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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

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Mensaje por Edric della Rovere Jue Sep 21, 2017 11:48 pm

Edric había decicido abandonar las responsabilidades del ducado usurpado para convertirse en un noble cualquiera, sin tener demasiadas implicaciones con la realeza, a pesar de los beneficios que ésta podría propocionarle, pero, para ser sincero, le aburría infinitamente. Él ya sabía cómo funcionaban esas cosas, pues en antaño había pertenecido a la familia más poderosa de Pompeya, y ya luego tuvo que obligarse a relacionarse con personas de alta alcurnia (como algunos le llamaban), todo por conveniencia de ese séquito al que se unió hacía ya demasiados siglos, despertando en su interior a una bestia sedienta de... ¿Qué exactamente? Alichino podría ser tan caprichoso e irreverente como le daba la gana, y hasta ese preciso momento, Edric no había tenido la cortesía de aliarse definitivamente a su propio demonio.

Ambos parecían estar una lucha de voluntades constante, algo muy diferente a los demás Custodios; era como si habitaran dos almas en un mismo cuerpo, pero no, lo suyo iba más lejos, de eso no cabía duda. Incluso, luego de haberse enredado con aquella hechicera, ya hace un par de meses atrás, todo pareció derrumbarse en su propia conciencia, dejándolo en una apatía especialmente molesta para Alichino. Edric había sido un chico demasiado emocional en su juventud, por eso su relación con la esclava que compraría su hermano mayor en ese entonces, se convirtió en un problema para sus padres, y las cosas no terminaron tan bien. Con Juliet tampoco terminaron bien.

Pero, ¿y ahora qué diablos le importaba? Aquellas experiencias no debían suponer conflicto, y menos para una criatura tan falta de tacto, o eso se supone que debería ser. Bien, sí, quizá si empezaba a serlo, pretendiendo hacer de las suyas, sin medir las consecuencias, tomándose libertades que, de alguna manera u otra, no le agradaban nada a los demás miembros de su susodicha logia. ¡Vaya! El chico seguía siendo una piedrita en el zapato, incluso más que la obsesión de Graffiacane por el poder, o de la negativa de Farfarello por querer hacer las cosas a su manera...

Cuestiones aparte, Edric della Rovere, como cualquier hombre, le gustaba satisfacer sus necesidades, y mientras meditaba todo lo relacionado con su pasado, y problemas recientes, esperaba a una compañera de la buena vida. ¿Por qué cohibirse de hacerlo? Hasta se tomó el atrevimiento de pedir que se le llevase a la mejor, por algo había pagado una generosa suma. Debía estar haciendo su trabajo, pero, ya tendría toda una eternidad para tales propósitos, así que quería divertirse un poco, como parte de su nueva rutina.

Quizá, por eso era que se encontraba tan de buen humor, y esperaba que nadie se lo arruinara. ¡Hasta podría dejar vivir a la desdichada que caería en sus brazos! Claro, ¿por qué no? Estaba de tan excelentísimo humor, que sus labios formaban una sonrisa amplia; hasta los sirvientes se veían sorprendidos ante el gesto curioso de su amo.

Fue un anfitrión paciente, generoso... muy diferente a como solía mostrarse en otras ocasiones. Sin embargo, no fue quien recibió a la furcia directamente, él la esperó en su habitación. Y no le fue nada complicado enterarse cuando ella llegó; menos cuando escuchó que un criado la guiaba hasta su destino, a través de las escaleras que conducían al segundo piso, en donde se encontraban las habitaciones principales.

—¡Al fin! Ya puedes dejarnos solos. Y no quiero chismosos cerca —replicó, aún de espaldas hacia la puerta, cuando su sirviente dejaba a la muchacha que serviría de "juguete" para el vampiro—. Acércate —ordenó, girándose finalmente, mientras sostenía una copa. Sin embargo, cuando la vio, se quedó extrañado. Sentía que la conocía de alguna parte—. Vaya... Curioso. ¿Cómo te llamas?

Inquirió, ofreciéndole el vino, aún interesado de por qué ella se le hacía tan familiar. Podía jurar que era la primera vez que la veía, pero había algo más en aquella mujer que le resultaba conocido. Pero, ¿qué? Preferiría no averiguarlo, a decir verdad.

