AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Why have the gods made me love a hateful woman? | Privado {+18}
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Why have the gods made me love a hateful woman? | Privado {+18}
Había un patrón entre ambos. Ella decidía a dónde ir y él, con la promesa de recuperar a su familia, hacía lo que le decían. A veces creía que todo era sólo una mentira que había decidido creerse. ¿Pero qué más podía hacer? La tarde la pasó divirtiéndose en uno de los burdeles locales. Creía que una ciudad se conocía mejor a través de sus putas. Las de París habían resultado una grata sorpresa. Jóvenes en su mayoría, de piel blanca y labios rosados, que juegan a hacerse las inocentes y en la cama son unos animales. Dejó con moretones a más de una. Había pagado bien como para no darse esa libertad.
Pero al final, regresó al cuarto de hotel donde se hospedaba con ella. Aún no habían hablado de las intenciones en la capital francesa. ¿Cuánto se quedarían y qué los motivaba a estar ahí? Al llegar a ese lugar lo primero que notó fue su ausencia. La noche anterior había arribado apenas y aunque compartieron la cama, sólo durmieron. Quería hacer algo más que eso. Claro, había desquitado mucho con las prostitutas, pero nunca se podía comparar. ¿Dónde demonios se había metido esa mujer?
Una mucama, joven y bella, estaba en la habitación cuando llegó. La molestó un rato, la falda que llevaba era muy corta y él un maldito sádico, pero al final sólo le dijo que le llevara vodka y la dejó en paz. Se deshizo de la camisa y se quedó en pantalones nada más. Se sentó en uno de los sofás del lugar, destapó la botella y se dedicó a beber. Desde que había sido atacado aquella noche de cacería, el alcohol parecía tener efecto nulo sobre su persona. La mayoría de las veces lo sentía como una fortaleza; una bendición para su nueva labor inquisitorial, pero esa noche lo encontraba frustrante. Quería estar ebrio para cuando ella regresara y que lo que sucediera no le diera la culpa usual que siempre sentía.
—Al fin llegas —dijo con voz firme al escuchar la puerta abrirse. Ni siquiera tuvo que voltear. Conocía a la perfección el sonido de sus pasos. Dejó el vaso de cristal transparente en una pequeña mesa y se puso de pie. Se giró hacia ella—. Me traes hasta aquí y luego me abandonas, ¿quién demonios crees que eres? —Se acercó a Hildegard. Parecía amenazador, pero Kirill siempre se veía de ese modo. Un lobo que acecha a su presa.
—¿Dónde carajo te metiste el día de hoy? —La tomó con brusquedad de una muñeca y la haló hasta él. La dejó a un palmo de distancia de su rostro. Tener sentidos superiores a los del resto era algo de lo que más le gustaba de su nueva condición. La olió. Oh, si olía a otro hombre la mataría ahí mismo—. Tenemos un trato, mujer, que no se te olvide —la empujó y la soltó. Ese era el meollo de todo el asunto. La promesa de buscar a los Titov. Kirill quería recuperarlos porque nadie, nunca, bajo ningún motivo, iba a arrebatarle algo que era suyo.
Anduvo por el espacio del cuarto con paso lento. Observándola. Esperando respuestas a todas sus preguntas.
Pero al final, regresó al cuarto de hotel donde se hospedaba con ella. Aún no habían hablado de las intenciones en la capital francesa. ¿Cuánto se quedarían y qué los motivaba a estar ahí? Al llegar a ese lugar lo primero que notó fue su ausencia. La noche anterior había arribado apenas y aunque compartieron la cama, sólo durmieron. Quería hacer algo más que eso. Claro, había desquitado mucho con las prostitutas, pero nunca se podía comparar. ¿Dónde demonios se había metido esa mujer?
Una mucama, joven y bella, estaba en la habitación cuando llegó. La molestó un rato, la falda que llevaba era muy corta y él un maldito sádico, pero al final sólo le dijo que le llevara vodka y la dejó en paz. Se deshizo de la camisa y se quedó en pantalones nada más. Se sentó en uno de los sofás del lugar, destapó la botella y se dedicó a beber. Desde que había sido atacado aquella noche de cacería, el alcohol parecía tener efecto nulo sobre su persona. La mayoría de las veces lo sentía como una fortaleza; una bendición para su nueva labor inquisitorial, pero esa noche lo encontraba frustrante. Quería estar ebrio para cuando ella regresara y que lo que sucediera no le diera la culpa usual que siempre sentía.
