A kick in the butt (Brandon)

Había salido relativamente poco desde su llegada a París años atrás, no porque fuera particularmente uraño o antisocial, sino porqué su trabajo como doctor le dejaba poco tiempo libre. Erkki llevaba más de 300 años ejerciendo esa profesión, había comenzado como Sanador (así era como lo llamaban en su época) cuando aún estaba vivo en Finlandia y había continuado en el campo de la medicina durante todos esos años, a veces pensaba que su trabajo era el único motor en su vida, era su forma de hacer valer su eternidad.

Aquella noche de domingo había salido temprano del consultorio, rondaban las 8 de la noche, cuando decidió dar una vuelta por la ciudad antes de regresar a su casa. La noche estaba bastante fría, el invierno ya estaba golpeando con su gélida mano la superficie del país y las nubes en el cielo anunciaban una posible nevada. Por suerte llevaba la sombrilla pensó el vampiro mientras se acomodaba el sombrero de copa, Vestía un largo abrigo negro que cubría sus demás prendas, a lo lejos debía de parecer una especie de cuervo gigante en vez de un ser humano,

Recorrió las calles que estaban bastante concurridas a pesar del frío, parejas tomadas de la mano se cruzaban constantemente en su camino, a Erkki le pareció que era una excelente noche para cazar. Estaba pensando pasarse por la plaza, cuando una voz masculina llamó su atención en la entrada a un callejón un tanto oscuro. Con curiosidad caminó por el callejón siguiendo la voz que decía “Esto te enseñará a no meterse con la Señorita Denveraux”, a estas alturas Erkki ya intuía que se iba a meter en problemas si continuaba acercándose, pero la curiosidad fue mucho más grande y terminó girando en una pared de ladrillos corroídos por el tiempo, para encontrar a un malhechor de gran envergadura de pie frente a algo que parecía más como un bulto en el suelo.

El rufián, que llevaba un gorro de lana y un bastón de madera en la mano derecha, le dio una última patada al bulto, que resultó ser un hombre, antes de decir – ¡Que te quede claro, malnacido! - Erkki no comprendió la situación de momento pero su instinto de doctor le dijo que debía ayudar a ese pobre desgraciado. Se dejó ver completamente por el rufián quien dió un respingo pues no le había escuchado llegar – ¡Si llamas a la policía te patearé el culo a ti también! - Gritó el hombre y se alejó corriendo hacía el lado opuesto del callejón perdiéndose en la neblina.

- ¿Se encuentra bien? - Se apresuró a decir Erkki mientras se agachaba para revisar al hombre herido en el suelo. El pobre hombre tenía el cabello revuelto y un ojo amoratado, un hilo de sangre había comenzado a bajar por la comisura de sus labios.

El ambiente de aquella noche se encontraba algo animado, a pesar de la hora que era. Caminaba bajo un manto de nubes que ocultaban las estrellas y que anunciaban los presagios de las nieves de París. No era como Londres, eso estaba claro, pero también hacía un frío desolador. Estaba algo mojado por el sudor, pues había estado en casa de una clienta algo quisquillosa y muy dada a los juegos. Eso sí, pagar, pagaba de lujo.

Sus zapatos repiqueteaban en la fía piedra, que estaba húmeda de las lluvias y de las heladas, aunque no le molestaba. A Brandon le gustaba la humedad y el frío, y por ello no iba especialmente abrigado, o al menos no tanto como los parisinos que andaban por las calles junto a él. No obstante, no se sentía del todo bien. Tenía la ligera sensación de que algo o alguien lo perseguía. Se giraba de vez en cuando para ver si sus sospechas eran o no ciertas, pero no vio nada, por lo que sus sospechas se fueron apaciguando.

Sin embargo, a pesar de que se sentía algo mejor, iba a paso ligero hacia su propio hogar. Pasó por varios callejones, intentando ser veloz y pasar completamente desapercibido. Lo que no se esperaba era lo que encontraría en la tercera calle. Justo al girar la esquina, le golpearon en la cara con algo contundente que Brandon no llegó a ver qué era. Dio con las posaderas en la fría y dura piedra. Sin pensarlo, se lanzó hacia su agresor, que le doblaba en tamaño y le sacaba dos o tres dedos de altura. Lanzó puñetazos y patadas a diestro y siniestro, pero no fue lo suficientemente fuerte como para reducirlo. De nuevo, le pegó con el objeto —que aún no había mirado lo que era—, y lo volvió a tirar por los suelos.

Los golpes se descargaban sobre él como un torrente, mientras repetía una y otra vez: “Esto te enseñará a no meterse con la Señorita Denveraux”. Brandon entendía que el hombre estuviera enfadado, aunque en su cabeza no cabían motivos por los cuales era el amante el que sufría la ira del afectado por la infidelidad. A juicio del londinense, si una persona engañaba a otra, la culpa nunca era de esa tercera persona. Pero claro, él se dedicaba a los placeres prohibidos de la carne, y no estaba bien visto por esa sociedad que, por otro lado, derrochaba hipocresía.

Brandon pensó que lo iba a matar, aunque la presencia de una nueva figura le heló la sangre en las venas. Apenas podía ver por su ojo izquierdo, y el sabor de la sangre lo obligaba a escupir varias veces. No obstante, tras un último golpe, su agresor salió corriendo en la dirección opuesta. Miró como pudo al que había entrado en la calle. Le dolían tanto las costillas que no podía moverse bien, amén de que tampoco lo veía.