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Mensaje por Invitado Lun Oct 09, 2017 3:59 pm

La calma duró hasta que abrí los ojos; la paz, hasta que ella despertó. Si bien los últimos meses habían sido caóticos, las últimas semanas se habían tornado particularmente convulsas, y en los últimos días apenas había sido capaz de encontrar un minuto de silencio en mi propia mente, y mucho menos a mi alrededor. Ni siquiera cuando dormía, las pocas horas en las que podía hacerlo, ella, Alchemilla, se callaba por completo; ahora sabía más de las dos, incluso de mí misma, y quizá todo venía porque me temía...

O porque te odio, fulana estúpida, ¿lo has pensado?

Oh, sí, innumerables veces, pero para mi fortuna el sentimiento era mutuo, de modo que no me importaba demasiado. Perezosamente, me incorporé y me froté los ojos, limpios por completo del kohl que me habían obligado a portar la noche anterior, junto a un traje de inspiración oriental, tal vez egipcia, que yacía pulcramente doblado en la silla de mi habitación. Esos recuerdos, que tanto me habría gustado borrar, no se esfumaban, y sin embargo los relativos a mí misma se me escapaban como el agua cuando intentaba atraparla con los dedos.

Entonces sabrás que es inútil que lo intentes, fulana.

Pero lo haría. Apretando la mandíbula, salí del lecho y me preparé para la noche que creía que me esperaría: me bañé, deslicé pétalos de azahar por mi piel, peiné mis cabellos para que cayeran, largos, sobre mis hombros, y me enfundé un conjunto ligero, de encaje negro y rojo, con el cual salí a la zona común, envuelta en una bata de satén con encajes chinescos, el único resto visible del día anterior. Los demás los había enterrado en mi mente, tan profundos que sólo Alchemilla podía verlos, y...

Muy interesante, ¿a ti tampoco te gusta recordar cómo esos hombres te usaban contra tu voluntad? ¿Y qué tal cómo te golpeaban?

¡Ya basta! No supe cómo, y estando sola como me encontraba no hubo testigos que pudieran decirme qué hice, pero algo me tembló en los dedos, como una especie de poder que no conocía ni controlaba aunque lo sintiera familiar, y la luz de Alchemilla que siempre sentía en mi mente se apagó, haciéndose el silencio. Impactada, parpadeé rápidamente un par de veces, sintiendo la sala en la que había estado decenas de veces más vibrante y colorida, con un aroma incluso más intenso; ella no había muerto, pero se había ido, y no sabía cómo sentirme al respecto.

Así de confundida me encontró la madame, quien decía que mis rarezas hacían que perdiera demasiados francos y que era un maldito desastre, ya que así no podía presentarme ante mi siguiente cliente. Al escucharla, alcé la barbilla y la miré, escuchando a medias cómo me había solicitado un hombre que sólo vivía de noche (vampiro, corrigió mi mente, pero mantuve la boca bien cerrada por si acaso; si la madame no lo había llamado así, sería porque tenía dinero y no era un muerto de hambre) y que había pagado una cantidad desorbitada por la mejor... al parecer, yo.

Por supuesto, sabía que ni lo era ni la madame consideraba que yo pudiera ser mejor que las demás, pero era la única que estaba disponible en aquel momento, y por eso decidió utilizarme a mí, aunque no sin antes darme su toque personal. Así pues, todo lo que ya había hecho me tocó repetirlo: bañarme, perfumarme, vestirme y peinarme, con un atuendo casi emperifollado pero con el aire indudable del burdel del que me habían sacado, y así fue como me subió a un carruaje que me conduciría hasta la mansión en cuestión.

Aún seguía confundida, no podía evitarlo, pero el silencio era como un bálsamo para mi mente, y pude tranquilizarme por completo, de forma que para cuando me condujeron hasta la habitación de mi futuro cliente me encontraba dócil y sumisa, como los vampiros solían preferirme la mayor parte de las veces. Con serenidad, pues, escuché su pregunta, y aunque mi lengua quiso adelantarse, me obligué a frenarme y a responder con la verdad que recientemente acababa de descubrir.

– Mi nombre es Elia. Sin embargo, en el burdel me conocen como Alchemilla. – hice una mueca de disgusto, completamente involuntaria, al decir ese nombre, y me obligué a no pensar en ello y a jugar con los botones de la capa que me cubría, seductora, al tiempo que con la otra mano aceptaba la botella de vino que me ofrecía. – Lamentablemente no me han hablado mucho de usted, y únicamente el cochero se dignó a decirme su nombre, signore della Rovere. – continué, y sólo al final me di cuenta de que ya no había hablado en francés, sino en un italiano que sentía muy fluido, casi... mío.

