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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Yves Poulenc Lun Sep 21, 2015 12:27 pm


“See, we were never about butterflies. We’ve always been about burning stars. All about us is unearthly and radiant.”
— Anna Akhmatova

Estaban malditos. Malditos como quien nace del azufre y el fuego. No como quien ha nacido bajo un mal signo. Malditos como el ángel caído, que se atrevió a desafiar a Dios; así eran ellos. Esos eran ellos. Y la desgracia llegó a la par, con su primer respiro, en conjunto —siempre juntos— y el último que daría su madre. Portadores de muerte como su sayo. Estaban malditos desde mucho antes, antes de manchar sus manos con sangre, antes de retar al sentido común, antes de todo, así nacieron.

Las cuerdas del violín vibraron bajo la presión de sus dedos. Estaba en su habitación, en medio como una estatua de Apolo, con ese porte elegante y pendenciero por igual. Una efigie de terrible oscuridad, acompañada por una melodía pausada y fúnebre. No sabía, y no le importaba, si los sirvientes que antes estuvieron bajo el mando de su padre y hoy lo estaban bajo el suyo, habían aprendido a identificar los momentos que elegía para tocar el violín. Después de visitar a su hermana; pero esta vez parecía que a la vez, con el instrumento, se quejaba. Y es que Alix, después de recibirlo como siempre lo hacía, lo aventó por la orilla de la cama, pues tenía una reunión.

Se quejaba, hacía una rabieta como el niño consentido que era. Estaba herido. Y ahí se quedó por horas, tocando. No era su culpa que Alix fuera más despierta para esos asuntos de negocios y él prefiriera la compañía de libros tan antiguos que muchas veces estaban escritos en idiomas olvidados.

***

El fuego crepitaba en la chimenea e iluminaba su rostro blanco con una mustia luz. Odiaba no saber dónde demonios se metía su hermana. Si los mellizos tienen una conexión uno con el otro y saben lo que la contraparte está sintiendo, Alix poseía la habilidad de bloquear dicho vínculo, pues Yves simplemente no tenía idea de qué demonios hacía. Hace horas que debió haber llegado y su mente, como de costumbre, enrevesada y terrible, ya inventaba las más extrañas situaciones. Pero la prefería muerta, mil veces muerta, que enredada con otro hombre. Los celos lo consumían como la leña era devorada por la lumbre en el hogar.

Intentó un par de veces concentrarse en un viejo texto sobre el rey Beleth y sus secretos, pero no pudo leer más de dos líneas seguidas sin observar las sombras que bailaban sobre el suelo, esperando ver la de su hermana, o un reloj de arena de oro bruñido que mantenía sobre la repisa de la chimenea.

Luego trató también de beber alcohol, whisky para matar los minutos, ahogarlos como ratas en el Sena. Dio un sorbo y la furia comenzaba a brotar de él, así como la sangre que los cortes en la mano hicieron nacer, al romper el vaso que sostenía en la mano. Estaba colérico, tanto que el ardor de sus heridas no fue nada, en cambio, arrojó el resto de los cristales al fuego y éstos fueron recibidos por una llamarada provocada por los restos de alcohol.

Fue entonces que escuchó el inconfundible sonido de la puerta al abrirse, arrastrándose como alimaña. Se giró con ese semblante de monarca infernal tan suyo, mientras la mano derecha no dejaba de sangrar.


Última edición por Yves Poulenc el Miér Sep 30, 2015 1:49 pm, editado 1 vez


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Mensaje por Alix Poulenc* Vie Sep 25, 2015 10:32 pm

El sonido de los tacones repiqueteaban continuamente en el fino suelo del pasillo, se podía oír un ligero eco conforme caminaba a la habitación en la que estaba segura él se encontraba. Una sonrisa ladeada comenzó a asomarse en mi rostro mientras los recuerdos de mi hermano comenzaban a aparecer en mi cabeza; no tuve que preguntar a una de las criadas donde se encontraba, lo conocía bien, tanto, que sabía perfectamente donde lo iba a encontrar desde que me había marchado a la cita que tenía ese día.

Ese día… ese día había comenzado con una de las típicas visitas de Yves a mi recámara, desde la muerte de nuestro padre poco nos importaba si la servidumbre sabía lo que hacíamos o tenía alguna idea de la relación que teníamos mi hermano y yo,  tal vez, era un secreto callado a voces para quienes trabajaban en esa casa, lo cierto era, que habían sabido mantenerse al margen con cada una de las cosas que pasaban en la casa de los Poulenc, además, habían aprendido a no ponerse en el camino de mi hermano cuando este se encontraba… “alterado”.