—Ayuda… —fue lo único que pudo articular después de la pregunta del otro.

Sintió algo de miedo cuando el hombre se fue acercando. En ese momento deseó no haber salido de su casa y no haber ganado el puñado de francos que tenía en el bolsillo. Por otro lado, no entendía por qué el hombre no se lo había llevado. Solo había sido una lección, pero él hacía esas cosas por dinero… ¿por qué no terminó la lección?

De igual manera, el hombre, que parecía doctor, examinó sus heridas. Se quejó cuando tocó algunas partes de su torso, así como también cuando hizo lo propio con su ojo. En su barbilla tenía un hilo de sangre que corría hasta su cuello, y Brandon escupió sangre una vez más. Al menos no había perdido ningún diente.

—Gracias, monsieur —dijo el inglés algo más entero —. Mi nombre es Brandon. Brandon Amnell.

Sonrió. No sabía si era buena idea darle su nombre después de lo que había pasado, pero era evidente que necesitaba ayuda, y no era la primera vez que se fiaba de un desconocido casi por completo. Por otro lado, sabía que necesitaría algún que otro punto, y si él era médico, ya se había ahorrado tener que inventarse una mentira.

El hombre había quedado mucho más herido de lo que parecía a simple vista, no había visto como le habían golpeado pues había llegado cuando la “diversión” se había acabado, sin embargo por el lento movimiento y la expresión de dolor inducía que los golpes habían sido bastante fuertes. ¿Habría sido un delincuente cualquiera intentando robar un par de francos? Se preguntó mientras ayudaba al desconocido a ponerse de pie.

-Estás de suerte esta noche porqué soy doctor – Comentó con una sonrisa amable que ocultaba sus colmillos – Me llamo Erkki Aliranta – Le respondió – Trabajo en el hospital público – Continuó como para que creyera que estaba diciendo la verdad – No estoy en turno, pero no pude evitar escuchar al rufián y me ganó la curiosidad -

No sabía si dadas las circunstancias estaría bien decir “un placer conocerte o encantado” pues no era como si estuvieran compartiendo un café o algo por el estilo, prefirió no decir nada al respecto y agregar - ¿Puedes caminar? - Le preguntó, si era necesario podía llevarlo cargado, con su fuerza vampírica aquello no significaría ningún esfuerzo, sin embargo debía cuidar una imagen, un hombre de su edad mostrando una fuerza excepcional llamaría la atención de cualquiera.

- Las heridas no se ven muy bien, si no las tratamos pronto pueden haber complicaciones – Le indicó observando como la piel se estaba colocando de un color oscuro en algunas partes donde le había golpeado – El hospital está un poco lejos, pero no te preocupes, en la calle principal podemos tomar un carruaje – No quería asustarlo pero tampoco quería decirle mentiras, como médico se enfrentaba constantemente a ese tipo de situaciones en las que debía ser honesto con el paciente así esto implicara asustarlo con lo que decía – En mi consultorio puedo tratar tus heridas y checar huesos rotos – Agregó permitiéndole apoyarse sobre su hombro.

Brandon, que no podía creer su golpe de suerte, suspiró aliviado al oír la profesión del tal Erkki. Sentía tanto dolor que era probable que necesitara puntos y cuidados para sus huesos probablemente rotos, así como algún calmante. Accedió a ir al hospital con él. Andaba a paso lento, temiendo abrirse las heridas más de lo que ya estaban. Su compañero, que era de edad avanzada, caminaba con firmeza y lo sustentaba con verdadera fuerza.

Intentó pensar en otra cosa que no fuera su dolor, y le vino a la cabeza el precio que el hombre le llevaría por atenderlo a deshoras. Llevaba un buen puñado de francos, pero uno nunca sabía si iba a ser o no suficiente. De cualquier manera él, que amaba el frío y el invierno, empezó a tiritar. Se había destemplado a causa de las heridas y la pelea, y notaba como su cuerpo empezaba a estar más débil a cada paso que daba.

Llegaron al hospital en un carruaje que consiguieron parar. Pagó Brandon, cómo no, y entraron en el edificio, que a pesar de estar casi lleno de gente por el frío temporal, estaba casi en completo silencio. Anduvieron por los pasillos, forrados de azulejos blancos. Al londinense nunca le había gustado el olor de los hospitales, de hecho, se le revolvió un poco el cuerpo. No obstante, no dijo nada, hasta llegar a la consulta, donde se desnudó de cintura para arriba y mostró a Erkki todas sus dolencias.

—Pensé que iba a matarme —dijo Brandon en apenas un susurro —. Gracias por aparecer… ha sido usted hoy mi ángel de la guarda.

Le sonrió con cierta timidez. Era evidente que el hombre era bien parecido, aunque no lo dijo con ninguna intención más de poder establecer un tema de conversación agradable. Se sentó entonces en la camilla, a la espera de que el hombre hiciera un arreglo a su ahora malogrado cuerpo, y poder olvidarse de esa pesadilla. Vamos, Brandon, pensó tú puedes con esto.

—¿Lleva mucho tiempo en esto, doctor? —sus palabras ya estaban enfocadas a intentar despejar su mente, para evitar el dolor y la humillación de parecer un flojo.