– ¿Le importa si...? – pregunté, señalando mi capa, y cuando él dio su beneplácito la desabroché por completo y la dejé caer tras de mí, como si enmarcara el vestido con corsé casi transparente que me habían enfundado. Si bien la falda era tupida, la zona de mi pecho se transparentaba a través de la tela y se aprisionaba por lo rígido de la tela, de modo que resultó inevitable que me mirara, y que yo sonriera cuando lo hizo. – Dígame, ¿qué desea esta noche...? – pregunté, casi ronroneando, y me aproximé aún más a él, como correspondía.
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Mensaje por Edric della Rovere Vie Nov 24, 2017 2:13 am

¿Cuántas veces se había sentido realmente extrañado con una persona cualquiera? Bueno, ni tan cualquiera. Edric logró intuir, desde el primer momento en que la mujer cruzó el umbral de la puerta, que ella no era tan corriente. Se trataba de una bruja, pues su aura así la delataba. ¡Cómo ya no hubiera tenido suficiente con una! Que, para colmo, había terminado muerta por su culpa, además de... ¡De algo que no valía la pena recordar en ese instante, ni en ningún otro! Y ahora se le presentaba otra que, no sólo contaba con ese ingrediente extra, sino que despertaba una sensación de familiaridad muy peculiar, o era simplemente su rostro parecido al de alguien que él, a pesar de ser un inmortal antiguo, no terminaba de reconocer del todo, y ni sabía muy bien el porqué. Realmente lucía intrigado por ello, incluso llegó a demostrarlo abiertamente, sin demasiada discreción. Su mirada no dejó de taladrarla desde el primer minuto, como queriendo hallar alguna respuesta a ese enigma que empezaba a ofuscarlo.

De acuerdo, Edric podría ofuscarse muy rápido, y la gran mayoría de las veces no terminaba bien. Tal vez, ese mismo carácter tan voluble que poseía, era parte de la inestabilidad característica de ser quien se encargaba de regir un lugar igualmente veleidoso. Y no era justamente algo que apuntaba al mundo real; la cuestión era mucho más oscura y pasmosa que cualquier historia inventada por hombres comunes. Porque los hombres comunes no han regresado de la muerte como para acertar a explicar semejante cosa, llegó a pensar en determinado momento, tal vez esperanzado con la idea de que la noche podía ir mejor, sin tener que lidiar con la incomodidad que esa mujer logró sacar de sus propias tinieblas. ¡Tal y como llegó hacerlo a Juliet! ¿Y por qué demonios tenía que pensar en ella ahora?

Recordar debía dársele fatal, sobre todo porque él mismo se había empeñado en eso, sin embargo, había cosas de las cuales no podía deshacerse tan fácilmente. ¡Claro! Estaba atrapado en un mundo físico que le complicaba toda la existencia, hasta la manera de cómo sentirse con respecto al resto. ¿Acaso se trataba de un castigo por su falta de respeto? ¡Él sí supo como fastidiarlos a todos ellos, sin excepción! Y tampoco estaba en condiciones para hundirse en esa clase de pensamientos. Había pagado mucho dinero por esa fulana, así que no podía pasar la oportunidad de manera tan bochornosa, y menos por meterse en meollos filosóficos.

—Elia —repitió, más para sí mismo que como afirmación. En realidad pensó en obtener alguna pista en su nombre, pero no fue ese el caso—. Me gusta más ese que... el otro. No sé porque me da la sensación de que no es de tu agrado, ¿o me equivoco? —dijo, casi de manera automática. Aunque no se mostraba absorto del todo, justo porque se hallaba algo entretenido en la imagen que se le presentaba frente a los ojos—. Ah, y una cosa... ¿Por qué te interesa saber algo de mí? Creí que le prohibían esas cosas en los burdeles... O quizá esté errado. Usualmente saco estos entretenimientos de otros lados.

Extendió el brazo, lo suficiente como para rodear la cintura de Elia y acercarla completamente a él, mientras se la daba la tarea de besar su cuello, y deleitarse con ese aroma a mortalidad que tanto le gustaba. Aunque, para sorpresa suya, aquel perfume arrastró memorias de su pasado humano. ¿Y ahora por qué recordaba a Deyanira? ¡Y en las circunstancias menos deseadas! La única idea le irritó, y aun así, permaneció en la misma posición, sin necesidad al rechazo que, intuyó, Alichino llegó a sentir, pero él no, él quería continuar aferrado a esa sensación que apenas lo acompañó con Juliet.

