The Bees Made Honey in the Lion's Skull → Privado

Cuando decidió dejar Noruega y viajar al sur, con la promesa de toparse con un reto como ningún otro ante la horda de monstruos de la noche que reinaban con desfachatez en París, no se imaginó nada como esto. Toda descripción se quedaba corta. Si bien le gustaba mantenerse ocupado y que su fama lo hubiera seguido desde el norte, como la estela de un cometa; le molestaba de sobremanera este libertinaje. No es que Asbjørn se asustara fácilmente, pero atribuía las grandes tragedias de su vida a esos moradores de las sombras.

Pensar en aquello lo ayudaba a continuar aun cuando la melancolía llegaba rampante a querer cortarle la cabeza a la cordura, como guerrero bárbaro en medio de la batalla. Sabía, porque no era un tonto, que un solo hombre no podía con toda la empresa, ni aunque éste fuera el mejor de los cazadores, y le quedaba claro que a él le faltaba mucho trecho para serlo. Pero le gustaba pensar que cooperaba. Antes, durante su infancia, en esos años previos a Egipto, siendo un chiquillo más bien interesado en libros, no imaginó que terminaría así. Pero ahora no podía pensar en otro camino. Por los El-Gohary, por Lars, por todo. Y ese era el usual carrusel insidioso de sus pensamientos cuando empuñaba un arma y cercenaba carne o disparaba balas argentas. Como en ese instante, cuya detonación de la avancarga asustó a las aves. En un par de zancadas estuvo junto al cuerpo del hombre que noches atrás, durante el plenilunio, había atacado a un hombre y su familia, arrebatándole al más joven de sus hijos. Asbjørn fue llamado para restablecer el balance. No era vengador del mejor postor, él más bien lo veía como justicia.

Pateó el cuerpo del licántropo en su forma humana, que había estado huyendo de él durante minutos desde que lo increpó en un bar del centro de París; un sitio que sólo visitaría bajo circunstancia como aquella, ya que odiaba el olor del alcohol. El noruego dibujó una expresión de disgusto, pues no importaba lo que sucediera, no le gustaba herir humanos, pero éste, con la mirada ahora vacía y el hilito de sangre escurriendo desde la boca hasta la barbilla, no lo era, aunque lo aparentara.

El trabajo estaba hecho. Volvió a moverlo con la bota, ahora lo suficientemente fuerte como para hacerlo rodar por la vereda hacia abajo hasta un riachuelo, fuera de la vista de los paseantes más aventureros que se atrevieran a llegar hasta esos rincones del bosque. Sólo quedaba ir por la otra mitad de su pago, porque así trabajaba, con un adelanto y luego la liquidación de la deuda, una vez que la misión estuviera consumada. Guardó el arma y al sonido metálico de las hebillas y el mango de la misma se le unió otro. Asbjørn podía ser joven, pero tenía la suficiente experiencia como para identificar aquello. Empuñó una daga que conservaba en el cinturón, pero no la desenvainó.

—Sigue tu camino si no quieres lamentarlo —podía sonar a una amenaza vacía, pero no lo era. También, podía tratarse de otro sobrenatural al cual aniquilar, pero si no le habían puesto precio a su cabeza, por ahora no le interesaba. Movió los ojos de un sitio a otro, tratando de cerciorarse que sus palabras no hubieran caído en oídos sordos. Pero no fue así, de la espesura del bosque emergió un hombre. Asbjørn apretó con más fuerza la daga, que seguía escondida—. Hablo en serio, no hay nada que ver aquí —a veces, el joven cazador daba la impresión de ser un hombre mayor. Que carecía de sentimientos incluso, severo y rígido. Ese era uno de esos momentos. Alzó el mentón, retador y aguardó.

Como un guerrero, Asbjørn se mantuvo impasible mientras el otro se acercaba. La oscuridad no lo dejaba captar con detenimiento todos los rasgos ajenos, pero conforme caminó hacia él, pudo notarlo mejor. Joven, quizá más que él y de buena cuna, de acuerdo a sus ropas. Fue así que una duda más preponderante le invadió la cabeza. Entornó la mirada, pero no dejó de asirse a la daga con discreción. Fue a decir algo más, entonces giró el rostro hacia su hombro y notó una herida que en ese instante, como accionada por las palabras del otro hombre, comenzó a dolerte. La adrenalina siempre provocaba que resintiera los golpes hasta mucho después. Al fin soltó el arma y se llevó la mano hasta ese sitio donde sangraba. Era superficial pero si no se atendía, podía entorpecer misiones futuras.

—Sí, gracias —pronunció con cierta brusquedad. Si bien había sido criado en la aristocracia noruega, jamás había sido el más delicado en sus modos—. Qué demonios hace alguien como tú en un sitio como este, de todos modos. Parece… parece que vinieras de un baile o algo —hizo referencia a la vestimenta elegante que portaba el otro.