El consultorio se encontraba en el cuarto y último piso del hospital, cuando le vio llegar con el herido, Annabelle, la enfermera que estaba en turno, se acercó apresurada con expresión consternada. Tenía el cabello rojizo recogido en una coleta y le ayudó a colocar al paciente en la cama, Erkki le pidió que humedeciera unos paños en agua caliente y que le trajera las hiervas medicinales. Cuando Annabelle se hubo ido, el Vampiro observó el pecho desnudo del paciente y contempló los heridas. Había sangre en algunas y en otras partes sólo se trataba de moretones.

El olor de la sangre era tentador, como siempre, sin embargo casi 400 años de vida eran suficientes para aprender a controlar su sed, especialmente cuando trabajaba en el gremio de la medicina. Ignoró el revoltijo que le provocaba en su interior oler sangre fresca y continuó examinando con expresión seria la piel expuesta de Bramdon.

-Sólo pasaba por ahí, fue una afortunada coincidencia – Respondió con una media sonrisa cuando dijo que era como un ángel de la guardia. No podía decirle que en realidad su sentido agudizado del oído le había permitido escuchar al malechor en la distancia y por eso había llegado a tiempo para ayudarle – Supongo que todos los doctores somos en cierta medida como ángeles – Comentó tomando el brazo derecho de Bramdon y alzándolo hacía arriba, observando el codo donde se unían los huesos. No parecía quebrado.

La enfermera volvió con lo que le había pedido y Erkki acercó un pequeño butaco al lado de la camilla donde se sentó.

-Doctor Aliranta ¿Desea que llame al Doctor Zarkozi? Hoy es su día libre – Preguntó la enfermera, Erkki meneó con la cabeza tomando un paño y remojándolo en una cubeta con agua caliente que ella había traído – Me encargaré yo mismo, no se preocupe, puede retirarse, seguro que Zarkozi también la necesita – Le indicó, Annabelle asintió haciendo una pequeña inclinación y salió de la habitación sin decir más.

- Ahora si veamos ¿Te duele el brazo al moverlo ?- Le preguntó a Brandom mientras pasaba el trapo húmedo para limpiar la sangre de una de las heridas en el pecho-

A Brandon, que nunca le habían gustado los hospitales ni nada que se le pareciese, esos momentos se le estaban haciendo bastante duros. Miraba los movimientos del doctor y la enfermera como si en algún momento fueran a decidir torturarle con algún aparato de esos que tan mala pinta tenía. A veces, cuando se encontraba mal, él mismo tomaba algún medicamento de origen natural que le proporcionaban en la botica. O el mejor remedio de todos: aguantar, dormir y dejar curar solo.

Sin embargo, los dolores agudos en su cuerpo daban señales de que esta vez sí que necesitaba algo de ayuda, por lo que se dejó hacer. Movía levemente las manos, los brazos y su tronco, en búsqueda de algún malestar más fuerte de la cuenta. Hizo una mueca al alzar su brazo izquierdo, y miró al médico entonces.

—Me duele al levantarlo —dijo él, describiendo un arco muy lentamente y haciendo muecas a la altura en la que empezaba a sentir ese aguijonazo de dolor.

Sus ojos azules se posaron en los del doctor, intentando leer en su expresión si estaba grave o si, por otro lado, con algo de reposo sería suficiente. Había vivido auténticas peripecias durante su estancia en París, pero de todas había salido airoso. Sobre todo, con el tema de su trabajo. Necesitaba poder trabajar para mantener su finca.

—¿Es grave, doctor? —preguntó ya, algo impaciente y asustado.

Luego de tantos años de práctica de la medicina había aprendido a reconocer el miedo en los pacientes, pues era algo muy común, especialmente en una época en la que los procedimientos médicos parecían más peligrosos y dolorosos que la enfermedad misma, sin embargo en ese momento percibió la inconformidad y el miedo de Brandon como Vampiro. La adrenalina era una sustancia que se liberaba por los poros y se filtraba por su nariz haciendo que todo su cuerpo se tensara. Erkki se sentía como un depredador frente a una indefensa presa y no podía evitar que ese miedo le excitara, aquello era parte de su condición sobrenatural.

-No parece roto, lo cual es un gran alivio – Concluyó luego de examinar el brazo y palparlo suavemente con sus manos – Si estuviera roto, seguro que no podrías ni moverlo si quiera, el dolor no te lo permitiría – Le explicó intentando calmar esa sensación malsana – Parecen ser sólo golpes, ese ladrón traía una especie de bastón, seguro es debido a los golpes – Le indicó.

Se giró y dio media vuelta dándole la espalda por unos momentos mientras tomaba una tetera de metal que estaba en la chimenea de la habitación y la colocaba sobre una mesa, en un cuenco de madera comenzó a mezclar hiervas y hojas que fue sacando de pequeños cajones que tenía en un gran armario en la esquina. Revolvió todo con agua hasta crear una especie de té verdoso.

- Es una bebida de jengibre y manzanilla, te ayudará calmar el dolor – Le indicó ofreciéndole la bebida – Se demora un poco en actuar así que te aconsejo que te quedes al menos una media hora aquí mientras hace efecto – Continuó y volvió a sentarse en el butaco tomando el pañuelo que estaba humedecido previamente por la enfermera – Te prometo no ser una compañía aburrida – Comentó con una sonrisa que ocultaba sus colmillos – Piensa que estamos en una cafetería en un buen plan de amigos, se te pasará el tiempo volando – Agregó en tono de broma – Por cierto... ¿Te han robado el dinero? -

Para Brandon, que no había tenido muchos problemas en los primeros años en París, el último mes empezaba a parecer de locos. No obstante, parecía que estaba en buenas manos. Erkki miraba e inspeccionaba todos los huesos y músculos que podían haber resultado heridos. Brandon recordaba que le habían estado dando con algo, pero no era capaz de visualizar el qué, por lo que simplemente se encogió de hombros cuando lo dijo.

