Of Monsters and Men | Privado

por **Miklós Valborg** Vie Feb 27, 2015 11:22 pm

Si algo había descubierto esos últimos meses, era que la sed de sangre, era ingobernable. Había luchado contra sus instintos, pero había perdido. Nada, volvería a ser lo mismo. Mientras ese pensamiento cruzaba por su mente, arraigando con más fuerza el odio y la oscuridad dentro de él, sus colmillos se alargaron en respuesta para clavarse en la yugular del hombre que, hacía tan solo unos minutos, compartía un trago con sus compañeros de juerga en una taberna. Ni siquiera el hedor a alcohol podía ocultar el miedo que corroía las entrañas de su víctima. Los pensamientos de éste, no tardaron en bombardearlo. Como miembro de la Santa Inquisición, Traian había tenido acceso a toda clase de información. Había absorbido, con lujos y detalles, aquéllas líneas referidas a los chupasangres. Sabía cuáles habilidades poseían y cómo las empleaban. Sin embargo, nada le había preparado para controlarlas. Succionó con más fuerza al oír las habituales acusaciones del humano, mismas que lo tachaban de monstruo y demonio. Estar de acuerdo con esa clasificación, le molestaba con soberbia. Después de todo, él no había pedido convertirse en eso. Se había deshecho de su humanidad para salvaguardar a Zainhé y Lorand. Esa había sido la única forma de romper el vínculo que, como esclavo de sangre, se había forjado con su amo. Si hubiese sido cualquier otro, se habría marchado de Francia tras su despertar. En cambio, se había asegurado de dejar una estela de muertos en callejones y cementerios, empezando una guerra contra sus compañeros. Si fuese sincero consigo mismo, aceptaría que quería encontrarse con su hermano.

Él, poseía todo lo que siempre había querido. Había envidiado la relación que existía entre su hijo y éste. Lorand había crecido viendo en Târsil, una figura paterna. En más de una ocasión, habían coincidido en casa de Zainhé y él había visto la alegría del niño. Traian siempre se había marchado, sintiendo celos y envidia. ¿Quién diría que su enemigo, antaño, había sido su único y mejor amigo? Enzarzado en viejos recuerdos, no fue consciente de que el corazón del humano había fallado hasta que el sabor de la sangre perdió sus cualidades. Sus colmillos se retrajeron y el cuerpo cayó a sus pies con un sonido seco. Su mirada se clavó en la marca que había dejado sobre el cuello del hombre. Por inercia, se limpió la boca con el dorso de la mano, como si de esa forma pudiese negar que lo había disfrutado. No había dado ni un paso atrás cuando el sonido de otro corazón atrajo su atención. A diferencia de su víctima caída, éste no irradiaba temor sino determinación. Sus comisuras se torcieron en la parodia de una sonrisa, a la vez que se giraba para enfrentar al recién llegado. Una de sus cejas se enarcó en señal de reconocimiento al ver a quien hacía menos de un año, le había liderado. – ¿Te has cansado de recibir noticias de bajas de tus cazadores, que finalmente sales a mi encuentro? Debo admitir que me sentía ofendido por haber sido infravalorado. Era el mejor de los tuyos, Târsil. Y no poseía la fuerza que tengo ahora. ¿De verdad creíste que sería un blanco fácil? – Pronunció el nombre del inquisidor con desdén. Ya no importaba que fuesen hermanos, el camino había sido trazado.