—Al fin llegas —dijo con voz firme al escuchar la puerta abrirse. Ni siquiera tuvo que voltear. Conocía a la perfección el sonido de sus pasos. Dejó el vaso de cristal transparente en una pequeña mesa y se puso de pie. Se giró hacia ella—. Me traes hasta aquí y luego me abandonas, ¿quién demonios crees que eres? —Se acercó a Hildegard. Parecía amenazador, pero Kirill siempre se veía de ese modo. Un lobo que acecha a su presa.
—¿Dónde carajo te metiste el día de hoy? —La tomó con brusquedad de una muñeca y la haló hasta él. La dejó a un palmo de distancia de su rostro. Tener sentidos superiores a los del resto era algo de lo que más le gustaba de su nueva condición. La olió. Oh, si olía a otro hombre la mataría ahí mismo—. Tenemos un trato, mujer, que no se te olvide —la empujó y la soltó. Ese era el meollo de todo el asunto. La promesa de buscar a los Titov. Kirill quería recuperarlos porque nadie, nunca, bajo ningún motivo, iba a arrebatarle algo que era suyo.
Anduvo por el espacio del cuarto con paso lento. Observándola. Esperando respuestas a todas sus preguntas.
Última edición por Kirill Titov el Dom Dic 21, 2014 12:14 am, editado 1 vez
Kirill Titov- Condenado/Licántropo/Clase Alta
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Fecha de inscripción : 05/12/2014
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Re: Why have the gods made me love a hateful woman? | Privado {+18}
Su trabajo la mantiene en constante movimiento, misiones aquí, misiones allá, días enteros lejos de casa, noches en vela, tanta sangre derramada y todo en nombre del señor. Es una asesina que es considerada como una elegida del señor para cuidar a los que más lo necesitan, sus “ovejas”, aquella que fue dotada de un don especial para exterminar aquellas criaturas impuras que van contra el mandato del señor…
Y entonces, si no se equivoca, Dios creó todo lo que existen el mundo en 7 días, entonces si Dios es el dueño de todo lo que habita en el Universo, es el amo de todo lo visible y lo invisible… entonces Dios es un maldito sádico y un egocéntrico que disfruta lanzando las pestes y viendo como su pueblo ruega por su ayuda…
¿No debería premiar a los buenos? Entonces, ¿porque se pudren en las calles pidiendo una moneda para comprar una mísera rebanada de pan? ¿Y porque aquellos impuros de corazón se llenan de riquezas y lujos?… ¿Por qué Dios necesitaba probar su fe en Abraham? ¿Y solo porque trajo a la vida a una mujer como ella? Muchas preguntas y tan pocas respuestas.
Pero hace tiempo que dejo de encontrarle una lógica a todo lo que pasa en el mundo, Dios es como un emperador romano disfrutando como el león desangra, disfruta y devora lo que le ha mandado… la inquisidora no cree ni un poco en “su jefe” y sin embargo es una de las mejores soldados de su Facción, una de los “condenados” más fieles a su causa, pero solo el de arriba y ella saben que es una excelente mentirosa, no hará nada que no le convenga y es por eso que aunque odia la causa sigue siendo parte del problema.
Su misión era sencilla y la llevo a cabo con tal perfección que no había nada más que hacer ahí, sin embargo Hildegard tenía muy claro que no se iría con las manos vacías fue por eso que la caperucita atrapo al lobo en sus fauces.
Habían tenido que viajar a Paris, el motivo no lo tenía muy en claro lo que sí que una extensa reunión con algunos miembros de su facción se llevaría a cabo en esa gran ciudad, prefirió ir sola después de todo ella era la líder de este “nuevo clan” al amanecer abandono la habitación mientras él descansaba, como había predicho la reunión llevo más tiempo del que quería perder con todo ese protocolo sobre el bien de la iglesia, a Hildegard no le interesaba después de todo nunca había fracasado en ningún trabajo ¿Por qué la Iglesia debía preocuparse por los métodos que usara?
Pero por fin pudo volver al hotel, podía percibir el olor a puta barata desde el corredor, lejos de molestarle le parecía gracioso el hecho de que no importara con cuanta mujer se acostara siempre volvía a sus brazos, estaban completamente atados el uno al otro.