Siguió moviendo el brazo. Que no estuviera roto era un gran alivio, pero él trabajaba en algo en lo que, en ocasiones, necesitaba crear una especie de espectáculo, por lo que supuso que eso iba a ser una clara bajada de su caché, así como tal vez la pérdida de algún cliente o alguna clienta más… activos, por así llamarlo. De todos modos, no dijo nada. Podría haber sido peor.

Observó cómo mezclaba varias plantas en un cuenco para después verter el agua que había dejado a calentar en el fuego. Al principio Brandon maldijo su suerte de nuevo, pero el olor que desprendía no era nada desagradable. Es más, olía a manzanilla y algo más que no era capaz de identificar, pero no prometía ser una tortura.

—Muchas gracias —dijo con una leve sonrisa cuando le tendió el té. Estaba tan caliente que no dio aún ningún trago, solo sopló.

No obstante, esa leve sonrisa se convirtió en una mucho mayor conforme el médico hablaba. Se le veía un hombre simpático y agradable. Además, también era de notar que le gustaba su trabajo, así que se acomodó apoyándose en la pared, aún con el cuenco humeante entre sus manos.

—Normalmente invitaría yo al té, por eso de que soy inglés —su tono también era de broma —. Pero acepto su invitación. Parece que no me han robado… creo que solo ha sido para darme un susto.

Carraspeó con suavidad. Sabía a ciencia cierta lo mal vista que era su profesión, así como también que si decía a qué se dedicaba, el médico lo iba a juzgar con casi toda seguridad. Pero Brandon no era estúpido y sabía que, en algún momento, iba a necesitar a uno. Las enfermedades en su trabajo iban y venían como si fueran barras de pan.

—Creo que ha sido a causa de mi… trabajo —no supo decirlo de otra manera —. Digamos que cuando una persona está estresada, o quiere un cambio de aires… acuden a gente como yo. Y es extraño, porque normalmente no tenemos problemas. Pero ya le digo, monsieur, que hay veces en las que no nos libramos de cosas como estas. Esta es mi primera vez, sin embargo.

Y dicho eso, dio un pequeño sorbo a su té. Aún quemaba, pero no lo suficiente como para causarle daño. El líquido descendió por su esófago, caliente y reparador, y el sabor era bastante bueno, como había predicho su propio olor.

-Oh... ¿Inglés eh? - Exclamó cuando el chico bromeó con el té – Valla entonces ya me pongo nervioso al respecto, seguro que el té no está a la altura de su paladar – Agregó siguiendo la broma, él siempre buscaba hacer sentir bien a sus pacientes, no sólo curarles físicamente, sino aliviarles un poco la mente, en esa profesión se había encontrado con que muchas veces los enfermos no sólo necesitaban medicina, sino pasar un buen rato alejados de sus problemas.

Le sorprendió bastante cuando Brandon le había dicho que no le habían robado nada, aquello era mucho más extraño, sin embargo la explicación ambigua le hizo ladear la cabeza de medio lado confundido pues no estaba muy seguro de que tipo de trabajo tenía aquel jóven.

-¿Eres como una especie de consejero? - Preguntó con cierta inocencia que resultaba extraña en él teniendo en cuenta que lucía como un hombre maduro y no como un jovencito que apenas comienza a vivir - ¿Quieres decir que esto pudo ser adrede? - Continuó preguntando y se le ocurrió que podría ser un cliente insatisfecho con los servicios, esa podría ser también la razón. Aún así le pareció una reacción demasiado violenta por un mal consejo - ¿Un cliente insatisfecho? -

Observó al muchacho que tenía frente así mismo, era bastante guapo, el tipo de joven que haría voltear los cuellos de las féminas en las calles (y de algún par de muchachos también), no aparentaba tener más de 30 años, por lo que el puesto de consejero le parecía inapropiado para alguien tan jóven y con relativamente menos experiencias en la vida que un hombre de más edad. ¿A que se estaba refiriendo Brandon? Se preguntó intentando adivinar la profesión.

Brandon lanzó una sonrisa de oreja a oreja. No es que el té estuviera malo, pero nada como el de la tierra. No obstante, dio otro sorbo de aquel mejunje, que aún no había hecho más efecto que el de calmar el frío de su cuerpo, mientras el ambiente en la habitación se iba haciendo un poco más cálido.

La cara de Erkki se tornó en una expresión de rareza cuando explicó sobre su profesión. Brandon se puso un poco colorado, pero no supo cómo abordar mejor el tema, así que decidió que era mucho mejor decírselo. Además, como ya había pensado con anterioridad, tal vez ese hombre pudiera darle un buen trato si alguna vez tenía un problema más serio a causa de su trabajo, pues no sería el primero de los de su clase que lo padeciera.

—No, no soy consejero —rió, divertido —. Yo diría que ha sido premeditado. De hecho, sé que lo ha sido, porque mi profesión es… —hizo una breve pausa para buscar la palabra adecuada —. Yo me dedico a los placeres de la carne… si consigues pagar mi precio.

