Encounter || Privado

por **Mavra C. Bulgákov** Mar Dic 22, 2015 11:11 pm

No me asusta vuestra maldad. Me asustan quienes sobreviven a ella.

La humedad de sus labios empapó por completo las fauces ajenas. Sus dedos se deslizaron por ese par de huesudas mejillas, y mientras observaba el vacío en los orbes azules frente a ella, cada gota de sangre derramada, ensuciaba la costosa alfombra que vestía a sus aposentos. Si hubiese podido llorar, seguramente el sabor salado habría llegado hasta su boca, pero no fue así. En el preciso instante en que sus manos dejaron de sostener y sus dedos terminaron de acariciar los cabellos del hombre, la cabeza cercenada del amante, cayó hasta sus pies desnudos.

El vino que había estado bebiendo hasta antes de recibir aquel objeto, le fue repugnantemente insípido. Aunque su color y textura fuesen exquisitos, para ella no fue más que un gasto innecesario, pues era idéntico al beber agua. Gruñó, pero al mismo tiempo sintió satisfacción, pues era precisamente eso lo que estaba esperando. Tan sólo una respuesta a su invitación.

Su cuerpo, elegante y maldito, se deslizó por cada rincón de la alcoba, danzando con gracilidad y destreza, a la par en que el tono lírico de su voz balbuceaba una canción tan antigua como la tierra misma. El espectáculo no era otra cosa más que siniestro, pues la belleza desprendida por cada poro de su piel, era acompañada por la terrorífica pintura de un hombre cuyo rostro había sido deformado. Al término de su ballet, el vestido más costoso que guardaba entre sus prendas, cubrió el despojo de su ser, y mirándose en el espejo, posicionó la cabeza decapitada a su altura y auspició el último beso antes de proceder a desfigurar la carne con un poco de ácido. Era encantador observar, como los residuos de humedad en la piel, figuraban un humo gris con cada salpicadura de la poción corrosiva, algo que parecía ser un rompecabezas de imágenes fugaces y poco visibles. Incluso el cabello azabache de aquel hombre, se cayó poco a poco, para mostrar al final, sólo un cráneo rojizo e inmundo. Guardó la cabeza en una bolsa negra, admirado con lentitud y orgullo su obra de arte.

Afuera, la noche le recibió cual antiguo amante, coronándola con el gélido viento del invierno y acogiéndole con la desolación y aquel sutil aroma a muerte. La capucha oscura de su capa, cubrió por completo el pálido rostro de la fémina, mejor aún, había devorado el enmarañado cabello rojizo que le caracterizaba. El carruaje arribó hasta su puerta y el mozo le ayudó a subir en él. No se trataba de un vehículo digno de la realeza, más bien hacía alusión a una carroza fúnebre, pero si su cita, era lo inteligente que ella recordaba, buscaría entre los carruajes de la zona a su víctima, y a Mavra le disgustaban las sorpresas. A unos pocos metros del punto de reunión, bajó del coche y emprendió el camino sola…

Las luces, las carcajadas y los cánticos nocturnos del parque, le hacían recordar aquellos excesos, de fiestas pasadas, donde su imperio era favorecedor y no tenia porque ocultarse entre la inmundicia, pero por supuesto, todo aquello terminó y sólo había un culpable.
Se deleitó con los colores y formas que se precipitaban efímeramente ante ella, con el temor de los niños al captar la indiscutible y mortífera aura que portaba, el deseo y lujuria de los hombres al pasar y la envidia de las hembras al darse cuenta de su presencia. Era casi como antes, pero aún le hacía falta algo.