Mi mano se encontraba en el picaporte de la puerta cuando hice una pausa antes de entrar a la habitación, exhalé con fuerza, fastidiada, mi día no había resultado como era lo planeado y tener que aguantar a Yves después de lo sucedido con Jean-Pierre, uno de los más antiguos socios de mi padre y amigo de este, no me apetecía. El sonido natural de la puerta de madera al abrirse, fue lo primero que se escuchó dentro de la habitación, como lo supuse, Yves se encontraba al fondo de esta, con su característico porte y su infernal semblante que aparecía siempre que algo le disgustaba.

Su mirada fría se posó inmediatamente en mí, lo mire de la misma manera, no estaba para soportar sus berrinches de niño mimado. Sabía perfectamente el porqué de su enojo, después de pasar una mañana agradable en su compañía, había tenido que irme sin darle alguna explicación, odiaba tener que dar santo y seña de mis acciones, y él, lo sabía perfectamente. Nuestra mirada seguía conectada aún sin que nadie dijera nada, resople y puse mis ojos en blanco para después dirigirme a una de las sillas de la habitación y sentarme.

Su vista me había seguido y su semblante era el mismo, frío, molesto; apretaba con fuerza sus dientes de la misma manera en la que sus puños se cerraban, la sangre en una de sus extremidades caía con mayor velocidad y ensuciaba la elegante alfombra a sus pies. Desde mi llegada había notado los cristales rotos y esparcidos en el suelo, la botella de whisky estaba junto al reloj de arena en la repisa de la chimenea donde el fuego de esta crepitaba fuertemente.

Me acomode en el respaldo para después poner mi codo izquierdo en la codera de esta y apoyar mi mentón, mi mirada estaba puesta en él, no estaba prestándole la atención que él quería, sabía que aquello le molestaba y dentro de mí, la situación por la que ya habíamos pasado numeradas veces, me divertía, me hacía sentir segura del poder que tenía sobre él -Puedes atenderte esa herida- susurre con suavidad, con un tono neutral
-Sabes que me molesta que la casa este sucia, tendré que llamar a alguien para que cambie la alfombra que estás ensuciando-
moví mi cabeza en negación por su acción- además, tengo cosas más importantes que hablar contigo Yves, deja a un lado tus berrinches que no tengo tiempo para ellos- termine por decirle.



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Mensaje por Yves Poulenc Sáb Sep 26, 2015 10:30 pm


La siguió con la mirada tan pronto entró; era increíble lo que ella conseguía, su corazón dio un vuelco como si fuera la primera vez que la veía, radiante, esplendorosa, letal. Durante años había aprendido a disimular absolutamente todo lo que su hermana despertaba en él, que no era poco, mucho menos sencillo de explicar, pero sabía muy bien, para su propia desgracia, que Alix estaba al tanto, que siempre lo estaba. Apretó las mandíbulas tan fuerte que parecía que podía hacerse daño; dio un paso al frente y aunque dotó de aplomo a sus movimientos, había algo titubeante y débil en ellos también.

¿Pero es qué no iba a decir nada? ¿Dónde demonios se había metido, por ejemplo? Aguardó; cualquier otro, en ese instante, ya estaría sometido bajo el yugo de su furia ante la insolencia, pero por todos los infiernos que su hermana no era cualquier otro. Y odiaba la noción de ello. Ensanchó las ventanas de la nariz para tranquilizarse y avanzó más hasta quedar frente a Alix. Eran tan parecidos, misma mirada, mismo semblante de desdén, Artemisa y Apolo infernales, dioses y monstruos por igual.

No importa —dijo y hasta ese momento hizo consciente la sangre que lo envolvía como delgadas serpientes del color de los cardenales—. Esto no es nada —arqueó una ceja y dijo entre dientes; pero no resistía el dolor, para entonces la mano ya se le había adormecido, sino que amansaba la bestias de su enojo, las controlaba y era tarea complicada por decir lo menos.

Entornó la mirada, pero no dijo nada ante los comentarios de su hermana. En cambio le dio la espalda y se subió la manga de la camisa de la mano herida, hasta entonces pudo ver la magnitud de los cortes; superficiales pero hartos. Se giró de nuevo.