Se sonrojó un poco y bebió otro trago de su té. Después, fijó de nuevo sus ojos en el médico. Sabía que ese tipo de profesiones no estaban bien vistas. Y menos entre hombres. No obstante, cuando entró a su profesión era una necesidad… cierto era que lo seguía haciendo por gusto, pero no quería tampoco que Erkki lo prejuzgara mal solo por lo que hacía.

—Espero que eso no sea un problema —dijo en apenas un susurro casi ahogado por el crepitar de la chimenea.

Erkki le escuchó atentamente pero no pudo evitar arquear las cejas en una expresión de sorpresa cuando Brandon reveló a lo que se dedicaba. ¿Era un cortesano? Se preguntó el Vampiro, en sus 400 años de vida había visto muchísimas cosas, sin embargo él no era el tipo de hombre que visitara los burdeles y cabarets con frecuencia, por lo que nunca había conocido a un hombre que se dedicara a la prostitución.

-La verdad es que me ha sorprendido – Comentó con honestidad, no veia necesario ocultar su sorpresa – Eres el primer hombre que conozco en esa profesión – Confesó, de hecho sólo conocía a otra cortesana con la que había pasado la noche, semanas atrás y había sido la primera mujer por la cual había pagado por sexo en casi 200 años.

No suelo frecuentar los burdeles – Continuó y le pareció cauto agregar – No es que condene vuestro modo de vida o lo encuentre pecaminoso – Explico sin dejar de mirarle al rostro, había notado el sonrojo y se le antojó bastante simpático – Creo que no se debe juzgar la vida de otros desde afuera si no se ha vivido lo mismo que esa persona – Continuó – Es fácil decir que algo está mal, cuando se mira el problema desde afuera, si algo he aprendido en todos mis años por este mundo es que no se debe juzgar a una persona por su trabajo -

- Si no es una molestia preguntar... ¿La mayoría de clientes que tienes son mujeres o hombres?- Preguntó con expresión curiosa, como un gato que aunque viejo, aún sigue comportandose como gatito.

El inglés iba encontrándose cada vez más cómodo en presencia del médico. El suave crepitar del fuego hacía que la habitación estuviera más cálida que al principio, y a pesar de los dolores en el cuerpo, se encontraba bastante a gusto allí sentado. Erkki era un hombre de buen ver, y cuando contó a Brandon que no solía frecuentar burdeles, dio por hecho que, al menos, uno había visitado. No obstante, no dijo nada. Le parecía lo más normal, todo el mundo necesitaba… “cariño!” de vez en cuando.

—A mí me gusta pensar que hacemos un servicio comunitario la mar de bonito. Quiero decir… normalmente trabajamos para gente infiel y adinerada que busca aventura fuera de un matrimonio cargado de desamor —sonrió —. Pero otras veces, esas personas que se sienten feas, o viejas, o sienten que no las quiere nadie, cuando pagan por nuestro servicio, también pagan por un trato deferencial. Y esto es así en la medida en que, por ejemplo, si mis clientes tienen esas características, es como si fueran para mí casi de la realeza, y ensalzo toda la belleza que mis ojos sean capaces de encontrar.

Conforme iba hablando, se iba sintiendo más cómodo. Sus gestos eran como si de verdad estuviera manteniendo una conversación con un amigo de toda la vida, y no le importaba abrir tanto su corazón como su mente al hombre que, en verdad, había evitado que siguieran golpeándole. Quién sabe cómo hubiera acabado esa noche.

—Pues… —Brandon se quedó pensativo cuando Erkki preguntó —. Suelo tener más demanda de hombres, aunque mi clientela femenina también es una larga lista. A mí me da igual quién venga mientras sea capaz de pagar mi precio. Eso también influye mucho a la hora de escoger a algún cortesano en el burdel.

Se rascó la cabeza con suavidad y volvió a dar un trago de su té. Como buen inglés que era, primero lo olía, después contenía la respiración y, acto seguido, tomaba un sorbo que tragaba prácticamente al instante. El té no es tan sabroso como oloroso, por lo que lo importante es el aroma. Lo que verdaderamente le da el sabor.

—Yo soy de los cortesanos más caros. No por cómo soy, ni porque sea más guapo que mis compañeros, pues muchos son verdaderas beldades —sonrió —. Pero a mí el dinero no me hace tanta falta, por lo que puedo esperar todo el mes y hacer solo dos clientes que den un buen dinero, antes que hacer uno a la noche que solo me pague la comida del día siguiente. Hay verdaderos dramas dentro de nuestro pequeño mundo.

Escuchó con atención y curiosidad la explicación de Brandon, Erkki nunca había visto la prostitución como un favor, le pareció interesante que el lo viera como un servicio a la comunidad y se preguntó si las mujeres que se dedicaban a esa profesión lo verían de la misma manera. Brandon era hombre, y como hombre su moralidad y opinión sobre el sexo debía distar del de una mujer.

-Nunca lo había pensado así – Comentó llevándose una mano al mentón – Sólo he recurrido a los servicios de una prostituta recientemente en esta ciudad y para ser franco encontré la experiencia bastante vacía -Confesó recordando aquella mujer que parecía no ganar mucho con sus clientes a diferencia de Brandon.