Fue su sonrisa felina, la que terminó por ataviarle, cuando al fin encontró la figura sepulcral en medio del parque. No había cambiado en nada, o al menos, eso creía. Continuaba jactándose, sintiendo orgullo de su belleza, una que ambos sabía no eran más que falacias. Una tonta y estúpida ilusión que lo resguardaba de la burla y señalización de los suyos y sobretodo el asco de las hembras. Aún así, permanecía siendo aquel imbécil que le engatuso, el mismo idiota que ahora mostraba un terrible poder y oscuridad que, en cuento sus miradas se cruzaron, la gente deambulante, desapareció por completo. Sí, definitivamente había tensión ahí. Y ella rompería el hielo.

-¿Dónde están tus modales Thanos? Se supone que debes llevar un obsequio a la persona no ves desde hace mucho tiempo- Preguntó. Su voz dulce y hermosa, era proporcional a la maldad que ocultaba detrás de su mirada. –Oh, lo olvidé. Tal vez es que no te alegras de verme, no es común que los muertos resuciten dos veces.- Sus colmillos asomaron por encima de su labio inferior y disfrutó soberanamente, el instante en que arrojó a las manos ajenas, la cabeza deforme que él le había obsequiado, pero que ella se encargó de mejorar a imagen y semejanza de su verdugo. -Por fortuna, yo sí traje mi presente.-

por **Ethan Montagne** Miér Feb 03, 2016 12:12 am

No hay nada que odie más que a los infieles.

Todos le temían enormemente, ¡por su gran ambición y carácter sanguinario! Sus crímenes, habían hecho famoso a Thanos. Muchas historias envolvían su nombre, mismo que había dejado atrás para jugar el papel de Ethan Montagne. Aquéllas en las que sus víctimas eran culpables de traición y engaño, eran sus favoritas. A las adúlteras, les arrancaba sus partes femeninas antes de despellejarlas como conejos. En la mayoría de las ocasiones, sin embargo, prefería su método de tortura favorita: el empalamiento. Madres declaradas culpables y sus bastardos, solían decorar la entrada de su castillo. ¡Oh, cómo habían gritado! ¡Cómo habían luchado para defender a sus hijos! Después de sus primeros años como inmortal, su habilidad de manipular mentes había dado sus frutos. Solo bastaba con hurgar en los pensamientos ajenos, para encontrar la verdad y hacer justicia por su propia mano. No soportaba que su orgullo fuera insultado. Por ello, se había negado a darle un castigo tan insulso a Mavra. ¡Se suponía que estaría pudriéndose en su tumba hasta el fin del mundo! Alimentada de alimañas, lamentándose todas las malditas noches por haberlo engañado, ¡odiándolo visceralmente! Hambriento de sangre y poder, hilarante y demente, el vampiro la había desterrado al desierto de sus recuerdos. O eso había creído. Nunca imaginó que volverían a verse cara a cara, al menos, no hasta que ajustasen cuentas en el Infierno. Su escape, le había hecho desatar a sus demonios para mover piezas en ese ajedrez maquiavélico y majestuoso. Volverla a encerrar, hacerla cautiva de sus deseos y caprichos, sería su manera de gritar Jaque Mate. No enviaría a sus vástagos para hacer ese trabajo. ¡Ese retorcido placer sería exclusivamente suyo! Podría creerse la Reina, pero todos sabían que el Rey, era el único que se debía proteger para que quedase invicto. Thanos la había visto en más de una ocasión desde que la tierra la escupiera. Sus artes ilusorias no tenían comparación con ningún otro vampiro. ¡Él había tenido que perfeccionar su habilidad para usarla sobre los demás, al mismo tiempo que mantenía su rostro intacto! La única que lo había visto sin máscaras, tal como los tebanos le dejaron después de la exposición al Sol y la plata, era Czarina. La fémina nunca había ocultado su asco y aberración, pero al macedonio jamás le importó. En ese entonces, su demencia estaba acentuándose y ahora; muchos siglos después, no había ninguna duda de que un torbellino cargado de locura, hacía estragos permanentes en su cabeza.