Un poco más relajado, Asbjørn caminó dejando atrás la cuesta por la que había hecho rodar a su víctima de la noche; no le importó que su inesperada compañía hubiera visto algo, porque lo que había hecho, había sido lo correcto. Soltó su hombro, que había estado apretando y se miró la mano, ésta estaba manchada de sangre.

—Es un sitio peligro, el bosque —continuó ahora que lo tenía más cerca. En realidad se aproximó para poder estudiarlo mejor. No poseía ninguna de las habilidades de los seres sobrenaturales o de la gente romaní como para distinguir a alguien que no era humano, pero sí tenía de su lado un entrenamiento como ningún otro, que le facilitaba poder ver más allá de la apariencia. Notó algo, pero no supo el qué. Iba a averiguarlo.

—Lamento que vieras eso —hizo un ademán con la cabeza, señalando con vaguedad el lugar donde ahora yacía el cuerpo sin vida del licántropo—. Se lo merecía, eso es lo que hago, acabo con toda la escoria que… se encarga de azorar por las noches. Este en especial lo hacía durante la luna llena —sus palabras no fueron al tanteo. La reacción ajena confirmaría o no sus suposiciones. Lo dijo como si cualquier cosa, pero el discurso iba cargado de un significado mayor.

—¿Necesitas compañía? ¿Estás perdido? —Se distrajo, en apariencia al menos, pues él siempre estaba alerta. Se decidió a acomodarse todo lo que durante la persecución se salió de su lugar. Apretó un cinturón y volvió a ver al joven como si lo instara a darle una respuesta.

Quizá esa noche se iría con más de una presa.  

Asbjørn tenía políticas muy claras a la hora de ejercer la difícil profesión que había elegido. Y uno de esos lineamientos era no cruzar demasiadas palabras con sus enemigos, o con quien fuera, para usos prácticos. Eso lo hacía lucir como un condenado témpano de hielo, distante y perínclito. Si bien era un hombre difícil de tratar, distaba mucho de ser frío, era sólo que mostraba su faceta más accesible con muy pocas personas. Fue por eso que se sintió incómodo cuando el otro, ya marcado por el cazador como posible presa, le habló del lugar de donde venía. No podía importarle menos en realidad, el hecho era que el contexto lo cambiaba todo: un baile de caridad. ¡Joder! No le gustaba pensar en sus víctimas como parte de una sociedad funcional, como parte de familias o un grupo de amigos, no le gustaba, sin embargo, estaba consciente de que así era.

Soslayó por sobre su hombro, ahí donde había tirado al hombre, ¿había sido un buen esposo? ¿Un buen padre? ¿Un buen hijo? ¿Un buen amigo? Luego volvió a mirar al frente, al sujeto frente a él. ¿Y él? ¿Sería todas esas cosas? Ser un hombre cabal, pensó, no anulaba el hecho de que eran aberraciones, demonios que nunca debieron dejar el inframundo. El noruego no era tan cerrado como para reducirlos a eso, pero sin duda, era la única razón que necesitaba para ejecutarlos.

Sonrió de lado con un dejo de desdén cuando el joven lo señaló a él con tanta certeza. Se alegró de que sus facultades estuvieran tan bien como siempre, pues pudo identificarlo como sobrenatural, aunque aún no sabía a ciencia cierta de qué tipo. Sus habilidades no alcanzaban a tanto. De una cosa estuvo seguro, no era vampiro. Se acercó y se dio cuenta que las heridas le dolían más de lo que le hubiera gustado admitir.

Estiró con dificultad la mano del lado que tenía herido, haciendo un esfuerzo por aparentar fortaleza. Estrechó la mano ofrecida. Era una tregua temporal. En lo que averiguaba las intenciones de su acompañante y él se recuperaba un poco. Sin embargo, alzó el rostro con el ceño fruncido al escuchar el nombre.

—Ruso —atinó a decir al momento de soltarlo. Noches atrás se peleó la presa con otro cazador del mismo origen que el hombre frente a él, y por ello llamó su atención la coincidencia que eso representaba—. La verdad es que, creo que tienes razón —continuó con la voz más endurecida de lo que ameritaba. No le gustaba darle la razón a alguien de la naturaleza de su interlocutor—. Necesito revisarme esto, y descansar. Agradezco la hospitalidad, por hoy… no te mataré —y esa era su forma peculiar de dar las gracias.


—De todos modos, no lo entiendo. Este es el camino que nadie elegiría para regresar a casa —miró a su alrededor, la sordidez de la oscuridad y lo intrincado del bosque—. Ah, soy Asbjørn por cierto —lo miró de soslayo. Sólo dio un nombre de pila y ya era bastante, pues jamás un sobrenatural lo había conocido. El cazador creía que ese era un derecho reservado sólo para los mortales.