Ya habrá tiempo de que limpien —sentenció. No quería ser interrumpido ahora, aunque sus preguntas, que eran muchas, fueron acalladas por la propia Alix. Torció el gesto con un acento de arrogancia y otro de disgusto—. ¿Y qué es tan importante? Siento que estás buscando excusas para no darme explicaciones —la amargura en su voz fue evidente. Fue hiriente adrede, pero también tonto, como siempre resultaba que lo era frente a ella.

Dime —entonces cedió, no tenía muchas opciones, después de todo. Se sentó en una silla a juego con la que ocupaba su hermana, antigua, mullida y valiosa—. Más vale que valga la pena y que explique también tu prolongada ausencia —tenía que sacarlo, tarde o temprano o sentía que iba a estallar.

La miró fijamente. Era como verse en un espejo; claro que poseían rasgos distintos, pero en los que se parecían eran muy evidentes y más allá de eso, también, ambos parecían lumbre capaz de arrasarlo con todo. Ambos eran caprichosos y crueles. Amarla como lo hacía —erróneamente, de manera retorcida— era amarse a sí mismo, eso jamás había sido un secreto para él. Y le alegraba y satisfacía como pocas cosas en la vida.


Última edición por Yves Poulenc el Miér Sep 30, 2015 1:50 pm, editado 1 vez


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Mensaje por Alix Poulenc* Lun Sep 28, 2015 9:51 pm

Mi mirada no se había apartado ni un solo segundo de Yves, mis gestos inmutables, inalterables, siguieron siendo los mismos conforme él se acercaba hacia donde yo había tomado asiento para observarle. Su mandíbula estaba tensa y aunque sus movimientos trataban de ocultar su estado alterado, sabía a la perfección que no era así, que buscaba calmarse de cualquier forma antes dE si quiera dirigirme la palabra… y aquella situación, me divertía.

Nuestra mirada era la misma, verlo a él era como verme a mí en un espejo y cada una de sus acciones, de sus gestos, los tenía bien estudiados, lo conocía tan bien que era como leer uno de mis libros favoritos. Note como trataba de controlarse cuando estuvo enfrente mío, su mirada, todo él, mostraba su peculiar desdén mientras que yo me limitaba a arquear mi ceja de manera retadora.

Comenzó a hablar modulando su voz con su primer comentario, para después entre dientes decir lo último. Sonreí en manera de respuesta para seguirle observando mientras se daba la vuelta, estaba segura que su mano herida comenzaba a dolerle, pero como siempre, Yves nunca iba mostrar alguna debilidad enfrente de alguien. Volvió a girarse para seguir hablando… arrogancia, desdén, amargura, de esa manera salió su pregunta, intentando ser hiriente, intentando molestarme y alterarme a mí también; cuando termino por hablar y tomar asiento al igual que yo cerca de donde estaba, soltó lo último.

Gire un poco mi cabeza y reí más para mí que para él, si no hubiera sacado aquello, explotaría sin duda alguna. Desde infantes nunca había dejado de controlarme, de querer saber santo y seña de cada una de mis acciones, odiaba que yo platicara o me quedara de ver con otra persona que no fuera él, y sus celos, sus grandes celos… lo volvían completamente loco – Yves, mi querido hermano- comencé a hablar buscando nuevamente sus fríos ojos- te recuerdo que me disgusta que tener darte explicaciones de lo que hago o dejo de hacer- apretó nuevamente con fuerza su puño, olvidándose de su dolor, estaba retándolo, lo sabía a la perfección, sin embargo… odiaba que se sintiera mi dueño- Así como tú tienes ocupaciones, yo tengo las mías y éstas no giran en torno a ti- volví a hablar para desviar mi mirada de él, trataba de controlarme, de no desviarme de lo que era realmente importante - Tuve un día pesado, y como ya te dije, no estoy para aguantar tu humor, tus berrinches- sentencie mientras posaba mis ojos en las llamas que seguían ardiendo y quemando la madera a sus pies.