—Yo puedo desear muchas cosas, siempre ha sido así. Pero, ¿y tú qué? ¿Deseas algo en particular? —le susurró al oído, mientras sus manos acariciaban su figura, aún por encima de toda esa tela que la cubría—. No debes estar acostumbrada a esta clase de cosas, ¿no? Digo, a que un cliente te pregunte eso. Sólo quiero afirmarte que yo no soy tan convencional en ese aspecto, me gusta tomarme mi tiempo y hacer las cosas de otra manera... Es mucho más entretenido así. Y tú, por alguna razón, no sólo eres atractiva, sino bastante peculiar, eso me gusta.

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Mensaje por Invitado Sáb Nov 25, 2017 1:28 pm

No tuve tiempo de pensar en Alchemilla, en por qué se había ido o en qué había hecho para echarla. Tampoco tuve tiempo de pensar en la dulzura de esa lengua que se deslizaba por la mía, en la que me salían las palabras sin pensarlas y que él parecía entender con gusto. Aún quedaban algunos retazos de la voz en mi interior, como un extraño rechazo al vampiro que se me pasó enseguida y que no permití que captara porque yo, a diferencia de ella, no estaba asustada por su cercanía; antes al contrario, la deseaba, y me estremecí bajo sus manos aunque él ni siquiera hubiera retirado tela de entre nosotros dos.

– Cuanto más sepa de usted, mejor podré complacer sus deseos. – respondí, con sinceridad, y aproveché que había sido él quien había iniciado el contacto para seguir su iniciativa y acariciar su pecho con las yemas de los dedos. El frío que captaba, aun a través de sus vestimentas, habría resultado desalentador para muchas de mis compañeras, pero yo sabía (¿sabía?) leer bien a los que eran como él, y era consciente de que él no ardería como yo sí ni aunque nos encontráramos en lo más álgido de la pasión, de modo que no me ofendía, en absoluto.

Con un gesto suave, ladeé el cuello para invitarlo de nuevo a mi cuello, a que repitiera esos besos pasionales que me había regalado hacía un instante, y permití que mis manos se deslizaran hacia abajo por su camisa hasta casi engancharse en la cintura de sus pantalones, si bien eso no llegué a hacerlo. Había algo automático en mis movimientos, la costumbre de una prostituta bien versada en su trabajo y que sabía qué hacer para seducir a un hombre, pero también había algo más, un interés que se me notaba, estaba segura, porque era sincero, y no fingido.

Muchos hombres, cuando contrataban carne de burdel, lo hacían bajo la falsa ilusión de que estaban comprando el amor y el cariño de una mujer, en vez de su cuerpo; cuando llegaba, el choque con la realidad era violento, y muchas veces la violentada terminaba siendo la prostituta que simplemente intentaba ganarse unas monedas. Recuerdos de situaciones semejantes inundaron mi mente, borrosos pero tan abundantes por un momento que no dudé de su autenticidad, aunque los aparté para centrarme en el hombre cuyo nombre seguía ignorando, por desgracia.

– Tal y como yo lo veo... – comencé, y entonces mis manos se deslizaron hacia las capas exteriores de mi falda para desanudarlas y arrojar esa tela también al suelo, de modo que quedé completamente en ropa interior, nada mojigata y absolutamente inapropiada en una situación que no fuera la que ambos compartíamos, ante él. – Usted ha pagado para que yo cumpla sus fantasías, pero no puedo saber qué es lo que quiere si no me lo dice, así que, incluso si me arriesgo a enfadarlo, prefiero preguntarle. – argumenté, con la voz suave como un ronroneo.

No necesitó de mi ayuda para que sus manos, clavadas en mi cintura hasta aquel preciso instante, descendieran rápidamente hacia la parte superior de mis muslos e inferior de mis glúteos, que él agarró y utilizó para acercarme aún más. Contuve una sonrisa, pero no un jadeo, deseosa a un tiempo de alimentar su ego, como correspondía a mi posición, y de demostrarle que no estaba fingiendo, como correspondía a mis deseos. ¿Era así como siempre se había comportado Elia en el pasado, esa mezcla de obligación y placer que yo, ahora, estaba sintiendo...? Lo ignoraba, y algo me decía que jamás lo descubriría por completo.

