En un callejón nadie está a salvo (Libre)

por **Cinderelle Orage** Mar Dic 15, 2015 2:14 pm

Los hombres de Lucrecia Orage me perseguían. El suelo pantanoso de la residencia se había vuelto frio y áspero cemento. No los sentía persiguiéndome y, aún así me sentía perseguida. El mundo no era como lo esperaba. No era un pensamiento negativo, simplemente era una observación. No podía ser negativa, no me lo permitían. No podía ser negativa cuando había sido criada por una leyenda del mar, no podía ser negativa cuando de pequeña había sobrevivido a centenares de peligro. No podía permitirme tal distracción. Y aún así lo era. ¡Cómo lo era!

El concreto me guiaba entre chozas más grandes que la de la aldea que había pertenecido unos meses atrás. Eran de una belleza que sólo OraYeyeo podía tener. Paré en una esquina, si me detenía a sentir la energía de Alupo, podía vislumbrar su silueta rojiza corriendo velozmente entre los caminos. Ellos seguían estando cerca de mí. Ellos vivían en mí.

Seguí caminando hasta que me topé con una mujer. Era de tez blanquecina y nariz aguileña. Caminaba junto a otra mucho más anciana. Miré mis harapos. Las miré. Una curva picaresca apareció simulando una sonrisa. Estaba decidida. Observé mi alrededor: Estaba rodeaba por pequeños arbustos que decoraban las calles, y me preguntaba si no se sentían molestos de estar prisioneros por pedazos de madera, que, aunque pintados, eran una especie de prisión. Me acerqué a ellos, y saqué uno de esos tablones. Una punzada en el dedo me hizo estremecer. Respiré profundamente, tenía que concentrarme. Me escondí como pude, ahora con el pedazo de madera abrazada a mi pecho.

Las dos mujeres pasaron contoneando las caderas. Levanté el pedazo de madera al cielo y, con fuerza, golpeé sus cabezas. Cayeron con peso muerto al suelo. Tranquilicé mi respiración para poder ver si respiraban. Lo hacían. Sólo estaban desmayadas. Quité las prendas de la joven mujer. Su vestido rosado me calzaba a la perfección. Miré mi reflejo en un cristal que oficiaba de ventana. Peiné mis enrulados cabellos con los dedos. Me veía bien. Demasiado bien. Como Lucrecia Orage.

Otra vez la misma sensación. Alguien estaba cerca, podía sentir esa sensación de vacío interior, como si estuvieras expuesta a algún peligro. Cerré mis ojos, era lo único que podía hacer en estos momentos. Estaba demasiado cerca esa presencia. Corrí hasta sentirme a salvo. Lo que no me imaginaba era que, en un callejón nadie está a salvo.

Notas de la User: