Perdido en una ciudad francesa (Libre)

Ciudad extraña que nada tenía que ver con mi origen era París. Aún así, había algo en ella, un velo de misterio y magia que estaba dispuesta a conocer, claro, si encontraba un amo, o algo semejante. Comenzaba a percibir que no era bienvenida en aquellas tierras. Pero tenía que estar. Mi presencia sería un alivio allí, o por lo menos, creía en ello.
El joven hombre me llamaba la atención. Ya no eran sus facciones, ni su mirada, era lo que contaba su cuerpo. A veces, los seres humanos usábamos más la palabra que los gestos, olvidándonos que éstos nos delataban, tarde o temprano. Era muy fácil entender a alguien si una se tomaba el tiempo de ver cada gesto, cada movimiento, cada respiración. Me crucé de brazos para bloquear esas interpretaciones. Incliné mi cabeza hacia el costado izquierdo. Tener sólo un oído, a veces se volvía muy complicado.

El sonido del repiquetear de caballos era muy diferente a los de Ifá. Estos llevaban un ruido agudo, metálico que penetraba en mi tímpano. Me llevé la mano a la oreja. Miré al joven y sonreí. El volado con el que me había cubierto el rostro ahora flotaba con el viento invernal.
- El sonido que hacen los caballos es muy diferente al que estoy acostumbrada.- dije imitando el idioma de los parisinos.
De alguna extraña manera, me quería disculpar ante aquel abrupto movimiento. Volviendo a él, podía notarse su nerviosismo. Pero no era ante mi presencia, era más bien otra cosa… ¿Estaría perdido? Si así era quizá podía ayudarlo. Aquellos zíngaros habían logrado mostrarme la ciudad a través de pequeñas historias y señas.
- Estoy buscando a alguien…- dije con una sonrisa.- Aunque no sé quién puede ser.Me gusta

¿Qué misterio es tan poderoso como para cerrar a un hombre? Aquello que sentía no podía ser bueno. Se me aceleraba el corazón y en el centro de mi estómago un remolino se abría devorando todo a su paso. ¿Serían “nervios”? En Ifá eso no pasaba, allí teníamos la paz de todos los Orisás. Éramos unos benditos.
La voz de mi interlocutor me despertó de los recuerdos y añoranzas.
- Si… la verdad es que no soy de acá mi dama y honestamente estoy algo perdido.- había dicho.
No me equivocaba. Era una suerte que aquel don siguiera conmigo. ¿Dama? ¿Yo era una dama? Miré de reojo el vestido azul. Ahora sí lo era o, al menos, eso aparentaba. Una nube negra se postró sobre nuestras cabezas. Miré el camino, nos costaría el doble tener que ir luchando contra el viento y contra aquella agua congelada que caía del cielo. Nieve, era nieve. Así me habían enseñado los zín-garos.
El extraño hombre abría y cerraba la tapa de un objeto que había visto seguido por aquellas tie-rras. Servía para marcar el paso del tiempo. ¿Para qué les servía el tiempo pasado? Si el tiempo era lo más preciado que teníamos. Y yo disponía del tiempo necesario como para guiarlo y encontrar un amo o ama. La idea de que él fuera mi amo se me cruzó por la cabeza, no estaría mal. Por lo menos su energía, aunque revuelta por el stress de estar perdido, no me desagradaba, en lo absoluto.
¿Una catedral gigantesca? Sí, los zíngaros me habían contado de algo así. Le llamaban catedral a un templo dedicado a un solo Dios. Y, efectivamente, no estábamos muy lejos. Cerré mis ojos, el mapa que había diseñado el jefe de aquella familia apareció. Bien, no nos perderíamos.
- Me parece justo.- dije asintiendo.- Por cierto soy Osún Obbá, pero en estas tierras una mujer co-menzó a llamarme Cinderelle Orage. – pasé a su lado y comencé a caminar.
Las risas de otras mujeres me llamaron la atención. Aunque no era de sorprenderse por su aura llena de envidia y su libertad restringida. Su piel era tan blanca como la nieve que comenzaba a caer pero su alma, era sucia, como el río que arrastraba los minerales hacia el mar. Pero en el río moraba Osún, la madre de la belleza. Ellas no tenían su brillo, ni su esencia de amor. Estaban vacías y llenas de prejuicios. Miré al hombre.
- No le preste atención. Son pobres de espíritu.- hice una pausa, miré el camino.- Sígame, yo lo llevaré. Ya habrá tiempo para encontrar a quien busco.
El olor al tabaco me llamó la atención. Miré como el humo dibujaba arabescos en el aire. Negué con la cabeza ante su pregunta y sonreí. En mis sesiones de limpieza de brujerías yo también fumaba. Era parte del ritual para alejar todo lo malo que llevaba en el alma y en el cuerpo aquella persona. Aun-que comenzaba a creer que ese poder estaba en mí más que en las rezas. Aún así, el equilibrio debía seguir en pie.
Froté mis manos de un lado hacia el otro mientras caminaba.
- Elegba Caio Caio, Elegba Caio Caio, Elegba xirê Oggún, Elegba xirê xirê…-comencé a cantar en voz baja. Lo miré.- No se preocupe, es para estar protegidos en el camino. No está muy lejos, pero, no todos gozan de un pasar bonito. Muchos intentaran robarnos.- Esú avana avana Esú avana é…