– Los clientes suelen preferir cumplir sus deseos, no los míos. – repliqué, finalmente, y me encogí de hombros sin suavidad, pues su pecho amortiguó el movimiento gracias a nuestra pura cercanía y lo sentimos los dos, casi vibrante. Sin esperar su permiso, aunque una voz de alarma (no la de ella, por suerte) me advirtió que no era buena idea, rocé sus labios con los míos apenas un instante, nada semejante a un beso puro y pleno, pero sí el preludio de algo así.

– La verdad es que deseo besarle. Hay muchos que no me permiten hacerlo, pero yo llevo ansiando eso desde que le he visto por primera vez. – admití, sonriéndole casi con timidez en cuanto terminé de hablar, y algo en su rostro me dio el permiso que su voz no llegó a concederme, así que actué antes de pensar y lo besé, por fin, como él merecía y como yo deseaba.

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Mensaje por Edric della Rovere Jue Ene 25, 2018 1:08 am

Algo dentro suyo le había sembrado la duda de un momento a otro. ¿Estaba bien en aceptar a esa mujer en su terreno? Llegó a hacerse a la idea de que quizá no, aunque era una simple prostituta, y muchos hombres se rodeaban de mujeres así, algo en aquella no lo dejaba tranquilo. Tal vez era una tontería suya luego de lo ocurrido hacía un par de meses atrás. Quizá aún no se había recuperado del todo. No sabía decirlo con exactitud; tarde se dio cuenta de que el daño seguía ahí, que los incidentes no iban a esfumarse con facilidad, para más malestar del mismo Alichino.

Aquella hechicera había removido las cuerdas más sensibles en él, obligándolo a reconocer que seguía siendo un ser imperfecto y que siempre podría exponerse a esa clase de delirios, sin importar su poder o su antigüedad. No había escapatoria; nunca la habría. Llegó a olvidarse durante un tiempo, pero la presencia de esta nueva criatura hizo que la maldita incertidumbre se hiciera espacio en su interior, y eso le resultaba molesto, mas no debía dejar que la ira se apropiara de sus sentidos.

¿Era posible que se estuviera dejando llevar por la familiaridad? Apenas la vio cruzar la puerta, algo quiso arrastrarse desde el pasado hasta ese instante. Algo que no podría ser cualquier cosa; algo que, propiamente, se relacionaba con su vida mortal. ¿Y por qué? ¿Qué clase de misterio guardaba esa mujer tras su semblante? ¿Qué era? La proximidad le dio la oportunidad de contemplar mejor su rostro, mś allá del cuerpo de Venus que tenía, y que indudablemente a él le atraía, desde luego. Él se dedicó a hallar alguna respuesta en su mirada, pero sus acciones no le permitieron concentrarse en tal análisis.

Había correspondido a ese beso que ella llevaba deseando. Se lo permitió, ¿y por qué no? Algunos otros preferían no tener que lidiar con esas cosas cuando contrataban a las fulanas, pero Edric no era tan cerrado con algo tan corriente como eso. Y menos cuando tenía a una muy adiestrada entre sus garras. Así pues se dedicó también a recorrer su figura con las manos, sosteniendo firmemente sus piernas, mientras esbozaba una sonrisa al separarse de sus labios.

—No tengo por qué contarte tantas cosas sobre mí, Elia. El placer tiene un manual común para todos, ¿o se te olvidó? —murmuró, inclinando el rostro para morder con suavidad su mandíbula, pero sin herirla—. He pagado por tu compañía, y si pedí a una adiestrada, es porque ya sabes qué hacer, aunque...

Alzó nuevamente el rostro, escudriñándole las facciones. Luego apartó un mechón de cabello de su cara. Había algo, y quería saberlo, o la furia podría surgir en cualquier momento, y, oh, esa noche no estaba para arrebatos de ese tipo; esos los dejaba para otras ocasiones.

—Hay algo en ti, algo familiar. Es extraño, incluso para mí, que poco me importan estas cosas —aseguró, incluso sujetaba su mentón, para fijarse mejor en los pequeños detalles—. No es tu magia —susurró, recordando a Juliet. Aunque, ¡maldita sea! También se debía a eso—, eres... tú.

Y fue entonces cuando una imagen nítida, lo suficientemente lúcida, emergió en su mente: era el rostro de Deyanira. El rostro de esa mujer que había amado en su juventud, y que, por jugarretas del destino, Elia era idéntica a ella. ¿Acaso sería alguna clase de encarnación o descendiente?