No. Por supuesto que no llevaba ningún puto obsequio. Él mismo lo era. Si bien no pronunció esas palabras, no necesitaba hacerlo. La ceja enarcada, y la mueca cargada de disgusto por lo que sus ojos veían, eran la mejor tarjeta de presentación que podía ofrecer. Mavra poseía una belleza poco común. Ninguna mujer que hubiese conocido antes o después, podía hacerle justicia. Por suerte, no tenía que buscar mucho para que sus amantes, no se parecieran a la traidora que tenía enfrente. A diferencia de la hembra, que parecía tener un patrón con los hombres que metía entre sus piernas de ramera, él era terriblemente discreto. Mientras que podía importarle un carajo dejar un bosque de muertos estacados, desde que la vampiresa caminaba de nuevo entre mortales e inmortales, sus gustos cambiaron radicalmente. Ella no sabría que en la intimidad, usaba la ilusión para follársela en el cuerpo de otras. Tampoco sabría que, cuando cortaba sus gargantas durante el orgasmo, ese momento en que estaban indefensas, era a ella a quién veía retorcerse entre sus brazos. Era su sangre, roja y espesa, la que bañaba su cuerpo. Sus ojos, vidriosos e incrédulos, los que le acusaban por dañarle. Cuando sus manos sostuvieron << su obsequio >>, su fría expresión era ahora la de una ira asesina. – ¡Cómo te atreves! – Thanos gritó con tanta fuerza que, sus palabras, debieron resonar por todo el parque. Parecía que le habían arrancado esas palabras de dentro, de un pozo de odio tan hondo que temblaba al soltar su veneno. Sus pulgares, se hundieron en los ojos sin vida de la cabeza deforme que sostenía. Éstos reventaron, incapaz de soportar su fuerza. – Traidora, ramera, mentirosa. – En un santiamén, Ethan había aparecido frente a ella. Sus manos, ahora libres, se cerraron sobre el cuello de la fémina. Podía rompérselo y hacer con ella lo que le placiera. Por un segundo, su verdadera apariencia se transfiguró pero; inmediatamente, volvió a mostrarse estoico, perfecto, poderoso. – ¿Para esto me has hecho venir aquí? Escoge sabiamente tus palabras o lo lamentarás. – Antes de que la soltase, sin embargo, hurgó en su mente inmisericorde. Había ido ahí con la promesa de que le dejaría entrar a la Caja de Pandora. No volvería a caer en sus engaños. Como César, Thanos odiaba la traición, pero más al traidor. – Déjame entrar. – Ordenó. – O este encuentro se termina ahora. – ¡Maldita! Una y mil veces, maldita. Abruptamente, una carcajada siniestra se hizo oír sobre los demás sonidos. No fue hasta que se hizo estridente que fue consciente que brotaba de su garganta. Fuego y oscuridad. Ella pelirroja, él de cabellos azabaches como el ala de un cuervo. Unidos por un pasado, que nadie podría imaginarse. Crack. No dejó que respondiera. Desmadejó su cuello y entonces, la besó, perverso. Cuando fue evidente que volvería en sí, volvió a su lugar, como si nada hubiese pasado. Habían acordado una tregua, pero un insulto, no podía pasarse por alto.

por **Mavra C. Bulgákov** Vie Abr 01, 2016 12:21 pm

Años, décadas, lustros y siglos. Nadie ha podido imaginar cuán tan relativo y desastroso resulta ser el tiempo para quienes se mantienen atados en un punto fijo. Los carceleros se divierten al son de los alaridos y las plegarias que nadie escucha. Los verdugos se entusiasman con el sonido del reloj avanzando cada segundo, haciendo de su espera para la ejecución cada vez más cercana. Las alimañas ignoran el pasar de la vida a su alrededor, pero saben perfectamente que en ese sitio, cada mañana se les provee de a carne putrefacta y la sangre para su alimento. Sin embargo, aunque estén todos en el mismo maldito calabozo, siempre habrá alguien, cuya satisfacción no se encuentra en los lapsus.