Podía sentir su cólera, su rabia, su furia… No dudaba ni un momento que de haberse tratado de otra persona, él ya habría tomado cartas en el asunto, sin embargo, era yo la que lo retaba, la única persona que podía hacer eso y salir con vida. Seguí prestándole poca atención a mi hermano, mi mirada seguía puesta en las rojas llamas –Esta bien Yves- susurre - si tanto quieres saber dónde estaba te lo diré- giré de nuevo mi cabeza en su dirección, buscando esos ojos que muchas noches habían sido lo último que había visto pero que ahora, como otras tantas veces, me miraban irritados- Tuve una cita con Jean-Pierre… de trabajo- aclaré antes de que su mente fuera a parar a otro lado- uno de los socios de nuestro padre, tuve que ir a su residencia y hablamos de las exportaciones que se harán en los próximos meses- le seguí contando para después tomar un segundo en el que gire mi vista de él para dejar que mis pulmones se llenaran de aire en busca de poder seguir controlándome- se puede decir que todo iban bien-bufé e hice un ademán con mi mano- en lo que se puede esperar de un vegete como ese- volví a decirle dejando escapar cierta ira con mi comentario- el punto es, que antes de que acabáramos de hablar, comenzó a preguntarme y cuestionarme por la muerte de nuestro padre…-hice una pausa para ver la reacción de Yves y proseguir- al parecer, hay algunas personas que piensan que fue muy sospechosa su muerte tan repentina… así que como puedes ver “hermanito”, no estuve haciéndome tonta por ahí o perdiendo el tiempo con alguien- tras eso último, mi voz había subido un poco de tono y la furia se mezclaba con mis palabras.


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Mensaje por Yves Poulenc Mar Sep 29, 2015 4:22 pm


Trató de relajarse sin éxito. Una vez sentado en la silla antigua, echó el cuerpo al frente y se asió del descansabrazo con la mano buena; con un poco más de fuerza y hubiera astillado la madera tallada. Conocía demasiado bien a Alix. Su primer respiro había sido juntos, y juraba por todos los demonios con los que ya había hecho tratos, que el último también lo darían en conjunto. Era mucho más que su melliza, era su otra mitad, partes fundamentales de un mismo corazón oscuro. Y por eso mismo, por ese mismo latido unísono, sabía lo mucho que Alix estaba disfrutando con el olor de su sangre, y hablaba de la que escupía por la boca cada que la abría, no de la que manaba de su mano.

Alzó en mentón, sin dejar de verla y al fin logró destensarse un poco, recargándose en el respaldo de la silla. Mantenía la mano herida sobre el regazo; podía no importarle su herida, pero le gustaba mantener todo inmaculado, incluidos los antiguos muebles de la casa. Decir que tenía manías era quedarse muy corto; Yves era obsesivo al grado de la insanidad.

No hace falta que me lo recuerdes, cada cosa que haces me lo deja muy claro —espetó, pero no dijo más, sino aquello iba a convertirse en una discusión de nunca acabar. En cambio apretó la mano lastimada, la sangre comenzaba a ceder y con ello vino el dolor. Por un instante distrajo su mirada de su hermana, perfecta y letal, para concentrarse en el rojo que teñía su brazo y ropa.

Ella volvió a llamar su atención con aquel comentario. Cita. Primero frunció el ceño y luego sonrió de lado, como si los cristales de vaso no sólo hubieran lacerado su mano, sino también su boca, una sonrisa fina como el canto de una daga. Maldita zorra, sabía muy bien qué puntos presionar en él para hacerlo reaccionar.

Jean-Pierre, Jean-Pierre… —repitió, tratando de recordar al susodicho. Se puso de pie, sin decir más, y salió por la misma puerta por la que ella había ingresado.

No tardó demasiado, apenas unos segundos. Regresó con una venda blanca que comenzaba a enrollar alrededor de su mano herida con cautela.

Ya lo recuerdo, un viejo pervertido, aún no olvido cómo te miraba cuando nuestro padre lo invitaba a la casa a pesar de que tú apenas entrabas en la adolescencia. Maldito cerdo —escupió con desprecio. Yves tenía la creencia que Alix y él poseían algún tipo de privilegio divino –o infernal—, que nadie los merecía que el mundo, que éste tarde o temprano sucumbiría ante ellos, que gobernarían como reyes, esposos-hermanos, como en las viejas cortes medievales.

Ya veo —arqueó una ceja, pero pareció extrañamente sereno—. ¿Y no le dijiste que se ocupara de sus propios asuntos? Su mujer, a la que le dobla la edad, se está revolcando con la mitad de su servidumbre, hombres y mujeres, eso debería interesarle más —miró a Alix, su semblante cambió, a pesar de la gravedad del asunto, se le notaba complacido. Terminó de vendarse la mano y acarició la tela que ahora cubría sus cortaduras.