Y como era de esperarse el hombre la recibió, tan brusco como era de costumbre, Hildegard sonrió de medio lado cuando por fin la alejo de sí mismo
– Podrías empezar preguntando como estoy – quito el cabello de su rostro y camino de nuevo hasta él posando las manos sobre sus hombros desnudos, deslizandolas hasta su pecho acariciando su extensión, acercó sus labios a los suyos y mordió el aire sin dejar de recorrer su pecho desnudo - ¿un te eche de menos tal vez? – jadeo levemente acariciando esta vez sus labios con los propios.
– Estuve trabajando, tenía que ir sola esta vez… solo era papeleo paso la punta de su nariz por su cuello aspirando su aroma, era claro que había estado con más de una esa noche. – Veo que tu no te la pasaste tan mal, ¿Cuántas te tiraste? ¿Alguna era mejor que yo? – llevo una de sus manos hasta su pantalón acariciando su entrepierna levemente sin dejar de mirarlo – Tenemos un trato pero parte del trato es que debes confiar en mi y hacer lo que yo te diga – se separó de golpe tomando el vaso que descansaba en la mesilla tragando el contenido de un solo sorbo.
Y entonces, si no se equivoca, Dios creó todo lo que existen el mundo en 7 días, entonces si Dios es el dueño de todo lo que habita en el Universo, es el amo de todo lo visible y lo invisible… entonces Dios es un maldito sádico y un egocéntrico que disfruta lanzando las pestes y viendo como su pueblo ruega por su ayuda…
¿No debería premiar a los buenos? Entonces, ¿porque se pudren en las calles pidiendo una moneda para comprar una mísera rebanada de pan? ¿Y porque aquellos impuros de corazón se llenan de riquezas y lujos?… ¿Por qué Dios necesitaba probar su fe en Abraham? ¿Y solo porque trajo a la vida a una mujer como ella? Muchas preguntas y tan pocas respuestas.
Pero hace tiempo que dejo de encontrarle una lógica a todo lo que pasa en el mundo, Dios es como un emperador romano disfrutando como el león desangra, disfruta y devora lo que le ha mandado… la inquisidora no cree ni un poco en “su jefe” y sin embargo es una de las mejores soldados de su Facción, una de los “condenados” más fieles a su causa, pero solo el de arriba y ella saben que es una excelente mentirosa, no hará nada que no le convenga y es por eso que aunque odia la causa sigue siendo parte del problema.
Su misión era sencilla y la llevo a cabo con tal perfección que no había nada más que hacer ahí, sin embargo Hildegard tenía muy claro que no se iría con las manos vacías fue por eso que la caperucita atrapo al lobo en sus fauces.
Habían tenido que viajar a Paris, el motivo no lo tenía muy en claro lo que sí que una extensa reunión con algunos miembros de su facción se llevaría a cabo en esa gran ciudad, prefirió ir sola después de todo ella era la líder de este “nuevo clan” al amanecer abandono la habitación mientras él descansaba, como había predicho la reunión llevo más tiempo del que quería perder con todo ese protocolo sobre el bien de la iglesia, a Hildegard no le interesaba después de todo nunca había fracasado en ningún trabajo ¿Por qué la Iglesia debía preocuparse por los métodos que usara?
Pero por fin pudo volver al hotel, podía percibir el olor a puta barata desde el corredor, lejos de molestarle le parecía gracioso el hecho de que no importara con cuanta mujer se acostara siempre volvía a sus brazos, estaban completamente atados el uno al otro.
Y como era de esperarse el hombre la recibió, tan brusco como era de costumbre, Hildegard sonrió de medio lado cuando por fin la alejo de sí mismo
– Podrías empezar preguntando como estoy – quito el cabello de su rostro y camino de nuevo hasta él posando las manos sobre sus hombros desnudos, deslizandolas hasta su pecho acariciando su extensión, acercó sus labios a los suyos y mordió el aire sin dejar de recorrer su pecho desnudo - ¿un te eche de menos tal vez? – jadeo levemente acariciando esta vez sus labios con los propios.
– Estuve trabajando, tenía que ir sola esta vez… solo era papeleo paso la punta de su nariz por su cuello aspirando su aroma, era claro que había estado con más de una esa noche. – Veo que tu no te la pasaste tan mal, ¿Cuántas te tiraste? ¿Alguna era mejor que yo? – llevo una de sus manos hasta su pantalón acariciando su entrepierna levemente sin dejar de mirarlo – Tenemos un trato pero parte del trato es que debes confiar en mi y hacer lo que yo te diga – se separó de golpe tomando el vaso que descansaba en la mesilla tragando el contenido de un solo sorbo.