El silencio y la oscuridad, son llamados enemigos de la humanidad. Sólo quien es capaz de observar más allá del velo, puede ser acreedor de la siniestra belleza que se oculta tras magnifica combinación de placeres bestiales. No importa lo que se oculte en las tinieblas o lo avasallador del silencio, nada será más cruel que la propia mente jugando a exorcizar los demonios que hay dentro. Si un hombre es capaz de sobrevivir a la vorágine de su cabeza, es capaz entonces de obtener cualquier cosa si se lo propone, más aún si aquel hombre resultase ser una mujer como Mavra Bulgàkov.

El perfecto azul en los orbes de Ethan, transportaron la mente de la Condesa al sitio donde retorció sus entrañas por eternidades medibles en apenas días. Había demasiado odio germinando ahí dentro. La hazaña que hizo de Thanos un héroe, para ella fue un acto tan sucio e imperdonable, que no sólo desató la ira del infierno, sino que además, consiguió darle las armas necesarias para arrastrar el holocausto de su encierro hasta el confín de la tierra. –Gracias- Musitó. El sonar de sus palabras fue perceptible únicamente para los perfectos oídos de su compañero nocturno. No obstante, aunque él pudiese descifrar miedo en las notas musicales en los labios de Mavra, se equivocaba. Quizás en el pasado, aún resultando prisionera de aquel ataúd y si tan sólo él se hubiese presentado para atormentarla, le guardaría respeto y el suficiente temor como para bajar la mirada. Si él creyó, en su tonto raciocinio, que la privación de la libertad avasalla a cualquiera, se equivocó, pues es precisamente en la penuria donde la fuerza se hace presente. –Mhhh… Anda, mátame. No. No puedes, lo hubieras hecho aquel día- Las garras del varón se habían sepultado alrededor de su cuello. La presión que ejercía era evidente, pues el perfecto marfil de su piel comenzó a cambiar de color a tonalidades púrpuras. Pero no había dolor. Ya no había dolor. -Me pregunto si…- La consciencia de Mavra estaba abriéndose espacio a través de los pensamientos de Thanos, sin embargo, la conexión se rompió.

Su cuerpo se desvaneció en los brazos ajenos.

El despertar, como en cada maldito aniversario dentro de su prisión, fue impredecible y aterrador. Sí había algo a lo que temer, eso sería cerrar los ojos y abrirlos nuevamente en la oscuridad. Sólo cuando sus orbes encontraron la posición donde se encontraba él, pudo dejar salir el aire que guardó –como si necesitase respirar- y entonces sonrió expiando sus miedos. Reincorporó su cuerpo y relamió los labios. Sorpresa. -¡¿Qué has hecho?!- Cuestionó sin dejar de lado la curvatura en sus fauces. Sus pechos fueron impregnados con el aroma de Thanos, aquel maldito perfume que había soñado infinidad de veces en los cuerpos de sus amantes y que ninguno de ellos era capaz de producir. Ese maldito efluvio que enloqueció sus hormonas en el pasado y que al parecer aún no olvidaba de todo. Gruñó. -¿Estás completamente seguro que sólo vienes por lo que hay en mi mente? No te mientas.- Su voz subió tres octavas conforme permitía que el odio quemase su garganta. –Deseaste ir detrás de mí en cuanto te enteraste de mi escape, me buscaste por cielo mar y tierra hasta que por fin pudiste encontrarme. Es una lástima que ahora tus amenazas me parezcan insignificantes, Thanos. Lo peor que podías hacerme, ya lo hiciste. No me refiero al encierro, amor mío.- Sentenció y en ese instante se aproximó a él en la misma milésima de segundo que el vampiro rompió al inicio. –Quieres saber qué es… hecha un vistazo- Lo instó a entrometerse en su cabeza. Era una trampa. Si sale vivo de toda la maldita mierda que hay ahí dentro, eso sería digno de reconocer.

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