¿Crees que represente un peligro real? —Preguntó, pero fue un mero trámite. Dentro de su cabeza ya comenzaba a ver el desenlace de esa historia. Yves no era de los que dejaban cabos sueltos, aunque fuera insignificante la importancia de la cuestión. Le gustaba el control, ese mismo que no podía tener sobre Alix lo ejercía con mano de hierro sobre el resto.

Quiero decir —su gesto de desdén se acentuó, elevó la mano herida en el aire para hacer una floritura—, muchos de nuestros planes a corto y mediano plazo requieren sacrificios de sangre, tal vez encontremos un uso para el estúpido de Jean-Pierre —y la miró a los ojos, sonriendo y disfrutando de lo terrible que resultaban sus insinuaciones.


Última edición por Yves Poulenc el Dom Oct 11, 2015 4:03 am, editado 1 vez


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Mensaje por Alix Poulenc* Sáb Oct 10, 2015 7:59 pm

Mi mirada no abandonó su rostro. Su ceño fruncido, aquella sonrisa fina y desgarradora que podía tener tantos significados y a la vez ninguno, se hicieron presentes en mi hermano; notaba su molestia, su enfado hacia mí por la forma en que me había ido y ahora más por mis palabras, sin embargo, trataba de mantenerse inmutable, calmar esa furia en su interior para poder repasar lo que le había dicho hace unos instantes.

Su mano aún sangraba, pero al pasar los minutos ésta había comenzado por ceder, no podía negar cierta diversión por verlo en esa situación. Sin decir nada y de manera un poco repentina, Yves se levantó y salió de la habitación sin decir nada, gire mis ojos y bufé ante su insolencia por dejarme sola durante algunos segundos.

Cuando regresó permaneció en pie, en su mano sana mantenía una venda blanca que inmediatamente comenzó a enrollar alrededor de la herida, su mirada permanecía concentrada en aquella acción mientras me dedicaba nuevamente a observarlo. Era clara su elegancia, ese porte refinado y atractivo que mi propio hermano tenía por naturaleza propia, sin importar el qué estuviera haciendo y sin inmutarse si quiera o apartar la vista de su tarea, volvió a retomar el tema y escupió con desprecio al recordar al Jean-Pierre.

Volví a acomodar mi espalda en el respaldo de la silla mientras cruzaba mi pierna derecha sobre la izquierda, y en la postura en la que estaba, donde mi codo estaba recargado en el brazo de la silla y mis dedos jugueteaban en la punta de mis labios o de mi nariz, sonreí complacida ante sus celos –No era el único amigo de nuestro padre que me miraba de esa forma- dije con ciertas intenciones, dejando que mi sonrisa se ampliara más.

Su mirada, aquellos ojos enfurecidos que ardían se concentraron en mí nuevamente pero inmediatamente volvió a controlarse, arqueando una ceja y de una manera completamente serena volvió a hablar. Permanecí callada, simplemente observándolo y permitiéndome deleitar con cada una de sus palabras, con cada uno de sus cambios y tonos al hablar, con ese semblante tan suyo que perfectamente conocía, y podía asegurar, que en esos instantes mientras él hablaba, en su mente se estaba formando algún plan, alguna idea para llevar a cabo lo que yo quería.

-¿Crees que realmente le importe lo que haga su mujer?- le pregunte alejando mi mirada- Mientras le cumpla en la cama y no se meta en sus asuntos, Jean-Pierre será feliz, además, ella no deja de ser un simple … “trofeo” el cual presumir en las fiestas- termine regresando mi mirada a él.

-Odio los cabos sueltos- Yves lo odiaba también, que algo estuviera fuera de sus manos o que no pudiera tener el control de las situaciones era algo con lo que él no podía vivir. Su sonrisa indulgente y su mirada condescendiente me buscaron nuevamente para que yo se las regresara de vuelta, sabiendo perfectamente que mis insinuaciones terminarían con el final que yo quería.