Brandon había dicho que su precio era muy alto y que podía darse el lujo de tener sólo dos clientes al mes, Erkki sonrió sardónicamente.

-Ojala pudiera yo darme el gusto de sólo trabajar dos veces al mes – Exclamó y meneó la cabeza aún sonriendo – El trabajo en el hospital es duro, siempre hay actividad y las jornadas largas – Comentó pero su voz no parecía molesta con el hecho de que tuviera que trabajar arduamente, a él le encantaba su trabajo en el hospital y aunque llevara centenares de años dedicándose a esa profesión no se cansaba de la medicina y sus aplicaciones.

-Pero retomando lo que dijiste... no puedo evitar preguntarme si aquella cortesana con la que compartí hace un par de noches, me veía a mi mismo como un 'favor' – Expresó colocando una expresión más seria – ¿Me habrá visto y habrá pensado que soy un pobre viejo incapaz de conseguir a una bella doncella? O a lo mejor habrá pensado que engañaba a mi esposa... - Agregó pensativo, Erkki no solía cuestionar su atractivo físico o darle mucha importancia a la búsqueda de una relación, en sus 400 años de vida había vivido de todo un poco y el tiempo le había otorgado el don de la paciencia, por lo que no mantenía pensando en ese tipo de cosas con urgencia.

Sin embargo las palabras de Brandon le hicieron cuestionar esos aspectos de si mismo inevitablemente.

- ¿Tu que crees? - Le preguntó.

A pesar de que Brandon sabía que un médico cobraba lo suficiente como para poder mantenerse de sobra, rió ante el comentario de Erkki. Cierto era que un par de noches de trabajo le permitían poder seguir manteniendo una mansión en París, ayudada por la herencia prematura que sus hermanos le dieron antes de echarlo de casa. Sabía que no era una de las formas más tenidas en alza por la sociedad, pero él consideraba su posición no solo un lujo, sino una verdadera suerte.

—Hay algunos, tanto hombres como mujeres, que solo van a lo que van. Lo importante es hacer sentir bien al cliente. Como ya te he dicho, es saber hablarles… decirles qué es lo que ellos tienen y que otros no. Hay que encontrar esa belleza minúscula que tengan y explotarla. Convertirla en un abismo, y hacer como si lo necesitaras —volvió a dar un trago de su té —. Durante el coito, siempre me aseguro de que todos mis clientes sepan que los deseo, no solo su dinero.

Erkki, que estaba muy lejos de ser un hombre feo a ojos de Brandon, seguía pensando si esa cortesana lo veía realmente atractivo. Brandon sopesó en la posibilidad de ello, pues no a todo el mundo le agradaba todo el mundo, como era lógico. Y pese a que él también tenía algunos gustos predeterminados, ese esquema podía romperse. Y el doctor, a ojos del inglés, era un hombre muy atractivo con el que una noche, de seguro, disfrutaría.

De todos modos, cuando el hombre preguntó a Brandon, este se quedó un rato pensativo, mirándolo con algo de descaro y media sonrisa en el rostro. Esa media sonrisa que utilizaba de forma casi inconsciente después de tanto tiempo usándola, y que servía para derretir a la mayoría de sus clientes.

—Solo espero que esto no vaya a repercutir en nuestra… recién formada amistad —sonrió —. Sobre todo, espero que no te sientas amenazado conmigo —dijo de forma sincera y tratándolo ya de tú —. Creo que eres muy atractivo, Erkki. Quiero decir… te conservas muy bien… qué tienes, ¿cuarenta? He visto hombres de treinta años que están descuidados, y cuyo rostro muestra más arrugas que un anciano de ochenta. Sin embargo tú estás ágil, tienes buen cuerpo y, sin lugar a duda, eres de facciones más que atractivas. Si fueras uno de mis clientes, no me costaría nada sacarte esa belleza que mencionaba antes. De hecho, creo que disfrutaría contigo.

Justo en ese momento, cayó en la cuenta de lo que había dicho, así que se sonrojó y bebió un nuevo trago de su té, esta vez más prolongado, pensando que, tal vez, se había pasado con sus comentarios. Aunque siempre podía echarle la culpa al té… o a los dolores. O al idioma. De todas formas, sonrió levemente.

Resultaba extraño que la conversación entre un paciente y un doctor hubiese tomado ese rumbo tan inapropiado, pero una vez más en su vida nada era nunca apropiado, empezando por que, ser doctor y vampiro resultaba bastante contradictorio. Algunos podrían pensar que era irónico que el depredador cuidara la salud de sus presas, así que ¿Porqué no hablar de prostitución masculina con un paciente?.

-Entonces eso te convierte en un excelente actor – Comentó, en realidad la palabra que se le había venido a la mente era 'mentiroso', pero no quería que Brandon se ofendiera, pero estaba seguro de que, ese joven frente a él había tenido que fingir cosas que no sentía y dicho cosas sólo para satisfacer al cliente de turno. ¿No lo convertía eso en un mentiroso? ¿Que diferencia tenía con la simple prostituta que sólo va por el dinero y no se esfuerza por fingir que lo disfruta?.

Lo siguiente si lo hizo sentir un tanto incómodo. Y pocas cosas podían hacer sentir incómodo a un vampiro de su edad. Principalmente porqué el chico podría ser su hijo, bueno en realidad ni siquiera un nieto, así que, escuchar de alguien tan joven y apuesto esas palabras, le hicieron sentir increíblemente incómodo pero en el fondo, muy complacido de saber que aún podía resultar atractivo para otros.