por **Târsil Valborg** Dom Jun 14, 2015 12:27 am

Debía admitir que la misión más difícil hasta entonces, era la de dar caza a su propio hermano. Pero quién mejor que él para enfrentarlo. El parentesco entre el inquisidor y el vampiro había sido recientemente descubierto, siendo éste el principal motivo por el cual sus superiores dudaron al asignarle la tarea a Valborg. No obstante, él se mantuvo firme e insistió hasta salirse con la suya. Se preparó durante una semana, tiempo en el que intentó mentalizarse sobre lo que estaba a punto de suceder, pero por más que dio vueltas en la cabeza al asunto, no logró aceptarlo del todo. Por más que intentaba visualizarse destruyendo al enemigo, no lograba hacerse a la idea de que sería él, precisamente él, que por tantos años se había lamentado por la pérdida de su hermano, quien acabaría con su existencia, ya que así era como lo dictaba la misión. Por primera vez en toda su vida, específicamente desde aquella noche en la que su familia fue asesinada y Traian desapareció sin dejar rastro, se sintió inseguro y con miedo. Deseó poder contar con alguien que lo aconsejara, pero no tenía a nadie y Zainhé no era una opción. Pensar en ella le hizo experimentar una nueva e inesperada punzada de dolor. ¿Cómo diablos iba a explicarle a su mejor amiga que debía asesinar al padre de su hijo? ¿Cómo haría para mirar otra vez a los ojos al pequeño Lorand, su sobrino, después de completar la misión? ¿Cómo haría él para vivir con esa culpa? Intentaba darse ánimos auto convenciéndose de que era lo correcto, pero por momentos sentía que se estaba acobardando. No obstante, decidió portarse como un hombre y salió a su búsqueda. No fue difícil encontrarlo, ya que él mismo se había encargado de dejarle las suficientes pistas, como si realmente estuviera deseando reencontrarse con él. Cuando al fin lo tuvo enfrente, irguió la espalda y adoptó la postura acostumbrada, misma que consistía en apuntar con “Maddie” (así la había bautizado), su ballesta favorita en turno, directamente al corazón del adversario. Puso todo su empeño en sostener firmemente el arma, pero lo cierto es que la mano le temblaba como si fuera un jodido principiante. Comenzó a transpirar exageradamente y sintió que el corazón se le aceleraba. Finalmente, bajó el arma, un movimiento demasiado arriesgado tratándose de un líder.

—Durante años te creí muerto y ahora que te encuentro y sé que eres mi hermano, mi jodido hermano, me encuentro con un desgraciado chupasangre. Un puto y miserable vampiro, como el que asesinó a nuestros padres. ¡Maldita sea, Traian! —Rugió sin poder contener más su frustración—. ¿Cómo mierda pudiste acabar siendo… esto? —El desprecio en su voz fue evidente, mas no lo odiaba a él, sino a su condición—. ¿Te das cuenta del dilema en el que me encuentro? Una parte de mi quiere arrancarte la maldita cabeza, mientras que la otra me exige que te proteja como mi sangre que eres —admitió, y tras tomarse unos segundos para decidir con determinación lo que debía ocurrir a continuación, lo más sensato para ambos, añadió—: Tienes que detener esta masacre. Tienes que dejar de asesinar.

¿Realmente estaba siendo tan ingenuo como se escuchaba? ¿De verdad pensaba que un vampiro, aún tratándose de su propio hermano, cedería tan fácilmente? El dolor y los remordimientos le nublaban los sentidos, así tenía que ser, porque definitivamente algo le impedía actuar inteligentemente. No podía ser el mismo hijo de puta que era con el resto de las alimañas, no le nacía querer destrozarlo con tanta saña como al resto de las criaturas. No tratándose de Traian, su querido hermano mayor. No cuando finalmente lo había encontrado.

Qué estúpido.

por **Miklós Valborg** Jue Oct 22, 2015 2:33 am

– ¿Qué ha cambiado? – Exigió, con todo el desprecio destilando en sus palabras. El vampiro se negaba a apartar la mirada de la de Târsil. Parecía que si lo hacía, perdería más que una simple batalla de voluntades. Finalmente, allí estaban. Dos hermanos, que no tenían absolutamente nada en común. Lo único que los había unido había sido su odio contra los seres que cazaban. – ¿De pronto vas a decirme que todo este maldito tiempo sentías que éramos más que colegas? No insultes a mi inteligencia. – Ellos no habían sido amigos dentro de esa organización a la que servían. Ni siquiera sabía por qué demonios había solicitado que fuese su mano derecha en ese jodido teatro. Traian no creía en la Iglesia. Si había permanecido en sus filas, había sido por los beneficios. Las armas, la información, el apoyo. No sabía hacer ninguna otra cosa para sobrevivir. Su vida dependía de eliminar vampiros. Jamás había intentado siquiera pensar en otra posibilidad. Existía un acuerdo tácito entre regresarlos de nuevo – y definitivamente – a los brazos de la muerte y los fantasmas de su mente. En sueños, podían perseguirlo y reclamar un pedazo más de su alma; pero mientras pudiese levantarse, lucharía. Si bien nunca fantaseó con que iría a otro lugar distinto al Infierno, saber que éste le había alcanzado antes de su muerte, sólo hablaba de su jodida buena suerte. Y era eso lo que le enfurecía. No podía recordar al niño amable y amoroso que una vez había sido. Los recuerdos agradables los habían arrancado de sus memorias, dejando sólo gritos, dolor, sollozos. – Si crees que elegí convertirme en este monstruo, es que eres más imbécil de lo que pensé. No voy a detenerme. No voy a dejar de matar sólo porque tú muy amablemente me lo estás pidiendo. Encuentro que el sabor de la sangre me es placentero. – Y no mentía. Sólo un adicto podía entender su necesidad. El poder que sentía ganar cuando arrebataba una vida, no tenía precedentes. No era del todo distinto a cuando perforaba el corazón muerto de un vampiro.