Hildegard Schmidt- Condenado/Licántropo/Clase Alta
- Mensajes : 8
Fecha de inscripción : 06/12/2014
Re: Why have the gods made me love a hateful woman? | Privado {+18}
—Me importa un carajo cómo estás —escupió con rabia. Era verdad, porque poco le importaba lo que pasara con el mundo, pero también mentira, porque Hildegard había conseguido lo que nadie antes y eso era despertar sentimientos. Su interior era frío como los parajes de su natal Rusia, y siempre había sido así. Para qué se mentía, claro que la había echado de menos, de haber despertado con ella a su lado quizá hubieran tenido una sesión de sexo matutino que lo tuviera de mejor humor. Suavizó la mirada sólo un poco, imperceptible aunque, para alguien como su compañera, que era la única que lo conocía bien, seguro no pasaría por alto.
No se movió, tampoco despegó sus ojos de los movimientos que esa maldita mujer hacía. Sabía lo que estaba haciendo. Porque todo lo que había conseguido con él había sido a base de acostarse y revolcarse. O eso le gustaba pensar a Kirill. No había otro método de acercarse a un tipo como él, eso era seguro.
—Mmh —hizo ese sonido con los labios cerrados, como de entendimiento, porque definitivamente a él no le interesaban los asuntos burocráticos de la Inquisición, pero también aguantándose las ganas de otra cosa. Arqueó una ceja y también sonrió de lado mientras le sentía y disfrutaba cerca de él—. No te importa cuántas fueron —respondió con brusquedad pero nada más. Se tensó al sentir la mano en su entrepierna. Odiaba el efecto que tenía sobre él, porque era concederle poder y por todos los infiernos que no le gustaba ceder así.
Descansó cuando se alejó. Aguardó un instante y luego salvó la distancia que ella había puesto. Tomó de nuevo su muñeca, la de la mano que sostenía el vaso, eso provocó que lo soltara y al estrellarse, se hiciera añicos. Nada de importancia. La haló hacia él, su rictus furioso, como de costumbre.
—Sabes que ninguna es mejor que tú —le dijo muy bajo, cerca del oído y luego la mordió en el lóbulo. Se giró con violencia, aun sosteniéndola y la empujó contra la cama—. ¿Sabes por qué? Porque eres mi puta favorita, y eres gratis —hiriente, siempre era de ese modo. No era como si Hildegard no soltara comentarios de esa índole. Se hincó en el filo de la cama y luego se colocó entre sus piernas—. Ahora me vas a demostrar cuánto me echaste de menos tú —soltó con burla y atacó su cuello, mordiéndolo y besándolo, empujando su cadera contra la ajena, para que pudiera sentir su erección creciente.
—No me he cansado, ni mil mujerzuelas podrían cansarme, pero tú… tú… —su mano se deslizó por debajo de la blusa de ella y comenzó a masajear, con fuerza y sin cariño, los pechos de Hildegard—, oh, tú eres diferente, ¿verdad? Eres la única que puede saciarme —parecía que en lugar de estar tocándola y acariciándola, quisiera matarla. Sus esfuerzos con las manos se concentraron en sus pezones, mientras seguía besándola de manera demandante en labios y cuello. Rio contra su piel, cruel y claro—. Ya veo, ya veo cuánto me has extrañado —sacó la mano de la blusa y de ese modo, los pezones erectos de Hildegard se distinguían a la perfección por debajo de la tela.
Se separó un poco y la miró, sin borrar la sonrisa satisfecha y molesta de su rostro. Quería que fuera ella quien desabrochara el pantalón. Quería sentir que tenía el control. Se relamió los labios, esperando.
No se movió, tampoco despegó sus ojos de los movimientos que esa maldita mujer hacía. Sabía lo que estaba haciendo. Porque todo lo que había conseguido con él había sido a base de acostarse y revolcarse. O eso le gustaba pensar a Kirill. No había otro método de acercarse a un tipo como él, eso era seguro.