Se apartó de inmediato, con el ceño fruncido, ligeramente consternado y molesto. ¡No podía ser eso! Deyanira estaba muerta; Juliet estaba muerta. Y ahora aparecía esta nueva bruja a querer revolverle la razón. Edric lanzó un gruñido al aire, evitando salirse de control, mejor dicho, de no dejar escapar al iracundo Alichino.

—No es posible, tú no... Tiene que ser un error. Tiene que serlo —balbuceó en su confusión. ¿Por qué a él? ¡Que pararan todo de una maldita vez!
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Mensaje por Invitado Dom Feb 11, 2018 3:55 pm

Me sentía a la deriva, flotando boca arriba en un lago del que no conocía nada salvo el agua que me cubría, cegada por el sol ante mí y con la única certeza de que no debía ahogarme aunque no supiera qué podía salir de la superficie mansa en la que yo me encontraba. Sin la guía de Alchemilla, a quien no echaba de menos (¿no? ¿Seguro?), sólo era yo, tal vez Elia, seguramente Elia, la prostituta desmemoriada que había sido enviada con un vampiro, sola ante él... quien no parecía peligroso, claro que no, pero ¿cuántos de su especie lo hacían?

Todos ellos eran bellos, atractivos y encantadores, dueños de un encanto inimitable e inigualable que atrapaba en sus redes y que a mí, aún confundida, me había hecho besarlo, un gesto al que él, al menos, había respondido. Esa había sido la única guía que sabía que seguía quedándome: el deseo, de entre todas las realidades posibles de mis pensamientos, no se había esfumado, y tampoco había sido borrado, quizá porque lo había puesto en práctica desde mi despertar, guiada por una extraña intuición.

Así era como seguía teniendo una certeza clara: incluso si me encontraba confundida, sin saber quién era o dominada por Alchemilla, siempre habría una parte de mí que no respondía a mis pensamientos claros y bien formados y que, ante la presencia de un hombre, sabía cómo comportarse. Eso, más que sus palabras seductoras y su aire tranquilizador, sirvió para relajarme; me noté liberar parte de la tensión que me dominaba, y también ladear el cuerpo, adoptando una postura (contraposto) que era toda sinuosidad, nada de rectitud.

Además, porque eso no debió de parecerme suficiente, atrapé el mechón de pelo que él me había apartado del rostro y lo enredé en el índice de mi mano derecha, acariciándolo y jugando con él mientras lo miraba, curiosa. El signore della Rovere parecía arrebolado, confundido, y no era en absoluto consecuencia de mis juegos, sino de algo más: aunque no sabía cómo, tenía la total seguridad de que así era, y él lo confirmó un momento después al hablarme.

– Pero, signore, no nos conocemos, estoy segura. – respondí, con suavidad, acercándome incluso a él, aunque solamente di un paso, por si él deseaba apartarme. Prefería mantener las distancias cuanto pudiera, aún algo temerosa de lo que él, vampiro, pudiera hacerme si me atrevía a cruzar la delgada línea invisible que separaba el buen comportamiento del malo. Dioses, empezaba a sonar como la maldita Alchemilla...

– ¿Qué es un error? Tal vez pueda ser de ayuda. – me ofrecí, pero seguí apartada, sin acercarme más de lo necesario. Había una parte de mí, una que no comprendía (a aquellas alturas no me comprendía yo misma entera, no era extraño no entender tampoco una sola parte), que no se fiaba de sus intenciones y que prefería seducirlo y sentir su cuerpo antes que despertar la curiosidad de su mente. Esa parte, la fulana, como la llamaría Alchemilla, era la que estaba comportándose como yo lo hacía, pero había otra demasiado confundida y que quería saber más sobre él y sobre sus motivos. Esa era la parte, estaba segura, que me metería en problemas.

– Tal vez le recuerde a alguien. – aventuré, y algo en su expresión me hizo darme cuenta de que había dado en el clavo. Sin embargo, ¿quién había causado tal efecto en él que su solo recuerdo, sumado a mi rostro, lo había dejado tan confundido como se estaba mostrando ante mí...? – No conozco a mi familia. No recuerdo a nadie. Pero tal vez esa persona esté relacionada conmigo... – propuse, sin saber siquiera si podía cumplirlo, pero con sinceridad auténtica por intentar ayudarlo.
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