– Dispara la puta arma y haznos un favor a los dos. Así puedes correr a consolar a Zainhé y fingir ser un padre para mis hijos. Cuéntales cómo tuviste el coraje para matar al hombre que lo dio todo por ti esa noche. ¿O prefieres contar una historia donde quedes como el héroe y no como el traidor que eres? ¿No es esa la razón de que no me buscaras para darme la buena nueva? – Hacía apenas una semana, había perseguido a la madre de su hijo hasta la Catedral de Notre Dame, sólo para descubrir que estaba embarazada por segunda ocasión. Aunque al principio quiso creer que podría ser de su hermano – porque la vida no podía ser tan injusta arrebatándole más de lo que ya lo había hecho – sabía que eso no era cierto. La inquisidora, había quedado encinta días antes de su desaparición. Así de jodido estaba todo. Hubo un tiempo donde ellos habían sido inseparables. Traian había sido mayor sólo por un año y, aunque siempre tuvo en claro que su deber era protegerlo y no viceversa; cuando los años pasaron, confió en que Târsil – si estaba vivo – no cesaría de buscarlo. – ¿Cuántos años? – Preguntó de pronto. Odiando la pregunta en el instante en que brotó como un gruñido de sus fauces. – ¡¿Cuántos años me buscaste?! – Aclaró, sólo por si su hermano no entendía la cuestión. Él no había podido ir en su búsqueda. Estuvo cautivo, sirviendo de alimento al vampiro que había acabado con su infancia, con su inocencia. Frustrado, deslizó la mano por sus cabellos. El cazador no debía olvidar que era un vampiro nuevo y que por ende, sus instintos eran primitivos, los que dictaminaban sus movimientos. Él, desde luego, no lo había olvidado. – Has oído las historias que cuentan sobre la Cobra. ¿No quieres saber si son ciertas? – Dio un paso en su dirección, sólo para probar su resolución. No había pasado por alto el temblor en su mano, pero era su olor, lo que más le llamaba la atención.

por **Târsil Valborg** Jue Dic 24, 2015 2:06 am

Con cada palabra de Traian, Târsil sintió una punzada en el corazón, como si alguien le hubiera arrebatado la ballesta y le estuviera disparando directamente al pecho. Se lamentaba de tantas cosas. Por ejemplo, siempre había deseado haber sido él quien desapareciera esa noche y no Traian. De haber podido evitarle todo el sufrimiento que seguramente había vivido a manos de esa sanguinaria criatura, lo habría hecho. Quizá su hermano tenía razón y él no lo había buscado lo suficiente. Quizá se había dado por vencido demasiado pronto. Ahora que lo tenía enfrente, que lo sabía vivo –aunque también muerto–, se daba cuenta de ello, que de haber seguido buscando, sus esfuerzos no habrían sido en vano y quizá habrían marcado la diferencia. Pero era tarde para lamentarse por el hubiera. No obstante, quería decírselo, gritárselo, decirle a Traian lo miserable que había sido durante todos esos años imaginando lo peor, aunque lo peor fuera verlo convertido en un vampiro. «Hijo mío, debes aprender que en esta vida hay peores cosas que estar muerto». Ahora entendía a la perfección aquellas palabras que su padre le había dicho en alguna ocasión. Era tarde para él, pues nada revertía aquella maldita condición. No había nada más por hacer. No podía salvarlo. Era cierto, se sentía un traidor, un ser desleal. Le había fallado. Pocas veces se sintió tan impotente como en esos momentos. Y, aunque Târsil deseó hablar con él de todas esas cosas de las Traian hizo mención, se aferró a lo que de momento consideraba esencial.

—Sé que como vampiro no puedes dejar de consumir sangre, pero hay otras maneras. No tienes que asesinar. Puedo ayudarte. Juntos podemos hacer que esto funcione —se atrevió a decir pese a que era evidente el resentimiento que le guardaba—. Podrías volver a la inquisición, como Condenado, yo podría arreglarlo, abogar por ti. No tienes que ser un monstruo, en el fondo sé que no lo eres y que no deseas serlo. Hazlo por Zainhé, por tus hijos —no intentaba manipularlo, él en verdad quería que reconsiderara la opción que le estaba dando. Si no lo hacía por él mismo, que lo hiciera por aquellos que debía amar.