—Mmh —hizo ese sonido con los labios cerrados, como de entendimiento, porque definitivamente a él no le interesaban los asuntos burocráticos de la Inquisición, pero también aguantándose las ganas de otra cosa. Arqueó una ceja y también sonrió de lado mientras le sentía y disfrutaba cerca de él—. No te importa cuántas fueron —respondió con brusquedad pero nada más. Se tensó al sentir la mano en su entrepierna. Odiaba el efecto que tenía sobre él, porque era concederle poder y por todos los infiernos que no le gustaba ceder así.
Descansó cuando se alejó. Aguardó un instante y luego salvó la distancia que ella había puesto. Tomó de nuevo su muñeca, la de la mano que sostenía el vaso, eso provocó que lo soltara y al estrellarse, se hiciera añicos. Nada de importancia. La haló hacia él, su rictus furioso, como de costumbre.
—Sabes que ninguna es mejor que tú —le dijo muy bajo, cerca del oído y luego la mordió en el lóbulo. Se giró con violencia, aun sosteniéndola y la empujó contra la cama—. ¿Sabes por qué? Porque eres mi puta favorita, y eres gratis —hiriente, siempre era de ese modo. No era como si Hildegard no soltara comentarios de esa índole. Se hincó en el filo de la cama y luego se colocó entre sus piernas—. Ahora me vas a demostrar cuánto me echaste de menos tú —soltó con burla y atacó su cuello, mordiéndolo y besándolo, empujando su cadera contra la ajena, para que pudiera sentir su erección creciente.
—No me he cansado, ni mil mujerzuelas podrían cansarme, pero tú… tú… —su mano se deslizó por debajo de la blusa de ella y comenzó a masajear, con fuerza y sin cariño, los pechos de Hildegard—, oh, tú eres diferente, ¿verdad? Eres la única que puede saciarme —parecía que en lugar de estar tocándola y acariciándola, quisiera matarla. Sus esfuerzos con las manos se concentraron en sus pezones, mientras seguía besándola de manera demandante en labios y cuello. Rio contra su piel, cruel y claro—. Ya veo, ya veo cuánto me has extrañado —sacó la mano de la blusa y de ese modo, los pezones erectos de Hildegard se distinguían a la perfección por debajo de la tela.
Se separó un poco y la miró, sin borrar la sonrisa satisfecha y molesta de su rostro. Quería que fuera ella quien desabrochara el pantalón. Quería sentir que tenía el control. Se relamió los labios, esperando.
Última edición por Kirill Titov el Sáb Dic 27, 2014 11:47 pm, editado 1 vez
Kirill Titov- Condenado/Licántropo/Clase Alta
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Re: Why have the gods made me love a hateful woman? | Privado {+18}
Su arrogancia, principalmente era lo que le atraía de ese hombre, era un hombre que, además de arrogante era prepotente y no nada más eso, tenía demasiadas cosas que podrían ser más defectos que virtudes, Hildegard jamás aceptaría ese comportamiento hacia su persona ni que le faltaran al respeto, era una mujer mentirosa y manipuladora, una mujer que se vendía al mejor postor , todo eso era una verdad irrefutable, pero ahí el concepto, ella decidía a quién y por qué se vendía, ese hombre tenía demasiadas cosas para convertirlo en una persona detestable que no merecía nada pero su atractivo natural, su forma de amar, todo se resumía a que la atracción hacia a él fuera creciendo.
La tomo de nuevo con esa fuerza natural suya, Hildegard se mordió el labio inferior con fuerza cuando el vaso reventó en miles de cristales, pero la mirada de la licantropa jamás volteó hacía el, sus ojos se quedaron mirando los de su acompañante aunque cuando el ruido se hizo presente se encogió un poco de hombros, un escalofrío la había recorrido, el salvajismo natural del hombre no le asustaba, muy al contrario la hacía estremecer, es que aunque no lo aceptara del todo sentía algo más por él que una atracción, el motivo por el cual no lo aceptara es que ella no era una de esas mujeres cursis que creyera en el amor a primera vista, en esa vida el amor no era más que un nombre, una forma de poseer, de pertenecer, ella no se consideraba un objeto, y no cualquiera podría tenerla.
De un momento a otro se vio recostada en la cama, no le dio tiempo ni de parpadear, pero su sonrisa se suavizo apenas era un atisbo en su rostro, ahí era donde aparecía de nuevo ese salvajismo suyo, se veía indefensa y sumisa, ahí era siempre cuando ambos luchaban por el poder, casi siempre permitía que él fuera quien tuviera la batuta porque aunque no lo pareciera darle ese poder era una forma de control, ella mandaba y ambos lo sabían.
