación en aquel momento, pues aún recordaba a Angelo como si fuera ayer.

Cerró los ojos durante unas horas. Apenas descansó, pero le sirvieron para quitarse gran parte del mareo del alcohol. Por curiosidad se acercó a su dormitorio. Jules seguía tendido en la cama, durmiendo a pierna suelta y roncando. Castiel se apoyó en el marco de la puerta y se quedó unos minutos observándolo dormir y sonriendo. Recordó la primera vez que hablaron y bebieron juntos hasta altas horas de la madrugada.

A su cabeza vino otro recuerdo que el cazador guardaba en su memoria. Una panda de maleantes cogió a Castiel desprevenido una noche y, pese a que ofreció toda la resistencia que fue capaz de aunar, no fue suficiente contra esos hombres. Había quedado con Jules. Y llegó justo a tiempo. Apenas le habían partido el labio y hecho sangrar un poco, el mastodonte apareció, golpeando de dos en dos a los hombre y haciéndolos correr como si fueran niños que han visto a un monstruo. Volvió a sonreír, acercándose para observar su rostro. No podía evitar sentirse culpable por el cristo que ahora era su cara, aunque estaba seguro de que sanaría en unos pocos días.

—Siempre serás así, ¿verdad? —dijo apenas en un susurro —Mi Jules. Mi hermano. Mi familia.

Y, dicho eso, besó la frente del hombre tendido en su cama con gesto fraternal, dejando derramar una lágrima de felicidad. Tal vez hubiera poca gente en su vida actualmente por la que se preocupara y a la que produjera un mínimo de preocupación. Pero sabía que no le hacía falta más. Marchó de nuevo a su cama y se dejó vencer por Morfeo, que lo esperaba para acunarlo con suavidad en el reino de los sueños hasta el nuevo día.

Siempre estaré a tu lado, amigo fue lo último que pensó antes de caer rendido.

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