-No se que decir – Murmuró al fin cuando Brandon terminó de hablar – ¿Gracias...? - Sonrió bastante cohibido – Es bueno tener una tercera opinión... y como no soy tu cliente y no hay dinero de por medio, voy a tomar tu opinión como sincera – Agregó en tono juguetón – De hecho tu eres mi cliente ahora, si lo pensamos de esa forma ¿no? -

Le estaba resultando fácil hablar con ese chico y aunque el tema era un poco engorroso, no era difícil interactuar con él, Brandon parecía una persona honesta y a simple vista tranquila.

- Pasé por los cuarenta hace poco – Mintió, lo que en realidad debía decir era que a esos 40 había que agregarle un cero, pero Brandon no le creería y lo tomaría por loco – Supongo que los hombres de mi edad que buscan servicios como los tuyos deben estar engañando a sus incautas esposas pretendiendo que pueden sentirse satisfechos sólo con el calor de una mujer – Comentó meneando la cabeza lentamente – Ignorar los verdaderos deseos del corazón es inútil, tarde o temprano la culpa y el remordimiento te alcanza ¿No crees? -

Brandon sonrió cuando el hombre le dijo lo de excelente actor. A él siempre le hubiera gustado ser actor, de hecho, antes de estudiar derecho, esa era su ilusión. No obstante, entendió casi a la perfección lo que quería decir. Así que, de forma educada y con esa media sonrisa aún en su rostro, procedió a explicarle.

—Supongo que hay una parte de interpretación —dijo de forma calmada —. Pero es cierto que en mis clientes siempre hay algo que los hace únicos. Cómo me miran, cómo me tocan, cómo se sienten conmigo… muchas veces hace que esos pequeños detalles hagan aflorar ciertos sentimientos de cariño para con ellos. Dista mucho del amor, pero sí que es un acercamiento a ellos clarísimo. Por eso me gusta este trabajo.

De todos modos, sintió cómo su compañero se sentía cada vez más avergonzado, a pesar de que no había sonrojo alguno en su piel, sí que los gestos lo mostraban. Intentó restarle importancia formando una gran y simpática sonrisa, bebiendo pequeños sorbos de su té, que ya iba más o menos por la mitad. Frenó un poco el ritmo. En verdad se sentía cómodo con Erkki.

—Sí, tienes razón… —rió divertido — y tengo miedo por su factura, doctor.

Lo había dicho en tono totalmente bromista, ya que tenía dinero suficiente como para pagar al hombre… o eso esperaba. Iba poco al médico, no pillaba catarros con facilidad. Ni siquiera cuando sus clientes eran fríos como Adriel… —y ese frío era explicable por muchas otras cosas—. De todos modos, escuchó la edad del hombre con interés.

—Bueno, no sería la primera vez que un hombre o una mujer confiesa una infidelidad a su cónyuge —se señaló la cara y el hombro —, a la vista está. De todos modos, no es nuestro asunto lo que hagan. La gente rara vez puede ver cumplidos sus deseos… y eso es lo que encuentran con nosotros: hacemos realidad sus deseos más oscuros… más escondidos. Más húmedos, por así decirlo. Todo depende de cómo te sientas después —pasó una mano por su pelo con suavidad —. Los hay que hacen feliz a su pareja porque descargan mucho estrés con nosotros.

Volvió a beber otro sorbo del té. Sentía dolor aún en sus heridas, pero estaba haciendo efecto poco a poco, porque iba retrayéndose con suavidad, como si cada sorbito pudiera reparar eso. Pensó que al día siguiente le dolería a horrores, pero bueno, no podía quejarse.

—Supongo que “sanamos” esas insatisfacciones de la gente. Esas ganas de libertad, aunque sea por un momento solo. Irónico que diga eso un abogado inglés a un doctor, ¿no crees?

Reflexionó sobre lo que Brandon decía, aquel era un tema que podría decir nunca había pensado con detenimiento, especialmente porqué el no solía visitar los burdeles, nunca le interesó, ni siquiera cuando era humano y las cosas eran relativamente más fáciles, Erkki no era el tipo de Vampiro que mantuviera conquistando a diestra y siniestra. Era consciente de su atractivo, pero no le gustaba aprovecharse de su aura sobrenatural para llevarse una mujer a la cama, mucho menos pagar por una. Brandon le estaba mostrando un punto de vista bastante único sobre la prostitución.

-Es cierto... especialmente porqué se le enseña a la mujer a ser casta y pura, inclusive ignorando sus propios deseos, porque aún hasta la más religiosa de las mujeres ha sentido lascivia alguna vez – Comentó, esa parte si la sabía muy bien, a lo largo de sus 400 años de vida, él había estado casado varias veces y con todas sus esposas, sin importar la época había descubierto lo salvajes que podían ser en la cama si existía confianza y amor.

- Es una perspectiva muy diferente sobre el oficio a lo que normalmente uno cree... momento... ¿Dijiste Abogado? - Se interrumpió abriendo los ojos – ¡Valla si eres una caja de sorpresas! Ahora no podré evitar preguntarte ¿Que hace un abogado dedicándose a la prostitución? -

—Te puedo asegurar, Erkki, que las mujeres más fogosas y más extravagantes son aquellas que más cerca de Dios dicen estar.