Las caricias agresivas sobre sus pechos, sus pezones no tardaron en reaccionar a ellas, los besos en sus cuello y a veces en sus labios le robaban el aliento, al sentir su cadera rozar contra la suya se movió bajo su cuello notando que comenzaba ella también a excitarse, porque si tenía razón no había quien la saciara como lo hacía él. - ¿sí? ¿Soy tu puta favorita? ¿Te gusta cómo me muevo? – susurró jadeante, no podía dejar de sonreírle ambos sabían que lo que ellos tenían era más que un simple polvo, no era solo sexo y no importaba cuantas palabras se pudieran vomitar mutuamente siempre terminarían juntos.
Una risita escapo de sus labios cuando se volvió a separar, se giró para quedar boca abajo y fue a gatas hasta él, dando un par de besos a la altura de su ombligo, con la punta de la lengua hizo círculos alrededor sin dejar de mirarlo, le encantaba jugar con él, le era imposible hacerlo más cuando le llamaba “puta” – Yo soy tu puta y tú eres un maldito bastardo – susurró subiendo las manos por sus piernas acariciando el bulto de sus pantalones notando la erección jadeo de nuevo al notarlo, buscando desabrocharle el pantalón mientras sus labios seguían el recorrido hasta su erección.
Ya no era sed lo que sentía, eso se quedaba corto, era necesidad saborear cada centímetro de su cuerpo con la lengua, morderlo, dejar en cada uno de los rincones de su piel la marca de que le pertenecía, porque él era suyo.
Su mirada volvió a subir para encontrarse con aquellos ojos, llevo la mano dentro de sus pantalones tomando su miembro comenzó a acariciarlo con lentitud subiendo y bajando la mano, su lengua subió hasta su cuello presionándola contra el hueco de su garganta. – ¿Me dirás con cuantas putas te acostaste esta noche? Si me lo dices te diré con cuantos me acosté esta noche – esta vez susurró cerca de su oído aquellas palabras, sabía lo mucho que odiaría que le dijera eso, no importaba que fuera mentira ambos sabían que esas palabras le molestarían en demasía y que la demandaría como su propiedad… Hildegard era una maldita arpía.
La tomo de nuevo con esa fuerza natural suya, Hildegard se mordió el labio inferior con fuerza cuando el vaso reventó en miles de cristales, pero la mirada de la licantropa jamás volteó hacía el, sus ojos se quedaron mirando los de su acompañante aunque cuando el ruido se hizo presente se encogió un poco de hombros, un escalofrío la había recorrido, el salvajismo natural del hombre no le asustaba, muy al contrario la hacía estremecer, es que aunque no lo aceptara del todo sentía algo más por él que una atracción, el motivo por el cual no lo aceptara es que ella no era una de esas mujeres cursis que creyera en el amor a primera vista, en esa vida el amor no era más que un nombre, una forma de poseer, de pertenecer, ella no se consideraba un objeto, y no cualquiera podría tenerla.
De un momento a otro se vio recostada en la cama, no le dio tiempo ni de parpadear, pero su sonrisa se suavizo apenas era un atisbo en su rostro, ahí era donde aparecía de nuevo ese salvajismo suyo, se veía indefensa y sumisa, ahí era siempre cuando ambos luchaban por el poder, casi siempre permitía que él fuera quien tuviera la batuta porque aunque no lo pareciera darle ese poder era una forma de control, ella mandaba y ambos lo sabían.
Las caricias agresivas sobre sus pechos, sus pezones no tardaron en reaccionar a ellas, los besos en sus cuello y a veces en sus labios le robaban el aliento, al sentir su cadera rozar contra la suya se movió bajo su cuello notando que comenzaba ella también a excitarse, porque si tenía razón no había quien la saciara como lo hacía él. - ¿sí? ¿Soy tu puta favorita? ¿Te gusta cómo me muevo? – susurró jadeante, no podía dejar de sonreírle ambos sabían que lo que ellos tenían era más que un simple polvo, no era solo sexo y no importaba cuantas palabras se pudieran vomitar mutuamente siempre terminarían juntos.