Târsil quiso darle a su hermano una prueba de su buena voluntad y arrojó a un lado su arma en señal de que no atacaría. Llevaba otras, escondidas de manera estratégica entre sus ropas -Traian debía saberlo, puesto que también había sido inquisidor y conocía las tácticas, sus secretos-, pero estaba dispuesto a no utilizarlas de no ser necesario. Y en verdad esperaba que así fuese. Nada le dolería más que tener que herirlo en defensa propia.

—Eres mi hermano, no voy a asesinarte, pero sé que sabes que tampoco puedo dejarte ir. Antes de permitirlo, tendrías que matarme —dio un paso al frente, no para retarlo, sino para demostrarle que no le temía. No era una osadía, era una prueba de fe. Quizá al mismo tiempo deseaba demostrarle y demostrarse lo que ya había dicho, que no era un monstruo, que podía elegir no serlo—. ¿Vas a hacerlo, Traian? ¿Asesinarás a tu propio hermano? —lo miró fijamente a los ojos e intentó reconocer en ellos al pequeño niño que alguna vez fue su confidente, su compañero de juegos.

Confiaba en él, en que no arremetería en su contra. Estúpida y absurdamente lo hacía.

por **Miklós Valborg** Mar Abr 19, 2016 10:17 pm

¡El inquisidor ignoraba deliberadamente sus cuestiones! ¡¿Le creía estúpido?! ¡¿Creía que no veía lo que intentaba hacer?! Târsil actuaba de forma conciliadora y eso le molestaba, más de lo que cabría esperar, porque no estaba preparado para que le importara. Había esperado una maldita pelea cuando finalmente estuviesen cara a cara, no una conversación como esa. ¡Se sentía estafado! Por años, había creído que los vampiros no sentían ni una mierda y, aunque quizá, con el tiempo, sus sentimientos se congelarían como su cuerpo; aún le esperaba un largo camino por recorrer. Su hermano no lo entendía. Podría decirse todas las mentiras que quisiera, pero sólo una verdad importaba y esa era, que no lo odiaba. No realmente. Ni siquiera estaba seguro de que le despreciaba. Lo que sentía era completa, y total envidia. Mientras le veía arrojar el arma a un lado, Traian fue consciente del cansancio que ya pesaba en su mente desde hacía tantos años. Estaba aburrido de perseguir una vida en la que no tenía cabida. Ser padre, había sido lo mejor que le había pasado, pero su tiempo había terminado. La primera vez que sostuvo a Lorand, todo le había parecido parte de un sueño, uno del que había temido despertar para descubrir que nada puro; pudo haber sido engendrado por él. Ahora lo sabía mejor, ellos eran parte del presente, pero no del suyo. Nunca lo serían. No confiaba en sí mismo para permanecer alrededor de su familia sin hacerles daño. El olor de la sangre, el miedo y la excitación por la caza, atraían al predador que ahora era. Por ello, cuando escuchó las palabras de Târsil, echó a reír, no de burla, sino de histeria. Cuando terminó, dos cosas se sucedieron simultáneamente. Se movió tan rápido como sus nuevas habilidades se lo permitieron y se hizo con la ballesta. La acarició como lo haría con una mujer, con fingida delicadeza. No apuntaba a su hermano, pero Traian creía que no le tomaría más que unos segundos hacerlo y disparar. – Guárdate tú lástima, Târsil. No la necesito. Ni la tuya ni la de ellos. ¿Quieres que sea el hazmerreír de la organización? Me odiaban antes, cuando era sólo un humano. ¿Cómo crees que será ahora que me he convertido en esto? –