Brandon sonrió de forma pícara mientras le guiñaba un ojo. No era mentira. Normalmente, las personas más beatas eran las que más caían en la tentación de la carne, y las que pedían cosas más raras que nadie. Aunque no solo las mujeres, sino también infinidad de hombres. Curas, incluso. Aunque eso se lo calló… no quería tener que confesar nada especialmente embarazoso.

—Sí, soy abogado —sonrió ampliamente —. Estudié en Oxford, y trabajaba para la empresa de mi padre. No obstante, por problemas familiares, acabé en París… el derecho británico difiera del francés —se rascó la cabeza —, así que no hay mucha gente que quisiera mis servicios. Como mucho, consultaban alguna que otra duda legal que yo tenía que buscar en mil libros… y poco a poco perdí a toda una clientela. Por eso me dedico a esto ahora.

Dio otro pequeño sorbo a su ya mediado té. Recordaba con cariño las veces en las que había ejercido de abogado para la gente, y lo útil que se sentía. No obstante, también se sentía útil en aquel momento. No era como la mayoría de chicos o chicas del burdel. A él le gustaba su nuevo trabajo, y había encontrado una forma la mar de agradable de buscar un por qué… de sentirse bien consigo mismo cuando lo hacía.

—La verdad es que no me arrepiento de nada, si te soy sincero.

-La vida da muchas vueltas ¿eh? Nunca se sabe donde va a estar uno en el futuro – Comentó al escucharlo relatar su historia de como había dejado de ser un abogado en Inglaterra para venir a París. No iba a negar que sentía curiosidad sobre las condiciones en las que había dejado a su familia y los verdaderos motivos para irse de país, pero no era de su inconveniencia, sonaría demasiado entrometido si preguntaba, después de todo sólo llevaban unas horas de conocerse.

-Yo por lo pronto he sido doctor toda mi vida – Comentó alzándose de hombros, quizás lo único consistente en su existencia era su vocación – Pero soy originario de Finlandia, tierra bastante fría, los inviernos matan más gente de frío que cualquier otra enfermedad – Comentó y es que para el el invierno de París se sentía como una fresca brisa (aunque claro esto también se debía a su condición inmortal).

-Lo mejor de todo es que no te arrepientes de nada, esa es la mejor parte – Continuó con tranquilidad – No hay nada peor que hacer lo que a uno no le gusta por necesidad, considérate afortunado que no tienes que dedicarte a la prostitución obligadamente, de lo contrario no serías tan optimista – A Erkki le pareció que Brandon llevaba una vida muy feliz, a pesar de que pudiera estar en peligro gracias a maridos celosos como el que le había causado aquellas herídas, aún así Brandon parecía tenerlo todo.

¿Pero que pasaría una vez fuera envejeciendo? Ahora era joven y apuesto, esa belleza le duraría unos 20 años quizás ¿Y luego de eso? ¿Cuando no pudiera ejercer la profesión que pensaba hacer?.

Se acercó a Brandon y colocó su gélida mano sobre la frente del humano para checar que no hubiese subido la fiebre.

- No te ha subido fiebre, eso es bueno, creo que sólo sentiras dolor por unos días mientras la piel se recupera, pero afortunadamente no quedará ningún daño permanente - ¿Piensas buscar al cliente responsable de este incidente? Podrías demandarlo o algo parecido, los abogados siempre encuentran alguna forma de salirse con la suya – Esto último lo dijo con voz pícara.

Erkki estaba resultando un hombre la mar de agradable. Bien era cierto que, otra persona, probablemente lo habría dejado tirado. Pero él estaba ocupándose de sus heridas, de su bienestar y de darle algo de charla. No obstante, se quedó un poco pensativo cuando contó mínimamente sobre su vida. No lo había pasado bien, desde luego… pero, por otro lado, no estaba tan mal…

—Digamos que me ocupo a ella porque de otra manera, tendría que hacer otro tipo de trabajos en los que mi orgullo resultaría herido —dijo. No sabía bien cómo explicarlo pero, aún así, siguió —. Me dedico a esto no solo porque me guste, sino también porque siento que se me trata bien. Además, tengo un buen fondo guardado, para cuando no pueda trabajar en esto. Esta cara no durará siempre.

Brandon rió mientras lo dijo. Sabía que ese tipo de trabajos tenía fecha de caducidad. Por suerte para él, tenía lo suficiente ahorrado para vivir tres o cuatro décadas sin dar un palo al agua… aunque no quería hacerlo. Y, como último recurso, siempre podía intentar volver a probar con el mundo del derecho… aunque Francia no daba muchas facilidades a los extranjeros, por mucho que los buscaran.

Se dejó hacer cuando el otro le tomó la temperatura, aún sonriente. Llevaba solo tanto tiempo que, pese a que ese era su trabajo y que lo hacía por obligación en su mayor parte, el gesto de cuidarlo lo hacía estar lleno de felicidad. No obstante, notó algo que le extrañó… estaba frío. Demasiado frío.

—Bueno… —dijo algo nervioso ahora —. No me importa que duela un poco. Ya sabes, el dolor es una prueba más de que estás vivo —negó entonces con la cabeza —. Dudo que haga nada… la justicia no ampara a los de mi clase, así que mejor calladito estoy más guapo. Por cierto… estás muy frío —desde que conocía a Adriel, estaba muy atento con esas cosas —, ¿estás bien?