Una risita escapo de sus labios cuando se volvió a separar, se giró para quedar boca abajo y fue a gatas hasta él, dando un par de besos a la altura de su ombligo, con la punta de la lengua hizo círculos alrededor sin dejar de mirarlo, le encantaba jugar con él, le era imposible hacerlo más cuando le llamaba “puta” – Yo soy tu puta y tú eres un maldito bastardo – susurró subiendo las manos por sus piernas acariciando el bulto de sus pantalones notando la erección jadeo de nuevo al notarlo, buscando desabrocharle el pantalón mientras sus labios seguían el recorrido hasta su erección.
Ya no era sed lo que sentía, eso se quedaba corto, era necesidad saborear cada centímetro de su cuerpo con la lengua, morderlo, dejar en cada uno de los rincones de su piel la marca de que le pertenecía, porque él era suyo.
Su mirada volvió a subir para encontrarse con aquellos ojos, llevo la mano dentro de sus pantalones tomando su miembro comenzó a acariciarlo con lentitud subiendo y bajando la mano, su lengua subió hasta su cuello presionándola contra el hueco de su garganta. – ¿Me dirás con cuantas putas te acostaste esta noche? Si me lo dices te diré con cuantos me acosté esta noche – esta vez susurró cerca de su oído aquellas palabras, sabía lo mucho que odiaría que le dijera eso, no importaba que fuera mentira ambos sabían que esas palabras le molestarían en demasía y que la demandaría como su propiedad… Hildegard era una maldita arpía.
Hildegard Schmidt- Condenado/Licántropo/Clase Alta
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Re: Why have the gods made me love a hateful woman? | Privado {+18}
No era fácil. Hildegard no era una mujer sencilla y por ello resultaba perfecta para alguien como Kirill. Ese era su juego, el de ofenderse y humillarse y extasiarse hasta lo indecible. Era veneno que carcomía el alma. ¿Pero acaso Kirill alguna vez tuvo una? Eso estaba podrido de origen, era corrosivo y era lo único que tenían. Y les servía.
La miró con desprecio mientras hablaba, se rio con sorna sin responder, dejando un gesto disgustado en el rostro. Pronto su rictus cambió cuando la mano de Hildegard tomó su erección y comenzó a estimularlo. Cerró los ojos y echó la cabeza hacia atrás, gruñó como el maldito animal que era y la tomó con fuerza de la cintura, dejando en claro que era suya. Por un segundo estuvo tentado a responder a su pregunta, aunque ni él mismo recordaba a cuántas se había follado ese día, qué más daba, inventaría un número, pero ella tenía que decir aquello. Abrió los ojos como un par de disparos que brillan en la noche y la empujó.
—Maldita mujer —musitó entre dientes, furioso—. Mientes, porque sigues oliendo a mí —sonrió, pero en su mirada podía notarse la furia que la simple idea le producía. La tomó con brusquedad de las muñecas, evitando que lo siguiera tocando y la llevó contra la cama de nuevo—. No importa, en este instante te voy a hacer olvidar a todos —sabía que esa mujer no era una santa, pero le disgustaba que quisiera jugar así con él. Era parte de su rutina enfermiza, de su lucha constante por el control.
La soltó y se irguió. Rápido y de manera atropellada, deshizo el cinturón, luego siguió el pantalón y finalmente dejó libre su miembro, erecto con soberbia sobre ella. Sonrió maligno y deslizó las manos por debajo de la falda ajena, de un movimiento rápido, bajo la ropa interior y alzo las enaguas. La observó un instante antes de volver a acomodarse encima de ella.
—¿Cuánto me extrañaste? Veamos… —su voz era cruel, suave y susurrante. Hablaba casi con cariño, haciendo contraste con su actuar feroz; claro que todo era para acentuar la ironía. Los dedos índice y medio acariciaron el clítoris húmedo de Hildegard y eso pareció causarle mucha diversión, porque comenzó a reír—. Maldita perra, estás escurriendo —eso le complació y lo excitó más, si es que era posible, y con la lengua recorrió su mandíbula hasta detrás de la oreja. Siguió masturbándola con furia, sintiéndola retorcerse bajo él.
—Te vas a arrepentir de todas las mierdas que dices —advirtió y aceleró el ritmo de su mano. Introducía con pasmosa facilidad debido a lo excitada que estaba. Pero no la dejó terminar, claro que no, la haría sufrir y antes que consiguiera el clímax, se detuvo. Volvió a contemplarla un momento con gesto de burla y terminó por quitarle el vestido, rompiéndolo. Finalmente, tras batallar con la ropa que restaba, la tuvo desnuda.