Su voz sonaba monótona, como si de verdad hubiese considerado la idea de volver. Nada más lejos de la realidad. – Pero dime, ¿qué otras maneras existen para los de mi clase? ¿Te estás ofreciendo a ser mi mascota? ¿O quién demonios crees que se ofrecerá a alimentarme? ¡¿Zainhé?! – Hasta ese momento, no se le había ocurrido esa posibilidad. Si su hermano estaba sugiriendo algo tan absurdo, iba a matarlo. No. Eso sería demasiado fácil. Iba a desmembrarlo. – ¡¿Es que no lo ves?! Hago esto por ellos. Si fueses un poco más hombre, harías el trabajo que viniste a hacer. – Los insultos de Traian, destinados a herir su orgullo, parecían no tener el efecto deseado. Su desesperación aumentaba, a la par que su desconcierto. – ¿Quieres a tus sobrinos, hermano? – Y allí estaba, finalmente, la súplica en su voz; aunque ésta rayaba más bien en la demencia. – Ya no puedes salvarme, pero con ellos aún estás a tiempo. ¿Correrías el riesgo de que algo malo les pase si me les acerco? ¿Dejarás que se repita nuestra historia con ellos? – Estaba siendo un cabrón, lo sabía, pero Traian temía. – El que me convirtió, el que mató a nuestros padres, está allí afuera, jugando conmigo y contigo. No se va a detener. Nunca lo ha hecho. – El vampiro, apartó la mirada de su hermano para clavarla en el juguete que ahora cargaba en las manos. No parecía diferente a las que él utilizaba. – Voy a quedármela. – Decidió, el gesto en su boca, desprendiendo malicia. – La Iglesia no volverá a equiparme. Comienzo a extrañar éstas malditas cosas. – Esa vez, su gruñido significó que ponía punto y final a toda esa palabrería. – No voy a asesinarte, Târsil. Esta noche no. Te voy a dar la oportunidad de resarcirte. Los tuyos, han acusado de traición a Zainhé. Lo he leído en los pensamientos de esos bastardos. Vives, porque te encontré libre de culpa. Pero ahora, necesito que hagas algo por mí. ¿Puedes hacerlo? Podría costarte tu preciado cargo. – Pedía demasiado, pero le importaba un bledo. Lo único que quería, era protección para su familia. Si Târsil se creía ahora parte de ella, debía demostrárselo.

por **Târsil Valborg** Dom Mayo 22, 2016 8:58 pm

Podía ser su hermano, pero ese desgraciado hijo de puta no estaba haciéndole las cosas nada sencillas. Había sido así durante el tiempo que prestó sus servicios a la Inquisición, y no le veía la intención de modificar eso ahora. Con gusto se habría acercado para atestarle un puñetazo en la cara y ver si así sus ideas se aclaraban. Sin embargo, era consciente de que estaba en la posición equivocada, nada favorecedora en realidad. Târsil permaneció en silencio unos instantes, luego exhaló un suspiro. Lo miró directamente a los ojos y, a pesar de que ahora era él quien sostenía su ballesta, le sostuvo la mirada sin titubeos, recorriéndolo con la vista, desde la cabeza hasta los pies y luego de regreso. Su hermano ya no era como lo recordaba. Ahora, además de ser un vampiro, era alguien oscuro y sombrío. Quiso apartar la mirada de él pero, le resultó imposible. ¿Quién era él para juzgarlo? ¿Acaso Târsil seguía siendo el mismo? Por supuesto que no. Ambos habían cambiado. Probablemente, Traian ya ni se acordara de él, de cómo había sido, y sólo lo considerara un ridículo.

—Solía creer que eras el más inteligente de los dos… —en sus palabras apareció una chispa de humor, pero ésta no tardó en extinguirse. Dio un paso más al frente—. Traian, ¿tú de verdad crees que la Iglesia me importa una mierda? Ni siquiera creo en Dios, jamás lo hice. ¿Por qué crees que me uní a la Inquisición? —ladeó un poco el rostro y esperó, pero supo que la respuesta no aparecería. Traian era tan necio como él, pero eso no lo sorprendía. Eran familia, después de todo. Supo que aunque él terminara refutándolo todo, su deber era sincerarse.

—Cuando lo perdí todo, lo único que deseaba era poder recuperarlo. Algo imposible, desde luego. Nuestros padres estaban muertos; tú, desaparecido, probablemente muerto. Pero me aferré a esa pequeña esperanza de que estuvieras vivo. Solo no tenía ninguna oportunidad —negó con la cabeza, recordando que antes de ser acogido por la organización, incluso había tenido que pasar hambre—. La Iglesia no sólo me entrenó y me hizo fuerte, sino que también me equipó con armas y me llenó de conocimientos. Todo lo que me mantuvo en pie durante todos estos años, fue la posibilidad de encontrarte algún día y vengar la muerte de nuestros padres —hizo una breve pausa y le lanzó una aguda mirada—. ¿Acaso no lo ves? Siempre se trató de la familia. Haría cualquier cosa por Zainhé y mis sobrinos. En cuanto a ti… —avanzó un poco más y de pronto ya no hubo más distancia que acortar—. No voy a darme por vencido contigo. ¡Eres mi hermano! Así que habla de una vez —asintió.

¿Qué iba a pedirle? Ah, sí, estaba intrigado.

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