Pero para eso, tenía que asegurarme perfectamente que ese sería el final de aquél hombre. -Además- volví a hablar mientras me paraba de mi asiento y me acercaba a mi hermano, tome su mano vendaba entre las mías y con cierta lentitud me la fui acercando a mis labios para besarla con dulzura mientras nuestra mirada se mezclaba como muchas otras veces había sucedido- tú no dejarías que me pasara algo malo por su culpa…¿o sí?- le pregunte callándolo con mi dedo índice en sus labios, y jugando con su labio inferior al momento de rosarlo - Tú más que nadie sabe que no me gusta que jueguen conmigo, que me insinúen cosas o tratan de manipularme- hice una pausa en la que me permití recordar lo que había pasado horas antes con aquel hombre - No puedes permitirle que me haga ese tipo de insinuaciones, que me mire de esa forma y trate de chantajearme por lo sucedido con nuestro padre- pase mi mano delicadamente a su nuca para atraerlo hacia mí y con un suave susurro en su oído dije - Tú eres el único que tiene el privilegio de poseerme, de tocarme, de mirarme…. De pensar en mí de esa forma.



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Mensaje por Yves Poulenc Dom Oct 11, 2015 4:37 am


“Jealousy, that dragon which slays love under the pretence of keeping it alive. ”
― Havelock Ellis


Cada uno de los movimientos de Alix era hipnótico para Yves. A veces se preguntaba, en la intimidad de su soledad, en dónde nacía y en donde yacía su obsesión por ella. Porque claro, su respuesta era que así debía ser, sin opción a replica, sin nada más que eso como verdad absoluta y pocos tenía las agallas de cuestionarlo, entre esos pocos, su hermana desde luego. Pero en realidad, el amor que sentía por ella, porque eso era aunque fuera de manera errada, era una fuerza que lo controlaba a él y no viceversa. Entornó la mirada pensando en ello mientras se deleitaba con la perfección que era su melliza. Sólo reafirmando más la suya propia.

Soltó una risa seca, casi como una tos nada más, ante su comentario. Estaba al tanto… los hombres, el resto al menos, no él, eran unos cerdos y su hermana demasiado hermosa para este mundo mortal. Tenía un punto respecto a Jean-Pierre y su mujer, pero si fue a agregar algo, no importó. Aliz se puso de pie y eso provocó que él se pusiera alerta. Se recargó sobre la cornisa de la chimenea y ella se acercó. La miró besar su mano herida y luego clavo los ojos en los ajenos, que eran iguales. Iguales como muchas otras cosas guardaban similitud entre ambos, nacidos una misma noche, asesinos ambos de su madre y de su padre.

Ensanchó el pecho al ingresar aire, acto reflejo de las caricias de Alix. Su rostro se mantenía serio, pero algo en su expresión era distinto. Quedaba claro que era capaz de todo por ella. Que si su hermana le pedía el mundo, derrocaría a todos los reyes para dárselo. Se dejó hacer, como siempre era. Sutil, pero era ella quien controlaba siempre.

Posó su mano buena en la espalda baja de su hermana cuando ella le susurró al oído. No había palabras que lo satisficieran más. La aseveración de que él era el único, aunque no fuera verdad. La asió con más fuerza y a pegó a su cuerpo. Quitó un mechó de cabello de su cuello y besó detrás de la oreja.

Sólo yo puedo —habló contra su piel, reafirmando lo que le había dicho—. Me perteneces, como yo te pertenezco —continuó mientras la besaba, ahora en la mandíbula. Se detuvo, alzó el rostro y la miró a los ojos—. No te preocupes, hermanita, vamos a acabar con Jean-Pierre y cualquier otro que se atreva a levantar sospechas de ti, de mí o de ambos —le aseguró de tal modo que no había lugar a dudas. Y así era, Alix sentenciaba y Yves ejecutaba.

Entonces juntó sus labios con los de ella en un beso impío como lo era toda su relación. Pero de una cosa o había duda, de la pasión desbordada que Yves sentía por su hermana. Empujó ligeramente el cuerpo al frente, dejando espacio nulo entre ambos y se separó sólo cuando necesitó aliento. Tomó el rostro de Alix con ambas manos.

Debemos hacer que parezca un accidente, como siempre. Pero eso no debo recordártelo, ¿verdad? —Le sonrió y luego le besó la frente. Se separó, dando media vuelta y caminando hacia la chimenea, en donde el fuego seguía ardiendo—. Y debe ser pronto, antes de que esparza su maldito rumor. Ya que parece muy interesado en ti, sugiero que seas tú quien lo atraiga a la trampa, del resto yo me encargo —conforme los años habían pasado desde la muerte de Gustave, Yves había perfeccionado sus artes para matar, así que era tal cual lo había dicho, él se encargaría, y sería todo lo discreto y limpio que fuera necesario. Aunque para ser sinceros, disfrutaba enormemente cuando había sangre de por medio.


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Yves Poulenc
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