Tomó su miembro erecto y con el glande acarició la entrada de la mujer, una y otra vez mientras la mordía en el cuello y los hombros. Quería dejarla marcada aunque eso era más complicado considerando su naturaleza de licántropo. Siguió así, sintiéndola humedecerse conforme realizaba aquel ejercicio, deseosa de que la penetrara.
—No, no —le dijo al oído sin detener su labor—. Vas a rogar, vas a gritar mi nombre, vas a decir por favor y vas a suplicar que te la meta hasta el fondo, ¿entiendes? —Siguió estimulando mientras con la boca descendió y se avocó a sus pezones duros por la excitación. Él mismo ya no podía contenerse, pero con tal de conseguir lo que quería de ella, era capaz de aguantar un poco más.
La miró con desprecio mientras hablaba, se rio con sorna sin responder, dejando un gesto disgustado en el rostro. Pronto su rictus cambió cuando la mano de Hildegard tomó su erección y comenzó a estimularlo. Cerró los ojos y echó la cabeza hacia atrás, gruñó como el maldito animal que era y la tomó con fuerza de la cintura, dejando en claro que era suya. Por un segundo estuvo tentado a responder a su pregunta, aunque ni él mismo recordaba a cuántas se había follado ese día, qué más daba, inventaría un número, pero ella tenía que decir aquello. Abrió los ojos como un par de disparos que brillan en la noche y la empujó.
—Maldita mujer —musitó entre dientes, furioso—. Mientes, porque sigues oliendo a mí —sonrió, pero en su mirada podía notarse la furia que la simple idea le producía. La tomó con brusquedad de las muñecas, evitando que lo siguiera tocando y la llevó contra la cama de nuevo—. No importa, en este instante te voy a hacer olvidar a todos —sabía que esa mujer no era una santa, pero le disgustaba que quisiera jugar así con él. Era parte de su rutina enfermiza, de su lucha constante por el control.
La soltó y se irguió. Rápido y de manera atropellada, deshizo el cinturón, luego siguió el pantalón y finalmente dejó libre su miembro, erecto con soberbia sobre ella. Sonrió maligno y deslizó las manos por debajo de la falda ajena, de un movimiento rápido, bajo la ropa interior y alzo las enaguas. La observó un instante antes de volver a acomodarse encima de ella.
—¿Cuánto me extrañaste? Veamos… —su voz era cruel, suave y susurrante. Hablaba casi con cariño, haciendo contraste con su actuar feroz; claro que todo era para acentuar la ironía. Los dedos índice y medio acariciaron el clítoris húmedo de Hildegard y eso pareció causarle mucha diversión, porque comenzó a reír—. Maldita perra, estás escurriendo —eso le complació y lo excitó más, si es que era posible, y con la lengua recorrió su mandíbula hasta detrás de la oreja. Siguió masturbándola con furia, sintiéndola retorcerse bajo él.
—Te vas a arrepentir de todas las mierdas que dices —advirtió y aceleró el ritmo de su mano. Introducía con pasmosa facilidad debido a lo excitada que estaba. Pero no la dejó terminar, claro que no, la haría sufrir y antes que consiguiera el clímax, se detuvo. Volvió a contemplarla un momento con gesto de burla y terminó por quitarle el vestido, rompiéndolo. Finalmente, tras batallar con la ropa que restaba, la tuvo desnuda.
Tomó su miembro erecto y con el glande acarició la entrada de la mujer, una y otra vez mientras la mordía en el cuello y los hombros. Quería dejarla marcada aunque eso era más complicado considerando su naturaleza de licántropo. Siguió así, sintiéndola humedecerse conforme realizaba aquel ejercicio, deseosa de que la penetrara.
—No, no —le dijo al oído sin detener su labor—. Vas a rogar, vas a gritar mi nombre, vas a decir por favor y vas a suplicar que te la meta hasta el fondo, ¿entiendes? —Siguió estimulando mientras con la boca descendió y se avocó a sus pezones duros por la excitación. Él mismo ya no podía contenerse, pero con tal de conseguir lo que quería de ella, era capaz de aguantar un poco más.
Kirill Titov- Condenado/Licántropo/Clase Alta
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Fecha de inscripción : 05/12/2014
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